CAPÍTULO 38:
EL PESO DEL DEBER
Neathia, Miriel
Castillo Real
–Princesa Fabia, ¿qué puede decirnos del terremoto de anoche?
–¿Considera que Ingram Ventus es un peligro para nuestro mundo?
–¿Qué piensa la reina de esta situación?
–¿Afectará esto nuestra relación con los Peleadores Bakugan?
Preguntas iban y venían, cubriendo con su sonido y el aliento que las acompañaba la totalidad de la sala del trono, donde Fabia se había visto en la necesidad de sentarse para manejar esta situación.
Numerosos reporteros, armados con micrófonos, cámaras y grabadoras de alta tecnología, se ubicaban delante de ella mientras esperaban una respuesta a sus múltiples preguntas.
Hacía unos años, se habría notado inquieta ante esta situación, abrumada y ampliamente superada por la magnitud de este predicamento, donde se encontraba frente a un grupo de personas amplio y con el cual tendría que cuidar sus palabras. Sin embargo, Serena y Loren la habían ayudado a prepararse para este tipo de situaciones y, si bien no disfrutaba especialmente el cumplimiento de esta labor, no dudaría en ayudar a su hermana en todo lo que ésta pidiera.
Mientras Fabia se sentaba en el trono, la reina y su protector estaban en reunión con la Dama del Sur, por lo que había recaído en sus hombros la tarea de tranquilizar a su pueblo tras lo ocurrido con el entrenamiento de Ingram en los bosques a las afueras.
Su único consuelo en estos momentos, era tener a Hawktor y Aranaut a sus lados, listos para respaldarla en caso de cualquier cosa.
–Princesa, ¿esto significa que los Peleadores Bakugan pueden ser considerados un peligro?
Sus preguntas se volvían cada vez más directas, motivadas por el temor a lo que habían experimentado y el desconocimiento a la naturaleza de sus nuevos amigos.
Sentada en el trono de su hermana, Fabia luchaba con el impulso de ajustarse el cuello de su vestido de sedas y satén. A pesar de ser materiales ligeros y que le daban una imagen casi tan grácil como la de su hermana, Fabia se sentía incómoda. Honestamente, ella prefería usar una armadura de combate a un vestido.
De hecho, tenía la firme creencia de que mujeres como Serena nacían especialmente para portar este tipo de vestuarios en este tipo de entornos. Por fortuna o desgracia, ella no era de ese tipo.
–Princesa, por favor, ¿debemos preocuparnos por los terrícolas?
La intensidad del sonido fue in crescendo tras la última pregunta, con todos los presentes hablando al mismo tiempo, en un rango de voz más alto y ruidoso, capaz de perturbar hasta al caballero más paciente en la sala.
Quedaba claro que no se iban a calmar, no como Fabia había esperado en un inicio. Ya había visto esto antes y Serena siempre lo arreglaba de un modo elegante, sofisticado para alguien en su posición.
Para su hermana, alzar la mano suavemente era todo lo que necesitaba para silenciar a los invitados y tomar la palabra sin mucho esfuerzo.
Por desgracia, Fabia no era como su hermana y no tenía la misma facilidad para manejar este tipo de situaciones.
Así que, en lugar de realizar un gesto tan sencillo, la princesa solo optó por levantarse del trono, imponiéndose frente a todos los reporteros que se encontraban en el nivel más bajo de la sala.
"Qué sepan que estás por encima de todos ellos, no los dejes pensar que tienen el control", era el consejo que Ser Loren le había dado una vez durante sus lecciones y podía ver por qué lo decía. No todos podían calmar las situaciones con la misma habilidad que Serena, pero nadie se atrevería a desafiar a un guerrero y un miembro de la realeza, especialmente si ambos eran la misma persona.
–Mi gente, por favor, les suplico que atiendan a la calma.
–Perdónenos, princesa, pero es injusto pedirnos eso después de lo que pasó anoche –. Dijo uno de los reporteros.
–Testigos afirman que Ingram Ventus, miembro de los Peleadores Bakugan, fue quien causó el terremoto en primer lugar.
–¿Cómo sabemos que estamos a salvo con los terrícolas presentes, Alteza?
–Fueron esos terrícolas quienes nos ayudaron a repeler una invasión gundaliana, no una, sino dos veces. Han arriesgado sus vidas por las nuestras –. Defendió Aranaut con firmeza.
–Nadie duda de sus acciones, pero está claro que no se encuentran bien.
–Díganos, por favor, princesa, ¿corremos peligro con los humanos presentes?
Sus preguntas se estaban volviendo cada vez más personales, alimentadas por el temor. No podía culparlos, después de todo, habían pasado suficientes horrores por culpa de los gundalianos y lo que menos necesitaban era que un aliado se tornara un peligro para ellos.
Consciente de esto, Fabia dio un paso al frente, con las manos entrelazadas delante de su vientre, tratando de emular una de las posiciones características de su hermana.
–Mi gente, ni Ingram Ventus ni ninguno de los terrestres es un peligro para nosotros. Vinieron a ayudar y es todo lo que han hecho desde entonces.
–Alteza, lo que pasó anoche…
–Lo que pasó anoche fue un incidente desafortunado –. Interrumpió Hawktor con tono calmo –. Es cierto, Ingram no se encuentra en su mejor estado, los gundalianos le han hecho mucho daño, como al resto de nosotros.
Apelando a su dolor compartido, los reporteros se miraron brevemente con un destello de pena en sus ojos. Estaba claro que ninguno de ellos quería pensar demasiado en todo el daño que sus invasores les habían provocado. Imágenes de campos en llamas, familias esclavizadas y soldados muertos debían estar pasando por sus mentes.
Bajo el abrigo de un cómodo silencio, Fabia se permitió continuar.
–Les pediré que, por favor, no juzguen a una buena persona por ser víctima de las acciones de nuestros enemigos. Todos hemos sufrido en esta guerra y lo peor que podemos hacer en estos instantes es rechazar a aquellos que nos están ayudando a detenerla.
–Princesa, en estos momentos, numerosos grupos de ciudadanos se encuentran debatiendo si la presencia de los Peleadores Bakugan en Miriel es favorable o no. ¿Tiene algo que decir a sus detractores?
–Sí, lo tengo. Entiendo que estén asustados, es normal en estas circunstancias. No obstante, les pido que no dejemos vencer al miedo, eso es justo lo que quieren nuestros verdaderos enemigos.
–Princesa, no es secreto que, así como Ingram Ventus ha sido víctima de los gundalianos, el Dragonoid Pyrus también ha experimentado cambios desde que fue elegido para heredar el Elemento, ¿es correcta esa información?
–Así es, sí.
–¿Cómo podemos garantizar que el poder más grande de Miriel será usado de forma adecuada por los terrícolas?
–¿Qué quiere decir? –. Cuestionó Aranaut.
–Sabemos gracias a los guardias que, durante la batalla por el segundo escudo, el Dragonoid usó parte del poder del Elemento para combatir a los gundalianos y terminó por quemar gran parte del bosque –. Respondió uno de los entrevistadores –. Eso quiere decir que no solo poseen el poder más grande de nuestra nación, sino que tampoco saben cómo usarlo adecuadamente.
–¿Tienen miedo de que el poder de Elemento sea incontrolable para los humanos? –. Cuestionó Hawktor a los reporteros.
–Ser Hawktor, según sus propios camaradas, usted era el elegido original para heredar ese poder, ¿es cierto?
En silencio, Fabia se permitió maldecir. Tenía claro que no a todos sus compatriotas les iba a gustar
–Esa es información confidencial –. Dijo Aranaut.
–Los soldados han ofrecido su opinión sobre el tema. Ser Hawktor, por favor, responda la pregunta.
En silencio, Fabia se permitió maldecir. Tenía claro que no a todos sus compatriotas les iba a gustar la idea de tener extranjeros presentes en su hogar, pero nunca había imaginado que llegarían hasta el punto de espiar y revelar información delicada, información que ni siquiera ella tenía presente hasta hacía ya unos pocos días.
–Así es –. Reconoció Hawktor, ocultando un suspiro lleno exasperación.
–¿Y no cree que el Elemento ha caído en manos inadecuadas? ¿Por qué elegir a unos desconocidos, en lugar del más fuerte de nuestro mundo?
–Las circunstancias obligaron al último portador a elegir a un sucesor adecuado al último momento.
–¿Y no siente esto como un insulto? ¿Ver a unos desconocidos con un poder que iba a ser suyo, para defender nuestro hogar?
Esto era demasiado, se estaban sobrepasando con sus preguntas y no podía permitir algo así. Serena le había pedido que manejara este problema y no iba a permitir que le pasaran por encima.
–Les permitimos venir aquí para hablar acerca del terremoto de anoche, no para cuestionar las decisiones de nuestros camaradas caídos.
–Perdónenos, princesa, pero los últimos acontecimientos nos demuestran que los humanos no están listos para manejar el gran poder que ahora recae en sus hombros. Quizá la mitad del grupo no sea peligroso, pero la otra mitad posee capacidades destructivas mayores, que ponen en riesgo la vida y la integridad de los ciudadanos de Miriel.
Encendida la chispa de la duda y el miedo, nada pudo parar la llama del miedo que invadió la sala del trono.
–Es cierto. Son un peligro tanto para nosotros, como para los gundalianos.
–No estamos a salvo con ellos.
–Son peligrosos.
No hubo forma de calmar a la multitud después de eso. Y resignada, Fabia se vio obligada a ordenar el retiro de todos los presentes.
El pueblo tenía miedo, tanto de sus enemigos como de sus nuevos aliados, y sería muy difícil cambiar la imagen rota que ahora estaban obteniendo los Peleadores Bakugan.
Castillo Real, Ala Médica
10 minutos después
–No se preocupe, princesa. No fue su culpa.
–Es cierto, ellos se excedieron con sus preguntas. No tuvieron respeto.
Aranaut y Hawktor eran considerados unos verdaderos caballeros dignos de sus títulos, que habían asumido la tarea de reconfortarla mientras caminaba por los pasillos exteriores del ala médica.
Después de su fracaso en sus intentos de calmar a su pueblo, Fabia se había sentido incapaz de encarar a Serena y decirle la verdad sobre su resultado en la tarea que se le había sido asignada, razón por la que había decidido esperar a que su hermana tuviera un momento de calma tras su reunión con Lady Eltarn, mientras ella emprendía la caminata hasta las enfermerías para visitar a Shun.
