Capítulo 5: Tranquilidad.

Cassandra estaba, para hacerla corta, re buena pero re loca. Era el tipo de mina que sería deseada por desconocidos y temida por cercanos. Y siendo sincero, esa mierda funciona demasiado bien conmigo… Ah sí, también estaba el temita con que aparentemente éramos parientes, pero… bueno, detalles. Yo soy del norte, muchachos. Déjenme tranquilo.

Ahora, en medio de la tormenta de preguntas que su asalto acababa de provocar en mi persona, presumí que lo mejor sería intentar comunicarme con ella. Por supuesto, las palabras no suelen salir como uno las piensa cuando estás al borde de un ataque de nervios, por lo que remití a lo básico.

—¿V-Vulture? ¿Có-Cómo?

—Padre nunca te habló de mí. Claro… por supuesto —resopló un tanto decepcionada—. No es ninguna sorpresa en realidad. Si se tomó el trabajo a cambiar mi apellido, ¿por qué se molestaría en siquiera mencionarme? Es lógico.

De manera calmada dio un par de pasos hacia atrás para marcar la distancia entre ambos. En el instante en que sus manos se apartaron de mi cuerpo, salté hacía atrás de manera instintiva, buscando no otra cosa que alejarme de ella. Esto le provocó cierta gracia, mostrando una jocosa sonrisa antes de su rostro regresase a la apatía absoluta.

—Tranquilo, chico de las cartas. No te conviene alejarte demasiado. No queremos que oídos ajenos escuchen nuestra pequeña charla.

Volteé a los alrededores. Me di cuenta entonces que nuestra pequeña escena había captado la atención de un par de transeúntes, mismos que ahora nos observaban con consternación y cierta curiosidad.

—No se preocupen, es solo timidez. No está acostumbrado al contacto femenino —aclaró con burla.

Poco a poco el interés en nuestra presencia empezó a perderse. Disparé una mirada directo a sus ojos, frunciendo el ceño con ofensa por el comentario tan fuera de lugar. Miedo al contacto femenino… ¿puedes creer eso? Y el gesto en su rostro definitivamente no ayudaba. Su boca apanas se torcía un poco hacia arriba, pero la petulancia detrás de este era algo demasiado palpable.

—¿Demasiado pronto?

—A ver… —respiré profundo alcanzo al fin una remota calma—. Voy a jugar tu juego… ¿Se supone que eres mi…?

—Hermana, aunque Padre no diría lo mismo. Nuestra historia es… complicada, sí. Para él soy más una Di'Jager, pero no te confundas; mi sangre es tan pura como la tuya.

—Me supongo entonces que no te mandó con los demás.

—Lo consideró, sí. Pero… creo que se dio cuenta que soy demasiado valiosa para déjame ir. Tristemente no lo suficiente para reconocerme como su hija.

Pude distinguir su melancolía en su voz. El tema no le hacía feliz en lo absoluto, por mucho que intentase esconderlo detrás de su mascara de indiferencia. No sabía expresar mis sentimientos al respecto, pero puedo decirles que sentí al menos un poco de lastima por ella. Podría haber sido más, pero de nuevo… la situación.

—De todas formas, ya habrá tiempo para encargarme de ellos. Por ahora, solo me interesas tú, Filiu querido. Tú y tu… «extraña» forma de ser.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Tu forma de ser. Quiero decir que eres extraño, diferente a nosotros —insistió ahora con seriedad—. De todos nosotros, eres el único que se ha atrevido a oponerse a Padre. Incluso tuviste la astucia suficiente para escaparte de sus garras, cosa que no deja de sorprenderme. ¿Por qué es eso? ¿Qué te hace especial?

—Tal vez el hecho de que en realidad vengo de otro mundo; tengo el cuerpo de un niño de nueve años pero la mente de un muchacho de veinte, y además hay un loquito bastante siniestro que dice ser Dios que se aparece de vez en cuando en mi cabeza y me susurra al oído cosas que pasarán a futuro —expliqué muy por encima.

Por supuesto la respuesta de Cassandra fue la más evidente. Su rostro pareció haberse congelado para no mostrar emoción alguna, aunque no es difícil asumir lo que pasaba por su cabeza. Lo más probable es que estuviese tratando de encontrar el tornillo que tenía flojo, o tal vez el manicomio más apto para internarme. Al final, solo dejó salir un suspiro que reflejaba su enorme de desencanto.

—Sí… a eso mismo me refería. Lo que no entiendo es, ¿por qué?

Me inquieté un poco al ver su figura acercarse una vez más. Su caminar era suave y tranquilo; no reflejaba ningún tipo de hostilidad o peligro, pero su sola presencia bastaba para acelerar los latidos de mi corazón. Nuestros rostros se encontraron, separados por apenas unos centímetros. Su mirada permaneció fija, inerte e inexpresiva a la par que me escudriñaba centímetro a centímetro; analizando, observando mi alma como si tratara de descifrar el complejo rompecabezas que ella misma se había creado.

