PARTE 19 Por la Diosa

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Los alumnos se estuvieron preparando durante toda esa Luna para ayudar en la vigilancia de varios sitios importantes del Monasterio durante la Ceremonia del Renacer. El evento sería al día siguiente. Los alumnos de las Tres Casas junto con sus profesores participarían.

Sólo Rhea y sus más cercanos, entre estos Seteth, sabían del asunto que tenía a mucha de sus fuerzas ocupadas y lejos del Monasterio. Ninguno de los alumnos necesitaba saber que había una persecución entre las sombras de Fódlan. En el Imperio de Adrestia seguían preguntando por el paradero de Volkhard von Arundel, ya habían capturado a muchos de sus hechiceros asistentes, Agarthianos por igual, mientras que el Duque Aegir estaba en arresto domiciliario por parte de los Caballeros de Seiros. Nadie hizo nada cuando estos llegaron y se llevaron a Aegir, ni siquiera el Emperador Ionius intervino para defenderlo, simplemente le comentó a Ludwig que si no tenía nada que esconder a la Diosa, entonces no debía temerle a nada.

Nadie necesitaba saber que tras los muros del hogar de los Aegir, los Caballeros de Seiros interrogaban al Duque y no temían en hacer uso de la fuerza. Aegir tuvo que confesar que no sabían nada de Lord Arundel desde hace meses. Los magos Agarthianos culpaban a Aegir de todos los problemas del Imperio, y el Duque Aegir a su vez decía que Lord Arundel tenía un poder aterrador y que él fue la mente maestra detrás de todo. Ludwig también confesó que fueron los hombres de Arundel los que mataron a diez de los once hijos del Emperador. Y los magos remataron la confesión del Duque Aegir diciendo que todo lo hicieron con su aprobación directa.

Y cuando un derrotado Aegir agregó que Lord Arundel estuvo preparando a su sobrina Edelgard para algo especial, el reporte con ese dato importante llegó hasta Rhea en cuestión de un par de días. Por suerte, la princesa ya había pasado por demasiados horrores en esos calabozos mohosos y llenos de ratas como para que ser llamada por la Arzobispa la pusiera nerviosa.

"Oh, Edelgard, me alegra que vinieras", sonó la siempre maternal voz de Rhea.

"Buenas tardes, Su Excelencia", saludó Edelgard, educada como de costumbre. "Me dijeron que le urgía verme".

"Así es, pequeña. Toma asiento, por favor".

La princesa obedeció y la Arzobispa no perdió el tiempo. "Verás, hemos tratado de localizar a Lord Arundel pero no hemos encontrado ningún rastro de él".

Ni lo encontrarán, pensó Edelgard, tratando de no sonreír. "Comprendo", la princesa fingió un gesto de pesar. "Estoy muy preocupada por él".

"Durante la búsqueda mis soldados me han mandado un reporte de que tu tío estuvo trabajando contigo en estos últimos años, preparándote para algo especial", dijo Rhea con su gesto ligeramente endurecido.

Edelgard era consciente de que esa información tarde o temprano llegaría a oídos de la Arzobispa, esa rata traidora de Aegir diría lo que fuera por salvar su pellejo. Eso por un lado, por el otro, quería decir que los Caballeros de Seiros estaban haciendo su trabajo rastreando a las Serpientes y a sus aliados.

"Como usted sabe, mi padre no está en las mejores condiciones para guiar al Imperio", respondió la princesa con calma. "Soy la única heredera y me han estado preparando para tomar el trono apenas me gradúe de la Academia de Oficiales".

"¿Y qué hay del resto de tus hermanos y hermanas, Edelgard? Tengo entendido que el Emperador Ionius tuvo once hijos con varias esposas".

Directo a la yugular, esa mujer a momentos parecía que no conocía el tacto. Edelgard puso un gesto triste mucho más genuino, siempre la ponía triste pensar en que las vidas de sus queridos hermanos y hermanas se perdieron en aquellos calabozos.

Y en honor a ellos, dirigiría toda la furia de la Arzobispa hacia el Duque Aegir. Los demás nobles que redujeron a su padre en su momento fueron títeres de Aegir y Arundel, y esos nobles le servían más vivos que muertos para la guerra que tenía planeada. A ellos podía perdonarlos, pero a Aegir no.

"Todos murieron", dijo Edelgard con sincera tristeza.

