PARTE 5 Estampida de Ciervos

~o~

"De verdad no te envidio", dijo Shez mientras salía del comedor junto con Byleth, la ayudaba a cargar té y bocadillos en dirección a las oficinas principales. Ya era de noche y la nueva profesora aún tenía cosas por hacer.

"Hanneman y Manuela me dijeron que sólo la primera semana es complicada", respondió Byleth, debía ir a su oficina para trabajar con el otro par de maestros. "Por cierto, aún no le digas a los demás, pero habrá una batalla de práctica entre las tres Casas en unos días".

"¡Genial! ¡Les daré una lección a todos sobre cómo…!"

"Te lo estoy contando porque Seteth dijo que no puedes participar".

"¿Eh? ¿Por qué? ¡Ese tipo tiene algo contra mí!" Gruñó la mercenaria.

"Sí, pero también es porque ya tienes experiencia en batalla y sería una ventaja injusta de parte de las Águilas", respondió la profesora, inalterable.

"Eso es justo, supongo", murmuró Shez.

"A cambio propuse que fueras tú quien estuviera en el campo de batalla y te encargaras de vigilar y sacar a los que queden fuera, y cuidar que ninguna pelea se salga de control".

"¡Oh, seré como una jueza! Esa idea me gusta más", respondió una feliz Shez.

"Hanneman dijo que hay muchos alumnos con crestas y que esas crestas suelen darles ventajas físicas y mágicas a los que las portan. Ahora que van a enfrentarse entre ellos…" Byleth no necesitó terminar la frase.

"Sí, sé cómo se pueden encender los ánimos cuando eso pasa, una vez le rompí la nariz a Getz en una pelea amistosa", contó Shez con desagrado. "Tuve que pagarle la cerveza por una semana", miró de nuevo a la profesora. "¿Entonces tú tampoco participarás?"

Byleth negó. "Los profesores seremos algo así como los clientes que los grupos deben proteger. Estaremos en una base".

"Entonces… Supongo que el equipo que pierda a su cliente es el que queda descalificado".

"Sí, y no importa cuántos alumnos queden activos todavía".

"Y supongo que parte de mi trabajo será hacerles saber si su base ha sido tomada".

Byleth asintió.

Las mercenarias llegaron a la oficina de Byleth y Shez la ayudó a acomodar las cosas en una mesa. Hanneman y Manuela estaban ahí.

"Oh, joven Shez, buenas noches", saludó Hanneman.

"Cariño, buenas noches. Gracias por tu ayuda en la clase de hoy", dijo Manuela con alegre gesto.

"¡Buenas noches! Y fue un placer ayudar, profesora Manuela".

"Gracias, Shez. Ya ve a dormir", dijo Byleth.

"Y ustedes no duerman tan tarde", se despidió Shez y fue directo a los dormitorios. ¡Gracias a la Diosa que el monasterio no era tan grande o se perdería!

Apenas quedaron a solas, los tres profesores siguieron trabajando en el plan de estudios del mes. Además, Hanneman y Manuela se tomaban el tiempo de enseñarle a Byleth lo básico de los informes para poder entregar sus reportes a Seteth, y éste repartiera las misiones mensuales según la habilidad del grupo.

"¿Qué tipo de misiones hacen los alumnos?" Preguntó Byleth.

"Protección de aldeas, escolta, a veces deben buscar pequeños grupos de ladrones", explicó Hanneman. "Pero no lo hacen solos, siempre van acompañados por batallones de apoyo o Caballeros de Seiros, depende de la misión".

"No pueden permitir que alguno de estos muchachos de noble cuna quede malherido o muerto", agregó Manuela.

Byleth recordaba bien la razón por la que terminó en Garreg Mach, porque la hermosa joven que salvó casualmente era ¡la princesa heredera del Imperio de Adrestia! Pero sus pensamientos se vieron interrumpidos por las siguientes palabras de Manuela.

"No tienes idea de los problemas que tendrían en el Monasterio si alguno de estos herederos con cresta se pierde en combate… Nunca habíamos tenido a tantos en una sola generación".

Byleth miró largamente a Manuela mientras Hanneman ponía un gesto serio.

"¿Esas Crestas son tan importantes?" Preguntó Byleth en voz baja.

"Las Crestas son algo fascinante que sigue intrigando a los estudiosos… Pero quienes portan esas Crestas les dicen los Bendecidos", respondió Hanneman mientras fumaba su pipa, sus palabras fueron perdiendo entusiasmo conforme hablaba.

