PARTE 7 Pendientes

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La primera semana de clases pasó sin nada escandaloso qué reportar. El aviso de la batalla de prueba que se llevaría a cabo el siguiente jueves tenía a los alumnos emocionados.

El taller de Equitación estuvo bastante concurrido y el seminario de Emblemología tenía presentes a todos los que portaban una Cresta, aquellos que no tenían una decidieron no asistir; salvo los fieles Hubert y Dedue. Byleth pensó en asistir al seminario de Hanneman, pero había algo más urgente para ese sábado: su duelo con el encargado de la Plaza de Armas.

La Plaza de Armas estaba tan concurrida como cualquier otro día. Los alumnos no eran los únicos que acudían a practicar ahí, los miembros de los caballeros de Seiros también iban al sitio a entrenar y pulir sus habilidades. Esa era la razón por la que las armas rotas debían pagarse y sustituirse a la brevedad posible, más personas las ocupaban.

"Tú", si Jeritza estaba emocionado por ver a la profesora ahí, su rostro enmascarado no lo demostraba.

"Aquí estoy como quedamos", dijo Byleth. Notó que el sitio tenía a varios caballeros entrenando, incluso algunos novatos. "¿Usaremos armas de práctica?"

Algo en el rostro de Jeritza brilló y negó. "Armas de hierro. A partir de armas de acero se requiere un permiso firmado de Seteth o de Alois. Sólo los caballeros de Seiros pueden usar cualquier arma para practicar". Tampoco tenía muchas ganas de ir a pedir un permiso firmado a Seteth, y Alois no estaba.

Lo que Jeritza quería era pelear de inmediato, así que fue a una zona al fondo donde tenían las armas de hierro.

"¿Una espada está bien?" Preguntó Jeritza.

"Sí".

El resto de los caballeros y aprendices que practicaban y pulían sus técnicas de combate, se detuvieron al escuchar un limpio choque metálico. Un poderoso golpe hizo eco en el sitio y todos se vieron obligados a detener lo que hacían para ver lo que estaba sucediendo.

El afamado guerrero se enfrentaba a la igualmente afamada mercenaria convertida en profesora.

Jeritza contra Byleth.

El Caballero de la Muerte contra el Azote Sombrío.

Ninguno de los soldados presentes pudo apartar su mirada.

Mientras tanto, el salón de los Leones Azules era el sitio donde Hanneman impartía el seminario de Emblemología y por supuesto empezaba por lo básico. El par de horas pasaron rápido gracias a que Hanneman hacía la plática lo más interesante y amena posible para no dormir a nadie… Como solía sucederle. Si su deseo era que los alumnos aprendieran a consciencia, debía poner de su parte.

"Y con esto terminamos la historia de las Crestas de las Diez Élites: Blaiddyd", dijo Hanneman señalando las ilustraciones en la pizarra conforme las nombraba, "Charon, Daphnel, Dominic, Fraldarius, Gautier, Gloucester, Goneril, Lamine y Riegan". El mago comenzó a caminar entre los alumnos. "La semana que viene les explicaré sobre las Crestas de los Cuatro Santos. Espero verlos de nuevo. Después de todo, muchos de ustedes tienen en su sangre el poder de esas Crestas y es importante conocer su propio poder, sus ventajas y limitaciones y la mejor manera de aprovechar ese poder para un bien mayor, que es lo que la Diosa Madre pide a aquellos a los que ha bendecido".

No le pasó desapercibido a Hanneman cómo algunos alumnos ponían fugaces gestos de amargura, algunos de ellos eran sus Leones, por cierto. Sylvain pareció casi reír con un dejo de amargura, Ingrid miró a un lado y Mercedes no pudo contener un suspiro. El resto de los alumnos presentes se mostraban más serenos.

"Muchas gracias a todos por venir, los veo la semana entrante".

Los alumnos comenzaron a darle las gracias al mago por la lección, hasta que hubo algo de escándalo en la puerta del aula.

"¡Oigan, la profesora Byleth está en duelo con el encargado Jeritza!" Avisó Dorothea mientras recuperaba el aire. "En la Plaza de Armas".

Y eso fue suficiente para que todos en el salón, incluso Hanneman, salieran casi corriendo a ver semejante espectáculo. Edelgard fue la última en salir junto con Hubert, iba con prisa, desde luego, y con un apuro que le alteraba la respiración.

