Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "El reflejo de la bruja" de Raiza Revelles, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Capítulo 19: Suturas

Se sentía increíble.

Su magia brillaba de una forma que no había experimentado en meses y su cuerpo se sentía como si hubiera dormido tres días enteros. Justo como Rosalie le había dicho, estaba bastante recuperada. Aquel también era un día especial porque el castigo de su abuela había terminado al fin y era libre de salir de casa para trabajar y conseguir materiales.

Tomó los zapatos rojos de Nya y los envolvió en una pijama, la cual guardó en el último cajón dentro de su guardarropa y lo cerró con llave.

—Siempre me esfuerzo en mi apariencia, no sé de qué estás hablando. —Estaba frente al espejo del baño aplicándose rímel en las pestañas y rubor en las mejilas. Había tomado un largo baño y se había untado aceites con olor a coco y vainilla. Patricia estaba junto a ella acusándola de todo tipo de cosas, pero Bella no iba a ceder.

—Cuando voy al pueblo me arreglo más que cuando estoy en casa.

Y si el vestido de tartán sobre su blusa blanca era de color índigo, bueno, era una verdadera coincidencia. Cubrió su cabello de crema para peinar y lo dejó suelto antes de amarrar una pañoleta blanca sobre su cabeza.

Patricia la miró.

—No tiene nada de raro cambiar de peinado de vez en cuando, estás creando historias en tu cabeza.

Definitivamente no iba a permitirse siquiera pensar en que sentía algo por Edward. Porque no era así. Los demonios sabían cómo ser carismáticos y seducir incautos, no iba a fantasear con la idea de que él podría estar interesado en algo más que una colaboración...

No es que importara. Porque definitivamente Bella solo estaba interesada en trabajar con él.

Bajó a la cocina para desayunar y se topó con Alice, que ya estaba sentada con un libro de cubierta de cuero negro en la mano y un plato de fruta frente a ella.

—Buenos días. —Anunció su llegada con ánimo. Esa mañana sentía que podía lanzar una cuerda a la luna y traerla hacia ella.

—Bonjour. —Alice atravesó un trozo de piña del plato con su tenedor sin quitarse el libro de la cara.

La cocina olía a jamón, pan y jugo de naranja. Kate estaba en la estufa batiendo lo que parecía ser un omelet.

—¿Cómo dormiste? —le preguntó cuando Bella se acercó a ver qué estaba preparando. Su estómago gruñó sin un ápice de vergüenza. Kate llevaba un vestido gris suelto hasta los tobillos y un delantal con girasoles para no ensuciarse.

—Honestamente, muy bien. Me siento increíble. —Se asomó hacia la sartén en donde todo estaba agarrando forma—. ¿Eso es para mí?

—Era para Renné, pero puedes comerlo.

Bella tomó un plato y lo acercó para que Kate pudiera servir el omelet.

—Se ve delicioso. Muchas gracias. —Llevó su plato a la mesa con un salto al caminar—. ¿Todavía tenemos salsa de tomate?

—En el refrigerador. —Kate señaló con la cabeza mientras empezaba a batir más huevo.

Estaba por abrir la puerta de metal cuando vio una nota adherida con un imán de un parque de diversiones que Alice había traído de un viaje familiar.

—¿Mi abuela no está en casa? —preguntó tomando el pequeño papel con letra cursiva. Lo que decía era breve y conciso.

Bella:

Se que hoy se rompe el castigo y eres libre de salir, pero quiero verte en mi estudio a las 8, puntual.

Sulpicia

—Fue al lago con la señora Renata y Lilian —comentó Kate.

Bella torció los labios y abrió la puerta del refrigerador. Encontró la botella de vidrio con la salsa detrás de un bowl de ensalada, pero cuando estaba por tomarla, el condimento chilló y saltó hasta el fondo. Bella se sorprendió, pero hizo otro intento. Esa vez estiró el brazo tanto como pudo, pero cuando la punta de sus dedos tocó la botella, volvió a chillar como murciélago y se resbaló hasta acomodarse detrás de una jarra de agua.

