PARTE 11 El Rescate

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Eisner…

Byleth estaba registrada en la Academia con la etiqueta de Sin Apellido al igual que Shez, no era algo inusual, muchos plebeyos carecían de apellido, que Byleth y Shez supieran leer y escribir ya era bastante para presumir. Edelgard estaba completamente segura que su profesora había mantenido su apellido en secreto por una razón poderosa, y había sido así por mucho tiempo, porque nadie conocía el verdadero nombre del Quiebraespadas. Al mercenario lo llamaban por su apodo, y también era recordado por unos pocos como "Capitán", Leonie entre éstos últimos.

Eisner… Eisner… Eisner…

Pedirle a Hubert que investigara sería fallar a la confianza que depositó su Profesora en ella, le tocaba moverse por su cuenta, pero de algo estaba segura y era que Byleth no quería dar a conocer su apellido en el Monasterio. Era obvio.

Quizá encuentre algo en los registros… Lo mejor era abordar el asunto con calma, Byleth no se iba a ir a ningún lado. Y la princesa debía tomar sus clases para aprovechar su tiempo en el territorio enemigo, no podría dirigir una guerra si no era capaz de aprobar una clase de táctica básica.

Por su lado, Byleth se apresuraba al ver que tenía otro regalo pendiente para uno de sus alumnos: Ferdinand. Se tomó el tiempo de anotar en su diario los cumpleaños de todos sus alumnos a partir del mes entrante, así ninguno tendría un regalo atrasado de cumpleaños. Se acostumbró a los regalos, su papá siempre le daba uno en su cumpleaños. Y aunque su padre ya no recordaba su propio cumpleaños, Byleth siempre le dio una guirnalda de flores durante la Luna de la Guirnalda.

"Agradezco con todo mi corazón el obsequio, Profesora", dijo un feliz Ferdinand al ver la linda caja de madera llena de hojas de té. "¿Son de alguna selección en especial?"

"Selección sorpresa", fue lo único que dijo Byleth, la verdad sólo conocía el té favorito de Edelgard porque fue el que le invitaron a tomar Dorothea y ella la primera vez. Té de Bergamota, bastante costoso según comentó la cantante en aquella ocasión, pero es algo que una princesa puede permitirse, fueron las palabras de su alumna.

Y hablando de alumnos, los tres profesores tenían un asunto pendiente en manos con uno de los alumnos: Dimitri.

Era miércoles después de clases, los tres estaban en la oficina de Byleth y ya habían hecho las correcciones y observaciones pertinentes del día de la batalla de las Tres Casas. Las Águilas podían sentir orgullo a pesar de los pequeños pero evidentes fallos. Los Ciervos habían aprendido su lección al menos en apariencia y Claude prometió tener mejor control la próxima vez. Los Leones, por su lado, seguían tensos por culpa de los roces entre Felix y Dimitri, pero eso no era algo que pudieran resolver con un regaño y un castigo como si se trataran de un par de niños.

"¿La tragedia de Duscur?" Preguntó Byleth y enseguida hizo memoria. "Escuché de eso pero desconozco los detalles".

"El príncipe Dimitri estuvo ahí cuando ocurrió todo y fue el único superviviente, era un niño por aquel entonces", explicó Hanneman, que estaba más que al tanto del historial del príncipe. Dimitri seguía siendo un niño a su parecer. "Desde entonces Faerghus ha tenido problemas políticos y la gente de Duscur sigue sufriendo el repudio de los habitantes del Reino".

Byleth frunció el ceño. "He notado que Dedue está solo cuando no se encuentra con Dimitri". Hasta ese momento cayó en cuenta de tan importante detalle. Pensó que era el mismo caso de Bernadetta y Marianne, que Dedue no era una persona muy social. "Cuando entrena es muy diligente, pero cuando estamos en las clases de táctica y estrategia no suele opinar, sólo dice que sí o complementa todo lo que propone Dimitri".

"He notado al resto de los Leones un poco tensos por la situación", comentó Manuela. "Debemos hacer algo para calmarlos o tendrán problemas a futuro, sobretodo el príncipe".

"¿Y qué propones, Manuela? La especialista en salud eres tú", dijo Hanneman enseguida.

"Primero pongamos atención al comportamiento del príncipe. Cualquier detalle importante que noten, háganmelo saber. No podemos pensar en una cura si no sabemos los síntomas ni la enfermedad", dijo la cantante.

"Poco ayuda que el emblema del príncipe sea el de Blaiddyd", suspiró Hanneman.