Están peleando, pensó la princesa con horror. Lo último que Edelgard necesitaba era que Jeritza aumentara su sed de batallas a causa de Byleth. Una parte de ella temía que su profesora saliera dañada, Edelgard conocía las habilidades de Jeritza, era un monstruo. Y aunque Byleth hasta el momento había mostrado relativamente poco de sus habilidades, era la ignorancia lo que la tenía ansiosa.

"Milady…"

"Esperemos que no se salga de control el duelo, hay que apresurarnos".

La sorpresa de ambos fue mayúscula al ver que alumnos y soldados animaban a grandes voces a ambos peleadores y… ¿Ahí estaba Seteth? Manuela también se encontraba presente, seguramente por si la batalla se tornaba más peligrosa. La princesa y su subordinado se miraron entre sí y no tuvieron más opción que formar parte del público. Lo que estaba pasando frente a ellos sería la plática de semanas enteras.

Jeritza y su poderoso brazo lanzaban golpes de lanza que cortaban el aire, golpes demoledores que serían la perdición de cualquier oponente, golpes que derrotarían a quien sea que se le pusiera enfrente… Menos Byleth. La pelea era rápida y feroz, ninguno de los dos contenía su fuerza.

La mercenaria hacía gala de su velocidad y adaptabilidad para evadir los ataques y devolverlos; también confirmaba a todos el porqué de su fama: Sus ojos mostraban poca y ninguna emoción, eran fríos y no perdían de vista a su oponente en ningún momento mientras atacaba. Aunque Jeritza la bloqueaba, el rostro de éste demostraba que la fuerza y la potencia de Byleth no eran ninguna broma.

Ninguno de los dos tenía ningún tipo de armadura o protección pero eso no los detenía. Ya ambos mostraban heridas de cortadas en brazos y piernas, nada que los detuviera o siquiera los ralentizara. Espada y lanza luchaban por alcanzar a sus oponentes. Jeritza intentó atacar a Byleth aprovechando que la tenía cerca, pero Byleth respondió con un poderoso codazo en la cara de Jeritza que le rompió la nariz.

"¡Bien hecho!" Exclamó Shez al ver que Byleth no se detenía. Los siguientes golpes fueron de parte de Byleth tratando de hacer perder el equilibrio a Jeritza.

Por su lado, Jeritza sintió dolor. Sintió el calor, el olor y el sabor de su propia sangre y eso lo hizo sonreír por lo bajo. El monstruo dentro de él pedía más, quería más, y lo iba a obtener.

"¡Dame tu mejor golpe, Azote Sombrío!" Gritó Jeritza.

Edelgard y Hubert se alertaron, pero en esa situación era complicado intervenir sin levantar sospechas.

Jeritza y su sed de sangre lo obligaron a moverse de manera descuidada. Eso no sería un problema cuando se trataba del Caballero Sanguinario montado en un corcel de guerra y con una armadura que lo protegía, pero en ese momento estaba tan vulnerable como su oponente. Y no, la escasa armadura de Byleth definitivamente no contaba como protección.

La profesora no pudo evadir el siguiente golpe. Jeritza usó su lanza para distraerla y ésta vez ser él quien le dio un buen golpe en la cara a Byleth, justo en el pómulo derecho. La piel de la profesora se abrió y sangró, el leve aturdimiento fue aprovechado por Jeritza para lanzar un golpe con su arma, pero Byleth tomó aire con fuerza y un paso atrás bastó para evadir la lanza, misma que chocó con el piso y se partió en dos por culpa de la potencia de Jeritza.

Ambos oponentes se quedaron quietos mientras la mitad rota de la lanza salía volando y rebotaba lejos.

Hubo un silencio sepulcral hasta que…

"Anotaré la lanza en tus pagos pendientes", dijo Jeritza con su voz parca de costumbre.

Byleth respingó de manera visible y encaró al encargado. "Tú la rompiste".

"Tú la esquivaste".

"Tú me retaste primero".

"Tú me obligaste a usar más fuerza de la que ésta arma enclenque puede resistir".

"Tú comenzaste a perder el control".

"Tú me golpeaste primero con el codo".

"¡Ya basta ustedes dos!" Intervino Manuela y fue hasta el centro de la arena, justo en medio del par de salvajes. "Vamos a que curemos esas heridas".

