Capítulo 18: Sombras de dolor.
Como cabía esperar, Draco había quedado destrozado después del asesinato de su exnovia.
No podía concentrarse en las clases ni en las tareas. Los pasillos de Hogwarts le parecían más sombríos que nunca, las voces de sus compañeros, lejanas, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar. Los recuerdos de Daphne lo asaltaban en cada rincón: su sonrisa, su perfume, los momentos que habían compartido… Todo se mezclaba en una horrible espiral de confusión y remordimiento. Por alguna razón, Draco no podía evitar culparse de lo que le había pasado.
Habían transcurrido dos días desde que habían encontrado el cuerpo sin vida de Daphne, y desde entonces habían pasado la mayor parte del tiempo en la Sala de los Menesteres, pero hasta aquel inmenso espacio se les antojaba sofocante cuando Draco perdía el control y su dolor llenaba todo el espacio.
Hermione era la única persona con la que se estaba permitiendo ser vulnerable. Al fin y al cabo, ya lo había visto en un punto muy bajo de su vida, y era precisamente gracias a ella que él seguía allí. Era increíble pensar lo mucho que habían llegado a conocerse en solo unas pocas semanas, desde el inicio del castigo que los condenó a no poder separarse. Al principio había sido difícil para el Slytherin aceptar que ella, Hermione Granger, había conseguido levantar capa tras capa de su armadura para poder echar un vistazo a su interior, haciendo suya cada flaqueza, cada miedo que alguna vez había tenido. Pero luego había comprendido que eso le había salvado la vida, y que, sin darse cuenta, había terminado enamorando de ella.
Por eso odiaba el hecho de que Hermione lo mirara con temor cada vez que inspiraba demasiado profundamente, porque ambos habían aprendido que aquello solía venir sucedido de ataques de ansiedad en el que se volvía irascible, casi violento.
Nunca con ella, pero sí con las paredes, muebles o con cualquier otra cosa que se interpusiera en su camino cuando aquella rabia extrema se apoderaba de él.
Hermione apartaba la vista y, simplemente, esperaba a que los gritos se convirtieran en sonidos roncos y rotos para luego traerlo de vuelta al sofá y curar las heridas de sus nudillos ensangrentados.
La chica podía notar cómo un enorme peso lo aplastaba por dentro, arrancándole toda la felicidad del cuerpo. Lo había visto en sus ojos desde el momento en el que la encontraron. Y aunque le dolía verlo así, se había quedado a su lado y lo había consolado mientras lloraba por otra chica. A pesar de todo lo que había sucedido entre ellos, Daphne había sido una parte importante de su vida. Y ahora, estaba muerta.
—Por favor, deja de pensar que ha sido culpa tuya —le pidió ella, cansada de presenciar en silencio cómo hundía la cabeza entre los hombros y se lamentaba por lo ocurrido.
Draco se echó hacia atrás en el sofá de aquella sala abarrotada de cosas a las que no había parado de golpear en los últimos días.
—No… no pude protegerla —murmuró, casi sin voz—. Debería haber estado con ella.
—No podías saber lo que pasaría, Draco. No hay nada que pudieras haber hecho. —Las palabras de Hermione eran suaves a la vez que firmes. Sabía que él necesitaba escucharlas, aunque no las creyera del todo en ese momento—. Sea lo que sea que le pasó, estoy segura de que se esclarecerá pronto. Atraparán a los culpables y pagarán por lo que hicieron.
Hermione lo rodeó con sus brazos, acercándolo a su pecho. Él no se resistió. Se dejó hundir en ese abrazo y cerró los ojos con fuerza, como si de esa manera pudiera ahuyentar la realidad por un instante.
—A pesar de todo lo que pasó entre nosotros... —Draco hizo una pausa, tragando saliva con dificultad—. Yo todavía me preocupaba por ella. No quería que acabara así. No de esta manera. Y… si hubiera hecho algo… —se lamentó—. Si hubiera dicho algo diferente… tal vez…
Hermione sintió una punzada de miedo en el pecho.
—¿Te arrepientes de…? —se detuvo a sí misma, incapaz de continuar por ese camino—. ¿Crees que si no hubieras terminado la relación con ella no hubiera pasado esto?
Él respiró hondo, intentando mantenerse entero.
—No lo sé —respondió con voz rota y apenas audible—. Ha sido todo tan rápido… Un día estábamos juntos, y al siguiente… Pero si lo que realmente quieres saber es si me arrepiento de estar contigo, la respuesta es no.
Draco apretó los puños. A pesar de los hechizos curativos que Hermione le había puesto, sus nudillos seguían marcados con un feo color morado y restos de sangre seca. No podía evitar sentir que todo se le escapaba de las manos.
Se enderezó para mirar a la chica a los ojos.