"¿Eso es importante?" Preguntó una confundida Byleth.

"Lo sabrías si me escucharas pero no asististe de nuevo a mi seminario de Emblemología, tuviste otro duelo con Jeritza", reprochó Hanneman de graciosa manera.

"No es su culpa que tus pláticas sean aburridas", se quejó Manuela y Hanneman refunfuñó.

"En resumen, el emblema de Blaiddyd es de poder puro. Como te expliqué una vez, las crestas dan ventajas físicas o mágicas a sus portadores. Se dice que el Emblema de Seiros otorga una vida longeva, por ejemplo. La Princesa Edelgard tiene esa cresta", y el hombre estuvo a nada de irse por las ramas, pero una mirada acusatoria de Manuela lo detuvo. Hanneman se aclaró la garganta. "Pero la cresta del Príncipe Dimitri otorga una fuerza física superior a la normal, y creo que la palabra superior queda corta".

"Dimitri tiende a romper el doble de armas a comparación del resto de los alumnos juntos", comentó Byleth. "Su fuerza es ridícula".

"Esa es una palabra más adecuada".

"Por ahora tenemos que cuidar de los Leones", reiteró Manuela. "Pongamos atención a sus interacciones y a las reacciones del príncipe. También debemos hablar con él respecto a lo que pasó el día de la batalla".

"Dejen que me encargue yo, los Leones están bajo mi cuidado después de todo, no les puedo fallar", dijo Hanneman con seriedad.

"Tú trata de mantenerlo en control durante las prácticas", le indicó Manuela a Byleth, "procura que no use toda esa fuerza que tiene, no necesitamos que el joven León se desate".

La mercenaria asintió. "Yo me encargo".

Y ya con un plan en manos, los tres profesores terminaron sus reportes para presentarlos a Seteth y éste repartiera las misiones, pero al parecer, había surgido un pendiente de última hora y el Consejero se lo hizo saber a la joven profesora un par de días después.

"¿Entonces encontraron a los bandidos que atacaron el campamento ese día?" Preguntó Byleth, interesada en el tema.

"Sí. Los bandidos restantes de ese rufián Kostas fueron vistos en una zona a unas pocas horas de aquí. Enviaremos a un escuadrón de Caballeros de Seiros para encargarse de ellos", continuó Seteth. "Tú llevaras a tus alumnos a que apoyen en la retaguardia y se encarguen de los que intenten escapar. No debería ser un ejercicio complicado, confío en que los mantendrás a salvo".

Byleth asintió. "Cuidaré de ellos. ¿Debo llevarme a un grupo en especial o…?"

"Eso venía en los manuales que te di", Seteth suspiró hondo, Byleth no dijo nada. "Llévate a quien quieras. Todos salen a misiones a fin de mes, pero sólo los que vayan a un combate directo deben ser guiados por ti. Los otros dos grupos salen con tus colegas a misiones que no impliquen batallas".

"Entendido".

"Parten mañana a primera hora con un escuadrón liderado por Sir Alois", indicó el Consejero. "Avisa a todos tus alumnos para que se preparen".

Byleth asintió de nuevo.

"Y no olvides comprarles el armamento que creas conveniente".

El bolsillo de Byleth dolió al escuchar eso, oficialmente se quedaría sin dinero. Preguntar si el Monasterio no les otorgaba armas a los alumnos estaba de más, porque se supone que para eso era el dinero que le dieron. Se las arreglaría.

"Entendido".

"Puedes retirarte".

Y Byleth fue corriendo a buscar a sus alumnos. Para suerte suya, vio a Edelgard platicando con Hubert cerca de la sala de recepciones.

"Qué bueno que los veo", dijo Byleth luego de recuperar el aire.

"¿Pasa algo, profesora?" Preguntó Hubert, curioso.

"Seteth acaba de decirme que tenemos una misión para el día de mañana. Encontraron a los bandidos restantes de Kostas, acompañaremos a los Caballeros de Seiros y nos encargaremos de que ninguno escape". Byleth no tenía problemas con esa misión, matar bandidos peligrosos y sin escrúpulos era el pan de cada día en la vida de un mercenario. "Ayúdenme a reunir al resto de las Águilas en el salón, por favor", pidió y salió corriendo.

"Lástima que ese bandido Kostas ya está muerto", masculló Hubert, "me hubiera encantado volarle la cabeza por tratar de matarla, Milady".

