PARTE 20 Persiguiendo la Verdad
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Eres tan fuerte… Eso le estuvo diciendo la voz de Byleth cada noche desde la primera vez que se dedicó a acariciar sus cicatrices, cada noche en su hora de baño compartida. Byleth seguía usando el vendaje en los ojos y eso había llenado a Edelgard de seguridad, y también le quitaba poco a poco el asco ante su propia visión en un espejo, y a sobrellevar de mejor manera los recuerdos asociados a esas cicatrices.
Eres fuerte, aún podía escuchar la tersa voz de la mercenaria en su oído. Sobreviviste a todo esto. Eres muy fuerte, Edelgard…
Soy fuerte, repitió la princesa mentalmente mientras permitía que Ferdinand y Dorothea miraran las marcas en su brazo derecho.
Hubert estaba al lado de su ama, atento a cualquier incomodidad en su princesa, pero la notaba seria y tranquila. Los cuatro estaban en la habitación del mago oscuro.
"Oh, Edie, ¿es por esto que no te bañas con nosotras?" Preguntó Dorothea, acariciando cuidadosamente el antebrazo de su amiga. No era difícil imaginar que había más de esas marcas en el resto de su cuerpo.
Edelgard asintió. "Sí, ésta es la razón. Y no te preocupes, Dorothea, éstas cicatrices no me duelen y ya no me incomodan tanto", ya no más gracias a Byleth. La princesa enseguida miró a Ferdinand, que lucía angustiado todavía. "No hay manera de endulzar esto, Ferdinand, así que siéntate y escucha".
El joven obedeció y se sentó en la orilla de la cama, Edelgard estaba sentada en la única silla del cuarto, Dorothea se acomodó a su lado recargada en el escritorio. Hubert vigilaba la puerta y estaba atento por si alguien se acercaba.
"Estoy segura de que sabes lo que sucedió después de que el Emperador reprimió la rebelión de los Hrym".
"Sí, se nombró a un nuevo líder para esa región", respondió Ferdinand.
"Eso es lo que todos saben", dijo Hubert, molesto por ver que su compañero sabía poco y nada de lo que en realidad sucedía en el Imperio. "Pero en realidad el líder que pusieron sólo es para aparentar, quien realmente controla la zona es el Duque Ludwig von Aegir".
"¿Qué?" Ferdinand abrió más los ojos. "Supongo que es para mantener la zona en paz luego de todo lo sucedido".
Dorothea bufó, se notaba molesta. "¿Acaso no sabes cómo están las cosas en Hrym?" La cantante negó un par de veces, ella estaba más que al tanto gracias a que la Compañía Operística de Mittelfrank constantemente recibía músicos viajeros y talentos latentes que pasaban por muchos territorios de Adrestia. "Los impuestos son tan altos que las personas no pueden pagarlos, los guardias son terribles y reprimen por la fuerza cualquier queja de los pobladores, y los que intentan escapar son devueltos y castigados".
"Dorothea está en toda la razón, y la persona que subió los impuestos y tiene a la gente reprimida de una manera tan brutal es el Duque Aegir", agregó Edelgard.
"¡Eso no es posible! Mi padre es un hombre correcto que ve por el bien del Imperio".
"Jo, lo que es ser ciego a propósito", murmuró Hubert y enseguida levantó la voz con severidad. "Pregúntale a nuestra compañera Lysithea cómo van las cosas en la región de los Ordelia por culpa de todo el desastre de Hrym".
"Estoy segura de que sabes sobre la Insurrección de los Siete, pero permite que recapitule un poco: Tu padre, con el apoyo de otros nobles, fueron quienes despojaron a mi padre de casi todo su poder y lo tienen como un títere. Y ojalá fuera solamente eso, política es política y los nobles de Adrestia se sintieron amenazados con las decisiones del Emperador", decía Edelgard con firmeza. "Ferdinand, tu padre aprovechó la Insurrección y permitió a un grupo de monstruos tratar de crear un arma humana contra un enemigo al que han odiado por generaciones".
Hubert miraba con respeto a su protegida, él más que nadie sabía lo mucho que aún afectaba a la princesa la muerte de sus hermanos. Mientras que lo único que pudo hacer Dorothea fue tomar la mano de su amiga. Ferdinand permanecía atento.
