«Zig et zig et zig», la mort en cadence
Frappant une tombe avec son talon,
Primera Estrofa; Primer Verso
La entrada al pueblo donde Sakura Haruno creció le pareció, por decir poco, un sedante para el alma que se inyectaba por sus ojos para consolar el corazón cansado del abatimiento al que ya se había acostumbrado. Si le preguntaran qué aprendió en los últimos años, ella diría: "que nada bueno viene de la guerra". No quedaba ya un atisbo del vigor en la mirada que yacía opaca, aquella que quizá había visto demasiado y que, por sí misma, decidió secarse eternamente. Ni siquiera pudo llorar con el telegrama de su madre, donde decía que su padre había muerto por una terrible enfermedad que se lo arrebató lenta y dolorosamente. Quizá por eso se desmayó, suponiendo que el hecho de que no había bebido agua o dormido en varios días no tuviera relación. Primero tuvieron que atender su caso de deshidratación y agotamiento, luego le dieron otra cruel noticia: debía empacar y volver a casa, pues se le estaba dando una baja con honores por sus servicios. Le dijeron que había sido un honor trabajar a su lado, que su nación le agradecería eternamente y que era un ángel para los soldados que había salvado y para los que habían muerto por tan noble causa, pero no creyó ni una parte de sus palabras. Eran mentiras. Temían por su salud mental, así que iban a mandarla a casa sin más que un saludo militar.
―Gracias por servir en nuestra honorable causa, mayor. Ha formado parte del progreso de nuestro país y será condecorada por eso ―estupideces.
―La guerra no es más que un asesinato en masa, y el asesinato no es algo honorable, ni es progreso ―citó a Lamartine―. Quédense con sus medallas.
Así, sus últimos recuerdos del frente de batalla, de la base a mitad de la nada, de las únicas instalaciones antes de volver al país, todo quedó atrás. Sakura bajó del único autobús que podía traerla a su pueblo, en medio del bosque, y admiró a su alrededor el sitio que no había cambiado en casi nada. En su mano derecha traía una única maleta de ropa y en la izquierda un ramo de crisantemos amarillos, porque sabía que esos eran los favoritos de su padre. Así, el tacón de sus zapatos blancos resonó mientras atravesaba la calle, ignorando a los transeúntes que eran capaces de reconocerla. No había otra mujer como ella en el territorio, pues su cabello se había destacado desde la infancia. Sin embargo, este había crecido y ahora lo llevaba en un formal moño tras la cabeza, andaba con un vestido negro de botones al frente con un cinto a la altura del ombligo y medias color piel. No tenía prisa, así que no buscó un auto que pudiera llevarla y, aunque no había usado zapatillas en un largo tiempo, nada se comparaba a los zapatos militares a los que se había habituado.
Mientras caminaba, todos podían notar que su postura no era más la de una niña, sino la de una mujer fuerte a la que no habían visto en casi tres años. Sakura cumplió los veinticinco años de edad en el frente de batalla y, a decir verdad, nadie esperaba verla de vuelta pronto… no después de que no se presentara al funeral de su padre, un mes atrás, ya que estaba internada, enterándose de que el ejército la despedía. Sí, caminaba como un soldado, su rostro no transmitía nada, pero tampoco cabía duda que se trataba de ella. De sus vestigios, más bien. Es discutido que lo único que vuelve de la guerra es un cascarón de aquella persona que antes fue, incluso si no tuvo que tomar vidas en su misión.
Se detuvo en la acera, por un momento, junto a la barda alta de piedra, viendo la placa metálica que decía "Cementerio", y luego suspiró profundo, esperando que eso le diera la fuerza que le hacía falta mientras entraba al lugar. Atravesó el camposanto sin preocuparse por el césped o la tierra removida, las tumbas que recientemente se cavaron para los difuntos―algunos soldados que volvían del campo de batalla. Continuó hasta que identificó el rincón que se le dedicaba a su familia, el mismo sitio donde sus abuelos habían sido enterrados. No fue necesario buscar demasiado, pues ahí estaba, a la vista, con el suelo que todavía parecía nuevo. Sakura se detuvo frente a la lápida, leyó la inscripción "esposo amado, padre adorado, amigo estimado" y el nombre "Haruno Kizashi", así que no le quedó duda. Soltó su equipaje sin consideración, dejándolo caer de golpe, y luego se inclinó al frente para tocar la parte superior de la losa con extremo cuidado. Cerró sus ojos, manteniendo el equilibrio.