"No me toques, mujer", amenazó Jeritza con voz molesta.

"Puedo curarme sola", Byleth aún sonaba ofendida por el asunto de la lanza rota.

"¡No les estoy preguntando! ¡Andando!" La Sanadora se impuso y quedó en claro que tenía el control en ese momento, sujetó a los salvajes por las orejas y se los llevó a la enfermería como si de un par de críos se trataran.

"Manuela, por favor, ni siquiera mi padre me jaló de la oreja", pidió Byleth sin oponer resistencia. Para sorpresa de todos a su alrededor, Byleth se notaba avergonzada.

"Esto es humillante", masculló Jeritza, que tampoco peleaba por el simple hecho de que a los débiles no los consideraba dignos de su fuerza. Y le hubiera gustado agregar que su madre y hermana mayor nunca lo jalaron de las orejas.

Manuela, Byleth y Jeritza se fueron, dejando la Plaza de Armas en silencio por unos segundos.

"¿Y al final quién ganó?" Preguntó Leonie, mirando a Shez.

"Yo… No lo sé", la mercenaria se encogió de hombros.

"¿Y ahora qué hacemos con las apuestas?" Claude suspiró hondo.

"Yo apostar por mi profesora, quiero mi dinero", alegó Petra.

Mientras los alumnos discutían quién había ganado el duelo y qué harían con el dinero de las apuestas, una Edelgard incrédula miró a Hubert y lo animó a alejarse un poco de los demás. Fueron al fondo de la plaza de armas, en la zona donde se guardaban piezas de armadura de repuesto.

"¿No lo alucinamos, verdad?" Preguntó Edelgard mientras se masajeaba las sienes. "Jeritza no perdió el control y Manuela se impuso ante esos dos monstruos, ¿verdad?" Imposible no llamar monstruo a su profesora luego de verla luchar a la par de uno de los más poderosos guerreros que conocía, de hecho la princesa lo decía con toda la admiración del mundo.

"A favor de la profesora Manuela, nuestra profesora seguramente la respeta y Jeritza no la considera una amenaza", fue lo único que pudo responder Hubert antes de fruncir el ceño. "Lo que más me preocupa es que acabamos de conocer a alguien capaz de pelear a la par del Caballero Sanguinario".

Edelgard estaba feliz por saber más de la verdadera fuerza de su maestra, y horrorizada porque esa fuerza rivalizaba con el campeón de aquellos que se arrastran entre las sombras. Esa información no tardaría en llegar a oídos de su tío. La princesa gruñó por lo bajo.

La actividad en la Plaza de Armas volvió a la normalidad y los alumnos se esparcieron a disfrutar del resto del sábado.

"Ahora más que nunca me encantaría tener a la profesora Byleth de nuestro lado…"

"O deshacernos de ella en caso de que se vuelva un obstáculo en nuestra misión", completó Hubert y su princesa no tuvo palabras para refutarlo.

Antes de que la plática se pusiera más densa, Dorothea se acercó a ellos.

"¡Edie! ¡Hubie!" La cantante era toda sonrisas. "La profe Bylie seguramente estará apenada por lo que acaba de pasar, ¿la invitamos a tomar el té?"

La princesa sonrió. "Esa es una gran idea… Quizá unos postres le levanten el ánimo".

"¿Vienes, Hubie?"

"Agradezco la invitación, pero debo declinarla por el momento. Ustedes diviértanse".

"De acuerdo", canturreó Dorothea y se llevó a Edelgard por el brazo.

Mientras tanto, en la enfermería, Jeritza no hizo gesto alguno ni dijo nada cuando Manuela le acomodó la nariz y comenzó a curarlo con su magia. Por supuesto, la sanadora se encargó de limpiar sus heridas primero. Para cuando terminó con él, ni una sola marca de la pelea quedó en su cuerpo.

"Listo, puedes irte".

Jeritza asintió y se levantó en silencio. Antes de salir de la enfermería, el guerrero miró a Byleth por encima de su hombro.

"¿La semana que viene a la misma hora?"

"Sí. Y pidamos permiso para usar armas más resistentes", respondió la profesora.

"Yo me encargo", y dichas esas palabras, Jeritza se fue.