"Que nada de lo que hablemos salga de ésta oficina, cariño", murmuró Manuela y Byleth asintió.

~o~

"Buenos días", saludó Byleth a sus Águilas y todos respondieron al unísono. Los notó animados y eso le hizo sentir una agradable sensación en el pecho. "Hoy tienen clases de Magia con el Profesor Hanneman. Recuerden que él es el encargado de las clases de equitación. Les pido a todos que vayan, es importante aprender a cabalgar".

Ferdinand levantó la mano y se le cedió la palabra. "¿Sabes cabalgar, profesora?"

"Sí, aprendí en el caballo de papá", respondió Byleth. "No sería mala idea conseguir un corcel", murmuró para sí misma.

Fue el turno de Petra de levantar la mano y habló apenas se le permitió. "Tengo problemas con clase de hoy. Puedo con Magia que cura, pero con magia normal tengo dudas".

Y obviamente no era la única ahí con esa preocupación. Mientras que con suficiente fe era posible aprender un hechizo básico de curación, la magia requería una afinidad natural para que valiera la pena en combate, pero la vida mercenaria y su padre le habían enseñado muchas cosas a Byleth.

"No es necesario que todos sean magos, no todos tienen la habilidad, pero saber reconocer los tipos de magia de un adversario y las limitaciones de esa magia, les ayudará a moverse mejor", explicó Byleth. "Si ven a un mago con un tomo y reconocen que es de Fuego, tendrán cuidado al acercarse. Si es un hechizo de Hielo, procurarán ataques a distancia para no ser congelados", continuó la profesora mientras caminaba entre los escritorios. "Si ven a un mago de nivel alto y reconocen su tipo de magia, sabrán a qué aliados llamar para pelear, o podrán hacer una retirada".

Edelgard escuchaba a Byleth con sincera atención. Su profesora y su tersa voz monótona siempre parecían tener una respuesta para todo. No les estaba asegurando que todos podrían ser magos, les explicaba las ventajas de saber sobre el tema y cómo sacar el mejor provecho de ello.

"Si sonríes más, se te va a quedar la cara así", murmuró Shez cerca del oído de Edelgard y la hizo saltar.

Shez estaba sentada en el escritorio de atrás con Dorothea y ambas reían por su pequeña broma. Edelgard se sonrojó y les miró con el ceño fruncido mientras Hubert se mostraba molesto, cosa que no pareció preocupar al otro par.

"¿Tienen alguna pregunta?" Byleth se detuvo junto a Edelgard.

"No, me disculpo por la interrupción", dijo una ruborizada Edelgard de inmediato y les lanzó otra severa mirada a Dorothea y a Shez.

"Tengo una pregunta", dijo Shez mientras levantaba la mano alegremente. "¿Hay que aprender mucha magia para poder usarla con armas? Una vez vi a un tipo hacerlo, invocó un rayo con su espada". El grupo de Berling consistía en tres sanadores y el resto eran puros peleadores a mano armada, no tenían magos porque eran más caros. Debían arreglárselas con lo que tenían.

Byleth negó. "No se necesita mucha magia, sólo concentrarse en la magia con la que tengan afinidad, en caso que la tengan", y como ejemplo, sacó su daga y se concentró sólo para que la afilada hoja se encendiera en llamas. "Tengo afinidad con la magia de fuego, es el único hechizo que sé. No puedo hacer una bola enorme de fuego pero lo practiqué lo suficiente para imbuir mi arma. Los que no sean magos como Hubert o Dorothea pero que puedan hacer al menos un hechizo, tendrán oportunidad de hacer esto si practican mucho. Y los que no, no se preocupen. Magos o no…" La profesora lanzó su daga aún en llamas a la pizarra, el arma se clavó en la madera y comenzó a quemarla, "todos sangran igual".

Los alumnos se quedaron callados mientras su profesora iba por su daga.

"Pórtense bien con el profesor Hanneman. Estaré con los Ciervos Dorados, los veo en el comedor. Si llegan antes que yo, pidan pescado para mí".

Byleth se retiró.

"No pude dormir por culpa de la aterradora explicación", murmuró Linhardt mientras miraba el daño en la pizarra.

"Ella no está mintiendo, he peleado contra magos y hay que tener cuidado o no podrás acercarte mucho", explicó Shez. "No es lindo que te lancen una bola de fuego en la cara", murmuró la mercenaria con desagrado.

