Hola amigazos, ¿Como los trata la vida? Espero que muy bien, hoy vuelvo de entre los muertos con un nuevo capitulo de la historia. Se que llevo un ritmo MUY lento para la mayoría, pero genuinamente estoy dando todo para intentar tener un mejor tiempo entre actualizaciones.

Quiero agradecer como siempre a sus comentarios en el capitulo anterior, eso me motiva muchísimo a seguir escribiendo y poder mantener un ritmo decente al actualizar. ¡Muchas gracias!

Ahora si, paso a responder:

Aegon I Targaryen: Muchas gracias por el saludo, Aegon querido. Quizás si me hago mucho de rogar jajajaja pero que te puedo decir, es parte de mi encanto jajaja. Espero que este capitulo sea de tu agrado amigo.

Ni GoT ni Canción de Hielo y Fuego me pertenecen

Jon El Conquistador

El frio viento norteño acariciaba su rostro con animosidad, pero eso no detuvo su andar ni el del resto de sus acompañantes en el trayecto.

Hacia dos semanas que había partido de su hogar con su corazón lleno de dudas y temores, pero también con un hambre de curiosidad y aventura que solo podían emular las historias que la Vieja Tata le relataba.

No tardo mucho tiempo en notar como las torres de White Harbor se alzaban sobre el horizonte junto al cálido sol del este. Estaban cerca de su destino. Parte de él se sentía aliviado; desde ese fatídico día en el que ejecutaron al desertor, su corazón no había podido deshacerse del pesar. Todos sus hermanos habían intentado ayudarlo luego de eso, e incluso creía que habían logrado cierto éxito, pero al momento de abandonar la seguridad de los muros de Winterfell su corazón volvió a sentir la paralizante mordida del miedo.

Intentaba ser valiente, era su deber como Stark, pero las pesadillas que habían sido ahuyentadas gracias a las palabras de sus padre y hermanos volvieron a atacarlo ahora que se encontraba a merced de los depredadores en el camino. Para su fortuna, Lord Willys había sido más que comprensivo con su situación e intento aliviarlo de preocupaciones lo mejor que pudo durante su viaje aunque las pesadillas siguieran atacándolo de vez en cuando.

Cuando finalmente llegaron a las puertas de la ciudad, el joven Rickon no pudo evitar sentir un nudo en la garganta, sensación que parecía ser compartida por Shaggydog pero que no duro mucho al llegar finalmente a White Harbor. Ver las murallas blancas y los barcos atracados en el puerto lo desorientaba. El gran puerto, lleno de actividad, era una visión imponente pero extraña para un niño que solo había conocido Winterfell y poco de sus alrededores.

Los guardias le dieron la bienvenida con respeto pero con cierta impresión al ver al lobo huargo en crecimiento a su lado.

La visión de las abarrotadas callejuelas del puerto lo dejo sin habla; gente yendo y viniendo por todos lados. Comerciantes, herreros y distintos tipos de vendedores alzaban sus voces a gritos con esperanzas de encontrar clientes entre la muchedumbre. Los sonidos del oleaje y el aroma a mar entre los fríos vientos del norte también llegaban hasta él; Rickon se pregunto si así era la aventura que los personajes de las historias vivían.

"Este será tu hogar por un tiempo, Rickon Stark," Dijo Lord Willys mientras guiaba el camino hacia la fortaleza. "Aquí empezarás tus lecciones. Tendrás un maestro de armas y aprenderás todo lo que un joven de tu linaje debe saber."

"¿Aprenderé sobre navegación?" Preguntó, entre temeroso y genuinamente curioso mientras observaba a lo lejos las velas de los navíos atracando el puerto.

"Una vez que se vuelva lo suficientemente hábil cabalgando y con las armas podría especializarse en navegación si así lo desea" Respondió el heredero con una pequeña sonrisa en su rostro, contento de poder transmitir sus conocimientos en uno de los hijos del Guardián del Norte.

Al llegar a la fortaleza, Rickon fue presentado al resto de la familia Manderly, comenzando por su Lord; Wyman Manderly. Era un hombre mayor y obeso, incluso más que Robert Baratheon, pero sus ojos azules reflejaban un destello de inteligencia solo vista en hombres como el Maestre Luwin o el Diablillo.

Lord Wyman fue verdaderamente amable, presentándole a sus nietas y haciendo que su hijo le enseñara el resto de la fortaleza. Decir que estaba impresionado era decir poco; White Harbor era la ciudad más grande en donde había estado y aunque la Corte de los Tritones no parecía ser más grande que Winterfell, si mantenía una gran belleza y detalles por todos sus salones y pasillos.

Durante las siguientes semanas, Rickon fue introducido al rigor de la vida en White Harbor. Las lecciones comenzaban al amanecer con el maestre de White Harbor, pero estas no resultaban presentar una gran dificultad, aunque aseguraban que las cosas tomarían dificultad a medida de creciera, no era algo que le preocupara. Luego de eso, y de una ligera comida, Rickon se reuniria con el maestro de armas del castillo. Al principio, no encontraba consuelo en las clases; su mente aún vagaba entre los recuerdos oscuros de lo que había vivido. Pero un cambio inesperado ocurrió cuando le mostraron los establos y lo ayudaron a subir a su primer caballo.

Al principio, la sensación de galopar le resultaba extraña, pero pronto, Rickon descubrió que tenía una habilidad natural para montar. La libertad que sentía al correr por los campos a los lomos de su montura y acompañado por Shaggydog no tenían precio. El viento soplando en su cabello, le brindaba una sensación de control que no había sentido en semanas. Montar a caballo se convirtió en su forma de escape, su manera de alejarse, al menos por un momento, de la violencia que había dejado atrás.

