— Buenos días, joven dama— Enri saludo a su huésped con una reverencia practicada. Su madre y la esposa del jefe del pueblo la reprendieron cuando les mostro como realizo la reverencia en el primer día. Digamos que estuvo dos horas sin poder salir de la casa del jefe hasta que no estuvieran satisfechas con su saludo.

La noble, como estuvo haciendo después de su primer encuentro, no le dirigió la mirada y se fue a sentar. La puerta de la habitación, que estuvo los últimos tres días usando, se encontraba abierta y pudo ver las sabanas regadas por el piso, las bolsas de papa rellenas de paja, que usan como almohada, debajo de la cama, la única ventana de la habitación tapada por la capa de su padre y en la única mesita del cuarto, una pila de decenas de monedas de oro. Enri trago saliva y aparto la mirada. Sus oídos siguen picándole por las acusaciones del jefe y sus padres al ver la moneda de oro. Tardo un tiempo en convencerlos que no la robo, sino que se la dio… omitiendo la parte que se la arrojo y apenas la pudo agarrar. Le quedo bien en claro que robar, aunque sea una moneda a un noble, se descubrirá. Según su mama, ellos les encantan contar monedas.

Agitando su cabeza desterró esos pensamientos y se dirigió a prepararle el almuerzo. El sol había salido hace horas y ella podía ver, a través de la ventana del comedor, a los adultos volviendo de una mañana productiva en el campo. Enri almorzó hace horas, pero al ser la única, aparte de su hermana, que tenía permiso para entrar en la casa, ella debía… no, necesitaba quedarse esperando hasta que el joven saliera para comenzar a cocinarle. Y como comer en la misma mesa con un noble está mal, ella desayuna una hora antes que salga el sol y almuerza una hora después que la noble termine su desayuno y se encierre en la habitación.

— Tenemos suerte. Esta mañana nos llegó un lote de especias, entre ellos pimienta, canela y anís. A la vez, los cazadores trajeron un ciervo adulto; con la sal conseguida ayer, el almuerzo de hoy será muy especial— termino de decir con una sonrisa forzada en su rostro. Después de ocho comidas cocinadas lo mejor que pudo, la noble siguió poniendo expresión de asco sin maquillar en cada bocado. En la cena de ayer le preparo un caldo de conejo, el platillo más delicioso, abundante y caro que jamás había visto. El resultado no cambio. Por eso, por orden del jefe, fue abastecida con lo mejor de lo mejor que este pequeño pueblo pudo conseguir. La paciencia de una persona no es un pozo sin fondo, la de un noble mucho menos. Debía contentarla y ganar tiempo. Acariciando la moneda de oro a través de la tela del delantal, Enri Emmot comenzó a cortar la carne despellejada por los cazadores.

El tiempo paso en silencio excepto por el golpeteo de los dedos de la joven contra la madera. Al primer día, a Enri le pareció tenso el silencioso ambiente, pero al razonar que tiene sentido no hablarse cuando no se entenderían entre ellas, lo dejo pasar. Ahora volvió a sentirse cómoda en su propia casa, o lo más cómoda que puedes llegar a ser al tener un dragón compartiendo espacio contigo, que al más mínimo agravio te comerá viva.

La preparación de un platillo de carne de venado, ciruelas, legumbres y uvas, sin olvidar las especias, evitando no desperdiciar por sus manos temblorosas, no le llevo tanto tiempo como creyó. Pensó en poner las papas, pero imagino que repetir por novena vez seria demasiado, teniendo por primera vez variedad de elección. Enri se preguntó si así deben sentirse ser noble. No tener la necesidad de meter en la boca lo primero que veas para poder vivir otro día mas. Con ese pensamiento en mente le sirvió la comida y un vaso de madera rebosante de agua cristalina. Según el jefe, fue una lástima que no tuviera un vaso de vidrio o vino.

La noble mira el plato para luego voltear la mirada a su izquierda, en un asiento vacío. Enri capto en el acto el mensaje.

