Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "El reflejo de la bruja" de Raiza Revelles, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.
Capítulo: 20: Infierno, llama, infierno
Su bicicleta se había caído al suelo, así que la levantó para amarrarle la canasta y llevarle a su abuela el encargo.
Levantó la mirada y sintió un rayo de tensión en el estómago. —¿Dioses! —exclamó sin poder controlar sus labios.
—¿Qué pasa?
A unas cinco casas de ellas, sobre el techo de una boutique, estaba Berks con las manos en los bolsillos de su pantalón negro y una sonrisa de lado. Aún traía el uniforme de policía, pero había perdido su sombrero.
Sus manos empezaron a temblar, ¿Qué debía hacer? ¿Enfrentarlo? ¿Correr a casa? No podía dejar a Alice atrás y aprovecharse de que ella traía una bicicleta. Podía ver su aliento saliendo de su boca mientras respiraba.
Berks alzó dos dedos y los puso frente a sus ojos antes de apuntarlos hacia a ella. Un trago de bilis subió por su garganta. El cuervo afuera del invernadero, Berks... estaba harta de sentirse vigilada.
—Vámonos —dijo Bella al notar que el demonio no planeaba moverse.
Alice le lanzó una última mirada a Berks y luego asintió. Emprendieron el camino a casa en silencio, ambas con una nube de preocupación sobre su cabeza. Normalmente Alice le estaría preguntando todo tipo de cosas acerca de Berks, pero ese día iba en silencio y con la mirada desenfocada mientras caminaba. Había un par de espectros al lado de la carretera con el pulgar alzado, pidiendo que algún auto aceptara llevarlos. Sus ojos eran agujeros negros y sus caras, calaveras. Uno de ellos sostenía un letrero que decía «A donde sea». Bella pasó frente a ellos sin decir nada y ellos también la ignoraron.
La temperatura bajaba cada vez más y estaba dejando de sentir las manos en el manubrio de la bicicleta.
—Espera. —Alice la detuvo. Su entrecejo estaba fruncido y miraba hacia sus pies con preocupación—. Sígueme.
Empezaron a caminar hacia los árboles. Lena dejó su bicicleta junto al camino, se detuvo solo el tiempo necesario para recitar un hechizo con el fin de que nadie la robara. Alice guiaba el camino entre los árboles. Bella intentó preguntar a dónde se dirigían, pero su amiga se limitó a pedirle que guardara silencio. Bajaron una colina tomadas de las manos, ayudándose mutuamente a no resbalar. Y entonces se toparon con lo que Alice seguro había recibido en su visión.
Tres hombres con botellas de licor en las manos estaban rodeando a una chica en el suelo. Dos vestían ropa muy similar: pantalones de mezclilla y camisa de botones. El otro traía un overol de trabajo.
—Maldita bruja. —Uno le escupió a la chica en la cara—. No llores y no vayas a gritar o lo vas a empeorar.
Ella se cubrió la cabeza con las manos.
—Por favor, déjenme ir. —Su voz se quebraba—. Prometo que no le diré a nadie lo que pasó. Por favor, por favor.
—¿Qué fue lo que te dijimos? —El hombre del overol se agachó y le apretó la cara con fuerza. Las lágrimas caían de los ojos de la chica y mojaban la mano del hombre—. Te dijimos que no lloraras.
—Perdón. —Tomó aire con la boca y sus labios temblaban—. Perdón.
—Ahora lloras, pero cuando nos estaba matando esa mujer cuervo no estabas triste.
—Es una bruja que duerme con Satanás.
—Yo no hice nada, en verdad. —La chica intentó ponerse de pie con las piernas temblorosas. Su cabello castaño estaba manchado de sangre—. Yo no sé cómo regresó papá a casa, lo juro. —Volvió a estallar en llanto.
Ira.
Ira transformándose en lava que hacía que la cara de Bella se retorciera y chispas salieran de sus dedos. Podía escuchar los cascabeles de mil serpientes en sus oídos. Malditos. Malditos tres veces. Estaban acusando a una chica inocente cuyo único pecado fue pedirle ayuda para recuperar a su padre.
—Hay que quemarla —sugirió el del overol con una mirada de completa locura—. A las brujas se les quema y eso elimina las maldiciones.
