PARTE 16 Corona de Claveles

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"¿También estás de cacería?" Preguntó Catherine mientras rodeaba los hombros de Shamir con un brazo, con su mano libre sujetaba su tarro de cerveza lleno. Dio un gran trago antes de sonreír de manera fiera. "Quizá Lady Rhea te ponga a trabajar conmigo".

"Yo tengo otra misión", respondió Shamir con su voz desinteresada de costumbre. La única señal del alcohol en su sangre era sus mejillas y nariz roja. "Unos herejes en altas esferas están dándole dolores de cabeza a la Arzobispa, así que estoy en eso".

Catherine puso un gesto de decepción cual niña pequeña. "No es justo. A ti te mandan por herejes y a nosotros por unos tipos de los que nunca he escuchado", se quejó la afamada Galerna. "Pero esos sin duda le dan más dolores de cabeza a Lady Rhea".

Shamir acababa de ponerse al tanto de que la alumna que se presumía había escapado el curso pasado, en realidad fue secuestrada. Byleth y las Águilas Negras fueron quienes la encontraron y rescataron. Y aunque Catherine no dio detalles debido a la importancia y discreción requerida por la misión, los que estaban detrás del secuestro de la alumna eran individuos non-gratos para la Arzobispa. Tan grande era el asunto que Alois Rangeld y el veterano Gilbert de la Casa Dominic también estaban investigando el asunto junto con sus mejores soldados.

La arquera también debería estar ahí pero había otro individuo que tenía toda la atención de la Arzobispa: el Azote Sombrío. Shamir sólo daba tiempo. Tenía permiso de Byleth de seguir en la susodicha misión y decir lo que cualquier mercenario o persona que conoció a su padre podría decir: que el Quiebraespadas fue un hombre alto y de cabello cenizo, con barba, alto como un oso y con una cicatriz pequeña en una mejilla.

Un detalle importante que Byleth sabía era que esa cicatriz se la hizo su padre cuando un lobo rojo lo atacó, durante el tiempo en que Sitri estaba encinta. Con tan pequeña pero significativa seña particular quizá la Arzobispa no relacionaría al Quiebraespadas con el hombre al que ella conoció.

"Termina tu misión rápido para que te nos puedas unir", suplicó Catherine mientras se frotaba cual gato contra Shamir, señal de que ya estaba ebria. "Ya no aguanto los malos chistes de Alois, y estar más de una tarde con Gilbert deprime a cualquiera con sus viejas historias en Faerghus".

"Lo lamento, colega, pero tendrás que aguantarlos un poco más, mi misión va para largo".

"¡Tenme un poco de piedad, Shamir! Si tengo que volver a compartir campamento con esos dos, voy a matarlos", se quejó la guerrera.

"Me encantaría ayudarte pero me iré mañana por la mañana. Que nos topáramos aquí fue simple casualidad", ésta vez Shamir claramente trataba de molestar a su compañera, incluso tenía una pequeña sonrisa maliciosa en los labios.

"Shamir, pensé que me querías".

"No te quiero en horas de trabajo".

"No estamos en horas de trabajo".

"Oh, entonces puedes acompañarme a mi cuarto en la posada", fue la propuesta de la arquera mientras le quitaba la cerveza restante a Catherine y era ella quien la bebía.

La Galerna se puso roja pero de todos modos sonrió y siguió con su mirada a Shamir, que fue la primera en ponerse en pie. "Si tenemos ésta noche, entonces aprovecharé", murmuró la guerrera y fue tras Shamir luego de dejar el pago por las bebidas en la barra.

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El pequeño ejército de los Vestra estaba haciendo su trabajo y Hubert no podía evitar sentir satisfacción al leer el más reciente informe que le dieron:

El Ministro Aegir estaba prácticamente atado de manos a causa de la ausencia del Regente. Sin el respaldo de Lord Arundel, Aegir poco y nada podía hacer ante la presión del Conde Bergliez y el Conde Hevring. Además, ese cobarde de Varley estaba escondido en su mansión y nadie había visto su cara en días.

Mención aparte, Hubert felizmente accedió a la petición de su princesa y en secreto le hizo saber al Rey de la muerte de Volkhard von Arundel. Desde entonces, el envejecido y cansado Rey Ionus obtuvo un segundo aire, por primera vez en años pudo dar una orden a su corte real y fue escuchado.

