PARTE 3 El Nido de las Águilas
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Las Águilas Negras no sabían qué pensar ante lo que estaban viendo: la nueva profesora estaba en medio de la arena de la plaza de armas e hizo que se colocaran alrededor de ella en forma de círculo, además sólo estaba armada con un par de guanteletes de práctica. Edelgard era la única ahí que tenía una remota idea de las habilidades de su nueva profesora.
Jeritza no perdía de vista lo que estaba a punto de suceder, miraba al Azote Sombrío con mucha atención y sin decir nada.
"Atáquenme uno por uno hasta completar el círculo", indicó Byleth y miró al primero en la fila: Caspar. "Comienza".
"¡Aquí voy!" Gritó el chico con emoción, tenía un hacha de práctica en manos y se lanzó directo de cabeza hacia su nueva maestra. Soltó varios ataques básicos repletos de una fuerza de temer, pero eran ataques lentos. El chico tensó la quijada al ver que ninguno de sus ataques conectaba, su maestra los evadía todos. Frustrado, lanzó un puñetazo que fue detenido por la mano ajena.
"Tienes mucha fuerza pero el hacha no es tu arma", comentó Byleth y con un movimiento lo desarmó, lo hizo dar media vuelta y lo mandó de regreso a su sitio como si de un niño se tratase. "Ve por unos guanteletes y póntelos".
"¿Eh?" Caspar quedó mudo por la sorpresa unos segundos, tardó un poco en captar la indicación. "¡Sí!"
"El que sigue", indicó Byleth.
La siguiente en fila era Petra, que de inmediato atacó con su espada. Byleth tuvo que poner más atención, la chica parecía danzar alrededor de ella y rápidamente reconoció ese estilo de combate, además los tatuajes en el rostro de su alumna delataban su origen… Necesitaba más tiempo para leer a detalle los documentos con la información de los miembros de las Águilas Negras.
"¿Eres de Brigid?" Le preguntó Byleth a la chica en perfecto brigidés.
El resto de las Águilas miró con sorpresa que su nueva maestra aparentemente era bilingüe, el gesto de Petra se iluminó, no dejaba de atacar y le llenaba de orgullo que sus golpes tuvieran que ser bloqueados por los guanteletes de madera.
"Soy la Princesa de Brigid, mi madre me nombró Petra, soy Petra Macneary, protegida de los Espíritus del Viento y nieta del protegido por el Mar, el Rey de Brigid", se presentó Petra. "Dime más de ti".
"Soy la Hija del Quiebraespadas y de una mujer que olía a flores", se presentó Byleth. "Soy una espada y ahora una profesora".
"¿Me contarás después cómo aprendiste mi idioma?" Preguntó Petra con emoción.
Byleth no tardó en hacer un movimiento con sus brazos y manos que no solamente desarmó a Petra, también le quitó la espada y con la misma arma le apuntó a la cara. La sonrisa en el rostro de Petra se hizo más grande cuando Byleth asintió. Petra volvió a su lugar apenas Byleth le devolvió su arma.
"El que sigue", indicó la profesora.
"¡Ferdinand von Aegir está listo para atacar!" Exclamó el orgulloso joven, la lanza bien sujeta con las dos manos. "¡Es todo un honor aprender de la hija del legendario Quiebraespadas y…!"
El resto de las Águilas abuchearon con evidente fastidio y Caspar le gritó que atacara de una buena vez mientras Hubert se burlaba. Ferdinand se sonrojó, aclaró su garganta y de inmediato atacó a la profesora con precisos estoques de su lanza a la altura de su abdomen, también con giros que trataban de acertar un golpe amplio. Byleth se movía para evadir y usaba los guanteletes para bloquear si lo necesitaba.
"Tienes buena potencia", comentó la profesora.
El gesto de Ferdinand se iluminó al escuchar eso y aumentó la intensidad de sus ataques pero…
Byleth rápidamente acortó la distancia entre ambos e igualmente lo desarmó, además se tomó la molestia de usar la misma lanza para hacer tropezar al noble y quedar sentado en el suelo.
"Trabajaremos en tu defensa", dijo la profesora y le devolvió su lanza. "A tu lugar".
Ferdinand rápidamente regresó a su sitio mientras se sacudía la ropa. La siguiente Águila, sin embargo, no tenía muchas ganas de atacar.
