Gracias a mi cómplice Li por su lectura previa. Los errores siguen siendo míos.


Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 6

Mi cuerpo se estremece y el llanto se apodera de mí, las lágrimas corren como río desbordado por mi cara. No puedo dejar de sentirme miserable, mi cuerpo pesa tanto que solo quiero dormir.

Edward me abraza. Probablemente compadeciéndose por mí, siento una de sus manos recorrer mí espalda, no hay nada pretencioso en su toque que no sea consolarme.

― Llora ―masculla― llora si eso te hace sentir bien.

― Soy una imbécil ―gimoteo― nunca me quiso, estaban todas las señales y no lo quise ver.

― Se casó porque Leah está embarazada ―revela.

Sus palabras son un puñal directo a mi pecho.

Torpemente me pongo de pie. Empiezo a dar vueltas, no sé si quiero saber más, el pecho me duele y la sensación de ahogamiento cada vez es peor.

Uso mis manos para abanicar mi rostro. Quiero dejar de llorar, pero no puedo hacerlo.

― ¿Por qué me estás diciendo todo esto? ―cuestiono, mirándolo.

― Porque es la verdad. Laurent me lo acaba de decir, tengo evidencia de sus palabras y si quieres verlas están en el despacho. Vamos.

Me rehúso.

Mi cuerpo se agita mientras mi llanto continúa. Cubro mi rostro, es tan humillante estar pasando esto con él.

― Yo le di todo ―confieso― lo presenté con mi padre, pedí una oportunidad en la empresa para él… fui tan estúpida.

Tiro de las sábanas de la cama y empiezo a patearlas.

― Leah fue mi confidente ―susurro― fue la hermana que nunca tuve.

Me arrodillo encima de las sábanas que están en el piso.

Sus fuertes brazos rodean mi cuerpo. Está de nuevo cuidándome.

― Saca todo tu dolor ―dice― llora si es necesario, pero cuando te pongas de pie es porque no volverás a caer por gente que no te merece.

Me hace voltear a verlo, sin embargo lo que menos quiero es ver sus ojos. Me envuelve en sus brazos y me deja llorar en su pecho.

Solo quiero que no duela y que no me importe.

.

Me despierto en alguna hora, por la oscuridad sé que es tarde. Mi cuerpo se siente mejor, ya no pesa.

― Sé que es estúpido preguntar, quiero saber ¿cómo te sientes?

Edward entra en la habitación, se tumba en la cama y lleva las manos detrás de su cabeza. Con la desfachatez que tiene me observa, su mirada está llena de curiosidad.

― Mejor ―admito.

― ¿Podemos hablar del tema o prefieres evitarlo?

Esbozo una media sonrisa. Agradezco que esté siendo cuidadoso.

― Pregunta lo que quieras.

― Me gustaría que me contaras cómo los descubriste, ¿qué sentiste?

Mis hombros se hunden. Aunque mi cuerpo ya no siente esa pesadez la opresión en el pecho sigue estando en mí.

― Los descubrí por una publicación de Leah en su Instagram ―explico, mientras un suspiro escapa de mis labios―. Era justo en el mismo lugar, en Utah donde Sam estaba pasando un fin de semana con amigos. La misma habitación, la cama, el edredón… ―mi voz se apaga.

― La mujer no tuvo escrúpulos en hacerte ver que lo tenía con ella.

Avergonzada rehúyo su mirada. En instantes sus dedos están en mi mentón, me hace ver su cara, su expresión aunque sea suave, es dominante.

Como si su carácter fuera explosivo y conmigo se contuviera.

― No puedes amargarte por un tipo que no te valoró y menos hacerte pequeña por una traidora como tu amiga. La vida continua, Isabella y es tu obligación continuar.

― Lo sé, pero es muy vergonzoso para mí. Ambos trabajan con mi padre, estamos en el mismo círculo social, tenemos los mismos amigos, imagina cómo me siento.

― Cuéntame, ¿cómo te sientes?

― Humillada.

― Entonces, hagamos que vean su suerte ―sonríe― y yo tengo un plan para hacerlo.

― Antes quiero que me expliques de dónde conoces a Sam, ¿por qué quieres dañarlo?

― El muy hijo de perra se atrevió a engañarme con unos negocios, y en asuntos de trabajo no perdono, se quiso pasar de listo y me estafó. Lo mandé investigar y fue que di contigo y con lo que estaba haciendo. ¿Sabes? no hay nada más peligroso que una mujer herida. Eres la única persona que puede ayudarme a recuperar lo mío.

Mis cejas se juntan y mi ceño se frunce.

La curiosidad se está apoderando de mí en este momento. Quiero saber todo de él.

― Eres dueño de este yate, cierto.

― Sí. Pero… ―su rostro se acerca al mío y enseguida estoy nerviosa, mi corazón está retumbando sin control― aún no me has dicho que aceptas.

― ¿Nuestro matrimonio es una farsa?

Niega con la cabeza.

― ¿Es parte de tu venganza? ―insisto en saber lo qué esconde―. ¿Me usarás para destruirlo?

― Jamás te haría daño ―promete, sus ojos están en mis labios. No entiendo cómo su sola mirada puede ponerme intranquila―. Digamos que solo le daremos la mejor lección de vida.

― Acepto ―logro pronunciar en el momento que sus labios se estrellan contra los míos en un beso apasionado y decidido.

Estamos firmando un trato que espero no me destruya.

Reacciono, mis manos empujan su pecho y tomo distancia. Nuestros labios se separan y lo miro reprobatoriamente.

― Quiero conocerte más ―digo― no me pidas un confíe en ti, solo porque sí, porque no lo haré.

Se deja caer de espalda a la cama, resopla y mantiene sus ojos cerrados.

― Oye, tampoco quería casarme. No creo en el matrimonio ―murmura― y cuando mi madre sepa lo que hice ―lleva las manos a su cabeza― no quiero ni decirte lo que hará.

― No te creo. No se ve que seas un chico obediente con sus padres.

Sonríe y eleva una ceja. Y de nuevo ese gesto de enfado está en él

― No quiero que me temas y para demostrarte que puedes confiar en mí, puedes irte cuando quieras. Solo dime y te prometo que te dejaré en el primer puerto para que regreses a tu casa.

Se incorpora con gallardía y sale de la habitación.

Frunzo los labios, abrazo las sábanas a mi pecho.

Edward vuelve y me ofrece un pequeño bolso. Lo tomo, reviso y confirmo que son mis pertenencias. Mi pasaporte y celular.

Estoy sorprendida. Mis ojos se clavan en él.

― Eres libre, Isabella.

Mordisqueo mi labio. Edward me está dando mi libertad.


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