Para averiguar un poco más, Hubert envió un mensaje al Ministro Aegir y fingió pedir indicaciones argumentando que llevaban más de dos meses en la Academia y hasta el momento no habían recibido orden alguna de parte de Lord Arundel. Agregó que la Princesa Edelgard se sentía un poco ansiosa por la falta de respuesta de su tío y ambos estaban atados de manos por culpa del incremento de la vigilancia en la Academia luego de que Tomas el bibliotecario desapareciera.

La respuesta tardó en llegar y quien les respondió fue Myson.

Limítense a seguir aprendiendo los misterios del Monasterio, aprovechen la Ceremonia del Renacer durante la Luna de los Mares para tratar de acceder al Mausoleo.

Es importante que tengamos acceso a esa zona.

Recibirán nuevas indicaciones apenas sea el momento adecuado.

"Admito que tratar de conseguir la reliquia que está en la Tumba de Seiros será complicado sin una armada que nos respalde", comentó Hubert con preocupación. Gracias a las Serpientes sabían que la legendaria Seiros no estaba enterrada en esa tumba, en lugar de ello estaba la espada que el mismísimo Nemesis tuvo en sus manos, un arma que sólo podía ser blandida por alguien que tuviera la Cresta de Fuego en su sangre.

Alguien como Edelgard von Hresvelg.

Si pudieran conseguir esa arma, podrían enfrentar a la mismísima Rhea.

"Con que podamos dar un vistazo al interior del Mausoleo será suficiente para que me aprenda los accesos. La Ceremonia estará muy concurrida y muy bien vigilada, lo único que podemos hacer es tratar de encontrar los pasajes secretos para poder acceder después a la primera oportunidad", dijo Monica con seriedad.

Hubert y Monica platicaban con su princesa en el cuarto que la maga y Shez compartían. El Taller de Vuelo recién había terminado y los alumnos aprovechaban la tarde para estudiar, entrenar por su cuenta o hacer otras actividades. Y hasta donde sabían, Shez entrenaba un par de veces por semana con Byleth antes de la hora de la cena. El nivel de combate de la mercenaria estaba por encima del resto de los alumnos y podía permitirse entrenamientos personalizados con la profesora de Combate.

Edelgard barajaba los recursos que tenía a la mano.

"Aprovechemos la ceremonia para explorar mejor el sitio, somos alumnos de la Academia y eso nos tiene en una posición privilegiada ante la Arzobispa", dijo la princesa sin que su mente dejara de trabajar. "Incluso podríamos ayudar con la vigilancia del sitio, casi todos los mejores elementos de los Caballeros de Seiros están fuera del Monasterio".

"Siguen vueltos locos por el asunto de Tomas", comentó Hubert. La súbita desaparición del bibliotecario quería decir que lo habían descubierto. No estaban al tanto de los detalles y Solon tampoco se había puesto en contacto con ellos, pero suponer que las Serpientes estaban en Caos no era aventurado. "Les hará falta personal para el siguiente mes".

"Lady Edelgard, ¿estará a salvo blandiendo una espada como esa?" Preguntó Monica de repente. "Las dos vimos que la Lanza de la Ruina estaba devorando a Miklan".

"Tengo el Emblema de Fuego en mi sangre y su poder está activado", respondió Edelgard con seguridad. "Incluso si se diera el caso, al menos sé que puedo ser salvada si actuamos a tiempo", la princesa ocultaba bien su nerviosismo respecto al asunto.

"Tengo entendido que Thales tenía algo preparado para usted, Milady", dijo Hubert mientras hacía memoria, "un arma para su uso exclusivo, algo capaz de competir con las Reliquias de los Héroes".

Edelgard levantó una ceja, interesada en el tema. "Si esa arma está en manos de las Serpientes, tendremos que darles una muy buena razón para que me la entreguen".

"Supongo que con pedirla por favor no será suficiente", bufó Monica.

"Si me permite una sugerencia, Milady…"

"Te escucho, Hubert".

"Usted tiene derecho a exigirles saber el paradero de Thales, puede ser usted quien ahora los apresure a ellos y les diga que la tienen esperando, que el tiempo sigue pasando y que la Arzobispa tiene el Monasterio demasiado vigilado".

Edelgard puso un gesto serio y asintió. "Tienes razón, puedo alegar que no me siento a salvo sin las indicaciones de mi tío, y que necesito algo para sentirme segura en caso de que me vea acorralada por los Caballeros de Seiros".

