Época Feudal
- Señor Sesshomaru. - se puso de pie. - ¿Qué estas haciendo aquí?
El demonio no respondió, sin embargo se acercó a ella, deteniéndose a uno pasos y llevando sus ojos dorados al cielo.
- ¿Cómo te sientes, Rin? - preguntó sin dirigirle la mirada. - ¿Te sientes cómoda en esta aldea?
- ¿He? - se sorprendió ante su pregunta. - Bueno... estoy bien. - respondió, titubeando. - Todos han sido muy amables. La señorita Kikyo me ha protegido mucho.
Aquella frase la pronunció adrede, sólo para ver cual seria la reacción del hombre al escuchar el nombre de la sacerdotisa, sin embargo este no mostró expresión alguna.
- Usted y la señorita Kikyo son muy cercanos, ¿verdad?
¿Qué me sucede? ¿Por qué hago estas preguntas tan estúpidas? Pero... necesito saber que es lo que hay entre ellos.
Nuevamente el silencio reinó el ambiente, el cual fue interrumpido por el pequeño yokai.
- ¡¿Cómo te atreves a preguntarle eso al amo Sesshomaru?! ¡Niña insolente!
- Señor Jaken, no pregunté nada malo.
¿O si?
- ¡El amo Sesshomaru es un demonio muy respetable y no tiene porque andar diciéndole sus cosas personales a cualquier humana que se le atraviese!
- Tranquilo. - le sonrió. - O se va a arrugar.
- ¡¿Kah?! ¡Yo no te di la confianza para...!
- Sólo la conozco. - ambos miraron al demonio, el cuál pronunció aquellas palabras con los ojos fijos en el bosque. - Rin, ven conmigo, Jaken espéranos aquí.
- ¿Qué? Pero... pero, amo Sesshomaru.
Como era costumbre, el demonio comenzó a caminar mientras la joven lo seguía y el pequeño demonio los observaba completamente anonadado.
Caminaron durante unos momentos en completo silencio hasta que llegaron al borde de una especie de acantilado, uno en el que las estrellas resaltaban mucho más que en la aldea. Rin posó sus ojos en el demonio, sonrojándose levemente al notar la belleza de su rostro, pero sobre todo al notar la atracción que sentía por él.
Verdaderamente es hermoso.
Segundos después, los orbes dorados del yokai se posaron sobre ella, haciendo que su corazón latiera tan fuerte que, por un instante, pensó que él podría darse cuenta.
- Te ves mucho mejor.
- ¿He? - para esas alturas ya no podía evitar sentir el calor recorriendo cada zona de su rostro. - Bueno... si, eso creo...
Se quedó congelada al sentir la fría mano del demonio posarse sobre su mejilla, casi brindándole una dulce caricia. El brillo en sus ojos de oro era diferente al que había profesado al llegar y aquello sólo provocaba que dudara de si verdaderamente estaba sucediendo o si se trataba de un sueño.
- Señor Sesshomaru... - susurró.
Sesshomaru, ¿tienes algo que proteger?
Las palabras de su padre atravesaron su mente nuevamente y, frente al dulce rostro que tenía frente a sus ojos, parecía haber cobrado otro significado. ¿Acaso a esto era lo que se refería su padre? ¿Este era el sentimiento?
Entrecerró sus ojos, quizás intentando negar lo que estaba sintiendo en ese instante, por lo que quitó su mano y volvió a mirar el cielo estrellado.
- Si algún día necesitas mi ayuda, sólo llámame.
Volteó y se alejó, dejando a la jovencita completamente muda y sin comprender del todo lo que había sucedido.
Mientras tanto, en el pozo devorador de cadáveres...
- Es una mujer. - pronunció el hanyo, arrodillándose al lado de Sango.
- No es una simple mujer, Inuyasha. - Miroku se quedó observando su rostro, el cual se veía visiblemente cansado. - Es una exterminadora.
- ¿Una exterminadora?
- Si, como su nombre lo indica, es una persona que se dedica a exterminar seres malignos como demonios u otras especies peligrosas. - entrecerró sus ojos. - Es muy extraño que haya llegado hasta aquí sola, ellos siempre andan en equipo.
- ¿Crees que le ocurrió algo a su grupo?
- Es evidente. Debemos llevarla a la aldea, ¿puedes cargarla?
- ¡¿Y yo por qué?!
- Tienes más fuerza que yo. - se encogió de hombros. - Tal vez la señorita Kikyo pueda ayudarla.
Sus orbes dorados viajaron nuevamente al rostro de la mujer y emitió un suspiro.
- De acuerdo. - gruñó, provocando la sonrisa del monje.
Época Moderna.
Al día siguiente...
