Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es Hoodfabulous, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to Hoodfabulous. I'm only translating with her permission.
Capítulo 2
Patéame Cuando Estoy en el Suelo
"Apuñala el cuerpo y este sana,
pero lastima el corazón y la herida perdura por una eternidad."
~Mineko Iwasaki~
Bella Swan, 16 años
Cullen, Cullen, Cullen... Este nombre fue pronunciado por varios miembros de mi familia casi a diario a lo largo de los años después de que enterramos a mi padre. Su obvio desdén por los Cullen era prácticamente palpable.
A lo largo de los años posteriores de la muerte de mi padre, nuestras dos familias continuaron peleando y enfrentándose. Nadie sabía exactamente por qué comenzó la disputa de décadas. Siempre asumí que se debía a negocios rivales de narcotráfico, pero mi primo Emmett me contó que eso no tenía nada que ver con lo que comenzó la disputa. Emmett una vez me dijo que la guerra comenzó hace muchos muchos años atrás cuando un ancestro Swan empezó una historia de amor secreta y tórrida con uno de los hombres Cullen. Ambos estaban casados y fueron encontrados muertos, terriblemente similar a la manera en que encontraron a mi padre... con un disparo en la cabeza y abandonado en un campo baldío a las afueras del pueblo. Así comenzó un odio de por vida entre las dos familias.
Aunque los hombres de las dos familias peleaban y discutían a un nivel más serio, los hijos jugaban en un campo completamente diferente. Mi primo Emmett, que era un bromista por naturaleza, le amaba provocar a los niños Cullen. Em una vez ordenó un montón de pornografía gay, usando una tarjeta prepaga que compró en Walmart, puso la pornografía a nombre de Edward Cullen y lo envió directamente al domicilio particular de Carlisle Cullen. Tuvo una sonrisa permanente en su rostro adorable con hoyuelos durante semanas después de eso, mientras su mente imaginaba la imagen de Carlisle abriendo paquetes de pornografía gay dirigido a su hijo menor de edad. Estábamos sentados en clase y de repente se echaba a reír al recordar lo que había hecho. Las lágrimas caían por su rostro, y la profesora lo regañaba por su interrupción, enviándolo a detención después de clases. Yo sacudía la cabeza con diversión y vergüenza... mayormente vergüenza.
Emmett se quedaba en detención por una razón u otra, pero no era el único Swan que tenía un escritorio permanente allí. Mi prima Kate prácticamente vivía en detención debido a toda la mierda que hacía en la escuela. Mis primos gemelos, Makenna y Benjamín, también se metían en muchos problemas. No podías culparlos; todos habíamos sido criados duramente. Que el FBI derribara la puerta de tu baño durante un baño de burbujas hace que una persona se sienta amargada, y nosotros éramos todos un grupo de cínicos y amargados.
Éramos los hijos de un montón de criminales, una banda de hermanos que se rumoreaba que eran traficantes de marihuana. Aunque jamás había sido demostrado; no mientras Billy Black fuera el jefe de policía del pueblo. Billy estaba confabulado con mi familia desde que tenía memoria y siempre era excelente para cubrir evidencia de las indiscreciones de mi familia.
No estaba de acuerdo con el estilo de vida de mis familiares. La mayoría del drama terminó con la muerte de mi padre. Ya no había más agentes derribando puertas. Ya no había más vehículos encubiertos estacionados al final de nuestra larga entrada rodeada de árboles. Mi padre, en su débil intento de mantener a las personas a raya, específicamente construyó nuestra casa tan dentro del bosque que nadie que pasara por allí podría vislumbrarla. Pero eso no evitaba que pasaran por allí para espiarnos de vez en cuando. Mi casa ya no era considerada un foco y aunque a Aro, mi tío sin hijos, nada le encantaría más que algún día yo ocupara el lugar de Charlie Swan, jamás podría ser esa persona.
Mi vida era extraña, por decirlo amablemente. Mis abuelos criaron a un grupo de matones, pero mi abuela era muy respetada en la comunidad, así como lo había sido mi abuelo. Ella era dueña de un negocio local y generaba ingresos a la comunidad con la pastelería que tenía.
Mis tíos eran dueños de negocios también, poseían una empresa de construcción que era contratada por gente rica en toda la mitad sureña. Mi padre una vez fue dueño de esa compañía, pero le pertenecía a sus hermanos Aro, Marcus, Felix y Alec ahora. Era una buena y legítima tapadera para su negocio de drogas.
La notoriedad que recibíamos era extraña. Las personas estaban simultáneamente asombradas y aterrorizadas de nosotros. Jamás tuve una cita, no porque los chicos en mi clase tuvieran miedo de invitarme a salir, sino porque sabían que ellos jamás me llevarían a casa a conocer a sus padres. Me negaba a salir con alguien que tuviera mucha vergüenza de presentarme a su madre o padre. Mis primos tenían ese mismo problema también.
Todos teníamos aproximadamente la misma edad; Kate, Emmet y yo teníamos dieciséis. Makenna, Benjamín y Alice tenían quince en estos momentos. Ellos estaban ligeramente más decepcionados con toda la situación de las relaciones. En este momento momento de mi vida, no podría importarme menos. Preferiría pasar mi tiempo con la nariz metida en un libro o dibujando en mi cuaderno de bocetos que pasar tiempo con un montón de adolescentes insípidos en la tienda de delicatessen local. Aburrido.
Al menos, eso es lo que me decía a mí misma. A decir verdad, siempre me sentía un poco sola. Alice era una buena hermana, siempre manteniéndome entretenida con su excentricidad, aunque eso daría un giro drástico en años posteriores. Pero incluso su compañía era suficiente para llenar este extraño vacío que sentía en mi vida. Quería enamorarme. No quería la primera cita incómoda de ir al cine o el beso torpe en el asiento trasero de un coche. Quería un romance completo que me detuviera el corazón y que alterara mi vida.