Honestamente, se sentía profundamente avergonzada. Desde pequeña, Fabia había recibido instrucción por parte de Serena y Loren para desempeñar las funciones que se requerirían de ella como sirviente de la reina. Se había sentido confiada en su momento, capaz de realizar cualquier tarea que se le diera gracias a todo lo aprendido con su hermana y su antiguo protector.
Por desgracia, lo ocurrido en la sala del trono le había hecho recordar por qué no disfrutaba especialmente los deberes de su posición y el porqué su padre nunca había tenido grandes expectativas de ella cuando era niña.
En su momento, había sentido que eran exageraciones del anciano, qué no la entendía. Ahora, temía estar dándole la razón con su incapacidad para ser más como su hermana. Se había formado bajo la guía de la mejor reina que Neathia podía pedir y su más grande campeón en siglos, pero parecía que eso no era suficiente.
–Serena y Ser Loren me asignaron esta tarea, creyeron en mí. Y miren como correspondo su fe –. Se lamentó Fabia sosteniendo el puente de su nariz.
–No es su culpa, princesa. Esos reporteros desconocen su lugar, irrespetaron su labor y a nuestros aliados con sus preguntas y su forma de expresarse.
–No lo entiendes, Aranaut. Era mi deber calmarlos, dejar en claro que no había nada que temer y ahora están más asustados que nunca.
–Pero no por usted, Alteza. Ellos mismos se formaron esos temores, usted no tuvo nada que ver.
–Da igual, Hawktor. No cambia lo que pasó.
–No sea tan dura consigo misma, princesa. Estoy seguro de que la reina y Ser Loren no la culpan por esto.
La verdad era que no quería pensar mucho en su hermana y su ídolo en estos momentos. Sabía que los Bakugan tenían razón, ni Serena ni Loren la culparían por nada, pues ambos eran demasiado buenos para eso, pero tampoco quería pensar en los gestos que pondrían en su afán de consolarla.
Fabia no había conocido a su madre y nunca había tenido una buena relación con su padre, ni siquiera en su lecho de muerte cuando era niña. En cierto modo, Serena y Loren eran lo más cercano que había tenido a unos padres, y ambos eran del tipo que jamás podrían estar decepcionados de su retoño. Sin siquiera tenerlos al frente, ya podía imaginar la pequeña sonrisa que le ofrecería Loren, consolándola sin necesidad de palabras y todo mientras Serena la envolvía en sus brazos con afecto, antes de repartir besos por su caballera azulada.
Ese conocimiento la hizo suspirar con decepción. A veces, no se sentía digna de todo lo que Loren y Serena le daban, no había llenado las expectativas de su padre cuando era pequeña y temía que, un día; Loren y Serena decidieran lo mismo. Era una preocupación infundada, pero que nacía de su facilidad para decepcionar a la gente.
Primero su padre, luego sus maestros, entonces Jin y ahora su propio pueblo. Quizás por eso se había sentido tan orgullosa y llena de vida cuando logró reclutar a los Peleadores Bakugan a su causa, era la primera vez que podía corresponder la confianza de su hermana con resultados tangibles.
Antes de que malas ideas comenzaran a formarse en su mente, Fabia negó con la cabeza mientras recuperaba su postura perfecta. Este no era momento para dudas.
–Creo que prefiero no hablar de eso.
–Princesa…
–Estoy bien, chicos. Lo prometo.
Ya habría tiempo para hablar de todo esto, pero ahora mismo se encontraba en esta área del castillo por algo más.
Ya era el mediodía y en sus manos reposaba una bandeja de almuerzo con distintos tipos de platillos neathianos ligeros, seguros para ingerir sin importar la hora o la condición. Honestamente, no disfrutaba de este tipo de comida, pero era lo único que Shun podía consumir después del accidente como medida de seguridad.
Para ser sincera, se sentía un poco apenada por ofrecerle esto a su amigo terrícola. Durante su tiempo en la Tierra, Shun la había deleitado con platillos terrestres de todo tipo y creía sinceramente que la cultura gastronómica de la Tierra no tenía comparación.
Infortunadamente, esto era lo único que los doctores habían autorizado por los siguientes días, en aras de cuidar la salud del Peleador Ventus.
Después de un momento de caminata y reflexiones, Fabia finalmente se encontró a un par de pasos de la puerta de la enfermería asignada para Shun.
–Iré a buscar a Loren entonces, quiero asegurarme de que todo salió bien en la reunión con Lady Bryann –. Avisó Hawktor a la princesa.
–De acuerdo.
–Avísanos de cualquier cosa.
–Por supuesto, Alteza.
Hawktor se retiró inmediatamente, perdiéndose entre los pasillos para buscar a su compañero y a su reina.
Estando sola con Aranaut, que se encontraba sentado firmemente en su hombro, Fabia se permitió dar el último paso que necesitaba la puerta para abrirse, dándole una vista completa de la habitación y su residente temporal.
Shun se encontraba en el centro, sentado en la camilla del lado opuesto del cuarto, recostado sobre sus almohadas mientras miraba la televisión en compañía de sus Bakugan.
No era un cuarto muy grande, pero contaba con todas las comodidades que un paciente podría necesitar y fácil acceso para el personal médico.
Al verla entrar con la bandeja, Shun dejó de lado el control, poco después de bajar el volumen, para recibir cuidadosamente el objeto con todo lo que llevaba.
–¿Qué es todo esto? –. Preguntó recibiendo la bandeja.
–Te trajimos tu almuerzo, los doctores dicen que debes comer para recuperar fuerza.
–Gracias, chicos.
–No agradezcas tan pronto, esta comida no destaca precisamente por ser deliciosa –. Bromeó Fabia con ánimo.
–No puede ser tan malo –. Comentó Ingram saltando a la bandeja.
Con cuidado, Shun retiró la tapa que se encontraba sobre los platillos, revelando dos platos compuestos completamente por un conjunto de vegetales y plantas exóticos para él, de todo tipo de colores y formas junto a un tenedor y un vaso de agua.
Aunque lo disimuló bien, Fabia pudo percibir como una fugaz mirada de decepción atravesaba los ojos de su amigo terrícola, antes de sonreír nuevamente con gratitud.
–Se ve delicioso.
–No tienes que mentir, Shun. Cuando era niña, solía decir que esta comida era más para alimentar a una vaca que a una persona. Y, honestamente, no he cambiado de opinión.
–¿Hay vacas en este planeta? –. Preguntó Ingram.
–No como las de su mundo, pero sí.
Cuando Shun comenzó a comer sin expresar queja alguna, Fabia se permitió acercar una silla a la cama de su amigo, sentándose con cuidado de no arrugar demasiado su vestido. Normalmente, no era tan considerada con este tipo de prendas, pero el vestido que usaba había sido un regalo de Serena para eventos importantes y no quería arruinarlo.
–¿Cómo están? Fue una noche intensa.
–Estamos mejor. El ardor ya pasó e Ingram está más tranquilo. ¿Cierto, compañero?
–Lo estoy, debo disculparme con ustedes por lo que pasó –. Dijo el vestroiano.
–No hay nada que perdonar. Yo propuse el entrenamiento y, a pesar de lo sucedido, creo que se logró un avance –. Confortó Aranaut.
–Aun así, debo ofrecer mis disculpas. Temo que mi condición ha dificultado las relaciones con su pueblo.
–¿Qué quieres decir, Ingram?
Ambos Peleadores compartieron una mirada antes de que Shun tomara nuevamente el control de la tele y comenzara a subir el volumen.
–En otras noticias, el miembro de los Peleadores Bakugan, identificado como "Ingram Ventus", realizó una demostración de su gran poder a las 12:25 de la noche. Los testigos aseguran que tal espectáculo se manifestó en la forma de un terremoto que sacudió los bosques al oeste de la capital.
Un neathiano mayor, de piel clara y cabello tan canoso como su barba se encontraba en el centro de la pantalla, exhibiendo imágenes de Ingram en el cielo nocturno de Neathia, cubriendo las estrellas con la energía oscura con la que lo habían maldecido.
–Según informes, estructuras cercanas al lugar de los hechos sufrieron graves daños debido a la intensidad de los agites. Hasta el momento no se han registrado muertos, pero se tiene constancia de al menos 69 heridos por el incidente. La naturaleza de los hechos ha llevado al cuestionamiento de la presencia de los Peleadores Bakugan en Miriel, generando debate entre las entidades promotoras de salud y los organismos de seguridad.
De pronto, una nueva imagen apareció en pantalla, la de una mujer de piel verde pálida, vestida con un conjunto formal y en medio de lo que parecía ser una sala de debate. Dos mesas largas se encontraban a cada lado del espacio, cada una albergando a tres personas, enfrascadas en lo que debía ser un intenso debate en televisión pública.
–Lilian, vamos contigo.
–Gracias, Dariel. Nos encontramos ahora mismo en la sala del Palacio del Concejo, donde promotores del SSP se reunieron con representantes del ejército para discutir la presencia de los Peleadores Bakugan.
La mujer siguió hablando, al igual que los hombres detrás de ella, perdidos en su propia discusión. Sin embargo, Fabia ya no pudo oírlos, no quería hacerlo, pero había algo que tenía que averiguar.
Acercándose a la televisión, Fabia usó las yemas de sus dedos para retirar el contenido de la pantalla y reemplazarlo con las grabaciones de otros canales, sintonizando la multitud que se encontraba afuera de las puertas del Palacio de Concejo.
Entre ese océano de personas, se encontraban numerosos carteles holográficos en lo alto, algunos de defensa, otros de ataque hacia los terrestres.
EXPULSEN A LOS PELEADORES BAKUGAN
FUERA LOS USURPADORES DEL ELEMENTO
NOS PONEN EN PELIGRO
ELLOS NOS SALVARON
LES DEBEMOS LA VIDA
PROTECTORES DE LA TIERRA, SALVADORES DE NEATHIA
Esto era peor de lo que había previsto, suponía que las personas tenían miedo, pero Fabia jamás había imaginado que esta fuera a ser una reacción ante las circunstancias. Su pueblo no solo tenía miedo, estaba aterrado y lo peor era que no podía culparlos, pues conocían bien lo que era tener al enemigo del otro lado de la puerta y ahora temían tener otro peligro entre ellos.