"¿Cómo fue que sucedió eso? Diez príncipes y princesas murieron… ¿Y nadie en el Imperio hizo nada?" Preguntó Rhea, francamente sorprendida.

La princesa asintió. "No sé decirle exactamente cómo sucedió", no pensaba decir sobre los experimentos de las Serpientes, obviamente ellos tampoco dijeron sobre eso o ya la hubieran arrestado. "No tengo mucha noción de mi de esos tiempos, sólo sé que todos comenzaron a enfermar y a morir… Todo luego de que el Duque Aegir se los llevaba con cualquier pretexto. Recuerdo vagamente que mi tío también estaba con él. Y entonces fue mi turno de ser llevada con ellos", Edelgard debía avivar la furia de la Arzobispa. "De lo poco que recuerdo es estar adolorida y con náuseas todo el tiempo… Y entonces, un día, mi tío me dijo que estaba lista, que yo sería quien le quitaría a mi padre el peso del Imperio de sus hombros y que guiaría a todos a un mejor futuro".

Rhea tenía un gesto de sorpresa y escondido horror. ¿Qué fue lo que le hicieron a Edelgard y a sus hermanos y hermanas? Sólo había una manera de confirmar que la chica ante ella era Edelgard von Hresvelg y no un Agarthiano suplantándola.

"Según los datos que tenemos de ti, posees la Cresta de Seiros".

"Así es, su Excelencia. Herencia de la sangre de mi padre".

"¿Podrías demostrarlo?"

Era imposible para un Agarthiano poseer y manipular el poder de un Emblema, ellos eran diferentes de los humanos comunes. Y, además, las Crestas provenían directamente de la sangre de sus enemigos jurados: los Nabateos.

La única respuesta de Edelgard fue estirar su mano hacia la Arzobispa e invocar el símbolo de Seiros sobre su palma. Rhea pudo sentir el familiar calor en el poder de la chica, su propio poder de hecho. No había duda, la princesa ante ella era descendiente de Wilhem. Rhea suspiró de alivio.

Todo claramente apuntaba a que Edelgard era una víctima más de los Agarthianos. Rhea tenía a los Hresvelg en una muy alta estima por el simple hecho de ser descendencia de Wilhem, un hombre que significó mucho para ella, así que no había más por decir.

"Muchas gracias por hablar conmigo. Nosotros nos encargaremos de encontrar a tu tío. En cuanto tengamos alguna pista de él, te lo haremos saber".

"Muchas gracias, Su Excelencia".

"Por nada, pequeña, puedes retirarte. Espero contar con la cooperación de las Águilas Negras el día de la Ceremonia del Renacer".

"Ya estamos listos para ayudar con la vigilancia, Su Excelencia, y nos aseguraremos de que sea un día de celebración para todos".

Luego de una breve despedida, Edelgard salió de la oficina de Rhea y pudo suspirar de alivio apenas se vio sola en un pasillo vacío. La princesa admitía haber sentido nervios, pero todo parecía haber salido bien. La Ceremonia del Renacer era la oportunidad perfecta para hacer un reconocimiento del Mausoleo y, a futuro, tratar de sacar toda la ventaja posible.

La calma regresó al cuerpo de Edelgard apenas vio a Hubert, la estuvo esperando.

"Lady Edelgard, ¿cómo estuvo la junta?"

"Lamentablemente no han encontrado pista alguna de mi tío", respondió la princesa en baja voz y con una sonrisa. "La Arzobispa me preguntó por mis hermanos y también le reportaron que mi tío ha estado preparándome por mucho tiempo".

"Oh, eso quiere decir que han hablado con Aegir", murmuró Hubert.

"Me atrevo a pensar que el Duque Aegir no es el único con quien han hablado, apuesto a que han encontrado a más de las Serpientes en Enbarr".

"Y yo quiero pensar que no sospechan nada de usted si no ha sido arrestada".

"Sólo soy una víctima de las circunstancias", comentó la princesa de manera jocosa, provocando una ligera risa en Hubert. "Eso le di a saber a la Arzobispa. No mentí, sólo dije la información necesaria y confío en que ella hará el resto".

"Usted es brillante, milady".

Y hablando de halagos. "¿Dónde está Monica?"

"Cuida que nuestra profesora no se quede sin dientes en su duelo semanal con Jeritza", respondió Hubert. La Arzobispa mandó a llamar a la princesa apenas terminó el taller de vuelo con la profesora Manuela.