"Experimentaron con cada uno de mis hermanos y hermanas y ninguno de ellos sobrevivió a esos horribles experimentos y al encierro. Y por si eso fuera poco, hicieron que mi padre fuera testigo de cómo sus hijos eran torturados".
"Eso… Eso… Edelgard… Eso no puede ser cierto".
"Ferdinand, aún puedo escuchar las risas de tu padre mientras mi padre le suplicaba por la vida de mis hermanos", dijo Edelgard con voz grave y un gesto que denotaba furia. "Aún recuerdo cómo se llevaba a mis hermanos arrastrando para entregarlos a esos monstruos. Y después cómo me llevó a mí. Tengo las marcas de esos experimentos en todo mi cuerpo", la princesa tomó aire de manera profunda. "Todas esas noches pedí la ayuda de mi padre y él nada pudo hacer, cada una de esas noches recé a la Diosa y a la Santa Seiros por ayuda y no me respondieron. Cada vez que esos monstruos cortaban mi carne y drenaban mi sangre les pedía piedad… Cuando tu padre iba a verme al calabozo le pedía ayuda y él sólo reía y decía que lo estaba haciendo bien a comparación de mis débiles hermanos y hermanas".
Ferdinand se mareó un poco. "Mi padre… Yo… Edelgard…"
La princesa tomó un mechón de su propio cabello y lo miró un poco. "Mi cabello era castaño claro… Cuando me vi en el espejo luego de ser libre de esa celda, no reconocí a la persona que estaba viendo".
"¡Oh, Edie!" Dorothea soltó unas lágrimas antes de darle un apretado abrazo a su amiga. "Me alegra mucho que estés con vida… No merecías pasar por todo eso, eras una niña".
Edelgard se sintió un poco sobrepasada pero el abrazo de Dorothea la hizo sentir muy bien. "Gracias", la princesa cerró los ojos, disfrutando del gesto de cariño. "Apenas sea coronada Emperatriz, pienso hacer de éste mundo un sitio mejor, donde muchos ya no tengan que pasar injusticias por la decisión de unos pocos".
"Yo… ¡Edelgard, déjame hacer algo para enmendar todo el daño que ha hecho mi padre!" Exclamó Ferdinand con desespero. "La familia Aegir, mi padre, debe pagar por el daño hecho y yo, Ferdinand von Aegir, dedicaré mi vida a ello".
"Para empezar, no le digas nada a nadie de lo que hemos hablado en éste cuarto", advirtió Hubert y enseguida miró a Dorothea, que no soltaba a Edelgard.
"Nada saldrá de mis labios, Hubie", dijo la seria cantante de inmediato, adelantándose a las amenazas del mago.
"Por mi honor que no diré nada de lo que se me confíe", aseguró Ferdinand.
Edelgard le dio un par de palmaditas a uno de los brazos de Dorothea como señal para que la soltara, ésta lo entendió. Fue su decisión anticipada que la cantante escuchara todo, más que nada porque quería que estuviera al tanto y lejos del peligro que se avecinaba. Apenas se vio libre, la orgullosa princesa del Imperio de Adrestia se puso de pie ante su compañero.
"Ferdinand von Aegir".
Ante el serio llamado, el joven noble quedó en una rodilla ante su princesa. "Su Alteza".
"Esto no es ni la mitad de lo que aún debes saber, te contaré todo a su tiempo. Tengo planes que llevaré a cabo apenas me gradúe de la Academia de Oficiales y tome la corona de mi padre", dijo Edelgard. "Y cuando ese momento llegue, espero contar con tu sincero apoyo… Futuro Duque Aegir".
"¡Sí, Alteza Imperial!"
Hubert sonrió por lo bajo. Aunque al principio el vasallo tenía sus dudas sobre la decisión de su princesa de contarles todo a sus compañeros poco a poco, resultó ser una decisión muy acertada. Después de todo, ellos tendrían mucho qué ver en esos futuros asuntos del Imperio y qué mejor que contar con su sincero apoyo.
"Edie, siento que esto no es algo que una plebeya como yo debería estar presenciando", dijo Dorothea luego de ver la escena. "Sé que una vez te dije que serías un personaje del que se escribirían grandiosas óperas…"
"Aún recuerdo que por mi cumpleaños me cantaste algo enfrente de todos durante la celebración… Tu voz es hermosa pero aún me sonrojo de sólo recordarlo", murmuró la princesa y la cantante rió.