Abrió sus ojos y se encontró con el techo de su habitación. Rápidamente la angustia volvió a invadirla, angustia que se vio reflejada en aquel pequeño suspiro. Giró, fijando su mirada en la pared mientras los recuerdos invadían su mente. Los ojos dorados del yokai observándola con aquel destello que prometía un futuro juntos, le rompía el corazón. Las caricias que había dejado en su cuerpo aquella noche en la que se volvieron uno ya no se sentían cálidas, ahora dolían.
Cerró sus ojos, dejando escapar aquella lágrima mientras apretaba su almohada.
¿Qué esperabas? Kikyo llegó primero a su vida.
- Basta. - murmuró. -Tengo que olvidarme de todo.
Volteó, encontrándose con aquel fragmento de la Perla y nuevamente la preocupación la invadió. Sabía que aquello no podía permanecer en su época, sin embargo tampoco podía regresar para devolverlo.
- ¿Acaso el pozo se cerró por mis sentimientos?
Al regresar verdaderamente ya no quería volver a ver a Inuyasha nunca más, pero...
- Por supuesto que quiero verlo, pero se que esta con Kikyo.
Y yo allí ya no tengo lugar.
Se puso de pie y apoyó su mano sobre el vidrio de su ventana, llevando sus ojos directo al pequeño templo en donde se ubicaba el pozo. Meneó la cabeza y se dispuso a cambiarse para volver a la escuela.
Cuando estuvo lista se dirigió al comedor en donde su familia estaba esperando el desayuno.
- Buenos días, Kagome. - pronunció el abuelo.
- Buenos días. - respondió con una triste sonrisa.
- Oye abuelo, ¿sabes que le sucedió? se ve muy triste. - intentó susurrarle.
- Sota, estoy aquí, puedo oírte.
- Te ves mal.
- Eso no te incumbe.
- ¿Te peleaste con el oreja de perros?
- No... lo nombres.
- ¿Qué?
- ¡Lo que escuchaste! - gritó. - ¡No vuelvas a nombrar a Inuyasha nunca más! - se puso de pie. - ¡Olvídate de él para siempre!
- Ay... de acuerdo. - respondió, acurrucado contra el anciano.
- Ya ve voy.
- ¿No vas a desayunar, hija?
- No te preocupes, madre, comeré algo de camino a la escuela.
Volteó, tomando su mochila y salió de la casa.
Época Feudal.
- ¿Aún no se despierta? - le preguntó la miko al monje, quién se encontraba arrodillado al lado de la exterminadora.
- No. - respondió sereno. - Se veía muy mal... supongo que descansar será lo mejor.
- Lo será. - sonrió. - ¿Ha visto a Inuyasha?
- Inuyasha se marchó luego de dejar a la jovencita en la cabaña, al parecer no quería estar en este lugar.
- ¿Tiene idea de si le ocurrió algo?
Si yo no me hubiese enamorado de Kagome nada de esto hubiera pasado, es por eso que... lo mejor es que las cosas se queden así como están, aunque eso implique que ella me odie para siempre.
Las palabras que el híbrido le había pronunciado la noche anterior, pasaron por su mente.
- No, al parecer él no es ser muy comunicativo que digamos...
- Es verdad, Inuyasha no habla nunca de sus emociones.
Volteó y salió de la cabaña en dirección del bosque.
Mientras tanto, a la orilla del pozo, el hanyo se encontraba con sus codos sobre la madera y sus ojos fijos en el fondo de aquella estructura.
Lo siento, Kagome... Discúlpame por portarme de esa manera pero créeme que es mejor así.
- Yo si quería estar a tu lado. - murmuró.
- Inuyasha.
- Kikyo. - se puso de pie y volteó, encontrándose con la mujer. - ¿Qué haces levantada? Deberías descansar.
- No te preocupes, estaré bien. - sonrió. - ¿Qué estabas haciendo? - se acercó al pozo mientras él desviaba la mirada. - ¿Dónde está Kagome?
- Se fue. - respondió tajante. - Regresó a su época.
- Tenía entendido que sólo podía cruzar el pozo en tu compañía.
- Yo también pensaba lo mismo.
- ¿Y no irás a buscarla?
- No puedo, al parecer por alguna razón el pozo se ha cerrado.
- Veo que lo intentaste...
Se quedó en silencio, sin embargo antes de que fuese a decir una palabra, aquel boomerang se hizo visible, provocando que tomara a la sacerdotisa por la cintura y ambos se lanzaran al suelo.
- ¡¿Qué demonios fue eso?! - gritó, mirando en dirección de la nube de polvo que había dejado aquel ataque.
- Es el arma de la exterminadora.
- ¡Kikyo! - gritó, con su ceño fruncido y su hiraikotsu en mano. - ¡¿A dónde está mi hermano?!
- ¿Qué? - susurró. - ¿De que está hablando?
