Capítulo 3. Mi ruina, mi mayor inspiración

Avanzamos en silencio. Mi corazón palpitaba con fuerza debido a la emoción que sentía por compartir el aire con él. No volvió a hablarme más que para despedirse y dirigirse nuevamente a mí como «mocosa», a pesar de que ya le había dicho que prefería que me llamara por mi nombre. Como si fuese tan mayor para atreverse a considerarme una niña. Tratándose de él, podía pasarlo por alto ya que, en teoría, no se trataba de un insulto. Supongo que no me quejaré más.

Tal vez Levi pertenecía al estrato de la población que no envejece aunque el tiempo transcurra con lentitud. Esas personas tienen suerte de que los años no les pasen la factura igual que al resto de la especie humana. O quizá solo era su manera de reafirmar su grandeza en algún aspecto, porque la altura claramente no le hacía justicia si lo comparamos con los demás chicos.

Eligió una dirección opuesta a la mía, omitiendo comentar en voz alta hacia donde se dirigía, como si temiera que fuese a seguirlo. Yo caminé rumbo a las mesas que se ubicaban alrededor de la cafetería, uno de los lugares en los que sabía que podía encontrar a Hange sin ningún inconveniente. Los otros dos eran el laboratorio y la biblioteca.

No tardé mucho en ubicar su tupida coleta castaña. Emprendí el acercamiento hacia ella, pero me detuve al reparar en que no se encontraba sola. Erwin se había hecho con el asiento de enfrente, ambos compartían una expresión de pesar que me infundió cierto temor, por lo que decidí mantenerme en mi escondite. Parecían enfrascados en una conversación seria de la que no querían ser interrumpidos.

Me preguntaba desde cuándo se hablaban con esa familiaridad. Estoy al tanto de que se conocen hace tiempo, el detalle es que nunca se dejaban ver juntos en público. Es como si les diera vergüenza que los demás los relacionaran al uno con el otro. Supuse que ignoraba demasiados aspectos de la vida de Hange. Debería replantearme lo de Moblit, más tarde podría bombardear a mi amiga con un par de preguntas incómodas como las que me lanzó esta mañana durante el desayuno.

No quise mostrarme inoportuna y desistí de aproximarme casi al momento de considerarlo. El semblante enérgico de Hange se había borrado. Lucía más bien meditabunda. Él, por su parte, mantuvo los puños cerrados encima de la superficie durante todo el lapso que compartieron en son de confidencia.

Me atrevería a decir que se esforzaba por contener un ápice de furia que se notaba en su ceño fruncido, era el mismo gesto que se le formaba cuando los miembros de su equipo no parecían dar lo mejor de sí mismos en la cancha en medio de un partido de repercusiones colectivas. Quién sabe qué clase de asunto estaría discutiendo con Hange.

Esperé a lo lejos durante unos minutos que estimé considerables hasta que, inesperadamente, Erwin se levantó dejando libre el asiento. Fue entonces que aproveché la oportunidad y me acerqué a mi amiga, entusiasmada por ponerla al tanto del que quizá era el primer riesgo premeditado al que me había expuesto en… años.

—Hange —llamé su atención mientras tomaba el lugar que había estado ocupado anteriormente—, ¿terminaste los deberes?

—Kim, que bueno que llegas. —Alzó la vista y cambió su rostro preocupado por uno amigable—. Pensé que te habías encontrado con un inconveniente.

Su suposición no se alejaba de la realidad.

—Algo así… —Sonreí al acordarme—. Hange, sé que probablemente me vas a regañar y puede que me lo merezca, pero acabo de ver algo extraño y no puedo mantenerlo para mí misma únicamente. —Ella cerró el cuaderno que estaba debajo de sus codos, dándome pie a continuar—. Estuve espiando a Petra mientras hablaba con Levi allá en nuestro salón —susurré mientras señalaba hacia arriba. Sus ojos se desorbitaron.

—Kiomy, ¿¡qué estás diciendo!? —exclamó—. ¿Por qué harías algo así? No es típico de ti. ¿No será qué…? —Me lanzó una sonrisa pícara.