—No deberías estar pasando por esto, pero soy lo suficientemente egoísta como para pedirte que te vayas —le dijo—. No quiero que te vayas. No lo hagas.
Hermione no necesitaba que se lo pidiera. No pensaba dejarlo. No cuando había descubierto una faceta de Draco que nadie más conocía, una versión más humana y vulnerable de él. Ni siquiera podía empezar a explicar la diferencia entre lo que era en realidad y lo que decidía mostrar a los demás.
Parecía irreal que Draco Malfoy estuviera entre sus brazos, aferrándose a ella como si fuera el ancla que lo mantenía a salvo del oleaje que amenazaba con llevarlo lejos.
Por Merlín, tan solo unas semanas atrás aquella escena se habría parecido más a una pesadilla que a un momento de intimidad entre ambos. Y, sin embargo, se sentía tan natural como dejarse llevar por un plácido sueño.
Más tarde ese mismo día, la tensión en Hogwarts aumentó al escuchar los rumores de que la familia Greengrass había llegado al castillo. Todos los estudiantes sabían lo que significaba: la extraña muerte de Daphne había pasado a ser investigada oficialmente por las autoridades mágicas, lo que implicaba que pronto Hogwarts estaría bajo el escrutinio de los magos más poderosos de la comunidad.
Draco y Hermione no caminaban juntos cuando se cruzaron con ellos, pero a juzgar por las miradas que intercambiaban, ambos deseaban que así fuera. Avanzaban en la misma dirección, aunque mantenían varios metros de distancia entre sí. Había surgido entre ellos una necesidad tácita de estar cerca, pero sus encuentros seguían siendo clandestinos. No podían permitirse que el resto del castillo lo descubriera, al menos no por ahora. Sus mundos eran demasiado complejos como para enfrentarlos abiertamente en ese momento.
La familia de Daphne seguía a la profesora McGonagall con pasos firmes, todos ellos vestidos de un negro impoluto, con dirección al despacho del director. El pasillo se iba sumiendo en un inquietante silencio a medida que pasaban. Todos los estudiantes, profesores y retratos parecían perder el habla al reparar en su presencia.
Sin embargo, nadie les quitaba los ojos de encima. Todos se quedaron mirando cómo los padres entraban en el despacho de Dumbledore mientras Astoria se quedaba fuera con cara de pocos amigos y una rabia hirviendo por dentro que era innegable. Probablemente prefería conocer los detalles de la investigación sobre el asesinato de su hermana una vez estuviera de vuelta en su mansión, cuando nadie pudiera verla llorar.
Si Hermione no hubiera visto a Draco romperse frente a ella en multitud de ocasiones durante los últimos días, hubiera jurado que no existía en la faz de la tierra ningún Slytherin capaz de mostrar sus sentimientos a otras personas.
La Gryffindor miró a Draco con indecisión en los ojos. Se sentía tentada a dar media vuelta para evitar cruzarse con ella… pero no pudo decidirse a tiempo, y cuando Astoria la vio, su expresión cambió de inmediato. Algo en su mirada se tornó diferente, más intenso y peligroso.
Se apresuró a salvar las distancias con Hermione y, sin darle tiempo a verlo venir, le dio una bofetada con tal fuerza que la hizo tambalearse hacia un lado, chocando contra la pared.
—¡Tú lo hiciste! —gritó Astoria, temblando de rabia—. ¡Tú eres la culpable de que Daphne esté muerta!
Antes de que la Slytherin pudiera volver a alcanzarla, Draco la agarró por detrás y tiró de ella para separarla de Hermione.
Hermione estaba totalmente desconcertada. Se llevó una mano a la mejilla, no solo sintiendo el dolor físico, también el emocional.
—Desde el principio querías quedarte con el chico, ¿eh? —le espetó—. ¡Y jugaste tus cartas en silencio, como una maldita arpía!
—¡Yo no maté a Daphne! —gritó Hermione, conmocionada por la dureza de tal acusación.
—¿No? ¿Y tampoco usaste poción multijugos para convertirte en ella? —bramó—. Descubriré que fuiste tú, y lo pagarás caro. —Se revolvió entre los brazos de Draco—. ¡Quítame las manos de encima, cabrón! ¡Traicionaste a mi hermana! ¡La cambiaste por esa! —chilló, apuntando a Hermione con un dedo acusador.
La aludida estaba segura de que solo ella, Draco y Pansy sabían la verdad sobre lo que hizo para averiguar el paradero de Neville, y veía poco probable que ninguno de ellos le hubiera contado a Astoria que la impostora había sido la propia Hermione. Pero el ataque de Astoria se había sentido tan visceral, tan cargado de ira… que casi parecía como si lo supiera con certeza.