El par de salvajes tuvieron que cambiar su día de duelo, incluso Jeritza tenía que ayudar a salvaguardar la seguridad del Monasterio, parte de su trabajo. A veces la princesa se preguntaba si al sanguinario guerrero le estaba gustando tener un salario y una rival fija.

"Me alegra tener a alguien cerca que calme la sed de batallas del Caballero Sanguinario", murmuró Edelgard con alivio y luego hizo unos segundos de silencio. "¿Apostaste en mi nombre?"

"Por supuesto, Lady Edelgard".

La princesa sonrió.

~o~

Para Mercedes era cada vez más complicado no ver familiares rasgos en el rostro enmascarado de Jeritza von Hrym, era imposible confundirlo con alguien más pese a todos esos años de no verlo. Mercedes apostaba todo lo que tenía a que el encargado de la Plaza de Armas era su hermano Emile. Y el hecho de que cada vez que intentaba acercarse a él para pedir o entregar armas, el Encargado se alejaba, era más sospechoso todavía.

La joven sanadora miraba la pelea y animaba a ambos combatientes, la violencia no era lo suyo pero tampoco era quién para negar cuando una pelea era más una danza y no una manera de matarse el uno al otro… O al menos eso podía notar Mercedes en la manera en que la mirada de la Profesora de Combate brillaba.

La batalla terminó cuando Byleth le dio un golpe directo en la cara a Jeritza.

Ante la seria amenaza de que un duelo sin nadie que los controlara podría durar horas, ambos decidieron una solución simple: un golpe directo a la cara en el momento en que ambos lo decidieran marcaría la victoria.

El monstruo dentro de Jeritza estaba en una especie de sueño. Sin órdenes a seguir y sin batallas que valieran la pena, el fiero guerrero encontraba sosiego en los duelos contra el Azote Sombrío. Era capaz de aceptar las derrotas y, admitía, cada vez quedaba más sorprendido, el Demonio mejoraba y el combate se volvía más intenso.

"Miren cómo quedaron", gruñó Manuela mientras iba con el par y les echaba un vistazo más de cerca. "Vamos a curarlos".

"Profesora Manuela", sonó la voz de Mercedes, "usted encárguese de nuestra profesora, yo cuidaré de él", dijo, señalando educadamente al Encargado de la Plaza de Armas.

Jeritza se tensó. "No necesito que…"

"¡Shhh!" Lo calló Manuela. "Mercedes es una gran sanadora, deja que te cuide. Y tú, Byleth, ven acá, tenemos que hablar seriamente sobre esto".

"Manuela, no tienes que regañarme cada vez que peleo con él", se quejó la profesora en baja voz mientras era llevada por el brazo por Manuela cual niña pequeña.

Los alumnos y el resto del público comenzaron a dispersarse, y para nadie fue sorpresa que Edelgard decidiera acompañar a su Profesora a la enfermería, sólo para verificar que se portara bien y no le retobara a la excantante. Pese a haber ganado el duelo, estaba más maltratada que su oponente.

Por su lado, Mercedes llevó a Jeritza al fondo de la Plaza donde tenían equipo médico para curaciones exprés. Ser una de las mejores sanadoras entre los alumnos de las Tres Casas tenía sus ventajas, la profesora Manuela le daba más libertad y todos confiaban en sus habilidades.

"¿Mercie, necesitas ayuda?" Preguntó Annette a su amiga.

"No, gracias, Annie. Mejor ve a descansar o a tomar un té, lo necesitarás, mañana estaremos muy ocupados, tú ayudarás a resguardar la zona de la biblioteca.

"De acuerdo, te busco al rato", dijo la joven maga y se fue corriendo.

Apenas quedaron en relativa privacidad, Jeritza miró de reojo a Mercedes. "No es necesario que estés aquí".

"Oh, peleaste bastante bien y mereces ser cuidado luego de una gran pelea. Ambos están mejorando mucho", comentó Mercedes mientras preparaba el equipo de curaciones y algo para limpiarlo. Al momento de tratar de retirarle la máscara al Encargado, éste giró su rostro ligeramente, impidiéndole a la chica siquiera hacer contacto físico.

"Estoy segura que a la profesora Manuela le permites hacer esto", dijo la alumna con dulzura casi maternal.

Bajo su máscara, Jeritza frunció el ceño. "Iré con ella para que me cure".