Ella logró comprender el trasfondo de la situación antes de escuchar mis declaraciones. Era repentino, pero su obstinada labor de convencimiento para que me emparejara con alguien, aunada a la reciente aparición de Levi, creaban un escenario perfecto para atreverme a intentar algo nuevo, incluso si para ello tenía que cometer algunos actos imprudentes.

—Oye, no me mires así. —Recargué los codos sobre la mesa, tratando de contener mi nerviosismo con la mirada esquiva—. Aún no te cuento por qué lo hice.

Profirió una risilla tierna. Seguro pensó qué había aspectos en los que no hacía falta escarbar porque se ven a leguas. Yo estaba segura de que no se iba a quedar con las ganas de averiguar por dónde iba el asunto.

—¡Pero si no necesitas hacerlo! —gritó conmocionada, lo que nos hizo acreedoras de un par de miradas reprobatorias de varios compañeros que se ubicaban en las mesas aledañas. Ni que les estuviéramos impidiendo digerir sus alimentos. Me llevé el dedo índice a los labios para indicarle que debía bajar el volumen, de otro modo, no podría explayarme con los pormenores—. Es decir, creo que la razón es obvia —respondió levemente más tranquila, guiñándome un ojo—. Te escucho.

Se apoyó en ambas manos, lista para centrar su atención en mí.

Le conté que la idea se había gestado justo después de que Levi me preguntase mi nombre. Hange soltó un bufido de gracia porque pensó que sería divertido trabajar en equipo con dos personas que ni siquiera conocían aquella información tan básica. Hablé sobre el presentimiento que me azotaba, relacionado con que Petra estaba esperando a que los dejara solos para llevar a cabo una de sus artimañas de seducción, recalcando que yo quería aprender cómo lo hacía.

—Tal y como pensaba, no tardó ni cinco minutos en invitarlo a su habitación. —Frunció el ceño y yo experimenté amargura en la lengua—. Pero Levi la rechazó.

—¿Alguien rechazando a Petra? Vaya. Eso no se ve todos los días.

—Estoy de acuerdo. Admito que fue una verdad dura de escuchar —confesé, cabizbaja. Mis sentimientos de repudio hacia ella a veces se veían nublados por una repentina carga de compasión que detesto experimentar—. He llegado a la conclusión de que ellos ya se conocían, y no es la primera vez que se le insinúa abiertamente.

Continué con la parte en la que Petra declaraba su amor a pesar de la inalterable respuesta negativa de Levi y la forma lastimosa en que terminó llorando al darse cuenta de que no era correspondida.

—Para no hacerte el cuento tan largo, Levi le dijo que no le gusta ahora, que nunca le ha gustado y que no cree que pueda llegar a gustarle jamás —repetí sus palabras. Ella gesticuló un pequeño «Uy» con los labios—. Ah, más importante aún: que perdía su tiempo al intentar tener algo con él. Pero ¿sabes? Hay algo que me tiene contrariada —agaché la cabeza—: Levi fue muy rudo cuando ella intentó besarlo —agregué en voz baja.

—¡Intentó besarlo! —Su grito me tomó por sorpresa, y me llevé la mano al pecho para sopesar el impacto del susto—. Quiero decir, ¿intentó besarlo? —corrigió, mediante un susurro.

—Cielos, Hange, ¿solo prestaste atención a la parte del beso? —Negué con la cabeza en repetidas ocasiones. La idea que deseaba enfatizar no era la que había puesto eufórica a mi amiga—. Hasta donde yo vi, pudo limitarse a dar unos pasos hacia atrás y luego salir del salón como cualquiera. No lo sé, tal vez estaba consciente de que así no iba a entender.

—¿Estás diciendo que se le echó encima y él se deshizo de ella de forma poco sutil?

—Si, es justo lo que pasó. —Dudé sobre ahondar en los detalles, pero a estas alturas ya no podía mentirle. Es descortés quedarse a medias en este tipo de revelaciones—. Tengo este incómodo presentimiento de que le daba lo mismo lastimarla, pero lastimarla de verdad, Hange. Es decir, es obvio que él es más fuerte, ¿qué quería demostrar con eso? No lo entiendo.