―He vuelto a casa, padre ―dijo, en su soledad―. Lamento no haber llegado a despedirme, lo supe demasiado tarde… sé que no querías que me enterara, pero ya estoy aquí. Prometo que no dejaré sola a mi madre.
Después de decir aquello, se inclinó un poco más para dejar el ramo de flores en su florero, y se levantó inmediatamente después. Claro, quizá debió haber medido antes la fuerza con la que se movía, pues su estado seguía siendo un problema que atender. Lo único que se ganó con aquello fue un mareo terrible que la hizo trastabillar hasta tropezar directamente sobre un montón de tierra húmeda que había sido removida. Aterrizó sobre la cadera y el costado derecho que chocó contra la pala clavada en el suelo, hiriendo de tal forma su brazo, pero era tan fuerte el giro de su cabeza que no pareció importarle el dolor. Se quedó en la cama de tierra húmeda, intentando sostenerse del suelo con los ojos cerrados en un esfuerzo de superar las consecuencias de su mal estado físico, incluso perdió la noción del tiempo.
―Señorita ―la voz de un hombre fue lo que la convenció de abrir los ojos―. ¿Se encuentra bien?
Al hacerlo, Sakura se encontró con un completo extraño, lo cual no era muy común en una zona provinciana. Ante ella, un atractivo hombre de cabellera negra hasta el cuello comenzaba a materializarse con su vista débil. No reconoció su voz, tampoco el intenso color de sus ojos negros, pero supo rápidamente por su atuendo que se trataba del encargado del cementerio: un sepulturero. Vestía una camisa negra de mangas cortas, un pantalón gris y zapatos de trabajo, además de los guantes que le permitían trabajar con la pala sin lastimarse. No le quedaba duda que él era el responsable del lugar, inclinándose hacia ella para revisarla y, cuando finalmente dejó de ver doble, ella notó que era terriblemente hermoso. Se recuperó con parpadeos de incredulidad, pues era el japonés más apuesto que hubiera visto en su vida entera, tenía la piel blanca y no parecía el tipo de persona que desempeñara trabajos pesados. "Abogado", pensó para sí misma. "Quizá un doctor, gerente, algún empresario, pero… ¿sepulturero?". Sí, en su cabeza era un empleo para un hombre mayor y amargado. Era siempre el raro del pueblo, prácticamente un ermitaño que se limitaba a dejar el lugar cuando tenía que comprar provisiones, incluso cuando tenía ayudantes con horario fijo. Ah, tal vez era un ayudante… no, podía ver el mazo de llaves en su cinturón, él era el jefe.
―Fue un mareo ―contestó, luego de recordar sus palabras.
―¿Puede ponerse de pie? ―preguntó, para quitarse los guantes rápido y ponerlos en el bolsillo trasero del pantalón, extendiéndole inmediatamente ambas manos―. Déjeme ayudarla, sosténgase de mí ―señaló, tomándola con firmeza por los brazos y dejando que ella hiciera lo mismo, antes de alzarla con facilidad.
―Disculpe, no he tenido buena salud recientemente ―explicó una vez estuvo sobre sus pies, aunque parecía que todavía sufría los estragos del vértigo.
―No se preocupe ―insistió, estando uno sosteniendo al otro―. Tómese el tiempo necesario.
―Estoy bien ―aseguró, para soltar con cuidado los firmes bíceps del morocho―. Es usted muy amable, solo ha sido un asunto sin importancia. Me siento mucho mejor ―no obstante, él no la soltó inmediatamente.
―Disculpe que lo diga de esta forma, pero no tiene buen aspecto ―señaló, para inclinar su rostro frente a ella―. Su brazo está sangrando.
―Nada grave ―le sonrió, restándole importancia―. Hay cosas peores.
―Cayó en la tierra. Permítame limpiar su herida, ofrecerle una toalla con la que pueda asearse y un vaso de agua, quizá té.
―Oh, no quisiera molestarlo.