"No me gustaría que te regañara, la profesora tiene un carácter duro escondido detrás de su amabilidad, lo mejor es no retarla", Mercedes no dejaba de sonreír. "Además, no hay necesidad de que escondas tu rostro, no ante mí".

El guerrero podría enfrentar a mil oponentes y matarlos a todos, o dejar que lo mataran mil veces y sentir nada más que gozo ante el aroma a sangre y muerte, pero descubrirse ante Mercedes y su dulce mirada era algo que no podía y no quería hacer. Tenía miedo de que ella pudiera ver al monstruo tras la máscara.

Ante el silencio, Mercedes decidió insistir un poco más.

"No necesitas ocultarte, sé quién eres. Llevo todas éstas lunas observándote, y también muchos años pensando en ti y en tu suerte. Sé que eres mi querido Emile".

El poderoso Caballero Sanguinario se sintió como un niño de nuevo ante ella, imposible engañarla más tiempo. "Emile von Bartels está muerto", dijo Jeritza con voz tensa. "En su lugar quedó un monstruo de nombre Jeritza".

Mercedes sonrió. "No sé por qué dices esas cosas, no eres un monstruo".

"No sabes nada sobre mí".

"Y nunca lo sabré si no me lo cuentas, y aun después de eso, seguirás siendo mi querido Emile", Mercedes comenzó a limpiarlo sin dejar de sonreír. "Me alegra mucho verte de nuevo".

Jeritza se dejaba atender por ella sin moverse, en serio era como ser un niño de nuevo. Admitía que le era fiel a la princesa Edelgard desde que lo encontró y lo ayudó a borrar su pasado, e incluso le dio un nuevo nombre. También admitía que seguía a regañadientes las órdenes de esa desagradable gente que rodeaba a Lord Arundel, pero sólo lo hacía porque ellos estaban con Edelgard.

El guerrero confesaba que desde que no sabía nada de esos desagradables sujetos se sentía más tranquilo. Sus duelos con Byleth tenían al monstruo apaciguado de momento. La princesa le pidió esperar y podía esperar. Jeritza también confesaba estar atento a Mercedes durante los entrenamientos, pero procuraba desinterés, no la quería cerca de Garreg Mach, no quería que su hermana estuviera en peligro para cuando la princesa Edelgard llevara a cabo su plan maestro.

El aroma a dulces y a té no había abandonado en lo absoluto a su hermana, eso pensó Jeritza mientras cerraba los ojos y en silencio se dejaba quitar la máscara y ser curado.

"No debes acercarte a mí", murmuró el guerrero apenas su hermana terminó de atenderlo.

"Y supongo que no querrás que nadie sepa que somos hermanos", dijo Mercedes, acomodando la máscara de nuevo en su alto hermano menor… Medio hermano en realidad, pero lo quería tanto como si hubieran nacido de la misma madre, y la madre de Mercedes lo quería tanto como si ella misma lo hubiera parido.

"Es lo mejor".

Mercedes tenía muchas preguntas, quería preguntarle qué fue lo que pasó luego de que se supo que el Barón Bartels murió junto con el resto de las personas que vivían en la Casa Bartels. Al escuchar esas noticias, Mercedes y su madre lloraron por él, creyendo que había muerto también. Ahora que Mercedes sabía que su querido hermano estaba vivo, no pensaba abandonarlo de nuevo. "Si crees que así debe ser, de acuerdo. Guardaré el secreto a cambio de que me dejes preparar dulces para ti de nuevo".

Jeritza lo pensó seriamente. Si algo distinguía a su hermana era su testarudez, ahora que ella sabía de su identidad no habría manera de alejarla… Además, echaba de menos los postres que solía prepararle.

"De acuerdo".

Mercedes sonrió. "¿Es necesario que sigas usando la máscara?"

"Por el momento sí".

"Comprendo".

Apenas Jeritza quedó limpio, sano y como nuevo, le agradeció a Mercedes. La Sanadora sólo asintió, se puso de pie y se retiró de la Plaza de Armas. Tenía que prepararse para la misión del día siguiente, le tocaba vigilar la Catedral junto con varios de sus compañeros.