Le hablé sobre cómo ella lo derribó en el suelo y casi comienzan una pelea que afortunadamente culminó en un empate debido a que Petra se sintió demasiado humillada, tanto por el rechazo como por el insulso empleo de su técnica de defensa. Hasta ahora recordé un detalle en particular que no había digerido lo suficiente como para que hiciera mella en mis sentimientos, y una oleada de celos me invadió cuando decidí contárselo a mi amiga.

—Hange, hubo un momento en que se dirigió a él como «Capitán» —imité su ridícula forma de decírselo, haciendo unos ojos coquetos que le causaron gracia a mi amiga—, de una manera tan… insinuante. Te juro que en ese momento tuve ganas de entrar al salón, halarla del cabello y arrastrarla por el suelo hasta que me cansara. —Me estremecía de solo recordarlo—. ¿Capitán de qué? ¿Acaso así le decía mientras se acostaba con él? ¡No concibo la idea de que ellos dos hayan estado juntos en alguna ocasión, es simplemente desquiciante!

Mi respiración se había agitado y me di cuenta de que mis puños estaban cerrados con fuerza. Me encajaba las uñas en la palma de ambas manos, apenas lo había sentido. Hange me lanzó una mirada de advertencia para que me tranquilizara y le hice caso al darme cuenta de que ahora era a mí a quien estaban viendo raro.

—Perdón, me alteré. —Me rasqué la cabeza. Mi actuar logró avergonzarme.

—Ya veo. No te culpo, Kiomy. Te conozco de sobra.

Hange no podía creer mi atrevimiento. Pensé que iba a ganarme una buena reprimenda de su parte por haberme comportado de forma irresponsable, pero llegado el momento de decirle que fui atrapada, tal vez se apiadaría de mí.

—Ay Hange —suspiré con desgano, llevando una mano a mi frente—. Levi es todo un caso. Petra quiso chantajearlo con un secreto, solo que no se lo permitió, no del todo. Además… —reflexioné en un nombre y se me vino a la mente la imagen de aquella persona—, mencionaron a Erwin, algo sobre una Academia y una oportunidad. —Enumeré con los dedos—. Creo que ella sabe más de lo que debería saber. Y ahora, sin querer, yo me encuentro en una posición similar.

Hange se llevó el dedo a la barbilla. Estaba entretejiendo todas las piezas para llegar a una conclusión lo suficientemente acertada como para atreverse a darme su veredicto, el cual no estaría completo hasta mencionar el hecho de que Levi me había pillado.

—Habría salido victoriosa en mi misión de recopilar datos de no ser porque él se dio cuenta de que los estaba escuchando. —Me llevé la mano a la frente, tratando de contener la risa. Hange no pudo evitar hacer lo mismo.

Esta vez, ya no traté de impedírselo. Su risa fue el aliciente que necesitaba para no hundirme en la vergüenza, así que en vez de apabullarme, decidí unirme al coro. Continué hasta que sentí mi estómago retorcerse del dolor y las lágrimas amenazaron con saltarse.

—Creo que no es tan desagradable como yo creía —continué una vez que ambas recuperamos la compostura por completo—. Hasta siento que podríamos llevarnos bien, después de todo. —Movía los dedos sobre la mesa, imitando el ritmo de una canción aleatoria, cuyo nombre ni siquiera recordaba.

—Me gusta oírte hablar así Kiomy. Espero que sepas lo que haces. —Cambió el tono a uno más cauteloso, lo cual me perturbó.

Si espiar al chico que comenzaba a gustarme se definía como un comportamiento anormal en mí, hablar con precaución y en tono confidencial lo era en el caso de Hange. Su sentido de la intuición era más desarrollado que el mío, y normalmente me prevenía de caer en situaciones incómodas. Nunca he puesto en duda que lo hace por el cariño que me tiene, pero me temía que el resultado no fuera el esperado si de repente osaba infiltrarse en el terreno de lo amoroso.

—¿A qué te refieres, Hange? —inquirí con voz trémula.

—Kiomy —miraba a todos lados. Al final decidió colocar el puño sobre la mesa—, prométeme que tendrás cuidado al tratar con Levi, por favor.

¿Que tuviese cuidado? Eso lo entendí desde el momento en que lo vi entrar por primera vez al aula, con esa cara de pocos amigos en la que se puede leer «aléjate de mí» a kilómetros de distancia.