Fue el hijo de Ser Wyman Manderly, Willys, quien más ayudó a Rickon en esos días. A través del vinculo que floreció entre ellos, Rickon comenzó a dejar atrás parte del miedo que lo atormentaba. Pasaban las tardes galopando juntos por los alrededores de la ciudad, y Rickon, por primera vez en mucho tiempo, se sintió acompañado. A partir de ese momento, comenzó a sentirse tan cercano a Ser Willys como lo estaba con Theon y Dom. Aunque el temor a la espada y al combate seguía acechando en lo profundo de su corazón, el peso del trauma empezó a disminuir lentamente, como el deshielo en la primavera.

Sin embargo, las noches seguían siendo su peor enemigo. Las pesadillas, aunque esquivas y débiles, seguían ahí para atormentarlo en ocasiones. No quería molestar a Ser Willys para todo; su padre lo había dicho, no seria un niño para siempre, por lo cual, cada vez que recordaba algo de aquella batalla en el bosque, usaba la presencia de su fiel lobo para tranquilizarse. Aunque algo pareció cambiar con el pasar de las semanas. Al principio no solía recordar sus extraños sueños, solo el recuerdo de paisajes que nunca había visitado. Carreras que nunca había corrido. Cacerías a las que nunca había asistido.

Esta noche era diferente; una ligera nieve de verano caía con lentitud sobre la espereza del bosque pero por algún motivo que no podía entender, el frio era lo ultimo que le importaba.

Corrió hacia la ciudad a una increíble velocidad, sus fuertes patas hacia que alcanzar tales velocidades pareciera un juego de niños. Finalmente, luego de una pequeña carrera, llego a una gran colina Rickon había llegado a la cima de una pequeña colina, ubicada cerca de la puerta norte de la ciudad.

De repente, una pequeña luz a la lejanía llamo su atención. Decidió acercarse, rápido pero sigilosamente, hasta unos arbustos a unos cuantos metros de la fuente de luz, observando desde las sombras cómo un pequeño grupo de personas subía a un barco, envueltos en capas oscuras para protegerse del frio. Dos lobos los acompañaban, y aunque la noche los cubría, Rickon podía sentir la presencia de esos lobos como si fueran parte de él.

Entre el grupo, uno de los encapuchados destacaba, con una figura imponente y enigmática. No podía ver su rostro, pero Rickon sintió una extraña conexión con él, como si hubiera algo familiar bajo la capucha que cubría su identidad. Los lobos emitieron un gruñido bajo, pero no atacaron. En cambio, subieron al barco con el grupo, desapareciendo en las sombras de la noche, llevados por la marea.

Rickon se despertó de un sobresalto en su cama. Su corazón palpitando con fuerza contra su pecho al igual que muchas otras pesadillas, solo que esta vez, todo parecía diferente. Se sentía real; aquel extraño sueño había sido MUY real.

Tenia miedo, dioses estaba aterrado, pero, contradictoriamente, la emoción comenzó a bombear en su corazón al notar el olor a sal y viento del mar aún parecía estar en sus sentidos.


Alas oscuras, palabras oscuras había escuchado decir a su padre una vez hace tanto tiempo; fue durante el comienzo de las trifulcas entre gigantes, niños del bosque y Primeros Hombres antes de que su padre enfermara. Todo parecía tan lejano ahora, tan insignificante.

Las primeras ventiscas del invierno comenzaban a notarse, incluso a través de sus ropas de lana. Cárdenas sintió la mordida del frío sobre su piel, al igual que sus hermanos, que se arrebujaban con la esperanza de encontrar calor. Pero, para él, no había abrigo suficiente.

Apenas podía mantener la compostura que se esperaría de él, pero nunca fue tan fácil. Todo lo que quería hacer ahora era llorar. Sus peores temores habían resurgido a la luz; su padre estaba muriendo. Apenas podía reconocer al hombre que alguna vez había sido fuerte y altivo, ahora reducido a un cuerpo que parecía desvanecerse entre mantas. Sus ojos, una vez llenos de vida y sabiduría, ahora eran dos espejos opacos que se perdían en la nada. Era terriblemente injusto.

A esta altura, la estruendosa voz de su padre había quedado reducida a un simple susurro, por eso se sorprendió al notar un vestigio del rey que conocía en el rugido atronador que nombró su nombre.

"Cárdenas," habló el Rey Verde, viéndolo directamente a los ojos por sobre Garth, quien estaba justo junto a él. "Acércate, muchacho."

El joven tragó saliva, nervioso pero decidido. Caminó con la seguridad que pudo reunir, su corazón latiendo con fuerza en su pecho.

"Déjennos unos momentos a solas," replicó el agonizante rey. Sus hermanos intercambiaron miradas de desconfianza, pero, obedientes, se retiraron del lugar.

Cárdenas se acercó lentamente, arrodillándose junto al lecho de su padre. Una vez solos, y con el sonido del viento a la lejanía, el rey habló. "Cárdenas," gimió, estirando su mano hacia él.

"Guarda tus fuerzas, padre," lloró el menor de los hermanos, ya sin importarle si llorar pareciese un acto de debilidad. Su padre hizo un gesto de negación.

"No hay tiempo, hijo mío." La tristeza brillaba en los ojos del Rey Verde. "Tiempos oscuros se acercan."

"¿Padre?"

"Hay algo muy importante que debes hacer, hijo. Una tarea que debo encomendarte."

"¿Qué necesitas, padre? Si algo puede aliviarte, dime qué es" preguntó casi atropelladamente. El temor persistía en su voz, a pesar de la chispa de esperanza que sentía. Esa esperanza flaqueó al ver a su padre sufrir un fuerte ataque de tos.

"No hay nadie más que pueda hacer esto," continuó el Rey, carraspeando su garganta. "Eres el elegido, hijo mío."

La confusión se reflejó en el entrecejo de Cárdenas. "No lo entiendo. ¿El elegido por quién? ¿Qué debo hacer?"

