Capítulo 11. ¿Qué pretendes?
El diagnóstico preliminar de Levi indicaba reposo por dos semanas, durante las cuales no podría asistir a la práctica en el equipo y tampoco moverse con la libertad a la que estaba costumbrado. Sabía que la noticia le cayó de peso, pero de nada sirve que se lamente. La furia que se guardaba en el interior terminó rebasándolo y era la causa de su actitud malhumorada, aún más agobiante que de costumbre.
Cuidar de él resultaba agotador e inclusive, exasperante. Se comportaba como un niño pequeño al que a menudo había que recordarle lo que podía hacer y lo que no le estaba permitido por obvias razones, así como también perseguirlo y obligarlo a tomarse la medicina.
Hange y yo nos tuvimos que armar de paciencia, porque en definitiva Levi no pretendía ni por equivocación facilitarnos la labor de atenderlo. Entre otras cosas, se atrevió a argumentar que el sabor de la medicina le parecía desagradable, lo cual era ridículo tomando en cuenta que éramos casi adultos. No podíamos darnos el lujo de esperar que el jarabe supiera a dulce, y también considerando el hecho de que prefiere el té sin azúcar, bastante cuestionable por sí mismo.
También decía que odiaba pasarse las pastillas enteras, así que en medio de protestas, yo se las terminaba partiendo con una cuchara, lo cual me dio la idea de pulverizarlas en su bebida y mezclarla bien para luego ofrecérsela. Estaba consciente de que me ganaría su odio por el resto de la vida si se llegase a enterar de mi método, que resultó más efectivo de lo que hubiese imaginado.
Todos los días, sin falta, Hange y yo nos levantábamos media hora antes de lo acostumbrado y tocábamos a su puerta. En un principio se negó a abrir, ignorando los constantes llamados de mi amiga que eran suficientes como para reventarle los tímpanos a cualquiera detrás de la pared. Empero, su insistencia rebasaba con creces la apatía del enano gruñón, sobrenombre que se le había quedado de cariño y contra el que no podía luchar debido a que de forma paralela, él también había comenzado a llamarla por un apodo que rayaba en la originalidad: cuatro ojos.
Al menos ninguno de los dos se quejaba. Habían optado por resignarse ante aquella curiosa forma que tenían de dirigirse el uno al otro. Eso sí, por ningún motivo se le escapaba decirme «Kiomy». En su cerebro, mi nombre era «mocosa», a secas.
El motivo de aquellas visitas matutinas seguía siendo el mismo. Ayudarle a vestirse no nos ocasionaba mayor problema, aunque únicamente aceptaba que le pasáramos una a una las prendas que pensaba utilizar. Nos obligaba a voltear hacia la pared mientras se cambiaba. Yo cumplía para demostrarle que podía confiar en mí incluso en una tarea tan simple.
Tenía la costumbre de clasificar su ropa por colores dentro de los cajones porque, de acuerdo con sus propias palabras, hacer esto le ayudaba a no perder el tiempo en banalidades como elegir qué ponerse al día siguiente.
Casi todas sus prendas compartían un patrón único. Me di cuenta de que él era una especie de amante de los colores neutros. El negro, gris, blanco y caqui abundaban en su armario. Nadie podría negar que posee un excelente gusto para vestir, me pregunto de quién lo habrá heredado.
En cuanto a ordenar su habitación, debo admitir que fue difícil complacerlo en un inicio, pero con el paso de los días, aprendimos a imitar su escrupulosa rutina de limpieza, a tal grado de que la repetimos en la nuestra cuando el desorden se había vuelto imposible de ignorar. De las dos, yo era la más entusiasta por aprender su técnica, sobre todo porque deseaba impresionarlo y, de algún modo, ganarme su aprobación inconscientemente.
Aunque creí que se le podía considerar excelente en cualquier actividad, pronto me di cuenta de mi error al darme cuenta de lo terrible que era cocinando. No me extrañaba que estuviera tan delgado. Cualquiera se mantendría en esa forma si se limitara a comer únicamente barras de cereal energéticas y té sin azúcar. Una dieta extraña a mi parecer, pero los resultados confirmaban que sí funciona. Le pedí información sobre donde podía conseguir una caja de esas, no tuvo objeción en decirme, lo cual era aún más raro pues di por hecho que se reservaría el gusto de ser el único que las conocía. No era un maldito egoísta después de todo.