Ciertamente no parecía ser el tipo de persona con la que resultaba sencillo relacionarse, yo tampoco lo era. Hange era prueba fehaciente de ello, de modo que no es imposible acercarse a alguien con ese carácter. Justo por eso confiaba en que juntos encontraríamos el equilibrio y aprenderíamos a lidiar el uno con el otro sin querer estrangularnos cada cinco minutos. De seguro no era lo único que teníamos en común, ya llegará la ocasión de establecer un terreno "amistoso".

—Hange, me estás asustando —dije y luego me aclaré la garganta—. ¿Hay algo que quieras decirme? ¿Tiene qué ver contigo hablando con Erwin?

Vaciló en responder de inmediato.

—¿Nos viste?

—Sí, hace un momento. No soy de las que interrumpen sin razón aparente. Él dijo algo que te ha dejado pensativa, ¿no es así?

—Vaya… —Sonrió para esquivar mi línea de razonamiento. Lo hace cuando no le apetece hablar de un asunto por el momento—. No me hagas mucho caso Kim. Sabes que te quiero, y también deseo lo mejor para ti, sobre todo ahora que se te ha metido entre ceja y ceja ese muchacho problemático.

La última parte de su declaración fue casi imperceptible.

—¿Problemático dijiste? —Me disgustó la forma en que lo había llamado. No tardé en hacérselo saber mediante una réplica que sonó como si fuera un golpe.

—Sé que, en el fondo, tú lo sabes mejor que nadie. —Por lo visto también tenía el poder de leer mentes—. Nos vemos al rato, Kiomy. No corras más riesgos innecesarios, te lo pido.

Miró su celular de reojo y comenzó a guardar sus pertenencias dentro de la mochila, pues su siguiente clase no tardaba en iniciar.

Su partida dejó un enorme vacío en mi interior, uno que solo podría subsanarse con respuestas que satisficieran mi hambre de curiosidad. No quería resignarme esperar para enterarme de algunos asuntos, sino saber qué pensaba Hange respecto de él, o más bien, averiguar por qué me había pedido expresamente tener cuidado. Ni que Levi fuera una especia de animal salvaje aguardando pacientemente a que su presa se descuide para lanzarse sobre ella.

La disonancia cognitiva no tardó en aparecer. Martillaba mis pensamientos mientras me debatía entre la idea de activar una sonora alarma que me despertara del atontamiento ocasionado por el rostro de Levi y la de ignorar con desprecio toda suerte de comentario negativo acerca de él.

Fue entonces que tomé la resolución de no permitir que la influencia de terceros me llevara a formarme una idea errónea acerca de él. Por mis propios medios tendría que recopilar la información necesaria para disipar cualquier duda que pudiese poner su reputación en una cuerda floja. No hay nada como darse cuenta por uno mismo.

El camino a mi habitación se volvía tedioso con cada paso que daba. La sensación de nerviosismo se había instalado en mi pecho y me hacía cosquillas, lo cual era gracioso e incómodo al mismo tiempo. Abrí la puerta con pesadez y dejé caer mis pertenencias en el suelo. Mi necesidad imperante se convirtió en tomar un baño, esperaba que el agua fresca me ayudase a despejar la mente debido al misterio que englobaban los acontecimientos novedosos.

Me quedé en la regadera durante más tiempo del necesario, incluso sentí que mi piel comenzaba a arrugarse como una pasa. Apoyé la frente en la pared, dejando que el agradable sonido de las gotas del agua cayendo me envolvieran en un trance, en el que por fin pude dejar la mente en blanco, pero este no duró sino un abrir y cerrar de ojos. Su imagen me acechaba de cerca y no estaba segura de poder controlarla.

Levi era precioso, no existe ni un signo de mentira en tal afirmación. La oscuridad que irradia me cautivaba a tal punto que estaba deseando perderme en ella, como si fuera una niña desorientada en medio de un bosque repleto de enormes árboles que impiden la entrada a la luminosidad. Incluso en esa situación, su presencia se equipararía al claro iluminado por tenues destellos, que suele encontrarse a la mitad, cuando uno cree que se ha extraviado. Él era como el veneno y el antídoto, y aún no podía asimilar que ambos estaban en posesión de la misma persona.