—¿Por qué la salsa de tomate está huyendo de mí?

—Renné empezó una nueva dieta y hechizó los aderezos para no comerlos —explicó Kate.

—No puede ser. —Bella puso los ojos en blanco y extendió la palma de su mano para atraer la botella con magia. La salsa gritó y gritó, pero Bella no la soltó y regresó con ella a la mesa.

Alice cerró el libro y se cubrió los oídos con ambas manos. —Bella, por favor, suéltala.

Los alaridos llegaron a tal punto que Bella pensó que en vez de una botella de salsa tenía una mandrágora en la mano.

—Está bien, está bien. —Dejó la botella sobre la mesa y finalmente se calló. Alice suspiró aliviada—. No puedo creer que mamá hiciera eso. Comer huevo no es lo mismo sin condimentos. —Partió un trozo del omelet y lo metió a su boca. No pudo evitar la sonrisa que iluminó su rostro enseguida—. Está delicioso, Kate.

—Me alegra que te gustara. —Se acercó con una taza humeante en la mano—. Te preparé té de agua de luna para ayudarte con todo el estrés.

—Que la diosa te bendiga. —Tomó la taza con cuidado y sopló unas cuantas veces tratando de enfriarlo antes de beber y sentir la reconfortante sensación de calidez bajando a su estómago.

—Te ves muy animada hoy —intervino Alice con una sonrisa —. ¿Alguna razón en particular? —Alzó las cejas un par de veces. Hoy traía una sombra dorada que brillaba de forma muy bonita sobre su piel y un vestido color marrón.

—Hoy termina mi castigo y planeo ir al pueblo —dijo con una gran sonrisa.

—¿Solo es eso? —Agarró un trozo de melón de su plato.

—Solo eso. —Se encogió de hombros y siguió devorando el omelet con ímpetu.

—No te creo nada. —Alice entrecerró los ojos y volvió a levantar el libro para seguir con lo que fuera que estuviera estudiando.

—¿Qué lees?

—Es una versión adaptada del Necronomicón. Estoy memorizando el hechizo que presentaré para la parte de Perséfone en el reto.

Oh. Entonces estaba preparando algo relacionado con necromancia.

—¿Vendrás conmigo al pueblo hoy?

—Sí, necesito unos materiales para lo que estoy preparando.

Bella terminó de beber su té y se dio unas cuantas palmadas en el pecho para ayudarse a bajar la comida. No debía comer tan rápido, pero no podía evitarlo cuando estaba hambrienta.

—Qué bueno verte en casa, Bella. ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos el honor de comer contigo? —Su madre entró con un traje negro, los labios craquelados y las uñas casi sangrando de tanto morderlas. Su rostro había perdido color al grado que sus pecas resaltaban más que de costumbre.

—¿Por qué hechizaste la salsa de tomate? —se quejó Bella—. Sabes que me encanta.

—Si hubieras estado aquí ayer para cenar, habrías escuchado que comenté que quiero comer más sano poco a poco. Empecé por los condimentos que tienen más azúcar. —Kate le sirvió su omelet —. Te lo agradezco mucho, Kate.

La demonio normalmente no comía con ellas por la diferencia de dietas. No se alimentaba de humanos por sus creencias, pero sí cazaba su comida en el bosque para que la carne estuviera fresca y la sangre tibia.

—Pero ¿por qué nunca me tomas en cuenta en lo que decides? Yo no quiero dejar de comer lo que me gusta.

—Bella, es muy temprano para que me estreses. —Frunció el rostro y alzó ambas manos con las palmas abiertas en sumisión—. Además, es un hechizo de banshee. Esos no duran nada, entonces no exageres.

Bella no dijo más y estiró su tenedor para robar fruta del plato de Alice.