"Me agrada el estilo de nuestra profesora", dijo Hubert solamente a su princesa.

"A mí también, deja en claro lo importante que es saber", comentó Edelgard con una sonrisa, antes de mirar a sus compañeras en el asiento de atrás. "No deberían interrumpir las clases así", las regañó.

"Oh, Edie, no es culpa nuestra que tu hermosa sonrisa brille más que el mismísimo sol", fue la descarada respuesta de Dorothea. Shez sólo sonreía.

"Yo también creo que la sonrisa de Lady Edelgard es hermosa", sonó la tímida voz de Bernadetta desde el asiento de atrás, compartía escritorio con Petra. Sólo escuchó lo último de la plática.

"Ellas están acertadas, belleza de Lady Edelgard es digna de duelo en Brigid", completó una seria Petra.

"¡Ya basta!" Las regañó Edelgard mientras se cubría el rostro con ambas manos. Estaba roja.

Antes de que Hubert pudiera salir en defensa de su princesa (no que estuviera en desacuerdo con la opinión de sus compañeras), se escucharon firmes pasos entrar al salón. Era el profesor Hanneman.

"Buenos días, jóvenes, soy Hanneman von Essar y seré su Profesor de Magia. También estoy a cargo de los cursos de Equitación los viernes. Y los sábados imparto un seminario de Emblemología", dijo el profesor mientras dejaba sus libros en el escritorio principal. "Hago la invitación para que todos asistan, incluso los que no tienen Crestas. Sé que encontrarán utilidad en ese conocimiento".

Dorothea puso un gesto de visible desagrado ante la mención de las dichosas Crestas, Edelgard la notó de reojo. El más animado ante el tema era, sorpresivamente, Linhardt.

"¿Hasta cuándo tenemos para anotarnos en los cursos de Equitación?" Preguntó Shez apenas levantó la mano y se le permitió la palabra. En el grupo mercenario nunca tuvo la oportunidad de aprender a cabalgar, tener caballos significaba más gastos que no podían permitirse. ¡Por supuesto que iba a aprovechar la oportunidad!

"Hasta el jueves a la hora de la comida, debo pedir los caballos", respondió Hanneman.

"Todas las Águilas Negras estaremos en los cursos de Equitación, profesor Hanneman, le pido por favor que nos tenga anotados de ahora en adelante", dijo Edelgard en cuanto pidió y se le dio la palabra. "La profesora Byleth dijo que lo hiciéramos".

Hanneman asintió. "Me alegra escuchar que están motivados, jóvenes. Bien, comenzaremos con las clases de magia, espero que todos estén listos para aprender".

Caspar gritó con emoción. "¡Quiero encender mis puños en llamas!"

"Oh, es posible si estudias mucho", respondió el mago, contento de ver que las Águilas Negras en verdad eran alumnos muy cooperativos. Byleth estaba haciendo un gran trabajo con ellos. "Comencemos", y entonces notó el agujero carbonizado en la pizarra. "¿Qué pasó aquí?"

~o~

Byleth tomó aire, era hora de conocer al último grupo de alumnos. Según lo que leyó en los documentos de los Ciervos Dorados, eran un grupo más variado, una mezcolanza de nobles y plebeyos, plebeyos que entraron ahí pagando la alta cuota requerida por el Monasterio. Lo único que ella podía hacer por cada uno de esos alumnos era enseñarles todo lo posible. Byleth Eisner no era alguien que hiciera los trabajos a medias, si debía enseñarle a esos muchachos a pelear y sobrevivir, lo haría.

La profesora entró al salón, sus pasos fantasmales acompañándola como siempre.

Los Ciervos eran ruidosos salvo por la Sanadora y la Maga. La Sanadora le recordaba un poco a su pequeña Bernadetta, tenían una manera muy similar de sentarse. La maga estaba concentrada en su libro y pedía silencio a los otros.

Byleth dejó sus papeles en la mesa y hasta ese momento los Ciervos la notaron. Todos corrieron a sus asientos.

"Buenos días, soy Byleth y seré su maestra de Táctica y Combate", se presentó Byleth.

"¿Ella de verdad es el Azote Sombrío?" Preguntó el gigantesco Raphael, sorprendido de que no se tratara de un gigante de dos metros.

