Disclaimer: Los personajes de Inuyasha son de Rumiko Takahashi.
Permisos
Había cambiado tantas veces de rostro, pero no su actitud. En todos esos años jamás le había hablado, y eso comenzaba a desesperarla. En el sueño presente, estaba sentada en su cama. Sus piernas abiertas se apoyaban sobre los hombros anchos de un hombre arrodillado frente a ella. En esta ocasión, se había soñado con un vestido sencillo de satín, el cual se levantaba vertiginosamente cada vez que el hombre la besaba en los muslos.
"Maldición, que delicia." Pensaba Kagome cada vez que esos labios se posaban sobre su piel.
Pero no quería dejarlo salirse con la suya. Esta ocasión estaba yendo más lejos de lo normal, y ella lo estaba permitiendo sólo por el hecho de obtener algo más de él.
—Habla conmigo—suplicó Kagome con la voz entrecortada, deteniendo con una de sus manos el rostro que intentaba acercarse más a su intimidad.
Jamás se le olvidaría ese rostro si lo hubiera visto en la vida real. Sin embargo, no era la primera vez que se encontraban en sueños.
—¡Basta!—amenazó Kagome sin mucha convicción al sentirlo rozar sus dedos lentamente por el dobladillo de sus bragas, ambos pulgares se deslizaron sin pena por la piel que enmarca su zona de placer—. Si quieres continuar, háblame.
El chico frente a ella rodó los ojos con molestia, y negó con el rostro, rozando juguetón su nariz cerca de su centro.
—No—exclamó con seriedad Kagome intentando cerrar las piernas ante esto—. Tenemos un trato—le reprochó.
Un trato que había comenzado hace pocas semanas.
Por cuatro años, esa criatura cambia formas había intentado seducirla con todo tipo de rostros. De vez en cuando, soñaba con sus pretendientes de turno, con alguno de sus actores favoritos, o con algún desconocido atractivo que se cruzara en la calle.
Kagome se regañaba al despertar, la mayoría de las veces, sintiéndose apenada por sus sueños emocionantes con diferentes hombres, pero dejó de darle importancia después del paso de los años.
Los rostros cambiaban, pero la experiencia era similar. Algunas citas entretenidas, unos besos leves y un pequeño cosquilleo en su vientre bajo. Después de la primera experiencia, sus compañeros nocturnos habían intentado continuar con la intensidad de sus besos y sus caricias, pero siempre había algo que los frenaba: ella misma.
Cuando comenzaba a sentirse incómoda con la situación en turno, gritaba o se negaba, y de esa manera lograba despertarse inmediatamente.
Había tenido que investigar por su cuenta lo que le sucedía. Tenía claro que después de aquel sueño con Hōjō sus pesadillas habían menguado. Era extraño, ¿acaso la madurez que conlleva el crecer la había alejado de tenerle miedo a la oscuridad?
Más correcto sería decir, a lo que se esconde en la oscuridad.
Kagome no podía olvidarse de cuando apenas era una niña, y el como corría horrorizada por los pasillos de su casa hasta llegar al cuarto de su madre. Decía que tenía pesadillas, pero la verdad es que algunas de las ocasiones ni siquiera había logrado dormirse. Pero, aun así, el terror estaba presente todas las noches.
Quizá solo era su imaginación, pero podía jurar que veía claramente siluetas altas en las esquinas de su habitación. A veces de pie, en otras ocasiones agachadas, pero era tan consiente de la sensación que creaban en ella.
Contrario a lo que pensaba su abuelo, los rituales de limpieza no la ayudaron a dejar de ver aquellas sombras en la noche, pero el tiempo lo hizo. Al crecer, aquellas sombras se fueron difuminando y solo quedó la desagradable sensación de sentirse observada, algo un poco más soportable en comparación.
Sin embargo, ahora lidiaba con un tipo diferente de problema. Uno del que no se sentía capaz de consultarle a su abuelo.
Kagome investigó en todos los lugares posibles. Quiso en primera instancia, leer en los libros antiguos que tenían en el templo, aquellos en los que explicaban a detalle cómo combatir con diferentes yōkai. Pero no encontró nada. Todo se trataba de espíritus corrompidos, animales ancestrales, objetos antiguos y demás criaturas que nada se acercaban a lo que buscaba.