Alice y yo éramos unas niñas que estaban solas en casa. Nuestra madre, Renée, trabajaba largas horas como enfermera en el hospital local, el cual estaba ubicado directamente al otro lado del río Tenn-Tom. Ese era territorio Cullen, pero la indiscreción de mamá era perdonada, porque el trabajo legítimo resultaba ser algo que su contrato verbal realmente permitía.
Yo llevaba a Alice y a mí misma a todos lados en mi Jeep. Amaba mi Jeep. Era negro con una capota color canela que nunca dejábamos puesta desde los meses de abril hasta mediados de octubre. No había mejor sensación que viajar con el viento azotándote el cabello. Era una pequeña libertad que aprendí a disfrutar.
El Jeep fue un regalo por mi decimosexto cumpleaños. Lo llamaba un "regalo por culpa" porque me lo dio mi madre en un intento de sentirse menos culpable por el inexistente tiempo que pasaba con sus dos hijas. Así era como funcionaba mi madre. Cuando dejaba de pasar tiempo con nosotras, intentaba compensarlo comprándonos cosas triviales. Ella era una mujer trabajadora ocupada todo el tiempo, pero incluso en sus días libres estaba lejos de casa, dejándonos a nuestra suerte la mayoría del tiempo. Cuando mencionaba que preferiría pasar tiempo con ella en vez de tener todos los regalos en el mundo, ella comenzaba a hacerme sentir lástima, quejándose sobre las cuentas y cómo la razón por la que trabajaba tantas horas extra era para nosotras. Dijo que quería lo mejor para sus chicas, pero yo sabía la verdad. El hospital no solo era su pan de cada día, sino que era su marido y sus hijos; era la familia que ella preferiría tener.
Con el paso de los años, me convertí en la mujer que ella nunca fue. Era la cocinera, la mucama, la que se aseguraba de que las cuentas fueran pagadas a tiempo. La mayoría de mi tiempo libre lo pasaba manteniendo a Alice alejada de los problemas, y eso era bastante duro de hacer por mi cuenta. Alice se volvió dependiente de mí, y yo odiaba ser una chica de dieciséis años y sentir que tenía el doble de mi edad. Mi madre me hacía sentir culpable por quejarme de estas cosas, diciéndome que ella era una madre soltera y que dejara de ser tan egoísta al ayudarla. Lentamente comencé a resentir a la mujer.
Deseaba que mi padre siguiera con vida. Pero no lo hacía. Él estaba muerto y fue a manos de un Cullen, o eso decía mi familia. La identidad de su asesino jamás fue descubierta. No se encontró evidencia más que las marcas de neumáticos cerca del campo baldío donde fue descubierto su cuerpo. Las huellas de neumáticos fueron identificadas para una determinada marca y modelo de coche que no le pertenecía a nadie en nuestro pequeño pueblo de Mayhaw, ni en el pueblo vecino al otro lado del río, Birchwood. Allí era donde residía el clan Cullen, gracias a Dios. Si todos viviéramos en el mismo pueblo, no tenía dudas de que todos nos hubiéramos matado entre nosotros. Mayhaw era un pueblo mucho más chico que Birchwood, pero seguía en el mismo condado. Birchwood era extremadamente próspero gracias a Carlisle Cullen, propietario de una de las empresas más grandes de muebles en el gran estado de Mississippi. Proporcionaba cientos, sino miles, de trabajos.
No compartía el mismo tipo de animosidad hacia los Cullen como mi familia. No me malinterpreten, todavía no podía soportarlos por el simple hecho de que uno más de ellos causaron la muerte de mi padre. Sin embargo, mi padre estaba metido en todo eso, trayendo problemas por sí mismo. No solo culpaba a los Cullen por su muerte, sino que a mi padre y a sus propios hermanos también. Si no fuera por la manera en que eligieron vivir sus vidas, mi padre seguiría aquí, caminando en este planeta.
Nuestros dos pueblos estaban separados por las aguas pantanosas del río Tennesee-Tombigbee, también conocido por los lugareños como el "Ten-Tom". El río atraviesa Tennesee, la esquina noreste de Mississippi y luego cruza la frontera estatal hacia Alabama. Las reglas eran simples; los Cullen se quedaban de su lado del río y nosotros, los Swan, nos quedábamos en el nuestro.
No había visto a un Cullen desde el día que enterraron a mi padre a dos metros dentro de la tierra de arcilla roja. Hasta un día crucial, un día que nunca iba a olvidar. Es el día que me patearon cuando ya estaba en el suelo.
El virus estomacal se propagó por toda la escuela y los chicos comenzaron a caer como moscas. Cuando me invadieron las náuseas, fue repentino y alarmante. Rara vez me enfermaba. Mi sistema inmune era estelar. El entrenador Clouse me hizo retirarme del gimnasio después de encontrarme encorvada, agarrándome el abdomen y gimiendo de dolor. Exigió que viera a la enfermera de la escuela y reclutó a ningún otro que Mike Jodido Newton para que me acompañara a la enfermería. A pesar del dolor, logré poner los ojos en blanco con molestia a mi compañero demasiado ansioso que pareció aparecer mágicamente a mi lado.
Mike Newton había estado enamorado de mí desde siempre. Él era bastante adorable, suponía, con su cabello rubio puntiagudo y sus ojos azules profundos. Mike era de estatura promedio y tenía el cuerpo de un atleta, habiendo practicado todos los deportes imaginables desde que tenía edad suficiente para sostener un bate y una pelota. Los padres de Mike eran dueños de una tienda de artículos deportivos en el pueblo, lo que convertía a su familia en una clase media alta. Clase media alta era definida como "rica" según los estándares rurales de Mississippi, automáticamente convirtiéndolo en uno de los chicos más populares en nuestra clase. Bueno, eso y el hecho de que él era bastante decente, aunque un poco ingenuo y crédulo. Las chicas bonitas corrían tras él como perras en celo. No podía comprender por qué le gustaba.
