ADVERTENCIA: Violencia, Muerte de varios personajes.
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Todavía no nos hemos presentado.
¿Cómo te llamas?
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Tal y como la mujer rubia le había advertido unas noches atrás, los carniceros le dijeron que el día de su ejecución ya estaba decidido. Oponerse y herir a un cliente era una violación grave a las reglas del refugio. Por lo tanto, quienes la cometían, eran sentenciados a muerte. Sin juicios ni posibilidad de defenderse.
Y así estaba bien.
De todas formas, 4 meses habían sido suficientes para hacerlo entrar lo suficiente en agonía y desesperación. Las horas transcurrieron. Y la puerta que conducía a las habitaciones se abrió. Dos carniceros serían los encargados de escoltarlo, permitiendo que se vistiera con su nuevo kimono negro y atando sus muñecas y tobillos con cadenas.
Otros prisioneros, al ver que se marchaba hacia su muerte, se despidieron con palabras amables, estrujando su corazón por segundos.
Ojalá existiera un modo de ayudarlos.
Entonces, sus ojos negros reconocieron de pronto una silueta familiar. No lo había visto hasta ese momento. Se trataba del muchacho al que se habían llevado antes que a él, del cual, había escuchado por parte de unos aldeanos, mientras se dirigía con la señora Mito.
Neji.
-¡Apúrate, idiota! – lo regañó un carnicero, pateándolo en la espalda para apresurar su paso.
Frunciendo el ceño, llegó a la puerta abierta, caminando en medio del elegante pasillo, con varias puertas a cada lado.
Las habitaciones.
En algunas, se escuchaban gritos de dolor. En otras, gritos de placer. Y en pocas, ambos. Llegando al final del corredor, bajando por la escalera de caracol, un carnicero abrió una puerta. A lo lejos, se veía una plataforma con una cuerda atada en su techo, iluminada por velas flotantes en los alrededores.
Iban a ahorcarlo.
Y lo peor, es que no sería un evento privado. En un balcón, ubicado a unos metros por encima del suelo, varios hombres y mujeres reían y conversaban, como si estuvieran en una de las elegantes reuniones del castillo del rey de Tsukuyomi.
Sasuke los vio perplejo. Todos tenían los ojos rojos y mostraban enormes colmillos en sus bocas. Eran Monstruos. En eso, el mismo carnicero que lo había pateado antes, lo hizo de nuevo, obligándolo a caminar hacia la plataforma de madera.
Los monstruos ni siquiera notaron su presencia. Seguían charlando amenamente disfrutando en copas un líquido rojo que él dedujo era sangre humana. Su alimento favorito.
Cuando uno de los carniceros lo ayudó a subir, las velas se apagaron de repente, divirtiendo a los nobles, pero representando un problema para los hombres con pieles.
Alguien los había noqueado, tomando a Sasuke en sus brazos, para marcharse y volver a encender las flamas de las velas.
Por el grito de una de las mujeres en el balcón, los demás invitados voltearon por primera vez a la plataforma. Furioso, el amo y señor del refugio hizo sonar una alarma, ordenando a los carniceros disponibles que salieran a buscar al condenado a muerte.
Mientras tanto, bajando y corriendo de un túnel a otro, la rubia enmascarada cuidaba que Sasuke no se golpeara con ningún tubo de las paredes o el techo.
El muchacho, por otro lado, estaba más que atónito. Jamás hubiera pensado que su sanadora personal sería un monstruo. Si la habilidad especial de la mujer de cabello violeta, era percibir las cosas invisibles ante los ojos humanos o de sus semejantes, la de la chica rubia que lo cargaba en sus brazos, era curar.
De pronto, siendo colocado en una frondosa capa de nieve, sintió un viento helado en su cara, obligándose a cubrirse con sus brazos. Parpadeó y vio mejor al frente. Gracias a una trampilla escondida en el suelo; en el techo del último túnel que atravesaron, salieron a un bosque envuelto por una tormenta ruidosa y fuerte.