— Nemu no se encuentra para acompañarla. Estará jugando con sus amigos— le informo, aunque sabe que no la entenderá. Con algunos gestos extraños con las manos, Enri intento imitar jugar con una pelota—. Está jugando afuera. Vendrá para la hora de la cena— se debatió si decir lo siguiente, pero mucho estaba en juego—. Si quiere, puedo pedirle… decirle que se quede para las comidas.

Nemu le hablaba sin parar sobre lo brillante que era su cabello, lo suave de su piel, lo alta que era, como tiene sus uñas de diferentes colores cada vez… preguntas infantiles dichas en voz altas y respondidas por sonrisas suaves y sin sentimientos dañinos. Se podría decir que era suerte que les tocara un noble que mirara a un niño pobre hablador y no lo castigara por hablar en su presencia. La joven via entretenida a la niña hablar sobre su día, con gestos como hizo recién Enri y como se divirtió al contarles a sus amigos que tenía un secreto súper importante dado por el jefe y ellos no. Enri la amonesto por ello en la noche. Todavía recuerda el sentimiento de como su corazón se paró en la merienda de ayer al ver a Nemu saltar a la espalda de la noble. Paralizada con la boca abierta y ojos de horror, Enri no pudo moverse y no lo hizo hasta que la joven se quitó a la niña sin lastimarla para luego gritarle algo inentendible y dejarla en el suelo. Nemu se reía despreocupadamente mientras la huésped salía del salón.

Enri no se atrevía a intentar esa cercanía. Estaba segura que su hermanita se salía con la suya solo porque era una niña. Ella es una adulta. Una adulta de trece años con la responsabilidad de no traer desgracia al pueblo.

La noble pareció que entendió la explicación o tal vez, no le importo lo suficiente para continuar. Ella agarro el tenedor y cuchillo, y comenzó la degustación. Con movimientos elegantes, casi hipnóticos, al levantar los cubiertos, como cortaba la carne y frutas, las empolvaba con las especias para terminar de desaparecer la comida detrás de perlados dientes y labios rosados; todo el proceso reflejaba nobleza. Es lo que entendió Enri con la experiencia de su corta vida. La más anciana del pueblo siempre cuenta cuentos a los niños sobre caballeros y princesas. Enri fue uno de esos niños que tuvo la suerte de escucharlos. Lo que ella se imaginó que sería una princesa no distaba mucho de lo que veía delante de ella. Mejores modales que Nfirea mostraba en sus visitas, uñas perfectamente simétricas las unas de las otras y un vestido sin arrugas o manchas. Si no fuera por la barrera idiomática, le estaría preguntando si esa ropa es mágica. Debía serlo, sino no explicaría como sigue impecable luego de tres días de uso continuo. La joven revoleo el camisón pijama que le entrego en la primera noche. A menos que se durmiera desnuda…

Enri salió de ese pensamiento al volver a ver la misma expresión de cada comida y se sintió frustrada y peor, dolida. Había invertido mucho esfuerzo en ese plato, el pueblo entero estaba esforzándose en conseguir lo mejor sin levantar sospechas. Por ahora solo un puñado de personas saben sobre su inesperado visitante. Entonces si el noble se enoja, los acusa a los guardias de secuestro y los cuelgan a todos, será absolutamente su culpa. Los adultos trajeron los ingredientes, era ella la que fracaso.

¿Había algo mejor que la carne de ciervo? Tal vez sean por las frutas y verduras que la mayoría se consiguen en el pueblo ¿Y si ella está acostumbrada a frutas exóticas? ¿Qué es fruta exótica? Piensa, Enri, piensa se decía en su cabeza, intentando resolver el enigma del paladar de la joven mujer delante de ella.

El ruido de un plato impactando paro cualquier pensamiento.

Enri abrió lo más que pudo los ojos mientras veía como la noble escupía lo que tenía en la boca y de un manotazo, tiro el plato de un mes de sueldo de su padre al suelo. Las frutas y verduras esparciéndose por la sala y la carne deslizándose debajo de la mesa. Ella se quedó inmóvil contemplándola como sacaba la lengua y pasaba los dedos rápidamente para luego tomar un gran trago de agua, hacer gárgaras y escupir.