—Te dejé los ingredientes para los brownies que querías preparar en la alacena. —Kate colocó su mano sobre la cabeza de Bella de manera afectuosa—. Y si vas al mercado, necesito que traigas esto para tu abuela, por favor.

Bella tomó una lista escrita en un papel amarillento. Quería una hogaza de pan, jengibre, aloe y un listón.

—¿El listón lo quiere de algún color en particular? —le preguntó al tiempo que doblaba la lista para guardarla en uno de los bolsillos de su vestido.

—Me parece que quiere uno amarillo y otro rojo.

Bella asintió.

—No puedes pasar ni un día aquí con nosotras. A la menor oportunidad, te vas. —Renné sirvió agua en su vaso.

Alice bajó el libro y le dirigió una mirada a Lena antes de levantarlo otra vez.

—Bella ha estado practicando muy duro para la Danza de los Tres Rostros. Por eso no la vemos tanto.

Bella sonrió.

—Conozco a mi hija, Alice.

Bella puso los ojos en blanco y le robó más fruta a Alice. Su amiga simplemente empujó el plato hacia ella para regalárselo. —Renné, tú también fuiste joven alguna vez y creo que no debo recordarte que estabas en casa mucho menos que Bella. Cuántas veces no tuvimos que regresarte a rastras incluso de otros países. —Kate estaba preparando unos sándwiches de pavo junto a la estufa.

—Precisamente. No quiero que Bella cometa los mismos errores que yo.

—Yo quiero cometer mis propios errores, mamá.

Renné bufó.

—Eso dices ahora, pero cuando algo salga mal, vas a estar llorando.

—Lloro por muchas cosas de todos modos. —Se encogió de hombros—. Una más o una menos no hace diferencia. —Sonrió.

—Muy graciosa —dijo su madre con cara impasible.

Bella decidió no seguir presionando. Sabía que su madre se preocupaba por ella, pero la manera en que demostraba su amor y preocupación siempre caía en este toque brusco que la incomodaba.

Se puso de pie y llevó su plato al fregadero.

—¿Ya te vas? —preguntó Alice.

—Casi —respondió Bella y abrió uno de los gabinetes de la cocina.

—¿Qué buscas? —cuestionó Kate. Los sándwiches ya estaban acomodados en triángulos pequeños y perfectos.

—Esto —dijo Bella con un tazón de cristal en la mano. Caminó hacia la alacena para tomar sal de mar y algo de canela.

—Voy a dejar preparándose un collar para intencionar. —Alice se puso de pie con su libro bajo el brazo. —Entonces ¿te veo en el portón en unos diez minutos?

—Quince.

—Hecho. —Alice sonrió y se fue.

Bella estaba por salir de la cocina cuando escuchó a Renné decirle desde la mesa:

—No olvides llevar un abrigo, la temperatura bajó mucho hoy.

—Así lo haré, mamá. —Y salió de ahí.

Entró al invernadero seguida por Patricia, que estaba muy hambrienta. Dejó el plato sobre una de las mesas y se dirigió hacia el terrario de los gusanos.

—Buen provecho. —Bajó un gusano al suelo y Patricia lo tomó con sus pequeñas patas.

Llenó el tazón de sal y canela. Cortó un poco de salvia y algo de romero. Mezcló todo con las manos mientras concentraba su magia. Sacó de su bolsillo un collar de plata con la rueda de Hécate y lo enterró en el plato. Esto limpiaría el collar de toda energía previa y lo prepararía para hacerlo un amuleto de protección, porque claramente necesitaba ayuda extra.

Algo en una esquina del invernadero llamó su atención. Entre unas macetas vacías y una planta de tomillo estaba su viejo besom, lleno de telarañas y polvo, y la pequeña escoba con los dijes de pentagrama y los cuarzos que le había colgado. Lo tomó con ambas manos mientras su mente empezaba a trabajar. Salvo por la gran diferencia de tamaño, su escoba y su besom se veían muy similares, pero servían a propósitos completamente diferentes.