—No, por favor, se los suplico. Yo no soy una bruja.
—Yo sí. —Bella salio de entre los árboles—. ¿En qué les puedo servir? —Mantuvo su voz serena pero sus huesos se sacudían queriendo enterrar sus uñas en los ojos de esos hombres. Uno de ellos estaba por acercarse, pero el del overol lo detuvo.
—Espera, con ellas no.
—Ya veo, entonces si se trata de una bruja poderosa no se meten con ella. Anotado —se burló Bella—. Eso me suena más a que se aprovechan de los débiles, ¿no?
Uno de ellos negó con la cabeza.
—Pues yo creo que sí. —Su voz era dulce, como si estuviera hablando con niños pequeños—. Yo creo que solo son unos cobardes.
—Además, su plan era ridículo. —Alice, que se había acercado, sonrió—. Para quemar a una verdadera bruja se necesita más que fuego. A ese ya no le tenemos miedo. —Chasqueó los dedos y una flama apareció sobre su mano. Los hombres dieron un salto hacia atrás.
—Vete de aquí —le indicó Bella a la chica.
Les agradeció y corrió hacia los árboles detrás de ellas. El hombre de overol se puso de rodillas.
—Tengo familia, por favor no me hagan daño. Yo no quería hacerlo. Ellos me obligaron, ellos idearon todo. Por favor. —Juntó ambas manos en plegaria.
Bella se acercó a él y acarició su frente con el pulgar. —Pobrecito, tienes miedo. —Lo dijo como una afirmación.
El hombre asintió con la cabeza.
—Déjame decirte algo. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. El peor círculo del infierno está reservado para los traidores.
Otro chasquido de Alice y un aro de fuego los rodeó. El hombre cayó al suelo convulsionándose y gritando mientras se arañaba la cara.
Alice metió la mano a su bolso y sacó un polvo negruzco, el cual sopló a la cara de uno de ellos, quien de inmediato cayó al suelo junto a su amigo.
El último estaba sudando profusamente. Ríos de agua salada resbalaban por su frente y mojaban su ropa. Trató de huir, pero el fuego creció impidiéndole el paso.
—Las serpientes. —El del overol se arrastraba tratando de alejarse—. Quítenmelas de encima.
El hombre al que Alice atacaba estaba en el suelo con la boca abierta y la mirada perdida.
—¿Cuáles serpientes? —preguntó el último en pie.
—Nosotras. —Bella se cubrió la cara con las manos y cuando las retiró, su rostro se había transformado, ahora tenía piel con escamas verdes y ojos amarillos.
La mirada de la estrella en su piel estaba ardiendo mientras alzaba las manos, y cientos de arañas pasaron a través del fuego caminando hacia sus víctimas.
—Abyssus abyssum invocat —recitó Alice.
—Por el fuego presente y el poder del viento que nos escucha. Por el poder del agua en nuestras pieles y la tierra bajo nuestros pies, yo los condeno —continuó Bella.
Alice le tomó la mano y cerró los ojos. Las arañas subían por los pantalones de los hombres y se escondían bajo su ropa. Tenían cuerpos peludos, patas largas y manchas blancas en el lomo.
—Sus bolsillos están marchitos y sus cosechas secas. Por la luna que todo lo ve y el poder de mis ancestros, estarán en soledad hasta que la muerte llegue a tomar lo que es suyo desde que nacemos.
—Hecho está —dijo Alice.
—Hecho está —repitió Bella.
Las arañas se evaporaron y el fuego se apagó, dejando a los tres hombres observándolas pasmados. El rostro de Bella volvió a la normalidad.
—Para curarse primero tienen que saber de qué están enfermos —indicó Bella—. No culpar a mujeres de pecados no cometidos.
Bella se acercó a ellos y se encogieron con verdadero terror en el rostro.
—No quiero que lloren ni griten. —Llevó su dedo índice a la boca en señal de silencio.
Se fueron de ahí sin mirar atrás. Alice lideraba el regreso mientras Bella la seguía. Se sentía completamente exhausta y drenada de energía. Su cuerpo pesaba toneladas y toneladas de cemento y su pobre alma apenas podía sostenerlo.