"Sí, su identidad fue confirmada por nuestra amiga Shez", dijo Claude con una sonrisa. Se puso de pie e hizo una inclinación. "Bienvenida a la clase de los Ciervos Dorados, profe, espero disculpe nuestros malos modales".

"Lo dirás por ti", dijo el orgulloso Lorenz. "Al menos yo me encargaré que nuestros compañeros sean el ejemplo andante de…" El noble no pudo terminar de hablar, fue interrumpido.

"¿Eres la Hija del Quiebraespadas, verdad?" Preguntó Leonie en voz alta.

Byleth asintió.

"¿El Capitán no te platicó de mí? ¡Fui su primera y mejor aprendiz!" Declaró la chica con orgullo.

Byleth se cruzó de brazos y ladeó la cabeza. "Papá nunca tomó ni tuvo aprendices", respondió con parsimonia. Al menos no mientras fue mercenario. Según lo que su padre le contó, tuvo un escudero entre los Caballeros de Seiros… Y ese escudero era Alois. Lo supo luego de releer el diario de su padre esas noches antes de dormir.

Leonie se alborotó el cabello con resignación. "Definitivamente eres la Hija del Quiebraespadas… El Capitán decía lo mismo, que no tomaba aprendices", la chica suspiró. "Aprendí lo que pude de él hace varios años, cuando estuvo en Sauin por una misión".

Byleth recordó a qué misión se refería la chica. Su padre estuvo de viaje por alrededor de un mes completo, sólo acompañado por un puñado de sus mercenarios más fuertes mientras los demás se quedaban en Remire. Byleth por ese entonces tenía quince años y rápidamente calculó que Leonie tendría unos catorce.

Su padre murió un año después de eso.

"Cuando escuché que el Capitán había muerto…" Murmuró Leonie con tristeza.

Byleth se acercó a la chica. "Cuando papá regresó de ese viaje me dijo que había una niña que no lo dejaba en paz", contó y vio a Leonie sonrojarse, "pero que esa niña tenía mucho talento y fuerza y que esperaba que llegara lejos", completó y vio que la mirada de la chica brillaba. "Te ayudaré a que llegues lo más lejos posible".

Leonie recuperó toda su seguridad. "Soy fuerte, te lo aseguro, profesora", la chica apretó ambos puños. "Aunque fue poco tiempo, aprendí del mejor y justo ahora sé que podría vencerte".

Semejante aseveración se ganó un sonido de admiración del resto de los Ciervos.

Byleth miró largamente a Leonie. "Todos a la plaza de armas", ordenó y los Ciervos salieron tras ella.

Jeritza esperaba pacientemente en la entrada, listo para que la profesora firmara su entrada y uso del espacio. Quería ver qué tanto podía encender el alma de esos muchachos, y descubrió que el mejor reflejo de eso era en la cantidad de armas rotas. Ninguno dijo nada mientras Byleth firmaba y Jeritza les permitía el paso.

"Supongo que nos saltaremos las cordialidades que escuchamos de los Leones y las Águilas", dijo Claude, divertido mientras miraba a Leonie ir directo por una lanza.

"¡Estoy lista!" Exclamó la chica.

Byleth negó y miró a los Ciervos. "Todos en fila", indicó y miró a Leonie. "Esperarás tu turno como todos los demás". Fue a colocarse un par de guanteletes de prácticas nuevos, los otros se rompieron el día anterior entrenando con los Leones.

Leonie estuvo a punto de reclamar pero notó que sus compañeros ya se habían formado como se les ordenó. La chica refunfuñó mientras se formaba.

"Todos pelearemos, no hay prisa", le dijo Hilda a su compañera. "Puedes tomar mi turno si quieres, no me molesta para nada ser la última".

"O puedes tomar mi turno, no es necesario que la profesora pierda el tiempo conmigo", murmuró Marianne con voz pequeña.

"Yo no sé qué hago aquí", refunfuñó Lysithea.

"Compañeras, les pido que guardemos la compostura mientras estamos en prácticas", dijo Lorenz, serio.

"Estoy de acuerdo con él", agregó Claude. Independientemente de su personalidad relajada, el joven heredero no quería que los Ciervos Dorados dieran una mala impresión a la nueva profesora.

"¡Yo quiero pasar primero y medir la fuerza del Demonio de las Batallas!" Exclamó un emocionado Raphael.

"Si quieres pasar primero, entonces quédate en uno de los extremos, no sabemos desde dónde va a comenzar la profesora", dijo Ignatz, igualmente emocionado por conocer a la mercenaria de la que todos hablaban.