Fue hasta que llegó a la biblioteca de su ciudad y se perdió entre los relatos y la fantasía de las historias europeas. En un libro grande y poco usado de pasta dura, encontró una gran variedad de demonios que se alejaban muchísimo de lo que leyó en los libros de su templo. No podía evitar tener cierto escepticismo con lo que se mencionaba en esas páginas, todo parecían ser sólo historias fantásticas que se volvieron leyendas.
Vampiros, seres elementales, hombres lobos, duendes y demonios. Fue en esta última categoría que Kagome detuvo su lectura, sintiendo su corazón palpitar a más velocidad.
Íncubo, escribía el título. Sólo había leído el primer párrafo, y no pudo evitar identificarse inmediatamente.
Los íncubos, del latín incubare (relacionado a acostarse), son creencias religiosas de la Edad Media. Los íncubos, son demonios masculinos que copulaban con mujeres, a las que generalmente acudían durante las noches para invadir su mente y tenerlas a su merced; durante el acto sexual, el incubo podía succionar la energía de su víctima hasta acabar con su vida, o bien, dejarlas en un estado de salud físico y/o mental lamentable.
Los íncubos pueden adoptar la forma de un ser amado y su víctima sólo llegaba a sospechar al notar algún rasgo inhumano en el momento de la relación sexual.
Kagome leía con atención lo que se mencionaba en el texto, algunas experiencias recopiladas por el escritor. En ellas se describía a la perfección los ataques sufridos por estas criaturas. Algunas mujeres narraban que los sueños eróticos que habían tenido, eran mucho mas placenteros que sus experiencias sexuales reales. Otras, describían aterrorizadas cómo despertaron de sus sueños sintiéndose ultrajadas y lastimadas.
Todas y cada una de ellas describían que elemento en el cuerpo de su atacante las hizo cuestionarse la naturaleza de lo que las poseía: orejas puntiagudas, ojos brillantes cual cristal, una bifurcación en el miembro, "una lengua demasiado larga", agregó Kagome en pensamiento.
El único caso "catalogado" de íncubo, es el de un joven de 22 años, nacido en torno a 1880, considerado tal por su apariencia y el número de asesinatos cometido contra mujeres de su región. Todos lo describieron igual: ojos color miel, el ojo izquierdo en el infierno, cuerpo seductor, una sonrisa hermosa y en la mano derecha una pulsera de acero, que lo ata al mundo mortal para poder seguir apoderándose de más víctimas.
Kagome cerró el libro de golpe.
Ojos miel, se repetía una y otra vez. Ella había visto esos ojos miel.
Tuvo que tomarse un momento, antes de poder continuar con la lectura. Libro tras libro, las experiencias narradas se parecían muchísimo a lo que ella había experimentado durante todos esos años, pero existía una gran diferencia, ella no había tenido sexo con el hombre en sus sueños.
Cuando sintió la cabeza adolorida por la lectura y su mente resistiéndose a aceptar que aquello pudiera existir, decidió volver a su casa. ¿Qué haría si fuera real? ¿Cómo podría saberlo?
Esa noche, al soñar con él no le permitió tocarla.
No lo soñó en una semana. Cuando finalmente apareció y quiso acercarse a ella de manera galante, con la piel de su exnovio Koga, lo detuvo nuevamente.
—Sé lo que eres—lo frenó en sus sueños.
El chico con rostro moreno y ojos azules alzó una ceja de manera incrédula y altanera. No dijo ni una palabra, sólo se acercó nuevamente con intenciones de besarla.
—¡No lo haré!—exclamó Kagome molesta colocando su mano sobre el pecho de él deteniendo sus insistentes intentos de seducción—No hablas—lo retó—. Además, te atreves a portar la piel de alguien a quien estimo—continuó con voz cargada de resentimiento y miedo—. No pondrás un solo dedo en mi, al menos que te muestres cómo eres y hables conmigo.
El la miró con furia y el gesto torcido, casi pensó vislumbrar pequeños colmillos sobresaliendo de su boca. Cuando la tomó con fuerza de ambas manos, Kagome gritó.
Al abrir los ojos en la oscuridad de su habitación, creyó ver un ligero destello rosado, hasta que sus ojos se acostumbraron. Unas lágrimas corrían por sus mejillas causadas por el susto y el entendimiento.