"¡No debí dejar que me trajeran!" Gritó Bernadetta con horror mientras se escondía detrás de Dorothea.
"Oh, vamos, Bernie, lo harás bien", la animó la cantante.
La joven arquera parecía menos motivada. "¡Pero la profesora se va a enfadar porque soy una inútil y me va a comer!"
Byleth la miró largamente y de inmediato buscó algo en sus bolsillos. Bernadetta le recordaba a los niños pequeños que a veces observaba cuando iba a algún pueblo a descansar, había algunos asustadizos y sus padres solían animarlos con comida o algún juguete. Su propio padre la animaba con comida. La chica era una arquera y Byleth debía saber qué tan buena puntería tenía.
"Tira una flecha al muñeco de allá y te daré esto", dijo Byleth, mostrándole a Bernadetta unas galletas envueltas en un pañuelo. Manuela le regaló las galletas cuando la ayudó a acomodarse en sus nuevos aposentos. No había tiempo para té, pero siempre era bueno tener un bocadillo a la mano, o al menos eso dijo Manuela.
La atención de Bernadetta rápidamente fue a las galletas.
"¿No me estás engañando?" Preguntó la arquera aún con duda.
Byleth negó.
"¡No soy una niña!" Se quejó Bernadetta.
Edelgard notó que Ferdinand estaba a nada de regañar a su compañera y rápidamente lo hizo callar con un gesto y le pidió que aguardara. Bernadetta era un caso muy especial y necesitaba ser tratada con cuidado, paciencia y más gentileza. A la princesa no le molestaba admitir que la escena era cómica si su profesora tenía su cara inexpresiva de costumbre.
Byleth sólo estiró más la mano, ofreciendo las galletas en silencio. Bernadetta se acercó al centro del círculo mientras comenzaba a jugar su arco entre sus manos de manera nerviosa, tomó posición de tiro pero no tardó en notar que todos le miraban.
"¡Tonta Bernie! ¡Si fallas todos van a ver que eres un fracaso!" Se dijo la chica a sí misma mientras bajaba los brazos. Miró a su profesora sin levantar del todo el rostro, luego miró las galletas y apretó los ojos con fuerza. Tiró la flecha sin ver para acabar ya con ese martirio.
El resto de las Águilas se sorprendieron al ver que la flecha fue directamente a la frente del muñeco de prácticas, pero nadie tuvo tiempo de felicitar a la nerviosa chica.
"¡Maté al muñeco!" Gritó Bernadetta con horror, soltó su arco y salió corriendo, no sin antes llevarse las galletas prometidas.
Byleth miró a Bernadetta desaparecer de vista. Después iría por ella.
"El que sigue".
"Buen trabajo con Bernie, profesora", dijo Dorothea con su melodiosa voz, casi rió al verla asentir con parsimonia. "Entonces… ¿Ataco al muñeco que Bernie mató?" Preguntó la cantante mientras abría su libro, lista para lanzar el hechizo.
Byleth negó. "Atácame".
Dorothea se sorprendió, los demás también. "¿En serio?"
La profesora asintió de nuevo. La cantante no tuvo más remedio que concentrarse, hacer la invocación y lanzar su ataque de Trueno. Las Águilas vieron como su profesora recibía el ataque con una posición firme, luego guardaron silencio al notar el daño y cómo su cabello se había erizado de graciosa manera.
"Tienes buena potencia, te enseñaré a defenderte cuerpo a cuerpo", dijo Byleth mientras movía sus brazos y piernas para quitarse la incómoda sensación del cuerpo por culpa del ataque. También se acomodó el cabello.
"Oh, esa es una lección que sin duda me encantará", dijo Dorothea con recuperada coquetería.
"¡Dorothea!" La regañó Edelgard mientras sus mejillas se calentaban.
La cantante casi rió. "Ups, lo dije en voz alta", volvió a su sitio.
"El que sigue", indicó Byleth y miró al chico dormilón.
"Soy sanador", aclaró Linhardt.
"Entonces cúrame", Byleth sabía hechizos curativos pero eran hechizos básicos, Manuela sin duda sería demás ayuda, pero necesitaba saber el nivel de magia del muchacho.
Linhardt asintió y fue a curarla, y de hecho lo hizo bastante rápido.
"Tienes buen nivel", comentó Byleth. "También te enseñaré a defenderte".
