PARTE 18 Las Armas del Mañana
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Claude internamente agradecía que Nader no dijera nada al verlo, y casi agradecía que Shahid lo considerara menos que a un insecto como para ponerle atención más de tres segundos consecutivos. Además, la misión fue un éxito y la Garganta de Fódlan estaba a salvo. Holst seguiría a cargo y, como premio adicional, le entregó a su hermana la Reliquia de los Héroes que la familia resguardaba: el Freikugel, un hacha de poder demoledor que hasta el momento sólo había servido para acaparar polvo, Hilda era la que tenía la Cresta de Goneril, pero la chica no tenía ningún deseo de usar un arma de porte muy poco estético, tosco y que se movía como si tuviera vida. La alumna le pidió a su profesora que le guardara el arma por mientras.
Además, entre los alumnos se había corrido la voz de que una Reliquia de los Héroes casi había devorado al hermano de Sylvain.
Byleth tenía muy pocas ganas de tocar esa arma, así que consiguió una caja para poder resguardarla. Si Seteth o alguien de la Iglesia le pedía el hacha, por supuesto que no iba a entregárselas. Consiguió una carta de Holst donde se aclaraba que el arma era para Hilda, que en la Academia aprendería a blandirla y que a futuro Freikugel seguiría protegiendo la Garganta de Fódlan en manos de Hilda.
Con ese pendiente cubierto y la misión finalizada exitosamente, sólo quedaba algo más qué hacer antes de volver al Monasterio.
"¡Vamos, General!" Gritaban los soldados del Gorjal.
"¡Profe, no se te ocurra perder y quedar mal ante tus alumnos!" La amistosa provocación de Claude fue la que se levantó un poco por encima del modesto escándalo de los alumnos y los mercenarios de los batallones de apoyo.
Lo que sucedía en ese momento era un duelo de cortesía entre Byleth, el Azote Sombrío, y Holst, el Héroe de Leicester.
"No es justo, no sé si apoyar a mi hermano o a mi profesora", se lamentó Hilda.
"¿Apostamos?" Fue la esperada propuesta de Claude.
"Por amor a la Diosa, Claude, ¿podrías no…?" Dimitri no pudo terminar con el regaño.
"Por supuesto que apuesto por nuestra profesora", dijo Edelgard de inmediato.
"Yo estoy obligado a apostar por mi Campeón", mencionó el arquero con una sonrisa traviesa. "Soy el futuro líder de éstas tierras, debo mostrarle confianza al Héroe".
Dimitri bufó de manera graciosa y no tardó en rendirse, su respuesta fue un apenado murmuro. "Apuesto por nuestra profesora".
El violento choque de espadas obligó a los herederos a volver su atención al duelo. Holst y Byleth medían sus fuerzas por medio del empuje de sus espadas y ninguno de los dos cedía, y las heridas de cortes que ambos ya lucían en brazos e incluso piernas no los hacían quejarse en lo absoluto. Para muchos de los soldados era sorprendente cómo alguien podía mantener el ritmo de su incansable General, ¡y ni qué decir herirlo con una espada! Para muchos ahí era conocida la fama del Azote Sombrío, pero verla pelear en primera fila con un oponente que para variar le estaba dando batalla era impresionante.
A Holst le brillaba la mirada por culpa de la emoción y dejaba salir toda su fuerza, confiado en la habilidad de su rival. Por su lado, Byleth parecía muy seria a ojos ajenos, pero quienes la conocían un poco más podían asegurar que la misma emoción corría por sus venas.
Segundo a segundo, ambos comenzaron a soltarse más y no solamente espadazos eran los que intercambiaban. Holst aprovechó un pequeño empuje mutuo para soltarle una patada al Demonio, pero Byleth evadió con un salto. Holst, sonrió de manera inmensa y le lanzó un puñetazo a la profesora antes de que ésta pudiera poner ambos pies en el suelo.
Byleth apretó los dientes y se cubrió el rostro con un brazo, sin soltar la espada. El golpe fue tan fuerte que la hizo rodar varios metros. Los alumnos animaron con más fuerza a su profesora al verla ponerse en pie una vez más mientras sacudía su brazo.
Holst soltó una risa de alegría.