—¿Por qué? —redundó frustrada—. Cuando te veo… veo a un estúpido sin remedio, alguien que no debería haber pasado ni de las puertas de su propio hogar. Y sin embargo aquí estás, frente a mí, tras tres años perdidos vagando y escondiéndote como una rata… y pensando en apuñalarme.

Se dio cuenta. Tenía una mano sobre el mango de Faca'lis, listo para desenfundarla en cualquier instante. Le vi distraída, tan absorta en su discurso que no le creí capaz de ver prever la puñalada. Estaba dispuesto a hacerlo; un movimiento simple y a correr. Pero… no tuve el valor. No me atreví. Titubeé cuando llegó el momento de la verdad, y la decisión me paralizó.

—Lo siento… —suspiré con derrota.

Esto hizo que la mujer frunciese el ceño.

—¿Por qué te disculpas? No es como si te hubiese dejado… espera…

Entonces, sus ojos se iluminaron. La realización le golpeó, logrando a sacudir su cuerpo con una verdad inesperada. De manera pausada, su cuerpo retrocedió hasta ubicarse en el lugar anterior. Entendí de inmediato qué es lo que le había afectado tanto, pero no comprendí el porqué. ¿Era tan difícil de creer? ¿De verdad esa chica esperaba más de un niño de nueve años? ¿En verdad esperaba que fuese capaz de hacerlo?

—Nunca has matado. No… No, es incluso peor que eso. Nunca has tenido una pelea real con otra persona. ¿Estoy en lo cierto?

—Pues… no —me hundí de hombros—. ¿Por qué me miras así?

Una carcajada de incredulidad escapó de sus labios. La pobre estaba sin palabras, no podía creer lo que acababa de admitir.

—A ver si entiendo, Filiu querido. ¿Quieres decir que nos perseguiste, a mí y a los demás, la gente que quiere asesinarte, solo, prácticamente desarmado, y sin siquiera tener un plan en caso de que descubriéramos que eras tú?

«Ehhh… esto es incómodo.»

—Si, bueno… Algo así, en realidad… Hay más que solo eso, pero… sí, podríamos resumirlo de esa forma.

Y de nuevo, su sonrisa desapareció. El solo reflejo en sus ojos me daba a entender que en su mente existía una única pregunta; «¿Cómo carajo estás vivo?» y se repetía una y otra vez.

—Está bien… —suspiró profundo—. ¿Sabes pelear por lo menos? ¿Te defiendes de alguna manera o esos cuchillos son solo para impresionar?

—Pues, yo no diría que es mi fuerte, pero… sí, me defiendo bastante bien.

—Eso me basta.

Tal vez hubiese podido ser un poco más consciente de mis palabras. Mi arrepentimiento fue inmediato cuando vi a la señorita de traje alzar una pierna y dar un pisotón a tierra. Casi al instante, el suelo se levantó imitando el movimiento de las olas del mar, mismas que ni se esforzaron para lanzarme por los aires. Ojalá el piso hubiese sido tan suave como el agua, pues caí de espalda contra el pavimento. Las personas que se encontraban en las cercanías no dudaron en correr despavoridas al contemplar semejante demostración. Y ahí estaba yo, observando desde mitad de calle mientras la psicópata que se hacía llamar mi hermana se acercaba con su mirada de fusilamiento.

—¡¿Qué mierda, mujer?!

No tardé en darme cuenta de la decisión que había tomado. Sus puños se volvieron blancos debido a la fuerza con la que los apretaba; su mirada se contorsionaba en un semblante decidido, y su pecho se inflaba como el de un gallo listo para atacar. Cassandra ya no estaba jugando… ella estaba dispuesta a romperle la cara.

—Ay…

—Quiero que me muestres de qué estás hecho —advirtió—. Tenemos un par de minutos hasta que la guardia llegue. Si no consigues lastimarme aunque sea un poco para entonces, te delataré, te romperé las piernas y me llevaré tu trasero a rastras.

No sabría decirte qué me horrorizó más; lo que dijo, la frialdad con la que lo dijo, o el hecho de que sus pies resquebrajasen el pavimento con cada paso que daba. Seré claro, esa mujer me puso los huevos de corbata. Lo cual, bajo cualquier otro contexto, me hubiese parecido muy sexy.

Alcancé a desenfundar a Faca'lis. Cassandra ya estaba frente a mí en el momento en que las hojas abandonaron las fundas. Vi sus nudillos volar directo mi rostro, y sentí la dureza de estos mientras pasaban junto a mí. Eran ataques impresionantes, no solo por su fuerza, sino por la velocidad de estos al retraerse y volver. Apenas pude esquivar un par de ellos, y tuve que usar toda mi con contracción a la hora de hacerlo, cosa que a su vez me dejó abierto en la zona inferior. Una única patada al plexo solar bastó para desmontarme entero. De nueva cuenta volé, acabando de espaldas contra el cordón veredal y golpeando mi nuca contra este.