Linhardt y su gesto de horror dieron a entender que no le gustó la idea, rápidamente regresó a su sitio. El siguiente en fila era Hubert.
"Mi turno", dijo el mago negro con una sonrisa y preparó su tomo mágico. "Profesora, seguramente sabrás que la magia oscura tiende a ser más… Agresiva…"
Byleth simplemente asintió. "Ataca".
Hubert ni siquiera lo pensó, invocó su hechizo de Miasma y Byleth lo recibió sin retroceder ni un paso. Ésta vez hubo un daño más evidente pero nada que la afectara demasiado, aunque sí sangró un poco por la boca y algunas heridas en su piel provocadas por el hostil hechizo.
"Buena potencia. También te enseñaré a defenderte", dijo Byleth.
"No creo necesitarlo si soy capaz de hacerte sangrar aunque sea un poco, profesora", dijo Hubert con una sonrisa, misma que se borró de inmediato cuando Byleth pareció desaparecer de su sitio y reaparecer frente a él. El puño de la profesora de pronto justo en su cara. "Agradeceré de todo corazón cada lección", dijo, rendido.
Byleth asintió y se alejó dos pasos. "Linhardt, ¿podrías curarme?"
El sanador se puso pálido. "Eso… ¿Eso es sangre?" Se desmayó.
Byleth lo miró largamente antes de levantarlo y ponerlo al menos contra una columna. Todos menos Edelgard vieron con asombro cómo se curaba a sí misma usando sólo sus puños.
"¡Esa técnica la sabe mi hermano y mi padre!" Gritó Caspar con emoción. "¡Quiero aprenderla!"
"Lo harás", prometió Byleth y volvió al centro del círculo. Miró a Edelgard y sintió una extraña sensación en su pecho que no pudo apaciguar, menos cuando la chica dio dos pasos hacia ella.
"Mi turno, profesora", Edelgard sujetó bien su hacha de práctica con ambas manos. Tuvo que luchar contra la necesidad de suspirar, Byleth tenía un algo que no la dejaba en paz, pero que tampoco le estorbaba para demostrarle a tan poderosa guerrera de qué estaba hecha. Sin esperar más, atacó.
Byleth al fin tenía la oportunidad de comprobar por sí misma la fuerza y la habilidad de Edelgard, su potencia era abrumadora y más de una vez tuvo que evadir los hachazos en lugar de bloquear con los guanteletes. Byleth tragó saliva, Edelgard peleaba de una manera hermosa. Y no sólo era hermosa al pelear, cada golpe era como recibir un martillazo, hacía mucho tiempo que no sentía un golpe con semejante potencia. ¡Los guanteletes poco y nada amortiguaban el daño de los hachazos!
Pese a notar los huecos en su defensa, la finalidad del ejercicio era ver sus fortalezas y luego desarmarlos, por lo que Byleth no atacaba activamente como con los demás.
Al momento de intentar desarmarla, la princesa hizo un giro rápido para evadirla y tratar de atacarla, pero no pudo, Byleth la atrapó por la cintura con un brazo, la sujetó bien por la chaqueta del uniforme y la llevó directo al suelo. Con su otra mano sostuvo el mango del hacha, apenas por encima de las manos de Edelgard para dejarla quieta. Byleth quedó arriba de la princesa.
"Tus golpes duelen mucho", fue lo único que dijo Byleth y el resto de las Águilas celebraron (menos el desmayado y la prófuga) mientras el gesto de Edelgard se iluminaba.
"¡Tu fuerza es grande como el mar, Edelgard!" Exclamó Petra.
"¡Wow, Edie, una felicitación de la profe Bylie! ¡Qué envidia me das!" Fue la linda provocación de Dorothea.
"Por supuesto que milady es poderosa", dijo Hubert con mucha satisfacción.
"¡Cada vez siento más orgullo de que seas mi rival, Edelgard!" Exclamó Ferdinand.
"¡Me toca entrenar contigo, Edelgard!" Pidió Caspar con los ánimos encendidos.
Byleth se puso de pie y ayudó a Edelgard a levantarse, no soltó su mano tan rápido.
"Luego trabajaremos en tu defensa, primero quería medir tu fuerza", dijo Byleth, por alguna razón se sentía llena de energía. ¡Esa pelea sí la agitó! Por algo su corazón latía a toda prisa, ¿verdad?