―Por favor ―insistió―. Incluso si su salud es frágil, me siento responsable. Acompáñeme a la casa de personal, esto no va a demorar. Los soldados son las primeras personas a las que debemos atender en un país que está en guerra.
―… ¿tan evidente es?
―Sin importar que se encuentre debilitada, su espalda se mantiene recta ―explicó, con su rostro inmutable―. Mi padre y mi hermano también pertenecieron al ejército. Dicho eso, no permitiré que se vaya sin al menos cumplir esa petición.
―Soy enfermera militar, ¿entiende? ―sonrió, en un esfuerzo de persuadirlo.
―Con más razón: sus manos son sagradas ―entonces, señaló con una mano el camino―. No la obligaré a ir de mi mano, pero llevaré su equipaje por usted.
―De acuerdo ―suspiró, Sakura―. Supongo que no puedo negarme.
Tras decir eso, dejó que él tomara su maleta, y luego caminó a su lado hacia la pequeña casa que fungía como oficina y hogar para el jefe del cementerio. Había entrado a la primera parte en una ocasión, recordaba un sofá de piel viejo con dos plazas a la izquierda y, a la derecha, un escritorio con dos sillas al frente, viejo y de mal gusto, al igual que los retratos de los antiguos sepultureros del lugar, como si fuera una orgullosa herencia. Sabía que detrás de la oficina había algo más, pues una puerta conectaba la sala de estar, pero esto no lo descubrió hasta que él la invitó a sentarse en una agradable silla de tapiz café. A diferencia del resto del lugar, le pareció que el pequeño espacio era reconfortante, admirando el desayunador para dos personas y la pequeña cocina desde la comodidad de su asiento, mientras él desaparecía en una puerta de un corto pasillo que, supuso, era el baño. La puerta del fondo estaba abierta, dejando en evidencia el mueble vestidor y un espejo que reflejaba la cama. Definitivamente, no era lo que se imaginaba que sería el estrecho espacio escalofriante de un sepulturero.
―¿Puedo poner té para usted? ―dijo él, volviendo para dejar sobre la mesa lo que parecía ser una caja botiquín .
―Agua es más que suficiente.
―Los militares se hacen los duros ―contestó, de forma indiferente, para buscar un vaso.
―Incluso ocupando una camilla de hospital ―complementó, Sakura. Él asintió en silencio, mientras servía el vaso de agua, y luego se acercó a ella, para entregárselo. Volvió a la mesa, tomó la caja consigo y se sentó en una silla, a su lado.
―Voy a limpiar su herida, señorita…
―Haruno ―contestó, ofreciéndole su brazo―, Sakura. Acabo de volver al pueblo. No pude asistir al funeral de mi padre, pero quería decir adiós.
―Por supuesto, el señor Haruno ―dijo él, mientras acercaba una bola de algodón con alcohol para desinfectarla. Ella apretó un poco el gesto―. Lo recuerdo. Mucha gente vino a despedirse de él. Escuché que tenían un familiar en el frente, pero no imaginé que su hija.
―Mi padre era un buen amigo del pueblo. ¿Lo conoció?
―Lamentablemente, soy nuevo en la zona ―explicó―. Me mudé hace unos meses, poco antes de que el encargado anterior muriera. Me contrató como asistente, pero me dieron su puesto hace un mes. Un ataque cardiaco.
―Oh, es una pena.
―No hay remedio ―se encogió de hombros―. Siento que haya tenido que dejar su servicio en estas circunstancias.
―Era momento de retirarme ―murmuró, apenas para ambos, mirando cómo tomaba una bandita. No era una herida grande, aunque sí un poco profunda―. Si ya tiene unos meses aquí, entonces debe haberse familiarizado con el pueblo, ¿señor…?
―Uchiha ―dijo, tranquilo―. A decir verdad, no es tan simple. Tengo un empleo demandante y mi personalidad no es apta para las relaciones.
―¿Lo dice alguien que literalmente me obligó a venir con buena cara? ―bromeó.
―Es sencillo tratar con militares cuando lo has hecho toda la vida ―le aclaró, parsimonioso, asegurándose de que el adhesivo no tocara la herida―. Admito que no tiene el aspecto de un soldado, pero es claramente disciplinada y estricta. ¿Cuál es su rango?
