Capitulo, previo final.
Al llegar al estacionamiento subterráneo, corrió hacia su vehículo, sus manos temblando mientras sacaba las llaves. Encendió el motor, sus pensamientos caóticos tratando de ordenarse. El laboratorio. La montaña al norte. Una instalación subterránea. Era una locura, pero tenía que encontrarlo. Las palabras de Vegeta se repetían en su cabeza: "Estaba herido cuando lo dejé… No sé si aún vive."
—¡No, no pienses eso! —se reprendió en voz alta, apretando el volante con fuerza. Él estaba vivo. Tenía que estarlo.
Puso el vehículo en marcha, acelerando por las calles de la ciudad, dejando atrás el edificio donde había enfrentado a Vegeta. A medida que se alejaba, la imagen del escritor seguía persiguiéndola. Había algo en su sonrisa final que la había inquietado, una mezcla de aceptación y resignación que nunca había visto en él. Pero lo peor fue la tenue esperanza que creyó percibir, como si aún, en lo más profundo, esperara algo de ella.
Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. No podía permitirse pensar en eso ahora. Había tomado su decisión, y él había aceptado su destino. Nada de lo que él representaba podía desviar su atención. Se repetía esto una y otra vez, como un mantra, mientras aceleraba por la autopista hacia la salida de la ciudad.
—Lo encontraré —susurró para sí misma, sus ojos fijos en la carretera—. Goku, por favor, resiste. —
Mientras avanzaba hacia las montañas, la ansiedad crecía con cada kilómetro recorrido. Pero también lo hacía su determinación. Había prometido salvarlo, y no fallaría. No ahora, no después de todo lo que había pasado. La imagen de Goku, su sonrisa tranquila y su fuerza inquebrantable, la motivaba a seguir, a luchar contra el miedo que intentaba apoderarse de ella.
"Todo estará bien", pensó, aferrándose a esa esperanza. "Todo estará bien, Goku. Solo aguanta un poco más."
Pisó el acelerador, dejando atrás la ciudad y su pasado, enfrentando un futuro incierto. Pero no estaba sola. Tenía la esperanza de recuperar a su hermano, de sanar las heridas que los separaban. Y eso, por ahora, era suficiente para seguir adelante.
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La llamada se hizo eterna, pero finalmente, la helada voz de su interlocutor contestó al otro lado.
—¿Lo tienes? —preguntó sin más preámbulos.
—Lo tenemos —dijo, su voz tensa, contenida por la mezcla de emociones como si aun no asimilara del todo las indicaciones de su hija —Vegeta está bajo control. Bulma lo ha capturado—
Hubo un silencio en la línea, pero Bunny pudo escuchar la respiración entrecortada de Freezer. Luego, una risa baja, cargada de un sadismo oscuro, resonó.
—Esa chiquilla... —murmuró con admiración maliciosa—. Al parecer, lo que ese desgraciado le arrebató ha sido su propia ruina. ¿Qué ironía tan exquisita, no lo crees?
La madre de Bulma no respondió, dejando que el silencio fuera su única réplica. Ante eso, Freezer no necesito más respuestas… —Eso es todo, dile a tu hija, que con eso nuestro acuerdo quedo cerrado— diciendo eso corto la llamada sin despedirse.
Freezer, con el teléfono aún en la mano, se quedó inmóvil durante unos segundos, disfrutando de la calma que precedía a la tormenta. Lentamente, su sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro, una mezcla de triunfo y crueldad. Se levantó de su asiento y se giró hacia su equipo, que esperaba expectante.
—Prepárense —dijo con una voz que rebosaba satisfacción— Hoy iremos a hacerle una visita al mismísimo Vegeta. —
Los murmullos se propagaron como un fuego entre sus subordinados. La incredulidad mezclada con una oscura emoción llenó el aire.
—¿Vegeta? —preguntó uno, con un tono entre asombro y duda—. ¿De verdad, Lord? —Freezer, con los ojos entrecerrados y una sonrisa torcida, asintió despacio.
—Por fin lo tenemos —respondió con voz suave pero cargada de una amenaza palpable— Ese desgraciado por fin va a pagar por todo lo que hizo. Sobre todo ahora que sé lo de ella… Milk… —dijo su nombre con un dejo de nostalgia sombría—. Cada segundo de su sufrimiento será una dulce venganza. —
Uno de los hombres, claramente nervioso, se atrevió a preguntar.
—¿Y qué haremos con él, señor? —
Freezer caminó lentamente hacia la ventana, observando el horizonte mientras su mente imaginaba lo que pronto le haría a Vegeta.