Patricia se acercó a ella resoplando.

—Es mi besom. Había olvidado que lo dejé aquí. Creo que han pasado como dos años —le respondió.

Lo llevó a la mesa y lo colocó junto al plato en el que estaba trabajando. Patricia le pidió ayuda para subir y Bella la levantó en la palma de su mano.

—Hace mucho que no practico proyección astral —le comentó. «Escoba de casa para viajar en el plano terrenal, besom para visitar el plano astral», era lo que le decía Lilian en sus lecciones.

Patricia lo olfateó unas cuantas veces antes de perder el interés e inspeccionar el plato de sal. Había una idea que comenzaba a darle pequeños mordiscos en la cabeza a Bella intentando hacer un túnel, pero no se concretaba.

Se sintió observada y cuando miró hacia los ventanales, vio un cuervo posado en uno de los árboles frente al invernadero. Sus ojos como cuentas negras estaban posados sobre ella sin la menor vergüenza. ¿Sería Rosalie? ¿Había regresado?

Su entrecejo se marcó y le pidió a Patricia que se quedara a cuidar el collar y el besom mientras ella estaba en el pueblo.

El cuervo extendió las alas y se alejó.

Bella salió a encontrarse con Alice y vestía un abrigo rojo y una canasta en las manos para los encargos de su abuela. El viento estaba tan frío que apenas saliendo de casa sintió que la punta de su nariz se le congelaba.

Alice se había puesto un suéter de lana color blanco y traía su libro bajo el brazo. Movió la mano para saludarla mientras se acercaba.

—¿Lista?

Bella tomó su bicicleta y se montó sobre ella.

—Lista.

—¿Conoceré al misterioso enamorado en este paseo?

Bella rio.

—No. —Fue todo lo que dijo.

—¿Entonces cuándo?

—No voy a decirte nada. —Pedaleó con fuerza mientras Alice trataba de alcanzarla corriendo.

Ya extrañaba eso. Usar su bicicleta, poder ver algo más que su casa o el cuarto del espejo. Sintió la piel alrededor de sus labios jalarse mientras su sonrisa crecía. Había cierta chispa en la familiaridad de los rumbos que consideraba su hogar. El camino de siempre, los letreros de madera que indicaban tener cuidado con los animales de la zona, la banca que los lugareños nunca repararon. Aunque no era de índole esotérica, ciertamente había verdadera magia en su lugar seguro. Magia que, aunque el frío estuviera en ese momento rasguñando sus pómulos, la hacía sentir por dentro como si acabara de beber una taza de chocolate caliente. No podía esperar para compartir esa sensación con Tanya, para mostrarle a su hermana cuánto había cambiado todo, pero también cuánto había permanecido igual que siempre. Algo en ese día la hacía sentirse un paso más cerca de su objetivo, aunque fuera un poco. Esa idea que seguía acomodándose dentro de su cabeza la hacía sentir que había avanzado y que pronto sacaría a Edward del espejo y finalmente salvaría a Tanya.

¿Qué sería lo primero que harían juntas? Conociendo a su hermana, lo más probable es que quisiera organizar toda una celebración. Un festejo con baile y hogueras, y coronas de flores. Bella le prepararía el pastel de zanahoria más grande que se hubiera visto en el reino. Correrían hasta lo más profundo del bosque tras la casa, más allá de lo que jamás hubieran explorado y descubrirían si, en efecto, dormía un dragón en una de las cuevas, como sospechaban cuando eran pequeñas. Se tumbarían a ver las constelaciones mientras Bella la ponía al día con todo lo que se había perdido. Seguramente llamarían a Alice y le pedirían que le leyera la mano a Tanya diez veces al día, esperando que su fortuna cambiara de forma radical con cada pequeña decisión que estuviera tomando. Esperaba que también le agradara Edward y pudieran discutir sobre plantas medicinales y libros.