"Siento que acabo de ver una de las escenas de esa futura ópera, pero lo que vas a hacer es la vida real, no una representación teatral".
"Lady Edelgard decidió que escucharas todo esto no sólo por la sincera estima que te tiene", intervino Hubert, "también estás aquí porque sabemos que eres una víctima más del sistema corrupto que mueve éste mundo".
"Oh, ¿y qué es lo que saben sobre mí?" Preguntó una curiosa cantante, quizá un poco nerviosa por dentro, no era como si alguien más además de Manuela supiera que ella era una huérfana descartada por un noble enclenque que quería hijos con crestas.
Hubert sonrió de medio lado con su tono sombrío de costumbre. Le salía natural ser amenazador. "¿Está bien por ti que diga todo lo que sé de tu pasado frente a Ferdinand?"
"Yo… Yo sólo sé que no te caigo del todo bien y que dijiste que soy como una abeja", dijo Ferdinand. "Aún trato de descifrar tus palabras".
"La razón de tu aversión a los nobles es una historia compartida por generaciones completas de infantes en todo Fódlan", agregó Hubert. "¿Deseas que entre en detalles?"
Dorothea respingó y se puso seria.
"Hubert", fue el rápido llamado de Edelgard y enseguida miró a su amiga. "Discúlpalo, su trabajo como mi protector lo obliga a investigar a todos aquellos que se me acercan. Me disculpo por su comportamiento. No es algo que yo pueda evitar".
La cantante puso un gesto descontento que duró sólo unos segundos. "Gajes de ser amiga de una futura Emperatriz, supongo. Y además eso es parte del encanto de Hubie", dijo finalmente la cantante, un poco más relajada. "Es normal que cuide quién se te acerca".
"Es mi trabajo y lo hago con gusto".
"Yo misma le diré todo a Ferdinand cuando sea el momento", Dorothea se puso un poco más seria. "Y si ustedes dos saben cómo fue que llegue a dónde estoy y cómo es que ingresé aquí, entonces considerarán justa mi posición hacia los que ostentan su nobleza y presumen de eso y de sus emblemas".
"Lo entendemos perfectamente bien", aseguró Hubert.
"Por ahora creo que deberíamos terminar con ésta reunión, pero si lo deseas, Dorothea, podemos platicar tú y yo con una taza de té una tarde de éstas".
"Me encantaría, Edie".
"En cuanto a ti, Ferdinand", la princesa se dirigió al futuro Duque. "Por ahora yo no tengo el poder de decidir el destino de tu padre, se asoció con personas que Lady Rhea considera una molestia y en realidad son los Caballeros de Seiros quienes lo tienen bajo arresto".
"Quiero ser yo mismo quien encare a mi padre por sus crímenes y lo castigue", dijo el serio Ferdinand, ahora de pie frente a la princesa. "Por favor, es todo lo que pido".
"Si la Iglesia decide dejarlo bajo la custodia del Imperio cuando termine sus asuntos con él, entonces nos aseguraremos de que siga vivo para cuando sea el momento de que lo encares", era todo lo que Edelgard podía prometer. "Todo depende de las órdenes de Lady Rhea, pero no te recomiendo interceder por tu padre ante ella, mucho menos enfrentarla".
"A menos que quieras ser arrestado por los Caballeros de Seiros bajo sospecha de complicidad", agregó puntualmente Hubert.
"Uh, todo esto suena complicado", murmuró Dorothea.
"Es complicado. Te contaré todo con postres y una taza de té, tienes mi palabra. Por ahora creo que deberíamos salir y tomar un poco de aire fresco".
"Me agrada la idea. ¿Volvemos al invernadero, Edie?".
"Vamos".
Las chicas dejaron el cuarto de Hubert luego de una breve despedida. Ferdinand aún estaba digiriendo todo lo que acababan de decirle, saber que el hombre al que tanto admiraba y al que quería hacer sentir orgulloso había hecho tantas monstruosidades era difícil de sopesar. Hubert lo miró largamente antes de suspirar con fastidio.
"En ese estado no le serás de ayuda a Lady Edelgard. Necesitas un té".
"Me encantaría. ¿Me acompañas?"
"El té no es mi bebida favorita pero aún tengo café".
Ferdinand sonrió débilmente. "¿Cómo consigues café aquí? No es una bebida usual en ésta región y tampoco la ofrecen en el comedor".