—Lo que le haremos… será una obra maestra —respondió, con los ojos llenos de un sadismo brillante—. No será solo dolor, será su aniquilación lenta. Cada grito, cada suplica, será la melodía de su final. Y cuando haya perdido todo, cuando desee la muerte… lo haré recordar a Milk. Recordará que todo esto es su castigo por arrebatarme lo único que amé. —
Sus hombres lo observaban, impactados por la intensidad en sus palabras. Sabían que Freezer podía ser despiadado, pero esto… esto era personal. La sala se llenó de una expectativa oscura, como si estuvieran a punto de presenciar un castigo divino, algo más allá de la venganza.
—Preparen todo —ordenó, con su voz volviendo a la frialdad habitual—. Quiero que todo esté listo para irnos ahora mismo. —
Mientras sus subordinados se apresuraban a cumplir las órdenes, Freezer se quedó un momento más, disfrutando del sabor de la victoria antes de tiempo. Vegeta, el hombre que había destruido su vida, estaba finalmente atrapado. Y ahora, el destino lo traía a sus pies. El escritor por fin entendería que no hay crimen sin castigo, y Freezer se encargaría de que cada segundo fuera una eternidad de sufrimiento.
—Por fin, Vegeta —susurró para sí mismo—. Por fin llegó tu hora. —
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Encadenado en el silencio de aquella habitación, Vegeta comenzó a reír, una risa áspera, rota, que retumbaba en las paredes como el eco de una mente trastornada. La escena del beso con Bulma revoloteaba en su mente, cada detalle reavivado por el sabor del engaño. "¿Cómo fui tan débil?" Las palabras apenas fueron un murmullo entre sus labios mientras su risa se transformaba en algo más oscuro, casi grotesco. Recordaba la calidez de su boca, la forma en que lo había mirado con esos ojos llenos de promesas vacías. Y, sin embargo, una parte de él había querido creer. "Bulma… eres una maldita bruja"
Su risa cesó de golpe, y sus pensamientos se volvieron más fríos, más calculadores. Había revelado el paradero de Kakarotto, con una facilidad que ahora lo atormentaba. ¿Por qué lo había hecho? El peso de su debilidad lo aplastaba, no solo por lo que había dicho, sino por lo que había sentido. "Todo lo hizo para que yo hable… y lo peor es que lo supe desde el principio."
Pero algo más acechaba en los rincones de su mente, algo que lo hizo detenerse de repente. Sus ojos brillaron con comprensión y, al mismo tiempo, con miedo. "Freezer…" El nombre surgió en sus pensamientos como una sombra, una amenaza que lo golpeó con la fuerza de la realidad. La única razón por la que Bulma lo había manipulado tan fácilmente no podía ser solo por desesperación. No, había algo más, ella estaba preparada, como si supiera como reaccionar…
"Bulma nunca habría hecho esto sola." Su mente comenzó a hilar los fragmentos dispersos. El odio de Freezer hacia él, las miradas de Bulma cada vez más vacías, el sufrimiento por la desaparición de Kakarotto. Todo comenzaba a encajar, como piezas de un rompecabezas macabro. "Ella lo hizo… llegó a un acuerdo con ese maldito demonio."
La ansiedad se clavó en su pecho como una daga. Sabía lo que eso significaba. Freezer vendría por él, con toda su sed de venganza acumulada durante años. Recordaba el odio en los ojos de Freezer la última vez que se vieron, cómo había jurado hacerlo pagar por todo. Vegeta lo había confrontado muchas veces, dandole estocadas macabras y arrasando con todo lo que le pertenecia, y siempre con desprecio. Ahora, sin embargo, estaba encadenado, debilitado, y sabía que no podría enfrentarlo en esas condiciones.
"Mierda…" Las posibilidades se desplegaron ante él, cada una peor que la anterior. Freezer no solo lo mataría; lo destrozaría lentamente, disfrutando de cada momento, cada grito de dolor. El sudor frío corría por su espalda mientras trataba de calmarse. "No puedo quedarme aquí. Tengo que salir."
Volvió a mirar las cadenas que lo sujetaban. No eran indestructibles, pero romperlas requeriría tiempo. "No tengo mucho tiempo…" La risa de Freezer parecía resonar en su cabeza, burlona, anticipando el momento en que lo atraparía.