Edelgard sonrió. "Kostas ya pagó por ese crimen y ahora sus hombres no volverán a aterrorizar a nadie". No se sentía orgullosa en lo absoluto por haber recurrido a esos bandidos para alejar al profesor que escapó. "Vamos a buscar a los demás, saldremos en misión y todos podremos ver a nuestra Profesora en su elemento, y ustedes podrán ver a Shez en acción".

"Quiero saber por qué está interesada en ella también, Milady", dijo Hubert, su entusiasmo bien enmascarado por su profesionalidad. "Vamos".

Quince minutos después, todas las Águilas Negras se habían reunido en el salón de clases… A Bernadetta hubo que sacarla con la promesa de un postre, por cierto, era mejor abordarla desde un lado más gentil y no por la fuerza.

"Tendremos nuestra primera misión, saldremos mañana a primera hora. Apoyaremos a los Caballeros de Seiros contra los bandidos restantes de Kostas, estaremos en la retaguardia".

"Oh, el sujeto que atacó el campamento aquella vez cuando todos nos conocimos", comentó Shez, sorprendida.

Byleth asintió. "Nuestro trabajo es estar cerca para evitar que esos bandidos escapen. Será una batalla simple, todos estarán armados y cabe la posibilidad de que terminen en una pelea de vida o muerte. Yo me encargaré de que todos estén a salvo".

"Nunca he matado a nadie", murmuró Dorothea con visible pesar, comenzó a frotar sus manos entre sí en clara señal de nervios. "No me gustaría arrebatar una vida".

"Comprendo que te sientas así, pero no olvides que cualquiera de esos bandidos te mataría sin siquiera pensarlo", intervino Edelgard y tomó uno de los hombros de Dorothea. "El mismísimo Kostas estuvo a nada de partirme en dos de no ser por nuestra profesora, ella tiene la cicatriz que le dejó el hacha para probarlo".

Dorothea miró largamente a la princesa y finalmente asintió. "Entiendo, Edie… Es matar o que te maten, ¿verdad?"

"No estás obligada a matar todo el tiempo", intervino Byleth, "pero a veces todo se resume a elegir proteger tu vida o dejar que alguien más te la arrebate".

"Vivir siempre es la opción correcta", dijo Shez, recargándose juguetonamente en el costado libre de la cantante. "Nunca es sencillo, Dorothea, pero te prefiero viva a ti que a un bandido sin corazón".

"¡Yo también quiero a Dorothea viva!" Exclamó Bernadetta, abrazándose a la cintura de su amiga.

"Dorothea trae más felicidad si tiene vida", agregó Petra, seria.

Todos los ánimos le devolvieron la sonrisa a la joven cantante. "Gracias".

"Yo no quiero matar… La sangre…" Murmuró Linhardt con desagrado.

"Todavía no tienes hechizos ofensivos, Linhardt, tampoco has dominado la lanza, sólo te tocará defenderte y curarnos", comentó Caspar con una sonrisa. "¡Yo me encargaré de acabar con todos los que te toquen a ti!"

"¿Alguien más tiene problema con matar?" Preguntó Byleth, mirando al resto de sus Águilas, nadie dijo nada más y asintió. "No es seguro que nos enfrentemos a muchos bandidos, sólo quiero que estén mentalizados si es el caso. Por ahora quiero que coman bien y descansen. Saldremos temprano. ¿Entendido?"

"¡Sí!"

"Bien. Es todo, pueden retirarse", indicó Byleth y ella fue la primera en salir del salón.

Tenía que ir a comprar las armas y escudos para sus alumnos. Ahí se iría lo último del dinero que le quedaba, pero estaba dispuesta a vender todo el pescado posible en las tiendas del monasterio, o salir a cazar algo y vender la presa completa. Las pieles de los lobos gigantes eran bastante valoradas. Tenía muchas opciones para conseguir fondos extras.

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Las Águilas Negras ya estaban posicionadas donde les correspondía, era la ruta con más amplio campo de visión, cualquier bandido que intentara escapar del bosque donde se sospechaba que estaban escondidos, sería visto por las Águilas.

Todos estaban listos y armados para atacar, y matar si era necesario, pero los minutos pasaban y nada pasaba, los chicos pronto comenzaron a aburrirse por la espera. Byleth frunció el ceño y miró a sus estudiantes. "Petra, Shez, vayan a revisar los alrededores pero no entren en combate si ven peligro, preferentemente no dejen que alguien las vea. Si notan algo raro, vengan a informar".

"¡Sí!"