"Debes estar más que al tanto que nuestra profesora despilfarra el dinero que le da la Iglesia en costosos regalos para sus alumnos", explicó Hubert, haciendo sonreír a su compañero.
"Me encantaría, vamos".
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La escena ya era por demás familiar para Byleth: el desastre natural que era el cuarto de Manuela, y una ebria Manuela tumbada en su cama mientras maldecía a su cita en turno. La mañana había comenzado bien, el cumpleaños de la retirada Diva coincidió con el día de campo de los alumnos, su premio por un buen trabajo durante la Ceremonia del Renacer. Todos le regalaron flores y dulces a Manuela, e incluso Dorothea le compuso una canción de cumpleaños y la cantó junto con Annette, gajes de ser constantes compañeras en el coro en las actividades de la Catedral.
Luego de la celebración todos regresaron al Monasterio y Manuela se fue con ese elegante hombre que conoció en el pueblo, sólo para regresar a deshoras mientras se tropezaba con todo en su camino. Byleth la escuchó, seguía despierta mientras leía un libro de campañas militares que Monica le recomendó y que podrían usar en clases. Era un libro interesante.
La joven profesora decidió ir a revisar a su colega de trabajo y el escenario era todo lo lamentable posible, con el amargo extra adicional de que era el cumpleaños de la excantante. Ésta ni siquiera llegó a su cama, lo supo apenas se asomó por la puerta que Manuela ni siquiera tuvo la prudencia de cerrar.
"Deja te ayudo", dijo Byleth mientras ayudaba a Manuela a sentarse en la cama y quitarse las zapatillas.
"No me veas", alegó una ebria Manuela mientras pataleaba un poco, pero ésta vez era ella la que no podía evitar que Byleth la manipulara.
Que la cama estuviera sin hacer era una ventaja ésta vez, podría recostarla. Mientras Manuela mascullaba coloridas groserías en contra de ese petulante y presuntuoso caballero, Byleth se encargó de ponerle su bata de dormir… Que estaba sobre el escritorio, por cierto.
"Descansa", dijo la mercenaria en suave voz, recostando y cubriendo a Manuela con la cálida manta.
La excantante cayó dormida casi de inmediato, fue un milagro que llegara a su dormitorio. Byleth decidió quedarse a cuidarla en caso de que vomitara o se sintiera más mal de lo que ya estaba, incluso se tomó la libertad de ordenar un poco (sólo un poco) el cuarto.
Byleth quedó sentada junto a la cama leyendo su libro de campañas militares bajo la suave luz de una solitaria vela. Manuela durmió como tronco toda la noche.
El despertar de la otrora glamorosa cantante no fue muy glamoroso.
"Ugh, el mundo está hecho de dolor", murmuró Manuela con una merecida resaca mientras se retorcía en su cama. Un momento… ¿Cómo llegó a su cama? Incluso estaba en su bata de dormir y perfectamente tapada con su cálida manta. ¿Y qué era ese aroma? ¿Té? Conocía el aroma de ese té, era su mezcla especial contra resacas.
Byleth estaba ahí.
"Buenos días, Manuela", saludó una escueta Byleth como de costumbre.
"Buenos… ¿Días?" Manuela se sentó lentamente mientras se frotaba las sienes. "Cariño, ¿qué haces? ¿Cómo…?" Y pronto todo fue obvio. "Oh, por la Diosa, tú te encargaste de mí, ¿verdad?" La excantante se cubrió el rostro por culpa de la vergüenza. "Lo siento tanto".
La joven profesora negó. "Tú siempre me estás curando y ayudando". Enseguida le ofreció la taza de té. "Espero haberlo hecho bien", al menos sabía que esas eran las hierbas adecuadas, se las devolvió una vez que las perdió y Manuela le dijo para qué eran.
"Muchas gracias, cariño", la profesora aceptó la taza de té y le dio un pequeño sorbo. "Lo hiciste bien, gracias y… Ugh, lamento mucho que tuvieras que hacer esto por mí".
Byleth se encogió de hombros. "Papá solía beber cerveza hasta quedar completamente ebrio y yo lo ayudaba a llegar al menos a su cama y ponerlo cómodo".
"¿Y tú no bebías con él?" Preguntó Manuela con una sonrisa pequeña, un poco más calmada. "Tienes buena garganta para el licor".