"Observar," respondió su padre, antes de ser atacado nuevamente por la tos. "Viajarás hacia el norte, debes encontrar la isla. En la tierra donde los ríos abundan... allí encontrarás tu destino."

"¿Mi destino?" murmuró con preocupación y miedo. La seriedad en la mirada de su padre le hizo temblar. "¿Qué... qué debo observar?"

Una sonrisa triste se formó en el rostro del Rey Verde. "Todo."


La noche había sido larga, más larga que ninguna que haya vivido hasta ahora. Sus hermanos mayores se habían turnado para cuidar a su padre, pero, si era sincero, ninguno de los presentes había podido dormir. Todos temían lo peor.

La mañana había llegado con un inusual calor de invierno, de esos días extraños donde el sol parecía brillar con un inusual último brillo antes de darle paso al frío del invierno; antes de dejar al verano morir. Algunos lo tomaron como un faro de esperanza, como un recuerdo de que el sol siempre sale de nuevo, pero, lamentablemente, ese había sido el último amanecer del Rey Primavera; sus últimos brillos.

La ceremonia iba a ser pequeña y sencilla, solo para la familia y allegados, pero su padre fue un hombre amado tanto por ellos como por la gente pequeña, por lo que el camino desde la fortaleza hasta un gran arciano donde sería su descanso final sería largo. Mientras caminaba, los recuerdos de su padre llenaban su mente: las historias contadas junto a la hoguera, las lecciones de vida impartidas en medio de risas y juegos. Cada paso que daba lo alejaba más de esos momentos, y su corazón se oprimía con la tristeza de una ausencia inminente.

Sus hermanos mayores eran quienes llevarían el cuerpo hasta el lugar y él, junto con sus hermanos y hermanas menores, los seguirían en silenciosa procesión. Grande fue su sorpresa al encontrar el camino lleno de personas en silenciosa oración. Si Garth y John se sorprendieron al ver a tanta gente reunida, no lo demostraron; se limitaron a seguir con su triste caminata, pudiendo notar cómo gigantes y niños del bosque se encontraban entre las personas que daban su pésame.

A su lado, un anciano gigante, con la mirada perdida en el suelo, murmuró: "El Rey Primavera siempre será recordado. Su risa llenaba el bosque de luz". Cárdenas asintió, sintiendo el peso de esas palabras, mientras una joven de los Niños del Bosque le ofrecía una flor marchita como símbolo de respeto. Era extraño y acogedor al mismo tiempo; tiempos de guerra manchaban los aires. Fantasmas de tambores llenaban sus oídos cada vez más, pero hoy, todos los posibles enemigos habían hecho las paces. Todos fueron a llorar a su padre.

Finalmente, su padre fue depositado en aquella colina, lugar donde sería su descanso eterno. En ese instante, el aire se volvió denso, como si el mundo entero se hubiera detenido en un único momento de dolor compartido. El silencio que rodeaba la escena era atronador; el más mínimo susurro podría haber resonado como un grito de guerra en la quietud abrumadora. La multitud contuvo la respiración, como si temieran que cualquier sonido pudiera romper la solemnidad del momento. En medio de aquel silencio, muchos pudieron jurar ver cómo un par de flores surgían de la tierra recién removida, floreciendo como un último tributo al Rey Primavera, el Gran Rey de los Primeros Hombres.

El viento frío que arrastraba las hojas secas recordaba las palabras de su padre, resonando en su mente como un eco imposible de ignorar. Cárdenas había pasado la noche en vela, contemplando el manto de estrellas que cubría los cielos, sintiendo una opresión creciente en su pecho. Las palabras de su padre habían sido confusas; hasta día de hoy no entendía que podía significar eso.

El camino hacia el norte, hacia la isla desconocida, se sentía como una sentencia. Con el alma dividida entre el deber y el deseo de quedarse junto a su familia, Cárdenas reunió lo poco que necesitaba para el viaje: pieles para protegerse del frío, provisiones para unos días, y una daga que su padre le había dejado como único recuerdo.

Se despidió de sus hermanos con un dejo de tristeza, ninguno quería perder a otro miembro de su familia, pero entendían que su padre le había encargado una tarea, por misteriosa que esta fuera. Mientras abandonaba el hogar que había conocido toda su vida, la sensación de desarraigo se instalaba con cada paso que daba. Los bosques familiares quedaban atrás, y las tierras inhóspitas comenzaban a revelarse ante él. El horizonte se extendía frío e impenetrable; inhóspito e inalterable.

Cárdenas llego lo más lejos que pudo con ayuda de su mapa, pero nadie había sido capaz de cartografiar más allá de los dominios del reino de su padre; el reino de Garth, se tuvo que recordar. A los niños del bosque no les gustaba que nadie cartografiara sus tierras y aunque varios vivían dentro de sus dominios y el de sus hermanos, no se les permitió saber nada acerca de los exteriores. Otra de las razones de la creciente tensión.

Comenzó a preguntar por la isla a los pocos viajeros que encontraba. Muchos le miraban extrañados, como si hablara de una leyenda olvidada, pero un anciano pescador finalmente le dio indicaciones vagas sobre un lugar "donde los ríos convergen y los árboles susurran."

Siguió vagando hacia el norte sin nada más que sus pieles, la daga que su padre le había regalado y la constancia para cumplir la tarea que se le había impuesto aunque no supiera con certeza que era lo que debería hacer. Su comida comenzó a escasear luego de la primera semana de viaje, obligándolo a arreglárselas por si mismo, para su buena fortuna, los ríos proporcionaron el suficiente alimento como para mantenerse con vida.

Los días seguían pasando y, poco a poco, su determinación empezaba a flaquear; ¿Que había querido decir su padre? Aún no lo entendía. Haciendo memoria, pudo recordar ocasiones en las que se mostraba pragmático con sus acciones, pero nada parecido a esto. Una búsqueda sin sentido.