El aire olía a hierbabuena y madera; no había olido nada más perfecto antes.

—Al fin —jadeó Alice al detenerse a su lado. Sus manos estaban sobre sus rodillas y su pecho subía y bajaba con fuerza—. Creí que mis pulmones colapsarían.

—Y te ejercitas bastante. —Bella bajó de su bicicleta y la recargó cerca de la entrada.

—Pero no tengo tan buena condición física.

Aquel día no había turistas, pero aun así el pueblo vibraba con actividad. Había varias casas en reparación y mesas en donde se recolectaban donaciones para las familias afectadas por los ataques recientes de la mujer cuervo.

—¿Crees que sepan? —murmuró Alice.

—No lo sé. —Los humanos culpaban a las brujas de las cosas más aleatorias, pero rara vez acertaban. No sabía si habían relacionado lo que vieron con alguna de ellas.

Las miradas de las personas se posaban sobre ellas como moscas atraídas hacia la luz. Algunos se veían asustados y otros estaban murmurando entre sí. Unas cuantas veces notaron a algunos caminar hacia ellas, pero parecían arrepentirse en el último momento y regresaban corriendo a sus cosas.

Se acercaron al mercado en donde estaban alineados algunos puestos de frutas y carne de granjas cercanas. Bella compró el aloe con un hombre canoso, el cual saltó cuando sus manos chocaron accidentalmente al darle el cambio, y el jengibre con una mujer de cabello negro que, desde que se acercó, se quedó mirando hacia sus zapatos y no emitió ni una palabra en todo el intercambio. Y por último consiguió los listones como un regalo de una modista que le dijo de manera críptica que recordara ese obsequio y a ella, si algo ocurría.

¿A qué se refería? Bella no tenía idea, pero no iba a rechazar cosas gratis.

En definitiva, todo el ambiente se sentía inquietante.

—Ya solo me falta la hogaza de pan y terminamos —comentó revisando la lista y dejándola caer dentro de la canasta.

—Antes de ir por eso, ¿puedes acompañarme a hacer un negocio? —pidió Alice. Su vista estaba en su teléfono y movía los pulgares con rapidez—. Si prefieres esperarme aquí también está bien, pero estoy algo nerviosa. —Sonrió con sus dientes blancos.

—¿De qué se trata este negocio?

Alice miró a su alrededor antes de tomar a Bella del brazo y susurrarle en el oído:

—Voy a comprarle un cadáver a la funeraria.

El rostro de Bella se iluminó:

—El encargado y yo nos llevamos muy bien —le confesó.

Después de todo, era una de sus mejores clientas. Alice puso los ojos en blanco.

—Bella, tienes que dejar de hacer cosas peligrosas. —Sonrió con picardía.

—Me dices eso después de pedirme que te acompañe a comprar un cadáver.

—Sí, bueno, primera y única ocasión. —Se sacudió el vestido.

La funeraria estaba al oeste del pueblo, cerca de la iglesia, entre dos florerías que competían constantemente con sus adornos hechos de rosas carmín. Bella no opinaba que las rosas fueran la mejor opción para anunciarse como flores de lamento. Tal vez los crisantemos quedaban mucho mejor, incluso las orquídeas o los claveles. A su parecer, las rosas, en especial las rojas, eran flores para expresar amor romántico. Aunque si lo pensaba bien, según algunos mitos, las rosas rojas se crearon de la sangre de Adonis y el dolor de Afrodita al perder a su amante después de ser asesinado por Ares transformado en jabalí. Supuestamente la combinación de la sangre derramada por las heridas de Adonis y las lágrimas de Afrodita transformaron las rosas blancas a su alrededor en unas rojas, las cuales desde ese momento en adelante conservaron ese tono. Así que tal vez, de alguna forma, podrían funcionar para ambas cosas, pérdida o pasión.