Apenas Byleth se alistó, miró a los Ciervos Dorados, mentalmente repasaba lo que aprendió de ellos en sus expedientes.

"Pasarán uno por uno, tomarán un arma y veremos cuáles son sus puntos fuertes y en cuáles necesitan ayuda", dijo Byleth y señaló a Raphael. "Ve por tu arma".

"¡Sí!"

El gigantesco Raphael fue a colocarse unos guanteletes que le ajustaran bien a sus enormes manos. Byleth al fin iba a enfrentarse a alguien que confiaba en sus puños desde el principio.

"¡Estoy listo, profesora!"

"Ataca".

Y Raphael atacó, la potencia de cada golpe era evidente y no dudaba al atacar. Byleth evadía los puñetazos y bloqueó un par para medir su verdadera potencia. El chico contaba con una fuerza de temer. Byleth estaba satisfecha con la demostración, pero era hora de la lección. Aprovechando un gancho de Raphael, Byleth lo evadió y sacó de balance a su alumno con un empujón en la espalda.

"Eres muy fuerte y sabes atacar, pero tu defensa está expuesta. Eres muy grande y eso te hace fácil de atacar", dijo la profesora mientras el gigante seguía atacando y ella seguía dejando al descubierto sus puntos débiles. Cuando un puñetazo de Raphael parecía estar a nada de estamparse en el rostro de Byleth, ésta sujetó el brazo de su alumno y lo derribó usando su propia fuerza. Raphael azotó en el suelo como tronco. "Me encargaré de hacerte imparable", dijo Byleth. "Buen trabajo".

Raphael se puso de pie de inmediato y lanzó un grito de alegría. "¡Eres muy fuerte! ¡Estoy listo para que mis músculos sean imparables!" Regresó a su sitio sin preocuparse por sacudir su ropa.

"Siguiente", indicó la profesora.

Leonie rápidamente se colocó frente a Byleth, lanza en manos.

"Me disculpo por olvidar que eres la profesora y que eres la que manda", dijo la chica, sincera. Lo último que quería era dejar una mala impresión en la hija de la persona a la que más admiraba.

Byleth sintió una agradable sensación en el pecho ante esas palabras. "Ahora quiero ver qué aprendiste de mi padre. Ataca".

"¡Sí!"

Leonie lanzó un grito de batalla y comenzó a atacar a Byleth con poderosos embistes de su lanza y con movimientos que requerían rápidos giros de la misma. Byleth abrió un poco más los ojos.

"Es la técnica de papá", murmuró la profesora mientras evadía los veloces ataques. Obviamente no eran los movimientos exactos pero su alumna los había adaptado lo mejor que pudo considerando que debió aprenderlos sólo a vista. Su padre tenía razón, esa chica podía llegar lejos.

"¿Qué te parece, profe? ¡Es la técnica del Quiebraespadas!" Exclamó Leonie con orgullo.

"Te falta pulirla y adaptarla mejor a tu cuerpo, no eres tan alta como papá y tus brazos no son tan largos, pero es posible que hagas tuya ésta técnica", respondió Byleth.

"Escuché que el Azote Sombrío usa una espada y un arco, no una lanza", comentó Leonie. "¿Sabes ésta técnica?"

Byleth asintió mientras desarmaba a Leonie con dos movimientos y se quedaba con la lanza en las manos. No pensaba atacar a su alumna, para eso tenían los muñecos de práctica. Los guanteletes no le estorbaban para sujetar la lanza. Byleth tomó aire y comenzó a atacar al muñeco.

Los Ciervos Dorados notaron la similitud entre lo demostrado por Leonie y los ataques de la profesora, y de inmediato saltó a la vista que Byleth era más veloz, más precisa y más fuerte. Los golpes al muñeco emitían un ruido seco, astillas de la lanza salían volando y se notaban los daños en el cuerpo del muñeco a pesar de ser sólida madera. El movimiento estelar era sujetar la lanza con un brazo y mantener el otro quieto, y luego atacar con un giro que involucraba toda la parte superior del cuerpo para que la lanza golpeara la cabeza del enemigo.

Leonie tuvo una regresión a aquellos años cuando bandidos atacaron su villa, cuando un grupo de ellos la acorralaron a su padre y a ella. Y entonces llegó el Quiebraespadas, un hombre tan grande como un oso, montando un brioso corcel blanco y sosteniendo una lanza de brillante metal. Los poderosos movimientos los vio una vez más recreados por Byleth, y el último ataque, aquel que derribó a tres bandidos al mismo tiempo, fue el mismo movimiento con el que su profesora le voló la cabeza al muñeco y de paso rompió la lanza.

