Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "El reflejo de la bruja" de Raiza Revelles, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Capítulo 18: Cicatrices y gusanos
Bella no podía hablar.
Sus labios se sentían adormecidos y su boca estaba rellena de paja. Edward no la miraba, sus ojos estaban desenfocados y su cabeza estaba agachada. Parecía que su cuerpo se doblaba hacia su interior.
—Sentí el golpe de poder con tanta fuerza que caí de rodillas en el bosque. Creí que era mi fin, me estaba retorciendo como un gusano de tierra. No sabía lo que estaba pasando hasta que poco a poco pude distinguir la corriente de poder puro abrazándose a las fibras de mi ser. Algo le había ocurrido a mi padre. —Vio la manzana de Adán en su garganta moverse—. No tengo idea de qué pudo haber hecho para entregarme su poder, pero lo que sentí aquella noche era la energía del Incendiario que comenzaba a llenarme, no había forma de negarlo. Bajé por la puerta en el lago y corrí a casa tan rápido como pude, pero era muy tarde. —Cerró los ojos y se estremeció—. El vestíbulo se veía como un matadero. Había sangre salpicada en el piso y las paredes. Montones de nuestros soldados estaban despedazados en el suelo y entonces lo vi. Mi padre estaba colgado, al revés en el centro de toda la carnicería. Su cuello todavía goteaba sangre oscura hacia el piso que mi madre había tardado tanto en elegir.
—Edward... —Su nombre salió de los labios de Bella en automático. No podía evitarlo, era lo único que podía ofrecer estando tan lejos de él. Quería que supiera que lo acompañaba en su dolor porque no podía imaginarse lo que estaba sintiendo. No iba a pretender que lo entendía porque no lo había vivido en su propia piel, pero podía ofrecer compartir el peso del recuerdo.
—Mi madre estaba sentada como una muñeca rota recargada contra una de las columnas en donde acomodábamos los escudos de nuestro dominio. Le habían arrancado una pierna y su abdomen estaba destruido. Caius había atacado por sorpresa nuestra casa mientras yo estaba perdiendo el tiempo, dudando sobre cumplir con mi deber. —Se enterró las uñas entre el cabello con tal fuerza que Bella creyó que vería sangre resbalar por su rostro—. Pensé que James iría tras él para vengarnos, pero entonces lo vi. No, lo escuché antes de verlo. —Sus ojos se entrecerraron con el dolor de años penando—. Escuché quejidos cerca del cadáver de mi padre. Un sonido patético y doloroso que jamás pensé que emitiría la garganta de mi mentor. Fue entonces cuando pude verlo. Con el pecho contra el suelo y sobre un charco inmenso de su propia sangre estaba nuestro mejor soldado, nuestra esperanza. Siempre le dije que su cabello se veía como las flores de plumeria por su color, pero ese día no quedaba nada de él. Sus mechones eran del color del vino, al igual que la piel de su rostro.
Bella sintió que su estómago se estrujaba como una esponja.
—Estaba vivo, pero no sabía cuánto más resistiría. Yo estaba petrificado dentro de mis botas. Quería gritar y correr hacia él, pero no podía hacer absolutamente nada. James se arrastró hacia mí como pudo y me confirmó entre sus últimos suspiros que Caius nos había encontrado después de siglos de batalla. Levantó la mano y me dijo —hizo una pausa—: Edward, hermano, ayúdame por favor. Pero yo no podía moverme. Mi cuerpo había dejado de ser mío y se había entregado al espíritu del terror. Su voz todavía me atormenta cuando intento dormir. Me suplicó ayuda una vez más, pero no hice nada. Intercambié mi piel por la de un maldito cobarde. —Respiró por la nariz y exhaló por la boca un par de veces. El fuego verde de sus ojos resplandecía con ira y angustia—. Escuché que más soldados se acercaban a nuestra casa y, a mi izquierda, vi que mi madre recobró la conciencia unos segundos solo para decirme: «Corre». Eso me reactivó y salí huyendo de ahí con tal velocidad que ni el mismo Lucifer podría haberme alcanzado. James gritó mi nombre hasta que su garganta se volvió aserrín, pero jamás miré hacia atrás. Mi único pensamiento era que necesitaba ir tras la suma sacerdotisa, que necesitaba hacerme de su poder si quería tener oportunidad contra el ejército de Caius. Cuando estaba subiendo por los túneles hacia el mundo humano, un sucio demonio de clase baja se abalanzó sobre mí y logró sujetarme contra el piso aprovechando mi estado. Logré quitármelo de encima. Encontré la casa de Sulpicia y, para mi buena suerte, esa noche recibía la visita de su prometido.