La princesa de Brigid y la mercenaria se movilizaron en silencio y con su distintiva velocidad. Y no tardaron demasiado en regresar con el resto de las Águilas Negras.

"Los bandidos están en una vieja fortaleza en esa dirección", informó Shez y Petra confirmó la información.

"Se movieron de escondite entonces, se supone que estaban en el bosque al sur", comentó Ferdinand con el ceño fruncido, recordando el reporte que Alois prácticamente les gritó al oído. "¿Qué hacemos ahora?"

"Avisar a los Caballeros de Seiros", respondió Linhardt, tratando de ser la voz de la razón.

"¡Ir por esos bandidos, desde luego!" Gritó Caspar. Shez y Petra secundaron su idea.

"Deberíamos llamar a los caballeros de Seiros", dijo Bernadetta mientras abrazaba su arco.

"Los Caballeros de Seiros son todo menos discretos, los bandidos escaparán otra vez apenas los escuchen marchar en su dirección", comentó Hubert, pensativo.

"Tardaron mucho en encontrarlos como para dejar que escapen de nuevo", dijo Dorothea.

"Creo que esa decisión no nos toca a nosotros", los calmó Edelgard y miró a su Profesora. "¿Qué hacemos?"

La decisión era fácil. "Vamos por esos bandidos. Los Caballeros tardarán en agruparse de nuevo, nosotros somos un grupo más pequeño y eso hará que los bandidos se confíen independientemente de cuántos sean. No les pareceremos una amenaza, así que no escaparán".

Y por única señal del cambio de planes, Byleth tomó el estandarte de las Águilas Negras que decidió traer consigo y la colocó de manera visible, junto con una flecha (de Bernadetta, desde luego) que indicaba la dirección que habían tomado. Y hecho eso, guió a su grupo al verdadero escondite de los bandidos, procurando caminos por donde no fueran vistos con facilidad.

Y al momento de ver la Fortaleza que no estaba tan abandonada como decía el reporte, notaron a varios bandidos en la entrada. Ni siquiera vigilaban, parecían estar pasando el rato solamente. Había dos caminos para llegar a lo que era la entrada principal, sus siguientes órdenes salieron con seguridad y sin titubeos.

"Vamos a dividirnos en dos grupos, yo dirigiré a uno y tú, Shez, guiarás al otro. Te llevarás a Petra, a Caspar, a Ferdinand y a Linhardt. No se separen, muévanse y ataquen en grupo. Debe haber un hall principal al centro, nos reuniremos ahí. Y si pasa algo inesperado, usa tu silbato dos veces, Shez, tan fuerte como puedas. Acudiremos al rescate", indicó Byleth y miró al resto de sus estudiantes. "Hubert, Bernadetta, Dorothea y Edelgard, ustedes vendrán conmigo. También atacaremos en grupo y nos moveremos a mis indicaciones", continuó la profesora y miró a todos. "Recuerden, es su vida o la de ellos. No duden, porque ellos no lo harán. Los quiero vivos a todos", prometió y sus alumnos sonrieron ante la promesa. "Edelgard, ¿nos haces los honores?"

La mirada de la princesa de Adrestia brilló, le gustaba mucho cuando su querida profesora le daba su lugar como líder.

"¡Ésta es nuestra primera misión en equipo! ¡Combatiremos a malvados que amenazan inocentes! ¡Nuestra única obligación es salir con la victoria en las manos! ¡Águilas Negras, al Ataque!" Exclamó la princesa con fuerza.

Y sus compañeros gritaron en respuesta, fieros y al unísono.

El asalto al escondite de los bandidos comenzó.

Los dos grupos se separaron y entraron al sitio, donde los bandidos sentían alivio de haber evadido a los Caballeros de Seiros, pero a la vez nerviosos por tener que compartir el escondite con gente incómoda. Pero esa gente incómoda casualmente los contrató para proteger el sitio y todo coincidió con los Caballeros de Seiros cazándolos. Su Jefe en serio se había metido con gente peligrosa, pero no era como si alguno de ellos estuviera a salvo afuera, no cuando eran cazados por tratar de matar a unos estudiantes de la Academia.

Y entonces sonó la alarma de ataque. Los bandidos descubrieron que no se trataba de los Caballeros de Seiros, sino de un grupo de estudiantes de la Academia, un grupo de mocosos que los bandidos rápidamente vieron como presa fácil. ¡Qué iban a saber ellos que los alumnos estaban mejor preparados que la primera vez que los atacaron!