En la mañana procurábamos desayunar los tres juntos, únicamente porque sería un desperdicio de tiempo volver a nuestro dormitorio. Sin embargo, a la hora del almuerzo y la cena se nos dificultaba reunirnos debido a la diferencia en los horarios de Hange respecto de los nuestros.
Los primeros días intentó echarnos de manera brusca, pero ella armó tremendo escándalo en los pasillos hasta que Levi accedió a recibirnos cada que quisiéramos, con la condición permanente de que ella se mantuviera callada una vez dentro, y por todo el rato que estuviéramos ahí.
Supe que no hablaba en serio debido a que las miradas de reproche que le lanzaba en cuanto ella simulaba abrir la boca la hacían reír despreocupadamente. Por supuesto Levi jamás se dignó a emitir una sonrisa, al menos me dio la impresión de que comenzaba a mostrarse ligeramente más tolerante ante la actitud hiperactiva de mi Hange.
Erwin también venía a visitarlo apenas sus clases terminaban. Por lo general, lo encontrábamos saliendo justo cuando Hange y yo llegábamos a relevarlo de sus labores de acompañante.
Yo aprovechaba para entrar en la habitación y molestarlo con alguna suerte de comentario que lo sacara de quicio, mientras ellos se quedaban conversando afuera durante unos minutos. De este modo, nos ayudábamos mutuamente a pasar tiempo con nuestros respectivos amores platónicos sin dar la apariencia de estar deseando su atención, y al mismo tiempo, cumplíamos con el papel de buenas amigas.
Eso de hacer enfadar a Levi se convirtió en mi pasatiempo favorito, pues su mirada de «cállate de una vez, maldita mocosa» siempre me hacía el día. Una sensación de vacío se abría paso en mi pecho cuando no lo lograba.
Irremediablemente, como una especie de beneficio por el tiempo y el esfuerzo invertido, los cuatro empezamos a convivir durante la mayor parte del tiempo que pasábamos fuera del horario de clases. Erwin, Hange y yo estábamos al tanto de la condición de Levi, y de algún modo que se escapaba de mi entendimiento, aquella preocupación contribuyó a que se fortalecieran los lazos entre todos.
Yo solo había conversado con Erwin para llegar a acuerdos sobre una tarea en equipo que nos asignaron en el semestre pasado, intercambiar un cordial saludo cuando llegábamos al aula y, recientemente, durante aquella ocasión en la que me encerró en su casillero para evitar que sus amigos notaran nuestra presencia en el baño de los hombres. Ninguna de estas acciones bastaba para formularme una opinión realista acerca de él.
Una vez más, me examiné con el objetivo de replantear esa forma tan hermética que tenía de relacionarme con las personas a mi alrededor, en la que me negaba a conocerlas a profundidad. Compartir diferentes puntos de vista era reconfortante; me había introducido en un mundo repleto de nuevas posibilidades que ni siquiera se me habrían pasado por la cabeza hasta entonces.
Recordaba lo que Ian, Rico, el resto de los amigos de Hange e incluso ella misma pensaban acerca de Erwin, así como la enorme cantidad de comentarios que circulaban en el pasillo sobre el tipo de persona que era, y cada vez me convencía más a mí misma de que las opiniones que emitimos sobre los otros se basan en las circunstancias individuales.
Es decir, lo que yo pensara sobre una persona era el resultado de mi experiencia con ella y la forma que tenía de asimilar e interpretar los hechos, pero en todos los casos dicha valoración era meramente subjetiva. Los prejuicios están muy alejados de la realidad, la única forma de despejar las dudas es armarse de conocimiento sobre aquel individuo por cuenta propia, justo lo que yo pretendía hacer con ellos dos, pero en mayor grado con Levi.
Los hombres en general lo admiraban y hasta pretendían ser cómo él. Lo tenían en un pedestal con la leyenda de «héroe», un complejo que yo nunca he podido comprender.