Era un día nublado y una ligera pero constante lluvia parecía azotar sin piedad estas desconocidas tierras. Cárdenas se encontraba siguiendo corriente abajo el cause de un pequeño riachuelo, contemplando seriamente volver donde sus pasos y regresar a su hogar, estaba seguro de que sus hermanos lo echaban de menos; él los echaba de menos. Fue entonces cuando lo vio, el pequeño riachuelo parecía converger en un imponente lago y, en medio de el, una pequeña isla llena de arcianos se alzaba orgullosa. Su corazón palpito con fuerza en su pecho, no sabia como, pero algo le decía que había llegado a su destino, sea lo que sea que su padre le encargara, estaba a solo unos metros de distancia.

Se detuvo en la orilla del lago. La lluvia era lo único que parecía perturbar la tranquilidad del lugar, como si tiempo hubiera decidido detenerse y dejarlo solo frente a lo desconocido. Incluso el sonido parecía haberlo abandonado, dejando que las pequeñas ondas que se formaban en el agua fueran los únicos indicadores de que el mundo seguía girando.

No había embarcaciones cerca, así como tampoco indicios de civilización por lo que, con un suspiro de resignación, el pelirrojo busco algo que pudiera ayudarlo a cruzar el lago. No tardo mucho en encontrar una serie de troncos que parecían poder flotar en las aguas del lago, por lo que, con ayuda de una cuerda que traía consigo, consiguió amarrar unos cuantos para lograr una improvisada balsa con la que cruzar. De aspecto feo y frágil, la balsa cruzaba el lago con lentitud pero sin detenerse. Cárdenas remaba con ayuda de una pequeña rama, sintiendo como el nudo en su estomago se estrechaba cada vez más a medida que la tierra de ese inexplorado lugar se acercaba. Un ligero viento soplaba entre las ramas de los arboles, logrando que el sonido de la madera y hojas comenzara a parecerse a susurros entre las sombras. No le gustaba nada.

Luego de unos interminables minutos, la balsa de Cárdenas toco tierra finalmente, quedando absolutamente a merced de los rostros fantasmagóricos que portaba cada árbol, como si pudieran ver su alma. Soltando un suspiro de resignación, Cárdenas comenzó a adentrarse al interior de la isla; sintiendo la humedad de la tierra bajo sus botas. Por suerte no tuvo que investigar mucho para encontrar el camino, pues, apenas haberse adentrado unos cuantos metros en el bosque, la ligera luz de una antorcha encendida llamo su atención. El pelirrojo se acerco con renovadas energías, notando como la llama crepitaba con avives a pesar del agua de lluvia que caía pobremente sobre ella. Su primera reacción fue de alerta. ¿Quién la había encendido? El fuego no surgía de la nada. Apretó la empuñadura de la daga que llevaba consigo, preguntándose si alguien o algo lo estaría esperando. Un pensamiento sombrío cruzó su mente: "Esto no es natural".

El pelirrojo escaneo rápidamente el lugar en busca de alguna señal de vida, en busca de cualquier cosa. Fue entonces cuando su corazón casi se detuvo al presenciar otra antorcha varios metros mas lejos, como si marcara un camino.

Lleno de incertidumbre, el joven avanzo; su mano firmemente cerrada sobre la empuñadura de su daga a la par que el nudo al rededor de su estomago. Cada paso que daba se sentía más pesado, como si algo invisible lo vigilara desde las sombras, pero su curiosidad y sentido del deber lo empujaba a seguir adelante. Pensó en darse la vuelta, pero algo más fuerte lo obligaba a avanzar.

"¿Hay alguien aquí?" El pensamiento no dejaba de martillear en su mente mientras sus ojos barrían el entorno. Cada chispa de luz proyectaba sombras extrañas y distorsionadas, dándole al paisaje una apariencia espectral. Cárdenas tragó saliva, notando cómo su incomodidad se transformaba en una profunda sensación de peligro.

Finalmente, el camino de antorchas lo condujo hasta la entrada de una cueva. La boca de piedra se abría ante él como una herida en la tierra, salvo por el tenue resplandor de las antorchas que parecían señalar el lugar con una precisión inquietante.

Cárdenas se detuvo justo en el umbral, observando la oscuridad que lo esperaba más allá. Por un momento, contempló la posibilidad de retroceder, pero sabía que el único camino ahora era hacia adelante.

El aire dentro de la cueva era denso, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en ese lugar. Cada paso que Cárdenas daba resonaba contra las paredes de roca, amplificando el eco hasta que parecía que no caminaba solo. La tenue luz de las antorchas apenas alcanzaba para iluminar las paredes a su alrededor, pero lo suficiente para que empezara a distinguir las formas: Pinturas rupestres. En ellas podía ver figuras humanoides pero de una estatura bastante pequeña; debían ser los niños del bosque. En ellas se relataban historias de cacerías, magia, incluso de batallas entre ellos. La presencia de esos antiguos relatos le provocaba un escalofrío. Cárdenas comprendió que estaba pisando terreno sagrado, que los secretos que guardaban esas paredes eran viejos como el mundo en el que vivían por lo tanto, se obligó a seguir adelante, aunque sentía que cada vez se adentraba más en el corazón de la isla.

Tras caminar lo que pareció una eternidad, la cueva se abrió en una cámara más amplia. La luz que provenía de un gran brasero iluminaba la habitación, proyectando sombras danzantes en las paredes. El calor del fuego chocaba con el frío del exterior, creando una atmósfera sofocante. Al principio, Cárdenas pensó que el lugar estaba vacío, pero al observar con más detenimiento, su corazón dio un vuelco.

En el centro de la sala, las raíces de los arcianos se enroscaban y retorcían, formando una especie de trono natural. Las ramas y raíces se alzaban como si hubieran crecido de manera deliberada, creando una estructura que, en su tosquedad, poseía una mística majestuosidad.