Los segundos siguientes fueron traumáticos para la hija mayor de los Emmot. No podía… no debía hacer nada, quedarse quieta, inclinar la cabeza, mirar hacia abajo y evitar que las lágrimas escaparan de sus ojos. La noble se había parado enfrente, tan cerca que sentía el aliento entre cada palabra gritada en ese extraño idioma. No se atrevió a cruzar mirada. Ni intentar pedir perdón por un error que debió cometer ella. Pensar lo contrario es sentencia de muerte. No se discute o pelea con un noble, solo se acepta en silencio. Así es la vida de un campesino y esa es uno. En su lugar, rememoro los pasos hechos en la preparación del plato. Se imaginó decenas de cosas que pudo causar su enojo: desde poner pocas frutas, carne muy dura, incluso que le faltaba papas. Todos aman las papas. Eso debió ser la causa o parte de esa. Temblando en su lugar, Enri se decía que la próxima iba a ser mejor… la próxima… soñaba con una próxima vez, ya que la alternativa era que no tendría una próxima vez y eso era muy aterrador.

En el momento que dejo de escuchar los gritos, intento arrodillarse como hizo en su primer encuentro, pero no llego a hacerlo. No por falta de ganas, sino porque algo le choco contra su pecho manchando el delantal para caer en el suelo. Levanto la mirada para observar la espalda de la noble desaparecer detrás de la puerta de la habitación de siempre. Estuvo esperando por un buen tiempo, por si por fin decidió que no quería quedarse en una cabaña… no fue el caso. Ella no se volvió a ver hasta que llego Nemu y le golpeo la puerta.

Enri al percatarse que no saldría, se agacho a ver el objeto. A pesar de estar aplastada, mordida y acuchillada, se notaba que era una ciruela por su color. El mismo color de los pedazos que vio en la lengua. No se necesitó ser un genio o saber matemáticas básicas para conectar los puntos. Con energía renovada, se limpió las lágrimas secas y hablo casi en grito hacia la habitación:

— Perdón, no sabía que no te gustaban las ciruelas. La próxima vez te molestare un momento en mostrarte los ingredientes. No volverá a pasar y ¡Gracias por darme otra oportunidad!

No espero una repuesta, nunca la obtuvo antes. Entonces sabrán porque se sobresaltó al escuchar la puerta abrirse lo suficiente para que pasara una mano y le arrojara una pequeña bolsa amarilla. Más tarde, al enterarse que estaba hecha de seda y un intento de devolverla infructuoso, se convirtió en su segundo bien más preciado junto con la moneda de extraño símbolo.

En la visita de sus padres en la tarde, le mostro el contenido de la bolsa y ellos llegaron a la misma conclusión. Eran semillas. Parecían semillas normales, pero entre como apareció, el idioma desconocido, el aspecto tan… digamos que, aunque se vea normal, hay algo debajo de todo esto. Las semillas le fueron dadas a Enri, entonces no había nada más que decir. A la hora le trajeron cinco macetas con tierra fértil y un cubo extra de agua. Con ese serian siete cubos en su habitación. Todo para que no tuviera que salir.

Ninguna de las hermanas Emmot se dio cuenta esa noche ni la siguiente, posterior del ocultamiento del sol y la aparición de la luna, un pequeño tallo comenzó hacer su camino y sucedió en cada maceta que adornaba la ventana de su habitación.


Vida.

Señales de vida.

Era lo que contemplo desde arriba de la columna de piedra. La mujer bestia vio luz en la tierra en plena noche. Un campamento a lo lejos. Manchas moviéndose delante de la luz. Una hoguera para calentar una noche fría y dormir sin preocupación de morirse congelado.

El fuego era señal de inteligencia.

Entonces ella podría comunicarse.

Encontrarla o dirigirla a su encuentro.

Sin otro pensamiento, salto y dejo que la gravedad hiciera lo suyo. La roca se fracturo, hundió y crujió al recibir la fuerza cinética de su caída. Un descenso en picada de ciento veintitrés metros no fue suficiente para quebrar su fémur, peroné, tarso y metatarso. Cada día aprendía más de su cuerpo.

El ruido fue lo suficiente fuerte para avisar de su llegada.

Mucho mejor para ella.

Perder el tiempo nunca fue su fuerte.