~o~

El monasterio y sus alrededores estaban llenos de feligreses que llegaron desde muchos lados de Fódlan, varios de ellos viajaron por varios días enteros para poder visitar el Monasterio y presentar sus respetos y ofrecer sus rezos a la Diosa. Sólo en esa fecha, las personas comunes tenían la oportunidad de visitar Garreg Mach y adentrarse a los centenarios edificios. Sólo los mercantes tenían acceso a una zona cerca de una de las entradas al sur, mientras que los mercenarios contaban con sus propias barracas en uno de los extremos del monasterio. No eran tan cómodos como los de los soldados que se hospedaban ahí, pero un techo era un techo y ellos serían los últimos en quejarse.

Por supuesto, los grupos mercenarios en general fueron pedidos por la propia Iglesia para vigilar los alrededores del Monasterio y cuidar a los feligreses que llegaban por cientos. Los soldados de la Orden permanecían adentro, haciendo gala del poder de la Iglesia con sus brillantes armaduras, sus cuidadas túnicas y el escudo de Seiros adornando sus uniformes.

Byleth revisaba que sus alumnos estuvieran bien y atentos. Muchos de ellos no tendrían que lidiar con los visitantes, sólo cuidaban la biblioteca, la zona de acceso a los salones y jardines, por supuesto que ningún visitante tenía permitido acercarse a los dormitorios de dormitorios de los estudiantes, pero el comedor estaba abierto y los cocineros ofrecían emparedados rápidos de preparar a aquellos que llegaban con hambre. No faltaban los que llegaban con donaciones en dinero y especie a la Iglesia y esas personas tenían prioridad para poder estar más cerca del espectáculo.

Monica, afortunadamente, estaba en la zona del Mausoleo y miraba todo de manera discreta pero analítica. Había muchas tumbas perfectamente espaciadas, hechas de roca, y al fondo podía verse la Tumba de Seiros, mucho más majestuosa y llamativa que el resto.

Las personas pasaban, rezaban, deseaban con fervor y se retiraban conforme los soldados lo indicaban, todo en orden. Los alumnos presentes, situados en sitios estratégicos, vigilaban a los visitantes, y entre los alumnos que vigilaban estaban Edelgard y Claude. Dimitri fue enviado a la entrada principal para poder darle la bienvenida a los feligreses, muchos de ellos venían de Faerghus después de todo.

Quien sabía que no sería muy bien visto por los feligreses del Reino era Dedue, que ayudaba a vigilar el Invernadero junto con Bernadetta.

"Oh, mi estimada Edelgard, te aseguro que nada escapará a mi vista de águila", dijo Ferdinand con orgullosa voz mientras vigilaba a los feligreses y evitaba que se acercaran demasiado al resto de las tumbas. "Y tendré un mejor desempeño que tú".

"Ferdinand, estamos aquí para ayudar a que los feligreses tengan una experiencia agradable y segura", respondió una seria Edelgard. "No es una competencia, sólo vigila, por favor, y no pierdas de vista a los niños, hay muchos y casi siempre hay niños perdidos en los eventos multitudinarios".

Ferdinand se aclaró la garganta. "Tienes razón, me disculpo, me comportaré como el Noble que soy y mantendré la profesionalidad en todo momento".

"No espero menos de ti, Ferdinand", respondió Edelgard y siguió con su trabajo. Todo estaba más o menos en orden, la multitud podía marear y el calor era asfixiante a momentos, pero era tolerable. Además, estaba más ocupada estudiando qué puntos vigilaban los contados Caballeros de Seiros presentes. Todas las tumbas eran vigiladas, pero había ciertos puntos en los muros y columnas de donde los Caballeros no se movían.

La princesa confiaba en que Monica sabría memorizar no solamente la estructura en su totalidad, si no la ubicación de los soldados.

"¿Cómo van por aquí?" Preguntó Byleth, acercándose a Edelgard y a Ferdinand.

"Nada problemático qué reportar, profesora", respondió el chico antes de que Edelgard pudiera decir algo.

La princesa negó suavemente. "Ya lo dijo él, los visitantes entran y salen en orden, hasta el momento no ha pasado nada de gravedad qué reportar".

Byleth asintió. La Arzobispa les pidió a los profesores revisar constantemente a los alumnos a turnos, ella justamente terminó su turno de revisar los puntos donde los alumnos estaban apostados. "Si alguno de ustedes tiene sed o necesita descansar, recuerden que no deben moverse solos, son indicaciones de la Arzobispa".