Por otro lado, ahora comprendía el motivo por el que las chicas que se involucraban con Erwin y no obtenían más que una noche juntos terminaran hablando mal de él con sus amigas. Las ilusiones rotas eran las peores consejeras, generadoras de sentimientos puramente negativos y las principales causas de la sed de venganza. No había que ser un experto para deducir lo peligrosa que podía llegar a ser una mujer despechada.
Fue entonces que sentí pesar de haber participado en conversaciones cuyo único objetivo se destinaba a denigrarlo. Un error que ciertamente ya no cometería pues, además de que empezaba a tomarle cariño, si todo marchaba en orden él terminaría saliendo con mi amiga. Mientras más pronto aceptáramos que ella nos unía, más sencilla iba a ser la convivencia.
Realmente ansiaba que terminasen juntos. Jamás había visto a Hange tan contenta, ni siquiera a sus descubrimientos científicos los contemplaba con esa admiración y no quería que esa sonrisa se le borrara del rostro. Su felicidad era una de las cosas que me hacían creer que la vida no tiene por qué teñirse de gris todo el tiempo.
A medida que lo iba conociendo, más sencillo me resultaba entender por qué mi mejor amiga se había enamorado de aquel peculiar chico rubio, y la razón de que tanto Nile como Mike tuvieran la costumbre de seguirlo, por más difícil que resultara tratar con él en ocasiones. Bien dicen que el león no es como lo pintan. Comprobé que era sumamente inteligente, perspicaz, determinado, y poseía cualidades de líder sobresalientes. Fue como si me quitara una venda de los ojos.
En cuanto a mí, confieso que pasar más tiempo con Levi me sumergió en un estado de plenitud que no había experimentado hasta ese momento. Convertimos el incidente del té en el chiste local de ambos, y siempre que me ofrecía a preparárselo, me recordaba que fuera cuidadosa debido a que no se sentía con ánimo de cambiarse de ropa dos veces.
Su semblante inalterable ya no me infundía temor ni me invitaba a conducir mis pasos con cautela. Prefería concentrarme en la profundidad de sus preciosos ojos, no me importaba que pareciera displicente.
Hubo una ocasión en que lo encontré sentado en el borde de la ventana a las afueras de la biblioteca, con la barbilla recargada en una mano y una pluma en la otra.
Estaba haciendo su tarea como cualquier estudiante diligente, y me pareció adorable verlo con el semblante relajado. No quise interrumpirlo, así que opté por irme. Más tarde, me empeñé en dibujar aquella imagen mientras pensaba en qué podría haberlo sumergido en esa aura de paz.
Por más amargado que fuera, yo sabía que tarde o temprano aquellos simples actos de bondad podrían tener el más mínimo efecto en su indescifrable corazón. Ya no esperaba que me diera las gracias y mucho menos me desilusionaba al pensar en ello constantemente.
Aprendí que tendía a reservarse sus comentarios en la mayoría de las ocasiones. Esa actitud de ser corto de palabras me venía como anillo al dedo, en especial en los días en los que no me apetecía conversar sobre mi jornada en la escuela ni ninguna otra nimiedad como el reporte del clima.
Por mi parte, me limitaba a entrar a su habitación, revisar que no hubiera nada fuera de lugar y asegurarme de que estaba siguiendo las instrucciones de la enfermera al pie de la letra. Una rutina que encontraba gratificante y revitalizadora, en especial porque me permitía pasar más tiempo con él sin tener que pedírselo ni arriesgarme a ser rechazada.
Cuando se venció el plazo, Erwin sugirió que visitáramos el centro de la ciudad durante el fin de semana. Pensó que quizá le vendría bien a Levi dar un paseo por sus nuevos alrededores y alejarse de aquellas cuatro paredes que de seguro lo hacían sentir más pequeño de lo que era. Él estuvo de acuerdo. A partir de entonces, le cedió el paso a su actitud infantil e inmadura, siendo más condescendiente tanto con Hange como conmigo.
Jamás creí que diría lo siguiente, pero en verdad fue un placer formar parte de su recuperación, que ocurrió poco antes de cumplirse dos semanas del accidente.