–Los ciudadanos se han reunido afuera del Palacio del Concejo, protestando en defensa y ataque por la presencia de los Peleadores Bakugan.
Afuera, la reportera se movía constantemente, evitando los empujes y el movimiento de los múltiples civiles que se movían por la plaza.
Normalmente, Miriel podía presumir de una arquitectura fina, exquisita a los ojos de expertos y tan limpia como el mismo Castillo Real. No obstante, entre tantos civiles, resultaba imposible divisar alguna construcción destacable de la plaza principal.
Todo lo que se podía ver era el agite de las personas, alimentado por el miedo de algunos y la fiera defensa de otros.
–Lo siento, Fabia.
–Ambos lo sentimos, Ingram. Fue culpa de ambos.
La princesa se tomó un momento para devolverle la mirada a sus amigos, enfocada en los detalles.
Tras el entrenamiento, Fabia había corrido con Shun a sus espaldas, moviéndose tan rápido como pudo por el bosque, tratando de llegar a los médicos capaces de atender al humano.
Durante su viaje, el color anormal en las venas de Shun se había desvanecido, al igual que el ardor que lo había dejado en el piso. No obstante, eso no había reducido la velocidad en la carrera de Fabia, que se moviólizaba como si no hubiese un mañana por las afueras hasta llegar al castillo.
Cuando los doctores les habían avisado de la mejoría en las condiciones de los terrestres, Fabia había sentido como su alma volvía a su cuerpo y la tensión desaparecía ligeramente. Aunque no se había separado de los chicos en toda la noche, a pesar de la insistencia de los chicos en encargarse del problema, Fabia les había asegurado que sería ella quien se quedaría para Shun.
La verdad era que se sentía responsable, pues ella había autorizado el entrenamiento con Ingram y eso había desembocado en la situación en la que se encontraban. No culpaba a Aranaut, pues su hipótesis había demostrado ser correcta y su método había dado mejores resultados de lo que Fabia había previsto en primer lugar.
No obstante, ella era una princesa, un ejemplo para su nación y había sido incapaz de ayudar a su gente a conservar la calma.
–No fue culpa de nadie más que los gundalianos, chicos –. Consoló Fabia a los terrestres.
–Es cierto, no tiene sentido asumir la culpa por las acciones de nuestros enemigos.
Ambos terrícolas parecieron dispuestos a decir algo más, pero se callaron al ver la determinación en los ojos de la princesa. Lo que menos quería en estos momentos era presenciar un concurso de culpa en el que sus amigos insistían en representar a los invasores gundalianos. Ellos eran los verdaderos responsables, la verdadera plaga que castigaba su mundo.
A veces, no podía evitar preguntarse cómo serían las cosas si toda esa maldita raza se extinguiera. Ya habían hecho suficiente daño a suficientes mundos.
–Supongo que estás en lo correcto, pero la gente tiene razón en algo.
–Ingram…
–Somos peligrosos, Shun. Y no solo nosotros, también Dan y Drago.
–Por eso es vital seguir con el entrenamiento, Ingram –. Declaró Aranaut a su aliado.
–Mira lo que pasó la última vez, pude haberte matado.
–Ese fue un caso único, estábamos solos en ese momento. En cuanto Hawktor y Ser Loren se puedan sumar a nosotros, las cosas serán más sencillas.
–Quizás, Aranaut, pero aún desconocemos mis límites. No sé que pueda hacer cuando el hambre se apodera de mí. El desenfreno crece con cada nueva batalla.
Sorprendentemente, Shun no volvió a intentar rebatir las palabras de su compañero. En realidad, parecía darle la razón, pues no pudo evitar mirar a sus brazos descubiertos, libres de la cobertura de su traje de batalla y donde sus venas habían mostrado una coloración antinatural la noche anterior.
–Shun, ¿estás bien? –. Preguntó la princesa al humano.
–Tienen razón, Fabia. Sin importar lo que hagamos, somos un peligro para tu gente. No los culpo por tenernos miedo, después de todo, a sus ojos, debemos vernos como los sujetos que robaron un poder que no les correspondía y ahora los ponen en peligro con cada nueva batalla.
–Sabes que las cosas no son así.
–Pero tu pueblo no. Están interiorizando una idea que no podemos desafiar.
–¿Y qué es lo que propones? ¿Recluirnos en el castillo y no salir hasta que nos vuelvan a atacar?
–No, sea como sea, tenemos que encontrar el modo de dominar esta condición –. Dijo Ingram en respuesta.
–No podemos luchar junto a nadie mientras estemos así, somos un peligro tanto para nuestros aliados como para nuestros enemigos, e incluso nosotros mismos.
Quería discutir sus afirmaciones, pero no podía. Sin importar cuanto le desagradara admitirlo, sabía que Shun tenía razón. Los Peleadores Bakugan se habían presentado como aliados y amigos, pero los más recientes acontecimientos estaban manchando esa impresión.
Jake y Marucho podían contrarrestar la mala imagen que se le estaba dando a los terrestres, pero la situación en la que se encontraban Shun y los demás estaba lejos de ser beneficiosa. A ojos de los medios, Dan y Drago eran unos usurpadores y Shun e Ingram eran un peligro para todo el mundo.
Lentamente, Fabia hizo a un lado la silla que había acercado para sentarse cerca de la camilla de Shun, tomándose un momento para estrechar el hombro del terrícola con delicadeza.
–Chicos, no piensen así de ustedes mismos.
–Ahora, los necesitamos más enfocados que nunca –. Respaldó Aranaut –. Si quieren limpiar su imagen, la única forma de hacerlo es en batalla.
–Es cierto, la gente tiene que ver que siguen comprometidos con la libertad de Neathia. Solo así entenderán que ustedes no son peligrosos.
–Fabia, no lo estás entendiendo.
–Explícame entonces.
Una expresión de pesar se asomó en los ojos color miel del terrícola, que la miraron fijamente por un segundo, antes de desviarse hacia la televisión una vez más.
–En vista de la situación, la familia real está siendo cuestionada por su decisión de reclutar extranjeros en condiciones tan únicas como lo son los Peleadores Bakugan de la Tierra.
–¿Cómo podemos confiar en estos terrícolas? Aparecieron un día de la nada, en posesión del poder más grande de nuestro mundo y aumentando la cantidad de estragos producidos en esta guerra.
–La Reina Serena no ha ofrecido declaraciones acerca de la situación.
–¿Qué nos asegura que estamos a salvo?
–¿Son un peligro?
Ver a su gente tan asustada de sus propios aliados resultaba demoledor. Fabia se había esforzado tanto en reclutarlos para su causa y se había sentido profundamente orgullosa de su éxito en su misión, un éxito que ahora parecía amargo frente a las circunstancias.
–Míralos, Fabia, tienen miedo y es por nosotros.
La princesa no respondió con palabras, solo se limitó a asentir con un suspiro mientras bajaba la mirada al suelo.
–¿Cuánto puede perjudicar a un líder la discordia entre su gente?
–¿Qué quieren decir? –. Preguntó el caballero de pronto.
–Las personas tienen miedo, Aranaut, y de los aliados que su reina y su princesa reclutaron. ¿En cuántos cuestionamientos se verán involucradas Fabia y la reina? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que pierdan la confianza de su pueblo? –. Dijo Ingram en respuesta.
–¿Qué dices? ¿Temes que haya una rebelión por su culpa?
–Digo que es muy peligroso ignorar los temores de su gente. Un líder no puede ser un líder si la gente que lo debería seguir lo desafía constantemente.
–Y el problema crece estando en guerra contra un enemigo que sí está unido.
Si Fabia llegó a pensar en debatir con algo, esos pensamientos no tardaron en desaparecer. En realidad, Shun e Ingram hablaban como Ser Loren y Hawktor durante sus lecciones y por eso sabía que tenían razón.
Sin importar cuanto deseara pensar que su pueblo jamás se atrevería a tomar acciones en contra de su familia, qué sabían discernir lo correcto de lo incorrecto, el miedo era un poderoso motivador para realizar imprudencias.
Al ver la mirada decaída de la princesa, Shun se permitió corresponder el gesto, posando su mano en el pequeño hombro de la peliazul.
–Lo siento, Fabia.
Incapaz de responder, la princesa solo pudo acunar con cuidado la mano de su amigo en su propio agarre.
Se quedaron en un incómodo silencio al llegar a un punto de no retorno en su conversación, incapaces de emitir palabras hasta que el sonido de la puerta abriéndose del otro lado del cuarto llamó su atención, sacando a Fabia de sus pensamientos.
Tres veloces figuras pasaron delante de ellos, desplazándose como un trueno desde el marco de la puerta hasta quedar prácticamente encima de Shun, encerrándolo en un fuerte abrazo compartido.
Fabia no pudo evitar reírse, más animada al ver la gran entrada de los chicos. Los medios podían decir lo que fuera de los Peleadores Bakugan, pero nadie que los conociera podía negar que eran una familia muy unida.
–¿Estás bien, Shun? –. Preguntó Marucho con preocupación.
–No te preocupes, amiguito, ya estamos aquí.
–Y no nos iremos. Lo prometo –. Juró Dan con firmeza.
Seguido de su declaración, el castaño posó su mano en la frente de su amigo, tratando de tomar su temperatura e ignorando el hecho de que aún tenía su guante puesto.
–También me alegra verlos, chicos –. Sonrió Shun alejando la mano de Dan.
–Aunque esperábamos su visita un poco antes. ¿Qué pasó? –. Cuestionó Ingram curioso.
En respuesta, los terrestres solo pudieron sonreír avergonzados. Claramente, algo había pasado para que ninguno de ellos llegara antes a la enfermería.
–Dan hizo que nos perdiéramos –. Confesó Drago por su compañero –. Insistió en que debíamos aprender a movernos por el castillo y estuvimos dando vueltas en círculos por casi una hora.
Esta vez, la risa fue demasiado para cualquiera de ellos y tanto Shun como Fabia y sus Bakugan terminaron riendo por la respuesta recibida.
–Oigan, no es gracioso –. Protestó Dan.
–¿Y ustedes no dijeron nada? –. Cuestionó Aranaut a sus camaradas.
–Lo pensamos, pero verlos dar vueltas por el castillo fue muy divertido –. Admitió Akwimos entre risas.
–Hacía tiempo que no nos reíamos tanto –. Respaldó Coredem.