A la princesa no le sorprendía que así fuera, seguramente Rhea no deseaba que alguien de las Serpientes tratara de infiltrarse en el monasterio. ¡Qué iba a saber la Arzobispa que ya había alguien ahí aprendiendo todo lo posible del Mausoleo! La princesa podía ver desde donde estaba la atenta mirada de Monica.

Y entonces…

"¡Estos herejes de la Iglesia Central los están engañando!" Gritó un hombre de repente apenas fue su turno de estar justo frente a la tumba de Seiros. "¡Aquí no hay nadie que escuche sus rezos! ¡No los sigan, han abandonado las verdaderas enseñanzas de la Diosa!" Gritaba el hombre mientras un tenso silencio inundaba la zona. "¡Ellos manchan con sus violentas leyes todo lo que Ella ha creado!"

"No se muevan de aquí, vigilen quién entra y sale", indicó Byleth y rápidamente se movió entre los feligreses. Lo mejor era sacar a esa persona de ahí. "Sígame, por favor", indicó en serena voz, sujetándolo por el brazo.

"¡No pienso callar más!" Gritó el hombre e intentó soltarse de esa chica, pero no pudo, ¡era muy fuerte! "¿Ven? ¡Intentan callarme! ¡Van a castigarme por decir la verdad! ¡Los Herejes son ellos!"

Byleth no dijo nada mientras sacaba al hombre del interior del Mausoleo. Y mientras eso sucedía, Edelgard y Monica notaron que los soldados que vigilaban en los muros no movieron ni un dedo, mientras que los que cuidaban el resto de las tumbas se encargaron de mantener a las personas lejos de ese maniático.

El hombre se jalaba, trataba de arrastrarse mientras seguía gritando, pero no lograba liberarse de la mano de Byleth. "¡Suéltame! ¡Sé que van a golpearme hasta casi matarme sólo por esto!" Gritó el hombre y con su puño comenzó a golpear a Byleth en la cara, pero ésta ni se inmutó, seguía caminando sin que ninguno de los golpes en su contra hiciera daño.

Lo único que lograba el alborotador era quedar como un loco agresivo.

Y en defensa del hombre, no estaba mintiendo, si un Caballero de Seiros fuera el encargado de sacarlo, le daría una golpiza ya fuera ahí mismo o apenas lo sacara del monasterio, no sería el primero ni el último que tendría semejante suerte.

Pero Byleth decidió escoltarlo ella misma hasta las puertas principales del Monasterio.

"Váyase, por favor", pidió Byleth en baja voz.

El hombre finalmente pudo liberarse, ya no soltaba golpes ahora que nadie les ponía atención y parecía un poco… Decepcionado. Molesto, incluso extrañado pero ya no enloquecido como hacía un momento. Byleth no lo sabía, pero el hombre pensaba con molestia en que no se supone que eso pasara, se supondría que los Caballeros le dieran una paliza, el plan era demostrar a los feligreses la brutal manera en que la Iglesia de Seiros reprimía a aquellos que conocían sus mentiras, pero en lugar de eso, fue sacado del sitio como si fuera un ebrio incómodo en una taberna.

Se supone que el resto de sus compañeros armaran un alboroto cuando la golpiza pasara, pero nada de eso pudo suceder. Y todo eso hubiera sucedido de no ser por esa entrometida que no tenía pinta de ser Caballero de Seiros y tampoco un feligrés.

"¿Quién rayos eres?" Preguntó el ofendido hombre.

"Una profesora", respondió Byleth con voz parca. "Ahora váyase".

El hombre no tuvo más opción que retirarse. Se supone que armaran un escándalo pequeño y en apariencia insignificante que poco a poco ayudara a dejar expuesto el abuso de la fuerza de la Iglesia Central. Se supone que los feligreses contaran sobre la paliza a los demás y la voz se corriera. Se supone que pusieran incómoda a la gente y el miedo y la inconformidad comenzara a crecer.

No pudo ser.

La Iglesia Occidental tendría que buscar otra manera de manchar la imagen del Monasterio.

El resto del importante día pasó sin ningún otro incidente, y el único incidente sucedido llegó a oídos de la Arzobispa, que no dudó en mandar a llamar a los profesores.

Pese a que quedó en claro que los padres de la mercenaria no eran quienes creía que eran, la Arzobispa no podía sacudirse la sensación de familiaridad que le daba Byleth. Había algo ahí que se le estaba pasando y pensaba descubrirlo, de momento era importante felicitarla por su buen trabajo en el Mausoleo.