"¡Eres magnífica! ¡Me alegra que mi hermanita esté en buenas manos!" Exclamó el General y no tardó en volver a atacar. No ocultó su sorpresa al ver que Byleth soltaba su espada y apretaba los puños. La sonrisa del hombre se hizo tan grande que apenas le cabía en el rostro. "¡Dame tu mejor golpe, Azote Sombrío!"
Antes de que Holst se acercara más, Byleth dejó caer su pesado abrigo y aprovechó la agilidad extra ganada para lanzarse contra Holst. Y al igual que hacía con oponentes más grandes que ella, Byleth se acercó al General y evadió su siguiente sablazo, para enseguida saltar hacia el hombretón y darle un golpe con el codo en pleno rostro usando todo el peso de su cuerpo y el empuje de su salto.
Fue el turno de Holst de retroceder dos pasos mientras sentía la sangre salir de su nariz y boca, pero hacía falta mucho más para hacerle un daño de consideración. Bloqueó el siguiente golpe de Byleth, era increíble como esos puños (mucho más pequeños que los suyos y sin guanteletes) podían hacer tanto daño. Atrapó el brazo de Byleth con su manaza y no pensaba soltarla, al menos no hasta devolverle el golpe, pero Byleth saltó y usó sus pies para golpear en la axila desprotegida del General. El pinchazo de dolor le hizo imposible a Holst golpear a Byleth con su espada como lo tenía planeado.
Ambos tuvieron que soltarse y tomar distancia.
"¿Seguimos?" Preguntó Byleth luego de una discreta y profunda respiración. De no ser por sus protectores de brazos tendría un daño de cuidado.
"¿Bromeas? Podría estar así todo el día", dijo el General con una risilla. "Pero los dos tenemos cosas por hacer, ¿gana el que logre el siguiente golpe al rostro?"
"De acuerdo".
Mientras ambos buscaban asestar el golpe ganador, nadie en los alrededores perdía de vista la pelea. Ellos también podrían estar todo el día viéndolos. Shez tenía los puños apretados mientras miraba la pelea sin apartar su atención. A su lado, Lysithea notaba la emoción creciente en Shez.
"¿Quién crees que gane?" Preguntó la maga.
"La profe es más rápida pero el General es más experimentado", dijo Shez sin apartar su mirada de la pelea, "por eso la profe está siendo precavida y no avanza sin medir bien sus movimientos. Es difícil saber quién ganará".
Lysithea se aclaró la garganta. "Yo creo que tú también tienes mucho talento y algún día podrás estar a la par de ese par de monstruos", murmuró la maga, y el "monstruos" lo decía de la manera más respetuosa posible. No había otra manera de categorizar a individuos como ellos.
La joven mercenaria sonrió y al fin giró su rostro hacia su compañera. "Para eso estoy entrenando, quiero ser más fuerte y hacer que los mercenarios de Berling sean famosos".
"¿Te gustaría tomar el mando del grupo algún día?" Fue la curiosa pregunta de la maga.
"¿Uh? La verdad no pienso tan a futuro, espero que mi Capitana viva muchos años y se convierta en una leyenda como el Quiebraespadas. Para sobrevivir se debe ser más fuerte", Shez suspiró hondo. "Varios compañeros de mi grupo murieron en ésta batalla".
"Lamento mucho eso", murmuró una apenada Lysithea. De momento el duelo había perdido importancia, su atención estaba en Shez.
"No te preocupes, es normal morir en batalla", la mercenaria miró a Lysithea con una sonrisa. "Lo que a mí me alegra más es que estés bien, tú y los demás. Digo… Mi grupo mercenario es una cosa, pero si a alguno de ustedes les pasara algo, sería terrible".
Lysithea se sonrojó levemente mientras fruncía el ceño. "¿Lo dices porque somos nobles?"
"Lo digo porque ustedes son mis amigos, son distintos de los mercenarios", aclaró Shez. "Me pondría muy triste si murieran".
La maga abrió la boca y enseguida calló. "Espero que te hagas tan fuerte como lo deseas".
"Y yo espero lo mismo de ti, y que logres todos los planes que tienes en esa brillante cabeza tuya", dijo la mercenaria con una sonrisa. "Eres lista después de todo".
El sonrojo en el rostro de Lysithea aumentó de manera ligera. Se sentía un poco tonta porque seguía comportándose como la niña que clamaba no ser, y pese a eso Shez aún la procuraba y buscaba su compañía. "Tú también eres lista, no te quites méritos".