Fue entonces cuando lo sintió; una presencia lo estaba acompañando desde algún lugar. Cárdenas parpadeó, y en menos de un suspiro algo se materializó frente a él, justo sobre el trono de raíces. Al principio no era más que una sombra, un vacío en el aire, pero poco a poco fue tomando forma. No fue un proceso natural, sino una aparición que parecía surgir desde las mismas raíces que formaban el trono, como si la esencia del bosque hubiera dado vida a esa figura.

La figura que se materializaba ante sus ojos era alta, pero delgada, casi esquelética. Su piel, o lo que parecía ser piel, era grisácea, y su cabello se extendía como las ramas desnudas de los árboles. Poseía una larga túnica, pero lejos de ser tela, parecía como si la mismísima oscuridad lo vistiese. Pero lo que más impactó a Cárdenas fue el rostro. Ahí, en el centro de la frente, se abría un único ojo, profundo y eterno, que parecía observarlo todo, y nada, al mismo tiempo. Era un ojo cargado de siglos, de sabiduría antigua y oscura, que lo penetraba hasta los huesos.

"¡Por el padre!" Grito Cárdenas aterrado, empuñando su daga con fuerza hacia la desconocida criatura. Sin poder evitarlo, sus manos temblaban descontroladamente mientras veía como la figura movía su cabeza con movimientos circulares, como si quisiera aliviar la tensión de su cuello. Al mismo tiempo, el ojo del ser escaneaba toda el lugar, enviando un escalofrió por toda la columna de Cárdenas. "¡Que...quedate quieto!" Rugió el joven, sin poder controlar sus palabras del todo. Fue entonces que el ojo negro del ser pareció fijarse en su presencia.

"No hay por que temer, hijo de los hombres" Exclamó la criatura. La voz, hueca y espeluznante, surgió de todas partes a la vez, resonando en su mente tanto como en sus oídos. No se movían los labios de la figura; no hacía falta. El ser hablaba a través del aire, del fuego, de las raíces que lo rodeaban.

"¿Quien...que eres?" Tartamudeo el joven sin siquiera bajar su arma. "¿Que es este lugar?"

La figura inclino la cabeza hacia un lado, y comenzó a caminar junto al brasero. La mano de Cárdenas todavía temblaba ligeramente y podía jurar, que la vestimenta de esa entidad parecía ondear como si una nube se tratara.

Finalmente, el ser se postro justo frente al pelirrojo, dejándolo completamente sin habla; la entidad era alta, si, pero sus delgados y pálidos brazos llegaban hasta más abajo de sus rodillas. Sus dedos, carentes de garras, eran huesudos y producían un horrible crujido a la hora de moverse.

CRACK CRACK CRACK

Teniéndolo cara a cara, Cárdenas solo pudo presenciar su ojo como un abismo oscuro; un abismo sin fin.

"¿Qué soy?" Repitió la voz, resonando en el aire a su alrededor. "Un prisionero" Declaro antes de alzar sus brazos.

CRACK CRACK CRACK

"Y esta es mi prisión" Respondió, señalando la profundidad de la cámara en la que se encontraban.

"¿Tienes un nombre?"

"¿Un nombre? Mi nombre se perdió hace mucho tiempo. Todo lo que queda de mi es mi pecado, así como el castigo que mis hermanos me dieron luego de mi exilio"

"No lo entiendo ¿De que pecado hablas? ¡¿De que trata todo esto?!" Grito el pelirrojo, perdiendo la compostura por momentos. Por otro lado, luego de unos segundos de silencio, el ser respondió:

"Observar..." La voz del ser pareció desvanecerse por un momento, como si los ecos de sus palabras se perdieran entre las raíces que lo rodeaban. "Ese... siempre ha sido mi destino... y el tuyo también lo será, joven de los hombres. Un destino... ineludible, como los ríos que siempre encuentran su cauce."

Cárdenas frunció el ceño, sin entender del todo. "¿Observar qué?"

"Todo. Nada. El... tejido del tiempo... del libre albedrío de los caprichos de los hombres y los susurros de los dioses." El ojo oscuro del dios parecía brillar tenuemente, como si en sus profundidades danzaran imágenes fugaces de momentos perdidos. "¿Conoces la naturaleza de lo que te han dado, hijo de los hombres? Ese regalo... ah, ese preciado don... la libertad... pero a un precio."

Cárdenas permaneció en silencio, confundido.

"Yo también... tuve el mismo don" continuó el ente, moviéndose lentamente en círculos alrededor del brasero. "Pero cometí un error... un... desvío en el camino. Un desvío hermoso y terrible. Conocí a una mujer... una mortal. Y de nuestra unión... surgió un nuevo destino. Un hijo... un lazo prohibido."

Los ojos de Cárdenas se abrieron, pero no dijo nada.

"Mis hermanos... ellos no lo comprendieron, no lo podían comprender. Para ellos... era una traición a nuestro propósito. Y así... fui condenado... castigado a vagar entre los hilos del mundo, a... observar, siempre observar, sin tocar, sin guiar, solo presenciar."

"¿Entonces… estás atrapado aquí? ¿Solo observas?"

El ser inclinó su cabeza hacia Cárdenas, con su ojo negro penetrante como si viera más allá de la piel y del alma. "Tú... tú también serás... parte de esto. Pero no... no del todo... no aún. Ves, no es solo mirar... no. Es mucho más. Requiere... una fusión, una unión... no en cuerpo, pero sí en... algo más profundo. Tú... serás mis ojos. Tú... continuarás lo que yo ya no puedo hacer."

Cárdenas retrocedió un paso, incomodado. "¿Y por qué yo?"