Recordé aquella mirada penetrante de ojos grises y sombríos, esa mirada que me había robado el aliento mientras conversábamos, o más bien, discutíamos. Sé que pude percibir calidez en ella por un instante y me prometí que no sería la última vez que lograba ese efecto en él.

El nerviosismo escaló hasta mi garganta. Me encontré a mí misma sonriendo en exceso, comenzaban a dolerme los músculos de la cara pero no quería detenerme. Era una sensación nueva, hasta cierto grado.

Levi. Un nombre tan precioso como el ser que lo posee. No era posible que estuviera considerando la idea de convertir esas cuatro letras en mi perdición de ahora en adelante. Pero me mantendría en las sombras… No dejaré que la atracción que comenzaba a sentir por él se pusiera de manifiesto ante nadie.

Pasaron las horas y Hange aún no aparecía. Sin embargo, no quería molestarla. Quizá se había reunido con sus compañeros de la facultad para organizar algún proyecto. Ella se entusiasmaba con ese tipo de actividades. Para mostrar mi concordancia, adoraba que me hablara acerca de sus descubrimientos, aunque la verdad no entendía ni un ápice de términos científicos. Por tal motivo decidí no estudiar nada relacionado con la Física ni la Química.

Caminaba en círculos a través de la habitación, pensando qué hacer con mis sentimientos encontrados, pero, sobre todo, imaginando lo terrible que sería que Levi se diera cuenta. Un par de opciones habían sido colocadas delante de mí.

La primera, que tenía más probabilidades de ocurrir, era aquella en la que no era correspondida, al igual que Petra. Me daba miedo pensar que, a partir de entonces, dejaría de hablarme y que incluso llegaría al extremo de cambiarse de lugar con tal de alejarse de mí antes de que las cosas se tornaran incómodas para los dos.

Aún no dilucidaba cuál era el tipo de chicas le gustan, pero si pretendía llegar a convertirme en una de ellas, tendré que resolverme a comportarme como siempre lo hago. No trataré de ser una copia barata de nadie, y menos para ganarme el amor de un chico. Valoraba mi autenticidad, ya no cometería el grave error de desprenderme de ella.

La segunda, que obviamente deseaba que se hiciera realidad, era la utopía en la que él aceptaba que sentía lo mismo por mí, aunque al principio fuera pertinente arrebatarle las palabras y leer entre sus labios. El problema radicaba en que no tenía ni la más remota idea de dónde partir, nadie puede amar lo que no conoce. Desde esta perspectiva ordenada, mi deseo me parecía aún más inverosímil.

Soñar no le hacía daño a nadie, solo cumpliría la función de mantener mi mente ocupada durante gran parte del día y conducirme a un sueño reparador por la noche.

Terminé recostada en mi cama con los brazos detrás de la cabeza, dejándome agobiar por el futuro incierto que estaba tejiendo como una telaraña compuesta de finas hebras de seda. Me coloqué los audífonos y seleccioné varias canciones que creí que podrían colaborarme en mantener la tranquilidad, no obstante, conforme estas avanzaron me fui dando cuenta de que cobraban un significado distinto ahora que tenía a quién dedicárselas.

No solía pensar en ningún rostro en específico hasta ahora que los ojos de Levi se habían estampado detrás de los míos. Ansiaba llevarlos en lo más profundo de mi ser, y supe de inmediato cómo hacerlo.

Me levanté de un brinco ante un ataque de fuerza de voluntad y comencé a revolver el espacio entre los libros y papeles que yacían resguardados en el cajón de mi escritorio. Encontré el paquete de hojas blancas ligeramente más gruesas que las normales, que reservaba para los trabajos de categoría superior y extraje una. Tomé un par de lápices de dibujo y me acomodé en la silla, decidida a no ponerme de pie hasta que terminara con mi cometido.

Comencé por un par de trazos finos para delimitar el contorno de sus ojos. Amaba la forma de estos: eran la combinación perfecta entre los orbes rasgados que comparten la mayoría de los orientales y una forma de almendra bien definida que permitía identificar el párpado sin inconvenientes.

Continué con un par de círculos finos. Estos pasarían a ser la parte más llamativa de mi boceto, y un tercero remarcaría el espacio entre ambos. Recordé lo fino de su iris y que la esclerótica ocupaba un espacio mayor que el habitual.