Manuela sólo suspiró mientras se llevaba las manos a la cintura y negaba con la cabeza, no tardó en sonreír. "Nunca lo había visto tan animado". Enseguida comenzó a limpiar las heridas de Byleth y eso sorprendió un poco a ésta última.

"Cuando salgo herida, sólo me curo con el puño sanador y ya", explicó la joven profesora.

"Por eso tienes tantas cicatrices, cariño", fue el dulce regaño de Manuela. "Comprendo que el apuro de la batalla no da tiempo de tratar las heridas como es debido, pero es importante limpiarlas, nunca se sabe si un trozo de metal o cualquier otro material se quedó bajo tu piel y pueda dañarte a futuro".

Cual niña pequeña, Byleth se dejaba limpiar las heridas. "Entiendo".

"Los alumnos me contaron que una vez ayudaste a una mujer a dar a luz".

"Sí, y con ella sí usamos agua para mantenerla limpia, había mucha sangre".

"Ahora que no tienes batallas urgentes por delante, debes cuidar más de ti", dijo Manuela mientras terminaba de curar las heridas. Bastó poner su mano en la frente de Byleth y concentrar su energía. La sanadora notó que el gesto de la joven profesora se suavizaba.

"Tu poder no se siente como el mío cuando me curo por mi cuenta, tampoco se siente como la magia de los alumnos. Eres más cálida", comentó Byleth.

"Es normal, mi magia curativa es más avanzada. Y en tu caso, cuando te curas usas tu propia energía y eso es riesgoso porque en una batalla larga te puede debilitar".

Y ese era un detalle que desconocía, Byleth lo tendría en consideración a futuro. Apenas quedó curada y limpia, Manuela le dio una palmadita en el cabello.

"Listo, puedes seguir con tu día y… Y estaré atenta al duelo la semana que viene".

"Gracias".

"Por nada, corazón".

Ambas profesoras se despidieron y Byleth salió de la enfermería, sólo para sorprenderse al ver a dos de sus alumnas al final del pasillo, claramente esperándola.

"¡Profe Bylie! Esa fue una gran pelea", dijo Dorothea mientras se acercaba a la mercenaria junto con Edelgard.

"Te enfrentaste a un oponente sinigual, me dejaste impresionada", comentó Edelgard con total sinceridad.

Byleth sintió una agradable sensación en el pecho al escucharlas, principalmente a Edelgard. "Me pidió un duelo y yo acepté. Jeritza es un guerrero como pocos a los que he enfrentado".

"Pero sin duda, Manuela los superó a ambos", comentó Dorothea con una risa linda.

La mercenaria se llevó una mano a la nuca. Su gesto decía poco pero era obvio ante cualquiera que se sentía avergonzada.

"No te sientas mal, ella siempre tuvo aires de autoridad desde que estaba en Mittelfrank", agregó la joven cantante.

Byleth de inmediato puso atención a su alumna. "Leí en tu expediente que fuiste cantante en la compañía operística".

"Así es, Manuela fue la que descubrió mi talento", presumió Dorothea, pero no pensaba dar más detalles al respecto, al menos no todavía. "En la compañía todavía se lamentan que ella se retirara".

"¿Te parece si seguimos la charla con té y bocadillos, profesora?" Preguntó Edelgard, ese era el plan después de todo.

Byleth miró a ambas alumnas. "No estoy familiarizada con las fiestas de té. He visto a otros beber té en los jardines. Huele bien, pero…"

"¿Y cómo celebran los mercenarios después de una batalla?" Preguntó Dorothea.

"Con cerveza y la mejor comida disponible", respondió la profesora de inmediato.

"Está prohibido que los alumnos beban licor", informó Edelgard, "pero si nos lo permites, te enseñaremos las delicias del té y los postres".

La profesora asintió. "Por favor".

"Entonces vamos, nada mejor que una taza de té para relajar el cuerpo y mejorar el ánimo", Dorothea se llevó a ambas.

~o~

Era domingo y Byleth tenía la libertad de levantarse tarde si lo deseaba, y justamente eso hizo. Aún no dormía en la cama, de hecho amaneció abrazando su espada y sus ojos se quedaron perdidos en los trozos de cuero que cubrían los grabados de la tan especial espada. El arma que tenía en manos era llamada Espada Insignia y se le otorgaba a quien no solamente portara el título de Capitán de la Guardia de Seiros, también debía ser reconocido como un Campeón por la mismísima Arzobispa. Sobraban los dedos de las manos al contar a aquellos que cumplieron con ambos requisitos.