Shez sentía la obligación moral de mostrar su experiencia en batallas y guiar al grupo que le tocaba de manera adecuada, sin permitir que ninguno cayera pero no porque fueran importantes nobles de Adrestia, sino porque eran sus amigos. Además Byleth se los confió y no pensaba fallarle a alguien que la respetaba de esa manera.

"¡Linhardt, atrás! ¡Caspar, protégelo, no dejes que nadie se le acerque!" Ordenó Shez mientras sujetaba bien sus propias espadas para atacar junto con Petra y Ferdinand a los primeros bandidos que fueron a recibirlos. El pequeño grupo de ocho maleantes que los atacaron no fueron rivales para la velocidad de Shez, la temible precisión de cazadora de Petra, la infalible lanza de Ferdinand y los salvajes puños de Caspar.

Los cuatro tuvieron pequeñas heridas de espada y hachas, roces que ardían y que les recordaban que trataban con maleantes sin corazón ni escrúpulos. Linhardt se encargó de curarlos antes de seguir avanzando.

Por su lado, el paso del equipo de Byleth se vio cerrado por un grupo de diez bandidos armados con hacha. Y aunque se esparcieron para poder atacar desde varios lados, el primero de ellos cayó cual tronco cuando una flecha de la profesora se clavó en su frente. Los bandidos pronto pusieron atención a los uniformados y fueron directo contra ellos. Byleth confiaba en que sus alumnos podrían enfrentarlos.

Bernadetta logró clavar una flecha en la frente de uno de los bandidos que trató de atacar a Edelgard desde un costado, por supuesto que gritó en pánico mientras lo hizo; estaba escondida cerca de unas cajas. Por su lado, Hubert no permitía que nadie se le acercara demasiado, mantuvo a dos maleantes a raya hasta que ambos cayeron, víctimas de sus poderosos hechizos oscuros.

Internamente, Hubert apenas podía calcular la resistencia mágica de su profesora por aguantar bien sus ataques con sólo heridas superficiales, mientras que esos bandidos cayeron casi al instante. Esa mujer era aterradora.

Por su lado, Edelgard se tomó el trabajo de pelear junto a Dorothea y ayudarla. Era gracioso que la tímida y nerviosa Bernadetta no tuviera empacho alguno en clavarle una flecha entre ceja y ceja a un bandido maloliente, pero que la atrevida y segura Dorothea sí sintiera en sus hombros el peso de arrebatar una vida. Eso era algo que Edelgard apreciaba, pensaba ayudarla con ese peso.

La propia Edelgard conocía la muerte de cerca y ya no le temía, así que no tuvo problema en clavarle su hacha por medio pecho a un bandido que creyó no necesitar cuidarse de ella. La sangre salpicó sus guantes pero eso no la hizo siquiera fruncir el ceño.

"¡Bernie, cuidado!" Gritó Dorothea al ver a un inesperado arquero enemigo listo para atacar a su amiga. Sin pensarlo, invocó su hechizo y su apuro y miedo porque lastimaran a Bernadetta le dio una potencia bárbara a su simple hechizo de rayo. Lo que cayó sobre el bandido fue un ataque con la potencia de un trueno de tormenta, fulminándolo en el acto. "Ah…" Las manos de Dorothea comenzaron a temblar al ver al bandido desplomarse en el suelo mientras su cuerpo echaba humo. El desagradable aroma a carne humana quemada le revolvió el estómago a la cantante.

"¡Dorothea!" Edelgard rápidamente le tomó las manos a su compañera, mientras que Bernadetta se dio cuenta de lo sucedido y rápidamente fue a abrazar a su amiga.

Hubert permaneció cerca a sabiendas que debía resguardarlas, mientras que Byleth miraba todo a una distancia respetable, su arco en manos en caso de cualquier eventualidad. Byleth pudo haber matado a ese bandido, pero Dorothea reaccionó primero.

"Edie… Sólo… Él… Sólo cayó", murmuró Dorothea.

"Y salvaste a Bernadetta gracias a tu rápida respuesta", dijo Edelgard con suavidad, frotando vigorosamente las suaves manos de Dorothea buscando calmarla. "Salvaste a Bernadetta", repitió.

"¡Lo siento!" Se disculpó la arquera mientras pegaba su rostro a la espalda de la cantante. "¡Perdón por descuidarme!" Lloró Bernie.