–Al final, tuve que guiarlos yo misma hasta aquí.
Al escuchar esa voz, Fabia brincó de la camilla de Shun, irguiéndose tan rápido como le fue posible para ofrecer un saludo formal a la presencia que ahora se encontraba en el umbral de la puerta, entrando con una gracia característica que nadie más podía replicar.
–Majestad.
–Está bien, Fabia. Estamos entre amigos, no hay necesidad de ser tan formales.
Con una pequeña sonrisa llena de agotamiento, la reina de Neathia terminó por entrar a la enfermería con las manos entrelazadas y dedicando la mirada más dulce que pudo a la escena que los humanos habían creado.
–Me alegra ver que se encuentran bien, Maestro Kazami –. Dijo la reina al terrícola.
–Gracias, Majestad.
–Los doctores dijeron que su condición mejoró muchísimo en las últimas horas. Lo darán de alta mañana en la mañana.
–¡Eso es genial!
–¡Excelente noticia!
Los humanos celebraron con gran euforia la información, abrazando a Shun y a sus compañeros en el acto, asegurándose de no soltar a su amigo por nada.
Fabia estuvo tentada a sumarse al gesto de los terrícolas. Después de todo, ella también era una Peleadora Bakugan. No obstante, la vista de su hermana dándose la vuelta para mirar al televisor encendido la hizo detenerse en el acto.
Shun pareció compartir sus pensamientos, pues no demoró en estirar su mano por el delgado colchón de la camilla, buscando implacablemente el control remoto.
–No creo que los humanos sean de confianza, no después de todo lo que pasó anoche. La Reina Serena permitió su estadía aquí, pero han demostrado…
La imagen quedó enmudecida en medio de la declaración, y el actuar repentino de Shun provocó que todos cayeran en cuenta de la situación que habían estado ignorando las últimas horas.
El cuarto quedó en silencio brevemente, un silencio que nadie supo cómo romper y solo pudieron limitarse a ver a la reina, que mantuvo sus ojos en la pantalla por unos segundos más antes de hablar nuevamente.
–Es bueno ver que se mantienen informados de la situación –. Comentó Serena con falso ánimo.
–Majestad, nosotros… no tenemos forma de disculparnos… por los problemas que…
–Está bien, Maestro Kuso. Esto no es su culpa.
–Aun así, eso no cambia el hecho de que le hemos causado inconvenientes –. Se lamentó Marucho cabizbajo.
–Es cierto, señora. Vinimos a ayudar y solo estamos provocando problemas.
–Las personas temen lo que no comprenden, Peleadores. Así es la naturaleza de los seres conscientes, ustedes no son el primer caso y tampoco serán el último –. Respondió Serena sin dudar.
No le tomó mucho a la reina acercarse al televisor para apagarlo manualmente, dejando atrás las noticias llenas de temor y desconfianza que se podía percibir por parte del pueblo de Miriel.
–En todo caso, Majestad, reconocemos nuestro papel en las dificultades que está atravesando ahora –. Declaró Drago con tono formal.
–Si hay algo que podamos hacer para ayudarla, no dude en pedirlo. Es lo menos que podemos hacer por usted y su gente –. Continuó Ingram esta vez.
–De hecho, sí lo hay.
Ante su respuesta, todos los miembros de los Peleadores Bakugan saltaron un poco más animados, ansiosos por la posibilidad de ayudar a la Casa Sheen a resolver el problema que su presencia había causado sin querer.
Al observar que todos los guerreros estaban listos y dispuestos a ejecutar sus órdenes al pie de la letra de ser necesario, la reina tomó aire un momento antes de continuar.
–Lady Bryann Eltarn me notificó hace unas pocas horas de la presencia de fuerzas gundalianas en el sur. Parece que nuestros enemigos cambiaron de táctica y han decidido enfocar sus esfuerzos en la toma de los territorios de la casa sureña.
–¿Por qué harían algo así? ¿Qué ganan con eso? –. Cuestionó Aranaut confundido.
–No lo sabemos. Loren y yo teorizamos que buscan desestabilizar nuestro gobierno, tomando el territorio de una de las casas más grandes de Neathia e imponiendo una posición de poder mucho más grande que unos puestos de avanzada.
–Así tendrán acceso a los recursos de los sureños y obligarán a los vasallos de Lady Eltarn a luchar por ellos.
–Es correcto, Fabia. Sabemos gracias a la Dama del Sur y a sus consejeros que el comandante de sus fuerzas, Lord Nirius Eltarn, ha desaparecido en combate.
Esto era malo, muy malo. Si el heredero de Lady Bryann se encontraba en las manos del enemigo, los gundalianos podrían usarlo como ficha de cambio para facilitar la rendición de los sureños.
Si algo se decía de Lady Bryann Eltarn, además de ser una mujer de carácter fuerte y desafiante, era que se trataba de una madre comprometida y devota con su único hijo.
–¿Quiere que vayamos a liberarlo, Majestad? –. Preguntó Dan con determinación.
–Así es. Las 12 Órdenes han sido vistas en el sur, al igual que el hombre que combatieron en el primer ataque a Miriel tras su llegada. Los hombres de Nirius volverán a casa pronto, bajo el liderazgo de Ser Loren para combatir la amenaza. Creemos que esta es la oportunidad perfecta para desbaratar los planes de Gundalia y terminar con esta guerra. Tanto Ser Loren como Lady Eltarn solicitan la presencia de los Peleadores Bakugan en las próximas batallas.
Los terrestres se mostraron ansiosos ante la última declaración, claramente emocionados por volver al campo, tener la oportunidad de limpiar sus nombres y terminar con este maldito conflicto de raíz.
La propuesta era demasiado tentadora y ninguno de sus amigos parecía dispuesto a rechazarla. Ninguno de ellos, excepto por la misma Fabia.
Como princesa de todo el planeta, ya había viajado a otras regiones con anterioridad, pero había dejado de disfrutarlo desde el inicio de la guerra por un factor en específico.
–¿Qué dicen, Peleadores? ¿Están listos para terminar este conflicto?
Ante tal pregunta, emitida por la mismísima reina del planeta, solo había una respuesta lógica.
–¡Sí, señora!
A pesar de las dificultades, los Peleadores seguían firmes en su determinación de hacer lo correcto. Se necesitaría mucho más que una mala imagen para quitarles eso.
–Me alegra oírlo. Partirán en dos días junto con Ser Loren y los hombres de Nirius. Les pediré que tengan cuidado, el sur es más peligroso ahora que Gundalia lo puso como su objetivo prioritario. No esperen una bienvenida cálida.
–No se preocupe, Majestad. Estaremos bien. ¿Cierto, chicos?
–¡Sí!
–Muy bien, les tomaré la palabra. Y cómo favor especial, les pediré que cuiden a Ser Loren y aprendan todo lo que puedan de él en el proceso. Será su líder en esta misión y contará con ustedes tanto como ustedes contarán con él.
Los humanos asintieron, jurando su obediencia y cooperación hacia el más fuerte.
Con todo aparentemente acordado, la reina salió del cuarto con una sonrisa cortés en el rostro, dejando el espacio para que los humanos pudieran ponerse al día.
Fabia no demoró mucho en seguirla, dejando a su compañero en la enfermería y corriendo detrás de su hermana con la falda de su vestido entre manos, y teniendo cuidado de no caer por culpa de sus incómodos tacones.
No podía permitir esto, su hermana no podía obligarla a hacer esto.
–¡Majestad!
Ante su llamado, Serena se detuvo, y se dio la vuelta con la mirada gacha, pero con la postura firme que reservaba únicamente para los civiles que no la conocían realmente.
–Majestad, por favor, no puede obligarme a hacer esto.
–Fabia… –. Dijo la reina con un suspiro.
–Por favor, no me haga verlos. Sabe que no tolero su presencia después de todo lo que han hecho.
–Ellos no han hecho nada, los pecados de nuestros enemigos no son los suyos. Son inocentes.
–Los gundalianos nos han hecho más daño que cualquiera en toda la historia de nuestro planeta. Queman nuestros campos, esclavizan a nuestra gente, destruyen propiedades y arrebatan vidas.
–Ya basta.
Pero la princesa no se detuvo, no podía hacerlo. La sola idea de viajar a esas tierras la mantenía paralizada, no podía concebir siquiera el pensamiento de relacionarse con un pueblo que permitía abiertamente la presencia de saqueadores y asesinos.
–Mataron a Neo, mataron a Jin, ¿¡cuánto más deben arrebatarnos para que veas que son un peligro!?
–¡Suficiente, Fabia!
El grito de su hermana salió fuerte, casi atronador. Serena nunca le gritaba, ni siquiera al enterarse de sus travesuras, siempre había sido paciente con ella.
El solo hecho de haber sido el principal y único objetivo de uno de los pocos gritos de su hermana era todo lo que Fabia necesitaba para entender que Serena no estaba dispuesta a oír sus protestas.
–He permitido que conserves tus prejuicios sobre los gundalianos demasiado tiempo y está claro que fue un error.
–¿Error? Serena, ellos…
–Ellos no son culpables por los crímenes cometidos por su sangre. ¿Acaso tú asumirías la culpa si un neathiano asaltara a un gundaliano? ¿Crees que toda la especie merece una condena por los actos de un determinado sector?
–Es diferente –. Murmuró la princesa avergonzada.
–No, no lo es y lo sabes. Te guste o no, los gundalianos en Nirius son tan neathianos como nosotras y es nuestro deber ofrecerles ayuda.
Sus palabras eran como una gota de alcohol tocando una herida abierta, ardían en las marcas del pasado con más intensidad que todos los ataques que había recibido en batalla hasta el momento.
–Cuando volviste, te veías tan orgullosa de ser una Peleadora Bakugan. ¿Acaso eso ha cambiado?
–Claro que no.
–Entonces, cumple con tu deber como parte del equipo, así como lo hará el resto.
Serena le dio la espalda después de eso, avanzando con lentitud por los pasillos despejados del ala médica.
No quiso decirlo realmente, se arrepintió inmediatamente después de que las palabras salieron de su boca, pero no pudo hacer nada para contenerlas.
–Papá no permitiría esto.
Si Serena se mostró herida por sus palabras, no lo demostró abiertamente. Solo se detuvo un instante, para batallar con la saliva que no quiso tragar al escuchar a su pequeña hermana decir eso.