Mike colocó una mano en la parte baja de mi espalda mientras me acompañaba desde las canchas de baloncesto y tenis cerca de la escuela hasta la enfermería. Aunque me sentía mal, estaba un poco eufórica por faltar a la clase de gimnasia. Era el día de balón prisionero, y la cancha de baloncesto se convertía en una zona de batalla mientras Lauren Mallory y Jessica Stanley, también conocidas como las "Gemelas de Parador de Casas Rodantes", o "GPCR" para abreviar, lanzaban balón tras balón a una velocidad récord hacia los niños más débiles y físicamente ineptos. Jessica y Lauren no eran verdaderas gemelas. Ni siquiera estaban relacionadas, pero sí vivían en un parador de casas rodantes y tenían el mismo cabello rubio sedoso, ojos azul cielo y cuerpos esbeltos.
En un universo alterno, yo sería uno de los niños más débiles de los que se burlaban las chicas. Pero este no era un universo alterno, ya que era una Swan y había sido elegida por el equipo de chicos populares solo por mi apellido. Además, GPCR eran buenas amigas de mi prima Kate, y ellas nunca se meterían con Kate Swan. Al menos, si sabían lo que les convenía.
—¿Estás bien? —Mike me preguntó con compasión mientras caminábamos lentamente por el camino pavimentado que iba desde las canchas hasta la escuela secundaria. Su mano hacía círculos mientras frotaba suavemente la parte baja de mi espalda.
—No, me siento como la mierda —gemí, demasiado miserable para que me importara la manera en que me tocaba.
Dejé de caminar por un momento para tener arcadas en la zanja junto al costado del camino, inclinándome y colocando mis manos en mis muslos. Mike en encogió mientras yo vomitaba, sin salir nada. Con mejillas sonrojadas, escupí muchas veces. Estaba avergonzada por estar enferma frente a Mike, pero silenciosamente deseaba simplemente vomitar sabiendo que me haría sentir mejor.
—Lo siento —murmuré, enderezándome y envolviendo mis brazos alrededor de mi torso mientras comenzábamos a avanzar por el asfalto.
—Nah, está bien —él me aseguró, colocando su mano de la parte baja de mi espalda de nuevo—. Tuve el virus la semana pasada así que sé cómo te sientes. ¿Recuerdas? Falté dos días a clases.
Él asumía que había extrañado verlo en la escuela... pero no recordaba que Mike faltara por dos días. Le prestaba tan poca atención a aquellos a mi alrededor, ya que estaba perdida en mis propios pensamientos la mayoría del tiempo. Secretamente deseaba tener los mismos sentimientos por Mike que él tenía por mí. Mi corazón no sentía nada más que la sensación de su mano en mi cuerpo y la preocupación en su voz. ¿Por qué no podía ser una de esas chicas que andaba detrás de Mike?
Llegamos a la enfermería y nos separamos. Mike me dio una sonrisa dócil y murmuró sus buenos deseos al irse. Le di una pequeña sonrisa y entré a la enfermería.
El gran ventilador de pie que estaba en la esquina de la habitación era un dulce alivio para el calor de afuera, inmediatamente envió una fría brisa hasta mi piel caliente y pegajosa e hizo que la piel de mis brazos se erizara. Debido al fiasco del balón prisionero, la camiseta que tenía puesta se pegaba a mi piel sudorosa. Jalé de esta implacablemente, separándola de donde se pegaba a mi cuerpo mientras llamaba a la enfermera.
Ella salió del cuarto del fondo vistiendo una bata rosa con caricaturas de rostros sonrientes de niños esparcidos por la blusa. La enfermera Cope tenía un ligero sobrepeso y su grueso vientre presionaba con fuerza contra la blusa médica demasiado pequeña. Su rostro redondo era una máscara de preocupación, sus ojos azules miraban a través de las gruesas gafas en su corta y regordeta nariz.
—¡Isabella! ¡Te ves muy pálida! ¿Qué pasa, cariño? —preguntó, su acento sureño marcado por la preocupación.
—Creo que pille el virus estomacal —gemí, una ola de mareo invadiéndome mientras me apoyaba contra el pequeño escritorio cerca de su oficina en busca de apoyo.
Ella chasqueó la lengua con preocupación, rodeándome con un brazo, llevándome hacia un cuarto en la parte trasera de la enfermería. Me pidió que me acostara en un catre pequeño mientras buscaba un termómetro. La Sra. Cope eventualmente regresó al cuarto, presionando un termómetro cubierto por una funda debajo de mi lengua y me indicó que lo sujetara allí. Cerré los ojos y ella esperó pacientemente a mi lado, sentada en el borde del catre, frotando mi mano húmeda de una manera maternal que me era extraña.
—Tienes una fiebre leve, querida —anunció, mirándome por encima del borde de sus anteojos—. Necesitas ir a casa, cariño, y tomar algo para esa fiebre. Y beber mucha agua. No creo que estés en condiciones de conducir hasta casa. ¿Renée está en casa hoy?
—No, señora —gemí, presionando una mano contra mi frente caliente. Si tenía fiebre, ¿por qué de repente sentía tanto frío? Estar enferma no era una sensación con la que estaba familiarizada—. Ella está trabajando a doble turno hoy. ¿Puedes llamar a mi tía Maggie?
La Sra. Cope asintió y se fue en busc del teléfono inalámbrico. Tenía mi móvil en el bolsillo pero no lo saqué por miedo a que me lo confiscaran. Tener teléfonos móviles en la escuela estaba prohibido, y el castigo era la confiscación sin devolución hasta el final del año escolar. Faltaba meses para eso y no podía arriesgarme a perderlo.