"Él salió de la nada y yo… Yo…" Dorothea sintió el abrazo de Bernadetta más fuerte y también las atenciones de Edelgard, las miró a ambas. "Lo maté…"

"La salvaste", repitió Edelgard con firmeza. "La salvaste, está viva gracias a ti".

"Gracias", murmuró Bernadetta, su rostro lleno de mocos y lágrimas.

"Te dolería más ver herida o muerta a Bernadetta", le dijo Hubert a la cantante. El mago y su tacto tan delicado como el de la rugosa y escamosa piel de un wyvern salvaje.

Las palabras cargadas de verdad de Hubert ayudaron a Dorothea a terminar de salir de su estupor.

"Tienen razón", dijo Dorothea luego de dar un largo suspiro, enseguida se giró y abrazó a Bernadetta. "Yo te cubro y tú me cubres, ¿de acuerdo?"

"¡De acuerdo! ¡Bernie te protegerá!"

Edelgard sonrió y asintió a Hubert, enseguida miró a su Profesora. "¿Seguimos?"

"Vamos", respondió Byleth apenas terminó de recuperar sus flechas.

Los dos grupos siguieron avanzando cada uno por su lado, peleando contra pequeños grupos sin demasiados problemas, no se supone que quedaran muchos bandidos después de todo pero…

"Puedo sentir algo raro en el ambiente", comentó Hubert apenas todos se reunieron en el hall central de la fortaleza, un lugar obligado para los que quisieran escapar desde las zonas más al fondo. "Los restos de magia oscura", aclaró.

"Que yo recuerde, no había magos oscuros en el grupo de Kostas", comentó Shez, recordando perfectamente la primera vez que peleó contra ellos junto con Edelgard, Dimitri y Claude.

"Seguiremos avanzando y nos dividiremos de nuevo donde tengamos oportunidad, tengan cuidado con los magos oscuros si es que se topan con alguno", indicó Byleth y, durante su veloz marcha, algunos bandidos perdidos se toparon de frente con ellos y terminaron muertos por la punta de las flechas de Byleth. La profesora estaba al tanto de que debía darles confianza y seguridad a sus alumnos y permitirles pelear, pero ella era la que debía protegerlos. Tampoco pensaba dejarles todo el combate en las manos.

Cuando llegó el momento de dividirse de nuevo, fue con las mismas instrucciones: moverse juntos y protegerse mutuamente.

Grande fue la sorpresa cuando el grupo de Byleth llegó a la zona de mazmorras en el lado que les tocaba revisar.

"Parece que hay alguien en uno de los calabozos", dijo Hubert y el grupo se acercó a la celda. Y grande fue la sorpresa de todos al ver que se trataba de una chica pelirroja que usaba el uniforme de la Academia de Oficiales. Todos se acercaron para verla mejor y…

"Es… ¡Es Monica!" Exclamó Edelgard sin querer, sintió un alivio enorme en el pecho al verla con vida, no sabía dónde la habían escondido las Serpientes.

"¿Monica?" Preguntó una confundida Byleth. Y por el gesto de Bernadetta y Dorothea, ellas tampoco la conocían.

"Monica von Ochs. Una alumna de la Academia del curso del año pasado. La conocemos porque es hija de nobles cercanos a la familia imperial", informó Hubert mientras su princesa rompía el candado de las rejas con su hacha.

"No sabíamos nada de ella desde hace un par de meses, corrían rumores de que escapó y el Varón Ochs la ha estado buscando desde entonces, sin resultado", explicó Edelgard y todos entraron a la celda, Hubert cuidando la entrada. "Está viva pero parece débil…" la princesa suspiró de alivio. Podía notar lo delgada que estaba la pobre, lo maltratado y sucio que estaba su uniforme. "Monica, ¿me escuchas?"

Monica murmuró algunas cosas pero obviamente no tenía fuerzas. Byleth rápidamente usó su hechizo de curación en ella en caso de que tuviera lesiones bajo su uniforme, y luego la echó a su hombro procurando cuidado.

"Salgamos de aquí para ponerla a salvo. Yo cuidaré de ella", dijo la profesora, sintiendo lo ligera que era la chica, seguramente no la pasó bien ahí dentro y la alimentaron sólo lo suficiente para no morir.

Y de pronto sonó el poderoso sonido del silbato de Shez en cada esquina del lugar, dos silbatazos exactamente: la señal de peligro. El grupo de Byleth rápidamente se movilizó.