En vez de responder, en vez de regañarla como lo merecía o tan siquiera reprenderla por tal falta de respeto a su persona, Serena solo avanzó en silencio por los corredores del castillo.
Según los sirvientes, la reina caminó con lágrimas contenidas en los ojos por todo lo que quedó de día. Y su caballero fiel, el más fuerte de todos, no fue visto en ningún lugar para ofrecerle su característica compañía.
Ubicación desconocida
5 horas después
–¿Estás seguro de que quieres hacer esto, Loren?
–Honestamente, no.
Este sector del bosque era oscuro, demasiado incluso para los más fuertes. Los árboles aquí eran más grandes que en las zonas cercanas a Miriel, sus ramas eran tan largas y anchas, que eran capaces de bloquear la luz solar decreciente al estar mezcladas con sus hojas y las copas de los árboles. Las raíces se extendían por el suelo y algunas de ellas incluso emergían de la tierra, obstaculizando el camino con sus duros cuerpos serpenteantes, razón por la que se habían visto obligados a prescindir de un transporte más ágil.
Nadie debía saber el lugar al que se dirigían, nadie debía descubrir la naturaleza de su misión.
Caminaron en silencio por unos minutos, Loren no estaba dispuesto a hablar, no tenía ánimos para hacerlo. Estar en este lugar le arrebataba el buen humor, lo que solo empeoraba considerando que se encontraba aquí por su mejor amiga.
A sus pies, la capa oscura que colgaba de sus hombros se arrastraba por la tierra, manchándose con suciedad y alimentando esa apariencia desgastada y harapienta que ya poseía. La capucha sobre su cabeza resultaba molesta, era demasiado grande y le daba calor.
No portaba su característica armadura, no podía exhibirla en un lugar como aquel al que se estaba dirigiendo, por lo que había optado por un conjunto sencillo de telas grises negras por debajo de su capa.
Tal vez era culpa suya, después de todo, se había malacostumbrado a usar armaduras ostentosas estando en el ejército y como mano derecha de la reina. Eso había provocado que se desligara lentamente de sus raíces.
Después de lo que parecieron horas de caminata, finalmente vieron una muralla de gran tamaño entre los árboles, hecha completamente de dura piedra grisácea.
–Loren, mira –. Señaló Hawktor al muro.
–Lo veo.
En el centro de la rústica construcción, se encontraban dos grandes puertas metálicas, acompañadas por placas reforzadas en los marcos y en el centro.
Al acercarse, Loren pudo ver que la construcción era tan grande como un Bakugan, por lo que podía esconderse en medio de los árboles con cierto grado de facilidad. Los bosques en Neathia eran grandes, siempre lo habían sido, incluso más que los Bakugan, por lo que esta zona podía refugiarse en el sector sin mucho problema.
–¿Cómo entraremos? Parece muy protegido.
–Tranquilo, viejo amigo. La reina nos dio los medios para garantizar un fácil acceso.
Acercándose a la puerta, Loren pudo divisar una pequeña rendija en un bajo nivel, lo suficientemente pequeña como para que solo se pudieran ver los ojos de la persona que se encontrara del otro lado.
Posando sus nudillos cerca del metal, comenzó a tocar en un ritmo en específico.
Un toque.
Dos segundos de silencio.
Tres toques consecutivos.
Inmediatamente, la rendija se abrió, dejando ver un par de ojos felinos de color ámbar del otro lado.
–Contraseña.
Sin emitir palabras, Loren solo se permitió un momento para sacar un monto considerable de monedas plateadas de sus bolsillos, todas ellas tan brillantes como el mismísimo castillo de la reina.
–50 ledas de plata.
La rendija se cerró inmediatamente y, un segundo después, las puertas comenzaron a abrirse ante los caballeros.
El guardia los recibió del otro lado con una mirada estupefacta, olvidándose completamente de presumir sus casi dos metros de altura, acompañados por una armadura gundaliana vieja y compuesta por distintas piezas perdidas en los campos de batalla.
Aún presa de su asombro, el guardia más grande se acercó con cautela, mirando al caballero como si fuera una especie de visión.
–¿Loren? ¿Eres tú?
–¿Conoces a alguien más que pueda encontrar este sitio sin ayuda? –. Respondió el más fuerte con tono bromista.
No obstante, el hombre no se tomó bien la broma. En lugar de eso, sujetó al caballero por el hombro y lo alejó hasta un rincón de la puerta.
Normalmente, un neathiano promedio tenía más fuerza que un gundaliano entrenado, por lo que liberarse de este tipo de agarres no era difícil. No obstante, Loren sabía que no tenía motivos para lastimar a este gundaliano ni a ninguno de los que se refugiaban aquí.
–No debiste venir. Tu padre dijo que nunca volvieras.
–Lo sé, y no te preocupes. No planeo quedarme mucho.
–Vinimos a hablar con los jefes –. Dijo Hawktor por su peleador.
Al escuchar las palabras del Bakugan, el gundaliano miró con aún más angustia al caballero. Parte de Loren estaba seguro de que el pobre guardia estaba a nada de desarrollar aún más canas de las que ya tenía en su cabellera clara o más arrugas de las que se podían ver en su envejecido rostro.
–¿Le dijiste?
–Es mi compañero, no nos guardamos secretos.
–Loren, es peligroso. Tú no…
–Tranquilo, Lib. Ya te lo dije, no nos quedaremos mucho tiempo. Solo necesitamos una reunión con los jefes.
Para terminar de convencer al gundaliano, el caballero se permitió extender las brillantes monedas hacia el hombre.
–25 para tus superiores y otros 25 para ti. Lo único que tienes que hacer es anunciarnos, Lib.
Aunque el guardia se notó dubitativo por un instante, no tardó mucho más en asentir con un suspiro al tomar la paga del soldado.
No podía culparlo por su facilidad para ceder, después de todo, su trabajo en este sitio no se caracterizaba por una buena paga.
–Hecho, pero ten mucho cuidado.
–Descuida, estaremos bien –. Prometió Loren al hombre –. ¿Cómo está tu hijo?
–Está mejor. Tengo que pagarte por las medicinas que nos enviaste.
–No te preocupes, sé que la salud de los híbridos puede ser frágil en este tipo de ambientes.
Dejando atrás al guardia, ambos caballeros avanzaron con cautela por las calles del lugar, dejando que la vista de un pequeño poblado rural y poco avanzado se extendiera frente a sus ojos.
No era gran cosa. Las casas eran de piedra y madera vieja, las personas vestían con telas desgastadas y las tareas que realizaban las hacían completamente a mano y con herramientas claramente antiguas: pesca, cocina, carpintería, carnicería, sastrería, construcciones. Todo tipo de tareas se realizaban de manera poco preparada por manos que, mayormente, aprendían las labores mediante improvisación.
–Hawktor, ¿alguna vez te he hablado de este lugar?
–Sí, pero llegué a pensar que exagerabas. Nunca pensé que en verdad existiría un sitio así en Neathia. ¿Cómo pasó esto?
–Fue por los Eltarn.
–¿Cómo se relacionan? No entiendo.
–Los Xadir no son los únicos enemigos que han enfrentado los Sheen. Hace 300 años, los sureños comenzaron su propia rebelión, prometieron a los gundalianos residentes de Neathia mayores puestos de poder a cambio de su ayuda en la guerra. Fuerzas gundalianas de Miriel, Odur, Serak y Galdrick Hen desertaron para viajar a Nirius y apoyar a Hien Eltarn en su guerra.
–¿Y qué pasó tras la derrota de los sureños?
–Los gundalianos fueron sometidos a juicio.
–¿Todos?
–Todos.
A sus alrededores, neathianos y gundalianos convivían en paz, trabajaban juntos e incluso fraternizaban como una comunidad unida.
–Al final, condenaron a muchos al ostracismo y tuvieron que buscar un nuevo hogar. Algunos huyeron a Gundalia, otros eran demasiado unidos al planeta como para dejarlo, así que buscaron un nuevo hogar lejos de todo.
–Pero muchos de ellos ya tenían vínculos con neathinos, ¿cierto?
–Se fueron con los condenados en cuanto estuvieron al tanto de su destino, hombres, niños y mujeres por igual en un éxodo masivo a una zona remota.
–¿Y qué hay de Nirius? El sur aún alberga a muchos gundalianos.
–Tras la derrota de Lord Hien Eltarn a manos de Lord Ael Sheen, la casa sureña fue obligada a albergar parte de los condenados como castigo durante el invierno, eran los suficientes como para generar una crisis alimentaria que mató a muchos de hambre. Desde entonces, el sur es el hogar predilecto para la mayoría de los gundalianos, todos los que viven ahí descienden de los prisioneros que sobrevivieron a la Gran Hambruna.
–¿Y qué hay de las demás regiones? ¿Todos los nobles estuvieron de acuerdo con exiliar a los gundalianos?
–Me sorprende que no sepas todo esto, amigo mío –. Bromeó Loren.
–Nunca sentí tanto interés por la historia y era muy joven cuando todo eso pasó.
–Bueno, la mayoría estuvo de acuerdo. Sheen y Xadir estuvieron de acuerdo con la condena, pero los Arrak siempre han sido una casa brutal y ejecutaron en el acto a todos los gundalianos que portaron equipo norteño en la guerra.
–¿Y el rey lo permitió?
–Él fue quien lo propuso, el ostracismo fue la alternativa que sugirió su esposa. Y el resultado de esa decisión es este lugar.
–No parece que se haya hecho mucho para haber pasado tres siglos.
–A veces, la mejor forma de sobrevivir es ocultándose.
Finalmente, después de una caminata por las calles del pueblo, ambos caballeros se perdieron entre locales y carpas, caminando por un valle de sombras profundas a través de las cuales no se podía divisar la luz.
Pronto oscurecería formalmente y los residentes del pueblo ya comenzaban a desarmar sus negocios para volver a casa. Lo único que aún se mantenía operativo eran los profundos callejones en los que se habían metido, donde parecía ser normal ver a los civiles sacrificar su dignidad a cambio de unas monedas, cuyo valor nunca podría asemejarse a una sola leda ni en varios montos grandes.
–Este lugar me da escalofríos.
–Y aún no has visto nada, Hawktor.
Finalmente, se encontraron delante de una puerta de gruesa madera oscura, custodiada por dos guardias neathianos a los lados y ubicada en lo más profundo de este laberinto.