—¡Levántate! —exclamó exigente.

Y a pesar de esto, apenas me dio tiempo para hacerlo. Pero a diferencia de la vez anterior, esta vez fui yo quien inició el choque. Lancé un corté hacia arriba, tratando de predecir su siguiente movimiento; asumí que su puño llegaría buscando mi rostro, mas ella vio mis intenciones muy claras. Una finta bastó para forzarme actuar, y casi al instante el aire fue arrancado de mis pulmones. Un gancho al estómago fungió como contraataque perfecto. Una vez más, bastó con esto para que quedase a merced de la ráfaga entrante.

Cassandra conectó todos y cada uno de sus ataques. Sus golpes no tenían misma fuerza que los de Erron, pero eran duros y bastante más agiles. Para hacerla simple, en los pocos segundos en que estuve de pie, me convirtió en su saco de boxeo. Era un combate completamente disparejo, y lo peor de todo era que ni se estaba esforzando. En comparación, ella era Mike Tyson, y yo un borracho de bar.

Por supuesto, no pasó mucho hasta que me vio desplomarme con el rostro lleno de sangre. Pero supongo que debería estar agradecido de que decidió no seguir mientras estaba tendido en el suelo.

—Dos veces. Fuiste asesinado DOS VECES, Fil. Por si no te diste cuenta, la pelea ya empezó.

—Respiro… un respiro… por favor —esbocé con el poco aire que me quedaba.

—¿Respiro? —se posó en cuclillas frente a mí —. ¿Un respiro es lo que quieres?

Es probable que fuese a causa de la conmoción, pero por un momento de verdad pensé que me estaba dando tregua. Claro, eso fue antes de que su pie arremetiese contra mi cara. Creo que en ese punto ya tenía había captado su mensaje; mismo que habrá sido algo como «Levanta los putos brazos o yo te levanto las ganas de vivir». La idea estaba clara.

Pasé a la ofensiva lanzando un par de tajadas al aire. Los brazos de Cassandra eran más largos, pero el largo de la daga hubiese alcanzado a cortarle, por lo que le forcé a mantener distancia. Extendí los ataques lo más que pude mientras me reincorporaba, gritando y cortando a cada instante. No conseguí hacerle daño, pero tampoco permitía que respondiese. Con cada corte me acercaba un poco más, y a pesar de que ella tenía los reflejos para esquivar, no me detuve hasta obtener resultados. Unos mechones de su cabello cayeron frente a mí, momento en el cual la mujer por fin retrocedió.

Cruzamos miradas. Todo ese esfuerzo realizado para apenas un par de pelos. Me sentí un poco patético, aunque a ella pareció complacerse.

—Eso estuvo un poco mejor. Ahora lo estás intentando.

Suspire.

—No seas tan…

Antes de siquiera poder acabar, un puñetazo me cruzó la cara. Una risita burlona escapó de sus labios mientras retomaba su guardia. Todo esto parecía hacerle gracia; ojalá haber podido decir lo mismo.

Me limpié la sangre del rostro y me lancé hacia adelante. Estaba claro que, si quería tener alguna chance no me podía quedar a la defensiva. Cassandra reaccionó con una patada al pecho, lo cual volvió a empujarme hacia atrás. Sin embargo, esta vez tenía un as bajo la manga; o más bien, un par de ellos. Aprovechando el movimiento de la caída, abaniqué el brazo para mandar a volar las cartas del torneo. El encontrarse con los naipes flotando en su rostro le tomó por sorpresa, mas no tardó en dispersarlos con el reverso de su mano. Mas la verdadera jugada venía detrás, pues aquello era lo que en mi barrio (o bueno, mi campo en todo caso) conocíamos como distracción.

Su impresión fue inmediata. La confusión en su semblante fue reemplazada por el sobresalto cuando el filo de una daga se reflejó en sus ojos. No tenía la velocidad suficiente para alcanzarla por un puñetazo o patada, pero el vuelo de Faca'lis era otra historia. Y aun así, incluso peleando sucio no fui capaz de sobreponerme a las habilidades de la coneja.

El crujir de la roca me agarró desprevenido. Un pilar de piedra, delgado pero firme, emergió del pavimento para interceptar la trayectoria del cuchillo. Me decepcioné al ver al pobre salir disparado hacia los cielos. Creí que había fallado una vez más, todo lo contrario; cumplido con su misión.

Un hilo de sangre rodó por la mejilla de Cassandra. Era una herida superficial, pero bastante amplia. El shock en su rostro era innegable a pesar de que intentó disimularlo al atrapar la daga antes que cayese al suelo. Por mi parte, ahí estaba yo, de espaldas en el suelo una vez más, pero ahora con una gran sonrisa en el rostro y el alivio creciente en mi pecho.