"Sí, pero aprendí a no ponerme ebria al mismo tiempo que él", contó Byleth. "Sucedió varias veces apenas tuve permiso de beber, los dos terminábamos peleando contra toda la taberna hasta que el dueño nos echaba. Todas esas veces no pagamos la cuenta y ni siquiera los otros mercenarios de nuestro grupo se nos acercaban cuando estábamos ebrios".
Manuela no pudo evitar una risa divertida, seguida de un pinchazo de dolor en la cabeza que la obligó a callar. Bebió más té a pequeños sorbos.
"Gracias, cariño".
"Aún es temprano, tienes tiempo de refrescarte y llegar a tiempo a clases", dijo Byleth. "Aún falta para que el desayuno llegue".
"Soy un desastre". La excantante suspiró hondo, se notaba avergonzada. "Lamento que tengas que verme así tan seguido".
La mercenaria se encogió de hombros, no tenía motivo alguno para reprocharle nada a Manuela, o siquiera regañarla. Ese era el trabajo de Hanneman. "No pasa nada".
"¿Te quedaste aquí toda la noche cuidándome, verdad? Y dormiste en el suelo. Lo lamento mucho, cariño".
"Estaba leyendo éste libro que Monica me recomendó antes de que tú llegaras", explicó Byleth. "Mis planes de la noche no cambiaron".
"Es malo que leas tan tarde a la luz de la vela. Deberías dormir".
Byleth miró su libro, ya estaba en las últimas páginas. "Mi colchón es demasiado suave, me hundo y me cuesta acomodarme. Prefiero dormir sobre la alfombra", confesó la joven profesora. "Y leer me ayuda a pasar la noche".
Eso preocupó a Manuela, se terminó el resto del té con dos tragos. "Podemos arreglar lo de la cama, pediremos que te den un colchón más firme para que puedas descansar apropiadamente, debiste decirme eso antes".
"Lo lamento".
Manuela negó un par de veces. Su papel como protectora de los más jóvenes le dio la fuerza para ponerse en pie con dignidad, el malestar de la resaca se iría pronto. "Luego de clases ve a la enfermería, te haré unos exámenes de la vista y te conseguiré gafas para leer", dijo Manuela en su mejor papel de sanadora, todo mientras se lavaba la cara.
"¿Gafas?"
"Sí, pero sólo para leer, así no te cansarás tanto la vista".
"De acuerdo, gracias".
Manuela sonrió, terminó de limpiarse y se cambió de ropa, no le daba pena desnudarse frente a su joven colega. "Ve a cambiarte y a lavarte la cara. Cuando llegue la comida, desayunaremos juntas, ¿sí?"
Byleth asintió.
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Eso de estudiar y entrenar sus artes mágicas hasta el cansancio, y de paso preocupar a medio mundo, no ayudaba a Lysithea a que el resto de sus compañeros de la Academia dejaran de tratarla como a una niña. Todos la regañaban por trabajar tanto, todos menos tres personas. Edelgard no la regañaba por sobre esforzarse pero siempre se las arreglaba para atraerla a relajantes fiestas de té con montones de deliciosos postres. La profesora Byleth tampoco la regañaba, pero la llenaba de comida repleta de carne y verdura que ella misma preparaba y que, clamaba, le daría mucha energía. Y luego estaba Shez…
"¿Mejor?" Preguntó la alegre mercenaria mientras Lysithea abría los ojos luego de una breve siesta. Una forzada siesta. Una siesta en el regazo de Shez mientras leía el libro de estrategias que la misma Lysithea había estado leyendo. Ambas estaban en las afueras de la plaza de armas.
"Sí, me siento mejor, gracias", murmuró Lysithea e intentó sentarse. Shez se lo impidió.
"Quédate así uno o dos minutos más, si te levantas tan rápido te vas a marear", dijo la mercenaria mientras dejaba el libro a un lado. "Pero si mi regazo es incómodo…"
"No lo es", respondió la joven maga de inmediato. "De acuerdo, un minuto más".
Shez sonrió. "Oye, éste libro es interesante".
"Sí, son campañas militares de hace trescientos años, escritos por soldados que vivieron en esa época, por eso son mucho más interesantes que los libros donde sólo cuentan de las hazañas militares de antiguos héroes", explicó Lysithea. "La profesora Byleth me dijo que Monica me podía recomendar mejores lecturas de magia y estrategia".