Bella no pudo ocultar la confusión y sorpresa que seguramente pintaban su rostro ante esas palabras. Nunca había escuchado de un prometido de su abuela. No había foto alguna en la casa y Sulpicia no parecía creer siquiera en el matrimonio o en el amor. En el aquelarre hubo algunas brujas que decidieron encontrar un esposo, pero Sulpicia jamás se vio interesada en lo más mínimo en el tema, y a juzgar por la edad de su madre, su abuela había quedado embarazada muchos años después de este misterioso prometido.
—Logré engañar a su prometido creando una ilusión de un niño lloriqueando por sus padres y, cual pez frente a una buena carnada, mordió el anzuelo. Su prometido era un simple mortal, así que fue sencillo deshacerme de él y alimentarme de su alma.
El hecho de que su abuela pensó pasar varios años de su vida compartiendo su hogar con un mortal seguía siendo difícil de digerir. Siempre les había puesto todas estas reglas encima sobre no convivir con ellos más de lo necesario y Bella asumía que esa había sido su filosofía desde siempre.
—Tomé su forma y me dirigí hacia Sulpicia confiado de haber absorbido hasta el más diminuto detalle de su apariencia. Me pidió que nos encontráramos a medianoche en el bosque y esperé hasta que el reloj marcó la hora acordada. Llegó a mí con los pies descalzos y una sonrisa en el rostro. Tocó mi rostro y me desvanecí. Cuando desperté estaba en este sótano, en donde Sulpicia me encerró en el espejo usando su magia.
El peso de lo que acababa de contarle estaba asentándose sobre su cabeza. Había muchas incógnitas sin resolver en esa historia, en particular no entendía por qué su abuela estaba buscando información sobre Edward y decidió perdonarle la vida en vez de destruirlo por haber asesinado a su prometido. ¿Para qué? ¿Con qué propósito? Había algo más ahí, Bella podía sentirlo cosquillear en su cerebro.
—Nunca pude preguntarle a mi padre sobre los rumores que se decían de mí y ahora tal vez nunca lo sepa.
Sus ojos se conectaron con los de ella y respiraron juntos. Había algo en esa acción, en esa inesperada y breve conexión, en la que sin decirse nada coordinaron sus respiraciones, que hizo que una pequeña araña de emoción le recorriera a Bella la columna.
—Pero... —Comenzó a morder las uñas, pero al darse cuenta de que eso era algo que haría su madre al sentirse nerviosa, prefirió colocar sus manos en el regazo como si estuvieran regañadas—. No tiene sentido que seas humano. Los mortales no pueden siquiera sobrevivir en el infierno, tú mismo me lo has dicho. Mucho menos pueden devorar almas y cambiar de forma. —Sintió los músculos de su entrecejo apretarse con fuerza.
—Lo sé. —Asintió con la cabeza—. Puedo asegurarte que la flama del caos está en mi interior y es la que me mantiene andando. Suena ridículo de solo pensarlo.
—¿Pero...?
Edward rio y la vibración de su risa rebotó por las paredes.
—Vas a exprimirme todo lo que tengo, ¿no es así?
Bella dio un pequeño salto dentro de su piel. Lamió sus labios pensando en qué decir. ¿Debía disculparse? ¿Debía decirle que no le contara? Pero no podía quedarse sin esta pieza de la historia. Tal vez era más similar a su abuela de lo que creyó. Tal vez las mujeres de su casa compartían espíritu y apellido.
—Me gusta cómo te ves así. —Ladeó la cabeza con una mirada casi adormilada—. Perdón por el atrevimiento, pero quería decírtelo.
—¿Cómo?
—Así. —Recargó el codo sobre su rodilla y su barbilla sobre el puño de la mano para observar su rostro—. Con la piel sonrojada. Me hace pensar que te agrado.
Dioses.
Bella sintió que se encendió en llamas y que en su pecho había una familia de colibrís tratando de escapar de un incendio.