—Heh… que grande la wacha… —agradecí al pedazo de hueso.

—Fallaste a propósito —recriminó ella con descontento—. Ese era un tiro perfecto. Pudiste haber acertado en cualquier otra parte, pero decidiste ir a fallar.

—Dios mío, mujer… dame un respiro. ¿Por qué insistes con que trate de matarte?

Poco a poco, una sonrisa prepotente apareció en su rostro.

—Ah, ¿te crees capaz de conseguirlo? Puedo empezar a usar magia si ese es el caso.

—¡NO! No, gracias… Ya es demasiado con solo usar las manos. Además, el acuerdo era pelear hasta lastimarte, ¿no?

De repente, Cassandra estalló en risas. La poca tranquilidad que había juntado al ver la sangre en su herida se desvaneció por completo en cuestión de segundos. De todas formas, debo decir que lo siguiente no fue del todo una sorpresa, pero me hubiese gustado estar equivocado.

—El trato era que no te rompería las piernas si conseguías lastimarme. Aún tienes que satisfacerme, hermanito… La pelea sigue. LEVANTATE.

¿Cómo resumiría los siguientes diez minutos? A riesgo de sonar como grabadora rota, diría que fue «la paliza más agonizante que he recibido jamás». Fue como volver a las primeras sesiones de entrenamiento con Erron. Literalmente me sentí en el escalón cero de nuevo, un novato siendo apaleado por una profesional. Cassandra intentó mantener su fachada seria, pero no costaba mucho descubrir cuanto estaba disfrutando todo esto. ¿Es posible que solo quisiese una excusa para romperme la cara? Había otras razones, pero lo más seguro es que sí. Maldita loca sádica.

Una vez hubimos finalizado el encuentro, me encontré recostado contra la pared del edificio más cercano. Estaba exhausto, al punto del desmayarme y con la dichosa jovencita sentada junto a mí. Sentí un cosquilleo incomodo mientras su mano yacía posada en mi pecho. Un extraño resplandor verdoso emanaba de ella, cosa a la que ella llamaría «magia de curación». Me sonó a las propagandas de aceites y piedras que pasaban por la tele a las tres de la mañana, pero me sentí un tanto tranquilo al realizar que en verdad funcionaba. Quiero decir, lo hacía, pero muy lento, y todavía estaba que me moría.

—Fue… aceptable, para tu primera vez —musitó risueña—. Pude notar la instrucción de Erron en muchas partes, aunque la adición del estilo personal suma varios puntos. Felicidades: pasaste la prueba, hermanito.

—Qué emoción… Creo que se me reventó un pulmón.

Cerré los ojos para descansar, momento en el cual sentí la suave caricia de unos labios posándose en mi mejilla. Sus dedos acariciando mi pecho con cierta ternura mientras continuaba aplicando su técnica. Tuve demasiados sentimientos encontrados en ese momento, pero dado mi estado actual tampoco me paré a pensar demasiado.

—No seas tan llorón. Todavía no has visto nada —me susurró al oído.

—Cada vez te entiendo menos, mujer.

—Ah, qué bueno. Entonces el sentimiento es mutuo.

La condenada risita de Cassandra me empezó a parecer cada vez menos agradable. Parecía que cada vez que ese sonido llegaba a mis oídos, era porque estaba a punto de dar vuelta mi mundo; de cualquier forma posible. Pero, ¿por lo menos era bonita? Tan bonita como el mimo previo a un puñetazo en la nariz. O bueno, lo mismo podía decirse de la chica en sí.

Escuché entonces el lejano repicar de armas y armaduras, sonido que no hizo sino acercarse a nuestro encuentro. Abrí los ojos para ver los estandartes con símbolo del buitre flameando en su centro. Las miradas de los soldados me apresaron, mismas a las que ni siquiera correspondí. No tenía las fuerzas necesarias ni para mover un dedo. Estaba molido, a merced de cualquier veredicto que el conejo blanco hubiese preparado para mí.

—Señorita Vulture —esbozó su líder—. Vinimos en cuanto recibimos reclamos de una pelea en esta zona. ¿Qué pasó? ¿Quién es él?

Sin embargo, y para mi buena fortuna, ella optó por ser mi cómplice en esa ocasión.

—No hay de qué preocuparse, caballeros. Fueron solo unos vagos creando problemas; posiblemente aventureros. Mi amigo Val y yo nos dimos a la tarea de encárganos de ellos —me señaló con el pulgar—. Está un poco golpeado por la pelea, así que voy a quedarme un rato para arreglarle un poco los huesos.

—Se ve bastante lastimado. ¿No le gustaría que trajésemos a uno de los médicos?

—No será necesario —insistió señalando calle abajo—. Será mejor que vayan por ellos antes de que lastimen a alguien más. Retírense, por favor.