Era real. Se sentía real.
Desde entonces, se había convertido en una lucha de poder entre ambos. Aquel demonio le dio el lujo de no soñar por algunos días, pero al volver, sus insistencias se volvían más intensas, y su rechazo crecía a la par de su enojo. Kagome comenzó a despertarse constantemente en las noches, después de cada negación al cambia formas. Su ciclo de sueño estaba arruinado, pero jamás le daría el gusto de caer en sus garras sin al menos obtener lo que quería.
Pasaron algunos meses, hasta que frente a ella apareció un hombre distinto, desconocido e inhumano.
Galante y altanero se presentó ante ella semidesnudo. En su sueño estaba sentado sobre su cama, con el torso al descubierto y sólo una sábana cubriendo su hombría. Tenía el cabello blanco y largo, recordándole a los elfos mágicos narrados por Tolkien. La miraba fijamente con aquellos ojos color miel que había logrado distinguir en aquel sueño con Hōjō. Por un momento, le pareció ver un atisbo demacrado debajo de ellos, cómo si el cansancio de una mala noche también le pesara a él.
Kagome lo observó asustada, de pie junto a su cama que parecía ser más grande en su sueño que en la realidad. Esperó a que se levantara y acercara a ella, pero el se mantuvo inmóvil, cómo si se tratara de una estatua.
Le tomó un momento a Kagome decidirse a hablar, pensando seriamente en lo que quería decirle.
—¿Este eres tu en realidad? —le preguntó al hombre que la miraba con intensidad.
Esperaba escuchar su voz, podía sentir su pecho palpitar en una mezcla extraña de miedo y emoción, pero contrario a sus esperanzas, el sólo asintió.
—¿No hablarás conmigo? —le cuestionó.
El hombre negó, dándole una respuesta diferente a la que quería.
Kagome suspiró. Por una parte, era demasiado cooperativo y se mantenía estático en su lugar. Por otro lado, toda la situación la tenía con los nervios de punta. ¿Enserio estaba hablando con un demonio sexual?
Se limpió la garganta un poco, intentando controlar sus emociones.
—Leí que robas la energía—dijo ella comenzando su interrogatorio—. ¿Es eso verdad?
Con un leve asentimiento confirmó la información.
Kagome recordó todos aquellos relatos que había leído en aquel libro. No pudo evitar sentirse en pánico. Sintió las piernas débiles y cayó sin gracia al suelo de su falsa habitación. Desde ahí, aquel magnífico ser se veía aún más imponente. Observó a su alrededor, aquel cuarto parecía una réplica exacta del suyo, miró su escritorio y, con dificultad, se colocó de pie en sus pesadas piernas y se sentó en la silla giratoria, un poco alejada de la cama y del hombre que la observaba.
—¿Vas a matarme?
Kagome contuvo el aliento. Quiso saber de una vez por todas cuales eran las intensiones de ese ser.
El la escudriñó con seriedad. Pensó por un momento y negó. Kagome sintió cómo le volvía el alma al cuerpo, si es que podía decirlo de esa forma. Al menos tenía la pequeña esperanza que el no la mataría, eso era un consuelo.
Lo observó detenidamente, recordando aquel pequeño fragmento que tanto la había asustado en la biblioteca.
Asesinatos cometidos contra mujeres de su región. Todos lo describieron igual: ojos color miel.
¿Podría confiar realmente en su respuesta?
—Necesitas mi energía— aseguró Kagome—. ¿Por qué yo? —preguntó con frustración—¿no puedes ir con alguien más? —insistió con súplica. Estaba cansada. Cansada de no poder dormir bien y de tener que pelear contra él todas las noches.
El demonio suavizó su mirada con un toque de lástima. Alzó la mano, entre sus dedos comenzó a vislumbrarse un hilo dorado que envolvía cada uno de ellos. La delicada hebra le recorría la muñeca, serpenteaba por su brazo, cruzaba por su pecho hasta perderse en algún lugar de su cuerpo.