Vegeta tragó saliva y comenzó a tensar las cadenas nuevamente, su mente funcionando a toda velocidad. No podía dejar que Freezer lo encontrara allí, tan vulnerable. "Debo pensar en algo, maldita sea"
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Bulma corría por los pasillos de aquel subterráneo, su respiración acelerada y el eco de sus pasos resonando en las paredes metálicas. Había estado aquí antes, pero bajo circunstancias muy diferentes. Recordaba vagamente cómo Vegeta la había llevado a este lugar secreto de entrenamiento, un sitio que también Goku solía utilizar para llevar su cuerpo al límite. El ambiente era sofocante, las luces parpadeaban intermitentemente y el frío calaba hasta los huesos. Era evidente que era un lugar oculto de puro entrenamiento, diseñado para poner a prueba incluso a los hombres más fuertes. Sin embargo, ahora, ese sitio emanaba una energía sombría y opresiva.
A medida que avanzaba, su mente retrocedió a la última vez que había estado allí. Vegeta, en una de sus arrogantes demostraciones de poder, había insistido en que cerrara los ojos mientras él escondía la llave de acceso a la cámara más profunda del lugar. Pero Bulma no había sido completamente obediente; en su astucia, había observado de reojo dónde la escondía. Ahora, esa información era su única esperanza.
Llegó al rincón donde recordaba que Vegeta había guardado la llave. Con manos temblorosas, palpó la pared metálica, buscando el compartimento. Su respiración era pesada, como si cada segundo que pasaba ahí dentro le costara más. Tras unos momentos que parecieron eternos, sintió un pequeño clic. La llave cayó en su mano, fría como el hielo. El alivio que sintió fue breve. Sabía que lo peor estaba por venir.
Frente a ella se encontraba una puerta enorme, de acero reforzado. Su peso parecía el de un portón de prisión. Con la llave en mano, la giró en la cerradura, y un crujido metálico resonó por todo el lugar. La puerta se abrió lentamente, revelando una sala inmensa y vacía, donde el aire estaba cargado de un silencio insoportable.
Bulma avanzó despacio. Sus ojos escudriñaban el lugar, su corazón latía aún más rápido, su pecho estaba apretado por la angustia. El ambiente era gélido, la temperatura hacía que su piel se erizara. Las sombras que proyectaban las máquinas en las paredes parecían figuras espectrales, como si el propio lugar estuviera vivo, observándola. Entonces, lo vio.
Una celda. Ahí, en el fondo de la sala, encerrado en lo que parecía ser una prisión olvidada, una figura humana se encontraba acurrucada en el rincón. Su corazón dio un vuelco. Podía ver la delgada figura de un hombre, en posición fetal, con la espalda encorvada. Estaba delgado, más delgado de lo que recordaba, su piel pálida contrastaba con la oscuridad de la sala, y no se movía.
—¿Goku...? —susurró ella, pero su voz apenas fue un eco apagado.
El terror comenzó a apoderarse de ella. Dio un paso adelante, sus piernas temblaban. Todo su cuerpo vibraba con la angustia de no saber si él estaba vivo o muerto. A medida que se acercaba, sus ojos captaban manchas oscuras en el suelo. Sangre. Pequeñas huellas de sufrimiento, impregnadas en ese lugar, como fantasmas atrapados en la escena de un crimen.
Goku seguía sin moverse. Desde donde estaba, su espalda encorvada parecía la de alguien roto, alguien que había perdido toda esperanza, todo contacto con el mundo. Bulma sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. El miedo la paralizó momentáneamente, su mente gritaba que corriera hacia él, pero su cuerpo estaba anclado en el suelo por el terror de lo que podía descubrir.
Finalmente, su cuerpo reaccionó. Corrió hacia las barras, aferrándose con desesperación al metal frío.
—¡Goku! —gritó esta vez, su voz quebrada por el miedo y la angustia—. ¡Goku, respóndeme!
Nada. Goku seguía inmóvil, como si fuera una estatua. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, pero Bulma no se detuvo. Tiró de las rejas con toda su fuerza, sacudió la celda, buscando algo, cualquier cosa que la ayudara a abrirla. Su voz se rompió mientras gritaba su nombre una y otra vez.
—¡No, por favor, no! ¡Goku! —sollozaba, golpeando las rejas, tratando de encontrar llaves entre aquellos esparsidos objetos, su desesperación aumentando—. ¡No puedes estar muerto! ¡Respóndeme!
El tiempo parecía haberse detenido, y el frío se apoderaba de cada rincón de su ser. Sus lágrimas ahora caían sin control, y en un arrebato de desesperación, comenzó a gritar con todo el dolor que había guardado durante tanto tiempo.