"Así ellos creerán que ustedes siguen fieles a la causa", comentó Monica y enseguida sonrió. "Vale la pena intentarlo, incluso puede alegar que necesita algo para ayudarse si tiene la oportunidad de hacer algún movimiento dentro del Mausoleo".

Edelgard asintió. "El plan me agrada. Escribiré la carta de respuesta a Myson".

"Lady Edelgard, ¿me permite preguntarle algo?" Para Monica era imposible hablar de manera tan casual a la princesa a la que tanto adoraba.

"Te escucho". Y dicha princesa se rindió, permitiéndole a su vasalla a hacer lo que quisiera.

"¿Estará bien pedirle ayuda a la Profesora?"

Edelgard negó. "Ella estará de nuestro lado apenas todo comience. Y justo ahora tiene suficientes problemas con la atención innecesaria que recibe de la Arzobispa".

"A su favor, debo decir que gracias a eso nosotros podremos pasar más desapercibidos", agregó Hubert de manera gratuita, no que le faltara razón. "Aún no sabemos qué pretende Rhea con la profesora, pero no debe ser bueno si está investigando a su familia fallecida".

"Me alegra que ella me confíe esos asuntos, así podré… Podremos ayudarla si es el caso", dijo la princesa mientras un leve sonrojo atacaba sus mejillas. "Además, sé que ella estará de nuestro lado cuando todo comience, es una de las guerreras más fuertes que hemos visto y será de mucha ayuda a nuestra causa".

Ni Hubert ni Monica se atrevían a mencionar la obvia atracción que la princesa y la mercenaria compartían, una atracción sincera. Se sentían felices por ella pero lo mejor era no señalarlo o se apenaría tanto que se iría de inmediato y la junta terminaría. Luego de detallar y escribir el contenido de la carta de respuesta que enviarían a Myson, los tres dieron la reunión por terminada y salieron de la habitación compartida de Monica y Shez.

Monica iría a una fiesta de té, Mercedes la invitó. Annette estaría ahí también. Hubert iría a la biblioteca a leer un rato y a ver cómo se estaba comportando la vigilancia.

Edelgard también tenía importantes planes para esa tarde.

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Las espadas chocaban de manera veloz, feroz y mortal… O al menos sería mortal si fueran espadas de metal y no de madera. Shez y Byleth entrenaban antes de cenar. Mientras que Byleth tenía posicionada a Edelgard como su mejor alumna, a Shez la consideraba una colega de trabajo a la que podía ayudar a entrenar, alguien a quien tranquilamente podría encargarle la mitad del campo de batalla y confiar en que haría el trabajo sin fallar.

"¿De verdad debo usar la cuerda en los tobillos?" Preguntó Shez luego de casi tropezar.

"Por instinto abres mucho las piernas, es lo único que se me ocurrió", respondió Byleth mientras tomaba posición de combate de nuevo. Un trozo de cuerda atada en los tobillos evitaba que la joven mercenaria abriera tanto el compás. "Vuelve a atacarme".

"¡De acuerdo!" Shez poco a poco se acostumbraba al largo de la cuerda, seguía atacando a Byleth y ésta se limitaba a defender y bloquear. Sólo con ella Shez era capaz de usar toda su fuerza sin temor a lastimarla. "Me hubiera encantado ir a esa misión, mi capitana me platicó que los bandidos sobrevivientes salieron corriendo de la torre en medio de la tormenta. Y luego de escuchar de algunos colegas cómo el Azote Sombrío brilló deshaciéndose de las fuerzas elite del bandido Miklan, más ganas le daban de tener ese tipo de misiones con sus compañeros de escuela. "¿Y cómo está Sylvain?"

"Bien, los Leones no lo han dejado sólo", respondió Byleth. "Y los regalos que recibió por su cumpleaños lo ayudaron mucho a mantener sus ánimos en alto".

"Me alegra", sonrió Shez. "¡Ahora sigamos, ya le estoy entendiendo a esto!"

La pelea continuaba con pausas y correcciones cada vez que Shez olvidaba la cuerda e intentaba un paso más largo. Byleth era paciente.

"Shez en serio que es terca", murmuró Lysithea mientras miraba el entrenamiento junto con Edelgard. De hecho se unió a la princesa, ella llegó primero buscando a la profesora para algo, pero no quiso interrumpir el entrenamiento.