Kagome lo analizó, tratando de entender la respuesta. El hombre finalmente se levantó de la cama, permitiéndole ver su desnudes en todo su esplendor. Kagome tragó seco. Nunca había visto un hombre desnudo de frente, mucho menos a un espécimen como el que se erguía en todos los sentidos frente a ella. Por un momento, perdió la idea de lo que quería saber, hasta que él elevó su otra mano mostrándole el final del recorrido de aquel resplandor dorado.
El fino hilo, que brillaba con intensidad, salía de un punto inexacto del enredo en su mano. La hebra continuaba en su dirección. Kagome gritó alarmada, su muñeca estaba atada. Intentó eliminar la telaraña que los mantenía unidos sacudiendo su mano con fuerza, una y otra vez.
Entró en pánico. Saltó de la silla en la que se encontraba sentada, intentando escapar de aquellos hilos enredados en su muñeca. El hombre se acercó a ella, tomándola de la mano atada, mientras con la otra le sujetó el rostro con delicadeza. Kagome jadeó asustada, lloró e intentó alejarse del hombre desnudo que la sostenía. Él la miró con seriedad, no le dio explicaciones, solo la sostuvo tratando de calmarla.
—¿Q-que? ¿Qué es esto? —preguntó asustada—¿Estamos unidos? ¿¡Por qué estamos unidos!? —exclamó entre gritos.
No hubo respuesta.
—Voy a morir, ¿verdad? —reformuló su pregunta.
El negó.
—¿Vas a violarme? —preguntó ahora con temor.
Por un momento pudo percibir un ligero brillo en aquellos ojos dorados, pero el rostro se movió en negación.
—No me dejarás libre—le replicó. No tuvo que responder, ella sabía la respuesta.
Sintió que el aliento le faltaba. Si todo esto realmente estaba pasando, significaba que aquel hombre frente a ella no sólo estaba presente en sus sueños, si no que también lo estaba en la vida real.
En su habitación.
Con ella dormida.
—No, no, no—exclamaba en absoluto terror, moviendo los brazos una y otra vez intentando escapar de las manos que trataban sostenerla—. Necesito despertar—se decía en voz alta queriendo regresar a la realidad cómo tantas veces lo había hecho antes.
Unas manos la sujetaron y ella gritó.
—¡Aléjate de mí! ¡No me toques!
Fue entonces que despertó.
Tardó un poco en que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad y su cuerpo sentía la pesadez de la seminconsciencia, aun así, Kagome se levantó con torpeza de su cama, preparándose para encontrarse con lo que la asechaba en la noche.
—¿Dónde estás? —cuestionó asustada a la nada—. Sé que estás aquí desgraciado ¡Muéstrate!
Pero nadie apareció. Esa noche no pudo volver a dormir; ni la siguiente.
El cansancio le pesaba en todo el cuerpo. Tenia los ojos demacrados y su buen humor había quedado relegado en el pasado. Tenía que dormir, lo sabía. Independientemente si lo quería o no, en algún momento colapsaría.
Fue hasta la cuarta noche, cuando se rindió al cansancio. Su mente luchaba por mantenerse despierta, pero la realidad es que tenía mucho tiempo sin descansar correctamente.
Esa noche no lo soñó, pero en algún momento quiso despertar al sentir a alguien tocándole el rostro. Podía jurar que le acariciaban con el dorso de la mano la mejilla, suavemente. Rozó el puente de su nariz, pasando un dedo por su entrecejo, dando pequeños mimos que la incitaban a quedarse dormida.
Quiso abrir los ojos y ver quien le otorgaba esas caricias, pero el cansancio era tanto que simplemente se permitió el disfrutar de una noche en relativa calma.
En la mañana siguiente Kagome despertó renovada. A pesar de sentir cierta pesadez en el cuerpo, distaba muchísimo del cansancio al que se había acostumbrado desde hace unos años. Se sentía de alguna manera feliz, hasta que recordó que en la noche alguien había acariciado su rostro.
Tenía unos pocos meses viviendo sola, esto a causa de sus estudios universitarios. Por lo que eso podría haber sido parte de su imaginación.
O fue el…
Alejó aquellos pensamientos con un movimiento de cabeza. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía mejor, aprovecharía ese día para poder actualizarse con sus tareas y relajarse un poco con sus amigas.