Maggie eventualmente llegó a recogerme de la escuela. Ambas me ayudaron a meterme en la pequeña camioneta blanca. El interior olía a piña y coco debido a los múltiples ambientadores que colgaban del espejo retrovisor. Estaban allí para enmascarar el olor a hierba, pero mi nariz canina aún detectaba el olor y me reí con humor mientras la Sra. Cope cerraba la puerta detrás de mí. Bajando mi ventana para escapar del aroma fuerte y tropical, aspiré bocanadas de aire limpio y cálido en mis pulmones. Maggie se subió a la camioneta. Después de verme fulminar con la mirada a los ofensivos ambientadores, ella los sacó del espejo retrovisor y los metió dentro de la consola, cerrándola con un satisfactorio chasquido. Masculló sus disculpas y le di una sonrisa llorosa.
—¡Pobrecita! —arrulló, conduciendo la camioneta fuera del estacionamiento del coche y dirigiéndose hacia las afueras del pueblo. La ventana lateral estaba ligeramente rota y sus rizos rebotaban y bailaban en el viento. Su cabello era tan rubio como el de su hija, Kate. Kate era la única niña Swan que no tenía cabello negro o marrón oscuro, haciéndola parecer una rareza entre todos nosotros.
—Te llevaré a casa y te prepararé un poco de sopa de pollo casera. ¡La receta de Nana, por supuesto!
—Agh, no menciones comida. Jamás volveré a comer —gemí, sacando mi móvil del bolsillo trasero—. Además, probablemente no tengamos ningún ingrediente que necesites para hacerlo, de todos modos. No he ido al supermercado en una semana... quizás dos.
Vi los labios de Maggie formar una línea firme y sus ojos azules mirar enojados a través del parabrisas delantero. No era ningún secreto que le desagradaba mi madre, una persona que una vez fue su mejor amiga. Maggie expresó en más de una vez su desaprobación por la manera en que mi madre cargaba todo sobre mis hombros.
Le envié un mensaje a Alice diciéndole que estaba enferma, y que fuera muy discreta mientras usaba su llave del Jeep para regresar a casa. Alice solo tenía quince años y yo no podía darme el lujo de recibir una multa porque ella condujo siendo menor de edad. Ella rápidamente me contestó alrededor de diez veces, pero la ignoré, metiendo el teléfono de vuelta en mi bolsillo.
Maggie cambió de tema y comenzó a divagar sobre las travesuras de Kate, su voz sonando perturbada, pero la leve sonrisa en su rostro me decía que encontraba divertida la conducta de Kate. Ella comenzó a tratar de sacarme discretamente información sobre un chico con el que Kate supuestamente estaba saliendo. Poco sabía ella que Kate no estaba "saliendo" con nadie. Kate estaba acostándose con un par de chicos, pero no estaba "saliendo" con nadie, con ninguna persona en particular. Le di respuestas vagas y sin importancia mientras girábamos hacia el largo y sinuoso camino rural donde mamá, Alice y yo vivíamos.
Maggie llegó a la entrada lentamente y su voz se detuvo abruptamente cuando ni siquiera estábamos a la mitad del camino rodeado de árboles. De inmediato colocó la palanca de cambios en reversa, y rápida y silenciosamente retrocedió por el empinado camino. Eché un vistazo a la casa debajo de nosotros. A la derecha brillaban el lago y la pequeña piscina. Había un coche desconocido estacionado en la entrada. Miré a mi tía con confusión, asimilando la expresión horrorizada en su rostro. Volví a mirar al vehículo mientras desaparecíamos por la esquina del camino.
La camioneta era una monstruosidad reluciente y enorme con neumáticos gruesos, negros y completamente cromados en plata. Era un monstruo de cabina extendida, devorador de diésel, pintado de verde cazador. Parecía nueva y probablemente costaba más que nuestra casa.
—Por Dios, Isabella —susurró Maggie, su rostro contraído por la urgencia—. ¿Qué diablos está pasando?
—¿De quién es esa camioneta? —pregunté, luchando para echar un último vistazo mientras Maggie retrocedía por el camino y estacionaba en el arcén bajo.
No respondió mientras nos escondíamos entre los árboles fuera de la vista de la casa. Buscó a tientas en su bolso, sacando su teléfono desde las profundidades. Sus dedos temblaban mientras presionaban en la pantalla.
—¡Felix! La enfermera me llamó para que fuera a la escuela a recoger a Bella. No, Kate está bien. Bella tiene un virus estomacal. No estoy llamando por eso, Felix. ¡Necesito que vengas a la casa de Renée ahora! No estoy bromeando, deja lo que estás haciendo y ven aquí ahora! —gritó frenéticamente al teléfono, ignorando mi expresión confundida—. No creerás de quién es la camioneta que está estacionada en su entrada mientras hablamos. ¡Apresúrate! ¡Tengo mucho miedo como para volver allí! —La voz frenética y preocupada del hermano menor de mi padre se filtraba por los altavoces del teléfono—. ¡Juro que parece ser la camioneta de James Cullen! ¡Solo apresúrate!
Ella cortó la llamada, dejando caer el teléfono en su regazo. Metió un pulgar en su boca, mordiendo la uña, y me miró alterada.
Un nudo de temor se formó en mi estómago. Había un Cullen en mi entrada. Mi estómago comenzó a revolverse de nuevo, pero no era por el virus esta vez. Había solo una razón por la que un Cullen estaría en mi casa, pensé, una imagen de mi padre pasó por mi mente. Mi pobre madre... ¿y si estaba muerta? No importaba lo mucho que la resentía, jamás le desearía ningún daño.
Nos sentamos silenciosamente en la camioneta entre el césped largo que crecía a los costados del camino. Algo en la expresión en el rostro de Maggie me decía que no mencionara la camioneta o a mi madre. Su rostro estaba completamente blanco y sus labios rosados se estiraban en su rostro con el ceño fruncido. Mi estómago seguía revolviéndose mientras nos sentábamos en el vehículo cada vez más caliente. El sudor corría por mi frente y aumenté el aire acondicionado.
