Generalmente manejaba la forma en que la presencia de Regina trastoca las acciones de mi sistema nervioso. Ser el oscuro me enfrentaba a profundos secretos, deseos perversos que me hacen contener la respiración. Juro por Dios que esta mujer me arrastra hacia el infierno porque hoy no puedo conformarme con mirarla. Sería tan fácil tenderme a su lado, besar la piel de su cuello y frotar mi dolorosa erección contra su culo redondo. En cambio, me abrazó con fuerza las costillas hasta que la presión me asfixia. Respira hondo y cálmate. No olvides que te odia. La oscuridad, el deseo y la lujuria me hacen inspirar con fuerza.

La Oscuridad

Hay múltiples personalidades en mi interior y me cuesta encontrarme entre ellas.

Después de todo lo que hemos pasado, de las veces que nos hemos dicho que nos odiamos, debí sospechar cuál sería mi final. Mi corazón se quedaría voluntariamente contigo, y dejarlo en tus manos fue mi peor crimen. El muy maldito sufre del síndrome de Estocolmo, y no lo culpo. También he cometido locuras de las cuales no me arrepiento. Una de ellas ha sido saltar a la oscuridad. No hubo plan ni aviso, solo el gran vacío y las ganas inmensas de poder decirte que te amo.

Es otro día en el que despierto en un lugar desconocido. La mayoría de las veces ruego que no vengas, y otras tantas pido que ojalá no escuches mi ruego porque te quiero aquí. Cada respiración desde que no te veo es un empujón hacia las tinieblas. Te juro que me aferro a la esperanza de que puedo hacerlo sola, pero la maldad no da tregua; no hay paz. La oscuridad cada día es más negra. ¿Puede ser eso posible? La luz se agota y tengo miedo porque no hay nadie aquí... No estás tú.

Tal vez el apabullante silencio que me rodea me hace flaquear. Entonces empiezo a decirme un par de buenas mentiras. Una de ellas es quizás retractarme de todo lo que siento o pensar que saltar fue un impulso estúpido. Hay cientos de cosas que puedo agregar a la maldita lista: no te extraño, no me hacen falta nuestros acalorados encuentros donde me insultas y dejas claro lo mucho que me odias.

Pero hay una contundente mentira que me carcome los sesos día tras día y la cual trato de creer mucho antes de que la oscuridad llegara: No te amo. Nefastas y absurdas palabras que, la mayoría de las veces que pienso al día, duelen. Duelen como llamas que me calcinan de adentro hacia afuera.

Amarte me vuelve como una boxeadora novata sin victorias, con docenas de batallas perdidas y el corazón lleno de moretones. Quizás solo estoy exhausta de pensarte.