Contrario a sus miedos internos, Kagome pudo dormir correctamente por varias semanas. Simplemente, no soñaba nada. Se sentía tan renovada que poco a poco estaba regresando la alegría que tanto la caracterizaba.
Había mejorado en sus estudios y hasta tenía la energía suficiente para volver a entrenar arquería, pasatiempo que tuvo que dejar de lado cuando su ciclo de sueño la tenía en la cuerda floja.
Casi, por poco, se hacía a la idea que todo lo anterior vivido era sólo parte de su mente creativa y de su estrés cotidiano, si no fuera por que una noche nuevamente ese hombre apareció. Quiso llorar. Era exactamente igual que la última vez que lo soñó, sólo que ahora estaba vestido con una ropa casual que podría tener cualquier chico japonés en la calle.
Kagome lo observó con odio y resentimiento, recordó aquello que había quedado implícito en su última reunión: No me dejarás libre.
Parecía demacrado, más delgado, podía ver como las clavículas se le marcaban detrás de la playera, al verlo así, apostaría que si se agachaba notaría su espina dorsal elevarse tras su piel. Tenía las mejillas hendidas y pálidas, y sus ojos habían perdido el destello juguetón y galante con el que cada noche había intentado conquistarla. A pesar de eso, aún podía apreciar la belleza inhumana en él.
Prestó atención a su alrededor. A diferencia de otros sueños, este carecía de detalle. Estaban en un lugar a oscuras, a pesar de eso, podía distinguirlo a la perfección, a él y el sillón rojo en el que se encontraba sentado.
Kagome trató de enfocar algo a lo lejos, pero era la nada. Solo estaban ellos dos, en un lugar sin fin y sin comienzo.
Volvió su atención a él y distinguió cierto toque de reproche su mirada.
—No te vez bien—le dijo en un tono burlesco al hombre.
El sonrió irónico levantando los delgados hombros. Seguía sin decir una palabra, pero al menos ya no cambiaba de piel cómo lo había hecho tantas veces antes.
—Pensé que te habías largado—continuó ella recelosa.
El sólo se señaló la mano, recordándole aquel hilo que los ataba. Aquello que tanto la había atemorizado la última vez.
—Claro, claro—respondió Kagome con un escalofrío—. Todo esto es aterrador—le confesó.
El hombre asintió, comprendiendo el temor presente en ella. No se levantó del gran sillón rojo que lo rodeaba. Kagome, al estar de pie frente a él, casi le parecía pequeño.
—¿El hecho que no te haya visto en todas estas noches está relacionado con tu estado actual? —continuó con el interrogatorio.
El asintió nuevamente.
—¿Te fuiste?
El negó.
Kagome se quedó pensativa, ¿qué quería decir eso?
—¿Estabas aquí, pero no tomaste mi energía?
El asintió.
Esta comunicación la estaba cansando. ¿Se iba a convertir en un interrogatorio en el que sólo obtendría un si o un no? Y cómo podría confiar en que el decía la verdad.
—¿Qué estabas haciendo todo este tiempo? ¿Observarme dormir? —le preguntó con ironía—. Observándome dormir cómo un acosador—hizo una pausa y comenzó a caminar de un lado a otro frente a él, dejando salir todo su resentimiento acumulado de tantos años y tantas semanas—. A no, espera, eres peor que un acosador. Queriendo meterte entre mis piernas, usando el rostro de personas que me gustan—se armó de valor y lo miró de frente apuntándolo y discutiendo con coraje— Por qué eres un demonio, ¿verdad? ¿qué tienes que perder? ¿¡Por qué no me puedes dejar tranquila!? —le gritó en el rostro, colocando sus dos manos sobre los reposabrazos del sillón, encajonándolo tras su vómito de preguntas.
Él sonrió con resignación e hizo una seña universal que heló la sangre de Kagome. Con su puño cerrado y su pulgar señalándolo, trazó una línea en su cuello.
Moriría.
Pero quien ¿El? ¿Ella?
Esperaba que fuera él. Así se libraría de él.
—¿Tú? —le preguntó con esperanza.
Al asentir, ella sonrió. Pero su sonrisa se borró al verlo sonreír con la misma malicia que lo había hecho ella.
—No me estás diciendo algo—le reprochó. Se burló de sí misma al instante—Pero claro, si no me estás diciendo nada—se volvió a colocar erguida, alejándose naturalmente de él—. Si tú mueres, esto se termina, ¿no?