Ambos hombres les apuntaron con armas de fuego, lanzas de cañón láser, cargadas con el filo típico del arma, pero con un cañón debajo del filo. Un arma perfecta a corta y larga distancia.
–Alto.
–Identifíquense, extraños.
–Tranquilos, amigos míos. Vinimos a ver a los jefes.
–Nadie puede bajar sin identificarse.
–Permítanme estar en desacuerdo.
Dos nuevas monedas de plata aparecieron en la mano del caballero, una para cada uno de los guardias.
Al distinguir los objetos mostrados por el hombre, los ojos de ambos guardias se abrieron como platos.
–¿Esos son…?
–Ledas de la capital, sí.
–Serán suyos si nos permiten pasar –. Ofreció Hawktor en el hombro de su peleador.
Ninguno de los hombres dudó un solo segundo en aceptar, tomando las monedas y haciéndose a un lado con una reverencia.
–Adelante, por favor.
Con la puerta abierta, ambos caballeros pudieron acceder al espacio ofrecido, bajando por una serie de escaleras enrevesadas y perdidas en medio de un amplio corredor, iluminado únicamente por focos alargados y de baja calidad. La luz era tenue, parpadeaba con frecuencia y los cables que conectaban los focos con el fondo de este pasillo eran visibles, se encontraban pegados a los muros rocosos que rodeaban las escaleras.
Contaron cada paso dado por el peleador, dando como resultado un aproximado aterrador de 100 pasos durante el descenso, 100 escalones.
Y, al final del recorrido, lo que Hawktor vio lo dejó paralizado en su sitio, pues no emitió sonido alguno al atravesar el marco final que los conectaba con su destino.
Parecía que el impacto había sido demasiado grande para el Bakugan y nadie podría culparlo de estar en su lugar.
–Hawktor Ventus, permíteme presentarte Nax.
–La ciudad subterránea.
Kilómetros y kilómetros de estructura urbana se extendieron ante sus ojos, compuesta por numerosos conjuntos de pisos del color de las cavernas que ocultaban este lugar. Múltiples locales habitaban los niveles visibles, varios de ellos llamando la atención con carteles luminosos pegados a los muros que apuntaban hacia las puertas que ofrecían acceso a los civiles.
A diferencia de arriba, la gente del subterráneo vestía de mejor manera, las telas desgastadas y viejas no parecían tener cabida aquí, pues los civiles que se podían divisar a simple vista no vestían de un modo muy diferente al que se podía encontrar en alguna de las múltiples ciudades del planeta.
A la lejanía, también se podía distinguir estructuras más grandes, abarcando el espacio de lo que deberían ser varios pisos comerciales y del que parecían estar saliendo hombres con uniformes manchados de aceite y equipo de seguridad.
No obstante, lo más vistoso de esta locación era, sin duda alguna, el enorme abismo oscuro que se asomaba en el espacio disponible que existía entre los niveles. Se trataba de un enorme cráter en el suelo, tan grande que podría tragarse varios de los pisos que se divisaban en lo más alto.
–Es increíble, Loren.
–Sí, supongo que sí. Este es el resultado de 300 años de trabajo duro.
–Pero… no entiendo cómo es posible…
–¿Qué quieres decir? –. Preguntó el caballero.
–Aquí parecen estar bien, ¿por qué arriba es todo tan pequeño?
Al escuchar la pregunta de su Bakugan, el caballero suspiró con una sonrisa triste, acercándose al borde del risco que les ofrecía una vista panorámica de la ciudad.
–Cuando los parias abandonaron la civilización tras la derrota de los Eltarn, optaron por dirigirse al noroeste de Miriel.
–Las zonas más frondosas del bosque.
–Así es. Aunque se arriesgaban a llamar la atención de la corona, decidieron que valía la pena el riesgo si podían comenzar de cero en paz. Fue en medio de esas expediciones que dieron con un sistema de cavernas que se expandía por muchos terrenos del planeta.
–¿Cómo es eso posible?
–El sistema ya se encontraba aquí cuando llegaron, adquirieron la creencia de que tal vez una antigua civilización lo construyó para facilitar el paso entre regiones.
–¿Y qué se hace aquí, Loren?
–Lo que se te ocurra, Hawktor. Para muchos en el planeta, Nax es solo un mito, pero aquellos que estén lo suficientemente desesperados como para intentar cambiar su vida, pueden emprender el viaje.
–Pero está escondida en medio del bosque, ¿cuántas personas mueren tratando de llegar?
–Ni idea, el bosque nunca deja rastros. A la hora de comerciar, utilizan las cuevas para llegar a posibles clientes y procesan el carbón como ficha de cambio. Así obtienen todo lo que ves ahí abajo y crearon este lugar sobre terrenos que estaban aquí antes que nosotros.
–¿Y la gente de arriba? No me has dicho por qué están así.
Esta vez, la mirada del caballero se desvió hacia el corredor por el cual habían llegado, mirándolo con una mezcla de pesar y cierto añoro.
–Es la fachada. Aunque Nax es un secreto a voces, los jefes se toman seriamente la ubicación de este lugar y un pueblo pobre en medio de la nada es el disfraz perfecto. Después de todo, ¿quién podría sospechar que la ciudad más grande de todo el planeta se oculta debajo de un sitio así?
–Pero la gente arriba no parece estar bien, el hijo del primer guardia estaba enfermo. Él mismo nos lo dijo –. Replicó Hawktor confundido –. ¿Por qué siguen ahí? ¿Por qué no se van?
–Están obligados a quedarse, un pueblo no es un pueblo si no tiene habitantes. Si se atreven a irse, los jefes enviarán gente por ellos.
–¿Qué quieres decir?
En respuesta a las numerosas preguntas del Bakugan, Loren regresó su atención a las cavernas que se extendían frente a ellos, abriendo los brazos en un gesto que buscaba abarcar todo el panorama visible.
–Esto es Nax, la ciudad más grande de toda Neathia, es imposible crear una autoridad legal que cubra todo el terreno, por lo que los jefes permiten cierto nivel de crimen a cambio de un pago. Prostitutas, ladrones, asesinos, lo que se te ocurra se encuentra aquí, algunos incluso están bajo órdenes del gobierno y son los encargados de hacer el trabajo sucio. Al final, Nax recibe a todo aquel que esté dispuesto a ceñirse a un programa.
–Por los dioses.
Finalizada la pausa hecha a más de la mitad del camino, ambos caballeros retomaron su marcha, aventurándose por las calles de la ciudad.
A sus alrededores, incluso era posible divisar Bakugan recorriendo la zona libremente, algunos en compañía de un peleador, otros completamente por su cuenta.
Loren les dedicaba una pequeña mirada y se tomaba su tiempo para explicarle debidamente a Hawktor su situación en Nax, mencionando el gran espectáculo que eran las batallas Bakugan en toda la ciudad, ya fuera con o sin peleador.
No obstante, algo que claramente sorprendía a Hawktor era la falta de conductas violentas en una ciudad sin un cuerpo de ley.
–Las personas se ven… muy tranquilas.
–¿Esperabas un poco más de caos y anarquía?
–Pues… sí…
–La gente sabe que no les conviene, todo aquel que les genere problemas a los jefes desaparecerá en un margen de unas pocas horas. Descargan toda su brutalidad y deseo de lucha en las batallas o en el cuadrilátero.
–¿Es así en toda la ciudad?
–No, esos son los más afortunados. Los menos se encuentran más abajo, son los que realizan las labores de minería.
A pesar de que Nax era una ciudad grande, resultaba imposible no verse atraído a mirar el enorme vacío oscuro que se encontraba entre los niveles más altos, siendo éste un abismo de gran profundidad; cuya negrura parecía consumir casi todo tipo de luz que pudiera asomarse.
–¿De verdad naciste aquí, Loren?
El susodicho no respondió inmediatamente, sino que se tomó su tiempo para evaluar los alrededores, mirando con detenimiento y cierta fascinación cada local disponible a la vista, cada civil, cada Bakugan.
Todo esto, para solo suspirar con una mezcla de tristeza y resignación, que lo acompañó hasta una de las barandas metálicas en el borde del nivel en el que se encontraban, tomándose su tiempo para mirar con pena el enorme abismo que se encontraba a sus pies.
–No, yo nací ahí abajo.
Indispuesto a hablar más acerca del tema, Loren se alejó de la baranda y retomó el camino en silencio.
Si Hawktor quiso decir algo más, no demoró mucho en guardárselo para sí mismo. Cuando Loren no quería hablar, lo mejor era permitirle su silencio. Incluso los más fuertes tenían temas que preferían no tocar.
Caminaron por lo que parecieron unas horas, pasando por numerosos callejones y locales. En el camino, diferentes mujeres se ofrecieron al caballero, pero éste las rechazó a todas sin ninguna contemplación.
Finalmente, después de un rato de caminata, su búsqueda los llevó a un callejón apartado, donde solo podía verse la tapa de un conducto.
Para sorpresa de Hawktor, Loren no dudó en levantar la tapa y comenzar a descender por las escaleras integradas al muro.
–¿Cuánto más tenemos que bajar para dar con esos "jefes"?
–No mucho más, este es el último nivel.
–¿Por qué están tan profundo? Si ellos dirigen esta ciudad, ¿por qué se ocultan tan abajo?
–Es una medida de seguridad, para garantizar que una persona cualquiera no pueda hallarlos.
A diferencia de los nobles y reyes, con sus grandes castillos y altas torres, los líderes de Nax preferían refugiarse bajo los pies de sus ciudadanos.
Juntos, ambos compañeros comenzaron el descenso, dejando atrás la opulencia de las luces color neón y reemplazándola por la negrura creciente del vacío a sus espaldas. Poco a poco, el ruido de los niveles superiores se desvaneció, dejando únicamente los susurros del viento de este lugar.
Fueron varios minutos de descenso silencioso, pero eventualmente llegaron a su destino, el límite de estas cavernas previo al sector minero.
Un conjunto de múltiples pisos y corredores metálicos se mostró ante los caballeros, colgados por numerosos cables y sistemas de poleas, e iluminados por múltiples focos que guiaban el camino. En su caso, hacia una puerta metálica que, a simple vista, habría sido fácil de pasar por alto. No obstante, se revelaba como su objetivo final, aquel al que Loren se acercó con una mano hacia el frente.