—Estás buscando evadir el tema —pronunciaba sus palabras con tartamudeos y endureció su expresión para recobrar algo de dignidad.
—O simplemente te estoy haciendo un cumplido. —Arqueó ambas cejas—. También existe esa posibilidad.
Bella atrapó su labio inferior entre sus dientes, tomó una de sus trenzas y empezó a pasarle sus dedos de arriba abajo.
—Gracias. —Miraba hacia cualquier lugar y cualquier cosa con tal de evitar a Edward, pero sus ojos la traicionaban regresando a él.
—También me gusta el color de tu cabello. No muchos en ese plano tienen el cabello caoba. —Sus dientes reflejaban la luz de las antorchas.
Ella sintió que se derretía, sus labios se movieron para formar una sonrisa involuntaria y siguió torciendo su trenza con las manos.
—A mí me gustan tus ojos. —Esperaba que eso sonara tan suave y natural como él decía las cosas.
—No me digas cosas así. Ya pienso en ti lo suficiente cuando no estás, no necesito hacerlo aún más.
Una sonrisa y el incendio dentro de ella la consumió.
—Con respecto a lo que dijiste hace rato... —Pasó saliva—. Sí me agradas. Perdón si te hice creer que no.
—Tú también me agradas. —Exhaló—. Lo suficiente como para dejarte saber tanto de mí y de mis dominios. Creí que tal vez nunca relataría todo esto en voz alta.
—Sé que no fue fácil y te agradezco mucho que confiaras en mí, Edward. Prometo que valdrá la pena.
—Ya lo vale. —Su expresión era gentil y también se notaba un ligero tinte rojizo sobre su piel—. No importa qué ocurra después, ya lo vale.
Continuaron conversando mientras la flama de las antorchas regresaba por completo a su tamaño habitual. Trataron de mantener la conversación lejos de temas difíciles para darles un descanso a sus conciencias. Hablar de temas inconsecuentes se sentía casi como una indulgencia. Como las temporadas en las que en casa de Bella ayunaban y seguían una dieta estricta de agua y frutos del bosque durante una semana para limpiar sus cuerpos y purificarse para ciertos rituales. Sin embargo, había momentos en los que Bella se escapaba al pueblo y compraba crepas de fresa sin que nadie la descubriera. Justo así se sentían esas pláticas.
Estaban compartiendo un poco más sobre sus cosas preferidas para conocer más del otro. El libro favorito de Edward era Frankenstein, aunque James solía fastidiarlo diciéndole que esa no era literatura que valiera la pena. Bella le confesó que, aunque no acostumbraba a leer muchas novelas, su favorita era una que había comprado en una librería mágica. El título era La gran montaña y era una historia ficticia sobre la reina de los elfos. Ya había escuchado del libro gracias a Alice, que lo había empezado y terminado el mismo día, pero no tenía planes de leerlo. Sin embargo, cuando llegó a la librería la dueña de la tienda, una gata calicó que usaba los sombreros más bonitos que hubiera visto, le comentó que era la novela más popular entre las brujas de su edad últimamente. Eso despertó su curiosidad y decidió darle una oportunidad a la historia y terminó encantándole. Pasaron después a preguntarse sobre sus colores favoritos y cuando Edward le dijo que detestaba el color amarillo empezó una discusión.
—Es un color horrible. —Edward apretó los labios viéndose ofendido.
—Es un color bonito —dijo Bella con cara de disgusto.
—Pero a ti tampoco te gusta tanto, nunca usas ese color cuando vienes.
Touché.
—Aun así, sigue siendo un color bonito, te hace sentir optimista. —Se encogió de hombros—. Además, no siempre me visto de mi color favorito. En casa normalmente vestimos de negro, pero mi color favorito es el menta.
Edward sonrió.
—Ese sí es un bonito color, contrario al amarillo, que no puedo mirarlo sin que me duela la cabeza. —Se estremeció de forma dramática.
—Es ridículo. Es un color que está en la naturaleza.
—Lo lamento, pero es horrible. Si hiciera una lista mental de cosas que detesto profundamente, el color amarillo estaría bastante alto en la lista.
—¿Y cuál es un color que sí te gusta?
Edward lo pensó unos momentos. Se cruzó de brazos y su mirada se dirigió hacia el techo mientras consideraba su respuesta.