El continuaba con esa sonrisa maliciosa, sin darle ninguna pista del porqué se burlaba de ella. Fue entonces cuando una idea le llenó la cabeza, cómo él le respondiera a través de sus pensamientos. Cada una de las historias leídas le corría una y otra vez por la mente.
Diferentes experiencias en cada una de ellas.
Noches de placer, violaciones y… asesinatos.
Eran diferentes. Existían más cómo él.
—Estás de broma—exclamó con furia—. Dime que no es lo que estoy imaginando.
Y cómo si pudiera leerle el pensamiento el asintió, sonriente.
—Déjame aclarar algo—repitió ella ahora en voz alta, tratando de controlar sus pensamientos y su voz—. Me estás diciendo que su tú mueres, ¿otro cómo tu podría venir por mí?
Él asintió.
Kagome sintió como si la sangre se le corriera a los pies, y la gravedad la arrastrara al suelo. Cayó sentada, sobre el piso negro. Nuevamente, terminó en el suelo ante él. Su pesadilla.
—Hay peores que tú, ¿verdad? —le cuestionó ella, captando las imágenes que el plasmaba dentro de su mente.
Podía imaginar a la perfección a las mujeres que leyó, y cómo habían sido ultrajadas de mil maneras. El cómo quedaron desgastadas hasta que algunas decidieron quitarse la vida. Temía aquello, por que no podían defenderse de lo que las acechaba en la noche. ¿Cómo lo harían? ¿Quién les creería?
Las lágrimas comenzaron a correrle por las mejillas al entenderlo, de una u otra manera, estaba jodida. Sólo había algo que no entendía, ¿por qué ese demonio frente a ella la trataba con un poco de decencia? ¿Sería acaso por que podía morir?
No.
El pudo abusar de ella en muchas ocasiones.
No es verdad, no podía hacerlo. Ella siempre despertaba. Y eso le otorgó cierta conciencia de lo estaba sucediendo. Se colocó de pie, pensando un momento antes de continuar hablando con él. Caminó un poco, mirando cómo el esperaba paciente a que ella hablara con él.
—No puedes tocarme sin mi permiso, ¿verdad? —le preguntó con la misma altanería con la que el se acercó a ella tantas veces.
El la miró resentido, pero asintió ante esto.
—¿Pero otros si podrían hacerlo?
El nuevamente asintió, lo cual provocó que se le revolviera el estómago a Kagome.
—¿Y no se me acercarán mientras tú estés con vida? —le cuestionó intentando tener el rompecabezas completo. Al verlo negar en respuesta preguntó: —¿Por qué?
Cómo si se tratara de algo obvio, alzó la mano nuevamente, haciendo notar el brillo del hilo sobrenatural.
—Entiendo.
No, no lo hacía. Y el lo sabía. Pero cómo esperaba que todo aquello tuviera lógica, simplemente era irreal. Todo parecía una locura. Pero no podía negarlo, eran demasiadas coincidencias. O los demonios eran reales, o simplemente estaba cayendo en la locura. Cualquiera de las dos opciones aterrorizaba a Kagome.
Suspiró un poco, tratando de calmarse. ¿Cómo podría salir de ahí sin tener que sufrir cómo lo había hecho por tantos años? Quería tener buenas noches de sueño, y con él ahí, era obvio que no podría hacerlo.
Una idea llegó a su mente. Tal vez… sólo tal vez.
—Supongamos que te creo—le indicó volviendo a inclinarse a su altura, pero sin recargar sus manos en el sillón—. Según lo que me dices, ambos estamos jodidos hasta el cuello en esta situación—. El hombre sonrió coqueto al escucharla maldecir frente a él. Asintió alegre, al verla cooperar—Pero en esta historia, tú las tienes más a perder—Kagome sonrió triunfante.
Él frunció el ceño, al no entender a dónde quería llegar ella con esa afirmación. Era obvio que cualquiera de los dos perdería si no cooperaban.
—Si yo no te doy mi energía tú mueres— hiló sus pensamientos, esclareciéndolos para él—. Y si tú mueres, puede que yo termine con alguien peor que tú—continuó.