Ambas compartieron una sonrisa antes de volver su atención a la batalla, que al parecer estaba a nada de terminar. No solamente ellas, todos los alumnos presentes estaban francamente sorprendidos. La pelea terminó luego de que Holst lograra darle un buen golpe en el rostro a Byleth, golpe que no la derribó pero el trato era que ganaba el primero en golpear la cara ajena. Por ende, Byleth perdió, todos ahí sabían que si no se detenían solos la pelea hubiera durado horas.
Byleth se limpió un poco la nariz antes de ir a estrechar la mano del General.
"Tengo trabajo pendiente. Ustedes descansen y coman, seguro que estarán hambrientos luego de la batalla. Y, por favor, enseña a mi hermanita a usar la Reliquia de la familia".
"¡Olvídalo!" Sonó la voz de la aludida desde el público.
Holst rió y volvió a su trabajo, debía revisar a sus hombres y el estado del terreno, también los daños en el Gorjal. Byleth, por su lado, fue con su grupo, debían encargarse de sus caídos, tenían permiso de Holst de enterrarlos donde enterraban a sus soldados. Los mercenarios, como era costumbre, brindarían por sus muertos y seguirían el viaje, no había más por hacer que pedirle a la Diosa que guiara sus almas. También debían llevarse las materias prometidas por Holst, les facilitarían unas carrozas. Los alumnos tenían que ayudar con esos menesteres, seguían aprendiendo después de todo.
"Fue una pelea fantástica, nuestra profesora es muy fuerte", comentó Claude, internamente aliviado de no haber llamado la atención de Nader ni de Shahid, no necesitaba las curiosas preguntas de sus compañeros. Trabajaba con Dimitri y Edelgard.
"Al menos Monica la llevó con los sanadores de la base", murmuró una preocupada Edelgard, su maestra podía ser extremadamente descuidada, se emocionó mucho en esa pelea y terminó con la nariz rota. Al menos estaría mejor en un rato más.
"El General Holst es sorprendente, a pesar de haber peleado contra la armada de Almyra, todavía tuvo energía para enfrentar a nuestra profesora", dijo Dimitri, no ocultaba del todo su emoción, su mirada azul brillaba como la de un niño pequeño que vio a un valiente caballero en acción.
"Y lo más sorprendente es que ambos gozan de mucho talento y fuerza a pesar de no tener un Emblema como nosotros", fue el firme comentario de Edelgard. "Cualquiera de ellos dos podría derrotarnos sin sudar, mi Cresta de Seiros en realidad hace poco por aumentar mi fuerza".
Dimitri miró a un lado, recordando cómo Byleth podía desviar su fuerza con facilidad y poner una daga en su cuello antes de que se diera cuenta de qué pasaba. Claude pensaba en lo mismo, cómo el trabajo duro a veces era suficiente.
"Es como si los Emblemas no fueran tan necesarios al final…" Agregó la princesa adrede.
Ni el príncipe ni el futuro Duque dijeron nada a eso, Edelgard tenía razón en parte. Para Dimitri las Crestas significaban el derecho divinamente concedido a los nobles de Faerghus para gobernar, pero fuera de ello, el príncipe veía cómo Ingrid se lamentaba por tener que casarse para heredar la Cresta en lugar de seguir su sueño, y ni qué decir del desastre que era la familia Gautier. Ashe, su único plebeyo, afortunadamente no tenía esa carga.
"Éste tipo de comentarios harían enfadar a más de uno en el Monasterio", Claude finalmente se animó a hablar. "Personalmente creo que Holst quedaría mucho mejor como el futuro Duque de Leicester, pero al final me dieron a mi el trabajo porque mi abuelo dice que mi emblema me da el derecho".
"Siempre que mencionas sobre ser el futuro Duque, no suenas muy contento", comentó Dimitri, dio justo al clavo.
"Tengo planes que no solamente implican ser el líder de la Alianza, Alteza Real", fue toda la respuesta del Arquero.
"Creo que todos tenemos muchos planes a futuro", dijo Edelgard y se rindió ante un nudo que no cedía, así que usó su daga para cortar las puntas rebeldes de la cuerda. Los tres acomodaban el cargamento de telas y cuero curtido que Holst mandó para el monasterio. Todos trabajaban en equipos empacando el embarque.