Jeralt portó y usó la espada con orgullo hasta aquel fatídico día. Desde entonces adoptó la lanza y la Espada Insignia quedó arrumbada con el resto del equipaje que cargaba a todos lados. La espada pasó a ser posesión de Byleth cuando ésta la encontró y la usó en una batalla con tan sólo doce años, Jeralt le permitió a su hija conservar la espada luego de cubrir los grabados en la hoja y empuñadura con trozos de cuero.

"Tendrás que quedarte aquí un poco más", le dijo Byleth a su espada y decidió salir al fin.

Los domingos nadie les llevaba el desayuno al cuarto y los profesores debían ir al comedor, pero antes de eso quería ir al otro sitio que debía visitar: el cementerio.

"Tengo que lavar mi ropa…" Murmuró la mercenaria mientras salía del cuarto y notaba, al fin, unas manchas en la parte baja del medio faldón que usaba para cubrir sus piernas en la parte de atrás. Su abrigo también estaba sucio. Se olió un poco a sí misma. Sí, un baño le caería bien.

Camino al cementerio, Byleth recordó que Manuela le dijo que normalmente el personal del monasterio se encargaba de lavar la ropa, bastaba con dejar la ropa en una canasta a un lado de la puerta, pero la mercenaria sabía que su abrigo y el faldón pesaban demasiado y no quería que alguien se lastimara tratando de lavarlos. Lavar ese día era buena idea.

Luego de pedir un par de indicaciones, la joven profesora llegó al cementerio. Estaba en un costado del monasterio, bajando unas escaleras. No había muchas tumbas, de hecho eran muy pocas considerando la cantidad de gente que ha pasado por los muros de Garreg Mach. ¿Acaso muy pocos tenían el honor de ser enterrados en un sitio sagrado?

Comenzó a ver las tumbas una por una, muchas eran bastante antiguas por lo que podía leer en las lápidas, o en todo caso por lo que ya no se podía leer. Y entonces las encontró, dos tumbas juntas, una era para Sitri, "querida monja que siempre iluminó el día de aquellos que se cruzaron en su camino"; la otra era para Jeralt Reus Eisner, "valiente Campeón que amó con todo su corazón hasta el último de sus días".

Byleth casi rió ante la ironía, porque efectivamente Sitri fue la luz en la vida de su padre y Jeralt amó a su esposa hasta el último de sus días. Jeralt amó tanto a Sitri que no se fue de ese mundo sino hasta asegurarse que la hija de ambos pudiera defenderse sola.

Pudo ver flores ya secas de lo que seguramente eran ramos. ¿Quizá flores de parte de Alois? ¿O de parte de Rhea? Ambos, quizá.

Una parte de la imaginación de Byleth se iba bastante lejos, ¿qué cara pondría Rhea si se enterara que la tumba de Sitri estaba vacía y que la de Jeralt tenía los restos de un bandido de poca monta? Byleth se encargó de enterrar a su padre junto a su madre. Dos tumbas sin nombre rodeadas de flores, con la lanza del Quiebraespadas profundamente enterrada entre ambas tumbas. No era mala idea visitarlos a la primera oportunidad y dejarles flores.

La mercenaria continuó viendo el resto del cementerio, si seguía viendo ese par de tumbas se le iría el apetito.

Una molesta sensación se le quedó en el pecho luego de su visita al cementerio. Un buen desayuno la ayudaría a sentirse mejor, estaba segura.

Por su lado, Shez aprovechó el domingo libre para ir a visitar a su grupo y a su Capitana a las barracas. Todos la recibieron con cariño y brusquedad mientras la felicitaban a su modo, entre bromas y cumplidos disfrazados de inocentes burlas.

"¿De verdad no te dejan beber?" Preguntó Getz, sorprendido, antes de echarse a reír. "Si supieran que adoras la cerveza y que peleas con árboles cuando estás ebria".

"¡Sólo pasó una vez!" Se defendió Shez. "Y ese árbol tenía forma de persona, no es mi culpa".

"Casi te rompes la mano cuando le diste un puñetazo al árbol", Lazley no la ayudaba.

Shez gruñó. La sonora carcajada de la Capitana calmó los ánimos de su gente.