"Shez es una fantástica combatiente, ella fue quien nos ayudó a rescatar a Monica y se enfrentó sola a muchos oponentes que aún eran complicados para nosotros", explicó Edelgard con suavidad. Y que siguiera mejorando gracias a la guía de Byleth era algo a considerar para sus futuros planes. No estaba de más ir asegurando el servicio de los mercenarios de Berling, de momento era su profesora quien los tenía contratados como batallón de apoyo por el resto del año escolar.

Lysithea no dijo nada a eso, sólo volvió su vista al libro de magia que estaba estudiando. Estudiar afuera de la biblioteca era más cómodo y fresco, además el sitio seguía fuertemente vigilado, era complicado estudiar con los guardias cuestionando de manera ruda a monjes y otros visitantes. Sólo los estudiantes podían entrar y salir de ahí sin problema.

"Por cierto, Lysithea, ¿te gustaría compartir una taza de té conmigo? Mañana antes del atardecer". Preguntó Edelgard de repente, sin perder de vista el entrenamiento.

"Me encantaría, pero estoy ocupada estudiando y…"

"Oh, comprendo", la princesa fingió pena, "es sólo que Hubert me consiguió unos postres, pero compró demasiados y me gustaría compartirlos… Creo que se lo tendré que pedir a la profesora Byleth, ella…"

Lysithea de inmediato miró a la princesa. "Si son muchos dulces, con gusto te acompañaré… Um… Además, con todo el respeto que merece nuestra profesora, sus modales en la mesa son cuestionables. Es una salvaje igual que Shez", bufó la maga.

"Oh, cierto, vi que el otro día tomaron el té juntas", comentó Edelgard.

"Ella me invitó".

"Oh, comprendo…"

Lysithea bufó de nuevo. "Me la debía por llamarme niña".

Edelgard conocía a Shez y, mientras que la mercenaria no se mordía la lengua al hablar, tampoco era ruda ni brusca en sus comentarios. Estaba absolutamente segura de que fue un malentendido, pero siendo Shez una persona relajada en general, fue por una solución sencilla para buscarle nuevamente la cara a la maga. "En nombre de las Águilas Negras, disculpa a nuestra compañera, por favor. Si es necesario corregir su comportamiento, puedo asegurarme de eso. Podrá ser una mercenaria, pero justo ahora es una alumna de la Academia de Oficiales y debe mostrar cierto decoro".

La joven maga se ruborizó. "No es necesario que digas eso… Sólo… Bueno…" Enseguida aclaró su garganta. "No se ha portado mal conmigo, si se diera el caso yo misma podría hacerme cargo de ese asunto".

"Me alegra escuchar eso… Por cierto, traje unas galletas para nuestra profesora, ¿te gustaría probar una? Comeré una también", fue el ofrecimiento de Edelgard mientras le mostraba las galletas envueltas en un pañuelo.

La mirada de la maga brilló. "Sólo una, pero no estoy aceptando porque yo sea una niña, es sólo que es grosero despreciar algo ofrecido por una princesa", explicó con graciosa seriedad y tomó una de las galletas mientras Edelgard comía una también.

Un rato después, las mercenarias terminaron de entrenar.

"¡Hey, Lysithea!" Shez fue corriendo con ella. "El té del otro día estuvo delicioso, ¿probaremos uno nuevo después?"

"Sí, lo probaremos. Te hará bien relajar tu cuerpo luego de trabajar tan duro, eres una guerrera y no debes sobrepasarte", dijo la joven maga con seriedad.

Shez suspiró hondo. "¿Sabes? Eres la última persona que puede decirme que trabajo demasiado. Ayer tuve que acompañarte a la biblioteca para que dejaras unos libros, era tarde y estaba lloviendo, las dos nos empapamos".

Lysithea se sonrojó. No iba a admitir en voz alta que le daba miedo moverse de noche por el Monasterio a pesar de que estaba más vigilado que nunca. Se topó con Shez por accidente cuando la muy glotona regresaba del comedor con parte del sobrante de la comida del día. Amablemente le pidió que la acompañara a la biblioteca.

Sí, las dos terminaron empapadas.

"Bueno, no puedo tener mi cuarto lleno de libros, no debo ser tan desordenada. Tengo muchas cosas por hacer", alegó Lysithea.