La antigua camioneta Chevy roja del tío Felix finalmente pasó por nuestro costado en la carretera. Su motor resoplaba ruidosamente mientras estacionaba en la entrada a paso firme. Maggie inmediatamente le siguió, estacionando detrás de él. Observé ansiosamente la parte trasera de su cabeza rizada a través del cristal trasero mientras apagaba el motor y se bajaba de la camioneta con un salto.
Felix vestía una camisa a cuadros con las mangas arrancadas. Sus gruesos brazos brillaban con sudor y los jeans que tenía puesto eran prácticamente blancos por el polvo del cemento. Tenía los mismos rasgos apuestos y toscos de todos los hombres Swan: cabello oscuro y ojos grandes y tristes.
Me bajé de la camioneta, ubicándome junto a mi tía que estaba apoyada contra el capó de su vehículo, sus manos retorciéndose ansiosamente. Mi corazón martilleaba contra mi pecho mientras veía a Felix subir el pequeño sendero que conducía a la casa del lago. Intentó abrir la puerta principal sin éxito.
—¿Tienes tus llaves? —preguntó Maggie, ansiosamente.
Asintiendo, las saqué de mi bolsillo y se las di. Ella cruzó la distancia entre el vehículo y donde estaba Felix, lanzándole las llaves en las manos antes de regresar a mí. Felix deslizó la llave correcta en el picaporte antes de desaparecer dentro de la casa. Maggie y yo permanecimos allí por lo pareció una enorme cantidad de tiempo antes de que nos sobresaltáramos ante el sonido de cristales rompiéndose y gritos que salían por la puerta principal.
Ambas jadeamos de asombro cuando el tío Felix empujó a un hombre, mucho más pequeño en tamaño, por la puerta abierta. El hombre cayó al suelo con un "uf" junto al sendero, aterrizando debajo de los altos pinos y robles que rodeaban la casa. El hombre era rubio con rasgos afilados y probablemente era bastante guapo, si no fuera por su labio roto y su ojo derecho que se hinchaba rápidamente. El hombre luchaba para ponerse de pie, su camisa blanca manchada de tierra y hojas rotas. Felix descendió los pequeños pasos que conducían a la entrada, sus botas polvorientas golpeando la acera mientras se dirigía hacia donde estaba el hombre. Felix lo golpeó en la cara y vi con horror cómo su cabeza giraba, sus ojos verdes moviéndose brevemente hacia donde Maggie y yo nos encontrábamos aferradas a la otra y temblando. El hombre logró permanecer de pie y se arrojó sobre mi tío, tirándolo al suelo. Comenzaron a intercambiar puñetazos, patadas, y maldiciones mientras peleaban, y saqué mi móvil del bolsillo con intenciones de llamar a la policía.
Fue entonces que mi madre emergió de la casa, con sus rizos castaños desordenados mientras bajaba los pequeños escalones corriendo y gritando. Sus grandes ojos color avellana se abrieron de par en par por el miedo al ver a los dos hombres peleándose frente a su casa. La blusa blanca de hospital que llevaba estaba arrugada y no se me pasó desapercibido que estaba al revés. El lápiz labial rojo pálido que normalmente usaba estaba corrido por su rostro, bajando hasta su cuello.
—¡Felix! ¡Detente ahora mismo antes de que mates a James! ¡Solo déjame explicar! —gritó, sujetando a mi tío.
Él se zafó de ella fácilmente. Grité cuando ella jadeó y cayó en el macizo de flores, lleno de las mismas flores que ella plantó cuando mi padre estaba vivo. La tierra negra arruinó su uniforme blanco mientras yacía tendida sobre el macizo de flores, inmóvil excepto por sus ojos que miraban con preocupación a mi tío.
—¡Mamá! —grité entre lágrimas, mi estómago se revolvió una vez más.
Maggie me sujetó cuando intenté acercarme, sus manos agarrando firmemente mis brazos. Luché inútilmente contra ella mientras mi madre yacía en el suelo en estado de shock.
—¿Explicar qué, Renée? ¿Cómo acabo de encontrarte follándote a un Cullen? —gruñó él. Se puso de pie y jaló al hombre más pequeño con él antes de darle un puñetazo a la mandíbula del tipo, haciéndolo caer al suelo en espiral. Feliz dejó al hombre allí tirado, se dio la vuelta y caminó hacia mi madre, cerniéndose sobre su figura temblorosa. Felix la señaló con un dedo fornido.
—¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste hacerle eso a mi hermano, en la casa que construyó para ti y su familia? ¡Él está muerto por culpa de esos malditos! ¿Y dejas que uno se meta entre tus piernas? ¡Eres una puta sucia!
Presionando mis dedos contra mis orejas, intenté ahogar las palabras de mi tío porque no eran ciertas. Mi madre jamás le haría eso a mi papi. Ella nunca permitiría que un Cullen la tocara. Mi madre no. De ninguna manera. Ella nunca traicionaría el recuerdo de mi padre al acostarse con alguien que podría ser su asesino. Pero las palabras no paraban de dar vueltas en mi mente, por siempre incrustadas allí mientras observaba cómo continuaba la discusión ahora entre mi tío y mi madre.
El hombre rubio, cuyo nombre descubrí que era James, se sentó sobre su trasero en la tierra, parándose y corriendo hacia su camioneta. Abrió la puerta y se inclinó hacia adentro, desapareciendo momentáneamente mientras mi familia seguía peleando. El hombre salió con una escopeta recortada entre sus largos y elegantes dedos.
—¡No! —chillé, quitando las manos de mis oídos.
Mi tía quedó helada a mi lado. El hombre se encogió, y sus ojos se dirigieron a los míos brevemente mientras apuntaba el arma. Escupió sangre de su boca, el líquido rojo y brillante salpicando el concreto en la entrada, agrietado y ligeramente desmoronado por los años de calor que soportó. Felix se giró y miró fijamente a James, entrecerrando los ojos con furia hacia el hombre que sostenía el arma.