"Sí, Monica es fantástica y muy inteligente", comentó Shez sin dejar de sonreír. "Me alegra mucho que la rescatáramos aquella vez. Muchos magos negros reunidos en un solo sitio no era buena señal".
Lysithea frunció el ceño. Se sabía poco de la primera misión de las Águilas Negras, sólo que rescataron a Monica von Ochs de unos bandidos. Luego de eso se comentó que había peligrosos magos oscuros que usaban máscaras negras, y por las descripciones que algunas Águilas con poca discreción (Caspar) contaban a sus compañeros, Lysithea encontró la descripción de esos magos oscuros peligrosamente familiar.
Desde entonces tenía curiosidad pero no se atrevía a preguntar más.
"¿Y no se sabe por qué la capturaron?" Preguntó Lysithea, probando suerte.
Shez se encogió de hombros. "No. Monica no nos dijo nada desde entonces, sólo mencionó que era información clasificada y ya nadie insistió".
Y Lysithea sospechaba que las autoridades de la Iglesia le pidieron a Monica callar, pero la maga quería saber más, necesitaba saber más en caso de que esos magos oscuros estuvieran relacionados con aquellos que le hicieron esas horribles cosas a ella.
Hubo silencio unos segundos más y Lysithea finalmente se sentó.
"Gracias".
"Por nada. Ten", dijo Shez con una sonrisa mientras le ofrecía a su compañera unas galletas envueltas en un papel delgado. "Debes tener hambre luego de estudiar tanto", siguiendo el ejemplo de Byleth, Shez comenzó a cargar comida consigo, ya fuera trozos de carne seca o golosinas.
Los ojos de Lysithea brillaron y de inmediato aceptó las galletas. "Gracias. Pero no creas que las acepto porque las galletas son para niños".
"Hey, no creo que sean para niños si todo mundo aquí las come cuando beben el té", comentó Shez, sonriente. "Me encantan las galletas que trae Lorenz, son deliciosas, y eso que el té que a veces ofrece es un poco amargo".
"Debe ser amargo para que el dulzor de los postres resalte más".
"Oh, es por eso, ¡ahora entiendo!" Shez rió. "Yo siempre le pongo azúcar a mi té".
"Yo también, pero cuando los dulces son de repostería fina, la mejor manera de disfrutarlos es con un té que no esté tan endulzado".
La mirada de la mercenaria brillo. "¿Podemos hacer eso después?"
Lysithea ahora sonaba emocionada. "Por supuesto, los postres se disfrutan mejor en una fiesta de té".
"¡Genial! ¡Es una cita entonces!"
La joven maga se sonrojó. "Sí, es una cita".
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A comparación del rostro de Shamir, que brillaba por su seriedad y frialdad, la cara de Catherine la Galerna estaba empapada en sangre y parecía brillar en llamas por culpa del incendio a su alrededor; una sonrisa adornaba su tostado rostro. Habían encontrado un sitio lleno de enormes artefactos metálicos de los que ninguna de ellas había escuchado nunca. Seres gigantes hechos de metal que acabaron con una parte importante de sus tropas. Catherine estaba hecha una furia y ella misma se encargó de esos monstruos de metal mientras Shamir se hacía cargo de los magos oscuros que estaban cerca de esos monstruos.
Ese sitio en especial, esa base secreta dentro del territorio de Faerghus pertenecía a Cornelia Arnim. Todos los magos y soldados que estaban ahí eran Agarthanos, fácil de saber por sus ropajes y armaduras. Capturar a Cornelia y a cualquier otro Agarthano de alto rango era la prioridad.
"¡Tú vendrás conmigo y más vale que no opongas resistencia! ¡De lo contrario tendré que llevarte con Lady Rhea en pedazos!" Fue la seria amenaza de Catherine mientras apuntaba el Filo del Trueno hacia Cornelia y el grupo que le acompañaba. A su alrededor estaban desperdigados los cuerpos de varias docenas de hombres que no vieron desde dónde les llegó la muerte, todos tenían flechas en pecho y cabeza, cortesía de la veloz Shamir.
El rostro de Cornelia mostraba disgusto, un sincero asco mientras veía esa espada y a su portadora. La batalla contra esas mujeres y sus tropas le costaron demasiado, sus amados Golems mecanizados entre las pérdidas.