"¿Y qué has aprendido hasta ahora, eh?"

"Ya estoy aprendiendo a cabalgar, vomité dos veces cuando subí a un Wyvern, estoy aprendiendo sanación y magia. No tengo afinidad con la magia sanadora pero la profesora Manuela nos enseña a curar personas de manera normal, ¡hay muchas cosas que no sabía! Y el profesor de Magia dice que tengo afinidad con la magia oscura", explicó Shez con orgullo.

"¿Y qué hay del Azote Sombrío? ¿Ya les está enseñando sus secretos para matar mejor?" Preguntó Berling aún sonriente, al menos hasta ver que el gesto de Shez se mostraba un poco más serio, casi respetuoso.

"Lo siento, Capitana, ahora prefiero llamarla Profesora Byleth… Y ella es… Bueno… No es un demonio, en realidad es callada, sólo eso", explicó Shez. "Es una buena persona, sólo no se le da eso de demostrar emociones, es todo".

Getz y Lazley pusieron gesto de asombro, Berling sólo mantuvo una sonrisa más suave.

"Lo siento, Shez, me es difícil imaginarla así cuando sigo recordando a esos pobres perros temblando ante ella", dijo Lazley, incómoda. "No sé si la vista me engañó aquella vez, pero sus ojos brillaban como los de los lobos rojos en la oscuridad".

"Yo estuve ahí cuando ella mató a todos esos bandidos y fue aterrador", dijo la estudiante. "De hecho acabo de verla pelear de nuevo contra un tipo muy fuerte y tenía esa mirada de nuevo, pero el asunto es que cuando no tiene una espada en la mano, es bastante… Genial".

Shez notó que le miraban con mucha atención, así que continuó.

"Me está enseñando a mejorar mi técnica de dos espadas, sabe muchas historias y nos hizo un platillo con pescado que ella misma pescó", explicó la chica. "Y en ninguno de esos momentos la cara le cambió, ya todos en la escuela sabemos que así es ella".

Berling soltó un pesado suspiro. "Ahora me siento mal por aquella vez que trabajó con nosotros". Al notar la curiosidad con la que su gente la miraba, la Capitana continuó. "Esa vez pensé en contratar al Azote Sombrío luego de la misión, pero al ver el terror que le causó a los bandidos", y a todos en general, "decidí que no era una buena idea y la dejé ir".

"Hey, no te culpes, Capitana. Todos saben que los mercenarios del Quiebraespadas se separaron luego de que murió", dijo Getz con seriedad y los brazos cruzados. "Normalmente su hija hubiera heredado el grupo, pero por algo no fue así".

Y hasta ese momento, Shez percató que Byleth no había mencionado al grupo de su padre. No sería mala idea preguntar a la primera oportunidad, sólo esperaba que no fuera un tema sensible para ella. Lo intentaría después.

"Quizá ese no es un asunto de nuestra incumbencia", dijo Berling con recuperada seguridad. "Pero me gustaría conocer más a Byleth y menos al Azote Sombrío. Oye, Shez, ¿crees que ella quiera ir a beber con nosotros en su día libre?"

"Seguro que sí… ¡Quiero ir yo también!"

"No, señorita, eres una alumna ahora y el uniforme no te permite alcoholizarte", se burló Getz.

"¡Hey! ¡Eso es injusto!"

"A menos que tu querida profesora quiera cubrirte, no te permitiremos beber", continuó Lazley, picoteando la mejilla de una emberrinchada Shez.

"Oh, lo hablaré con ella", dijo la joven con una recuperada sonrisa.

~o~

Edelgard no sabía si patear o abrazar a Dorothea, ambas opciones y en ese orden eran adecuadas. Cuando la cantante le dijo que la acompañara a lavar su gorra porque requería una mano más delicada y no quería darles más trabajo a los ayudantes del templo, Edelgard aceptó y decidió que era una buena oportunidad para lavar sus pañuelos y guantes favoritos.

Petra se les unió con la excusa de lavar una manta que usaba para dormir, su manta tejida a la usanza de su tierra natal y que requería una mano igualmente delicada para lavar.