―… mayor ―dijo, con poco afán.
―¿Se retiró definitivamente?
―La guerra no es de mi agrado ―explicó―. La masacre es… no, yo solo fui ahí por las víctimas, y eso me convenció de lo que ya sabía.
―Una barbarie ―complementó él―. Eso es lo que es.
―Así es.
―Entonces, me alegro de que haya dejado el ejército, mayor Haruno ―declaró, descansando sus manos en las rodillas―. Cumplió con todo lo que pedí, no tengo más motivos para retenerla.
―Muchas gracias, señor Uchiha ―le sonrió, para ponerse de pie, aunque no con la misma rapidez que lo hizo antes―. Sé que nos veremos pronto, pues planeo visitar a mi padre.
―En tanto esas puertas estén abiertas ―señaló la entrada, que se veía a través de la ventana de la cocina―, siéntase bienvenida.
―Gracias ―dijo, sonriendo―. Ha sido un placer.
Después de eso, ella volvió a la calle, justo como llegó. Se había limpiado las manchas de tierra mientras él buscaba el botiquín y ahora su destino era su hogar. No era tonta, pues era capaz de notar las miradas sobre su espalda mientras ella caminaba hacia la zona comercial: había vuelto, la hija pródiga del pueblo caminaba con firmeza atravesando el parque hacia la tienda de antigüedades de su familia, abriendo la puerta y pasando por alto el sonido de la campanita, pero no hubo un alma que la atendiera de inmediato, así que tuvo que buscar. Pasó a la parte trasera de la tienda, donde se convertía en un hogar, pero tampoco encontró a nadie ahí, así que decidió subir las escaleras hasta el segundo piso, donde la esperaba un pequeño recibidor que daba a un pasillo con tres puertas.
―¿Mamá? ―dijo, en voz alta―. ¿Estás aquí?
―¡Sakura! ―la voz de la mujer se escuchó al final del pasillo, seguido de acelerados pasos a los que precedió la puerta abierta―. ¡Al fin llegas! ―exclamó, antes de lanzarse a sus brazos, apretándola con fuerza―. Arreglé tu habitación en cuanto llegó tu telegrama.
―Hola, mamá ―respondió, abrazándola de vuelta―. Ya estoy en casa.
―¿En verdad vas a quedarte? ―preguntó, separándose para verla mejor―. ¿No regresarás al campo de batalla?
―Terminé con el ejército, madre ―afirmó, con una leve sonrisa―. Ahora, solo quiero retomar la vida que dejé atrás. Voy a llamar a la doctora Senju y le pediré que me acepte como enfermera en su clínica.
―La doctora Tsunade siempre ha querido que te formes como médico ―dijo, la mujer, para quitarle el equipaje y abrir la puerta de su dormitorio―. Querrá tomarte como aprendiz.
―No puedo hacer algo como eso ahora. Necesitamos dinero para la casa, y el ejército no va a ser generoso con nosotras ―se encogió de hombros―. Tengo una baja honoraria, madre. Ellos me despidieron, pero yo quería renunciar. No voy a pedirles nada.
―Tienes derechos ―la corrigió, Mebuki, dejando su maleta sobre la cama―. Y ropa muy fea… por Dios, ¿es que no tienen sentido de la moda en el ejército?
―¿Has visto los uniformes? ―enarcó una ceja.
―Seguro la ropa que tenías te quedará ―se encogió de hombros, sacando y doblando todo lo que ella traía consigo―. Puedo peinarte más tarde, te verás encantadora con unas trenzas.
―Fui a visitar a papá ―un evidente silencio precedió a sus palabras―. Noté que no tenía flores… mamá, la última vez que estuviste ahí fue en el funeral, ¿cierto?
―Te prepararé algo de comer, debes estar hambrienta.
―Mamá ―la detuvo de huir con un tono de voz firme―. Sé que es difícil. No te pediré que vayas al cementerio, lo haré por mí misma. Solo quiero saber que esto no va a derrumbarte y que estarás bien. Es decir, él fue el amor de tu vida.
―Él lo será por siempre ―murmuró, no queriendo hablar al respecto―. Estaría contento de ver que vuelves sana y salva.