El edificio de la funeraria era modesto, pequeño y de color crema. Había un servicio en curso cuando llegaron y tuvieron que pasar entre los dolientes con la cabeza agachada y dando condolencias sin hacer contacto visual con nadie.

—Bruja. —Una mujer mayor con cabello castaño rizado y corto tomó el brazo de Alice—. Devuélvelo a él también —dijo entre dientes. Sus uñas eran largas y por la expresión que hizo su amiga parecía que se las estaba enterrando en el brazo.

—¿Disculpe? —Alice trató de liberarse del agarre, pero la señora solo la atrajo más hacia ella. Sus ojos se veían irritados y llenos de venas.

—Regrésame a mi hijo —exigió escupiendo al hablar y apretó el brazo de Alice con más fuerza.

—Señora, por favor —dijo Bella—. Lamentamos mucho su pérdida, pero por favor déjenos ir.

—¡No!

Todos las miraron. Más susurros, algunos apretaron los crucifijos que llevaban en las manos.

Bella sintió su pulso acelerarse y empezó a contar los ramos con flores a su alrededor mientras trataba de controlar su respiración.

—Era un buen hombre, un dentista honrado.

—Tía, venga conmigo. Salgamos a tomar aire—Un hombre joven con el cabello peinado hacia atrás puso una mano en la espalda de la señora.

—No hasta que me lo devuelva. —Sus ojos parecían estar por estallar y acercó su cara a Alice, tratando de intimidarla.

—Señora, lo siento, pero si no me suelta tendré que defenderme.

Bella se alarmó, no quería causar una escena.

—No sabemos a qué se refiere. Nosotras no...

—Todos lo sabemos. Todos lo hemos visto con nuestros propios ojos. La hija del recolector habló con ustedes y se lo devolvieron de la muerte.

A su mente vino la imagen de la chica de rostro redondo que las interrumpió aquella vez que salieron a cenar. La que les enseñó la fotografía de su padre y les pidió que le ayudaran.

Pero Bella no había hecho absolutamente nada, mucho menos Alice.

—Nosotras no hicimos nada —aseguró Bella.

—¡Falacias!

—Señora, voy a contar hasta tres y si no me deja ir me veré obligada a usar mi magia.

Bella se alarmó. No quería que esto se volviera más grande de lo que ya se estaba haciendo.

—Uno.

—No vas a asustarme, exijo que regreses a mi hijo también.

—Tía, por favor.

—Dos.

Todos los vellos en el cuerpo de Bella se erizaron en alerta. No sabía qué planeaba Alice, pero esperaba que no hiciera que las desterraran del pueblo. Ya estaban pasando por mucha muerte y tragedia como para agregar un altercado con ellas.

—Muy bien, todos tranquilos. ¿Qué está ocurriendo aquí?

Los dolientes empezaron a replegarse hacia las paredes de la funeraria para darles paso a unos hombres de chalecos oscuros y mangas amarillas.

—Tía, es la policía —murmuró el hombre antes de tomar a la mujer de los hombros con rudeza. Finalmente, sus manos la soltaron y Alice quedó libre.

—Escuchamos gritos y la multitud está obstruyendo la calle — dijo uno de los oficiales observando a la gente.

La mirada de Bella gravitó hacia una cabeza de cabello dorado y ojos de zorro. Traía un sombrero y el mismo uniforme que los demás, pero obviamente era él.

—Vámonos —le dijo a Alice.

—Pero yo quiero reportarla —dijo Alice con disgusto.

—Uno de los oficiales es un demonio que conozco, tenemos que irnos antes de que me vea. —Su corazón estaba martillando con fuerza; se agachó tratando de que no la notara.

Alice aceptó y se abrieron paso entre la gente para pasar a las oficinas de la funeraria. Una vez que cerraron la puerta tras ellas, se recargó contra la pared y suspiró.