Alice se detuvo y Bella casi choca con su espalda.
El espectro de una mujer vestida de novia estaba frente a ellas. Su cuerpo era traslúcido y su vestido largo rozaba el suelo. Tenía el cabello recogido sobre su cabeza y un largo velo con marcas de quemaduras.
—¿Un fantasma en el día? —preguntó Alice.
—¿Puedes verla? —Las cejas de Bella casi le tocan la coronilla. Alice asintió con la cabeza. Eso significaba que era un ente con ataduras fuertes al plano terrenal. Alice tenía razón al sorprenderse de verla a esas horas, porque, aunque Bella veía espectros en todo momento, los ojos comunes solo podían ver a los fantasmas de este tipo bajo el manto del cielo nocturno, cuando las fibras entre dimensiones son más delgadas.
—¿Qué necesitas? —le preguntó Bella.
—No. —Alice la detuvo—. Deja de hacer estas cosas. En especial después de toda la energía que acabas de gastar.
La novia inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Cómo te puedo ayudar?
Alice la pellizcó y Bella se quejó.
—¿Qué te pasa? —regañó a Alice mientras frotaba su costado.
—Vámonos a casa y dejemos las cosas así. Ya nos entrometimos bastante en asuntos que no nos conciernen.
Bella exhaló. Alice tenía razón. Incluso Rosalie le había comentado sobre proteger su energía. La marca de la estrella le seguía doliendo como si la hubieran tallado con un cuchillo. Nunca le había ocurrido algo así y bien podría ser una señal de su cuerpo pidiéndole detenerse.
—Lo siento mucho. —Inclinó la cabeza disculpándose.
Volvieron a avanzar, y cuando Bella caminó junto al espectro, la escuchó hablar.
—Me llamaste. —Su voz sonaba lejana y rebotaba con eco.
—¿Disculpa? —preguntó Bella.
—Tú me llamaste —repitió.
Bella negó con la cabeza y la novia se esfumó sin más.
Alice le tomó la mano para jalarla y seguir caminando.
—Los muertos a los muertos —le recordó.
—Dijo que yo la llamé —comentó.
El camino ya se veía frente a ellas. Sus botas estaban cada vez más sucias y quizá no podría usar magia para limpiarlas si quería reservar energía. Gruñó internamente.
—¿Y lo hiciste?
—No. —Bella mordió el interior de sus mejillas—. No lo sé.
Tal vez el dolor en su marca tenía relación con esto. Tal vez lo había hecho sin darse cuenta, después de todo, ese día había iniciado con ella sintiéndose más fuerte que antes. Tendría que comprobarlo, pero temía lo que podría llegar a atraer. Tal vez la novia en esa ocasión tenía una energía calmada y se fue sin exigirle nada, pero si algo había aprendido es que los espectros son la versión más cruda de los humanos. Era el alma humana sin ningún tipo de adorno, sin deseos de complacer, sin deseos de encajar o de quedar bien. Y en ocasiones ella tenía que admitir que llegaba a pensar que más que a los demonios que reinan el caos, le temía a un humano ya sin nada que perder.
—Deberíamos preguntarle a la señora Sulpicia cuando le contemos lo que pasó.
Bella se rascó la nuca sintiéndose incómoda. No quería contarle a su abuela lo que había pasado. Seguramente las regañaría por inmiscuirse en donde no las llamaban y arriesgar su seguridad. Nunca quería recibir regaños de su abuela, pero en ese momento en específico, con lo cansada que se sentía, prefería evitarlo.
—Tal vez después. —Tomó su bicicleta y se alegró de ver que la canasta seguía bien y los bichos no habían asaltado el pan.
—Cuanto antes mejor, Bella. Las cosas después solo se hacen más grandes. Aprovecha que quiere hablar contigo hoy.
—Está bien, está bien. —Exhaló. Recargaba su peso en la bicicleta mientras avanzaban. Sus piernas se sentían como gelatina y definitivamente no podría montarla.
—Bien. —Alice sonrió—. Esperemos no toparnos con más sorpresas de regreso a casa.
—Que la diosa te escuche —respondió Bella y siguieron por el camino de siempre.