Una vez más, Loren replicó el mismo patrón de toques que en la superficie.
–¿Quién llama?
El tono del hombre del otro lado de la puerta era fuerte, intenso, pronunciaba cada sílaba con dureza y parte de Hawktor tenía el presentimiento de que escupía un poco por cada letra fuerte que debía pronunciar en su día a día.
En vez de emitir palabra alguna, Loren solo se retiró la capucha finalmente, dejando ver sus facciones por la mirilla de la puerta.
El hombre del otro lado no tardó en abrir, revelándose como un híbrido neathiano-gundaliano de avanzada edad, con cabello canoso, piel gris clara, rostro lleno de arrugas, cuernos desgastados y colmillos carentes de filo.
–Adelante.
Sin mostrar un atisbo de duda o nervios, ambos guerreros accedieron al espacio ofrecido con determinación.
Numerosos pasillos viejos los recibieron, todos ellos hechos completamente de concreto y pintura, decorados con la presencia de jaulas de gran tamaño en los lados, todos ellos llenos de distintos tipos de animales neathianos aparentemente hambrientos.
Colmillos, garras, pelos y escamas era toda la decoración de este laberinto, todos encerrados en el interior de jaulas estrechas, con trozos de carne cruda destrozada en el piso.
No hacía falta mucho tiempo para entender lo que estaba pasando aquí.
Tráfico de especies.
–No puedo creer que de verdad estemos haciendo esto.
–Créeme, Hawktor, yo tampoco quiero.
Pero no tenían elección, la naturaleza de sus órdenes y la necesidad que las había hecho nacer era más importante ahora que su ética como caballeros de la reina.
Finalmente, después de un par de minutos recorriendo estos enrevesados caminos, se encontraron delante de una gran sala, dividida en dos niveles por la presencia de una gran escalera metálica en el centro que conectaba con el lado opuesto y más alto del espacio.
Esta habitación en específico, se encontraba llena de algunos de los especímenes más grandes de toda la fauna de la capital, encerrados en jaulas que duplicaban en tamaño a las anteriores. Se trataba de grandes animales de pieles duras y colores opacos, cuernos por todo el cuerpo, ojos adormilados y unas hierbas delante de ellos.
Pero en el centro del piso superior de la sala, se encontraba lo más interesante. Un neathiano, de piel tan pálida como un muerto y ojos tan negros como el abismo de afuera, cabello largo y canoso que se conectaba con una barba de varios días en la mandíbula del hombre. Vestía con túnicas oscuras de seda, bien cuidadas para el ambiente en que se encontraban parados, los extremos inferiores de su ropa casi tocaban el piso mugriento que se encontraba bajo sus pies.
Y en sus manos, en sus manos descuidadas con uñas largas y manchadas, reposaba un marco marrón grueso, del tamaño de un brazo; y en el interior del mismo, yacía una especie de texto que el hombre miraba con solo la mitad de su atención. La otra mitad ahora se encontraba en sus nuevos invitados.
–"Yo, el Rey Thalar Sheen, hijo de Ethel y padre de Serena, concedo los títulos y tierras correspondientes de la ciudad de Nax a su nuevo señor y guardián, Lord Yosev Krahn, por su ayuda en las guerras occidentales contra el difunto Lord Baldimor Xadir. Sus contribuciones en el conflicto nunca serán olvidadas, su ayuda fue un factor clave en la victoria y preservación de la Casa Sheen. Por lo mismo, declaro Nax y a la Casa Krahn como aliados y amigos de la corona".
Las palabras se deslizaron con cierto grado de deleite de los labios del hombre, que leía la declaración con una sonrisa de oreja a oreja.
–"Por la presente, declaro que toda actividad que pueda considerarse ilícita en los terrenos de Nax no será castigada por la corona, todo aquel que intente interferir en las mismas será castigado por desafiar la naturaleza de una Orden Real".
Finalmente, la declaración bajó ligeramente de su posición, permitiendo que los caballeros tuvieran un pequeño vistazo al escrito que se encontraba impreso en el papel, protegido en el interior del marco.
Para Hawktor, fue inevitable sentir una veta de repulsión creciendo en su interior. El hombre que tenían delante estaba bajo la protección de la corona, bajo el más sagrado tipo de orden que un monarca neathiano podía emitir y no dudaba en dejarlo claro.
–"Firma con su puño y letra, Thalar de la Casa Sheen, Rey de Neathia y Señor de Miriel".
Con su discurso finalizado, uno de los hombres del local emergió detrás de Loren, acercándose a su amo para sujetar cuidadosamente la Orden Real y llevársela lejos de la zona.
Estando solos una vez más, el neathiano mayor comenzó a descender por las escaleras que los separaban, manteniendo las manos entrelazadas y una pequeña sonrisa en los labios.
–Loren, ha pasado mucho tiempo –. Saludó con aparente cortesía.
–No el suficiente.
–Ah, que saludo más frío, muchacho. ¿No te alegra ver a un viejo amigo?
Loren no correspondió lo que parecía ser el falso decoro del anciano, sino que mantuvo una mirada tan dura como el hierro mismo mientras veía al sujeto acercarse, rebosante de una confianza que Hawktor solo había visto en nobles y reyes.
Al estar al mismo nivel, la mirada del neathiano mayor se desvió de los duros ojos del caballero, enfocándose brevemente en el Bakugan alado sobre el hombro del peleador.
–Imagino que tú debes ser Hawktor Ventus.
–Así es –. Respondió el Bakugan con firmeza.
–Es todo un honor, soy un gran fanático de su trabajo.
Las palabras se deslizaban por la boca del hombre como una serpiente tratando de escupir su veneno de forma silenciosa, su mirada recorrió de forma rápida a sus invitados, antes de desviarse a los múltiples especímenes que se encontraban drogados en las jaulas.
Ya resultaba inconcebible pensar que el difunto rey hubiera permitido que estas acciones se llevaran a cabo, pero era mucho peor ver parte del proceso con sus propios ojos.
–Y díganme, ¿qué puedo hacer por los peleadores más fuertes de Neathia?
–¿Cómo sabe que vinimos aquí a pedir algo?
–Loren nunca me visita, Ser Hawktor, lo que debo decir que rompe mi corazón –. Respondió el neathiano con falso pesar –. Si están aquí, en estos tiempos, asumo que buscan algo.
El desagrado fue palpable en la expresión de Loren. Claramente, no estaba contento con la idea de siquiera estar parado delante de este sujeto.
No obstante, a pesar de su evidente asco por la situación, el peleador más fuerte logró mantener su atención lejos de los animales que veían el intercambio con escaso interés.
–Estamos aquí por orden de la reina.
–Ah, sí. ¿Qué puedo hacer por nuestra encantadora monarca? Tengo entendido que están atravesando días difíciles en la capital.
–Por desgracia, así es. La situación con los gundalianos se está comenzando a salir de control. Hasta ahora, hemos logrado repeler sus ataques, pero no hemos podido devolverlos.
–¿Y eso cómo se relaciona conmigo, muchacho? Los gundalianos no nos han hecho nada.
–Es solo cuestión de tiempo. Si ganan la guerra, nada les impedirá bajar aquí y hacer pedazos Nax.
Esta vez, hasta el arrogante hombre tuvo que darle la razón a Loren. Tenía razón, los gundalianos eran implacables y no había nada que los detuviera de provocar masacres por donde pasaran.
–¿Y cuál es tu punto?
Conteniendo el bufido que estuvo a punto de escapársele, Loren solo se limitó a cerrar los puños por debajo de las mangas de su túnica.
–Si queremos sobrevivir, tenemos que trabajar juntos. Neathia está dividida y nuestros enemigos lo saben, se han aprovechado de eso para atacar. Miriel ha combatido cientos de intentos de asedio y ahora el sur se encuentra bajo ataque.
–Déjenme ver si entiendo –. Detuvo el hombre señalando a los caballeros –. Ustedes, los más fuertes, los campeones de nuestro mundo, están aquí para pedirnos ayuda.
Al mencionar la naturaleza de su petición, el hombre se saltó intencionalmente los títulos apropiados para él y su gente: criminales, traficantes, corruptos.
Sin más remedio, Loren solo pudo asentir de mala gana.
–Así es.
Una risa burlona fue la única respuesta que recibieron.
Fuertes carcajadas hicieron eco en la sala, generando cierto malestar en los animales que tenían que ser testigos de la reacción del hombre, que sostuvo su estómago mientras las risas en tonadas graves elevaban con intensidad su nivel.
–Esto no es cosa de risa. Neathia debe unirse en un solo frente, no podemos dejar que los conflictos del pasado nos impidan proteger nuestro planeta.
Pero las carcajadas del neathiano no se detuvieron. Estaba claro que disfrutaba profundamente esta situación y no dudaba en usarla como el objeto de su entretenimiento más reciente.
Molesto, Loren dio un paso al frente, acercándose al hombre sin temor alguno a represalias y mostrando su gran altura a comparación de su desagradable anfitrión.
–¿Esto te parece divertido?
–¿A ti no, muchacho? Mira como la historia se vuelve a repetir después de tanto. Una vez más, recibo a un emisario de la corona, que espera conseguir mi ayuda en las guerras que están por venir –. Respondió aún divertido.
Desde su posición, Hawktor pudo ver como Loren batallaba por evitar una reacción incorrecta en estos momentos. Lo que menos necesitaban ahora era un error perjudicial para la naturaleza de su misión.
–Aunque debo reconocer que el último emisario tenía más clase.
–Yosev…
–Soy Lord Krahn, muchacho. No lo olvides –. Recordó el neathiano con un poco más de seriedad –. Aún si te desagrada aceptarlo, tu rey me dio el título como un pago justo por mis servicios.
El recordatorio de su diferencia de estatus hizo retroceder al caballero de mala gana. No se encontraba de acuerdo con la decisión del difunto rey, pero no podía refutarla, no desde su posición como sirviente.
–Lord Krahn, le pido que lo piense. Se podrán salvar muchas vidas si acepta ayudar en esta guerra, incluyendo las de Nax.
–Puede ser, muchacho, pero sabes que aquí no se trabaja gratis. Todo tiene un precio aquí, en especial nuestra valiosa ayuda.
–¿Y qué quieren? –. Preguntó Hawktor esta vez.