Lo que Shez y su grupo encontraron, casi por accidente, fue a un numeroso grupo de magos emerger desde una habitación al fondo del almacén, al menos un par de docenas, que no escucharon las alarmas de ataque debido a la distancia. Eran demasiados enemigos para ellos, Shez no pensaba arriesgar a nadie así que indicó la retirada mientras sonaba su silbato. Los magos oscuros comenzaron a perseguirlos. Lo más llamativo de ellos eran sus máscaras oscuras con forma de pico de pájaro.

"¡Rápido, todos al sitio donde nos separamos de los demás!" Indicó Shez mientras procuraba que nadie se quedara atrás, de hecho vio a Caspar echar a Linhardt a su espalda para poder correr más rápido. Petra y Ferdinand podían seguir bien el paso.

"¡Shez, debimos atacarlos!" Exclamó Caspar. "¡Los teníamos enfrente!"

"Sí, y hubiéramos matado a uno o dos, quizá tres, pero los demás nos hubieran masacrado con su magia oscura", respondió Shez. "Salvo Linhardt, los que estamos aquí tenemos una resistencia mágica débil", o al menos ese fue el veredicto del Profesor Hanneman luego de revisar a cada estudiante. Ella tenía un poco más de resistencia a ese tipo de magia y podía con uno o dos ataques mágicos y seguir peleando, no veinte.

"¡No quiero morir ante magos, es indigno de guerrero de Brigid!" Dijo Petra sin dejar de correr. Además, estaba de acuerdo con Shez, eran demasiados magos y un sólo golpe de esa magia oscura sería suficiente para dejarlos en una rodilla.

"¡Mi estimado Caspar, aún no es el momento de que te midas con tantos oponentes!" Exclamó Ferdinand con más calma y entusiasmo. "¡Incluso el gran Ferdinand von Aegir debe aprender qué batallas pelear!"

"Ya lo escuchaste", dijo Linhardt mientras le jalaba una oreja a su amigo de la infancia. "Si quieres pelear contra tantos enemigos como tu padre, hazte más fuerte y más rápido".

Ambos grupos se reunieron en el hall central, llegaron casi al mismo tiempo.

"¡Profe! ¡Magos negros, más de veinte! ¡Nos vienen siguiendo!" Informó Shez desde la distancia y sin dejar de correr ni vigilar a sus acompañantes.

"¡Águilas Negras, reagrúpense!" Ordenó Byleth mientras ella y su equipo se detenían y dejaban que Shez y los demás se reunieran con ellos. Pronto notó que desde el fondo salían los magos negros que Shez mencionó.

"¡Tienen a la chica!" Gritó uno de los magos al notar que la prisionera había sido liberada. "¡Rápido, recupérenla o Kronya nos matará!"

Más de veinte magos contra un equipo de diez cargando a una herida… Byleth rápidamente tomó una decisión. Dejó a la chica al cuidado de Edelgard y finalmente sacó la espada, la espada de su padre, de su vaina.

"Hubert, Dorothea, Bernadetta, usen sus ataques a distancia para mantener lejos a los magos que entren dentro de su rango", ordenó Byleth. "Shez, Petra, ustedes encárguense de los que se acerquen demasiado, esquiven y ataquen. Los demás, cuiden de la chica".

"¡Sí!" Respondieron los alumnos.

"Ese es el plan, pero no dejaré que nadie se les acerque", dijo Byleth mientras algo en su voz, algo en ella parecía cambiar y todos lo notaron. "Yo los protegeré".

Y lo siguiente que los alumnos vieron fue algo que sólo Shez entre los presentes atestiguó una vez: al Azote Sombrío en acción.

Con una velocidad sobrehumana, con un temple que pondría nervioso a cualquier curtido veterano de guerra, Byleth se movió entre los magos que apenas si tenían tiempo de invocar sus hechizos. Una estocada, un caído. Un sablazo, un caído. La brillante espada blanca se movía como un relámpago en plena tormenta, y la tormenta eran los fríos ojos del Azote Sombrío. Todos pudieron verla.

Un puñado de esos magos creyó que era buena idea ir a atacar a los estudiantes que estaban más atrás, pero fueron recibidos por las veloces espadas de Shez y Petra, y un par cayeron ante los hechizos de Hubert y un par de flechas de Bernadetta.

"¡¿Qué demonios está pasando aquí?!" Preguntó en fuerte volumen una chillona voz femenina. "¡Se supone que estos apestosos bandidos cuidaran del sitio! ¡Y los encuentro a todos muertos! ¡Y a ustedes también, parvada de inútiles!"