Al otro día se presentó en el entrenamiento y de inmediato se puso a tono. Me sorprendí de la facilidad con que logró acoplarse a la rutina, pero sobre todo de la sobresaliente destreza que manifestaba para las distintas pruebas.
La rapidez que dio a conocer en la pista captó la atención del entrenador y la fuerza de sus brazos lo convirtió en el candidato ideal para convertirse en el nuevo lanzador de la prueba de peso, tanto con el disco como con la bala.
Debido a que era su primer año en el equipo, estaría a prueba por un breve periodo de tiempo. Dependiendo de sus resultados, podría llegar a convertirse en titular e incluso participar en el encuentro con los de Liberio, lo cual me convenía y ni siquiera necesitaría explicar el motivo.
Acordamos salir el sábado y convencimos a Levi de entrar en una cafetería estilo vintage que se ubicaba en la avenida que conducía al centro. Él ignoraba que planeábamos tomar su recuperación como excusa para comprar un pastel y, de paso, darle la bienvenida oficialmente como nuestro nuevo compañero. Ah, casi lo olvidaba. También serviría para enfatizar que ahora contaba con su propio grupo de amigos.
—Ya les dije que no hay absolutamente nada que celebrar, ni que hubiera roto un récord mundial o algo por el estilo —bufó con evidente desgano mientras Hange y yo lo halábamos del brazo para entrar en el recinto.
—Levi, ¿podrías dejar de ser un amargado por una vez en tu vida? —comentó Erwin.
—Tiene razón, Levi. Deberías relajarte. Tal vez para ti no sea la gran cosa, pero no nos quites el gusto de pasar un buen rato contigo —añadió Hange—. Vamos, cambia esa cara larga, enano gruñón.
La cafetería estaba instalada dentro de una de esas casas antiguas que datan del siglo XVI. De hecho, gran parte de los edificios aledaños al Jardín Central mantenían el estilo barroco que abundaba en la sociedad de aquellos entonces.
Me siento especialmente atraída hacia este tipo de construcciones. Cuando me quedaba observándolas detenidamente, tendía a imaginar un hombre de la alta sociedad con una de esas extravagantes y costosas pelucas, sentado en un escritorio de madera mientras redactaba una carta con la ayuda de un tintero y pluma, acompañado de su esposa, quien usa un ostentoso y apretado vestido con crinolina debajo de la falda. Tiempos duros pero saturados de elegancia.
El ambiente resultaba cálido y amigable. El aroma a café y dulzura estaba impregnado incluso en la tela de las cortinas. Pronto invadiría mis prendas de vestir, aunque no me preocupaba en lo absoluto.
Las diferentes piezas de arte colgando de las paredes le daban un toque moderno que lo volvía precioso. La paleta de colores pastel deleitó mis pupilas, era parecido al efecto que quería lograr en mi habitación cuando era niña. Al fondo del recinto había un pequeño escenario dotado con dos sillas altas y un par de micrófonos colocados en su soporte.
Por el dibujo de las notas musicales comprendí que se trataba de un espacio destinado a karaoke. Tuve el pensamiento fugaz de que tal vez algún día podría convencerlos de pedir una canción, porque recién lo estaba descubriendo y necesitaba someterme a una rigurosa preparación emocional si pretendía exhibirme delante de un montón de desconocidos.
Una corriente de miedo recorrió mi espina dorsal de solo imaginarlo. En seguida reparé en el tendedero de luces parpadeando sobre mi cabeza, y la opacidad de los alrededores me llevó a concluir que aquel era un sitio ideal como para tener una cita. Una cita… Un momento.
De repente, sopesé la idea de que esta salida no era más que una artimaña elaborada por Hange para dar seguimiento a nuestro plan de acercarnos a ellos. Si ese fuera el caso, me preguntaba qué tipo de razonamiento había empleado para convencer a Erwin de que viniese, tomando en cuenta que habíamos llegado en pares y no era difícil llegar a la conclusión de que estábamos juntos en el aspecto romántico.