―Y tú te volverías loca porque discutiríamos sobre la guerra.
―Oh, tu padre era un pacifista ―se encogió de hombros―. A él tampoco le gustaba que las personas se mataran entre sí, incluso cuando tuvo que ir. La diferencia era que tú salvaste vidas, mientras él las tomaba… pero el objetivo es el mismo. Pelean de formas distintas por el país.
―Veo que todo está en orden, no requiere que haga más que encontrar espacio para la ropa que traje conmigo ―el cambio de tema, drástico, llamó la atención de su madre―. ¿Dijiste que prepararías algo de comer? Bien... voy a darme un baño y cambiarme, estoy agotada. Quizá más tarde podamos ir de compras ―dijo, y abrió su closet.
―… de acuerdo.
―Ah, es cierto ―al alzar sus manos, miró en su brazo la bandita―. Conocí al nuevo sepulturero, el señor Uchiha. Me sorprendió muchísimo.
―Oh, ese muchacho. Es hermoso, ¿cierto?
―Sumamente ―respondió, mientras sus dedos empujaban levemente los ganchos―. Es joven, apuesto y encantador…
―¿Encantador? ―con un tono irónico, su madre la obligó a volverse hacia ella―. ¿El chico del cementerio? Apenas lo he visto un par de veces, pero por lo que pude hablar con él puedo decir que "encantador" no le pega ni con goma.
―¿De qué hablas? Fue realmente atento conmigo.
―Cariño, eres hermosa. Sería un idiota si no lo fuera ―se encogió de hombros―. Pero es como cualquier otro sepulturero que haya tenido este pueblo: un ermitaño aislado en esa casa. Vive rodeado de muerte y sus únicos amigos están en la morgue, son jardineros, o ya pasaron al otro mundo ―suspiró―. Es una pena. Si fuera un poco sociable y saliera de ese lugar, sería popular.
―Me pareció muy agradable.
―¿Qué podrías tener en común con ese muchacho? ―se reía―. Eres una hermosa mujer con una profesión respetable. Prácticamente eres un ángel. Él, por otro lado, llegó aquí hace casi medio año y todavía no sabemos nada él. Escucha lo que digo: un hombre así no promete.
―¿Esa es tu opinión?
―Es la opinión de todo el pueblo ―la corrigió, entregándole un vestido―. Solo no le prestes mucha atención, ¿quieres? No es bueno rodearse con esa gente.
―¿Esa gente, madre?
―Tú sabes… la muerte atrae muerte, hija. Respeto mucho a quienes ejercen un empleo como ese, pero yo no lo soportaría. Algo debe haberles pasado para que la muerte no los afecte, ¿no te parece?
―Eres una supersticiosa ―la acusó, entre risas, poniéndole un gancho al vestido―. Yo pienso que el señor Uchiha es un hombre agradable.
―Y yo pienso que debiste haberte conseguido un marido militar ―ahí iba―. Tienes veinticinco años de edad, ¿sabes? Te fuiste tres años a la guerra, estoy segura de que debiste haber conocido a alguien maravilloso.
―Eran todos pacientes, madre. Si me hubiera relacionado con ellos, entonces jamás habría vuelto con vida de ese sitio.
―Patrañas ―se quejó―. Ahora, tendrás que buscar un doctor. No cualquiera podrá sentirse a la altura de nuestra heroica Sakura ―decidió, para acercarse y acariciar su mejilla―. Te ves más delgada. Saludable, pero delgada. Voy a hacerte subir un kilo o dos y todos estarán comiendo de tu mano antes de que te des cuenta.
―Mamá…
―Relájate. Te llamaré cuando la comida esté lista, cariño, y mañana podrás visitar a la doctora Tsunade. Tal vez debas llamar a tus viejas amigas, también.