El dios no respondió directamente. En cambio, habló en tonos más bajos, como si reflexionara para sí mismo. "El libre albedrío... siempre he velado por él. He sido... el vigilante. He visto lo que los mortales no pueden ver, sus decisiones, sus miedos, sus... caminos. Y tú... tú harás lo mismo. Unirte... conmigo... no es un destino, es... un curso. Uno que ya has comenzado, aunque no lo sepas"

"No se de que hablas" Tartamudeo el pelirrojo, "No se por que mi padre quería que viniera aquí, pero esto es un error." Casi chillo mientras retrocedía hasta donde creía que estaba la salida "Te...¡Tengo que salir de aquí!"

"Este proceso...no puede detenerse, hijo de los hombres...ya comenzó"

CRACK CRACK CRACK

El ser levanto sus esqueléticos brazos, y Cárdenas sintió cómo las raíces del trono se alzaban lentamente a su alrededor, como si cobraran vida con una voluntad propia. Antes de que pudiera reaccionar, unas afiladas ramas atravesaron sus muñecas y tobillos, clavándose profundamente en su carne. El dolor fue inmediato y atroz, pero antes de que pudiera gritar, otra raíz se enroscó alrededor de su cuello, formando una corona de espinas que se apretaba más y más con cada latido de su corazón.

Su respiración se volvió errática, y el calor de su propia sangre se mezcló con el frío opresivo de la cueva. Justo cuando pensaba que el dolor no podía ser mayor, su mente fue asaltada por una serie de visiones, cada una más perturbadora que la anterior.

Primero, vio una figura parecida a su padre, joven y altivo, junto a una mujer mortal. El ser observaba desde las sombras, con su único ojo pendiente de cada acción. La voz del ente resonaba en su mente, confusa y fragmentada, como si las palabras se escaparan de los labios del ser pero nunca llegaran a formarse del todo. Cárdenas no podía entender del todo lo que veía, pero el peso de ese pecado, esa unión prohibida, llenaba el aire con una tristeza incomparable.

Luego, imágenes del Rey Primavera aparecieron, guiado ligeramente por una presencia invisible, una sombra apenas perceptible. El ente susurraba a lo lejos, siempre sin intervenir directamente, pero siempre presente, velando por los eventos del mundo. Cárdenas sintió una punzada de traición, una verdad oculta que jamás se habría imaginado.

El dolor aumentó cuando su mente fue arrastrada hacia lo que parecía ser el futuro. En flashes frenéticos, vio a su hermano Garth erguido, rodeado de tierras fértiles, adoptando el apellido Gardener como símbolo de una nueva era. Luego, sus hermanos, lanzados a una guerra brutal contra gigantes y los Niños del Bosque, con el estruendo de espadas y gritos resonando en sus oídos. Entre ellos, su hermano Brandon peleaba solo, su espada cortando a decenas de enemigos en un lago teñido de sangre. La escena cambiaba de nuevo, mostrándole a los Niños del Bosque capturando a alguien parecido a Brandon, arrastrándolo hacia las sombras del bosque.

Cárdenas, incapaz de moverse, con el dolor atravesándolo y las visiones confundiendo su mente, se sintió arrastrado más y más hacia el abismo de la conciencia del ser. Su cuerpo, clavado al trono de raíces, vibraba con una energía desconocida, mientras el alma del dios comenzaba a fusionarse con la suya. Los latidos de su corazón y los susurros del dios se entrelazaban, convirtiéndose en una única y angustiosa melodía.


Bran abrió los ojos de golpe, con el eco de la visión aún palpitando en su mente. El techo de madera de su camarote lo recibió en silencio, como si lo hubiese visto despertar incontables veces. Sin prisa, pero sin pausa, se vistió, dejando que el leve crujido del barco bajo sus pies lo reconectara con la realidad. Al salir de su camarote, la luz del amanecer lo cegó momentáneamente. La brisa marina acariciaba su rostro con frescura, el olor a sal llenando sus pulmones.

Habían pasado ya unos cuantos días desde que zarparon. Theon demostró llevar la sal en las venas al momento de capitanear la pequeña nave, llevándolos a Pentos en un tiempo récord de diez días.

El resto del viaje era tranquilo, mientras sus piernas se acostumbraban a la inestabilidad del barco, Bran aprovecho la oportunidad para ahondar más en las memorias de Cárdenas, creía empezar a entender porque veía todo esto, aunque tendría que seguir buscando que es lo que en teoría debía ver. La mayor parte del día se encontraba junto con Theon, guiándolo en los momentos en los que su dirección flaqueaba y, cuando se encontraba libre, aprovechaba el tiempo con los Reed, especialmente con Meera. Parte de él se alegro mucho de tenerla nuevamente a su lado como la ultima vez e incluso, para su sorpresa, se sorprendió gratamente al notar que parecía disfrutar su compañía y conversaciones. Incluso había accedido a compartir detalles de su vida anterior con ella, mientras que la Reed, por su parte, había prometido enseñarle a usar la lanza cuando se recupere por completo. Lo tenia emocionado.

Era extraño, algo así no paso en su ultima vida ¿Quizás se debiera a que su conexión con el cuervo estaba debilitada? No lo sabia.

El Stark avanzó con pasos cautelosos por la cubierta, aún adaptándose al movimiento constante del barco. Cada paso le recordaba que su cuerpo todavía no dominaba del todo el arte de caminar en esas condiciones, pero con cada día ganaba más equilibrio. Miró al horizonte, donde el sol apenas se alzaba, dibujando una línea dorada en la superficie del mar. El agua se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Al llegar a la proa, no se sorprendió al ver a Jojen allí, de pie, mirando hacia el mismo horizonte. Desde que habían zarpado, Jojen había hecho de ese lugar su propio santuario, utilizando el espacio para explorar sus visiones.