Ellos no hicieron ni el amague de oponerse a su voluntad; ofrecieron una reverencia y partieron en la dirección marcada. Cassandra no era solo un aliado más de Rufford. Ella tenía respeto y renombre, habilidades que para mí eran solo una fantasía, experiencia y entrenamiento inalcanzables para alguien como yo. Era mi enemiga, alguien que bien podría destruirme en segundos, pero no tenía intenciones de ello. ¿Por qué?

—Cumplo mi palabra, como puedes ver —esbozó con elegancia.

De manera lenta y cansada, volteé a verle a los ojos.

—¿Por qué me ayudas? Pensé que querías atraparme.

Tardó unos momentos, pero no dudó en responder. Un suspiro pesado salió de sus labios mientras su mirada se perdía en el horizonte; sus ojos fijos en mí, viendo pero sin observar.

—Voy a hacerte una pregunta, y quiero que seas honesto. ¿Cuál tu motivación, Filiu? ¿Por qué quieres ver muerto a Padre? Está claro que no eres un asesino; un guerrero si acaso, pero no un asesino.

Vaya preguntas hacia esta chica. Y yo sin respuestas para ofrecerle. Una cosa es cierta, no estaba haciendo esto por voluntad propia. Si me dejases volver atrás, y me dieras a elegir entre hacerlo o no, jamás habría puesto un pie en este mundo para empezar. No tenía elección, pero ella jamás aceptaría eso como respuesta. Entonces, y abordando el hecho desde otro lado, si me hubieses preguntado qué es lo que quería en ese mismo instante, mi respuesta hubiese sido…

—Quiero estar tranquilo. No me interesa quitarle la vida a nadie, mucho menos la estúpida herencia familiar. Yo nada más quiero estar tranquilo, sentarme en mi casa y no tener de que preocuparme de una psicópata que dice ser mi hermana venga y me coma la boca mientras me hace puré en el piso.

—Me vas a hacer sonrojar —esbozó irónica.

—Ugh… claro… ¿Y cuál es tú caso? ¿Qué quieres sacar de todo esto?

La pregunta pareció tener el mismo efecto en ella, si no es que uno mucho peor. Su situación, si bien no era tan grave como la mía, seguía teniendo sus buenas dificultades.

—¿No es obvio? Quiero lo que tú tienes y desprecias; que Padre se fije en mí y que me reconozca como lo que soy. Su propia sangre, su hija.

Si bien, sus expresiones aparentaban seguridad, el tono en su voz reveló una evidente duda. Había un conflicto de intereses en su interior; se estaba peleando consigo misma. Al final, creo que solo esquivó la pregunta al responder lo que se supone que debía responder. Y en alas de esto, no pude sino suspirar extenuado.

—Mujer…

—Es nuestro Padre —gruñó interrumpiéndome—. No lo entenderías. Sí, puede que sea un monstruo para ti, pero eso es a causa de tu forma de pensar. Si vieras las cosas como son, te darías cuenta que él solo quiere lo mejor para nuestra familia. Eres tú quien no lo entiende.

No pude evitar pensar que esas palabras no iban precisamente dirigidas a mí. No iba a echárselo en cara, pero sentí que tampoco podía quedarme callado ante semejante declaración.

—Hay un detalle en el que te equivocas. Él no es mi padre; no lo acepto, y nunca lo aceptaré como tal. Y esa «familia» de la que hablas, no existe en realidad. Porque nadie bajo ese techo es familia de nadie.

No debí decir eso. Sentí el toque curativo de su magia desvanecerse de manera paulatina. Con lentitud, su mano abandonó mi pecho y su figura se apartó unos centímetros de mí. Pude verlo en su rostro; estaba enojada, mucho más de lo que intentaba mostrar.

—Como dije… no lo entiendes —musitó con saña—. Es por eso que tu escapas y yo… yo debo casarte. Solo así me aceptará como lo que soy… Pero supongo que así es para mejor, después de todo tú eres quien nos rechaza.

Preferí no continuar esta charla. Estaba claro que no íbamos a llegar a nada. Y a causa de esto, un silencio largo e incómodo se asentó entre nosotros. Ninguno sabía cómo proseguir, a pesar de que la forma fuese clara y sencilla. La oportunidad estaba frente a ella; me tenía donde en la palma de su mano, pero algo le abstenía de tomarme.

—Entonces, ¿lo harás o…?

Tras una pausa, Cassandra volteó a verme.

—Aún no lo decido. Pero tengo tiempo de sobra para hacerlo.

Su figura se levantó, poderosa e imponente frente al manojo saco de papas que era yo en comparación. Vi fuego en esos ojos, vi la determinación para actuar, el temple para ser la persona que se suponía debía ser. Pero a su lado estaba la duda, aferrándose a ella como una cadena que le atosigaba.