Lo que Edelgard no esperaba era ver a su Profesora en poca ropa… Otra vez. ¿Acaso esa mujer no conocía la vergüenza? Byleth usaba solamente una camisa con la abertura en el pecho y su par de shorts negros y nada más, prendas de repuesto seguramente, porque lavaba unas similares, de hecho lavaba toda su ropa y hasta sus botas, la misma Byleth se notaba duchada.

"Oh, profe Bylie, ¡qué casualidad verte aquí!" Exclamó una alegre e inocente Dorothea.

"Sí, qué casualidad", masculló Edelgard mientras miraba a un lado. La luz del día poco le ayudaba a ignorar el fuerte cuerpo de su profesora. Para su desgracia, sus amigas tampoco la ayudaban.

"Profesora, tu cuerpo es fuerte", comentó Petra con admiración. "Marcas de batalla y músculos darte bravura".

"Y no solamente bravura, créeme", dijo una coqueta Dorothea mientras le guiñaba un ojo a su profesora.

Byleth miró a sus alumnas un momento antes de seguir lavando su ropa con calma y cuidado. La coquetería de Dorothea no surtía efecto en Byleth y eso alegraba mucho a la joven cantante, aunque le gustaría ver un sonrojo o dos en ese rostro lindo y parco, al menos un sobresalto, eso sería lindo.

"Manuela acaba de enseñarme que si limpio mis heridas antes de curarme, no quedarán cicatrices, aunque las cicatrices no me molestan".

Ante la mención, Edelgard se encogió de hombros y miró a un lado mientras recordaba sus propias cicatrices, pensar en eso no la ayudaba, así que se obligó a sí misma a ver el costado al descubierto de Byleth. Ahí estaba la cicatriz que su profesora se ganó luego de salvarle la vida. La princesa recuperó el control de sí misma y se arremangó sólo lo suficiente para no mojarse la chaqueta, ninguna cicatriz quedó a la vista. Se colocó junto a Byleth para lavar sus guantes.

Petra y Dorothea se colocaron al otro lado de la Profesora para lavar sus propias prendas.

"Prendas tuyas parecen pesadas, profesora", comentó Petra al notar la fuerza que hacía Byleth al lavar su abrigo.

"Como le conté una vez a Edelgard, mi abrigo está hecha con la piel de una bestia maldita, también el faldón", comentó Byleth.

"¿Puedo?" Preguntó la princesa de Brigid, claramente dando a entender si podía cargar la prenda, Byleth se lo permitió y Petra puso cara de sorpresa. "Pesa mucho".

"¿En serio?" Dorothea también trató de cargar el abrigo y frunció el ceño. "Profe, ¿cómo puedes moverte con ésta cosa puesta?"

Edelgard levantó una ceja y esperó su turno para cargar la prenda. Por como su maestra se movía, con pies ligeros y pasos indetectables, nadie creería que usara un abrigo tan pesado de manera diaria. El sólo imaginarse qué tan rápida podría ser su maestra si se moviera sin su abrigo, hizo que la princesa sintiera un escalofrío en la espalda.

"No es muy distinto de usar una armadura como cualquier soldado o caballero", comentó Byleth mientras seguía lavando su ropa. Era el turno de sus medias y era especialmente cuidadosa, se notaba concentrada.

"Supongo que tienes razón", murmuró la cantante mientras ahora sí lavaba su gorro. "Por cierto, ¿tienes planes para el resto del día?"

"Sí, llevaré a Shez a revisar la zona donde se va a llevar a cabo la pelea de práctica entre las tres Casas", respondió Byleth, sus ojos sin descuidar su prenda. "Necesito que Shez sepa moverse por la zona para que esté atenta a todos ustedes".

"Comprendo que tener a una mercenaria con más experiencia sería una ventaja injusta de nuestra parte", comentó Edelgard. "De todos modos sólo pueden participar cuatro miembros por casa, así que debería ser una pelea rápida".

"Nosotros ganaremos, profesora", aseguró Petra.

Hasta ese momento Byleth se animó a levantar el rostro y mirar a sus tres alumnas de manera… Cálida. "Confío en ustedes, lo harán bien". La joven profesora poco y nada hacía por ocultar sus preferencias.

"Y supongo que aprenderemos sobre tácticas de combate en estos días antes de la batalla, ¿verdad?" Preguntó Edelgard, lavando cuidadosamente sus guantes.