Los ojos de Sakura siguieron a su madre, hasta que ella desapareció por completo. Era capaz de reconocer el dolor de la pérdida en su expresión desanimada, así que el chismorreo parecía un simple distractor forzado. Había cosas de la que ninguna quería hablar, claramente. Mebuki evitaba el asunto de ser una viuda y todo lo que conllevaba, como la muerte de su alma gemela y las responsabilidades económicas que quedaban sobre su espalda. Ella, por otra parte, estaba tan furiosa con el ejército y la guerra que no podía recordar las bondades de defender a su país, le interesaba más saber cómo iban a actuar ahora que debían hacerse responsables por la vida que continuaba y no por las que terminaban. Así, ella suspiró y se dispuso a asearse, deseando que el agua purificara su corazón, suponiendo que algo como eso fuera posible, ¿no?
[…]
Sabía lo que regresar significaba. En primer lugar, abandonar su pueblo pareció una decisión apresurada a ojos de muchos, especialmente después del incidente. Se suponía que estudiaría medicina en una ciudad vecina, no que iría hasta la capital―prácticamente al otro lado del país― para dejar atrás el sueño de convertirse en doctora y reemplazarlo por una especialidad en enfermería militar con una beca que heredó gracias a los años de servicio de su padre. "Ella huyó", dijeron todos cuando ella atravesó el parque a toda velocidad con sus maletas, sin detenerse a dar explicaciones. Los únicos que lo sabían, sin estar del todo de acuerdo, eran sus padres. Tras esa tarde, cuando ella fingió que era un día como cualquier otro y subió al autobús, evitó volver en medida de lo posible. Entonces, cuando terminó su educación, solo regresó para permitir que todos vieran su uniforme como miembro del equipo médico del ejército nacional, anunciando entonces que se uniría al frente de batalla. Eso pasó hace tres años y, como fue desde que ella decidió irse sin despedirse de nadie, los ojos estaban sobre la mujer que, se creía, un día juró no volver. Las vueltas de la vida, ¿cierto?
―Si le pidieras un préstamo al ejército…
―No les pediré nada, madre ―interrumpió, Sakura, mientras se acomodaba el moño de cabello detrás de la cabeza―. Te lo dije… nos arreglaremos nosotras mismas.
―Si te dan el dinero, entonces no tendrás que obligarte a vivir conmigo ―no obstante, Mebuki insistió en terminar lo que quería decir―. No soy estúpida. Sé que no quieres estar aquí. Sé que tú quieres ser una doctora.
―No digas eso ―suspiró―. Es mi hogar. Eres mi madre y no dejarías este sitio por nada en el mundo. Podremos pagar las cuentas si la doctora me contrata, así que no te preocupes.
―Tu padre iba a pedir el préstamo.
―No quiero dinero sucio.
―El ejército tiene ese dinero por vías legales, hija.
―Está manchado con la sangre de miles de vidas, y ese es dinero inmundo ―contestó, para girarse ante ella. Llevaba un atuendo formal, ideal para una entrevista de trabajo: un traje de falda hasta la rodilla, medias, blusa azul claro de botones con mangas largas.
―Te ves hermosa ―afirmó, aunque apenas pudo sonreír―. Pareces tensa… si estás cansada, quizá debas esperar unos días.
―Es la postura del ejército ―se volvió a ver en el espejo―. Te cambia.
―Lo sé ―dijo, para entonces acercarse y verla mejor―. Suéltate el cabello.
―No puedo usar el cabello suelto para este tipo de empleo, no lo haré para una entrevista, madre. Está bien así ―encogió sus hombros.
―¿Estás segura?
―Sí. Volveré inmediatamente.
―No hay que sentir vergüenza ―sus palabras, en un tono de voz bajo y un esfuerzo por ser afectivas, hicieron que su hija la mirara―. Han pasado siete años: deja que te vean.
―Claro ―una compleja sonrisa se dibujó en sus labios―. ¿Quién seguiría pensando en eso?
No obstante, la realidad era distinta. Sakura tenía el empleo garantizado, su visita a la oficina de su antigua maestra de secundaria era una formalidad. Tsunade había aplaudido su habilidad desde la juventud, motivándola a estudiar medicina. La tomó como asistente y aprendiz, así como le enseñó tanto como pudo, sabía que tenía el potencial para ser más que una mujer promedio de la zona, donde sus aspiraciones se quedaban bajas. Claro, la rubia había sido cuestionada por llegar a esta edad sin un marido, pero ellos no conocían el trágico romance de guerra, porque su país siempre estaba luchando contra una u otra cosa. Al verla llegar, la vieja doctora militar reconocería en su expresión y postura los efectos en su carácter, los nervios de acero que uno desarrollaba, la incapacidad de sentir con la misma intensidad. Lo sabía y jamás iba a cuestionarlo, así que le hizo preguntas rutinarias y le pidió que se presentara tres días después en el hospital. Sakura caminó a casa, después de eso, pero quedaba muy claro ante cualquiera: siete años no habían sido suficientes.