-¡Corre hacia allá! – le pidió la mujer, parada a su izquierda y señalando una dirección. - ¡Te seguiré en las cercanías y me aseguraré de que ningún carnicero te encuentre!
Sasuke asintió. Su sed de libertad ni siquiera lo dejó musitar un pequeño gracias. Estaba afuera. ¡Por fin era libre! ¡Por fin podría regresar a su tranquila vida en su aldea, reencontrarse con Karin, con la señora Mito y con el resto de sus amigos!
Por desgracia, el gusto no le duró mucho con el grito que escuchó a sus espaldas. Se giró, con el corazón latiéndole en los oídos. La rubia había sido herida con varias flechas en su espalda, hallándose tirada bocabajo en la nieve.
Para tranquilizarlo y que pudiera continuar, se esforzó por hacerse escuchar entre los fuertes golpes de los copos chocando contra la nieve.
El muchacho reaccionó, dio media vuelta y corrió. Corrió con todas las fuerzas que tenían sus piernas, perdiéndose entre arbustos, ramas y troncos... hasta que una cuerda lo ató y lo hizo tropezar en un claro.
El terror se apoderó de él. Y más, cuando se encontró de frente con dos carniceros fornidos, llevando en sus manos una lanza y una ballesta. Ambos soltaron risas que Sasuke no pudo escuchar.
Y en el instante en el que el carnicero con la ballesta disparó una flecha, planeando herir su pierna derecha, una sombra negra y encapuchada lo protegió, partiendo la flecha en medio de su trayecto, para luego atravesar el pecho del hombre.
Tomando su corazón, tirándolo y aplastándolo con su alto tacón rojo, como a un vil insecto. Gritando asustado, el otro carnicero soltó su lanza y salió huyendo de ahí. Para su mala suerte, la sombra lo alcanzó, cortándole la cabeza con un movimiento de su mano derecha.
Sasuke se quedó inmóvil, perplejo, esperando a que aquella criatura desconocida se le abalanzara y lo matara también. No obstante, su aspecto; quedando al descubierto por un brusco movimiento del viento contra la capucha que cubría su cabeza, lo descolocó.
Era una mujer. La mujer más hermosa que había visto en su vida. Su corto y alborotado cabello rosa se ondeaba con el helado viento y era muy pálida.
Desde donde estaba, no podía ver con claridad el color de sus ojos. Pero no le importaba. En ese instante, estaba tan agradecido que era capaz de entregarle su cuerpo.
Se levantó como pudo. Se deshizo de su kimono negro, tomándolo de los bordes y tirándolo en la nieve, para caminar hacia la mujer. De repente, su visión se nubló. Y unos segundos después, cayó.
La misteriosa dama, al ver aquello, se apresuró en alcanzar el kimono negro del chico. Luego, se arrodilló a su altura y lo tomó en sus brazos.
Soltó un grito ahogado al encontrar la marca de la rama de un árbol de cerezo, extendida desde su nuca hasta por detrás de su hombro derecho.
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Asustado, el muchacho de cabellos negros abrió sus ojos y se inclinó hacia adelante. Aves que se encontraban en las ramas de unos árboles, afuera de la ventana, emprendieron el vuelo hacia el brillante y cálido cielo nublado de invierno de esa mañana. Mirándolos, la luz lo deslumbró unos segundos. Pero no tanto como el espacio donde se hallaba.
Era una habitación elegante, con demasiadas pinturas adornando las cuatro paredes. Cada una representaba momentos bellos, como paseos en parques, parejas abrazándose, reuniones cordiales entre varias personas... aunque sus vestimentas y costumbres eran diferentes a las que él conocía.
Se asemejaban a los de la realeza. A la misma escoria que quería presenciar su ejecución. Abrió sus ojos como platos. Estaba en el cuarto de un monstruo. Aun no se encontraba a salvo.
Girando su cuerpo a su derecha, salió de a poco de la cama, soltando quejidos bajos por unos golpes que los carniceros le habían propinado en noches anteriores. Un afectuoso regalo de despedida.