—Deja en paz a Renée, ¿me escuchas? —dijo James, sosteniendo el arma a un lado, apuntando a mi tío—. Si descubro que la lastimaste, volveré y juro que libraré a la tierra de toda la escoria Swan.
—Rompiste varias reglas importantes, Cullen —escupió Felix, ignorando las palabras del hombre—. La primera regla que rompiste fue cruzar el río. La segunda fue tocar a una de nuestras mujeres. Y ya conoces la regla sobre involucrar a los niños. —La mirada de Felix se movió hacia donde yo me encontraba paralizada del miedo.
—Renée no es una Swan, al menos, ya no —discutió James—. Y su hija difícilmente es una niña. Pero tienes razón sobre cruzar los límites. Sí, hice esa mierda. ¿Qué vas a hacer al respecto, Felix?
—Como las reglas no significan nada para ti, ¿qué tal si todas las reglas quedan nulas desde ahora? —sugirió Felix con un tono amenazador, una voz que daba a entender que no estaba haciendo ninguna negociación—. Eso significa que Aro, Marcus, Alec y yo podemos cruzar ese puente y hacer negocios en Birchwood cuando sea que queramos. Y si encuentras a un chico Swan en la cama de tu hija... no hay nada que puedas hacer al respecto. ¿Cómo suena eso, James?
—Creo que es algo bueno que tenga un hijo y no una hija. —James se rio, volviéndole a colocar el seguro al arma y lanzándola al asiento del pasajero mientras se colocaba detrás del volante—. El hijo de mi hermano tomará el mando del negocio en un par de años. Le encantará saber que tiene permitido venir a Mayhaw. Hay algo que él simplemente adora sobre Mayhow.
Dijo esas últimas palabras mientras miraba en mi dirección, sonriendo con diversión ante la expresión confundida en mi rostro. La sonrisa que tenía estaba teñida de rosa por la sangre de su boca lastimada. Riendo, cerró la puerta con un golpe y giró el coche, pisando el acelerador, y moviéndose alrededor de los vehículos. La misma sonrisa grande seguía en su rostro mientras salía expertamente de la entrada en reversa. El sonido del fuerte motor diésel rugía mientras aceleraba por el camino antes de eventualmente desaparecer.
—Ya no eres considerada familia, Renée —Felix le dijo a mi madre en voz baja mientras ella se levantaba del macizo de flores con su bata blanca manchada. Las lágrimas corrían por sus mejillas, el rímel cayendo de sus ojos.
—Estás muerta para mí ahora —resopló él, escupiendo el suelo cerca de donde ella se encontraba antes de girar hacia mí—. Isabella, nada de lo que sucedió hoy cambia lo que sentimos por ti y por Alice. Esto no es su culpa, de ninguna manera. Eres la hija de mi hermano, ahora y para siempre... pero tu madre ya no es familia. Maggie, vámonos. —Felix le dio una mirada furiosa a mi tía antes de abrir la puerta de su Chevy antiguo y subirse.
Mi tía me dio una sonrisa triste y me abrazó fuerte.
—Qué te sientas mejor, cielo —susurró. Le envió una mirada asesina a mi madre y se subió a su camioneta también.
Saliendo de la acera, me paré junto a la entrada y silenciosamente los observé marcharse, tirando de un mechón de mi cabello con angustia. Hubo un largo y cargado silencio mientras permanecía allí mirando el camino largo y vacío. Los altos pinos proyectaban sombras sobre el pavimento agrietado.
Mi madre respiraba pesadamente detrás de mí. Había ramas y hojas esparcidas por el suelo bajo sus pies mientras se movía en el lugar. Ella fue la primera en romper el pesado y denso silencio.
—¿Qué haces en casa tan temprano? —espetó de repente, su voz molesta provocando que me diera la vuelta hacia ella con sorpresa.
Cruzó la distancia entre nosotras, fulminándome con la mirada en acusación. Agarrándome por los hombros, comenzó a sacudirme violentamente mientras gritaba.
—¡Esto es tu culpa! ¡Eres igual que tu padre! ¡Siempre causando problemas! ¡Charlie Swan! Así es como debería llamarte... ¡Charlie Swan! —gritó, sus ojos color avellana brillaban con odio. Me sacudió tan fuerte que mis dientes resonaron en mi boca.
—¡No es mi culpa! —chillé mientras ella seguía sacudiéndome—. ¡Comencé a sentirme mal en la escuela! ¡Estaba muy enferma para conducir a casa!
—¿Por qué no me llamaron? —espetó, dejando caer sus manos de mis hombros y plantándolas en sus caderas—. ¡Yo soy tu madre! ¡Deberían llamarme primero!
—¡Creí que estabas en el trabajo, no en casa follándote a un Cullen! —le grité en respuesta, repentinamente abrumada por la ira.
Hice una mueca cuando mi madre me abofeteó la cara con la palma abierta. Mi cabeza cayó hacia atrás y sujeté la mejilla adolorida con asombro. Mi madre jamás me había golpeado antes, aparte de las nalgadas habituales cuando era niña. Las palabras de mi madre eran su forma normal de abuso contra mí. Al girar la cabeza, me encontré con sus vengativos ojos color avellana.
—¡Estoy harta de que me faltes el respeto! Cada vez que me contestes, eso es lo que vas a recibir... una bofetada en la boca. ¡No eres más que una adolescente arrogante que piensa que lo sabe todo! ¿Por qué no puedes ser más como Alice? ¡Al menos, ella no me contesta todo el tiempo! —espetó.
—No, Alice no te contesta. ¡Ella está demasiado ocupada metiéndose lo que sea que pueda encontrar como para contestarle a alguien! —grité mientras los ojos de mi madre se entrecerraban en mi dirección—. ¿Eso es lo que quieres que haga? ¿Quién se va a asegurar de que haya comida en el refrigerador o de limpiar la casa así puedes ir por ahí follando a James Cullen? ¿Eso es lo que haces cuando yo me ocupo de las cosas por aquí?