"Eres demasiado joven como para que trabajes tanto, incluso Edelgard descansa un poco más que tú y eso que va a heredar un imperio", fue la dura respuesta de Shez, le preocupaba que la chica se esforzara tanto.

"¡No soy una niña como para que me digas que trabajo muy duro!" Exclamó Lysithea y se fue de la Plaza de Armas con paso duro.

"¡Hey!" Shez se cubrió el rostro y bufó. "No le dije niña en ningún momento", masculló mientras se alborotaba el cabello de manera furiosa, enseguida miró a Edelgard y a Byleth. "¿No le dije nada estúpido, verdad? A veces digo cosas rudas sin querer".

"No, no le dijiste nada malo. También me preocupa que Lysithea se esfuerce mucho", dijo Edelgard, tranquilizando a Shez. "Dale tiempo y se calmará sola, es una chica lista".

"Dejemos que haga lo que quiera, tratar de detenerla sólo la enfadará", intervino Byleth mientras miraba el camino que tomó la joven maga. "Lo único que podemos hacer por ella es vigilarla y ayudarle".

Shez y Edelgard miraron a la profesora un poco más, comprendiendo sus palabras.

"Tienes razón, no sirve de nada tratar de detenerla. Sólo la vigilaré y tendré dulces a la mano por si necesita uno", dijo la mercenaria.

"Te preocupas mucho por ella", comentó Edelgard con una sonrisa.

"Lysithea me agrada. Me agrada la gente que se esfuerza en serio, es todo", respondió Shez encogiéndose de hombros. "Bueno, iré a asearme. Las veo en la cena. Gracias por el entrenamiento, Profe". La joven mercenaria se despidió y fue directo a bañarse.

"Creo que alguien más debería escuchar sus propios consejos y descansar también", fue el regaño de Edelgard a su profesora. "Ya les estás dando lecciones de duscuriano a los Leones Azules una hora después de clases", sin mencionar que ya les estaba enseñando brigidés a las Águilas.

Fue una linda sorpresa cuando hace un par de semanas, Dorothea, justo en medio de la clase, comenzó a hablarle a Petra en brigidés. La princesa de Brigid quedó encantada con el detalle y desde ese día comenzaron las clases de idiomas.

"Estoy al tanto de los límites de mi cuerpo, además como bastante para mantener mis energías", explicó Byleth con parsimonia. Gesto que se suavizó cuando Edelgard le dio unas galletas, comenzó a devorarlas de inmediato.

"Escuché que también estás trabajando un poco más en el invernadero", mencionó la princesa, genuinamente curiosa.

"Haré guirnaldas para todos ustedes", respondió la profesora. "También para Manuela y Hanneman. Necesitaré muchas flores".

Edelgard sonrió. "También puedes usar flores silvestres, ¿sabes? Tienes muchos alumnos. Si necesitas ayuda…"

Byleth negó. "Yo me encargo de eso. Me gusta estar ocupada". La profesora se encogió de hombros. "Llevaba mucho tiempo sin hacer nada más que esperar entre batalla y batalla. Pescar me gusta, pero aquí puedo hacer muchas cosas con ustedes".

La princesa no podía evitar sentirse feliz por ella. "Entonces… ¿Qué harás ahora?"

"¿Quieres ir conmigo a alimentar a los gatos antes de cenar? Conseguí mucha carne seca".

Gatos.

Edelgard adoraba a los felinos y su más guajiro sueño era vivir en una linda cabaña en medio del bosque, toda rodeada de flores, tener uno o dos gatos como mascotas y pasar las tardes bebiendo té en compañía de una agradable lectura. Aunque últimamente esas fantasías de una vida tranquila venían acompañadas de un estanque donde cierta persona pudiera pescar a diario.

"Me… Me encantaría".

Byleth sonrió.

~o~

Rhea miraba cómo todo en el Monasterio se movía con la normalidad que ya conocía, con el mismo ritmo que se venía repitiendo año con año y década tras década.

Siglo tras siglo.

Lo único que resaltaba entre todo lo que ya conocía era el saber que los Agarthianos seguían activos, sus mejores agentes los estaban rastreando. Y esos rastros los estaban llevando a dos sitios en especial: el Imperio de Adrestia y el Sacro Reino de Faerghus. Había ciertos patrones que los Caballeros estaban descubriendo: Tomas desapareció por varios años antes de reaparecer y volver al Monasterio. Monica von Ochs fue la alumna más sobresaliente del curso pasado y estaba destinada a heredar el título y la posición de su padre dentro de la Corte Imperial.