–Muchas cosas: dinero, comida, licor, a la reina calentando mi cama…
Mientras hablaba, un pequeño grupo de hombres, neathianos y gundalianos por igual, entró en la sala, armados con lanzas láser en las manos y armaduras gundalianas sobre los hombros, conformadas por juegos completos de petos, cascos, botas y brazales.
Para sorpresa de Hawktor, todas las miradas se enfocaron en ellos, esperando pacientemente una orden para atacar. No obstante, Loren se mantuvo enfocado en su objetivo, mirando de soslayo a los hombres que ahora los vigilaban desde los límites del espacio.
–Ya saben, lo que todo hombre quiere.
Hawktor conocía a Loren, le gustaba pensar que conocía a su compañero mejor que nadie, aunque estaba seguro de que había alguien que lo superaba en ese aspecto, y ese alguien era la reina misma.
Como compañeros, Hawktor sabía que su peleador tenía una historia complicada con Su Majestad, él mismo lo había acompañado en sus desventuras más grandes por el bienestar de la reina y sabía que no existía soldado más devoto que Loren.
El único problema de esa gran devoción era que sacaba el peor lado de Loren, uno más explosivo y brutal. El caballero juramentado de la reina la protegía con la misma intensidad que un animal salvaje a sus cachorros.
–O a su pareja.
Irritado por los juegos del anciano, el más fuerte se hartó de todo rastro de código y avanzó sin temor a los hombres que lo vigilaban detrás de Lord Krahn.
No obstante, como cabría esperar, Loren no tardó en ser el objetivo de una decena de miras apuntándole directamente a los pies y a la cabeza, obligándolo a detenerse con una mirada iracunda en sus orbes verdes.
Instintivamente, Hawktor se posicionó delante de Loren, listo para luchar en caso de que la situación lo requiriera.
–Tranquilos, muchachos. No tiene sentido hacer eso –. Calmó Yosev a sus hombres –. Ninguno de nosotros tiene posibilidades de vencer a los "Más Fuertes de Neathia",
Los guardias bajaron las armas con inseguridad, ninguno parecía verdaderamente convencido por la orden de su señor, pero también se notaban indispuestos a desobedecer.
Falto de la seguridad que le proporcionaban sus hombres armados, Krahn continuó, manteniendo arriba su gran sonrisa y su actitud burlona.
–Veo que mis espías no se equivocaban, Loren. Parece que aún suspiras en silencio por nuestra reina –. Se jactó el hombre con sorna –. Dime algo, ¿la amas o solo quieres meterte bajo sus faldas?
Esta vez, hasta los hombres se rieron con un poco de incomodidad, pero conscientes de que no parecía haber nada que temer. Después de todo, a pesar de tener enfrente al más fuerte de los peleadores neathianos, su señor tenía el control en este encuentro verbal.
–¿Te digo algo, niño? Te compadezco, debe ser difícil amar a alguien que nunca te amará. Y solo por eso te dejaré hablar –. Declaró Yosev aún más animado que antes –. Vamos, dime con qué generosa oferta mandó nuestra encantadora reina a su perro guardián.
Aunque Loren pareció querer atacar, querer defenderse, no lo hizo. En su lugar, Hawktor solo pudo ver como un nudo se formaba en la garganta de su compañero mientras sus nudillos crujían brevemente.
Poco después, la mano enguantada del caballero se aventuró al interior de su capa, mostrando una bolsa de cuero en su mano.
–¿Qué tienes ahí, muchacho?
En respuesta a la pregunta del falso noble, Loren solo tiró la bolsa al suelo, dejando que la boca de la misma se abriera por el impacto y permitiendo que un conjunto nada pequeño de monedas de plata se asomara al caer al piso.
Simultáneamente, las bocas de todos los presentes cayeron con sorpresa. Incluso el arrogante Lord Krahn quedó en silencio al ver el monto de monedas del tamaño de una gran mano adulta.
–Las ledas están hechas de un material que solo se puede hallar en ciertos sectores en la superficie del planeta, sectores a los que ustedes no tienen acceso. La reina promete un pago de 1000 ledas a cambio de su ayuda.
Las risas murieron, la falsa alegría en la sala se desvaneció y todas las miradas se enfocaron completamente en el desagradable señor que no despegaba su mirada del pago que yacía en el suelo.
–¿Y qué tendríamos que hacer?
–Como dijimos antes, los gundalianos han puesto al sur en el punto de mira. Queremos que usen su red de túneles subterráneos para rastrear y destruir los cargamentos de armas, equipos, alimentos y Bakugan que pretendan usar contra nosotros.
–¿Es todo? –. Se aventuró a preguntar uno de los guardias.
–Aún hay puestos de avanzada repartidos por el planeta. Sabemos que el norte es impenetrable y ustedes no cuentan con acceso a las islas de Odur, pero esperamos su ayuda en la búsqueda y destrucción de estos puestos cerca de la capital, el sur y el oeste.
–Entonces, ¿qué dicen? ¿Tenemos un trato? –. Dijo Hawktor esta vez.
No tomó más de un segundo, antes de que recibieran una respuesta firme y directa, de boca del mismo Lord Yosev Krahn.
–Tenemos un trato. Confiamos en que la reina cumplirá su parte.
–Lo hará, Yosev. A diferencia de nosotros, ella sí tiene honor –. Juró Loren con valentía.
–Bien, aseguren nuestro dinero y nosotros haremos nuestra parte. El rey y yo teníamos una fructífera amistad, no hay razón para romper eso ahora.
–Bien. Confío en que comenzarán sus nuevas tareas cuanto antes.
–Por supuesto, niño.
Indispuesto a estar aquí un minuto más, Loren abandonó la sala, emprendiendo el camino hacia la puerta por la cual habían llegado con tal de no acercarse al desagradable hombre que los había recibido.
Por desgracia, antes de que pudieran desaparecer por el marco, el traficante del otro lado de la sala no pudo resistirse a la idea de burlarse una última vez.
–Oye, Loren, déjame hacerte una pregunta.
Molesto por la interrupción indeseada, Loren apretó el picaporte de la puerta, abollándolo con su extraordinaria fuerza mientras se daba la vuelta.
–¿Qué pregunta?
–Como sirviente de la reina, estás obligado a permanecer a su lado cuando más lo requiera, ¿no es cierto?
–Así es.
–Y asumo que eres consciente de que, tarde o temprano, ella tendrá que casarse y darle herederos al trono.
Hawktor no necesitó ponerse en los zapatos de su compañero para entender la amargura que debió recorrerlo en ese instante. Por más que a Loren le gustara negarlo, Hawktor sabía que ese conocimiento le generaba una gran molestia a su amigo.
–¿A qué quieres llegar? –. Preguntó Loren cada vez más irritado.
–Solo me preguntaba si, alguna vez, has pensado en cómo será cuando ese día llegue y tú te encuentres cuidando la puerta de Lady Serena en su noche de bodas.
Una gran ola de risas hizo eco en la habitación, inquietando una vez más a los animales, cuyos rugidos y bramidos se mezclaron con las carcajadas de los hombres que se deleitaban burlándose del hombre más fuerte del planeta, creyendo firmemente que no podía hacer nada.
Grande fue la sorpresa para todos, incluso para el mismo Hawktor, cuando Loren se permitió reírse de forma amarga con los hombres antes de hablar.
–Una vez me salvaste, Yosev, y solo por eso te dejaré pasar esta falta. No obstante, si vuelves a faltarme el respeto o a mencionar el nombre de mi reina con tu ponzoñosa lengua, no dudes que correrás con la misma suerte que los Xadir tras su rebelión.
Las risas murieron una vez más mientras los caballeros salían de la sala, dejando detrás de sí a la figura de un hombre aún sonriente, que veía con cierto regocijo como el más fuerte se alejaba con la frente tan en alto como podía.
–Ese es el Loren que recuerdo.
En el camino de regreso, ambos caballeros se encontraron subiendo las mismas escaleras que les habían dado acceso a este nivel oculto de la ciudad, emprendiendo el camino en un incómodo silencio.
Pero había algo que Hawktor no podía dejar pasar, algo que lo inquietaba en la conducta de su compañero.
–¿Qué fue eso, Loren?
–¿Qué quieres decir?
–Eso, amenazaste a un noble en su territorio, en su propia casa. Por más desagradable que fuera, sabes que eso está prohibido.
–Aquí no es como la superficie, Hawktor. Aquí solo respetan la fuerza y es necesario demostrar que no eres alguien a quién puedan pisotear.
–Puede ser, pero te arriesgaste a perder el trato que se nos ordenó concretar. ¿Y por qué? Por palabras, Loren.
–No fueron solo palabras, Hawktor, y lo sabes. Como caballero juramentado de la reina, es mi deber defender su nombre, en especial si ella no puede.
La negación de su compañero resultaba difícil de superar, se mantenía firme en la mente del peleador como un muro de concreto y acero.
Habían pasado años desde el fatídico encuentro entre Loren y el difunto rey, pero el caballero seguía renuente a la idea de aceptar el motivo de su devoción hacia la reina. Parecía que el fracaso de ese día perseguiría por siempre al peleador más fuerte.
–Esto es más que solo deber, ¿cierto?
–No sigas, Hawktor.
Estando una vez más en las calles de Nax, Loren se puso su capucha, ocultando su rostro y sus gestos al mundo.
No obstante, a pesar de la indisposición de su compañero a emitir palabra alguna sobre el tema que Hawktor trataba de poner sobre la mesa, el Bakugan no estaba listo para darse por vencido.
–Loren, sé honesto conmigo, por favor.
Aunque su compañero no lo miró de vuelta, Hawktor sabía que le estaba prestando atención. Habían tenido esta plática cientos de veces en el pasado y siempre terminaba igual, pero Hawktor no perdía la esperanza de que su compañero se abriera con él sobre el mal que lo aquejaba.
Lo que menos quería era ver a Loren sufrir, especialmente por el más antiguo de los dolores que podía experimentar un hombre en su posición.
En la frágil seguridad que les ofreció el silencio, Hawktor finalmente pudo emitir su pregunta.
–Krahn estaba en lo correcto ¿cierto? Aún la amas.
Parte de Hawktor esperaba que Loren optara por no responder, como ya lo había hecho cientos de veces en el pasado, pero grande fue su sorpresa cuando, con una voz tan dura y fría como el acero; el soldado emitió su respuesta.
–No.