—¡Con quién paso mi tiempo es asunto mío, no de Felix o Maggie, y ciertamente no tuyo! Y no me vas a decir ni una mierda al respecto o te arrancaré todos los dientes! —gritó ella, abofeteándome una última vez para enfatizar su punto.
La fuerza del golpe me tiró al suelo, y me quedé allí mientras ella se alejaba, murmurando sobre mi padre muerto y subía los cortos escalones. Abrió la puerta y la cerró de golpe detrás de ella.
Unos minutos después, salió de la casa, pero me negué a mirarla. La escuché mascullar algo sobre un descanso extendido para almorzar y que necesitaba regresar al hospital antes de irse en su pequeño coche deportivo rojo. El coche era adecuado para ella. Era demasiado mayor para estar conduciéndolo, pero lo suficientemente bonita para salirse con la suya.
Las ganas de vomitar finalmente se apoderaron de mí. Me di la vuelta y me arrastré por el suelo, inclinándome sobre el preciado macizo de flores de mi madre y vomitando sobre sus bonitas flores. Bien. Me alegraba que estuvieran llenas de vómito. Mi estómago eventualmente se calmó y regresé a mi lugar en el suelo, acostándome boca arriba y mirando los rayos de luz que se filtraban a través de las ramas y hojas sobre mí.
Allí es dónde Alice me encontró algún tiempo después. Escuché el inconfundible sonido de mi Jeep girando en el camino. Ella lo estacionó directamente frente a mí, ignorando el garaje cercano. Nadie nunca lo usaba, de todos modos. Estaba lleno de los trastos de papá, nuestro viejo barco de esquí que no se había usado en cien años, y dos motos acuáticas.
Alice se bajó del Jeep y sus tacones de diseñador de imitación resonaron contra el pavimento. Mi hermana se vestía de acuerdo con su estado de humor, y aparentemente su estado de humor era furia ardiente. Llevaba tacones rojos, pantalones negros ajustados y una camiseta roja a juego que fluía sobre su pequeño cuerpo. Alice realmente era una hermosa criatura, pero ese día su rostro estaba marcado por la preocupación mientras se acercaba a mí.
—¿Qué diablos te pasó? —preguntó, mirando mi apariencia desaliñada antes de agacharse y sacarme una hoja del cabello.
—No me lo creerías incluso si te lo dijera —mascullé, mientras ella cuidadosamente se sentaba en el suelo a mi lado, mirándome fijamente a los ojos.
—Pruébame —dijo, enarcando una ceja cuidadosamente construida.
Con un gran suspiro, comencé a contarle sobre la extraña tarde, comenzando por cuando comencé a sentirme mal en gimnasia y terminando por la conducta agresiva de nuestra madre. Sin omitir ningún detalle, vi cómo el rostro de mi hermana palideció y su boca se abrió.
—Mamá se está follando a un Cullen. No puedo creerlo —susurró, sacudiendo la cabeza, una expresión de asco en su rostro—. Es como si estuviera orinando en la tumba de nuestro papá. Estoy harta de ella. Te lo digo. Harta. Ella nunca ha sido una gran madre para nosotras de todos modos. Tú eres más madre para mí que ella.
—Perdón por lo que dije, sobre que tú estás jodida todo el tiempo —me disculpé, confesándole mis palabras enojadas. Ella me dio una sonrisa vacilante mientras tragaba y miraba hacia nuestro lago, su expresión oscura.
—Perdón por lo que pasó —susurró, rodeando mis hombros con un brazo delgado mientras me inclinaba hacia ella—. ¿Por qué no subes y te duchas? ¡Sé lo que te hará sentir mejor!
La miré con sospecha, su mirada enojada ahora reemplazada con una pequeña sonrisa. Una ducha sonaba glorioso, así que acepté y subí las escaleras hacia el baño que Alice y yo compartíamos. Después de dejar que la ducha liberara la tensión en mi cuello y hombros, me sequé con una toalla grande y me coloqué mi camiseta de concierto favorita y unos pantalones cortos de algodón grises. Estaba sentada en mi cama quitándome los nudos del cabello cuando Alice entró al cuarto con una sonrisa traviesa en su pequeño rostro. Tirando mi cepillo sobre mi tocador, le di una mirada inquisitiva. Tenía las manos detrás de la espalda.
—Bella, me gustaría presentarte a mis amigos —anunció, sosteniendo una pinta de nuestro helado favorito en una mano, con dos cucharas ya metidas en sus profundidades de chocolate—. Son Ben y Jerry. Pero tengo un amigo más para que conozcas.
Tomé el helado de sus manos mientras ella metía la mano en su bolsillo y sacaba una bolsita transparente, llena de hierba verde oscuro.
—Este es mi amigo, Reggie. Reggie, ella es Bella —le dijo a la bolsa de marihuana con un tono serio, señalando hacia donde me encontraba sentada en la cama.
—Alice, no voy a fumar marihuana. Jamás lo hice y jamás lo haré —le dije, negando con la cabeza con indignación mientras metía una cucharada de helado en mi boca y gemía. ¡Al diablo Reggie! ¡Amaba a Ben y a Jerry!
—Sé que no fumas, perra moralista, pero escúchame por un segundo —dijo, sentándose en la cama a mi lado, ignorando mi mirada molesta mientras abría la bolsa. El olor a marihuana de inmediato llegó a mi nariz, la cual arrugué con disgusto—. Reggie está aquí, dispuesto a ser tu amigo. Él nunca estará muy ocupado para escucharte. Puedes tenerlo cuando quieras. Él nunca te va a maltratar ni te hará mal. Y te hará sentir tan bien. Mucho mejor que ese viaje en el que te llevan Ben y Jerry ahora mismo.