—¡Tienes que escucharme! Te amo! ¡Te amo! ¡Nunca creí que estuvieras muerto, nunca! —sus palabras salían entre sollozos—. ¡Perdóname por no haberlo descubierto antes! ¡Perdóname! ¡Cometi un error y me dirigi a la persona equivocada, trate de asesinar a Freezer, crei que era él…, pero me equivoque y perdi tiempo! Por favor… ¡reacciona! ¡Eres fuerte! ¡Más que esto! ¡Lo sé porque te conozco, se que nunca te das por vencido! — grito con todas sus fuerzas. — ¡Estas malditas rejas! —
Dentro de la celda, Goku seguía en esa misma posición, inmóvil, pero su mente no estaba en silencio. Sus pensamientos, desordenados y fragmentados por el dolor y el aislamiento, oían la voz de Bulma, pero parecía tan lejana, tan irreal, como un eco de algo que su mente había creado para atormentarlo. Creyó que se trataba de otra alucinación. Había pasado tanto tiempo en ese estado, atrapado entre el sufrimiento y el olvido, que su propia realidad parecía distorsionada. Tal vez, pensó, era solo su imaginación jugándole malas pasadas una vez más. Había dejado de hablar, de reaccionar, desde la última visita de Vegeta, quien había destrozado su espíritu al revelarle las verdades que prefería olvidar.
Bulma, afuera, no podía contener más su ira. Su voz se elevó en un grito desgarrador, que resonó por toda la sala.
—¡Vegeta fue el bastardo que hizo esto! —gritó con furia—. ¡Hoy lo matarán! ¡Te lo juro! ¡No dejaré que lo que te hizó quede impune!
El dolor en su pecho era insoportable, su cuerpo temblaba con cada palabra. Cayó de rodillas, con las manos en el suelo, sollozando con furia y desesperación.
—¡Nunca me lo perdonaré! —gritaba—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Quiero hijos contigo! ¡Quiero casarme contigo! ¡Eres el amor de mi vida! Por favor… por favor reacciona…
Sus lágrimas caían al suelo, sus manos enterraban su rostro, como si el dolor fuera demasiado para soportarlo. Y fue en ese momento, mientras su voz se quebraba en sollozos, que algo dentro de Goku se rompió.
Aquellas palabras, aquellas confesiones desgarradoras, llegaron a lo más profundo de su ser. El bloqueo emocional que había mantenido durante tanto tiempo comenzó a desmoronarse. Con el poco aliento que le quedaba, y con la fuerza apenas suficiente para mover su cuerpo, Goku, aún dudando de que lo que escuchaba fuera real, giró su cuerpo lentamente. Sus músculos dolían, su piel ardía con el roce del metal y por sus heridas aun abiertas por latigazos y moretones. Sus ojos, apenas entreabiertos, como si estuviera fuera de su realidad, comenzaron a abrirse más, luchando contra la incredulidad que lo envolvía.
Entonces la vio.
Bulma, arrodillada, llorando amargamente, con su rostro cubierto de lágrimas. El desconcierto lo invadió. ¿Era real? ¿Podía ser ella?
—B-Bulma... —susurró, mientras sus ojos se abrien cada vez más y su consciencia regresaba a su mente con veracidad, con desesperación, como si no quisiera alejarse de esa realidad jamás… —Bulma—
Al escuchar su nombre, Bulma levantó la cabeza lentamente, sus ojos llenos de lágrimas se encontraron con los de Goku. Su corazón se agitó violentamente, como si todo el aire hubiera sido expulsado de sus pulmones. Sin pensarlo dos veces, se levantó de un salto, y buscó con desesperación romper las cadenas que sujetaban la celda.
Desde su posición en el suelo, Goku observaba, incrédulo, la desesperación de Bulma. Sus ojos, aún opacos por el dolor y la debilidad, la siguieron mientras ella se arrojaba contra las rejas de la celda, buscando cualquier objeto que pudiera romper el candado que lo mantenía prisionero. Su respiración era errática, su cabello desordenado, y su rostro estaba bañado en lágrimas. El sonido del metal resonaba con cada golpe que daba, y Goku pudo ver cómo sus manos, a fuerza de intentar quebrar el hierro, comenzaban a rasgarse y sangrar.
—¡Maldito candado! —gritó entre sollozos, sus palabras llenas de furia y dolor. El sonido metálico era ensordecedor. El impacto del hierro contra el hierro le destrozaba las manos, pero a Bulma no le importaba.