Mientras pasaba por las tiendas, decidida a llegar a su casa a la brevedad, el reflejo de su figura en un espejo que habían colocado afuera de una estética la hizo detenerse en seco. No había en ella un atisbo de la joven que se fue. Reconocía a una mujer madura que había pasado por mucho, pero encontró con sus propios ojos algo que desafiaba a su razón. Cuando corría entre camillas siempre se imaginó con un aspecto de dureza. Cuando se vio en el espejo antes de salir del ejército le pareció que era alguien imponente. Cuando, finalmente, se vio en un espejo del lugar que la vio crecer, encontró que no solo había perdido a la persona que era en su interior, sino a la joven que ahora parecía haberse amargado y destruido su propio ímpetu. Su cabello y su rostro no le pertenecían más, ¿no? Así que enfureció. Reconoció la impresionante mercadotecnia que tuvieron que haber hecho ahí, aunque el efecto fuera caótico, y se apresuró a entrar a su casa, ignorando por completo los pasos fuertes que resonaron por el suelo desde el primer piso. Mebuki la vio entrar a la cocina, abrir un cajón y remover entre las cosas, para entonces subir las escaleras, furiosa. Se quedó parpadeando, confundida, mientras picaba unos tomates de forma cuidadosa. ¿Qué es lo que llevaba en sus manos? Oh, entonces lo supo…
―¡¿Sakura?! ―exclamó, alarmada, para apresurarse a subir las escaleras. La puerta del baño estaba abierta, la luz salía―. ¿Estás bien?
―¿Bien? ―repitió, en un bufido―. ¿Cómo mierdas habría de estarlo?
―¿Pasó algo con la doctora Tsunade? ―preguntó, mientras se acercaba de forma sigilosa, con un cuidado lleno de delicadeza.
―Me dio el trabajo ―contestó, pero conforme Mebuki más se acercaba, más reconocía el sonido que provenía de esa habitación―. Empezaré en tres días, madre. Pero, cuando venía para acá, me vi en un espejo, ¿sabes? Y me enojé tanto… tanto, mamá.
―¿Por qué?
―Porque odio todo esto ―al finalmente asomarse, la rubia pudo darse cuenta de los mechones de cabello que caían por doquier―. Esta imagen de militar… esta cáscara frívola en la que me he convertido. Papá me lo advirtió ―insistió, para volver a cortar―. Dijo que esto iba a cambiarme, dijo que me perdería a mí misma. Quiero quitármelo de encima, mamá.
―Sakura… ¿Qué es lo que quieres quitar? ¿Todo tu cabello? Por Dios.
―¡La sangre! ―exclamó, exasperada―. Veo en cada detalle, en cada acto disciplinado, en mi ropa… ellos te convierten en una especie de máquina, ¡y ya no puedo seguir siéndolo! ¿No ves que ellos me hicieron horrible? ¡Odio todo lo que ellos hacen!
―¡Bien, bien! Pero, déjame ayudarte ―pidió, para extender su mano―. Deja que lo haga por ti y… cuando hayamos terminado aquí, irás a las tiendas a buscar ropa nueva. No estará completo de otra forma, ¿entiendes? Si vas a dejar detrás el ejército, entonces hazlo correctamente ―dijo, su madre, para continuar con las tijeras.