"Les enseñaré a todos lo que pueden hacer con las fuerzas que tienen, pero dependerá de ustedes cómo usar esas fuerzas", explicó Byleth. "Hanneman y Manuela me dijeron que la batalla que todos esperan es la de los Leones y las Águilas en los campos de Gronder".

"Es toda una tradición en Garreg Mach", comentó Edelgard. "Incluso tendremos el apoyo de batallones".

"Y tengo entendido que luego de la batalla hay una gran celebración, incluso tendremos oportunidad de beber vino", dijo Dorothea con una sonrisa. "La regla de que los estudiantes no podamos beber licor es ridícula".

"En Brigid nosotros bebemos licor en cada celebración desde 15 años", dijo Petra, igualmente ofendida.

"Shez también está enojada por esa regla. Aún tengo una botella de licor de Brigid, luego les invito un poco", dijo Byleth sin pena alguna y sus alumnas la miraron con sorpresa. "Si no quieren, habrá más para mí y para Shez".

"Yo quiero licor de mis tierras", dijo Petra de inmediato.

"A mí me encantaría una copa, gracias", respondió Dorothea.

Y Edelgard podía ser todo menos una aguafiestas. "Aceptaré la invitación con mucho gusto, profesora".

Byleth asintió y las tres siguieron lavando.

~o~

"Entonces… Aquí estará la base de los Ciervos", dijo Shez luego de analizar la zona. "Qué suerte que el sitio no es muy grande", murmuró con alivio. "No soy muy buena leyendo mapas y si no fuera porque sigo a mi grupo, me perdería".

Byleth dibujaba un mapa lo más sencillo posible para que Shez pudiera entenderlo. En los salones había mapas más reglamentarios donde podría practicar estrategias con sus alumnos.

"¿Ya aprendiste las rutas?"

"Sí, en la base de los Leones hay una base mágica, los Ciervos estarán al otro lado donde están las trampas de picos, y las Águilas estarán al sur en la zona más densa del bosque", resumió Shez.

"Recorramos los campos juntas de nuevo mientras aún tenemos luz de día", indicó Byleth y Shez asintió.

Tuvieron que hacer el recorrido varias veces y, pasadas un par de horas, Shez ya estaba lista para hacer su trabajo como vigilante durante la batalla de práctica de sus compañeros. La mercenaria ya no se lamentaba el no poder participar de manera activa, tenía un cargo más importante y eso la llenaba de orgullo.

"Muero de hambre, ¿regresamos al monasterio, profe?"

Byleth simplemente asintió y ambas estaban listas para dar media vuelta y volver a Garreg Mach, pero el poderoso rugido de una bestia no muy lejos de donde se encontraban, las detuvo. Byleth frunció el ceño. La única arma que traía era el arco, Shez iba desarmada porque sólo iban a explorar el área de batalla.

"Mierda", masculló Shez al buscar su arma por instinto y no encontrarla. "La batalla será en unos días y ese monstruo podría ser un problema si sigue rondando la zona".

"Puedo encargarme de ese monstruo", dijo Byleth, tomando su arco. Y si tenía el arco, era por si encontraba alguna presa en el camino, pero una bestia errante no era algo que la maestra cocinaría en un campamento por muy hambrienta que estuviera.

"Por supuesto que puedes con ese monstruo", Shez giró los ojos con gracioso fastidio. "Debí traer un arma".

"Los alumnos no pueden estar armados fuera de las horas de entrenamiento".

Shez gruñó y siguió a Byleth en silencio apenas ésta se lo indicó.

No tuvieron que moverse mucho, el tamaño de esa bestia era inmenso, más grande que los lobos, las aves, los gusanos y esos condenados reptiles venenosos. El monstruo que podían ver parecía tener gruesas placas a manera de armadura mientras una especie de máscara cubría su rostro. Ambas mercenarias se pusieron alerta, pero Byleth le indicó a Shez que se quedara atrás y ésta, desarmada como estaba, tuvo que obedecer y buscar refugio.

El Azote Sombrío estaba de regreso, sus fantasmales pasos la llevaron más cerca de la bestia, pero unas voces la hicieron detenerse en seco.

"Esta bestia debería bastar para darle una lección a Edelgard".

Quien dijo eso fue nada más y nada menos que Volkhard von Arundel, estaba acompañado de su séquito de magos.

Lamentablemente para él, Byleth no lo conocía.

CONTINUARÁ…