Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Scarred" de Emily Mcintire, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Capítulo 5

Bella

El despacho privado del rey es tan hermoso como el resto de las habitaciones del castillo. Terciopelo color púrpura intenso cubre casi cada pulgada de los muebles de caoba oscura, y pintura intrincada recubre el techo, el dinero sangrando por las paredes.

La habitación en sí es espaciosa, casi tan grande como mis aposentos personales, pero incluso con su tamaño, se siente sofocante.

Un guardia real, alto y delgado se cuadra detrás del escritorio de Marcus, y Marcus se posa delante de él, apoyándose en el borde. Sus ojos se mueven de un lado a otro, siguiendo a Alec mientras hace un agujero en la alfombra.

La Reina Madre no se encuentra en ninguna parte -ni siquiera la he llegado a conocer-y el Príncipe Edward desapareció después de que la cabeza decapitada rodara a nuestros pies.

Honestamente, me sorprendió verlo allí en absoluto, ya que me dijeron que rara vez hace apariciones en la corte. Pero llevo aquí dos días y ya lo he visto dos veces.

Se me hace un nudo en el estómago y me muevo en mi asiento, agradecida de que no esté aquí en este momento. Él es inquietante. Me mira como si pudiera ver en los rincones más oscuros de mi alma. O tal vez eso es sólo su oscuridad extendiéndose y tratando de encontrar las partes más negras de la mía.

—Alec, te preocupas demasiado. Toma un cigarro y cálmate—dice Marcus, abriendo una caja de cedro en la esquina del escritorio.

Se pone uno en su propia boca antes de pasar el otro a Alec, que lo toma con una mirada filosa.

Mi primo está preocupado. Está claro en las patas de gallo que arrugan las esquinas de sus ojos y en las líneas de ceño fruncido que se profundizan con cada segundo que pasa. Sus dedos huesudos recorren su delgado cabello canoso, y cuando no están ocupados tirando de sus mechones, están ajustando sus gafas circulares que se deslizan por el puente de su nariz debido a sus movimientos bruscos.

—Me gustaría hablar con el tío Aro —intervengo.

Es todo lo que he podido pensar desde la escena en el gran salón. No esperaba que hubiera un levantamiento en las afueras; un hombre misterioso que quiere tomar el trono para sí mismo, y estoy desesperada por saber más. Estoy fascinada por la lealtad ciega que sangró del alma de la mujer traidora; su voluntad de sacrificar tanto por su líder, haciendo morder la curiosidad en mi interior.

Y necesito averiguar si esto es una torcedura a mis planes.

El peor tipo de ignorancia es aquella que puede ser evitada, pero no se evita. No me permitiré caer en esa trampa.

Y mi tío, él sabrá qué hacer.

Alec se vuelve hacia mí, aunque sus palabras son para el rey.

—Señor no creo que sea seguro permitir la comunicación en términos tan delicados.

Algo caliente se clava mi pecho ante su desacuerdo.

—Se lo diré a mi padre —continúa, decidiendo hablar conmigo en vez de a mi alrededor.

—Primo, preferiría hablar con él yo misma. Se preocupará una vez que escuche las noticias.

Alec frunce el ceño. —Bella, no estás aquí para contarnos tus preferencias. Estás aquí para ser la novia del rey. Todo lo que necesitas hacer es sentarte, lucir bien, y dejar que yo me ocupe de las cosas. Él querrá saber que estás a salvo, y me aseguraré de que lo haga.

Mi estómago se retuerce, pero me acomodo en mi asiento, mis manos juntas sobre mi regazo.

Los ojos de Marcus me observan, su brillo vidrioso asomándose a través de la nube de humo que gira alrededor de su rostro.

—Alec, no seas tan duro con la chica —dice.

Alec gira hacia él, su mano latiendo en el aire.

—¿No está preocupado Señor? Mike está muerto. Y una sucia hiena ha llegado a la corte y ha lanzado su cabeza decapitada a sus pies, gritando sobre el "rey rebelde".