Me aseguré de marcar los puntos en que se reflejaría la luz y sombree la parte en la que se formaba la curva que unía a los ojos con la nariz. Prolongué la dedicación que le había concedido al sombreado. Estaba concentrada intercambiando los lápices de uno en uno, en búsqueda de lograr la intensidad que deseaba.

Las cejas eran más sencillas de dibujar debido a que son sumamente delgadas y alargadas. Coloqué varios pelitos, uno a uno, hasta que las rellené por completo. Iluminé su iris en pequeños trazos con ayuda de un lápiz tenue y con el mismo me encargué de afinar los detalles.

Enmarqué los bordes, pasé la goma de borrar varias veces en los sitios que consideré que podían pulirse y delineé la parte superior de los ojos. Con trazos suaves, fui dibujando series de pestañas en dicha línea y volví a pasar el lápiz por el contorno.

Para rematar, coloqué algunos de los mechones de cabello que le cubrían la frente. Estos no eran tan largos como para obstruirle la visión pero sí le llegaban a la altura de los párpados, por lo menos. La forma en que remarcaban sus bellas facciones me parecía abrumadora, sentí que estaba ahí a mi lado observándome mientras yo le sostenía la mirada en silencio.

No me daba crédito. Había preservado lo indiferente de su mirada en un simple trozo de papel. Lo contemplé por varios minutos, dejándome envolver ante la figura que descansaba en el escritorio. Sujeté mi creación en ambas manos con sumo cuidado, como si mi vida dependiera de que se mantuviera impoluta y suspiré con suficiencia.

Mentiría si dijera que no me sentí conmovida en lo profundo de mi espíritu cuando lo contemplé una vez que ya estaba terminado. Son contadas las ocasiones en las que me he sentía inclinada a dibujar lo que observo, ya que normalmente prefería describirlo detalladamente. Ahora que se trató de él, el esfuerzo había valido la pena. Estaba segura de ello.

En aquellas ocasiones, recuerdo haber estado bajo los efectos de una inspiración abrumadora, esa que llega cuando menos lo esperaría y más lo necesitaba, girando como un torbellino en el que brotan las ideas sin pensarlo si quiera. Para esto, tomaba en consideración el paisaje que me rodeaba o fijaba mi atención en un elemento en específico.

Los atardeceres en un cielo pintado de vivos colores, las nubes envueltas en una espesa capa de polvo con los bordes iluminados por tenues rayos de luz y los capullos de las flores a punto de abrirse como presagio de que se acerca la primavera, se encontraban en el grupo de los elementos de la naturaleza que congenian conmigo a tal grado que los convierto en un estímulo que me lleva a codiciar que me pertenezcan solo a mí.

Levi había activado ese poder al transformarse por accidente en mi mayor inspiración en forma humana. Lo consiguió al tomarse el atrevimiento de establecer contacto físico conmigo sin apenas conocerme. Ni siquiera le permitió a Petra pasarle la mano sobre el hombro y no reparó en alejarla violentamente cuando ella pensó que tenía derecho a invadir su espacio personal, no logré conectar los puntos para discernir por qué fue distinto en mi caso.

La primera vez de cualquier suceso resultaba especial porque abría las puertas a un sinnúmero de posibilidades. Haber plasmado la mirada de Levi en un objeto tangible alteró el rumbo que había dirigido mi vida hasta ahora. Lo convertiría en mi musa, el dueño de mis momentos de lucidez. No tendría que abandonar mi dignidad al pedir su opinión, ya tenía sus rasgos bien grabados en mi memoria. Cuando dije que me dedicaría a observarlo desde la oscuridad, hablaba muy en serio.

Decidí guardar mi obra maestra en medio del cuaderno que utilizaba como diario. Aquí yacen mis sueños y esperanzas, del pasado, presente y futuro. Creo que Levi tiene bien merecido un espacio en su interior. Esta no sería la única prueba de lo que ocasionaba en mí, lo vaticiné.

De pronto, reparé en el silencio que anegaba mi habitación y comprendí que Hange se había demorado más de la cuenta. Decidí enviarle un mensaje para decidir si bajaba a comer yo sola o debía esperarla un rato más.