Era de madrugada cuando ya todos los alumnos descansaban en sus respectivos cuartos luego de ser escoltados por sus profesores a cargo. Ya no había civiles en el Monasterio a esa hora.

"Me alegra mucho que te hicieras cargo de ese problema sin armar escándalo", fue la felicitación de la Arzobispa, de hecho miró a los profesores presentes. "Gracias a todos por su ayuda, y también manden agradecimientos a los alumnos de parte mía. Todos hicieron un magnífico trabajo. Me aseguraré de que tanto los alumnos como ustedes puedan salir y disfrutar de un día libre".

"Yo mismo firmaré el permiso para todos, los alumnos podrán salir de día de campo si lo desean", dijo un complacido Seteth, bastante satisfecho porque la Ceremonia salió bien y sin nadie sospechoso tratando de infiltrarse en el Monasterio. Las precauciones no estaban de más tratándose de enemigos como los Agarthianos.

"Es la primera vez que ayudo en éste evento desde que trabajo aquí, fue una experiencia muy enriquecedora", dijo Hanneman con visible satisfacción.

"Y a mí me saludaron muchas personas que me conocieron durante mis días en la Ópera", agregó Manuela, que no había dejado de sonreír desde la tarde. Todos sus fans no paraban de decirle que seguía tan hermosa como siempre y que aún podían recordar su preciosa voz en el escenario.

Byleth no dijo nada, simplemente asintió. La Arzobispa no tardó en volver su atención a la mercenaria.

"¿Estás bien? Tengo entendido que ese loco te atacó", comentó Rhea con evidente enojo. "Y también me reportaron que no te defendiste. Necesito que sepas que como parte del personal de Garreg Mach, tienes la autoridad de castigar a aquellos que irrespeten a la Diosa, Su hogar y todo lo que Ella representa".

La mercenaria negó una sola vez. "Era un hombre simple fuera de sí, no un maleante", fue la simple respuesta de Byleth. "Sólo soy una profesora temporal aquí, no un miembro de la Orden de Seiros. Estoy aquí para enseñarle a los alumnos sobre Táctica y Combate, sólo eso y nada más".

La mirada de Rhea se endureció ante esa respuesta, Seteth tampoco parecía complacido con el atrevimiento de la mercenaria. Ambos estuvieron a punto de reprender a la joven profesora, pero Manuela intervino justo a tiempo.

"A mi parecer, le diste una gran lección a los alumnos que estaban ahí", dijo la cantante con agradable gesto y cantarina voz. "Tu seriedad y control de la situación impidió que se hiciera un escándalo entre la gente".

"Por un momento temí que se armara un desastre en un espacio tan cerrado y lleno de personas, había muchos ancianos y niños ahí", Hanneman también ayudó. "Me alegra mucho que demostraras que la violencia no lo resuelve todo, escuché a los jóvenes alumnos hablar de eso y cómo ese hombre no pudo hacer nada contra ti, sólo calmarse. Estaban muy impresionados con tu actuar en esa situación".

"Eres fantástica, cariño, buen trabajo", finalizó Manuela, pellizcando la mejilla de Byleth como si de una infante se tratase.

"Manuela, no soy una niña".

Fue el turno de Rhea y de Seteth de mantener su autocontrol. Que el Azote Sombrío pese a su juventud demostrara una mejor cabeza fría que ellos para lidiar con esos pequeños asuntos, los hizo sentir un poco de vergüenza. Seteth se aclaró la garganta.

"Es muy tarde como para que organicen un día de campo para los alumnos de las Tres Casas, pero tendrán el permiso para la siguiente semana", dijo el Consejero, obligando a los profesores a ponerle atención. "Por ahora vayan a descansar, muchas gracias por la ayuda el día de hoy".

"Lo mismo digo, descansen", fueron las palabras de Rhea antes de indicarles cortésmente que podían retirarse.

Ya lejos de las oficinas, en medio de los jardines bajo el cobijo de la fría madrugada de la época de lluvias, Manuela y Hanneman soltaron un suspiro de alivio antes de que la cantante tomara a Byleth por las mejillas y las jalara, sonaba graciosamente molesta.

"Vaya que a ti te encanta vivir la vida al límite", dijo Manuela sin soltar a su joven colega.