Pero lo que Edelgard no notó fue que Dimitri se quedó viendo la daga con los ojos abiertos por la confusión.
De las felices memorias que Dimitri conservaba de su niñez, estaba esa niña que estuvo de visita en el castillo durante un corto tiempo, una niña con una sonrisa muy linda, de cabello castaño claro y que le enseñó a bailar a pesar de que él era torpe para actividades artísticas desde niño.
Una niña que lo hizo sentir triste con su eventual y súbita despedida, y como regalo le dio una daga para que pudiera luchar por el futuro que ella deseara. Una niña a la que recordaba de manera borrosa por culpa de los fantasmas en su cabeza, pero fue el mismo príncipe el que se dio dos golpes en la frente para aclarar sus pensamientos.
Esa daga…
"Dimitri, ¿te sientes bien?" Preguntó Edelgard apenas ganó la batalla contra el nudo.
"Sí, disculpen, creo que sigo un poco agotado por el calor".
"Peleaste muy bien ahí, nadie pudo pasar por la defensa combinada que tenías con Dedue", comentó Claude, siguiendo con su trabajo de acomodar las compactas cajas en pilas.
"Yo te vi desde la distancia, tu modo de combate fue fantástico, mucho mejor a la primera vez que te vi pelear, e incluso mejor a como peleamos en la Torre", agregó Edelgard, que terminaba de atar las cajas en turno.
Los halagos hicieron que Dimitri se sonrojara de manera ligera, se aclaró la garganta mientras sonreía sin darse cuenta. "Agradezco mucho sus palabras. Prometo mejorar más para cuando salgamos a la siguiente misión".
"La Profesora insiste en ponernos juntos, quiere que nos conozcamos mejor", comentó el arquero. "Admito que ustedes tienen ideas y planes interesantes".
"Pues uno de los planes que tengo es preguntar más sobre los famosos trabajos de metalurgia del Reino, estuve leyendo algunos documentos en la biblioteca que decían que Faerghus es una verdadera cuna de maestros herreros y artesanos, y que sus minas son bastante abundantes en metal".
"Ojalá tuviéramos tanto metal como comida. Lamentablemente el metal no se come, pero sí puedo presumir que nuestros herreros son los mejores", respondió Dimitri con visible orgullo. "Nuestros soldados y vigías en la frontera con Sreng al menos están bien protegidos y armados".
"Cuando sea Emperatriz", Edelgard expresó aquel deseo que su padre nunca pudo cumplir. "Me encantaría hacer un tratado de comercio y poder intercambiar productos con ustedes. Las tierras de Adrestia son muy fértiles, podemos intercambiar grano con Faerghus a cambio de metal".
Los ojos de Dimitri brillaron. "¿En serio lo harías?"
"¡Hey! No te olvides de tu querido amigo de la Alianza, princesa".
"Por supuesto que también me interesan las maderas y telas finas de la Alianza, veo que son de buena calidad. Solemos controlar mucho la ganadería para evitar excedente de animales, pero podríamos mercarlos con la Alianza", dijo Edelgard de inmediato. "Desde que entramos a estos territorios sólo he visto bosques y más bosques".
"Oh, eso me agrada. La cacería a veces se sale de control en nuestras tierras, tener animales que nosotros no tengamos que criar suena bien", fue el jocoso comentario de Claude.
"Hablaré con mi tío sobre esto", Dimitri sonaba encantado con la idea. La época fría era particularmente cruel en su tierra natal, tener telas cálidas y grano para hacer pan sería de mucha ayuda a su gente. "Ustedes ascenderán al trono antes que yo, pero prometo poner de mi parte para que esos planes se logren".
Y los tres futuros dirigentes compartieron una sonrisa.
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¿Y bien?" Rhea estaba ansiosa por escuchar el reporte de Shamir. Luego de varias semanas desde que le encargó la misión, la letal y eficaz Cazadora regresó.
"Lamento informarle que nadie conoce el verdadero nombre del Quiebraespadas", fue el primer dato que soltó Shamir. "Hasta donde pude averiguar, las primeras victorias del Quiebraespadas fueron en un pequeño pueblo pesquero en la región de Hrym, en el Imperio. Todos lo llamaban Pescador, por ese entonces su hija tenía tres años. Todos dicen que él llegó desde la frontera con Leicester y se dedicaba a pescar, pero que un día defendió el pueblo de bandidos y desde entonces blandió su lanza para pelear".
