Pareja: Teddy y Albus

Tropo: beso bajo el muérdago


Reunidos alrededor de la mesa en la cena de navidad, los Potter se miraban entre ellos sin saber qué decir.

— Deberíamos ir a ver si está bien —murmuró Ginny.

— Nos odiará.

— Pero huele a quemado. Y tengo hambre —se quejó Lily.

Con un suspiro exasperado, el que se levantó del asiento fue Edward, siempre incluído como otro hijo en los planes familiares. No dijo nada, solo salió del pequeño comedor del piso que James y Albus compartían y entró en la cocina.

Efectivamente, olía a quemado y el cocinero, que había insistido mucho en ocuparse él solo de la cena, estaba delante del horno mirando con desconsuelo lo que parecía una pierna del cordero de un color bastante poco apetecible.

— Al —lo llamó desde la puerta, prudente.

El joven se volvió hacia él, como cabía esperar con cara de molestia.

— He dicho que me ocupaba de todo.

— Ya. Pero diría que eso no hay milagro que lo salve —señaló el horno, aún junto a la puerta.

Albus hizo un puchero, un gesto raro en él, que solía tener la capacidad para el rostro neutro de los Slytherin, y cerró con fuerza la puerta del horno ya apagado.

— No sé cómo ha podido pasar, lo tenía todo organizado, yo… ¿están muy decepcionados? —le preguntó, pesaroso.

— Diría que están preocupados más bien. Menos Lily, que está simplemente hambrienta, ya la conoces.

A Albus se le escapó una risita. Su hermana era totalmente Weasley, el estómago por encima del corazón muchas veces.

— He visto a papá cocinar esto decenas de veces y parecía tan fácil —se lamentó — ¿qué hago ahora?

Teddy observó el resto de la cena, ordenadamente colocada sobre la mesa de la cocina bajo un hechizo de éxtasis.

— Bueno, hay muchos entrantes. Quizá con eso sea suficiente.

El otro joven lo miró con incredulidad. Todos ellos eran personas de gran apetito, con lo que había sobre la mesa no daba ni para un tercio de estómago.

— ¿Y si pedimos algo?

— Es navidad, tardaría muchísimo —se lamentó Albus.

— ¿Y tu abuela? seguro que tiene muchísimas sobras de anoche y de la comida de hoy. Puedo acercarme y suplicar un poco, ella tiene debilidad por mí, ya sabes —sonrió, pícaro, de esa manera que su padre decía que le recordaba a Tonks y a Sirius.

De nuevo la expresión de la cara de Albus sorprendió a Teddy, porque se sonrojó. Nunca lo había visto sonrojarse o pasarse la mano por el cabello de esa manera, pero no era el momento de darle vueltas a eso, porque de los jóvenes labios había salido un estrangulado "Vale" que hizo que se pusiera en marcha.

Cuando volvió, cargado con una voluminosa cesta, Albus parecía muchísimo más compuesto, el asado había desaparecido y estaban todos esperándole con los entrantes ya en la mesa. Cenaron en amigable compañía, con Albus incluso sonriendo, otro gesto muy poco habitual en él, y bromeando con sus hermanos sobre su incapacidad para manejar el horno.

James había quedado después, y Harry y Ginny trabajaban al día siguiente, así que se despidieron pronto. Ted no dijo nada, solo acompañó a Lily y a Albus mientras recogían la mesa. La pequeña enseguida se excusó también, iban a dormir juntas las primas Weasley, y se encontraron los dos solos con la cocina llena de platos, copas y sobras.

— Puedo ocuparme yo —le dijo Albus—. Ya has hecho mucho hoy. Y si no le tocará a James mañana, que no ha hecho nada.

— No tengo prisa ni nada mejor que hacer, te ayudo —manifestó Ted, subiéndose las mangas de la camisa y comenzando a enjuagar platos.

— ¿No trabajas mañana? —cuestionó su anfitrión al cabo de un rato trabajando los dos en silencio.

— No. Desde que se ha puesto de moda entre los magos celebrar también el Boxing Day, lo meten en la lista de festivos con turnos de mínimos. Y yo he pedido trabajar el 31.

— ¿Y eso?

Ted terminó de llenar el lavavajillas y lo puso en marcha, tardó tanto rato en contestar que Albus pensó que no había escuchado su pregunta.

— Rompí con Luchas. No tengo ganas de fiesta —confesó por fin en voz baja.

— Oye, —Albus le agarró del brazo para que lo mirara— ¿por qué no has dicho nada? ¿Estás bien?

Negó con la cabeza. Aún dolía, y francamente, no tenía ganas de hablar de ello, pero era difícil negarse a la mirada interrogadora de Albus, tan parecida a la de su padrino.