—Índigo —dijo finalmente—. El color del cielo nocturno. Al menos creo que ese es su color, si mi memoria no me falla.
—¿Cómo es el cielo en el reino del caos?
—Depende del dominio en el que estés —las esquinas de sus ojos se arrugaron al sonreír—, pero en su mayoría está hecho de bruma y gases violetas. Así se ve el cielo de la mayoría de las regiones que he podido visitar, pero he escuchado rumores de que hay una región en donde el cielo está hecho de escamas de pez.
—¿Escamas de pez? —Parpadeó—. Pero ¿por qué?
—Nadie lo sabe. —Sonrió—. Tal vez no está hecho de escamas, sino que peces gigantescos obstruyen la vista.
Bella puso cara de asombro.
—Creo que prefiero el cielo que tenemos aquí.
—Siendo honesto, yo también. Todo es más hermoso en este plano.
¿Había un subtexto? El lenguaje corporal de Edward no le revelaba nada. Solo estaba mirándola con una expresión serena y los antebrazos recargados sobre sus rodillas.
—¿Cruzabas mucho a nuestro reino?
—Sí, bastante. Me daba cierta... —pausó unos segundos— paz. Creo que esa es la palabra que usaría. Me gustaba estar en casa y demás, pero en el mundo humano encontraba balance.
—¿De qué forma? —Bruja o no, Bella era humana y no podía pensar en algo menos pacífico en ese plano que ellos.
—Un buen ejemplo son las fiestas.
Ella bufó y se reacomodó en el suelo.
—Debe ser broma. El infierno es famoso por sus fiestas. —Había aquelarres que seguían prácticas distintas a las de su abuela y buscaban oportunidades para encontrarse con demonios y beber y cantar por días y noches enteras.
—Y me encantan, pero una fiesta puede durar semanas. Prefiero los festejos terrenales en donde puedo descansar un poco entre cada baile. — Su rostro esbozó una sonrisa—. Hay mucho encanto en este plano, a mi padre también le gustaba cruzar hacia acá. Él creía que se le otorgaron grandes bellezas a este mundo porque debido a su naturaleza mixta hay gran belleza en ustedes por su diversidad. Solía decir que le gustaban los humanos porque son los hijos del orden criados con los besos del caos. —Sus ojos se suavizaron—. Y esa es una combinación verdaderamente mística.
Las esquinas de la boca de Bella se alzaron casi sin que ella se diera cuenta.
—Me hubiera gustado conocerlo.
—No lo sé. —Sonrió mostrando todos los dientes—. No sé qué opinaría él de alguien a quien le gusta el color amarillo.
Se escuchó un suspiro ahogado.
—Entonces puedes olvidarte de las gelatinas que te prometí el otro día.
Edward alzó ambas cejas.
—No tenemos por qué llegar a extremos. Simplemente quiero ayudarte a mejorar.
—No puedes mejorar una opinión.
—Claro que sí, cuando es una opinión equivocada. Y si me permite decírselo, madame, ser partidaria de un color tan insulso como el amarillo no va con una dama de su calibre.
Ahora la risa sonó airosa.
—¿Dama de mi calibre? —Movió sus faldas—. Estoy cubierta de tierra. Creo que se confunde de bruja, caballero.
—Incluso en harapos se ve perfecta, madame.
Bella sintió sus mejillas encendidas de vergüenza.
—¡No son harapos! ¡Estás exagerando!
Edward se carcajeó y echó la cabeza hacia atrás. Bella intentaba mantener el ceño fruncido, aunque sus facciones luchaban contra ella queriendo imitar la sonrisa en el rostro de Edward.
—Retráctate. Eres un grosero.
Edward seguía riendo. Bella perdió la lucha contra ella misma y empezó a reír también. Por lo general lucía tan recatado que verlo derretirse de esa manera era algo que realmente le encantaba.
—Lo siento —dijo Edward tranquilizándose y respirando despacio —. Solo bromeo.
—Pues me alegra ver que te divierte mi sentido de la moda. — Se cruzó de brazos y apretó los labios.
La sonrisa de Edward era tan grande que Bella no sabía si era contagiosa o aterradora, con esos colmillos filosos, pero si se guiaba por el cosquilleo en sus adentros, podía saber la respuesta.