Cada golpe era más desesperado que el anterior, hasta que finalmente, con un grito de pura rabia y dolor, Bulma logró romper el candado. El estruendo del metal cediendo llenó la sala, y ella, sin perder un segundo, empujó las pesadas rejas con tanta fuerza que casi cayó al suelo en su intento de entrar. Su respiración era agitada, sus manos temblaban y el cansancio parecía querer derribarla, pero aún así, se lanzó hacia Goku con la única intención de sostenerlo entre sus brazos.
Goku, aún incrédulo, la miraba fijamente, como si no pudiera procesar que fuera realmente ella. En su mente, el caos de los últimos meses aún resonaba, las palabras crueles que lo habían roto lo mantenían en una especie de trance. Pero allí estaba, Bulma, su Bulma, de rodillas a su lado, con los ojos llenos de lágrimas y el rostro bañado en desesperación. No se movió, no porque no quisiera, sino porque su cuerpo no le respondía.
Bulma se arrodilló junto a él, con el cuerpo temblando de pura adrenalina. No podía dejar de mirarlo, de tocarlo. Sus manos, aún temblorosas y ensangrentadas, tomaron el rostro sucio y herido de Goku. Sentir su piel fría bajo sus dedos fue como una descarga eléctrica que la sacudió por completo. Su corazón latía tan rápido que sentía que estallaría.
Goku, aún incrédulo, la observaba, como si no pudiera creer que fuera ella.
—Sabía… sabía que estabas vivo… —le susurró con voz rota, su garganta ardiendo por tanto gritar—Nunca me rendí, jamás lo hice… —Las lágrimas no dejaban de correr por su rostro, manchando su piel con líneas brillantes. —Perdóname por haber tardado tanto —le susurró, sus labios temblaban mientras lo miraba con amor y angustia.
A pesar de su estado, Goku intentó moverse, hacer algo, cualquier cosa que le demostrara que estaba allí, con ella. Intentó incorporarse, pero el dolor fue inmediato. Sus costillas estaban rotas, y los moretones que cubrían su torso y los cortes profundos en su abdomen le recordaron las cicatrices de las últimas semanas. El maldito escritor lo había mantenido prisionero, no solo físicamente, sino que con sus palabras, con su maldad, había hecho que Goku intentara desconectarse de la realidad. Durante días, había dejado de luchar, pero ahora, viendo a Bulma allí, a su lado, su espíritu se encendía de nuevo y esbozó una sutil sonrisa, Ella al ver aquella sonrisa que tanto la había reconfortado en el pasado la hizo estallar, Bulma no pudo contenerse y se aferro a él, abrazandolo con necesidad, tratando de hacerlo con cuidado y evitar tocar sus heridas, sin embargo sentirlo, ver su rostro, que a pesar de que se veia más delgado y sucio seguia siendo hermoso, seguia teniendo esa escencia en sus ojos…
—Perdóname… —lloró en su oído, su voz rota por la culpa—. Debí haberte escuchado… debí confiar en ti… pero te juro que esto se acaba hoy. ¡Voy a sacarte de aquí y juro que lo haré pagar! —Su voz, a pesar del dolor, se cargó de furia al recordar a Vegeta.
Goku, aún débil pero decidido, apartó suavemente a Bulma para poder mirarla directamente a los ojos. En el silencio del momento, levantó una de sus manos temblorosas y la llevó a la mejilla de ella, acariciándola con una suavidad reverente, como si temiera que fuera una ilusión. Sus ojos, entrecerrados por el agotamiento, se abrieron lentamente, analizando cada detalle de su rostro. Era como si quisiera asegurarse de que realmente ella estaba allí, en su mundo, en su realidad, después de tanto tiempo perdido en la oscuridad.
Bulma también permaneció en silencio, observando la interacción con un nudo en el pecho. La forma en que Goku la tocaba, con tanta ternura y duda, como si fuera la primera vez que se permitía sentir algo real, la quebraba. El contacto de su piel contra la suya, ese simple gesto, era como una chispa que encendía algo profundo en ella, algo que había estado apagado desde su desaparición.
Sin pensarlo dos veces, Bulma aferró su mano con fuerza, con la necesidad de hacerlo sentir que ella estaba ahí, tangible, viva, junto a él. No había lugar para el miedo o la duda. Sin reparo, se inclinó hacia él y lo besó. Sus labios tocaron los de Goku con la misma pasión y necesidad que siempre la había caracterizado. El tiempo se detuvo. No había pasado, no había futuro. Solo existía el momento. El fervor con el que lo besaba era un grito desesperado de amor, un clamor de quien había sufrido su ausencia y ahora, por fin, tenía la oportunidad de hacerle sentir que jamás lo abandonaría.