Ella ignoró mis protestas. Alice salió del cuarto por un momento solo para regresar con un cigarro con sabor a piña y un broche de camafeo rosa y blanco que una vez perteneció a nuestra bisabuela. Alice abrió el alfiler de metal del broche e hizo un corte largo en el cigarro, tirando el tabaco en el cesto cerca de mi escritorio. Había visto a personas abrir los cigarros con sus manos, pero por alguna extraña razón a Alice le gustaba abrirlos con las queridas joyas de mi abuela. Sentada con las piernas cruzadas en mi cama, Alice enrolló la marihuana expertamente en el cigarro, lamiendo el borde y presionándolo mientras terminaba.
Poniendo los ojos en blanco, dejé caer el cartón de helado sobre mi escritorio y abrí las puertas corredizas que conducían a mi pequeño balcón con vista al lago. Una luna blanca y gorda se cernía sobre el lago indicando lo tarde que era, y me preguntaba vagamente cuándo regresaría a casa nuestra psicótica madre.
Alice se unió a mí afuera, sentándose frente a mí en una de las dos sillas de plástico que tenía allí. Usó su encendedor favorito, el que le regalé en su último cumpleaños, para sellar el porro, pasando la llama a lo largo del exterior del cigarro. El encendedor era un arcoíris de colores teñidos y a ella le encantaba. Probablemente fue rellenado con butano al menos una docena de veces desde que se lo regalé.
Alice le dio una profunda calada, conteniendo el humo en sus pulmones por una eternidad antes de soltarlo entre los labios fruncidos.
—Eso es mucho mejor —susurró dramáticamente, moviendo las cejas de arriba a abajo y reclinándose en la silla.
Puse los ojos en blanco, vacilando mientras ella daba otra calada y me ofrecía el porro.
—Vamos, Bella —bromeó ligeramente, expulsando el humo por la nariz—. Todos lo hacen.
—Eres la chica modelo sobre la presión de grupo —suspiré, mientras un debate interno se libraba en mi mente.
¿Qué daño podría tener probarlo solo una vez? Estiré la mano, tomando el porro torpemente, e hice una promesa silenciosa y solemne; fumaría solo esta vez, y nunca más.
Alice de repente se sentó, entusiasmada ante la idea de que su hermana mayor arrogante se drogara con ella. Sus ojos marrones estaban brillando cuando me llevé el porro a los labios. Alice comenzó a balbucear sobre solo dar una pequeña calada, indicándome que no inhalara las primeras veces. Ignorándola, presioné el porro contra mis labios e inhalé una pequeña cantidad del humo intenso en mi boca y pulmones. Lo contuve todo lo que pude antes de dejarlo escapar, asombrada de no toser o ahogarme. Jamás había fumado un cigarrillo, mucho menos un porro. Alice se rio de la expresión de mi rostro, indicándome que diera otra calada. Lo hice y entonces le pasé el porro. Ella tenía una sonrisa satisfecha en su rostro todo el tiempo que fumamos. No necesité de mucho tiempo para saber por qué a mi hermana le gustaba tanto las drogas.
Todo era gracioso. Me reí de la expresión en el rostro de Alice mientras hablaba... ¿sobre qué? No lo sabía. Alice contaba historias con gran entusiasmo y yo observaba sus manos agitarse dramáticamente y sus ojos volverse locos durante su relato.
Un pájaro estaba apoyado en un árbol cercano y comenzó a hacer algunos sonidos bastante molestos con su garganta. Había un libro cerca que había estado leyendo. Casi me caí del balcón en mi intento por matar al pobre pájaro con los cuentos de Edgar Allen Poe, las páginas agitándose mientras el libro caía al suelo. Por alguna razón, esto fue muy gracioso, y nos caímos de nuestras sillas en el pequeño balcón al reírnos.
Nos turnamos para gritarle "vete al diablo" al lago, riéndonos mientras el sonido rebotaba en la superficie y hacía eco en el bosque oscuro. Terminamos el helado derretido compartiendo la misma cuchara después que una de ellas misteriosamente desapareciera, algo que no haría si estuviera sobria.
Alice eventualmente se quedó dormida en mi cama, su pequeño cuerpo de alguna manera produciendo los ronquidos más fuertes que he escuchado en mi vida.
Asomándome afuera, los efectos de la marihuana desaparecían lentamente, mis preocupaciones olvidadas comenzaban a asomarse en mi cerebro de donde se escondían justo debajo de la superficie. Mientras me apoyaba contra el barandal del balcón, mi rostro inclinado hacia la luna, mi mente recordó los eventos del día; mi tío encontrando a mi madre con un Cullen, la pelea, y las amenazas. Recordé las cosas que James Cullen dijo sobre su sobrino. ¿Estaba hablando de Edward?
Sí, todavía recordaba a Edward Cullen, el apuesto niño de doce años de la funeraria. Había pensado en él obsesivamente los últimos cuatro años, dibujando su rostro en mi cuadernos de bocetos, sus ojos verdes me acechaban en mis sueños. La gran cantidad de tiempo que pasé soñando despierta con él era absurda, pero no podía evitar preguntarme qué pasó con él después de todos esos años. ¿Quién era él? ¿Seguía siendo el mismo niño dulce que me ofreció un ramo de lirios blancos en el funeral de mi padre?
Mientras miraba a la enorme y blanca luna que colgaba sobre el lago, me preguntaba si Edward Cullen se parecía en algo a mí. ¿Era infeliz con cómo estaban las cosas o la familia en la que nació? ¿O absorbía la tensión, como muchos de mis primos hacían, usándola para su ventaja? Quizás él era como Emmett, aprovechándose por completo de las chicas que disfrutaban de su imagen de chico malo. ¿Alguna vez fue golpeado estando en el piso? Si tuviera suerte, jamás lo sabría, porque por tan patética que fuera mi vida, la valoraba demasiado como para involucrarme con un Cullen.
O eso creía.
¿Qué les pareció? ¿Qué piensan de lo que dijo James?
Recuerden que subo adelantos solo en mi grupo :)