Y en la Corte Imperial había un personaje que llamaba fuertemente la atención: Volkhard von Arundel, el Regente del Imperio. El noble religioso, de buena fama que de un momento a otro había dejado de enviar sus generosos donativos al Monasterio y comenzó a perder su buena fama. Estaban investigando al noble pero era como si la tierra se lo hubiera tragado, no había ni rastro de él. Todos los demás nobles de la Corte Imperial podían tener comportamientos por demás reprochables, pero todos ellos eran devotos a la Diosa de una u otra manera y eso le bastaba a la Iglesia Central.

La otra persona que ahora estaba en la mira de los Caballeros de Seiros era Cornelia Arnim, alguien que seguía el mismo patrón que el Regente Imperial. La famosa sanadora que acabó con la plaga en Faerghus varios años atrás, una devota de la diosa a la que todos querían mucho, pareció cambiar de un día a otro. También dejó de hacer donativos a la Iglesia Central, dejó completamente a la fe fuera de su vida y actualmente estaba bastante inmiscuida en los asuntos del Reino. De hecho era la mano derecha del Rey Rufus… Rey con una fama bastante cuestionable, sobre todo después de la Tragedia de Duscur.

De momento los mejores Caballeros de la Orden estaban tras de Cornelia, que era el personaje público más al alcance. Seguían buscando a Volkhard von Arundel, pero lo último que se supo de él fue que salió de viaje hacía un par de meses y hasta el momento no había aparecido, escrito ni nada. La Corte Imperial resentía la ausencia del Regente y el Rey Ionus en su débil estado se vio obligado a volver a ponerse al frente.

"Agradezco mucho que me invitara a una fiesta de té con usted, Su Excelencia", fue el educado saludo de Edelgard apenas llegó a una de las floridas terrazas de uso exclusivo para la Arzobispa.

Edelgard, gracias al ejército de los Vestra, estaba al tanto de que los Caballeros de Seiros rondaban el Imperio y estaban buscando a su tío.

"Lamento mucho haberte invitado hasta ahora. Tengo planeado hacerlo también con Dimitri y Claude, después de todo, ustedes tres son los futuros líderes de Fódlan y es importante entendernos y estar en buenos términos", dijo Rhea con su maternal sonrisa.

"Estoy totalmente de acuerdo con usted", respondió Edelgard mientras se sentaba frente a ella y reconocía de inmediato el aroma del té que tendrían esa tarde: Té de los Santos. Un sabor muy blando para su gusto, pero no estaba tan mal considerando los dulces que esperaban en la mesa. "En estos días he estado tomando té con Dimitri y Claude, intercambiar ideas con ellos ha sido muy enriquecedor".

"Me alegra escuchar eso, Edelgard", fue la misma Arzobispa la que sirvió el té y ambas dieron un pequeño sorbo antes de seguir con la conversación. "¿Está bien si te hago una pregunta un poco personal?"

"Puede preguntar lo que desee".

"He escuchado que el Regente del Imperio ha estado ausente por más de dos lunas. Es tu tío y me preocupa que algo malo le pasara. ¿Sabes algo de él?" Fue la concreta pregunta de Rhea, incluso se tomó el trabajo de lucir preocupada.

Edelgard también sabía fingir preocupación.

"No", la princesa miró a un lado, afligida. "La última vez que lo vi fue cuando se despidió de mi cuando vine aquí a la Academia, el Ministro Aegir estaba con él, ambos me desearon buena suerte en mis estudios. También a Hubert y a Ferdinand". Y Edelgard no mentía, fue una despedida en público, justo frente a muchísimos ciudadanos de Enbarr, todo con el afán de aparentar ante el pueblo que todo estaba bien.

¡Quién diría que eso serviría como la coartada perfecta!

Según los reportes de los Caballeros, era cierto, fue una despedida pública. Los hijos de Bergliez y Hevring llegaron un día después entre menos escándalo, a la hija de los Varley la dejaron dentro de un costal frente a las puertas del monasterio junto con el pago y una carta con la solicitud de ingreso. Mención aparte, Dorothea Arnauld llegó ahí financiada por un noble menor de Enbarr, mientras que la princesa Petra Macneary ingresó a la Academia gracias al Ministro de Asuntos Exteriores de Adrestia.