Los ojos verdes de Sakura se quedaron mirando al espejo frente a sus ojos, mientras el cabello caía a su alrededor, descubriendo que con cada mechón parecían liberarse las cadenas invisibles de aquello a lo que ofreció su vida como una tonta. Le tomó varios minutos terminar, acomodándole el cabello con los dedos antes de salir de ahí y volver con una secadora que le ayudó a acomodar y peinar su cabello. Al final, sin siquiera quitarse los últimos cabellos que descansaban en sus hombros, salió con la misma ropa que traía puesta y su bolso en la mano, entrando con firmeza a una de las tiendas locales de ropa femenina. Movió las prendas, aunque prácticamente metía las manos y tomaba cualquier pedazo de tela para llevárselo al vestidor, quedándose ahí durante largos minutos antes de salir con un bonito vestido de mangas cortas, color carmín de lunares blancos al que le había arrancado la etiqueta, dejándoselo a la vendedora sobre el mostrador, junto a varios otros vestidos de distintos colores y patrones, cada uno brillante a su propio modo y, luego, le sonrió. Probablemente ahí la reconoció por completo y no más al fantasma que había vuelto de la guerra.
Sakura pagó cada peso con su salario del ejército, salió de la tienda y tiró a la basura la ropa que llevaba puesta ese día, porque era horrible, como todos los uniformes que su madre estaba sacando del clóset en su casa. De repente, el sonido de los cuchicheos al otro lado de la calle le hizo levantar la mirada, suponiendo que había vuelto a ser la víctima de las mentes imprudentes y los comentarios soeces, pero no fue así. No era ella el objeto de su interés, sino el hombre que yacía de pie frente a una tienda de accesorios, mirando en el aparador un collar que había atrapado completamente su interés. Se trataba de un hermoso adorno en cadena dorada, con un dije del mismo color con la forma de una gota y, en el centro del diámetro mayor, se encontraba una brillante piedra roja. Él era alto, su piel era muy blanca y sus ojos tenían una herencia claramente nipona, con una oscuridad tan profunda como el camino al infierno. Ella lo notó, de su lado de la acera, y la forma en la que ellas lo miraban con indiscreción.
―Es muy hermoso ―se percató, mientras caminaba hacia él, que estaba absorto en sus pensamientos para no haberla visto en el reflejo del vidrio. Finalmente, el morocho reaccionó, volviéndose hacia ella―. ¿Es para su novia?
―No ―dijo, tomándole un segundo el reconocerla―. Solo atrapó mi atención. Como usted dice, Mayor: es muy hermoso.
―No tiene que ser tan formal, señor Uchiha ―afirmó, para sonreírle―. Está bien si solo me dice "Sakura". Tenía la esperanza de que, ya que probablemente nos estaremos viendo con mayor frecuencia de lo que parecería sano, dejemos de lado la formalidad.
―Eso es un poco peculiar, viniendo de un militar ―admiró. Fue entonces que las dos mujeres, al otro lado de la calle se volvieron evidentes para él.
―No es inusual si hay una amistad ―contestó, tranquila―. Aunque, de ser amigo mío, deberá enterarse que este tipo de situaciones son comunes para mí ―murmuró, señalando a las mujeres de forma distraída―. Las mujeres que abandonan un hogar tan tradicional… imagínese.
―En realidad, me parece que es por mí.
―Ya que estamos en condiciones similares, no habrá nada de malo en tener una amistad, ¿no lo cree?
―Se cortó su cabello ―mencionó, haciéndola dar un respingo―. No es que lo haya visto en verdad, pero me pareció que tenía un cabello muy largo. Las mujeres con el cabello largo tienen cierta femineidad, aunque por la forma en que lo llevaba, parecía ajustado.
―Ah… supongo que no me queda bien, después de todo ―lo llevaba corto, un poco arriba de los hombros, pero usando el fleco.
―Se ve bien, Sakura ―contestó, a lo que ella alzó la mirada hacia él―. Veo que también estás de compras… ¿cambio de imagen? Sé que la gente suele decir que es para cerrar etapas, así que espero que eso sea para mejor.
―Intento dejar el ejército en el pasado, señor Uchiha.
―"Sasuke" está bien ―corrigió, tranquilo―. Me alegro por ti. Te ves más cómoda ―admiró, en voz alta, para volver a ver a las mujeres que continuaban―. Tengo un poco de tiempo libre, ¿estás ocupada con tus compras? Si vamos a ser amigos, sería normal que tomáramos un café.
―¿Un café? ―sonrió, tranquila―. Por supuesto.
―Bien ―dijo, apartándose para indicarle el camino―. Ah, y… no tengo una novia, Sakura.
[Continuará]