La Arzobispa asintió en silencio, una obvia indicación a Shamir de continuar.
"Todos me informaron que él les contó que su esposa acababa de morir por culpa de una enfermedad y decidió seguir su vida para cuidar de su hija. Luego de proteger el pueblo por un par de meses, se fue de ahí al ver que ganaba más dinero como mercenario que como pescador, así que vendió su lanza al mejor postor, pero sólo trabajaba como escolta o para proteger gente y aldeas. Rara vez trabajaba para nobles. Con el tiempo se hizo de un grupo, muchos jóvenes comenzaron a seguirlo al ver su fuerza".
"¿Y cómo lucía él?" Nada en esa historia decía nada revelador, sonaba como a la vida de cualquier mercenario o guerrero de fama en el continente. Rhea fue testigo de muchas historias así a lo largo de su milenaria vida.
"Alto y fornido como un oso, cabello cenizo y una cicatriz en la mejilla, justo aquí", explicó Shamir, señalando su propia mejilla. "Todos lo llamaban Capitán. Una de las alumnas de aquí lo conoció, la interrogué y la información coincide". Shamir miró sus notas. "De la esposa del Quiebraespadas nadie sabe nada, busqué todo lo que pude y encontré las tumbas de ambos. La vida de ese mercenario no fue nada llamativa y nadie le puso atención antes de que él comenzara a pelear. Ésta era su arma".
Shamir llevaba algo envuelto en su espalda, algo largo, y se lo mostró a Rhea. Se trataba de la Lanza del Quiebraespadas. A decir verdad, Byleth le reveló el sitio donde sus padres estaban enterrados y le pidió traer la lanza de su padre.
Rhea puso un gesto casi triste al tomar el arma. Era una lanza pesada, claramente una que se usó en muchas batallas, pero esa no era el arma de Jeralt, él siempre usó la Espada Insignia que ella misma le otorgó cuando lo nombró Campeón ante toda la Orden de los Caballeros de Seiros. De hecho, esa espada desapareció durante el incendio, muchos sospechaban que, en su borrachera por la tristeza y por su mala costumbre de nunca pagar sus cuentas, Jeralt dejó la espada en pago en algún lugar. Muchos pagarían por una espada rara que sólo podía ser conseguida en Garreg Mach, sobre todo los que mercaban y coleccionaban armas raras.
Le devolvió la lanza a Shamir.
"Lamento mucho si no es la información que deseaba, Excelencia, el Quiebraespadas era un mercenario famoso, pero uno hombre común. Muchos creen que quizá fue un bandido en sus tiempos mozos y que por eso nunca reveló su nombre", eso rumoraban los mercenarios del grupo. "Ni siquiera su hija lo llamó por su nombre, también se dirigía a él como Capitán".
Y hablando de la Hija del Quiebraespadas…
Alguien tocó la puerta de la sala de recepciones, Rhea sabía quién era, ella misma mandó a llamarla: Byleth. El plan de Rhea era enfrentar a Byleth con la información y, la verdad, para le confirmara la identidad de sus padres. Pero al final sólo se trataba de una mujer enfermiza y un hombre con un posible pasado sombrío, alguien que vendió su espada al pueblo para pagar crímenes pasados.
"Aquí estoy, Excelencia", dijo Byleth apenas entró, pero sus ojos se abrieron con una muy bien fingida sorpresa al ver la lanza de su padre en manos de Shamir. "Esa lanza…"
"Es el arma de tu padre, así es", dijo Rhea con gesto serio. "Ella es Shamir, miembro de los Caballeros de Seiros y le pedí investigar tu pasado, Profesora". La milenaria Arzobispa era capaz de tejer mentiras en el aire como una profesional. "Mis Asistentes me siguen reprochando el haber contratado a una mercenaria de fama cuestionable", sólo Seteth en realidad, todos los demás estaban conformes con el trabajo de la nueva profesora, "así que me vi obligada a saber más de ti. Lamento haberme inmiscuido, profesora".
Que Rhea no sintiera ni un poco de pena ante eso en serio ofendió a Byleth. Shamir también compartía el sentimiento. La arquera conocía bien el modo de trabajar de la Iglesia.