"Llegaremos pronto" Dijo Jojen, sin girarse. Su voz sonaba más suave, casi como si hablara consigo mismo. "Hasta aquí llega mi visión. A partir de ahora... estaremos por nuestra cuenta."

Bran observó el horizonte. Apenas visible a través de la neblina, la silueta de las tierras a las que se dirigían se dibujaba débilmente. El corazón de Bran latía más rápido, pero no por miedo, sino por la incertidumbre.

"Lo lograremos" Murmuró, como si la afirmación fuera tanto para Jojen como para él mismo.

El silencio que siguió fue roto solo por el murmullo de las olas rompiendo contra el casco del barco. Jojen respiró profundamente, como si intentara absorber la calma del mar antes de hablar de nuevo.

"Yo morí, ¿no es así?" Preguntó de repente, su tono más bajo, casi resignado.

Bran se quedó en silencio un instante más, comprendiendo el peso de la pregunta antes de asentir ligeramente. "Sí... lo hiciste."

Jojen giró finalmente su cabeza para mirarlo, sus ojos verdes fijos en los de Bran, llenos de una serenidad que parecía desafiar el miedo.

"Desde que descubrí este don, siempre supe que mi muerte me esperaba al norte del Muro" Dijo, volviendo a mirar hacia el horizonte. "Pero ahora... todo es diferente. Ese destino, que siempre fue tan claro, ahora es borroso. Difuso."

Bran lo observó en silencio, procesando sus palabras. El cambio en la visión de Jojen le recordaba que el futuro era maleable, más incierto de lo que cualquiera de ellos había anticipado.

"El destino no está escrito en piedra, Jojen" Respondió finalmente Bran con voz firme pero con un matiz de duda que ni él podía negar.

"Quiero creer lo mismo" Respondió Jojen, una media sonrisa formándose en su rostro, aunque sus ojos aún reflejaban el temor de no poder escapar de ese destino.


El frío de la noche envolvía el campamento como una sombra silenciosa, mientras Jon se encontraba solo en su tienda, acostado en su catre listo para descansar. Sin embargo, sus ojos se negaban a cerrarse, manteniendolo solo con sus pensamientos y con el eco del entrenamiento del día aún vibraba en sus músculos doloridos.

Decir que estaba impresionado de la habilidad marcial de Robert era un eufemismo, lo había dejado genuinamente impresionado. ¿Así se habría sentido Rhaegar al momento de enfrentarlo? Era un pasaje desolador. Y aun así lo enfrento. Era valiente… Su...padre...era un hombre valiente.

El sonido de la celebración resonaba débilmente en la distancia, donde su padre bebía junto al rey. Las risas y voces lejanas parecían ajenas, casi irreales, como si estuviera en un mundo separado por una delgada membrana que lo aislaba de la caravana, pero Jon no parecía ser consciente de eso, en su lugar, la imagen del Principe de Plata tumbado sobre un charco de su propia sangre, con el pecho hundido y esperando por su muerte desgarro su ya herido corazón. ¿En que habría pensado su padre antes de morir? ¿En su madre? ¿En la pobre Elia Martell sola en Kings Landing? ¿Quizás en Rhaenys y Aegon? Dioses ¿Si quiera sabia de su existencia? Jon giro sobre su costado, intentando no pensar más en eso, sin embargo, era más difícil de lo que pensaba. No pudo evitar con su propia muerte; solo, apuñalado hasta el cansancio, solo para ser dejado en la fría nieve. ¿Que seria del Pueblo Libre? ¿Había hecho lo correcto? ¿Qué pensaría su padre y sus hermanos sobre él?...Fue una verdadera decepción abrir los ojos de nuevo y no encontrarse con su familia allí. Gracias a los Dioses Sansa estuvo allí para él.

La tienda se sentía sofocante, el aire pesado, como si el día y sus pensamientos no pudieran escapar. Salió al exterior, dejando que el frío aire nocturno lo envolviera. Las estrellas brillaban débiles sobre Harrenhal, apenas visibles a través de una tenue neblina que se levantaba desde el lago. Jon se permitió un suspiro, tratando de sacudirse la sensación de incomodidad mientras estiraba sus adoloridos músculos por el entrenamiento.

El sonido de un batir de alas rompió sus pensamientos. Orsic apareció entre las sombras, posándose sobre su hombro desnudo.

"Espada" graznó una y otra vez. Jon frunció el ceño, el eco de esa palabra reverberando en su mente. ¿Por qué ahora?

Jon frunció el ceño, pero el cuervo repitió la palabra con insistencia. "Espada." Orsic se adelantó, bajando hasta el suelo y dando saltitos hacia el borde del campamento, girándose para mirar a Jon de vez en cuando, como esperando que lo siguiera. Sin saber por qué, Jon sintió que debía hacerlo. Se echó su capa sobre los hombros y caminó detrás del cuervo, sus botas aplastando la hierba húmeda bajo sus pies. Orsic volaba y avanzaba en cortos tramos, siempre a la vista, como si lo guiara con precisión. El aire se hacía más frío a medida que avanzaban pero esto no resultaba ser un problema para él, pronto Jon se dio cuenta de que estaban dirigiéndose hacia las orillas del lago. Las aguas del lago, oscuras y tranquilas, se extendían frente a él, y al otro lado, la Isla de los Rostros se alzaba en la penumbra, envuelta en un silencio antiguo y profundo. Orsic graznó de nuevo, esta vez posándose en una roca junto a la orilla, su mirada fija en el agua.

"Espada" insistió el cuervo una vez más, sus ojos brillando en la oscuridad.

Jon se arrodilló junto a la orilla, observando las aguas negras que parecían absorber toda la luz de la luna. Un escalofrío recorrió su espalda, pero no era solo el frío del aire lo que lo afectaba. El norteño miró al cuervo, que no se movía, observándolo con una extraña quietud; como si esperara que se diera un chapuzón pero ¿Por qué? No me digas que…

Jon observo al cuervo con los ojos como platos ¿Acaso había una espada debajo del agua? ¿Eso era lo que Orsic había intentado avisarle con tanto ímpetu?Maldición, realmente debería haberlo escuchado.