"Oh, ¿por eso no me atacaste cada que me descuidaba?" Preguntó la princesa y la profesora asintió. "Muchas gracias".
Finalmente se soltaron.
"Hubert, Dorothea", Byleth tomó aire para recuperarse de la súbita agitación y miró al par de magos. "Le haré saber al Profesor Hanneman sobre sus habilidades y él les dará más instrucciones. Yo les enseñaré a defenderse con armas. Hubert, toma una lanza y practica lo básico con Ferdinand".
Hubert pareció poco complacido pero obedeció.
"¡Te guiaré bien, compañero!" Exclamó Ferdinand y llevó a Hubert por una lanza de práctica.
"Dorothea, usarás una espada".
"Tengo algo de práctica con la espada", informó la cantante.
Byleth asintió. "Practica con Petra".
"Seré buena guía", dijo Petra con mucha propiedad y ambas chicas fueron a hacer lo que se les indicó.
"Caspar, cambia tu hacha por guanteletes, practicaré contigo y con Edelgard cuando regrese. Voy por Bernadetta… Y alguien despierte a Linhardt y díganle que vaya por una lanza y se una a Hubert y a Ferdinand", indicó y fue a buscar a Bernadetta.
Caspar y Edelgard se miraron entre sí.
"No creo que a Linhardt le guste esa idea", comentó la princesa.
"Por supuesto que no, quiero ver qué cara pone cuando le digamos", dijo Caspar con una sonrisa divertida.
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Shez se miró en el espejo del tocador del que sería su dormitorio por todo un año, ¡era el sitio más lindo en el que se había hospedado! La casa de su niñez donde vivió con su madre adoptiva tenía sus más hermosos recuerdos, pero la cabaña estaba hecha de madera y paja y por tocador tenían una mesa y un espejo pequeño. Y admitía que el uniforme le quedaba bien, le gustaba.
Se dio el tiempo de conocer el monasterio mientras arribaba su Capitana con el grupo. Ya casi acababan las clases del día, pero tenía oportunidad de buscar a las Águilas Negras y presentarse, ¡y retar al Azote Sombrío! Fue a buscar el salón de las Águilas y una monja le dijo que la profesora nueva y su clase estaban en la Plaza de Armas.
Era imposible perderse camino a la Plaza de Armas desde donde estaba, sólo debía caminar en línea recta, pero desde medio camino ya le era posible escuchar los sonidos del choque de armas de madera. La mercenaria aceleró el paso y los encontró, ¡ahí estaba el Azote Sombrío con el grupo de Edelgard!
Byleth supervisaba a todos sus alumnos y entrenaba con ellos a turnos sin descuidar a los demás, daba instrucciones breves y claras y todos la obedecían. Shez estaba francamente sorprendida. Lo poco que conocía del Azote Sombrío no concordaba con esa manera tan activa de moverse entre los alumnos. Pese a tener su cara de piedra de siempre, había un algo extra en su tersa voz.
Quizá ya no debería referirme a ella como "Azote Sombrío", mucho menos "Demonio", pensó Shez mientras iba corriendo hacia el grupo. Todos la vieron.
"¡Shez!" Gritaron con emoción, pero sin hacer pausa, al menos no hasta que Byleth lo indicó.
"¡Wow, estás uniformada!" Exclamó Caspar.
"¡Así es! ¡Y a partir de hoy soy miembro de las Águilas Negras!" Respondió Shez mientras le daba sus documentos a Byleth.
Byleth revisó poco y nada de los papeles, sólo los puso donde no se maltrataran.
"El entrenamiento ya casi termina", informó Byleth.
"Sí, eso veo", comentó Shez, mirando a sus nuevos compañeros sucios, empapados de sudor y más de uno golpeado… ¡Incluso el sanador estaba maltratado! "Entonces ya no debes tener energía para mí", dijo con una sonrisa provocadora.
Byleth miró largamente a Shez, le dio más galletas a Bernadetta sin decir nada y miró al resto de sus alumnos. "Despejen el área y descansen".
"¡Genial, vamos a ver a la profe pelear contra Shez!" Exclamó Caspar con emoción.
"¡Ahora verás porqué debes apostar por mí, Edelgard!" Exclamó la mercenaria y fue por dos espadas de entrenamiento. "Supongo que con éstas estarás bien, profesora".