—¿Puedes creer la actitud de esa mujer? —Alice levantó el brazo—. Rompió mi suéter. Estoy segura de que me sacó sangre. Duele mucho. —Bufó como un gato.

—Los demonios se están escondiendo en el pueblo, seguramente vienen hacia nosotras. —Bella se arrancó la piel muerta de los labios con los dientes.

—Eso pensé también —comentó su amiga—. No sabemos en cuántas casas recibieron a demonios y ni se enteraron los mortales. ¿Crees que aquella chica esté diciendo directamente que fuimos nosotras?

—No lo sé. Espero que no.

Ahora entendía por qué la gente estaba actuando de forma tan inusual al verlas pasar. Creían que escogieron a una mortal para ayudarla mientras dejaban que los demás se hundieran.

—¿Señorita Brandon? —Alice levantó la cabeza y asintió.

—Señor Otto —saludó Bella al hombre de cabello oscuro y corto, dientes grandes y anteojos. Era muy bajito y ella tenía que agacharse un poco para verlo a la cara.

—Bella. —El hombre sonrió—. No esperaba verte hoy. Qué gusto.

—Alice, este es el señor Otto, es el encargado de la funeraria.

Su amiga se acercó y saludó de mano al hombre.

—Pasen por aquí.

Las llevó a la habitación en donde preparaban los cuerpos para velarlos. Había una chica con cabello verde lima poniéndole rubor a un joven pelirrojo.

—Iris, puedes tomarte un descanso.

La chica soltó la brocha y huyó tan rápido que Bella no logró verle la cara.

—Muy bien, señoritas, lo que tengo para ustedes hoy es este joven de veintiséis años. Sano.

Le quitó la manta que lo cubría. Tenía marcas de mordiscos en los brazos y varias heridas que se veían mal suturadas. Con las luces blanquecinas en el techo, la piel se le veía grisácea. Había una línea grande en su abdomen que no habían cerrado.

—Tiene algunos detalles, pero es de los mejores cadáveres que les puedo ofrecer, considerando las circunstancias. No van a encontrar muchos cuerpos completos en estos momentos, este sí es un verdadero hallazgo. —Se colocó unos guantes de látex de color azul—. También tiene todos sus órganos, los cuales no removimos para que usted lo pueda recibir tal cual, señorita Brandon. —Apartó la piel del abdomen como si estuviera abriendo un libro de carne.

Alice se cubrió la boca con la mano y se estremeció.

—Si gusta acercarse, notará que está completo. Si quiere inspeccionarlo usted misma, le puedo dar un par de guantes.

—No. —Alice pasó saliva—. Confío en usted.

Otto volvió a cubrir el cuerpo con la manta.

—Como usted diga, señorita.

Alice torció los labios.

—¿Y sus familiares no sospecharán nada?

—Recientemente hemos recibido muchas peticiones para cremar al difunto y entregar las cenizas. —Otto sonrió y se quitó los guantes antes de caminar hacia un bote cercano y tirarlos—. De hecho, también cremaremos al hombre del servicio de hoy y tomaré parte de las cenizas de él para entregárselas a la familia de este joven. Nadie se va a enterar, no se preocupe. Tenemos las mejores políticas de confidencialidad. Ni se imagina la cantidad de caníbales que nos visitan desde Dublín. —Soltó una carcajada.

Alice entrecerró los ojos mientras observaba la cara del chico muerto. Había algo cocinándose tras su mirada.

—¿Qué pasa? —le preguntó Bella en voz baja, pero aun así el señor Otto pareció escuchar.

—¿No le gusta, señorita? Mil disculpas. Por la premura es el mejor candidato que pudimos conseguir, pero si nos da usted un mes.

—No, no es eso. —Alice negó con la cabeza—. Quiero comprar el cadáver del hombre que están velando hoy.

Le tomó unos momentos a Otto poder reaccionar.