Goku abrió los ojos de par en par, sorprendido por la intensidad del beso. Fue como si un relámpago lo golpeara, trayéndolo de golpe a la realidad. Su mente, aún aturdida y perdida en las alucinaciones de su cautiverio, se sacudió por completo. Era real. Bulma estaba ahí, sus labios, su calor, su olor dulce e inconfundible. Después de tres meses de aislamiento, dolor y soledad, volvía a sentir la calidez de la vida a través de ella.
Con un esfuerzo casi sobrehumano, Goku levantó su otra mano, a pesar de su debilidad, y la atrajo hacia él, correspondiendo al beso con una intensidad renovada. Sentirla tan cerca, oler su esencia, tocarla de nuevo, era como regresar del abismo al que había sido arrojado. No había dolor, no había sufrimiento en ese momento. Solo la certeza de que Bulma, su Bulma, lo había encontrado y lo estaba salvando.
Bulma, entre el beso, no pudo evitar que una sonrisa llena de alivio y felicidad apareciera en sus labios. Una sonrisa que no había sentido desde que él desapareció. Finalmente, pensó. Finalmente estaba con él otra vez. Cuando el beso se rompió, sus ojos brillaban con una mezcla de lágrimas y esperanza.
—Ahora te sacaré de aquí, Goku —dijo con determinación, su voz aún temblando por la emoción.
Goku respiró profundo, sus ojos luchando por mantenerse abiertos, pero su espíritu comenzaba a regresar. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa, aunque débil, que reflejaba el alivio de saber que, a pesar de todo, aún la tenía a su lado.
—Sigues siendo mía... ¿cierto? —murmuró, su voz apenas un susurro, como si necesitara la confirmación para asegurarse de que no estaba soñando.
Bulma sintió que su corazón se aceleraba. Sus dedos se deslizaron por el rostro de Goku, limpiando algunas de las heridas con cuidado. Sus labios temblaron, y sin poder contener más las lágrimas que caían de sus ojos, asintió.
—Siempre tuya, mi amor —dijo con una mezcla de amor y promesa—. Ahora más que nunca.
Goku dejó escapar un suspiro. A pesar de la debilidad, una pequeña chispa de vida brillaba en sus ojos. Pero entonces, un pensamiento oscuro cruzó su mente, y cerró los ojos por un momento, recostándose ligeramente. Las palabras de Vegeta… Aún resonaban en su mente, atormentándolo. El peso de todo lo que le había dicho sobre su pasado, sobre la verdad, lo consumía por dentro.
—Ese... maldito... me dijo que... —empezó a decir, su voz debilitada y rota por el cansancio y la confusión.
Bulma lo miró con una mezcla de comprensión y dolor. Ella ya sabía lo que Vegeta le había revelado, ese secreto que los había sacudido a ambos hasta la médula. A pesar de todo, ella lo interrumpió, apretando su mano con fuerza, como queriendo asegurarle que ese tormento no tenía por qué ser una carga.
—Lo sé, Goku —dijo suavemente, sus palabras cargadas de un amor inquebrantable—. También me afectó saberlo… pero si es verdad, entonces nos da la libertad que siempre quisimos. —Sus palabras, aunque dolorosas, estaban llenas de una determinación feroz.
Goku la miró con los ojos entrecerrados, asimilando sus palabras. Era difícil procesar todo lo que había sucedido, todo lo que Vegeta había revelado. Pero escucharla a ella, sentir su convicción, le daba un nuevo sentido de calma. Aunque todo su mundo había sido destrozado, tener a Bulma junto a él lo hacía sentir que aún quedaba algo por lo que luchar. Algo por lo que vivir.
Cerró los ojos, con la poca fuerza que le quedaba, y se permitió, por primera vez en meses, entregarse al descanso. Esta vez, sabía que estaba a salvo en los brazos de la única persona que jamás lo dejaría. Su peliazul.
Y en ese pequeño rincón del subterráneo, mientras Bulma lo sostenía con todo el amor y la fuerza que le quedaba, ambos comprendieron que, a pesar de las cicatrices que cargaban, aún tenían algo puro e inquebrantable: el amor que los unía. Y ese amor era lo que los haría superar cualquier oscuridad.
AMAPOL