"Si quería saber de mi familia, sólo tenía qué preguntarme", dijo Byleth con dureza.
"Entonces puedo saber por qué tu padre ocultaba quién era", cuestionó Rhea con dureza.
Shamir internamente rezaba porque el enojo no le nublara la cabeza a Byleth o se les caería el teatro y ambas estarían en problemas.
"Porque mi padre tuvo un pasado cuestionable y él quería comenzar de nuevo", respondió Byleth. No mentía, su padre lo decía, que se arrepentía de muchas cosas que hizo en nombre de la Iglesia, en nombre de la supuesta Diosa. Reprimió pobladores, cazó herejes, despojó a simples aldeanos de lo que tenían porque se estaban dando cuenta de que la Diosa no los escuchaba, y en su decepción comenzaron a negarla.
Entonces lo que decían los rumores era cierto… Rhea suspiró hondo. "¿Cuál era el nombre de tu madre?"
"Mi padre nunca me lo dijo, él estaba tan triste por su pérdida que nunca la mencionamos, le dolía mucho. Y yo era demasiado pequeña cuando ella murió, pero seguramente sólo la llamé mamá".
"¿Y cuál era el nombre de tu padre?" Fue la siguiente pregunta de la Arzobispa.
Shamir le ponía discreta atención a Byleth.
"Gerald", respondió Byleth, obviamente mintiendo, no quería negar el nombre de su padre pero ante el monstruo que tenía delante lo mejor era mantener la mentira. "Sólo Gerald, sin apellido. O si tuvo uno alguna vez, dejó de usarlo para dejar su pasado atrás".
Rhea en serio estaba decepcionada por el resultado de la misión, al final era imposible que Byleth fuera hija de esas dos personas. Ella misma enterró a Sitri con sus propias manos y dirigió el funeral de Jeralt".
Los muertos no pueden escapar de sus tumbas, ¿verdad?
"¿Me pueden devolver la lanza de mi padre?"
"Shamir, por favor".
La arquera asintió y entregó el arma en silencio. Byleth, por dentro, estaba contenta de tener la lanza en sus manos, Leonie seguramente la apreciaría. Además, según su padre, las armas estaban hechas para ser blandidas y usadas, no para acumular polvo.
"Espero aceptes mis disculpas y que esto no afecte tu trabajo como profesora. Comprende que parte de mi responsabilidad es mantener a salvo a los alumnos".
Sí, justo como mantuviste a salvo a Monica, pensó Byleth con gesto serio. "Ser líder obliga a tomar decisiones complicadas, lo comprendo. No hay rencores. Haré mi trabajo justo como dicta mi contrato", dijo la parca profesora.
"Me alegra escuchar eso. Pueden retirarse", fue la simple orden de la Arzobispa antes de retirarse a su oficina a seguir con el asunto de los Agarthianos. "Shamir, toma un descanso. Te llamaré cuando te necesite, hay una misión importante".
"Entendido".
Shamir y Byleth salieron del sitio, ambas caminaban en silencio y en una oportunidad las dos aceleraron el paso al mismo tiempo. Terminaron tras uno de los edificios cerca del cementerio, una zona donde sólo trabajaban monjes que se encargaban de los asuntos administrativos.
"Ahora necesito que me expliques porqué le estás ocultando cosas a la Arzobispa", fueron las primeras palabras de Shamir, procuraba una baja voz. "Me di cuenta que dijiste un nombre falso".
"Prefiero que no lo sepas", murmuró Byleth mientras miraba la lanza en sus manos. El arma era muy pesada. "No quiero ponerte en peligro. Esa mujer es peligrosa".
"Lo sé", respondió la arquera. "Sé que eres fuerte, pero que la Arzobispa quisiera saber más de ti y tu familia me llama la atención".
"Yo tampoco sé qué es lo que Rhea desea conmigo y prefiero no averiguarlo".
Shamir suspiró y se llevó una mano al cabello. "Como lo desees. Quizá por ahora te deje en paz, pero no bajes la guardia".
"Sé cuidarme. Gracias por todo, Shamir".
"Al contrario, me debes una noche de cervezas cuando sea posible".
"Cuenta con ello".