—No sé de qué estás hablando —respondió Hermione, luchando por mantener la calma ante la mirada curiosa de todos los presentes, que permanecían en completo silencio observando el espectáculo.
—Claro que lo sabes, y todos los demás están a punto de saberlo también —gritó—. ¡Hermione Granger se interpuso en la relación de mi hermana con Draco! ¡Y cuando le amenacé para que se mantuviera alejada, mató a Daphne en venganza!
Astoria la miraba con ojos llenos de furia y desesperación. Era obvio que la pérdida de su hermana la había quebrado de una manera inimaginable. Pataleó y forcejeó hasta que consiguió que Draco la soltara.
Se quitó los lacios cabellos de la cara y, acto seguido, se acercó lo suficiente a Hermione como para que solo ella la escuchara:
—Sé que tienes algo que ver con esto. Lo siento en los huesos, Granger. No descansaré hasta probarlo.
La chica no respondió. No podía negar que temía otra agresión física por su parte, pero no iba a permitirse mostrar debilidad. Astoria la miró con desprecio antes de girarse y alejarse por donde había venido.
Hermione también se dio la vuelta y volvió sobre sus pasos, deseando poner la máxima distancia posible entre la familia Greengrass y ella.
Pronto notó cómo Draco empezaba a seguirla.
Hermione deseó que no lo hubiera hecho.
Acababa de confirmarle a todos los presentes que, al menos, parte de lo que Astoria había dicho era cierto: Hermione se había interpuesto entre la relación de Draco con Daphne.
Hermione sospechaba que a la gente no le importaba si todo aquello había ocurrido de forma voluntaria o involuntaria. Lo único que necesitaban eran unos cuantos detalles triviales de un buen cotilleo para alimentar las habladurías hasta que algo más emocionante captara la atención de sus mentes aburridas.
Era muy probable que Christopher, el molesto chico cotilla de Ravenclaw, se apresurara a confirmar los rumores de que ella y Draco estaban liados desde hacía tiempo. Incluso diría que él mismo lo había visto con sus propios ojos.
¡Uf!
¡Los odiaba a todos!
¡Ya había tenido suficiente!
Sentía a Draco detrás de ella mientras se apresuraba a salir del castillo. No necesitaba echar un vistazo por encima del hombro para saber que estaba a pocos pasos de distancia, probablemente fulminando con la mirada a todo aquel que se atreviera a quedarse mirando la escenita.
No solo era un Slytherin yendo tras una llorosa Gryffindor. Era el mismísimo Draco Malfoy siguiendo a alguien como Hermione Granger en actitud protectora.
Por Merlín, los rumores serían terribles. Insoportables.
Lo único que Hermione quería hacer era dejarse atrapar por sus brazos, hundir el rostro en su pecho y olvidarse del resto del mundo… pero lo último que les convenía en ese momento era que los vieran juntos, mucho menos en actitud cariñosa. Había demasiadas miradas sobre ellos, y cualquier cosa que hicieran alimentaría más los rumores que estaba segura de que ya circulaban. Así que aceleró el paso para acto seguido echar a correr, ignorando la sensación de que era inevitable que Draco la alcanzara tarde o temprano. Claro que pasaría, pero cuanto más alejados estuvieran del resto del mundo, mucho mejor.
Acababan de llegar a uno de los jardines menos transitados de Hogwarts, tras los invernaderos de Herbología, cuando Draco la detuvo tomándola del brazo. Las lágrimas no dejaban de recorrer sus mejillas mientras mantenía la mirada fija en el suelo y los puños apretados a los costados. No había dicho ni una palabra desde que había dejado atrás el castillo, por lo que Draco sabía que necesitaba proceder con cuidado.
—Hermione —susurró con suavidad. El simple sonido de su nombre la hizo estremecerse ligeramente—. Sabes que lo que ha dicho Astoria no es verdad.
Hermione no respondió de inmediato, y Draco pudo notar cómo el temblor en sus hombros aumentaba. Trató de secarse las lágrimas del rostro.
—¿Cómo puede…? —comenzó, hipando levemente—. ¿Cómo puede siquiera pensar… que yo…?
Draco estiró los brazos para apretar suavemente sus hombros y hacer que lo mirara a los ojos.
—Astoria está furiosa porque no sabe qué hacer con su dolor. La gente como ella… y como yo… no sabemos manejar bien nuestros sentimientos, y siempre tendemos a intentar encontrar un culpable. Pero lo único que has hecho tú es… estar conmigo. Nada de lo que ha dicho es verdad.
Hermione dejó escapar un sollozo ahogado y Draco se vio tentado a abrazarla, pero se quedó donde estaba porque podía imaginar que habría algún que otro par de ojos curiosos observándolos desde las ventanas del castillo.