"Y tú con esto estarás bien", respondió Byleth, mostrándole sus guanteletes de madera.
Shez frunció el ceño, más de uno notó el reto en la voz monótona de la maestra.
"¡Ya veremos si tienes algo qué enseñarme o no!" Exclamó Shez y comenzó a atacar a Byleth con esa velocidad que era la envidia de propios y extraños. En cada oportunidad soltaba espadazos con bastante fuerza, confiada en que las armas de madera no serían letales, pero cada uno de sus golpes era evadido o repelido por los guanteletes.
"No abras tanto las piernas", indicó Byleth y pateó ligeramente uno de los pies de Shez, sacándola de balance y haciéndola caer en una rodilla.
"¡Mierda!" Shez se puso de pie tan rápido como pudo y atacó nuevamente de frente con ambas espadas, pero no contaba con que ella evadiría ambos golpes agachándose y cerrando la distancia entre ambas.
"Mantente más firme", continuó Byleth y simplemente la empujó, haciendo que Shez trastabillara.
Las Águilas se tomaban en serio ese encuentro, Shez era terriblemente rápida y hacía falta mucha más velocidad para poder lidiar con ella y hacerlo parecer simple. Edelgard comprendía que su profesora fuera menos gentil con Shez, también era una mercenaria de profesión después de todo.
Shez no pensaba rendirse, atacó una vez más procurando ángulos extraños, sacando toda la ventaja posible de su velocidad y flexibilidad. Justo cuando pensó que la tenía en una posición perfecta, intentó atacar a su costado, sólo para que todo se pusiera negro de repente y cayera sentada. Byleth había avanzado hacia Shez y la cubrió con el largo de su pesado abrigo para cubrir su visión.
"Tu velocidad es sobresaliente, tus ataques requieren que el enemigo sepa adaptarse o de lo contrario está perdido, trabajaremos en tu resistencia y en tu defensa", fue lo único que dijo Byleth mientras se acomodaba bien el abrigo y le ofrecía su mano a Shez para ayudarla a levantarse. "Bienvenida a las Águilas Negras".
Shez abrió la boca pero no pudo decir nada, no tardó en sonreír y tomar la mano de Byleth. "Gracias, profe".
Y las Águilas Negras celebraron a su nueva compañera. Byleth se sentía como si hubiera terminado de comer la más deliciosa comida o como si hubiera pescado el pez más grande del río, sólo así podía explicarlo. Fue por los papeles de Shez, notó que Jeritza le miraba.
"Necesito pelear contigo", murmuró Jeritza.
Byleth lo miró de reojo y asintió. "Haré tiempo, ahora mismo debo trabajar", respondió y luego se dirigió a sus alumnos. "Pongan el equipo en su lugar, la clase ha terminado".
"¡Sí!"
"Ya es hora de comer, ¿nos acompañas, profe?" Preguntó Dorothea, acompañada por Bernadetta.
Byleth iba a negarse, tenía que hacer sus reportes para Hanneman y Manuela pero… Su estómago rugió. "Sí. Nos vemos en el comedor".
"Te estaremos esperando", respondió la cantante y regresó con los demás.
Byleth tuvo un gran primer día de clases como Profesora en la Academia de Oficiales.
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"¿Entonces los alumnos están cómodos con la nueva profesora?" Preguntó Rhea mientras Seteth y ella revisaban los pendientes del día.
Seteth frunció ligeramente el ceño. "Hasta el momento no hay nada malo qué reportar", respondió y no calló lo siguiente. "Rhea, dime porqué elegiste a una mercenaria de escandalosa reputación como profesora. Jeritza era el candidato más adecuado para esa posición. Considero injusto que prefirieras a la mercenaria por encima de un miembro con más antigüedad y experiencia en el Monasterio".
Rhea sabía exactamente la razón de su preferencia, pero si le decía a su fiel Consejero que era porque esa chica era la viva imagen de Sitri (salvo por el color del cabello y ojos) no lo iba a entender. Seteth no conoció a Sitri, y a Jeralt tampoco en todo caso, daba igual que Alois (el actual Capitán de la Orden de Seiros) mencionara al antiguo Capitán siempre que tuviera la oportunidad.
"Jeritza es un guerrero sin igual, pero también quise darle la oportunidad a alguien de la edad de los alumnos para motivarlos. Tenemos a los tres herederos de las regiones de Fódlan", fue la simple explicación de la Arzobispa. "Y ya viste que funcionó, tú mismo mencionaste que todas las Águilas compartieron mesa con ella y comieron juntos".