Marcus se endereza, con la mandíbula apretada. —Sí. Todos estábamos allí.

Mis ojos oscilan de ida y vuelta entre ellos.

¿Acaba de llamar hiena a esa mujer?

Mi mandíbula se aprieta ante el nombre despectivo. No es ningún secreto que así se llama en este país a los "pobres", pero escucharlo tan claro, como si no fueran dignos de nombre o respeto sólo por sus circunstancias, me golpea las entrañas y me hace hervir de rabia.

—De todos modos, esta no es una conversación apropiada para una mujer hermosa. —Marcus me guiña un ojo.

Alec asiente y vuelve a pasarse la mano por el cabello.

—Sí, claro que no. Jasper—dice bruscamente girándose hacia a él guardia real en la esquina de la habitación—. Acompaña a Lady Swan de vuelta a su habitación.

La decepción cae en medio de mis entrañas, pero no me sorprende que me estén enviando lejos. No soy estúpida. No van a decir nada de importancia delante de mí, especialmente antes de que estemos casados, y si soy honesta, muy probablemente incluso después. A las mujeres no se les concede el mismo respeto que a los hombres, como si lo que hay entre mis piernas tuviera algo que ver con el funcionamiento de mi cerebro o mi capacidad para procesar información.

De todos modos, estaba a punto de sacar mis globos oculares por escuchar a estos dos imbéciles hablar.

Me levanto de mi asiento y me muevo hacia el Rey Marcus, haciendo una reverencia.

—Su Majestad.

Su mano alza mi barbilla, y me levanta. —Bella, cariño. Lamento que no hayamos podido conocernos mejor. Pero tú sabes lo que dicen... Cosas buenas le pasan a los que esperan.

Fuerzo una pequeña sonrisa. —Siempre me han dicho que la paciencia es recompensada.

Sus ojos brillan, y esa es mi señal.

Mis faldas susurran alrededor de mis tobillos mientras camino hacia la pesada puerta de madera. Jasper, el guardia real, se mueve detrás de mí, el negro y el dorado de su uniforme resaltando el profundo bronceado de su piel; tan diferente de las cremas pálidas que he visto hasta ahora en esta región.

—Jasper ¿verdad? —mi voz resuena en las frías paredes de piedra de las salas del castillo.

Me mira desde su periferia, pero permanece en silencio.

—¿Eres de aquí?

Aun así, permanece en silencio.

—Saxum, quiero decir.

Después de unos largos momentos sin respuesta, suspiro.

—Bien, entonces. No eres un conversador. Alec estaba hablando de esa mujer. ¿Esa… hiena? —la palabra es áspera en mi lengua, y observo su reacción, sin esperar una respuesta verbal, pero con la esperanza que me de pistas en su rostro.

No lo hace. Está bien entrenado.

—¿Eres mudo? —Frunzo mis labios—. O simplemente no se te permite hablar.

Las esquinas de sus labios tiemblan.

—Honestamente, eso suena terrible —continúo—. ¿No te molesta? ¿Qué te digan que ni siquiera puedes hablar?

Vuelve a mirarme de reojo cuando nos acercamos al ala de mis aposentos personales, deteniéndose una vez que llegamos a mi habitación.

Extiendo la mano, la perilla de metal áspera contra la punta de mis dedos. Jasper se mueve hacia un lado de mi puerta, su espalda recta y sus ojos escaneando el área. Hago una pausa, mi estómago se aprieta.

—¿Estás planeando quedarte aquí toda la noche?

Él arquea una ceja.

—Correcto, bien. Sin hablar. —Sonrío—. Entendido.

Inclina su cabeza en una media reverencia, y me deslizo dentro de mi dormitorio, cerrando la puerta detrás de mí, la sonrisa desaparece de mi rostro mientras avanzo a través de la sala de estar, en busca de Vic.

No la encuentro, así que asumo que ya se ha acostado para pasar la noche.

Bien.

Hay una mujer en las mazmorras, y si nadie me da respuestas, las encontraré por mí misma.