Hubo silencio unos segundos.

"Anotaré una lanza y un muñeco de prácticas", dijo Jeritza, que poco hacía por ocultar el brillo en su mirada luego de ver esa técnica.

Byleth despertó del trance de batalla y miró la lanza rota en sus manos y luego al muñeco descabezado. Masculló algunas cosas por lo bajo.

"¡Eso fue fantástico!" Gritó Leonie, emocionada. El resto de los Ciervos también quedaron encantados con esa demostración. "¡Enséñame la técnica, por favor! ¡Y también a usar el arco como lo hacía el Capitán! ¡Voy a superarte!"

Byleth asintió a las palabras de Leonie. "Eso espero. Vuelve a la fila".

"¡Sí!"

"El que sigue".

Lorenz se colocó frente a la profesora con una lanza en manos.

"Lorenz Hellman de la Casa Gloucester está a tu cuidado y guía, profesora Byleth", se anunció el orgulloso joven.

Se parece un poco a Ferdinand, pensó Byleth, mirando largamente al chico. "Ataca".

Y el joven atacó, demostrando de inmediato un manejo muy respetable de su arma. Su técnica también era de manual y de movimientos predecibles, pero podía adivinar en sus movimientos básicos una potencia que se podía mejorar.

"Tengo en planes ser un caballero montado, también tengo afinidad con la magia", presumió el joven. "Me anotaré en el curso de equitación con el profesor Hanneman".

Byleth asintió. Leonie y ese chico podrían practicar juntos de ser el caso. Rápidamente lo desarmó.

"Estás en buen camino, aprenderás mucho de Hanneman", dijo Byleth mientras le devolvía su arma. "Trabajaremos en tu defensa también".

"Será un honor, profesora", Lorenz regresó a su sitio.

"Siguiente".

"Creo que me toca", Ignatz sujetó bien su arco y se colocó frente a la profesora. "¿Qué debo hacer?"

Byleth señaló los muñecos al fondo. "Dispara a esos tres muñecos en la misma zona, donde tú quieras, pero que sea la misma", sí, el mismo ejercicio que Ashe era una buena manera de medir las habilidades de los arqueros dispuestos a atacar. Espero que Bernadetta lo esté haciendo bien en su clase de magia, pensó, le llevaré galletas después…

Ignatz obedeció y Byleth notó que la puntería del chico era buena, a todos les dio en la pierna derecha. No tenía tanta potencia como Ashe, tampoco el latente talento de Bernadetta, pero sin duda el chico podía mejorar.

"Aumentaremos tu fuerza, y también te enseñaré a usar un arma para batalla cuerpo a cuerpo, no siempre debes depender de tu arco.

"¡Entendido!" Un feliz Ignatz regresó a su sitio.

"Siguiente".

Lysithea no escondía su gesto de descontento mientras se colocaba frente a la profesora. Byleth la analizó. La chica era de menudo cuerpo, y aunque en estatura era similar a Edelgard, la joven maga claramente carecía de fuerza física.

"No quiero aprender a usar un arma, no es para mí. Para eso tengo magia", dijo la seria chica de inmediato.

"No necesitas un arma, sólo saber defenderte", dijo Byleth. Ciertamente no todos podían ser obligados a usar un arma.

Lysithea levantó una ceja. "¿Entonces me pondrás a hacer ejercicio?"

Byleth negó. "Raphael, ven un momento, por favor".

"¡Sí!"

"Colócate detrás de mí y atrápame con los dos brazos", indicó.

"Oh, de acuerdo", Raphael no tenía idea de qué quería demostrar la profesora, pero el resto de los Ciervos sí, incluida Lysithea. El gigante rápidamente envolvió a la profesora entre sus enormes brazos, trató de no ser brusco, sólo firme. Incluso la levantó del suelo.

"Gracias", dijo Byleth y miró a Lysithea. "Tu cuerpo es pequeño, así que cualquier oponente más rápido que tú podrá atraparte así. En ésta posición es complicado usar magia".

Lysithea se molestó al escuchar eso, pero no era como si su profesora estuviera mintiendo. "¿Y qué sugieres, profesora?"