También quiso pedirle que dejara de llorar, que era capaz de matar a quien fuera con sus propias manos con tal de no seguir viendo cómo sufría por un puñado de palabras falsas y malintencionadas, pero luego pensó que eso habría sido muy hipócrita de su parte, así que simplemente suspiró y le dio una patada a una piedra que había junto a su pie… con tan mala suerte de que fue a parar al cogote de Crookshanks, que se dirigía hacia ellos con un ratón malherido en la boca. Gruñó, fulminando al chico con aquellos ojos saltones amarillos. Dejó al pobre animalito a los pies de Hermione y acto seguido se dirigió a Draco para darle unos zarpazos justo en el espacio que había entre el bajo de sus pantalones y los calcetines.
—¡Ay! ¡No te había visto! —espetó el chico, agachándose para evaluar los daños. Genial, aquel gato del demonio acababa de obsequiarle con unos arañazos en los tobillos que tenían pinta de ir a escocerle durante días. Además, de las heridas habían empezado a salir pequeñas gotitas de sangre—. ¿Cómo se puede ser un gato tan feo y así de vengativo a la vez?
Crookshanks le dio la espalda y se estiró, aunque parecía orquestado únicamente para mostrarle el culo. Al menos se alegró de ver cómo la comisura de los labios de Hermione se elevaba un poco con la impertinencia de su gato. Luego Hermione se agachó, apuntando su varita a cada herida del ratón, curándolo. Cuando se recuperó por completo, el animalito echó a correr y Crookshanks miró a su dueña con desdén, claramente ofendido por no haber valorado su obsequio.
A Draco le sorprendía no haberse dado cuenta antes de la bondad de la chica. Era solo un sucio ratón moribundo que nadie echaría de menos. Solo alguien como ella se molestaría en salvar la insignificante vida de algo tan pequeño.
Aquel pensamiento le hizo recordar cierto asunto del que aún no habían hablado. Cierto asunto que era bastante importante comentar.
—La maldición se ha ido —le informó.
Ella asintió lentamente.
Ambos sabían lo que eso significaba: Hermione estaba embarazada.
—Iré a Mulpepper tan pronto como empiecen las vacaciones —murmuró.
Hubiera preferido preparar su propia poción abortiva ella misma, pero se trataba de una de las pocas pociones cuyas instrucciones de elaboración no eran públicas. Tenías que ir a un boticario autorizado para conseguirla, y el único que ella conocía que pudiera venderla estaba en el Callejón Diagon.
Suspiró.
Por suerte, la graduación estaba a la vuelta de la esquina. No tendría que esperar mucho más.
—Tengo que ir a la tienda de Madame Moore a recoger el vestido —dijo ella. Draco, de inmediato, pareció incómodo—. Tranquilo, puedo ir sola.
Hermione sabía que pasaría bastante tiempo antes de que Draco siquiera considerara poner un pie en Hogsmeade de nuevo. Él la miró con una expresión que mezclaba gratitud y alivio.
Era casi inquietante cómo había aprendido a leerlo con tanta facilidad, cómo podía adivinar lo que pensaba y sentía en cada momento. Como si sus almas hubieran encontrado una conexión inesperada durante el tiempo que pasaron cumpliendo el castigo.
Se despidió de él y de Crookshanks y puso rumbo al pueblo.
Le vendría bien un respiro.
El aire en Hogwarts le resultaba insoportablemente denso después de su encuentro con Astoria, así que una salida a Hogsmeade parecía la solución perfecta para despejar la mente.
Respiró profundamente, disfrutando del breve momento de silencio que siempre había en el camino que conectaba los terrenos del castillo y el Hogsmeade.
Aún no había llegado a la entrada del pueblo cuando una figura encapuchada apareció de la nada, lanzando un hechizo que la golpeó en el pecho y la inmovilizó al instante. Hermione sintió cómo el encapuchado la agarraba antes de que cayera al suelo y, acto seguido, se desapareció con ella.
La cabeza le daba vueltas y veía doble cuando apareció en un lugar frío y oscuro.
Alguien la empujó con violencia, obligándola a caer de rodillas. Sintió cómo una fuerza implacable le tiraba de los brazos, separándolos en cruz mientras unas frías esposas se cerraban con un chasquido metálico alrededor de sus muñecas. Las cadenas, ancladas a ambos lados de la habitación tiraban de ella con firmeza, inmovilizándola por completo.
Sentía que estaba a punto de desmayarse.
—¡Cómo ha podido ser tan imprudente! ¡Tan insensato! —gritaba alguien a quien Hermione no podía ver—. Es débil. ¡Por Salazar! Los sentimientos lo debilitan. ¡No tiene ni idea de lo que está en juego!
Un segundo más tarde, Hermione perdió la conciencia.
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Cristy.