Seteth no podía negar que los alumnos se notaban motivados y alegres con su nueva profesora. Suspiró hondo. "Confío en tu juicio, Rhea, pero seguiré al pendiente de la mercenaria".
"Te encargo que la guíes, por favor".
El Consejero ya no dijo más. Nunca había visto a Rhea tan contenta a decir verdad. Por supuesto, no iba a permitir que Flayn estuviera cerca de la mercenaria a la que apodaban Demonio.
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Luego de la hora de la comida, los tres profesores de la Academia de Garreg Mach estaban en la oficina de Byleth porque era la más ordenada. Compartían té mientras intercambiaban información de los alumnos de cada grupo. Mención aparte, Hanneman le preguntó a Byleth si tenía una cresta y ésta negó, el aparato en su desordenada oficina confirmó la información de Byleth. Además la chica no sabía sobre las Crestas, por lo que el profesor la invitó al seminario de Emblemología que impartiría los días sábados.
"Éste muchacho Vestra viene de una familia que es amiga de la mía, trabajaré bien con él, y también con la joven Arnauld", dijo Hanneman luego de leer los informes de Byleth. Había hecho un buen trabajo para ser nueva en el oficio. Luego miró a Manuela. "Y debo decir que tienes un verdadero diamante entre los Ciervos, Manuela".
"Oh, Lysithea es una jovencita muy talentosa y trabajadora, pero desde ahora les advierto a ambos que no la traten como a una niña, eso la enfada", comentó Manuela y enseguida agregó. "Mañana tienes clase con los Ciervos Dorados. Te aviso que mi sanadora Marianne necesita tacto y comprensión, cuida de ella".
Hanneman asintió.
Byleth revisaba los documentos que le dio el mago. "Estos alumnos parecen ser muy fuertes".
"El más fuerte de ellos es el joven príncipe", informó Hanneman. Sabía que su joven colega tenía clase con los Leones Azules el día siguiente. "Los Leones tienen ya una dinámica de grupo y parecerán complicados al principio, pero son muy disciplinados. Oh, te aviso que éste muchacho prefiere por sobre todo las batallas con armas", comentó, señalando el expediente de Felix. "No ve la necesidad de estudiar magia".
Byleth leyó el expediente sólo por encima. "Le mostraré el uso de la magia en batalla".
"Oh, ¿sabes hechizos, joven Byleth?" Preguntó Hanneman, interesado.
"Escuché que tienes magia sanadora", comentó Manuela.
"Sólo la básica para cerrar una herida superficial y detener un sangrado normal", respondió Byleth. Enseguida miró al mago, sacó su daga y por medio de ella invocó un ataque de fuego.
"¡Maravilloso!" Hanneman casi aplaudió, su joven colega era capaz de canalizar la magia por medio de armas. Tenía a su lado a una guerrera muy avanzada para su edad. "Me ayudaría mucho que le demuestres a los Leones lo que pueden lograr con la magia en combinación con las batallas físicas".
Byleth asintió.
"Oh, cariño, aquí dice que tu sanador es talentoso pero le tiene miedo a la sangre", comentó Manuela, leyendo el reporte de Linhardt.
"Se desmaya", agregó Byleth.
"Bien, me encargaré de eso", Manuela analizó a la sanadora de los Leones de nombre Mercedes. "Ésta jovencita parece ser todo un encanto".
"Oh, y lo es, sabrás sacar su mejor brillo, Manuela, tiene mucho talento", el mago estaba bien con la única maga de los Leones, Annette era muy aplicada y trabajadora.
"Por cierto, ¿te sentiste bien en tu primera clase?" Preguntó Manuela a la joven profesora.
Byleth asintió. "Fue… Ah… No sé decirlo… Me sentí cómoda", explicó Byleth como mejor pudo.
Los otros dos profesores sonrieron.
"Aún tengo que estudiar los libros sobre enseñanza que Seteth me dio", comentó la mercenaria, la cansaba pensar en esos libros. Le gustaba leer pero…
Manuela soltó una sola carcajada. "No leas esa basura, cariño, nosotros te enseñaremos a rellenar los reportes mensuales de los alumnos y a armar los planes de estudio, debes desarrollar la manera de enseñar que te sea más cómoda".