—¿Sabes? La primera vez que te vi me enervaste —comentó él —. Después de tratar de escapar de mil maneras y rogar por ayuda a quien fuera que me escuchara, creí que el hecho de que quien me encontrara fuera la nieta de mi captora era simplemente una burla cruel del destino. —De nuevo esa expresión adormilada que hacía que su estómago se enroscara—. Pero hoy no está tan mal.
—¿Tan mal? —Una media sonrisa.
—Podría ser peor. —Se humedeció los labios y bajó la voz—. Me alegra que seas tú.
—También me alegra que seas tú.
Regresó a casa y abrió la puerta trasera con cuidado. Se quitó las botas para tratar de hacer el menor ruido al caminar. Patricia avanzaba a su lado con pasitos rápidos pero silenciosos.
En la columna de Bellatrix la Loca había leído cientos de chismes sobre escapadas nocturnas y jóvenes rebeldes siendo descubiertos por sus padres o clanes o aquelarres, pero jamás pensó que ella se encontraría en una situación así. No porque fuera fanática de las reglas, sino porque en realidad no pasaba nada interesante ni en su casa ni a su alrededor que ameritara romper el toque de queda.
Hasta ahora.
Se reprendió a sí misma por estos pensamientos. Los chismes en la columna de Bellatrix eran escapadas amorosas. Bella estaba simplemente trabajando. Y esa noche había hecho un gran progreso. Habían descubierto que, con suficiente concentración de poder, su magia podía atravesar el espejo. Eso cambiaba las cosas porque podía pasar de intentar deshacer el hechizo a intentar un conjuro de escape. Ese tipo de magia era más sencilla y significaría no tener que deshacer lo que su abuela había creado, sino simplemente abrir un hueco. Y si lograba aprovechar los momentos en los que había picos de desestabilidad mágica...
—Buenas noches, Bella.
—Dioses. —Puso su mano contra su pecho para evitar que su corazón se saliera corriendo. Dio un repentino paso hacia atrás y casi aplasta a Patricia por accidente.
—Mejor dicho, buenos días. —Kate estaba sentada en la base de las escaleras que llevaban a su cuarto. Su cabello se veía más blanco que rubio y lo llevaba en una coleta. Sus ojos estaban entrecerrados y la miraban con tanto enojo que le recordaron a los de un tiburón—. ¿Se puede saber en dónde estabas?
No.
—Estaba...
—Ni siquiera te molestes en inventar algo. —Se puso de pie y con un ademán le indicó que se callara.
Bella trató de pasar la bola de tensión que se atascó en su tráquea.
—No te cambiaste después de trabajar en el jardín. —Exhaló—. Vamos, te acompaño a tu habitación.
La idea de regresar a su cuarto y volver a ver al señor sin un ojo la ponía tensa. Iba contando los pasos que daba para distraer su mente. No sabía cómo reaccionar si abrían la puerta y él seguía ahí, observándola.
Kate giró la perilla, empujó la puerta, y Bella apretó los dedos de sus pies dentro de sus botas, lista para encontrarse con...
Nada.
La habitación estaba vacía. No solo eso, estaba intacta. Como si el torbellino de hacía unas horas nunca hubiera ocurrido.
Se sintió tan aliviada que por un momento el hecho de que Kate la descubriera parecía no importar.
—Tu falda está agujerada. Ponte tu camisón para que pueda lavar y remendar esto. —Se veía cansada. Había un tono azulado bajo sus ojos y su piel se veía más pálida que de costumbre. Seguramente no estaba durmiendo para estar al pendiente de Sulpicia.
—Yo puedo hacerlo. No te preocupes.
—Pero no lo harás. Esta no es la primera vez que noto que esta falda está desgastada. Anda a cambiarte.
Así lo hizo y aprovechó para lavarse la cara y las manos. Se tomó unos momentos para esconder los zapatos de Tanya dentro del baño y, cuando salió, Kate la estaba esperando junto a su escritorio.
—Tu cabello se ve como un gato erizado. —Alzó el cepillo de Bella e hizo un movimiento para indicarle que se sentara frente a ella.
—¿No has dormido nada? —le preguntó cuando sintió las manos de Kate acomodar su cabello con cuidado.
—No estamos hechas con la misma arcilla. Unos cuantos días sin dormir no van a matarme.
—Pero de todas maneras te afectan. Podemos turnarnos el cuidado de mi abuela.