—Como dije, partiré hacia el reino de Runoa —continuó—. Iré a perfeccionar mis habilidades mágicas, y… buscaré a nuestros hermanos. No tengo pensado molestarte en el tiempo que pase allí, así que puedes estar tranquilo. Sin embargo, una vez cumplida mi estancia… una vez haya tomado mi decisión… te buscaré. Y no habrá sitio sobre la tierra en el que puedas esconderte de mí, Filiu Vulture.

Ese era su cometido; el punto medio entre ambos mundos. Patear la pelota, como solíamos decir. Hasta cierto punto, me sentí relajado… y decepcionado, a su vez. No ofrecí respuesta más allá de un gesto con la cabeza. Compartimos una última mirada, antes que la muchacha diese media vuelta y bajase por la calle. Una vez más, estaba solo, y con mucho que pensar.

Preferí pasar un rato más allí. Me toqué los labios, rememorando el momento cuando tomó aquel beso de mí; aquella decisión inusual y desmedida. Comencé a unir las piezas a razonas sus palabras y los hechos. ¿Fue si acaso una demostración de afecto? ¿Un desacato fruto de su retorcida mente? ¿Me había marcado de muerte como hizo Michael Corleone con su hermano? ¿O había algo más que desconocía? No tenía las respuestas, pero podía estar seguro de algo. Aquello fue un compromiso; la promesa de que, cuando este viaje acabe, seríamos solo nosotros dos, uno frente al otro. Pero, el contexto… se encontraba muy lejos todavía.

«Otro problema más a la lista…» reflexioné en silencio.

Estaba feliz de que decidiese perdonarme la vida, pero no por eso tranquilo. Había demasiado en mi cabeza, tanto que ni siquiera me gasté en buscar una mejor taberna que la ya visitada. Me ofrecieron una habitación con dos camas y tan solo la acepté. Estoy seguro de que me metieron la mano al bolsillo, pero poco me importó. Yo solo quería tranquilizarme… estar tranquilo.

Me senté a las afueras del recinto y esperé al regreso de mi compañero. Ahora, imagina mi cara cuando le vi llegar en un estado incluso peor que el mío. El tipo parecía venido de la propia guerra; su ropa tenía agujeros por todas partes, estaba lleno de polvo y hasta vi alguna que otra gota de sangre manchando su disfraz de aventurero. Es un hecho, fue un día de mierda para ambos.

Llegó la hora de rendir cuentas. Por supuesto, lo primero que le conté fueron las buenas nuevas, y la noticia de que ahora teníamos dinero le gustó bastante. Después todo lo otro, y la felicidad se desapareció casi por completo. Traté de pilotear lo mejor posible la historia, tratando de obviar mis verdaderos motivos para seguir a Cassandra, pero sin el contexto del Hombre-Dios hablándome en sueños, pues… mis decisiones parecían las de un estúpido. Debo estar agradecido con Erron por mantener su calma inamovible, pero sé muy bien que se estaba aguantándose las ganas de darme un puñetazo.

—¿No le dije que intentase no llamar la atención? —me reprendió.

—Hey, lo siento, la situación se me salió de las manos. ¿Qué probabilidades había de cruzarme justamente con mi hermana no reconocida? Hasta parece sacado de una novela.

—Stop… —resopló en búsqueda del sosiego—. ¿Hace falta que señale lo irresponsable de su accionar? ¿Necesita que mencione las razones?

—No… —bajé la cabeza—. No pienso justificarme, sé que lo que hice estuvo mal. Aceptaré cual sea el castigo que quiera darme.

Hice ojitos de perro y cité sus propias palabras tratando de apelar a su lastima. Si hay algo que me enseñó la vida es a saber admitir cuando la cagaste, o por lo menos a hacer como si así fuese. Lo necesario en ese momento era tratar de ventilar la ira del mayordomo cuando antes fuese posible, solo así podríamos pasar a lo importante. Y si eso implicaba más sesiones de entrenamiento hiperviolento, pues… ya me estaba acostumbrando de cualquier forma.

—Se levantará una hora antes todos los días durante tres semanas —esbozó con rectitud—. Quiero repeticiones de sentadillas, flexiones y abdominales de veinte minutos casa una. Antes del desayuno.

«Mis horas de sueño no, loco…»

—Está bien…

—Y luego quiero que practique lanzamientos de daga por veinte minutos.

—¿Qué? Pero si…

Antes de poder concluir la oración, recibí una mirada que solo podría catalogarse como "te quejas y te mueres". Como dije, lo mejor en estas situaciones es bajar la cabeza y decir que sí a todo. No quieres hacer enojar al grandote.

—Sí, tío Erron…

—Bien. Ahora… —tosió para limpiar su garganta—. Le contaré sobre la información que conseguí.

Asentí con la cabeza, preparándome para lo que estaba a punto de escuchar. Ya me olía las malas noticias, pero no quería pensar en ello.

—Por un lado, los vigilantes de la familia Vulture lograron divisar a la princesa Ariel tratando de cruzar hacia el norte del continente. Les siguieron el rastro por un par de kilómetros hasta que tuvieron que darse la vuelta.