Debo reconocer que mi amiga no ha perdido el tiempo en tonterías y se ha dedicado a pasar el tiempo con el chico que le gusta. A decir verdad, no me sorprendía del todo. Ella puede llegar a ser muy persuasiva cuando se lo proponía.
Seguramente lo atacó poniéndome a mí como pretexto (como la vez que me consiguió la bendita toalla), y de paso aprovechó para hacerle saber que necesitaba su ayuda. Qué conveniente que ambas estuviéramos enamoradas de un par de hombres que también eran amigos.
—No creo que la pared vaya a ordenar por ti, mocosa. —La seriedad de sus palabras me había sacado de mis pensamientos mágicos en una sencilla frase.
No sé qué afán tenga con interrumpir esos momentos en que me des conectaba de mi entorno.
—Levi, me asustaste —confesé en medio de una risa nerviosa. Me llevé la mano al pecho luego del sobresalto inicial.
—Tal vez te apetezca unirte a nosotros. —Me extendió la invitación a acompañarlo.
Él estaba de pie un par de escalones sobre el nivel del suelo, recargado en el barandal. Mencionó que habían encontrado una mesa libre en la segunda planta, lo más cerca que pudieron del balcón. Levi había regresado para recordarme que no venía sola, que ya tendría tiempo de admirar la arquitectura del lugar.
Puesto que me encontraba de excelente humor, decidí tomar aquello por el lado amable, en lugar de considerarlo como una de sus típicas órdenes carentes de sentimientos.
Lo seguí a través de las escaleras en forma de espiral y ubiqué a Hange y Erwin conversando tranquilamente. La mesa solo contaba con cuatro sillas, dos de las cuáles ya habían sido ocupadas por ellos, lado a lado, de modo que no tuve otra opción que sentarme junto a Levi, lo cual no me molestaba en lo absoluto. Me preguntaba si él opinaría lo mismo.
Ordenamos una tarta de zarzamora, la misma de la que Lynn nos había hablado maravillas. En cuanto a la bebida, cada uno optó por una opción diferente. Erwin pidió un café americano bien cargado. Hange se inclinó por un smoothie de mango, Levi su clásica taza de té negro (aburrido como él), y yo estaba de antojo de un frappé de galleta oreo, mi favorito de toda la vida.
Le dimos el honor a Levi de partirla, como si se tratara de su pastel de cumpleaños. La cortó en cuatro pedazos similares y los fue depositando en nuestros platos, empezando por el suyo y dejándome en último lugar.
En efecto, Lynn no había mentido. Estaba tan deliciosa que sentí lástima de que fuera tan pequeña debido a que se esfumó unos minutos después cuando me empalagué debido al exceso de azúcar que contenía.
Conversamos sobre las peripecias que aquel pelinegro nos hizo pasar mientras estuvo incapacitado. Con cada trapito socio que sacábamos a relucir, él parecía cohibirse más y más, a tal grado que me causó ternura y unas enormes ganas de abrazarlo. Nuevamente me retraje de hacerlo.
Uno a uno, felicitamos a Levi en son de burla por haber sido el mejor paciente que habíamos atendido hasta ahora. En mi caso se trataba del primero, así que no tenía ningún punto de comparación que hubiera analizado con anterioridad. Le dije que había sido un privilegio cuidar de mí misma y me observó confundido, pero la risa de Hange le ayudó a comprender el trasfondo de mis palabras.
Y es que resultaba sencillo darse cuenta de que nos parecíamos en varios aspectos. La mirada apagada junto con la cara de «odio la vida» y la actitud reacia a abrirnos con el exterior, el empeño que destinábamos a cualquier tarea que se nos encomendaba, el espíritu implacable de competitividad que corría por nuestras venas y, por si fuera poco, también era menester mencionar un defecto que podía considerarse como virtud en el ámbito apropiado: la tendencia a ser perfeccionistas y exigir demasiado de nosotros mismos. Por último, aunque no menos importante, estaba la terquedad que nos llevaba a conseguir todo aquello que deseábamos.
Antes de seguir con nuestro recorrido, Hange y yo nos apartamos para ir al sanitario. Erwin le ayudó a recorrer su silla y se puso de pie para facilitarle el acceso, en tanto que Levi solo se quedó ahí sentado, sin importarle que representaba un estorbo para que yo pudiera salir.