Para su mala suerte, al haberse incorporado, tuvo que detenerse en seco por encontrarse con una presencia ajena. Era la misma mujer que lo había salvado.
Se hallaba dormida en una silla acojinada de tela roja y detalles dorados. Apoyaba su brazo derecho en su regazo y su brazo izquierdo lo usaba para soportar el peso de su cabeza, recargando el codo, a su vez, en el reposabrazos.
Tragó saliva, girándose despacio, tratando de evadirla. Pero, de pronto, su mano izquierda se movió, tomando con fuerza su muñeca derecha. Mientras él saltaba por el buen susto que se llevó, ella bostezaba y abría los ojos.
Sasuke frunció el ceño e intentó quitarse su mano. Se encontraba demasiado fría. No obstante, ella era más fuerte. Lo jaló y lo obligó a sentarse en sus piernas. Observándolo desde abajo con curiosidad, ladeó su cabeza hacia su izquierda.
Por su agarre, podía sentir los frenéticos latidos de su corazón. Y aunque su mirada trataba de mostrarse inexpresiva, no podía ocultar del todo el miedo que lo carcomía por dentro. Por lo mismo, subía y bajaba su pecho con rapidez, señal de que su respiración estaba alterada. El sonrojo en sus mejillas tampoco le ayudaba mucho.
El muchacho, por su parte, estaba tenso, aterrado... podía ver lo que haría a continuación. Y estaba tan desesperado por evitarlo que incluso se planteó el golpearla con sus puños. Era un monstruo. Una criatura sin corazón que lo humillaría con tal de satisfacer cualquiera de sus fantasías enfermas.
Y mientras continuaba torturándose con pensamientos similares; en un remolino que se negaba a desaparecer, ella paseó su mano derecha por sus hombros y parte de su torso, sorprendiéndolo y despertándolo de su tóxico trance.
No eran como los tocamientos que solía recibir por parte de los monstruos que lo solicitaban en el refugio. Estos eran más amables, comprensivos y serios. No toscos, ni violentos.
-¡AY! – soltó de pronto, cuando las yemas de sus dedos; con afiladas uñas carmín, llegaron a la parte baja de su espalda, en su lado izquierdo.
La pelirrosa apartó su mano y lo miró acongojada. Hubiera deseado que las manchas moradas que distinguió en la tormenta fueran pinturas de mal gusto. Derramando un par de lágrimas y quedándose en silencio, lo tomó en sus brazos. Caminó hacia el otro lado del espacio y abrió una nueva puerta.
Sasuke observó anonadado todo lo que había ahí, perdiendo la calma al grado de que sentía que su corazón saldría de su pecho. Las paredes estaban cubiertas con azulejos blancos y brillantes. El piso también estaba en las mismas condiciones. No era de piedra y de madera, pero si de un material que combinaba.
Al fondo había extrañas mangueras plateadas con agujeros y estanterías con sospechosos elixires de diferentes colores. A su derecha, se encontraba un gran hueco blanco de porcelana, con otra de esas mangueras, adherida a la pared.
-¿Q-Qué clase de calabozo de tortura es este? – cuestionó en voz baja, temblando.
Sin poder evitarlo, la mujer infló sus mejillas antes de soltar una carcajada, asustándolo de nuevo por los enormes colmillos que tenía.
-¿Jamás habías visto un baño? – preguntó divertida.
Él negó con la cabeza.
-¿Qué es eso?
La mujer sonrió con comprensión. Caminó hacia unas mesas de madera que estaban junto a la pared; a su izquierda, y lo sentó con cuidado en la superficie plana de una. Quedándose parada, levantó los brazos frente a su rostro y empezó a mover los dedos, como si estuviera dirigiendo una orquesta invisible. Muchas cosas empezaron a moverse a la vez.