Arqueé una ceja.

—¿O sea que se defendió?

—No exactamente… —resopló con desgano—. El pasaje por el cual perdieron a la princesa y a los suyos es uno extremadamente peligroso. Nadie en su sano juicio se atrevería a ir por ahí a no ser que fuese a causa de una decisión desesperada. Eso los llevó a pensar que, en el peor de los casos ella podría estar… bueno. Ya se imagina.

Desalentador, cuanto menos. La palabra derrota estaba escrita por todo su rostro mientras el mayordomo explicaba. No había duda, esto fue una caída importante para él. Sin embargo, yo no fui golpeado de la misma manera; sí, eran rumores terribles, pero tenía razones para no desmoronarme como él.

—¿No va a decir nada?

—No creo que Ariel esté muerta. Y no solo eso, creo que sé perfectamente el lugar en donde se encuentra ahora. Es solo una teoría, pero…

—¿Qué le dijo Cassandra? —inquirió un tanto impaciente.

—Ella me reveló que se encuentra camino a «la academia mágica de Runoa», sitio convenientemente ubicado en el norte. Según sus propias palabras, está yendo ahí con el objetivo de «estudiar magia», aunque me parece mucha casualidad que esta decisión fuese tomada a apenas unos meses del últimos avistamiento de la princesa.

«Viveza Argentina a su máxima capacidad, ¡vamos!»

—Piénsalo de esta manera. Ella busca el reconocimiento de Rufford, ¿verdad? Yo creo que él estaría muy agradecido con ella si la ve regresar con información del paradero de la desaparecida Ariel; o mejor aún… con ella entre manos. Ahí tenemos una base.

Erron arrugó el semblante mientras mantenía su mirada fija sobre mí. Por supuesto, esto no bastaba para convencerle del todo, pero sí fue suficiente para atrapar su atención.

—No me parece una base muy sólida, si me permite decirlo. Aunque… sí existen motivos por los cuales la señorita Ariel hubiese querido resguardarse por allá. Se sabe que la academia es un sitio muy importante y muy bien resguardado. Sería muy insensato el enviar sicarios en su búsqueda sin estar seguro de su paradero.

—Además, si es verdad que ella está yendo solo a estudiar, ¿por qué llevarse consigo a los soldados de Rufford? Quiero decir, no es que necesite protección, ni mucho menos.

—Es un viaje peligroso, incluso tomando la ruta tranquila… —advirtió—. Pero… no lo sé, a decir verdad. Antes de tomar una decisión apresurada, abordemos el escenario contrario. Supongamos que Ariel no está en la academia. ¿Qué sacaríamos nosotros de viajar hasta allá?

Esa fue una muy buena pregunta, para la cual yo ya tenía preparada una respuesta. Como diría mi vieja, «tenía estudiada la ley y la trampa».

—Supongamos que ella solo quiere tragar libros. Tal vez sería conveniente el aprender un poco sobre cómo funciona la magia. Quiero decir, incluso si no fuese capaz de ejercerla, el entender su funcionamiento podría ser de gran ayuda. Y después de todo, ¿no es eso lo que me enseñaste?

—Yo no le enseñé a ser un suicida.

—Pero sí a pensar como uno lo haría —sonreí con picardía—. ¿Recuerdas? Observa, planea, y ejecuta.

—Sabe, torcer mis propias palabras en mi contra era algo que su padre hacía mucho…

«Eww…»

—Sin embargo —continuó alzando el semblante—, hay algo de cierto en esa afirmación. Yo apenas entiendo cómo funciona la magia; no he luchado contra muchos magos en mi vida, por lo que no puedo instruirle sobre eso.

—Y además, algo que no hemos considerado. ¿Qué tal si hay otras razones por las que Cassandra decidió viajar a Runoa? Podría ir buscando cobre y encontrar oro —le guiñe un ojo.

—Eres un Vulture de sangre, no cabe duda —replicó esbozando una pequeña sonrisa—. Aunque es verdad que… siento que solo está buscando excusas para volver a ver a la señorita.

—Ah, claro… Estoy ansioso porque me vuelve a romper los huesos. No tienes idea como me gusta eso —concluí con ironía.

—Sus palabras dicen algo pero sus intenciones otra cosa… Pero está bien. Supongo que podemos hacer el intento.

—Pero del dicho al hecho hay un buen trecho. Lo importante ahora es, ¿cómo llegamos? Porque dudo que esta vez sea tan sencillo como ir caminando.

—Sí, el hecho es que no lo es. El reino de Runoa es, por así decirlo, otro mundo. Es un clima frio e inmisericorde, y las criaturas de por allá no son nada parecidas a lo que se ha enfrentado hasta ahora. Si queremos tener una mínima posibilidad de sobrevivir al viaje necesitaremos ropa nueva, comida, equipo, y…

—¿Alguien que nos lleve?