Vio las oscuras aguas del lago, como si del mismísimo abismo se tratara, y se maldijo a si mismo por no haber sido más atento a las palabras de Orsic, el cual CLARAMENTE no era un animal normal y corriente.

Sabia lo que tenia que hacer, y había poco tiempo para lograrlo. Por la mañana, la caravana seguiría con su camino, lo que imposibilitaría la búsqueda del arma, por lo cual, sin más opciones, Jon comenzó a desvestirse bajo la atenta mirada de Orsic.

Desató su capa y comenzó a despojarse de sus ropas, dejando que el frío mordiera su piel desnuda. El aire helado le cortaba la respiración, pero Jon apenas lo notaba. Con pasos firmes y decididos, el norteño se acercó al borde del agua y sumergió primero un pie, luego el otro. El frío del lago era intenso, pero nada en comparación con las heladas aguas del norte del ó avanzando, sintiendo cómo el agua subía por sus piernas, su torso, hasta que finalmente lo envolvió por completo. Bajo la superficie, el mundo se volvía increíblemente oscuro. Apenas podía ver más allá de sus manos, pero siguió buceando, impulsándose hacia abajo, pero era muy difícil cuando no sabias donde buscar.

La búsqueda tomo mucho tiempo, debido a la oscuridad, Jon se vio obligado a sumergirse hasta el fondo del lago, intentando buscar un indicio, algún objeto brillante, algo. Pero solo había logrado encontrar ramas de arciano y troncos. Las horas pasaban mientras su paciencia disminuía, para empeorar la situación cada vez que salia a tomar aire su orientación parecía burlarlo por completo. Estaba a punto de darse por vencido, hasta que sintió como sus dedos rozaban algo similar a una empuñadura y una guarda. Nadando un poco más, pudo sentir la forma en su mano; la empuñadura de cuero se había podrido y desprendido hace mucho, dejando el metal desnudo en sus manos pero podría notar la forma de la guarda y un pomo donde quiera que fuera. Con un ultimo tirón, Jon desenterró el arma, antes de nadar a toda velocidad hasta la superficie.

Jon emergió del agua con un jadeo entrecortado, su pecho ardiendo por el esfuerzo. Las gotas de agua caían de su cuerpo como cristales de hielo, pero su mano, temblorosa y firme a la vez, no soltaba la empuñadura de aquella espada. Pudo escuchar a Orsic dar un graznido de felicidad, pero ahora mismo sabia que tenia que volver a su tienda antes de que alguien haya notado su ausencia.

Cada paso hacia la orilla fue un esfuerzo monumental. El viento de la noche le cortaba la piel y sus ropas mojadas se adherían al cuerpo, haciéndolo sentir aún más vulnerable. Pero Jon no podía detenerse, no ahora. Orsic volaba sobre su cabeza, graznando con un eco sobrenatural, como si celebrara el hallazgo de la antigua espada. La Isla de los Rostros permanecía silenciosa, observando.

Al llegar a la tienda, empapado y exhalando aliento visible en la noche, Jon se dio cuenta de que algo no estaba bien. El ajetreo del campamento había disminuido, pero no desaparecido por completo. Con pasos rápidos pero pesados, se acercó a la entrada de su tienda. Abrió el lienzo y allí, esperándolo, estaba su padre.

Eddard Stark lo observó con el ceño fruncido, sus ojos recorriendo la figura de Jon desde los pies desnudos hasta la punta de su cabello empapado.

"¿Qué demonios...?" Comenzó preocupado mientras daba un paso hacia él. "Jon ¿Qué ha pasado? Estás empapado. ¿Donde demonios estuviste muchacho?"

Jon, todavía jadeante, no tuvo tiempo de responder. La espada en su mano atrajo la mirada de su padre. Eddard se detuvo en seco, y por un momento el aire pareció congelarse entre ellos. Sus ojos se clavaron en la hoja reluciendo con un brillo oscuro bajo las luces del campamento. La guarda estaba deshecha y la empuñadura completamente podrida, pero podía reconocer el pomo con forma de torre en cualquier sitio. De repente, el rostro de Eddard cambió de preocupación a sorpresa.

"¿Dónde...?" Eddard alzó la mano, señalando la espada, su voz en un susurro incrédulo. "Esa espada... Jon, ¿qué has hecho?"

"La encontré... o más bien, me encontró a mí." Jon bajó la mirada a la hoja. "En el lago, bajo el agua. Orsic me llevó hasta ella." Los ojos de su padre pasaron de la espada a los de Jon, una mezcla de emociones nublando su expresión.

"Esa es Vigilance... la espada de los Hightower. Pero... ¿Cómo es posible?"


Bueno, me parece un buen momento para dejar el capitulo jajaja. Espero que les haya gustado amigos.

Ahora si puedo decirlo; empieza el juego de tronos. El próximo capitulo sera en Kings Landing, basta de viajes por ahora.

Por si alguno lo noto, lo aclaro por acá; se que el rey primavera es, en realidad, su hijo y no el mismo, pero creo que al ser una leyenda, hay muchos detalles que se pierden o se dejan a la imaginación. Este es uno de esos, ya verán de que estoy hablando. Lo mismo pasa con la espada de los Hightower que en teoría se había perdido MUY lejos de la isla de los rostros. Bueno, tendrán que esperar para ver.

En fin gente, espero que realmente les haya gustado. Si es así, porfa, dejen un Review ¡Son gratis! Además, me ayuda mucho a continuar escribiendo. Cualquier critica o mensaje será respondido en el próximo capitulo o en un DM.

Sin más que decir, ¡Nos leemos luego!