—No, está bien. —Kate pasaba las cerdas del cepillo con tanto cuidado que ni siquiera le dolía cuando deshacía los nudos más tercos.
Bella tenía un cabello muy abundante que tendía a enredarse muchísimo, de ahí la decisión personal de acomodar su cabello en dos trenzas para ahorrarse trabajo. Cuando Bella era pequeña Renné solía perder la paciencia bastante rápido al peinar a sus hijas y ella temblaba cuando la llamaba para arreglarle el cabello antes de sus lecciones de hechicería. Kate lo notó y ofreció ayudarle a su madre con ese tema. Las mañanas con Kate cepillando su cabello justo como en ese momento eran tal vez lo más relajante de sus días. Era su pequeña burbuja de calma antes de salir a las tensiones de la responsabilidad. Cerró los ojos dejándose llevar por el momento.
—Ya está muy largo —comentó la demonio con su voz queda—. Y pensar que hace poco lo cortaste hasta los hombros.
—No me lo recuerdes, ya no puedo cocinar con miel sin ponerme un gorro. —La expresión en su cara delataba lo desagradable que fue ese terrible accidente de cocina. No había sido tanto su culpa, fueron los niños a quienes les estaba tratando de enseñar a preparar pan de maíz en la escuela cercana, pero aun así debió ser más cuidadosa.
—Has crecido mucho. Los años se fueron más rápido de lo que creí. —Sonaba triste y alejada—. Un día, Sulpicia llegó con tu madre aun en brazos y pañales y esa bebé creció en un parpadeo y tuvo una hija que ya es una mujer. —Dejó el cepillo sobre el escritorio y empezó a acomodar el cabello en una sola trenza—. Me hubiera gustado ver crecer también a Tanya.
Bella sintió que le atravesaron una espada entre las costillas. Tanya no tuvo oportunidad de crecer y madurar por su culpa. El sentimiento le pegó de manera tan repentina que se quedó sin aire. La visión se le borró por las lágrimas que le mojaban las pestañas.
—A mí también. —Apenas escuchó su propia voz. Sonaba como si la hubieran molido hasta hacerla polvo.
—Era una bruja con una gran promesa en sus manos. —La voz de Kate estaba cargada con tanta melancolía que una lágrima resbaló por la cara de Bella y cayó sobre el escritorio.
—No quise hacerte llorar, no debemos hablar de eso. —Sus dedos terminaron de hacer la trenza y caminó hacia la cajonera para buscar algo para atarla.
—No. —La respuesta vino desde el centro del ser de Bella—. No. Estoy harta de que finjamos que nunca pasó, de que no tengamos fotografías de ella en la casa, de que no intentemos salvarla, de que no podamos hablar de lo que hice.
—Bella, eras tan solo una niña.
—No importa. No importa si era una niña o no. Tú viste lo que hice, tú estabas ahí.
Kate parpadeó.
—¿A qué te refieres? Yo no estaba ahí. Las recibí en casa cuando la señora Sulpicia fue por ustedes.
La mente de Bella empezó a revolverse. En su recuerdo había alguien más con ellas, estaba segura. ¿Pero quién? Esta era la primera vez que le daba voz a ese pensamiento y fue tan natural que no logró analizarlo antes de que partiera y que la figura en su recuerdo volviera a desaparecer, dejándolas a Bella y a Tanya solas frente al lago una vez más. ¿Quién era la otra persona si no era Kate? ¿Quién las había acompañado y por qué había olvidado esa parte?
En ese momento se le escapó un bostezo.
Cuanto más intentaba recordar, más cansada se sentía. Hizo un último intento por rescatar esa imagen antes de que desapareciera y creyó ver a un hombre de cabello rubio cuando sus ojos empezaron a cerrarse.
—¿Bella?
—¿Mmm?
—Al menos debes dormir en tu cama. —La ayudó a levantarse y con cuidado la acomodó bajo el cobertor.
Kate se despidió y salió de su habitación. Entre sueños Bella pudo formar dos pensamientos que esperaba no olvidar al día siguiente. Lo primero era tratar de recordar quién era el hombre que las acompañó ese día y lo segundo era que acababa de caer en cuenta de que Edward logró engañarla para no decirle por qué pensaba que era en parte humano.
Se quedó dormida sintiéndose extraña, molesta y confundida.