Mis tripas rugían, advirtiendo que se me estaba pasando la hora, empero, todavía era capaz de soportarlo.

Deposité mi celular sobre el escritorio y repasé mentalmente las opciones de la máquina expendedora. Debido a la hora, ya no había nadie que pudiera prepararnos un platillo más elaborado y tampoco contábamos con provisiones. Tendría que fijar una nota para recordar que debemos ir a surtirnos en breve.

Hange no se imaginaba cuánto admiro su determinación. Incluso es capaz de sacrificar la hora de la comida y el descanso con tal de mantenerse a la cabeza en lo relacionado con su carrera. En cambio, yo adoro dormir. Me volvería una desquiciada si llevase el mismo ritmo de vida que ella.

Me apresuré en vestir de forma apropiada para salir al patio. En esta época del año era especialmente difícil adivinar cuándo iba a caer una llovizna o si el viento se volvería gélido sin previo aviso.

Hange no era el tipo de persona que se ponía de mal humor cuando ha pasado un periodo prolongado sin comer, pero aun así no me gustaba hacerla esperar. Si estuviera en el lugar de ella, pensaría lo mismo.

Caminé apresuradamente escaleras abajo, siendo escrupulosa para no dar un paso en falso.

Una luz tenue iluminaba los pasillos solitarios, dotándolos de un aspecto tétrico como el ambiente de una película de terror. Reí con nerviosismo al recordar el cliché del personaje que pregunta en voz alta «¿Quién anda ahí?» y más tardas en reprobar su conducta que él en expirar su último aliento. Aparté dicha idea de mi cabeza, se trataba de una posibilidad remota y absurda a la vez.

Alcancé a distinguir un par de sombras moviéndose en la oscuridad a un ritmo desenfrenado. Los gemidos ahogados que emitía la voz femenina me llevaron a considerar por qué estarían aquí abajo. Tenían al menos un par de habitaciones disponibles, la de cada uno, individualmente. Reparé en que quizá no deseaban molestar a sus respectivos compañeros o tal vez comenzaban a subirle la temperatura al asunto y no querían perder la concentración.

Me alejé a paso veloz para evitar que me notaran, aunque tomando en cuenta la situación tan comprometedora, el que alguien los viera sería la menor de sus preocupaciones. «Levi y yo jamás daríamos ese tipo de espectáculos en público», pensé, y de inmediato me reprendí en mis adentros al considerarlo una reverenda estupidez.

El lobby no se encontraba del todo deshabitado. Varios estudiantes reposaban distribuidos por pares en las mesas de la cafetería. Unos cuantos estaban sentados en el alfeizar, mirando hacia sus celulares o conversando en voz ininteligible, lo más bajo que se podían permitir ya que la quietud facilitaba distinguir la mayoría de sus palabras.

Las máquinas expendedoras se ubicaban en el fondo, cerca de una ventana por la que se podía ver hacia el exterior con total claridad. Marqué el código de la cajita de leche dos veces, seguido del que les correspondía a unos panecillos de vainilla para Hange y unas galletas con canela para mí. Aguardé con paciencia a que mi mercancía fuera entregada y me puse en cuclillas al recogerla.

Para cuando eché un vistazo a mi alrededor, me invadió la inquietud al percatarme de que la mayoría ya habían desaparecido. A mi parecer, se habían esfumado como el humo disperso de una olla.

Doblé hacia la derecha, rumbo a la salida. Caminaba con la mirada fija en el suelo, y de la nada, sonreí al encontrarme con Levi entre mis pensamientos.

No dejaba de pensar en todo lo que había sucedido esta mañana y sentí el fugaz deseo de que apareciera frente a mí, lo cual me pareció ilógico tomando en cuenta que necesitaré huir de él si deseo mantener la cordura. Un suspiro largo y profundo termino escapándoseme, de esos que van a acompañados de una punzada de alegría.

Me paré en seco al sentir un leve empujón en los hombros. Abrí los ojos con sorpresa cuando reparé en las gotas de líquido caliente que me habían empapado el brazo, y esta sensación aumentó tras levantar la vista y encontrarme con él, en un estado peor que el mío.

Llevaba una camisa blanca arremangada hasta los codos, sobre la cual distinguí una enorme mancha color ocre que le llegaba desde el pecho hasta la cintura.