Al verlas, Sasuke se estremeció, haciendo sonreír de nuevo a la dama; mirándolo por el rabillo del ojo. En medio del piso, apareció una fina tina de madera, con el espacio suficiente para albergar a una persona. Después, del interior de la regadera, salió una de las mangueras plateadas, accionándose por su cuenta dentro de la tina para depositar agua caliente.
De ahí mismo, desde las estanterías, flotaron uno a uno los elixires medicinales, derramando su contenido en cantidades desiguales. Cuando la tina se llenó, ocupada también con burbujas, la manguera plateada y los elixires volvieron a su lugar. Satisfecha, la pelirrosa entrelazó sus manos y estiró sus brazos, primero al frente y luego hacia arriba, moviendo su cabeza de un lado a otro con una sonrisa.
-¿Quieres que te ayude a desvestirte o prefieres hacerlo por tu cuenta? – preguntó de pronto, haciéndolo sonrojar y dejándolo mudo unos segundos.
Para ser una dama de alta sociedad, era demasiado sinvergüenza.
-Yo lo hago. – comentó, con cierto tono de enfado que, en lugar de intimidarla, la enterneció.
Con una mano en su rostro; escondiendo su sonrisa, caminó parsimoniosamente hacia la tina. Sasuke se levantó de la mesa, quejándose de nuevo por el dolor en su espalda baja. Y mientras se despojaba de su sucio kimono negro, pensó que tan lejos podría llegar si salía de ahí. La mujer le daba la espalda, confiando ciegamente en que cumplía su petición. Y aunque afuera no hiciera el mejor de los climas, prefería morir congelado a estar cerca de otro monstruo.
-¿Ya terminaste? – la pelirrosa lo interrogó de repente, despertándolo y haciéndolo saltar. - ¿Puedes llegar solo a la tina?
-Si... - respondió débilmente, paseando sus cansados ojos negros por el estado actual de su cuerpo.
Su blanquecina piel estaba llena de moretones, cortadas y dolorosas marcas malhechas con hierro caliente. Sintió un escalofrío al recordar aquello por breves instantes, observando inexpresivo el dibujo de la pezuña de una vaca hecha en su muslo izquierdo, quedando a unos centímetros de su rodilla.
De pronto, sintió como alguien le arrebataba su ropa interior. Lo cargaba y lo depositaba en el interior de la tina, sumergiéndolo por completo. Por no haber contenido la respiración, salió lo más rápido que pudo del agua y tosió, pasándose una mano a su rostro. Una vez que consiguió abrir sus ojos negros, estos se ensancharon atónitos. Las heridas en sus brazos y en su torso se estaban desvaneciendo, llevándose también el dolor.
-Lamento la rudeza. – habló la mujer con una sonrisa, arrodillándose a su izquierda y acariciando sus cabellos húmedos con sus uñas largas. - Estabas tardando siglos y el agua caliente, en esta época, no dura mucho tiempo.
Sasuke parpadeó, volteando de su pálido rostro hacia sus manos temblorosas.
La pelirrosa sonrió de nuevo. Se levantó. Hizo aparecer una silla con un hechizo de monstruo y se sentó, quedando detrás de la tina.
Con otro hechizo, hizo aparecer en su regazo una cubeta de madera pequeña y una esponja grande y amarilla llena de jabón.
Tomó la esponja. La apretó ligeramente con sus dedos y la pasó por encima de la espalda del chico, haciéndolo estremecer e inclinarse hacia adelante.
Lo que le dio la oportunidad de tomar agua de la tina con la cubeta y depositarla en su cabeza, obligándolo a tapar sus ojos y a toser.
-Todavía no nos hemos presentado. – observó, pasándole la esponja por encima de su marca rosa de árbol de cerezo. - ¿Cómo te llamas?
-Sasuke. – alcanzó a contestar, recibiendo más agua por encima de su cabeza. - ¿Y tú?
-Puedes decirme Sakura. – respondió con amabilidad, haciéndolo sonreír por primera vez desde su llegada.
Era un hermoso nombre.
Fin del capítulo.