—No le recomendaría ese cadáver, señorita. Su rostro estaba bastante desfigurado cuando lo trajeron. Hicimos lo mejor que pudimos para reconstruirlo, pero... puede ser algo impactante. Además, le falta un brazo.

—¿Entonces me lo vende a menor precio?

Bella abrió la boca estupefacta.

El señor Otto se reacomodó los anteojos y parpadeó unas cuantas veces, considerando lo que se le pedía.

—Muy bien. —Sonrió—. Podemos entregarle el cuerpo en su domicilio esta misma madrugada.

—Excelente —aceptó Alice complacida y sacó un sobre amarillo de su bolso—. Aquí tiene la cantidad que acordamos.

El señor Otto intentó convencer a Bella de comprar más dientes y ella estuvo bastante tentada a hacerlo, pero por el momento debía guardar sus ahorros para los ingredientes que pudiera necesitar para liberar a Edward. Salieron de la diminuta funeraria temiendo ser atrapadas nuevamente por la señora, pero para su sorpresa no la vieron por ningún lado, aunque el velorio seguía.

—No puedo creer que vayas a hacer esto —le comentó Bella.

—Creo que es una buena demostración de poder.

—Pero podrías invocar entes a través de una sesión espiritista.

Bella cerró los botones de su abrigo. La temperatura parecía bajar cada vez más. Le hubiera gustado llevar una bufanda.

—Eso es muy similar a lo que puedes hacer tú. —El viento estaba haciendo que los rizos de Alice chocaran contra sus ojos.

Recorrer las calles teniendo idea de qué era lo que las personas comentaban cuando cubrían sus manos y se acercaban a los oídos de sus acompañantes era estresante, pero al mismo tiempo le daba paz el saberlo.

Entraron a la panadería y la pareja encargada las saludó como siempre. Era una pareja mayor que se había mudado desde Alemania hacía varios años. A Bella le reconfortaba saber que no hacían caso a rumores, o cuando menos eran respetuosos con sus clientes. El olor a pan recién horneado, papel y una pizca de azúcar le acariciaba la nariz.

—Una hogaza de pan, por favor —pidió Bella.

Alice se acercó a los bísquets que estaban acomodados frente a la vitrina.

Le entregaron el pan envuelto en papel y Lena lo guardó en su canasta después de pagarlo.

—Oficialmente terminamos con la lista. Somos libres. —Bella estaba avanzando hacia la salida cuando Alice la jaló del abrigo.

—¿Qué pasa?

—Finge que estás viendo estos muffins. —La arrastró a la vitrina y se agacharon para quedar casi frente a los pastelillos de pasas.

—No entiendo —dijo Bella poniendo mala cara, pero haciendo lo que su amiga le pidió.

—No mires hacia afuera.

Bella tuvo que usar todo su autocontrol para no mirar.

—Tu amigo lleva rato siguiéndonos.

—¿Qué? —Estaba ahogándose con su propia saliva.

Una rápida, muy rápida, mirada hacia afuera lo comprobó. En efecto, ahí estaba Berks en su disfraz de policía con una libreta en la mano. Su corazón se hundió. La última vez que se vieron Berks había actuado muy extraño y mentiría si decía que no le daba algo de miedo verlo fuera de casa.

—¿Quieres que le diga algo?

—No. Tenemos que encontrar una forma de salir sin que nos vea.

—Podemos probar con un hechizo para asustarlo. —Alice tomó dos de los muffins y se encaminó a pagarlos con Bella tras ella.

—Ya lo he intentado antes, usa muchas protecciones. —Sintió como si agua helada cayera sobre su cabeza. Esto solo podía indicar que probablemente trabajaba con brujas que le ayudaban con sus amuletos.

—Tranquila. —Alice la tomó de la mano—. Estamos juntas en esto.

Salieron de la tienda. Bella cerró los ojos con fuerza por unos segundos. Escuchó la campana de la puerta sonar.

Abrió los ojos.

La calle estaba vacía, Berks no estaba por ningún lado.