"Hacerte inatrapable", respondió Byleth. "Desde que tienes a tu oponente tan cerca, estás en ventaja". Movió sus manos para sujetar las manazas de Raphael. "No te lastimaré", le dijo al gigantón antes de sujetar los pulgares de sus manos y torcerlos, sin aplicar fuerza desde luego. "Rompe sus pulgares y tendrán que soltarte", con una indicación hizo que Raphael ahora la sujetara por las muñecas, y de inmediato se liberó con un movimiento de brazos completo. "Muévete a manera que cualquier fuerza que hagan no sea suficiente para contenerte", enseguida mostró su daga. "Y siempre ten un arma escondida", enseguida apuntó a un ojo de Raphael, "cuando no tengas más opciones".

Los Ciervos se mostraron sorprendidos. Raphael hizo un gesto de asombro. "¡Quiero aprender esas lecciones para enseñárselas a mi hermana! ¡Así podrá protegerse!"

Byleth asintió. "Entonces pon atención también, son lecciones de defensa personal". Su atención volvió a Lysithea. "¿Está bien para ti?"

Lysithea no lo pensó demasiado. "De acuerdo, acepto. Sería vergonzoso que la magia que tengo no me sirva si un bruto me deja inmovilizada".

"Vuelve a tu sitio. ¡Siguiente!"

Marianne dio unos pasos al frente.

"No necesita perder su tiempo conmigo, profesora. Sólo soy una sanadora, aprenderé todo lo posible con la profesora Manuela para ser de ayuda", murmuró Marianne mientras jugaba sus manos entre sí.

Byleth miró a la sanadora con seriedad. La chica no era como su pequeña Bernadetta, porque Bernadetta parecía asustada, nerviosa y alerta la mayor parte del tiempo. Pero Marianne no, Marianne parecía… ¿Triste?

"Tengo anotado que traes tu propio corcel", comentó Byleth, haciendo memoria de los expedientes.

"Oh, Dorte es mi compañera", respondió la sanadora de inmediato.

"Entonces te será sencillo asistir a los cursos de Equitación con el Profesor Hanneman, te enseñaré a usar una lanza para que te defiendas", dijo Byleth de inmediato. "Los sanadores deben mantenerse enteros para poder ayudar a su equipo".

"Yo no creo ser de mucha ayuda", dijo la chica en voz baja. "No quiero estorbar…"

Al parecer, Marianne necesitaría la misma cantidad de paciencia que Bernadetta, pero Marianne no parecía ser del tipo que cedería con unas galletas. Necesitaba otra manera de aproximarse a ella. "Mi padre solía decir que ayuda más el que no estorba", dijo la profesora, haciendo que Marianne levantara la mirada.

Leonie rió. "Sí, eso me decía cuando se cansaba de que estuviera detrás de él mientras organizaba a su gente".

"Así que sólo debes hacer lo que tú sabes hacer", continuó Byleth. "No estorba el que ayuda a su modo. Sabes curar", en las anotaciones decía que la chica tenía mucho talento como Sanadora. "La profesora Manuela se encargará de eso, y yo me encargaré de que la Profesora Manuela no tema por tu seguridad en el campo de batalla. Además, estoy casi segura de que Dorte estaría feliz de cabalgar contigo".

Algo en la mirada de Marianne brilló ante la mención. Ciertamente Dorte siempre le reprochaba que no salieran a pasear juntas.

"Si aprendes a usar la lanza, entonces también mantendrás a salvo a Dorte", Byleth fue por una lanza y se la dio a la sanadora. "El caballo de mi papá era enorme".

"¡Tan grande como un oso!" Agregó Leonie y Byleth asintió.

"Se llamaba Sahasi", continuó la profesora. "Siempre peleó a su lado".

"¿Y qué pasó con Sahasi?" Preguntó Marianne.

"Sahasi no dejó que mi padre se fuera solo en su último viaje, así que lo acompañó", contó Byleth, recordando que el corcel murió a los pocos días de fallecido su padre.

"Eso… Eso es triste pero… Pero es hermoso…" Marianne tomó aire. "Aprenderé a usar la lanza si con eso puedo cabalgar con Dorte".

Byleth asintió. "Ve a tu sitio". Apenas la sanadora regresó a la fila, volvió a levantar la voz. "Siguiente".

Hilda gruñó cuando Claude le dio un ligero empujón, obligándola a ir por un arma.