Me sentí profundamente herida e indignada ante su evidente falta de caballerosidad, así que sin pensarlo dos veces, tomé el respaldo de su silla y lo sacudí con toda la fuerza que pude reunir, logrando que se balanceara hacia atrás.
Le saqué un buen susto que se transformó en una mirada asesina. Me fui corriendo tomando a Hange de la muñeca y, antes de cerrar la puerta, alcancé a escuchar que me dijo: «¿Te crees muy graciosa, maldita mocosa?» a modo de reclamo. Creí que iba a seguirnos, pero solamente se puso de pie como para dar énfasis a su voz amenazante.
Ambas reímos escandalosamente ante la ridícula expresión que se dibujó en su rostro inyectado de furia y cerramos la puerta sin darle la oportunidad de seguirse quejando.
Omnisciente
—Levi, ¿se puede saber qué pretendes? —inquirió Erwin alzando una ceja, en cuanto se aseguró de que ambas chicas desaparecieron de su vista.
—No esperarás que me quede de brazos cruzados luego de que esa idiota me hiciera quedar en ridículo en un sitio público —rechistó.
Se había puesto de pie, resuelto a plantarse a las afueras del baño con el fin de devolverle a Kiomy el susto que le había hecho pasar.
Se sentía avergonzado ante el atrevimiento de esa chica y consideró que la única manera de combatir aquella incómoda situación sería devolviéndole una cucharada de su propia medicina.
—No lo tomes personal, debes admitir que te lo mereces —dijo y levantó las comisuras de los labios en una media sonrisa. A él le había parecido graciosa la manera tan errática de comportarse de Kiomy—. Volviendo al tema, ¿qué estás haciendo aquí exactamente?
—¿Cómo que qué hago aquí? Seguirles el juego a ustedes tres, ¿acaso no es obvio?
—Creo que no estás comprendiendo. —Cambió el tono a uno más serio y distante, el mismo que empleaba cuando estaba a punto de dar una reprimenda.
—Tal vez pasas por alto el hecho de que no soy una especie de psíquico capaz de adivinar lo que otros están pensando, porque en ese caso me habría anticipado para evitar que esa mocosa me gastara una estúpida broma —respondió a la defensiva, cruzando los brazos. Se estaba mentalizando para recibir el impacto de su voz molesta.
—No te hagas el desentendido conmigo. Sabes perfectamente a qué me refiero —sentenció mientras lo observaba con recelo.
—Déjate de rodeos y escúpelo de una buena vez —lo retó. Comenzaba a desesperarse ante la intriga.
—Levi —se aclaró la garganta en medio de un creciente nerviosismo que sabía disimular con precisión—, no busco que me reveles detalles confidenciales. Yo mejor que nadie sé cómo se manejan los asuntos en los Altos Mandos de la División. —El pelinegro volteó los ojos en cuanto escuchó esta última palabra, pues tan solo con haberla mencionado ya se había creado un panorama general de lo que Erwin estaba a punto de anunciarle—. Por favor, dime que no estás aquí por lo que estoy pensando.
—Tch, ¿qué parte de que no soy un adivino no entendiste, cejotas? —bufó con ironía.
Cerró el puño y lo depositó con fuerza sobre la mesa de madera, provocando un estruendo que hizo que algunos de los empleados y comensales aledaños se volteasen en dirección hacia ellos, pero ni se inmutaron.
—Me parece demasiado conveniente que te hayas aparecido en el instituto justo ahora —Erwin observó a los alrededores para asegurarle a quiénes los miraban con intriga que no había nada de qué preocuparse—, considerando el hecho de que hay una universidad en tu ciudad natal. Que te unieras al equipo de atletismo al igual que ellas, siendo que existen otros más adecuados para ti, y que por primera vez no rechaces tajantemente la ayuda de no una, sino dos compañeras que han llegado a apreciarte, puesto que te has ganado su confianza en poco tiempo.
Se acomodó erguido para demostrar que no estaba jugando. Levi lo imitó con un ápice de furia creciendo en su mirada.