"Por mucho que eso suene a un mal consejo, debo darle la razón a Manuela", dijo Hanneman y estuvo a nada de encender su pipa. "Oh, ¿no te molesta?" Le preguntó a Byleth y ésta negó, de hecho sacó una cantimplora de su abrigo y les ofreció. "No me vendría mal un trago", sonrió el mago.
"A mí tampoco", agregó Manuela, juguetona.
"Licor de Brigid", informó Byleth y las miradas de ambos profesores brillaron.
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Según lo que Hanneman y Manuela le contaron, sólo los primeros cinco días eran los más ocupados mientras se familiarizaban con los alumnos y armaban un plan de estudio según las necesidades de los mismos.
Al día siguiente Byleth tenía clases con los Leones Azules, pero era mandatorio que pasaran lista con su propia clase y les hicieran saber qué profesor les daría clase ese día. Byleth vio con satisfacción a todas sus Águilas en el salón de clases, incluso a un Linhardt adormilado y a una Bernadetta escondida detrás de Dorothea, todos uniformados y listos.
"Buenos días", saludó Byleth y todos respondieron el saludo al unísono. "Hoy tendrán clase con la Profesora Manuela".
"¡Qué bien!" Celebró Dorothea.
"Viva", sonó la voz sin ánimo del sanador de la clase.
Caspar levantó la mano y Byleth le cedió la palabra.
"Profe, ¿por qué debemos estudiar con la Profesora Manuela? Ya tenemos un sanador".
"No siempre habrá un sanador cerca", explicó Byleth. "Si alguno de ustedes aprende magia curativa básica, le ahorran energía y tiempo al sanador de su grupo", continuó, mostrando cómo invocaba magia blanca, magia curativa con su mano.
"Ya la escucharon", dijo Linhardt.
"Eso me consta", Shez levantó la mano, "ella me curó durante la misión y nuestros sanadores pudieron concentrar sus fuerzas en los otros heridos".
"¿Y si no tenemos afinidad con ese tipo de magia?" Preguntó Edelgard luego de pedir la palabra, consciente de que la magia curativa requería una alta dosis de fe a la Diosa. Y Edelgard perdió toda su fe y a sus hermanos en aquellos oscuros calabozos.
"Entonces aprenderán a atender heridas del modo tradicional", respondió Byleth. "Las pociones curativas ayudan con golpes y cortes, pero no enderezan un hueso roto o restauran un órgano dañado".
Ésta vez Ferdinand levantó la mano y se le cedió la palabra. "¿Profesora, cómo aprendiste magia curativa?"
"Papá me enseñó".
Edelgard arqueó una ceja al escuchar eso. Normalmente la magia curativa requería constantes rezos a la Diosa, la princesa no visualizaba a Byleth como alguien que juntara las palmas y rezara. Por suerte, sus compañeros eran tan curiosos como ella.
Petra levantó la mano. "En Brigid tenemos Espíritus, no una Diosa, y Magia Curativa necesita creer en Diosa, ¿tú crees en Diosa, maestra?"
Bendita seas, Petra, pensó Edelgard con alivio.
Byleth cerró los ojos. "Desconozco las enseñanzas de la Diosa", respondió y no notó la sorpresa de más de uno de sus alumnos.
Shez nuevamente intervino. "En el campo de batalla los dioses no te salvan, sólo tu habilidad y la suerte", explicó la mercenaria.
"La magia sanadora sólo requiere fe", continuó Byleth.
"¿Fe en qué?" Preguntó Petra de nuevo.
"En mi caso, en mi papá", respondió la profesora.
"Los sanadores de mi grupo sí tienen fe en la diosa, pero tampoco son practicantes activos", contó Shez.
"La Profesora Manuela los guiará mejor en la magia curativa, pero todos aprenderán técnicas de rescate y curación, también sobre el cuerpo humano", continuó Byleth y pronto recordó algo. "Una vez ayudé a una mujer a dar a luz".
"¿¡Eh!?" Todo el grupo se sorprendió.
"Fue un niño", agregó la profesora.
"¿El bebé era lindo?" Preguntó Bernadetta, visiblemente emocionada por la historia.
"Sí, era de éste tamaño y lloraba fuerte, tenía buenos pulmones", Byleth hizo el ademán con las manos de algo pequeño y redondo.