El asintió, confirmando lo que ya había quedado establecido, minutos atrás.
—Pero por lo que veo, yo podría jugar y arriesgarme a probar suerte con otro pequeño demonio—le indicó Kagome—. En cambio, tú, sólo tienes un camino a elegir, ¿verdad?
La fulminó con la mirada. Kagome jugueteaba con él, pasando detrás del sillón, permitiéndose el poner una mano sobre su hombro, e inclinándose para susurrarle en el oído.
—Si fuera tú, me encontraría de rodillas suplicando por mis caricias, ¿no lo crees?
Tal vez era su imaginación, pero al colocarse nuevamente frente a él, pudo distinguir un poco más de brillo en sus ojos y color en sus mejillas. En sus ojos había lujuria, podía saberlo, ya que en tantas ocasiones la contempló con ese mismo gesto en el rostro. Sabía que estaba enojado, pero de alguna manera estaba segura que cantaba victoria en sus adentros al sentirla cooperar.
—Hagamos un trato.
Kagome propuso.
—Puedes sobrevivir si te permito tocarme, ¿verdad?
En asintió emocionado.
—Lo permitiré—continuó ella con seriedad, sin permitirse influenciar por la mirada cargada de deseo del hombre frente a ella—pero tengo cuatro condiciones.
El la analizó, ansioso, movió sus manos un poco, en un intento de controlar el impulso de sostenerla contra él.
—Primero, tienes que prometerme que no me matarás—al verlo arquear la ceja con un notable "¿no habíamos hablado ya de eso?" le hizo continuar: —Si pudiera, te haría jurarlo con sangre— se quedó pensando un momento y lo miró con intriga, pero al verlo negar desistió de la idea.
Kagome se sentó en el reposabrazos del sillón, el alzó la mirada y casi gime de gusto cuando ella pasó una de sus manos por su cabello, desde su sien hasta detrás de sus orejas, deleitándose con lo suave que era a pesar de parecer cabellos canosos.
—Lo segundo es que jamás me volverás a tocar en la vida real— no podía olvidarse de la mano que la acarició mientras dormía días atrás. A pesar de no sentir miedo, el experimentar cualquier otra cosa parecida podría crearle un colapso mental—. Lo que ocurra aquí, no puede salir allá. Necesito tener paz, al menos al estar despierta.
El asintió, conforme con las condiciones que le estipulaba Kagome.
—Lo siguiente es que sólo puedes visitarme los viernes y los sábados.
El se puso de pie, demostrando su inconformidad con aquella clausula. Se giró enojado a mirar a Kagome, quien continuaba sentada de manera relajada en el reposabrazos. Ella lo miró divertida.
—¿Qué? ¿Necesitas más días? —le cuestionó al verlo señalar su cuerpo escuálido, diferente al que había conocido antes.
El asintió enérgico, mientras alzaba cuatro dedos, indicando los días que quería tomar, o tomarla.
—Bien, cuatro días—señaló ella—. Pero los dos días que no sean fines de semana tienes que darme al menos seis horas de sueño en paz, ¿queda claro?
Sonrió satisfecho. Cruzando los brazos y mostrándose un poco más relajado.
—Las negociaciones serían mucho más sencillas si hablaras conmigo—le indicó.
El rodó los ojos con molestia ante su insistencia.
—Eso me lleva a la última condición— señaló—Yo podré hacerte lo que quiera, seguramente mis fantasías más eróticas no pueden compararse a lo que sea que pase por esa mente.
Él sonrió emocionado por la idea de ella teniendo el control, era una cláusula que podía aceptar con gusto. Inmediatamente la imaginó encima de él, dominándolo a su antojo, mientras el consumía de ella. Se le hizo agua en la boca, hasta que ella terminó su requisito.
—Tú sólo puedes utilizar tus manos y tu boca conmigo—ordenó. Pudo ver en su rostro el notorio desacuerdo así que prosiguió: —Al menos hasta que hables conmigo, no pienses que te dejaré follarme—sonrió triunfante al pensar que podría salirse con la suya—. Esas son mis condiciones si quieres mi permiso.
Quiero que disfruten de mis historias como yo lo hago con muchas de las de ustedes. Dejen sus sugerencias en sus comentarios.
Muchas gracias.