Todos miraron a la recién llegada. Era una chica de extraña apariencia, su piel tenía un raro tono grisáceo, sus ropas reveladoras pegadas a un cuerpo curvilíneo tenían unas raras puntas que parecían tener vida propia, similares a la cola de un escorpión.

Sólo Edelgard y Hubert sabían que esa chica y esos magos oscuros eran parte de las Serpientes de las Tinieblas. Sin esperarlo, encontraron uno de lod escondites de esos monstruos.

"¡Ama Kronya!" Gritó uno de los magos que aún quedaban en pie. "¡Auxilio…!" Y fue lo último que gritó el pobre diablo.

"¡¿Qué hacen ustedes con mi juguete?! Grito Kronya al ver que los estudiantes tenían a la prisionera. "¡Devuélvanmela!" Y de inmediato atacó con una espada corta de raro diseño y hoja rojiza.

"¡No en mi turno!" Gritó Shez mientras recibía el ataque de esa nueva enemiga. Era una pelea uno contra uno y Shez podía con ese tipo de batallas. "¡Profe, yo me encargo de ésta!"

"¡Tengo un nombre, bestia rumiante! ¡Soy la gran Kronya! ¡La que se va a encargar de desollarlos vivos a cada uno de ustedes!"

La pelea entre Shez y Kronya era feroz y veloz, y la sangre no tardó en salpicar por los cortes que ambas daban y recibían. Y de hecho, Kronya notó con molestia cómo esa molesta chica no hacía más gestos que arrugar un poco el ceño por el dolor mientras seguía atacando sin bajar el ritmo. ¡Se supone que su arma estaba envenenada! ¡Se supone que un corte de su Athame bastara para acabar con sus enemigos de manera rápida y agónica! Pero esa chica no se inmutaba.

Por su lado, Byleth acabó con el último de los magos y puso toda su atención en la batalla de Shez, lista para ayudarla pero…

"¡Los voy a aplastar a todos!" Gritó Kronya y con un poderoso salto tomó suficiente distancia de la chica. Su cuerpo comenzó a liberar un vapor oscuro y un sello mágico se dibujó bajo sus pies.

Y lo siguiente que se escuchó fue un rugido. De aquel sello salió una bestia demoníaca, similar a la que Shez y Byleth vieron aquella vez antes de la Batalla de las Tres Casas.

"¡Shez, encárgate de Kronya!" Ordenó Byleth.

La joven mercenaria sonrió. "¡Sí!"

"¡Linhardt, cuida de la chica! ¡Los demás, conmigo!"

"¡Sí!"

Era momento de una lección relámpago sobre cómo acabar con una bestia de ese tamaño. Byleth, para esos momentos, era de nuevo la profesora y no el Azote Sombrío.

Mientras Shez mantenía a Kronya a raya, Byleth le enseñaba a sus alumnos dónde y cómo atacar, cómo lograr romper la dura defensa de esa callosa piel y lograr un daño importante en la bestia. Ésta vez, incluso Dorothea estaba dispuesta a gastar hasta su último gramo de poder en ese monstruo.

Y al ver que la bestia caía por culpa del asalto en conjunto, y que esa chica de las dos espadas simplemente no se dejaba matar, Kronya se dio cuenta que estaba todo perdido. Rápidamente se alejó de Shez y puso gesto de horror.

"¡El Señor Thales se va a enojar mucho conmigo!" Se lamentó la chica y usó un hechizo de teleportación para escapar del sitio.

Ya no había nadie más en ese sitio.

"Buen trabajo, sólo esperemos a que lleguen los Caballeros de Seiros", dijo Byleth y enseguida miró el sitio a su alrededor. "Enseguida regreso".

"¿Irás a revisar que no haya ningún otro enemigo?" Preguntó Caspar con emoción.

"Voy por dinero", fue la seca respuesta de Byleth y se retiró.

Luego de que los Caballeros alcanzaron a los alumnos y recibieron el reporte, pusieron a Monica von Ochs a salvo y todos marcharon de regreso a Garreg Mach. Byleth cargaba su botín: armas. Muchas armas que podía vender al herrero. ¡Estaba salvada!

"¿Necesitas ayuda?" Preguntó una divertida Edelgard.

Byleth negó. "Lo venderé todo apenas pueda".

La princesa casi rió antes de volver su vista al frente. Era sorprendente cómo su profesora en serio se volvía el demonio que clamaba su fama, pero Edelgard sabía que un verdadero demonio no sería tan bueno como lo era Byleth Eisner.

CONTINUARÁ…