—¿Eres tonta o estás ciega? —reclamó mientras sacudía su mano izquierda, a la vez que intercambiaba la taza hacia la otra y repetía el movimiento—. Deberías mantener la vista al frente cuando caminas, mocosa.

Lo que me faltaba… Le había derramado el café encima. ¿O era té? Creo que era té. El olor no era tan penetrante, sino más bien suave como las hierbas del campo recién cortadas. Y para su información, sí estaba un poco ciega. No sé de nadie que utilice lentes graduados por mero gusto.

—Levi… —hablé con voz trémula y me aclaré la garganta, perpleja ante la magnitud del accidente que había causado por andar en las nubes—. Yo… Lo lamento, no te había visto.

Él se encontraba absorto revisando la dimensión de la suciedad que le ocasioné y noté que había extraído un pañuelo blanco desde el bolsillo frontal de su pantalón.

—Tch, es obvio que no me viste, mocosa. No sabía que tenías los ojos en los pies. —Señaló con la vista y comenzó a secarse—. Ahora tendré que esperar de nuevo para conseguir agua caliente.

—En serio lo lamento, Levi. —Agaché la cabeza, avergonzada—. Iba a buscar a mi amiga, pero puedo rellenar tu taza antes de irme, si estás de acuerdo —ofrecí.

Me había sofocado y no encontré ningún sitio donde esconderme.

—No es necesario, yo iré —respondió sin una pizca de emoción—. Aunque tal vez deberías acompañarme para que sepas qué hacer la próxima vez que me derrames el té encima.

No supe cómo interpretar aquel mensaje. ¿Era una orden disfrazada de invitación para darme un escarmiento fuera de los ojos del público? ¿O simplemente se había cansado de ir por los pasillos sin compañía y yo aparecí en el momento indicado? Con este hombre nunca se sabía.

Lo que sí tenía claro era que debía responder con prontitud, de otro modo, se repetiría el numerito de esta mañana. Si este iba a ser el principio de una gran historia, no quería recordar este día como la infame ocasión en que hice que Levi se ensuciara la ropa. Y todo por venir pensando en él. Mi ruina viene de la mano con su presencia.

—De acuerdo, es lo menos que puedo hacer —bufé resignada—. ¿Tardaremos mucho? Aún tengo que llevarle esto a mi amiga. —Levanté la mano donde llevaba los aperitivos.

—Tardaremos lo que tengamos que tardar. —Emprendió la caminata, dándome la espalda. Entonces supe que debía seguirlo, no sé por qué aún aguardaba a que me lo pidiera amablemente.

Nuestros pasos generaban un eco que retumbaba en las paredes. Nunca me vi en la necesidad de caminar a través de la planta baja en horas extra escolares, no podía creer la enorme diferencia que generaba la ausencia del tráfico de alumnos que se la pasan yendo de aquí para allá sin descanso.

Levi giraba la cabeza a ratos para cerciorarse de que lo estaba siguiendo, lo cual hizo que me sonrojara. Por fortuna, las luces moribundas en los pasillos me tendieron la mano en ocultar mi timidez.

No tardamos en llegar a la entrada del sur. Ahí había un dispensador de agua conectado desde el cual se podía obtener agua caliente o fría, dependiendo de las necesidades. Levi apretó el botón para encenderlo y se recargó en la pared apenas miró la lucecita verde.

Lo imité al colocarme en el lado opuesto del aparato, pensando en cómo disculparme con Hange por la tardanza. Sabía que ella entendería, incluso así no lograba evitar sentirme mal al respecto.

Claro que deseaba toparme con él, pero no de este modo. Supongo que terminé atrayéndolo hacia mí luego de tanto desear que ocurriera.

—¿En qué tanto piensas, mocosa? —Levi interrumpió mis sentimientos de autocondena.

«En tu bello rostro de ángel. En lo provocativo que luces con esos mechones de cabello desordenados que te cubren la frente hasta arriba de los párpados. En el hueso saliente de tu tráquea que se mueve de arriba hacia abajo cuando me hablas con ese desprecio tan característico en tu voz y en tus preciosos ojos grises que me instan a perderme en ellos. Dios, eres tan guapo».