"¡Ustedes no son nada más que las bestias que infestan éste mundo!" Gritó la maga con voz poderosa. Estaba furiosa por ver que sus Golems habían sido destruidos, ¡el trabajo de toda su vida! ¡Sus investigaciones destruidas, sus avances hechos cenizas! ¡Había estado preparando todo eso para el gran ataque contra la Iglesia de Seiros! O al menos ese era el trabajo que le encargó Thales antes de desaparecer.
"¡Pagarán por lo que han hecho, bestias!"
"¡No tengo tiempo para tus palabrerías! ¡Entrégate ahora y tu muerte será rápida y piadosa después de que respondas una o dos preguntas!" Exclamó la Galerna.
"¡Ataquen!" Ordenó Cornelia a los magos que la acompañaban, pero estos comenzaron a caer uno a uno por culpa de unas flechas precisas y letales que venían desde las sombras al fondo de la gran sala.
Catherine aprovechó el ataque sorpresa de Shamir para avanzar velozmente hacia el grupo restante de Agarthanos. Aún tenía suficiente energía luego de deshacerse de esos monstruos metálicos. Los soldados Agarthanos que seguían en pie intentaron enfrentar a Catherine, pero los Caballeros de Seiros que aún la acompañaban mostraron su poderío enfrentando a la par a los enfurecidos Aghartanos.
Cornelia se vio obligada a atacar con su magia, su poderoso hechizo de Luna fue directo hacia Catherine, pero un movimiento del Filo del Trueno con su poder activado bastó para repeler el agresivo hechizo, pese a eso, la Galerna recibió parte del impacto y eso la hizo retroceder unos pasos solamente.
"¡Nada mal! ¡Pero no es rival para mi Filo del Trueno!"
Cornelia enfureció todavía más y repitió el hechizo. Sus acompañantes estaban ocupados tratando de defenderse, al menos los que no caían por culpa de las flechas que llegaban desde lejos. Nuevamente el poder oscuro en forma del hechizo de Luna y la tormenta que siempre traía consigo el Filo del Trueno chocaron más cerca, y por tanto el daño fue bilateral, tanto Cornelia como Catherine recibieron el impacto combinado del choque.
La Galerna tenía que admitir que esa bruja era poderosa. Según los datos recibidos para la misión, los Agarthanos sustituían a sus víctimas no solamente adoptando su apariencia física, también quedándose con sus conocimientos, recuerdos y poderes. La verdadera Cordelia Arnim, aquella alma bondadosa que ayudó tanto al Sacro Reino de Faerghus, hacía mucho estaba muerta y en su lugar quedó una bruja que desde entonces se dedicó a crear un caos en el Reino.
Luego de estar investigando por semanas, para Catherine y sus acompañantes era seguro que Cornelia tuvo algo qué ver con la Tragedia de Duscur. Y tanto a Catherine como a Gilbert aún les pesaba todo lo sucedido aquella noche: Gilbert fallando en su deber como caballero y Catherine entregando a la muerte a una persona muy querida para ella.
Todo por culpa de esa mujer…
"Maldito cuerpo, todos ustedes son unos debiluchos", masculló Cornelia mientras estaba en una rodilla.
"Antes de que te corte los brazos para que nunca puedas usar un tomo mágico nunca más, dime algo", Catherine estaba mucho más enojada que la bruja y esa furia le daba fuerzas para caminar hacia ella como si nada pasara, sus heridas sangrantes eran lo de menos. "¿Qué tuviste que ver en la Tragedia de Duscur?"
Ante la pregunta, Cornelia comenzó a carcajearse aunque eso le provocara tos. "No es mi culpa que ustedes, bestias, sean criaturas que se dejen seducir por un poco de poder".
"¡Responde mi pregunta!" Bramó Catherine y corrió hacia Cornelia, pero uno de los soldados Agarthanos tirados en el suelo que aún estaba vivo alcanzó a sujetarla por el pie, haciéndola trastabillar. La Galerna maldijo por lo bajo mientras remataba al soldado, y enseguida notó que Cornelia ya estaba invocando un hechizo más hacia ella.
Pero Cornelia cometió el error de olvidar que la Galerna no era su única oponente. Una flecha llegó desde lejos y clavó su mano en una columna, el tomo incluido. Catherine suspiró de alivio y rápidamente fue hacia Cornelia, le clavó la espada en el hombro de su brazo libre y activó el poder de rayo en su espada.
El grito de dolor de Cornelia se escuchó en toda la zona.