~o~
Leonie no podía creer lo que Byleth le estaba ofreciendo, ¡reconocería esa lanza donde fuera! Las manos le temblaban mientras quería y no quería sujetar la lanza.
"¿Estás segura, profe? Era el arma de tu papá", preguntó Leonie con emoción en su voz.
"Sí. Has mejorado mucho la técnica del Quiebraespadas, así que necesitas un arma acorde a la técnica. Te pertenece ahora. La lanza de papá aún es muy pesada para ti, pero si comienzas a entrenar lances con ella, te harás más fuerte. Por ahora no te recomiendo usarla en batalla, sólo entrena con ella", dijo Byleth con emoción en su voz, no muy notoria pero era fácil de adivinar. "Yo te ayudaré".
Leonie tragó saliva y de inmediato sintió el peso de la lanza, era el arma más pesada que había cargado en toda su vida. Unas lágrimas brotaron de los ojos de la alumna y no resistió lanzarse encima de su profesora, la tenía envuelta en un apretado abrazo aunque la lanza lo hiciera un poco incómodo.
"¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!" Exclamaba una feliz Leonie. "Te prometo dominar la lanza y la técnica del Capitán, ¡no los defraudaré!"
"Sé que no lo harás. Sólo no te sobrepases o quedarás muy desgastada para los entrenamientos normales", dijo Byleth de inmediato. "Te daré una rutina de entrenamiento que debes seguir al pie de la letra".
"Entendido".
Una feliz Leonie fue corriendo a su cuarto a guardar la lanza. Byleth se tomó el tiempo de limpiar, pulir y afilar el arma de su padre. Sería una pena que el arma se oxidara en medio del bosque, lo mejor era seguir haciendo honor a su padre por medio de alguien que lo admiraba tanto.
Ya había oasadi la hora de cenar y Byleth decidió ir por las sobras del día al comedor para poder alimentar a las mascotas del monasterio, ésta vez era el turno de los perros, los gatos sólo la buscaban cuando pescaba, o cuando podían oler que traía carne seca en sus bolsillos.
Alimentar a los animales siempre ayudaba a que el tiempo pasara más rápido. Antes de darse cuenta, ya era momento de su hora del baño con Edelgard, así que fue corriendo a su cuarto por sus artículos de limpieza personal y su ropa de dormir.
Mientras, en los baños, Edelgard esperaba. Estaba un poco cansada, ese día Lindhart no aparecía y ella misma fue a buscarlo y sacarlo del sitio donde estaba tomando una siesta. Por si fuera poco, Bernadetta pensó que era buen día para saltarse la clase de equitación con el profesor Hanneman, así que se encerró en su cuarto; Edelgard tuvo que ir a atraparla luego de escuchar que Ingrid fue a sacarla primero y derribó la puerta. Bernadetta se asustó tanto que salió corriendo. Además, controlar los ánimos de Caspar era complicado, el chico tendía a animar al corcel en turno a correr a toda velocidad… Casi arrolló a unos soldados que pasaban por la zona.
"Me duelen los brazos", murmuró Edelgard mientras se masajeaba un hombro, ya estaba en la tina, entró un poco antes, minutos solamente. La sonrisa le regresó al rostro al escuchar que tocaban la puerta tres veces. A la princesa le gustaba mucho compartir esos momentos con su profesora. "¡Adelante!"
Byleth entró a los baños y se detuvo en la zona donde debía desnudarse y dejar su ropa. "Buenas noches, Edelgard. Lamento llegar tarde".
"Yo llegué un poco antes, no te preocupes, profesora mía", Edelgard no tardó en escuchar el sonido del agua cayendo. Byleth ya se estaba lavando. Sonrió. "¿Ya tienes pensado el regalo para Claude? Su cumpleaños es en una semana".
"Sí, le encargué a Anna que me trajera algunas especias de Almyra", respondió Byleth con emoción. "A él le gustan los banquetes y tengo entendido que esas especias son perfectas, dan buen sabor a la comida. ¿Y tú qué le vas a regalar?"
"Unas botas para montar, he notado que las suyas se están desgastando, usa botas normales. Lo mejor es regalarle algo que pueda usar en sus prácticas".
"Es un buen regalo".
A principios de la Luna de los Mares era el cumpleaños de Caspar y no fue complicado hacerle regalos al chico: comida y equipo de entrenamiento eran sus favoritos y eso le regalaron todos.