— La verdad es que ha sido desagradable. Yo… descubrí que me engañaba y todos nuestros amigos lo sabían.

Las cejas oscuras de Albus bajaron hasta sombrear sus ojos claros.

— Eso es que él no te merecía. Y que necesitas amigos nuevos porque esos son un asco.

Era inevitable sonreír con la empática furia del joven. Los Weasley tenían eso, eran ferozmente defensores de los suyos. Por eso no había dicho nada, su ex y él trabajaban juntos y había demasiados aurores en la familia.

— Gracias, Al.

— No me las des. Acabemos esto y te prepararé un cocktail mientras vemos una peli absurda de esas que James dice que le ayudan a dejar el cerebro en blanco.

— Me parece un gran plan.

Media hora después, estaban sentados los dos en el sofá cada uno con un vaso ancho en la mano y en la tele una película de acción.

— Oye, no te he dado las gracias. Por salvar la cena.

— No es nada. —Se giró un poco hacia Albus, doblando una rodilla, para mirarlo, ignorando a los tres tíos que disparaban a un coche en la pantalla— ¿Por qué era tan importante hoy?

Albus se mordió un poco el labio, con la mirada en la pantalla.

— Tengo la sensación de que mis padres creen a veces que soy incapaz de hacer cosas por los demás.

Esta vez fue Teddy el que frunció el ceño y le puso la mano sobre el brazo para que le mirara.

— Dudo mucho que sea así.

— Yo… me alejé de todos cuando me pusieron en Slytherin. Y ahora, con Scorpius lejos… me siento un poco solo. Es genial vivir con James, pero en realidad apenas nos vemos y no sé, quería hacer algo por mi familia, algo todos juntos.

— Tu familia te adora, Albus —le recordó Teddy con suavidad, acariciando su brazo.

El joven volvió a morderse el labio y lo miró fijamente.

— ¿Pasa algo más?

— Quería impresionarte.

— ¿A mí?

— A ti. Sé que te encanta el asado de papá. Y que ese cocktail es tu favorito. Elegí los entrantes que mamá hace cuando vienes y me aseguré de comprar el vino que siempre ponía tu abuela cuando íbamos a cenar.

— ¿Por qué?

Albus enrojeció de nuevo, igual que horas antes en la cocina. Y se pasó también los dedos por el pelo y esta vez Ted sí se paró a observar los desacostumbrados gestos.

— ¿Albus? —insistió al ver que no respondía.

Por respuesta, Albus usó su varita y apuntó al techo. Una rama de muérdago comenzó a crecer ante sus ojos, directamente sobre sus cabezas.

— Quería impresionarte para ver si así conseguía besarte bajo el muérdago.

Ted parpadeó varias veces, con los labios entreabiertos por la sorpresa.

— ¿Puedo? —preguntó Albus en un susurro estrangulado.

— ¿Tú quieres besarme a mí? ¿Por qué?

— Creo que solo hay un motivo porque el que alguien quiere besar a otra persona.

— Oh, Merlín. Yo… no he visto esto venir.

Su anfitrión disimuló su nerviosismo bebiendo un largo trago que casi vació media copa.

— Ni siquiera sabía que te gustaban los chicos.

Con un suspiro, Albus dejó el vaso sobre la mesa e hizo ademán de levantarse, pero Ted le sujetó por la muñeca para que volviera a sentarse.

— ¿Dónde vas?

— A intentar salvar mi dignidad.

— No he dicho que no quiera.

— Tampoco has dicho que sí. Y esta conversación es muy larga ya. Es solo un beso, o quieres o no quieres.

— No es solo un beso Al, porque tú no eres solo un chico.

— Si me vas a mandar a la brotherzone, ahorrátelo —hizo otro intento de levantarse.

Más fuerte, no en vano había sido el mejor de su promoción en las pruebas físicas de la academia, Ted tiró de él hasta echárserlo encima, recostado en el sofá, aún directamente bajo el muérdago. Albus volvió a sonrojarse, esta vez violentamente, con los ojos muy abiertos cuando Ted lo sujetó por la cintura para que no pudiera huir.

— No iba a jugar la baza del hermano. Iba a jugar la de "si esto sale mal tu padre me matará"

— Es solo un beso, Ted.

— Empiezo a pensar que eso va a ser imposible, Albus.

— ¿El qué?

— Besarte solo una vez.

La cara morena de Albus se llenó con una sonrisa increíble, una que no había visto antes y le hizo saltar el estómago de un modo muy agradable justo antes de soltar una mano para llevarla a su nuca y enterrarla entre los oscuros mechones para besarle. Lento, con cuidado, disfrutando. Y convencido enseguida de que, efectivamente, no sería posible besarlo una sola vez.