"¡Hazla cantar, compañera!" Sonó la voz de Shamir desde las sombras. "¡Yo me encargo del resto, me llevo a los hombres!"
"¡De acuerdo! ¡Te debo ésta, compañera!" Respondió Catherine y miró al resto de los soldados a su cargo. "Vayan con ella y acaben con todos. Recuperen los documentos importantes, puede que nos sirvan". Enseguida devolvió su atención a la Agarthana. "Esto será tan largo o tan breve como tú lo quieras, ¿escuchaste, bruja?"
Cornelia, pese al dolor, aún tuvo energía para dedicarle una sonrisa burlona a la Galerna. "Éste débil cuerpo está a punto de colapsar, no sacarás mucho de mi, bestia…"
"¿Apostamos?"
Una feroz tormenta comenzó en esa fría zona del Sacro Reino de Faerghus.
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La misión de finales de ese mes consistía en ir a ayudar a unos poblados cercanos a Garreg Mach contra ataques constantes de unos bandidos a cargo del famosamente cruel Metodey. Los increíbles avances de los alumnos tanto en magia como en combate hicieron que Seteth los considerara aptos para la misión. Era el turno de la Casa de las Águilas Negras y, con todo y las reservas que tenía el Consejero hacia Byleth, nunca iba a negar que era una guerrera muy capacitada y que hasta el momento había cumplido con su deber de mantener a los alumnos a salvo.
"Shez está muy emocionada con la nueva misión, dice que su grupo mercenario ha sido contratado varias veces para detener a los bandidos de Metodey, pero hasta el momento no han dado con él", comentaba Edelgard mientras bebía té en los jardines con Dimitri, por invitación del mismo príncipe, por cierto. "El cobarde siempre permanece escondido".
"Es malo cuando atacan aldeas y poblados pequeños que no tienen oportunidad de defenderse", dijo Dimitri, bebía su té con escondida sorpresa, podía sentir un algo en su lengua. No era un sabor tal cual pero definitivamente sentía algo. "Me alegra que Claude y yo podamos acompañarlos".
"Y sé que no debería causarme gracia, pero es casi lindo que nuestra profesora esté triste porque la misión cae el mismo día que el cumpleaños de Dedue, ella quería celebrar ese mismo día", dijo Edelgard con una sonrisa. El cumpleaños de Leonie había sido hacía tan sólo unos días y la chica no había parado de presumir ante todos que pronto haría suya la técnica del Quiebraespadas.
"A Dedue no le molestará que la celebración sea un día antes o después, créeme", aclaró el príncipe de inmediato. A esas alturas, las voces de su padre y de Glenn eran murmullos mezclados que no podía entender y que podía ignorar con más facilidad. La ayuda de los profesores estaba haciendo un cambio en su mente, un cambio para bien. Tener a sus amigos cerca ayudaba mucho, por cierto.
"No se lo digas, pero le conseguí semillas de flores del imperio. Espero que le gusten".
"A Dedue le encanta la jardinería", Dimitri sonrió por lo bajo antes de mirar a Edelgard. "Lamento cambiar el tema, pero está bien si hablo de algo más personal. Me gustaría contarte algo y luego hacerte una pregunta".
Edelgard se mostró confusa pero asintió luego de dar un sorbo a su té.
"¿Sabes? Cuando era niño conocí a una niña, ella se volvió mi mejor amiga durante el tiempo que estuvo en el castillo, la quise mucho… Me enseñó a bailar, trataba de enseñarme a pintar, le gustaban los gatos…" Dimitri se aclaró la garganta. "Y entonces, un día, su tío le dijo que debían irse. No pude despedirme como me hubiera gustado, así que le regalé una daga a esa niña".
"¿Una daga?" Edelgard sintió una punzada rara en el pecho. "Un regalo muy peculiar para una niña, ¿no lo crees?"
"Es lo que mis amigos dicen", respondió el príncipe, apenado. "Esa daga era especial, mandé a hacerla para ella, es una daga única en el mundo".
La princesa asintió, animándolo a seguir, seguía con esa sensación en el pecho.
"Hablo de esa daga", dijo finalmente el príncipe mientras se levantaba ligeramente para señalar la daga en la cintura de Edelgard. "Esa niña me llamaba Dima, y yo la llamaba El".
La taza cayó de las manos de Edelgard.
CONTINUARÁ…