Ambas suspiraron por culpa del alivio y la relajación que otorgaba el agua caliente al final del día. Pasados unos minutos de cómodo silencio, Byleth terminó de asearse y se colocó el vendaje en los ojos.
"Voy para allá, Edelgard".
"De acuerdo".
Maestra y alumna quedaron lado a lado dentro de la enorme tina de agua caliente. Las dos volvieron a suspirar. Edelgard se animó a tomar la mano de su profesora por debajo del agua. Aún no se sentía cómoda con la idea de ser vista y agradecía que hasta el momento Byleth respetara sus deseos, incluso durante sus breves sesiones de besos, Byleth procuraba respetar los límites que Edelgard marcaba con su lenguaje corporal.
"Sé que prometí contarte más, Profesora mía… Es sólo que…"
"No te presiones, me lo contarás cuando estés lista y yo te escucharé".
"Entonces escúchame, por favor".
Byleth mantuvo un respetuoso silencio, sólo asintió.
"Sé que ya te dije sobre los experimentos pero no entré en detalles", dijo Edelgard con voz tensa. Levantó su brazo libre y se miró el antebrazo, varios cortes fueron hechos para acceder a sus venas y hacerla sangrar, para enseguida inyectarle con extraños aparatos sangre que contenía el poder de la Cresta de fuego. "Tengo cicatrices en todo el cuerpo, fruto de todos esos experimentos que mataron a mis hermanos".
La furia llenó el cuerpo de Byleth, pero sólo presionó con gentileza y firmeza la mano de Edelgard.
"Estuve encerrada en un calabozo por no sé cuántos años, encadenada, debilitada y sintiendo tanto dolor que no podía dormir… Y las pocas veces que lograba conciliar el sueño, las ratas aparecían para tratar de devorarme". La princesa tomó aire. "Todas esas noches me la pasé clamando por una Diosa que nunca me ayudó, que nunca me escuchó".
Byleth hizo la nota mental de no dejar que Claude repitiera la broma del ratón de juguete con Edelgard.
"El hombre al que mataste esa vez era Volkhard von Arundel, el Regente del Imperio, y mi tío materno", continuó la princesa, ésta vez con su voz algo más quebrada. "Mejor dicho, el monstruo que tomó el cuerpo y la identidad de mi tío".
"Edelgard…"
"Prometo contarte lo demás después…"
La mercenaria no pudo soportar más, jaló a Edelgard gentilmente por el brazo y la sentó en su regazo. Una roja princesa se quedó tiesa.
"¿Profesora mía? ¿Qué haces?"
Las manos de Byleth, aunque con callos por culpa de empuñar armas desde la más temprana edad, eran delicadas mientras pasaba los dedos por los brazos de Edelgard. Ésta pronto comprendió lo que estaba pasando: Byleth exploraba sus cicatrices sólo a tacto.
"Edelgard…" Murmuró Byleth contra la nuca de la princesa, al menos donde la toalla que usaba en el cabello no la cubría. "Eres tan fuerte…"
La princesa apretó los ojos mientras los dedos de Byleth recorrían las cicatrices en sus brazos, para enseguida tocar su espalda. Edelgard poco pensaba en que los generosos pechos de su profesora se aplastaban contra su espalda, esa sensación era sobrepasada por las caricias en sus cicatrices, por los pulgares ajenos tentando, conociendo las terribles marcas de su pasado.
"Ellos me convirtieron en un monstruo. No soy fuerte…"
"Lo eres, sobreviviste a esto".
Edelgard se mordió un labio. Las lágrimas hacía mucho la abandonaron, pero no podía evitar esa sensación de nudo en su garganta. Un dulce beso en la base de su cuello la hizo suspirar.
Las cicatrices que antes le daban asco eran acariciadas, reconocidas por las manos de Byleth. Era como si ella la estuviera adorando. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Edelgard cuando las manos ajenas llegaron a sus piernas, ella misma se prestó a las caricias de las manos de Byleth.
"No eres un monstruo, eres Edelgard, mi alumna y la amiga de muchos aquí…"
"Lindhart dice que soy una entrometida mamá gallina", respondió Edelgard con una risita quebrada.
"Eres un águila… Naciste para volar más alto que nadie".
CONTINUARÁ…