—Necesitaba un ambiente alejado de todos esos criminales del bajo mundo de los que solía rodearme. Me rechazaron en tu equipo para mastodontes por obvias razones —se cruzó de brazos, recordando su intento fallido por unirse a aquella disciplina en la que su amigo era el capitán—, y odio el básquetbol. Y respecto a ese par, está de más decir que son peor que un dolor de muelas, pero les puedes sacar ventaja si aprendes a lidiar con ellas. —Enumeró con los dedos cada una de sus respuestas—. ¿Alguna otra pregunta indiscreta sobre mi vida, Erwin Smith?
—Es gracioso que hables de ello con tanta naturalidad. A juzgar por la forma en que se han ido desenvolviendo las cosas entre ustedes, me atrevería a aseverar que vas detrás de ellas por algún motivo que se escapa de mi entendimiento —planteó con suspicacia.
Levi lo observó dubitativo durante un segundo de desasosiego que bastaría para darle la razón a Erwin, no obstante, él era un experto ocultando sus verdaderas intenciones.
—¿Qué tontería estás diciendo?
—Ya veo, te hicieron firmar el acuerdo de confidencialidad con premura. Supongo que es más importante de lo que parece —reconoció luego de fingir que estaba sacando conclusiones mediante colocar uno de sus dedos debajo de la barbilla.
—No voy a discutir eso contigo.
—No lo veas como una discusión, sino como una conversación cualquiera —sugirió.
—Eres terrible investigando, ahora veo por qué te devolvieron al período de prueba —respondió con agresividad.
—Pensé que dirías eso, pero la verdad es que un sitio tan agradable como este — hizo un ademán ilustrativo en el que abarcó todo el espacio— no es el adecuado para torturar a un individuo que se niega a cooperar brindando información. Más bien, lo encerraría en el sótano de alguna construcción clandestina a punto de derrumbarse, ¿o tú qué opinas?
Lo miró fijamente por unos segundos. Levi no respondió a su provocación.
—Tampoco tendrías las agallas para torturar a nadie, admítelo. A ti te gusta tomar el papel de víctima, no el de verdugo.
—¿A qué te refieres?
—No sé cómo soportas a la loca de Hange, es tan molesta que preferiría arrancarme los sesos antes que enfrascarme en una conversación con ella por más de dos minutos.
—La tolero porque es mi amiga, y la tengo en alta estima. —Hizo una pausa prolongada, pensando en la hiperactiva Hange y su alegría contagiosa se estaba ganando un espacio en su corazón de una forma que no había considerado con anterioridad—. Jamás intentaría que cambiara su forma de ser.
—¿Acaso la estás defendiendo? —preguntó sin poder disimular la confusión que lo embargaba.
Le sorprendía que su amigo se hubiera puesto en modo protector a causa de la mención honorífica que respecto a Hange. Y él qué pensaba que la consideraba insignificante.
—Por supuesto que la defiendo —contestó con determinación.
—¿Por qué?
—Porque como ya te lo he dicho, es mi amiga y la conozco bien.
—Claro. Te deseo suerte con ella. No me vas a salir con el cuento de que esto fue para "darme la bienvenida a su grupo". —Enfatizó las comillas con sus dedos—. Además, ¿qué les hace creer que quiero formar parte de un grupo? Dime, Erwin, ¿parezco el tipo de persona que necesita el respaldo de amigos, en especial de ese par de ineptas que no saben qué hacer con sus patéticas vidas?
—¿Por qué no puedes aceptar que la gente a tu alrededor te tome el aprecio suficiente como para emplear su tiempo y energías en cuidarte con esmero?
Aquella interrogante escondía la clara intención de sembrar dudas en su corazón.
¿Era aprecio lo que ellas sentían hacia él? ¿Y por qué de repente se lo estaba cuestionando, si era justo lo que pretendía lograr con el engorroso ejercicio de permitir que pasaran tiempo con él?
Sí, le interesaba saber lo que ella pensaba al respecto, pero mientras tanto, era menester que se mantuviera alerta. Un solo error era lo que hacía falta para ser confinado en el olvido de la historia sin antes haber tenido la oportunidad de redactarla a su manera.