"Manuela, eso duele…"

"Por un momento sentí que te iban a arrestar", Hanneman al fin podía darse el lujo de sentir su corazón acelerado en su pecho, ¡eso fue muy intenso! "En serio me sorprende que no estés ni un poco familiarizada con los preceptos de Seiros y sus creencias, prácticamente todo Fódlan los sigue".

"Papá nunca me enseñó sobre esto", dijo Byleth sin soltarse de Manuela, sólo trataba de animarla a que aflojara un poco los pellizcos. "He vivido mi vida hasta ahora sin necesitarlos".

"Eso me sorprende aún más", murmuró Manuela.

"Además, es muy raro que uno de los preceptos diga que puedes hacerle cosas malas a otros, como robarles o matarlos, mientras sea en nombre de la Diosa", dijo Byleth. "¿Qué clase de ley es esa? Suena ridículo".

Es ridículo, pensaron el otro par de profesores.

Manuela finalmente soltó a Byleth. "Procura no decir eso cerca de ellos dos en especial", aconsejó la cantante con seriedad. "Guarda tus opiniones para ti misma, cariño".

La mercenaria asintió, igualmente seria.

"Terminamos el trabajo y no pasó nada que lamentar, es todo lo que importa", dijo Hanneman, un poco más calmado. "¿Les parece si despertando bebemos té juntos?"

"¿Y si mejor vamos al pueblo a brindar con cerveza?" Propuso la mercenaria.

El otro par de profesores se miraron entre sí.

"De acuerdo".

~o~

"¡Edelgard!" Ferdinand fue con la princesa, que estaba en el invernadero viendo las flores que su maestra cuidaba. Dorothea la acompañaba y ambas platicaban.

Ya habían pasado cuatro días desde la Ceremonia del Renacer y los alumnos estaban emocionados por el día de campo que tendrían en su próximo día libre.

"Pareces agitado, Ferdie, ¿qué pasa?" Preguntó Dorothea, notando lo serio, casi molesto que estaba el chico.

"¿Qué sucede?" Preguntó Edelgard.

"Me acaba de llegar una misiva de parte de un siervo de mi familia. Me avisan que mi hogar está sitiado por órdenes del Rey Ionius y que Lord Arundel hace meses que no aparece. ¿Sabes qué está sucediendo?"

"Deberías cuidar tu tono ante tu futura soberana, Ferdinand", Hubert salió de la nada.

"De acuerdo, esto comienza a sonar serio", murmuró Dorothea. "Ferdie, ¿qué preguntas haces? Edie ha estado todo éste tiempo aquí, ¿qué esperas que sepa sobre lo que sucede en Enbarr?"

"Lamentablemente, sé todo", dijo Edelgard de repente, sorprendiendo tanto a Dorothea como a Ferdinand.

"¿Qué está sucediendo? ¿Por qué mi padre está siendo arrestado? Él es quien ha estado asistiendo al Emperador todo este tiempo".

"Me temo que no sabes nada de tu padre", dijo Hubert. "Mucho menos de todos los crímenes que ha cometido".

"¿Crímenes?" Ferdinand sonó sorprendido. "¡Mi padre es un hombre que ha trabajado por el bien del Imperio toda su vida!"

A Edelgard en serio le dolía de muchas maneras que alguien tan íntegro y honesto como Ferdinand tuviera en tan alto pedestal a un hombre tan horrible. Difícil de creer que eran padre e hijo.

"Lamento informarte que tu padre ha cometido muchos crímenes, tantos que una tarde no bastaría para numerarlos", dijo Edelgard. "Pero sí te puedo decir que uno de esos crímenes fue permitir la muerte lenta e injusta de mis diez hermanos".

Hubert se sorprendió ante esas palabras, más cuando la princesa se quitó los guantes y se arremangó la chaqueta del uniforme para mostrarle las cicatrices en su blanca piel. Ferdinand abrió los ojos como platos, Dorothea se cubrió la boca mientras una mezcla de horror y tristeza llenaba sus bellas facciones.

"Lady Edelgard… Sus cicatrices".

"Ellos me las hicieron, pero al final son mías y puedo hacer con ellas lo que desee", respondió Edelgard con seguridad.

El fiel vasallo no necesitaba saber a detalle que una hora de besos a los hombros y cuello de la Princesa, además de caricias en sus cicatrices por casi una hora, bastaron para que les perdiera el asco y en su cabeza se repitieran las amorosas palabras de Byleth.

Eres fuerte…

"Te contaré todo, vamos a otro sitio".

CONTINUARÁ…