"¡No es justo!" Se quejó Hilda mientras tomaba un hacha de madera. Miró a la profesora. "No necesitas perder el tiempo conmigo, no soy tan fuerte".

Byleth miró largamente a la chica. Ignoró sus palabras, lo que hablaba mejor por ella era la correcta manera en la que sujetaba el hacha de práctica. "Atácame".

La chica suspiró con desgano y lanzó un golpe simple. Byleth supo qué hacer. Ésta vez fue ella la que comenzó a soltar golpes que la chica se vio obligada a bloquear. Tampoco atacaba en serio, sólo quería medir las habilidades de la perezosa chica.

"¡Profe, espera!" Hilda tomó una posición más firme mientras se defendía.

Byleth se sintió satisfecha con las habilidades de la chica. En fuerza física no se comparaba a Edelgard, pero era natural y habilidosa y tenía muchas posibilidades de ser una oponente de temer. No tardó en desarmarla.

"Trabajaremos en tu defensa. Y ve a los cursos de vuelo, no te vendría mal un wyvern".

"Oh, así podría ahorrarme las largas caminatas, me agrada la idea. Lo haré, profe", dijo una feliz Hilda y regresó a la fila.

"Siguiente".

"Al fin llegó mi turno", dijo Claude con una sonrisa mientras iba por un arco y flechas. "¿También le disparo a tres muñecos?"

Byleth negó. "Vi tu puntería aquella vez que Shez los salvó", dijo, "hay otra cosa que quiero confirmar". Comenzó a atacarlo sin mayor ceremonia. Al igual que con Hilda no atacaba en serio, sólo obligaba a Claude a defenderse usando su arco y su agilidad natural.

"¡Ah! ¡Profe, soy arquero, no voy al frente!" Exclamó Claude. Por simple instinto evadió un puñetazo dando dos largas zancadas hacia atrás para tener suficiente espacio. Rápidamente preparó una flecha para disparar. Al ver que un puñetazo iba directo a su cara, disparó su flecha sin pensarlo. "¡Ah, lo siento!"

Pero Byleth bloqueó la flecha con su guantelete.

"Buen trabajo, seguiremos trabajando en tu combate a corto rango", fue lo único que dijo Byleth. "Vuelve a la fila".

Claude asintió mientras reía. En serio la profesora lo obligó a pelear. ¿Ahora con qué cara iba a mandar a los otros al frente?

"Lorenz, Leonie, practiquen juntos y muéstrenle a Marianne movimientos básicos con la lanza", indicó Byleth. "Raphael, practica con Claude", continuó y miró al líder de los Ciervos. "Usa tu arco pero no las flechas, finge los tiros. Seguirás trabajando en tu evasión y velocidad". La profesora miró a Ignatz. "Sigue practicando tus tiros, luego intentaremos con una espada". Hilda fue la siguiente. "Ataca los muñecos con todas tus fuerzas, si no veo al menos uno de ellos roto al finalizar el día, practicaré contigo personalmente en la siguiente sesión". El grito de horror de Hilda fue suficiente para saber que había entendido. "Lysithea, trabajaré primero contigo".

Los Ciervos Dorados obedecieron.

~o~

Pasaba de la medianoche y Edelgard no quería dormir, culpa de las pesadillas. Aprovechando que todos dormían, la princesa paseaba por los alrededores de los dormitorios, aún llevaba su uniforme puesto. Y entonces la vio.

Byleth estaba tumbada en el césped cerca de un muro de roca, descalza, llevaba solamente sus shorts y su camisa ajustada, el resto de sus prendas y sus botas se hallaban tiradas a un lado… Incluidas sus medias de diseño floral. La vista del cuerpo de la mercenaria era… Magnífica. Incluso con la precaria luz, notó varias cicatrices de batalla en sus piernas y brazos. Aunque sonrojada, no resistió acercarse a ella.

"¿Profesora?"

Byleth no se movió ni abrió los ojos. "Deberías estar en cama".

"Tú también".

"El colchón es demasiado suave. Aquí está más fresco… ¿No puedes dormir?"

"No", y la princesa no daría más explicaciones. "¿Te puedo acompañar?"

Byleth sólo palmeó el sitio a su lado.

"La hora de la comida fue muy animada", comentó Edelgard, abrazando sus rodillas.

"Aún no me acostumbro".

"¿No te ponemos incómoda, verdad?"

Byleth negó. "Quiero acostumbrarme".

Y Edelgard sonrió.

CONTINUARÁ…