"¿Cuándo pasó eso?" Shez fue la siguiente en preguntar.
Byleth sacó su diario de un bolsillo interior de su abrigo y rápidamente lo hojeó hasta encontrar el dato. "Tres lunas después de trabajar con tu grupo mercenario. Escolté a una pareja de mercaderes a un puerto en Hrym, la mujer estaba encinta y pensaba visitar a las matronas en el pueblo mientras su marido hacía negocios, pero el bebé se adelantó. Acampábamos y era de madrugada. Ella comenzó a sangrar", contó Byleth. Pese a su voz falta de emociones, tenía a todos sus alumnos atentos al relato. "El bebé estaba en mala posición", continuó y les mostró a todos la daga en su cintura. "Usé esto para abrir con cuidado el vientre de la madre y sacar al bebé", guardó su daga y luego hizo brillar su mano con la brillante energía curativa. "Y usé esto para contener el dolor y el sangrado de la madre, y sanarla poco a poco mientras ella amamantaba a su bebé".
Todas las Águilas quedaron en silencio ante el increíble relato.
"Por eso aprendan todo lo posible de la Profesora Manuela, nunca se sabe", concluyó Byleth. "Me retiro, estaré con los Leones Azules el día de hoy".
Sin más, Byleth salió del salón. Las Águilas no tardaron en recuperar la voz y platicar con emoción lo que acababan de escuchar.
La misma daga con la que mató a ese bandido… Es la misma daga que ha usado para traer una vida al mundo, pensó Edelgard sin ocultar del todo su emoción.
"Parece que el Demonio es una verdadera caja de sorpresas", comentó discretamente Hubert al lado de Edelgard.
"Sí, lo es", respondió Edelgard en voz baja. "Y te pediré que de ahora en adelante ya no te dirijas a ella con ese apodo, tampoco como Azote Sombrío", dijo la princesa. "Incluso Shez ha dejado de hacerlo", agregó para darle un último golpe verbal a Hubert. Reconocía que su vasallo tenía el mismo tacto que un martillazo en la cara.
Hubert sonrió de medio lado. "Me disculpo por mi rudeza, milady, llamaré a nuestra profesora como lo que es", dijo con una ligera reverencia.
"Muchas gracias". Edelgard suspiró y enseguida frunció el ceño. "Aún tengo oportunidad de reclutarla", comentó. "En la comida nos comentó que su contrato como maestra duraría el año escolar".
"Lo que a mí me preocupa es que la Arzobispa no la deje ir tan fácilmente", dijo Hubert.
"No si la pongo de mi lado", refutó Edelgard de inmediato. "Aún le debo mi vida".
Y Hubert sabía que un simple "gracias" no valía la vida de su protegida, también debía esa deuda.
La plática del grupo bajó el volumen y se volvió respetuoso silencio cuando sonaron los tacones de Manuela entrar al salón.
"Buenos días, corazones", saludó la cantante y todos respondieron el saludo al unísono. "Ya deben saber quién soy pero me presentaré. Soy Manuela Casagranda y les enseñaré sobre Sanación. Y recuerden que los viernes dirijo el taller de vuelo, los que quieran unirse deben anotarse cada semana a más tardar el jueves después de clases. Necesito pedir los animales a los cuidadores", dijo Manuela con su hermosa voz, se recargó en el escritorio y notó con encanto que todos estaban atentos a sus palabras.
Dorothea hizo un saludo rápido a Manuela y ésta asintió, sonriente. Caspar levantó la mano animadamente.
"Te escucho, querido".
"¿Cuándo aprenderemos a ser parteros?"
Manuela parpadeó un par de veces antes de soltar una melodiosa risa.
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Ésta vez Byleth se había tomado el tiempo de leer los expedientes de los Leones Azules para aprender sus nombres y habilidades básicas. Una sanadora, una maga y el resto de ellos combatientes a mano armada: dos lanceros, un espadachín, un hachero y un arquero. Y de entre el grupo, el príncipe Dimitri era considerado el más fuerte de todos.
Byleth respiró hondo. Era hora de adentrarse en la guarida de los Leones.
Sus fantasmales pasos no se hicieron escuchar y nadie la notó sino hasta dejar sus cosas en el escritorio.
"Buenos días. Soy la profesora Byleth y les voy a enseñar Táctica y Combate".
CONTINUARÁ…