—Sí… eso sería adecuado, en realidad. Nos serviría mucho para ahorrar fuerzas. Pero eso que usted dijo, «del dicho al trecho» o algo así.

No pude evitar reír por el intento de Erron por recitar el dicho. En ese instante, un bostezo largo y pesado alcanzó a escaparse de mí. Tras encontrar la tranquilidad, la sensación de cansancio que azotaba mi cuerpo se hizo demasiado evidente. No hizo falta decir nada para que el mayordomo entendiese mi estado actual, y me atrevo a decir que él se encontraba en las mismas. Y sin decir una palabra, acordamos dar por finalizado el día.

Me dejé caer sobre las limpias y humildes sábanas. Se sentí bien volver a estar en una cama; era como recostarse sobre nubes tras tanto tiempo durmiendo en el suelo. Suspiré, sonido que fue imitado al unisón por mi compañero ahí presente. Qué bella es la tranquilidad…

Estaba a punto de dejarme arrastrar por las garras de Morfeo. Mi mente ya oscilaba entre la realidad y el mundo de los sueños, cuando una realización alcanzó a arrancarme de su abrazo. Abrí los ojos, mirando el techo mientras contemplaba aquello por unos instantes.

—Hey, Er…

—¿Hmmm? —masculló somnoliento.

—Me gustaría preguntarte alto, si no es mucho molestia.

Molestia sí era, pero la amabilidad del mayordomo era demasiada para negarse a la petición de su pequeño amo. Y es que, cuando la escuché decir aquello, no lo pensé demasiado. Es posible que me hubiese acostumbrado tanto a la idea que no captase las implicaciones cuando lo mencionó.

—¿Qué ocurre? —gruñó el grandote.

—Cassandra… dijo que yo quiero matar a Rufford. Si el plan solo lo conocemos nosotros dos… ¿cómo llegó a esa conclusión? No es que sea algo evidente ni mucho menos.

Un momento de silencio precedió al retorno de su atisbo. Por un buen rato, Erron no esbozó palabra alguna; se quedó ahí, mirándome sin ofrecer nada que pudiese considerarse una respuesta. Hasta que…

—Ese mal nacido… —renegó frustrado—. Después de tantos años aún lo recuerda. Pensé que por fin se habría olvidado de ello, pero no se le escapa una.

—¿Qué?

Supe que la cosa era seria en el momento en que giró sobre la cama para verme.

—Hace muchos años, tras el nacimiento de su primer hijo, Rufford tuvo un supuesto «sueño profético» —volteó sobre su cama parara mirarme—. En esa época yo apenas estaba empezando a trabajar como su mayordomo. Recuerdo encontrarlo saliendo del baño, pálido como copo de nieve y balbuceando algo sobre un supuesto «dios».

Un escalofrío recorrió mi espalda. Bastaron solo esas palabras para arrancar todo cansancio y sueño que hubiese tenido. Traté de ocultarlo, pero estoy seguro de que Erron se dio cuenta.

—¿Un dios? O sea… ¿él le habló o…?

—Algo así —arrugó el entrecejo mientras pensaba—. Dijo algo como: «En el futuro, tu ansia de poseer al heredero perfecto hará que tu esposa dé a luz a un niño diferente. Él será todo lo que siempre quisiste, pero… se opondrá a ti. Ten mucho cuidado, pues cuando crezca él será el portador de tu perdición. El número siete, NO es tu número de la suerte».

Me quedé paralizado. La visión se me nubló por unos instantes, y el eco de mi corazón repicó en mi oído. Comencé a respirar lento. Traté de calmarme a la par que disimulaba lo que acababa de oír. El pánico se posó sobre mí como una tormenta; verdades a medias, arrepentimiento, inseguridades y desconfianza, todo junto.

—Le seré sincero, al principio ni siquiera lo creí —continuó narrando—. Yo… pensé que eran solo los delirios de ese demente. Pero luego… cuando usted llegó, cuando se opuso a él, cuando realicé que usted era el séptimo… Supongo que acabé creyendo en eso.

—No mencionó el nombre del dios que le habló, ¿verdad? ¿Algún apodo tal vez?

—Pasó hace mucho, no recuerdo bien los detalles. Creo que dijo algo sobre un supuesto «Hombre-Dios» o algo así —dejó salir una pequeña risa—. Vaya… debes creer que estoy loco por considerar algo así.

No me reí; ni siquiera un poco. Aparté la mirada y dejé que mi cuerpo se relajase poco a poco sobre el colchón. No lo hizo.

—¿Se encuentra bien?

Escuché la voz de Cassandra, una y otra vez repitiendo esa misma frase; «¿Por qué quieres ver muerto a Padre? No eres un asesino».

—Sí…

«No eres un asesino.»

—Era solo…

«No eres un asesino.»

—…curiosidad.