No había ningún movimiento sospechoso en los estudiantes.

"Lamento mucho escuchar eso, pequeña", dijo Rhea mientras bebía un poco más de té. "Es posible que se esté haciendo cargo de algunos asuntos… Si podemos serte de ayuda para buscarlo, pídelo con confianza".

"No me gustaría molestarla, Su Excelencia. Desde el incidente de Monica ha tenido a los Caballeros protegiendo el Monasterio. No me gustaría abusar de su confianza".

"Oh, pequeña, estoy dispuesta a ayudarles, sobre todo a un hombre tan devoto como lo ha sido tu tío", dijo Rhea con la clara intención de animar a Edelgard a decir un poco más sobre el comportamiento del Regente.

Edelgard reconoció la trampa y voluntariamente cayó en ella. Si los Caballeros de Seiros se encargaban de las Serpientes, entonces ella ya no tendría qué lidiar con esos monstruos. ¡Era el momento perfecto!

"Me apena un poco decir que quizá las presiones de dirigir el Imperio junto con el Ministro Aegir lo han tenido de un humor muy raro", murmuró Edelgard con fingido pesar. "Lo afectó la enfermedad de mi padre, no lo culpo, eso nos afectó a todos…"

Rhea levantó una ceja con interés. "¿A qué te refieres con eso de un humor raro en él?"

"Cuando era más pequeña… A mi tío lo recuerdo como alguien cariñoso, un gran amigo de papá y todos lo querían mucho", la princesa no mentía, su verdadero tío, el verdadero Volkhard fue un hombre devoto y preocupado por su pueblo. Su lamento era sincero. "Luego de que papá enfermó y ya no fue capaz de dirigir el Imperio, mi tío cambió. Es más estricto, más frío… Dejó de rezar, no le gustaba tener los símbolos de la Diosa cerca, de hecho mandó a quitar muchos de ellos del castillo". Tampoco mentía, Thales detestaba todo lo que representara a la Iglesia de Seiros. "Usted sabe, cuando sucedió lo de la Rebelión de los Siete…"

"Sí, estoy al tanto de eso".

Monstruo… Supiste de eso, supiste de la Tragedia de Duscur y no hiciste nada al respecto, pensó Edelgard con rabia que procuró ocultar. Imposible no recordar las palabras de Miklan, que tuvo que robarse una Reliquia Sagrada para que al fin enviaran ayuda de Garreg Mach.

"Todo eso lo cambió, ya no es como antes", murmuró Edelgard. "Sucedieron muchas cosas", y la princesa decidió darle a un sospechoso más del que le encantaría deshacerse. Perdón, Ferdinand, pero mereces algo mejor que al padre que tienes… "Por suerte el Duque Aegir trabaja mucho con él e impide que se sobrecargue de trabajo".

Rhea anotó mentalmente ese importante dato. El Duque Aegir… Bien, lo tendría vigilado. Seguramente él sabría dónde estaba Volkhard.

"¿Te parece si nos olvidamos de eso y seguimos tomando té? Se supone que esto fuera una plática relajante y mira cómo estás. Lo lamento, pequeña", dijo Rhea de maternal manera mientras le servía más té a la princesa.

"Al contrario, muchas gracias por hablar conmigo, Su Excelencia. Esto no es algo que pueda comentar a mis compañeros".

"Entonces puedes acudir a mi cuando lo necesites".

"Se lo agradezco mucho".

Y ambas compartieron una sonrisa. Habían logrado su cometido y se sentían satisfechas ante el éxito obtenido.

~o~

Byleth se encargó de que Sylvain recibiera un juego de mesa y flores el día de su cumpleaños. El chico lo agradeció. Luego llegó el cumpleaños de Lorenz y a él le regaló rosas y una caja de hojas de té de mezcla sorpresa, o al menos así le dijo al joven. Ambos quedaron muy contentos con sus regalos, pero el cumpleaños para el que Byleth se estaba preparando con bastante anticipación era el de Edelgard.

Durante toda esa luna era usual ver a muchas personas con guirnaldas de flores blancas en la cabeza, los alumnos habían estado intercambiando guirnaldas, también el personal del monasterio y la gente del pueblo, pero Byleth pensaba repartir sus guirnaldas durante el cumpleaños de Edelgard.

La tradición decía que debían ser flores blancas, pero para Edelgard estuvo cuidando de claveles rojos. Gracias a la Bendición de Pegaso, servicio por el que pagaba extra a la Encargada del Invernadero, los claveles florecerían más rápido. Justo a tiempo para el cumpleaños de Edelgard.

Pese a la inmensa alegría de la profesora, pudo sentir cuando alguien se le acercaba. Alguien de pasos ligeros, pequeños pero firmes.

"Esos claveles son hermosos".

Dijo una dulce voz de repente. Una voz que Byleth no reconoció. Al girarse para ver quién era, descubrió una jovencita que tenía unos rasgos muy similares a los de Seteth y Rhea, un poco más parecida a Seteth en realidad.

"Lamento haberle hablado de repente, es sólo que tenía curiosidad de conocerla. Mi hermano mayor es un poco sobreprotector y no me permite conocer a mucha gente del Monasterio", dijo la jovencita. "Mi nombre es Flayn, soy hermana menor de Seteth".

La profesora hizo un educado saludo con un movimiento de cabeza. "Soy Byleth".

"Oh, no eres un demonio como mi hermano dijo", Flayn casi sonaba decepcionada.

"Oh, lo soy, soy un temible demonio", dijo Byleth con su mejor gesto parco mientras levantaba las manos de manera feroz. Por supuesto que no daba nada de miedo.

Flayn rió. "Puedo sentir mucho amor en esos claveles".

"Haré una guirnalda con ellas para una persona especial", respondió la profesora.

"Espero que esa persona pueda sentir el amor en ellas. Mucha suerte con eso, temible demonio", dijo Flayn con tono divertido.

"Gracias".

"Será mejor que me vaya, si mi hermano me ve aquí, será muy incómodo y no quiero que nos regañe", se quejó la chica y de inmediato se fue.

Byleth se quedó pensando en lo que dijo la jovencita y sonrió por lo bajo mientras miraba los claveles. Le agradecería a Monica el dato, fue ella quien le dijo cuáles eran las flores favoritas de Edelgard.

El día finalmente llegó, era sábado.

Byleth había estado asistiendo a los seminarios de Hanneman desde que habló con Edelgard respecto al problema de las Crestas. Estaba aprendiendo bastante y ayudaba mejor a sus alumnos con Crestas ahora que sabía más del poder que tenía cada uno de ellos. Ese sábado no fue la excepción, pero apenas terminó el seminario, Byleth salió corriendo del salón de los Leones y fue directo a su dormitorio.

La pasó toda la noche armando guirnaldas con las rosas blancas que compró, les dio guirnaldas a todos sus alumnos, también a sus colegas de trabajo, ¡incluso a Jeritza! Y dejó lo mejor para el final.

"Oh, una fiesta de té", dijo Edelgard con una sonrisa mientras llegaba a la mesa en uno de los jardines. Era su cumpleaños y recibió varios regalos y suficientes felicitaciones, pero de quien esperaba un regalo era de su Profesora.

Té de Bergamota y postres caros esperaban en la mesa, pero lo que Byleth quería darle a Edelgard estaba escondido dentro de su abrigo. Había una ligera lluvia pero el gazebo las protegería bien. No había muchos alumnos alrededor por culpa de la lluvia.

"Ten, es para ti, Feliz Cumpleaños, Edelgard", dijo Byleth mientras le ponía la guirnalda roja en la cabeza y la acomodaba cuidadosamente. La mercenaria sonrió una vez más, una sonrisa que era para Edelgard y nada más. "Pareces una reina justo ahora".

Edelgard estaba sin habla, el aroma de sus flores favoritas y que éstas vinieran en forma de una guirnalda no lo esperaba. Se sonrojó de manera intensa antes de sonreír con alegría.

"No soy una Reina, pero sí seré una Emperatriz", dijo la princesa con una sonrisa. "Gracias por esto, Profesora mía. Y perdón por no darte una guirnalda. Aún no acaba el mes, prometo darte una".

Byleth negó. "Aún tengo un regalo más, eso lo compensará".

"¿Y qué puede ser mejor que una corona de mis flores favoritas?" Preguntó la princesa, curiosa. Y entonces Byleth la tomó por las mejillas y le regaló una suave sonrisa antes de besarla dulcemente.

CONTINUARÁ…