—Yo no les pedí que me cuidaran —le recordó—, fue su elección y no quise interponerme. A propósito, tú eres el principal culpable de que continúe ligado a la cuatro ojos y a la tonta de su amiga, por añadidura, por haber accedido a venir aquí bajo quien sabe qué suerte de excusa. Pensé que iba a librarme de ellas en cuanto mejorara, pero por alguna razón han asumido que disfruto pasar mi valioso tiempo con ellas.
Erwin agachó la cabeza en un ademán de pesadumbre. Estaba contrariado ante aquella reveladora observación de su amigo.
—Sí, yo tampoco me explico por qué se encariñaron contigo, no eres una persona fácil de tratar —enunció a modo de reproche.
—Te estás desviando del tema —protestó debido a que no estaba dispuesto a exponerle sus sentimientos más profundos en aquel sitio—. Ya, en serio. ¿Hange le puso algo a tu bebida cuando te distrajiste? Con eso de que casualmente llegabas cuando ella estaba punto de largarse… Eso confirmaría mi teoría de que es preferible que permanezcas como aprendiz. Mira que bajar la guardia ante una persona tan insignificante, no lo habría esperado de ti.
—¿Admites que los cuatro estamos conectados de alguna forma a raíz de tu accidente?
Erwin continuó ignorando el desprecio que sentía hacia su estado que podría catalogarse de inferior, pero él sabía que no se debía a una insulsa cuestión de orgullo personal, sino al espíritu que demostró al aceptar su destino cuando le comunicaron que había sido degradado.
Levi siempre pensó que merecía más que eso y lo exhortó con diligencia a actuar al respecto, sin embargo, él estaba consciente de que era la opción más viable. No podía darse el lujo de actuar con inmadurez.
—Así parece, y no me hace muy feliz que digamos. Si te hace sentir mejor —tomó un sorbo de la taza—, no estoy detrás de tu protegida.
El viejo truco de desviar el rumbo hacia lo que le interesaba al interlocutor le había funcionado, de momento. Levi finalmente había bajado la guardia y le brindó una pista sin siquiera darse cuenta.
El semblante de Erwin se relajó y sus tupidas cejas se devolvieron al semblante calmado. Levi atisbó en la sonrisa de alivio que externó al conocer la verdad. Creyó oportuno preguntarle a qué se debía esa sonrisa escalofriante, solo que aún no terminaba con su disertación.
—¿Y qué hay acerca de Kiomy? —preguntó con cierto recelo de oír la respuesta.
Si continuaba escarbando con afán, quizá podría reunir mayor información de la que esperaba obtener.
—Erwin, no puedo hablar de eso contigo, lo sabes —le advirtió.
—Confiesas que ella es el objetivo que persigues al estar en esta escuela —aseveró sin pensárselo dos veces.
En algunos casos, el resultado era favorable cuando demostraba sus verdaderas pretensiones desde el comienzo. Con Levi era menester cavar hasta las profundidades pues cuando parecía que ya había encontrado el oro, en realidad era un metal de imitación.
—¡¿Qué?! —exclamó tensando la mandíbula y deteniéndose en el acto para analizar sus reacciones. Tenía que controlarse, de otro modo, con el lenguaje corporal le estaría transmitiendo la inquietud que lo embargaba por el esfuerzo de mantener los labios sellados—. En lo absoluto. No sé en qué demonios te esté pasando por la cabeza. El asunto no va por ahí, tenlo por seguro —decretó con voz impostada.
—Te conozco lo suficiente como para discernir que cuando refutas una idea, generalmente se debe a que esta es verdad. Si te hubieras mantenido en silencio, sosteniéndome la mirada hasta el cansancio, hubiese dado por hecho que no estabas mintiendo, y nunca más sacaría a relucir el asunto —explicó, dejando a Levi sin ganas de seguir atacándolo.
—Eres un… —Se detuvo a media queja mientras lo observaba con furia, una mirada similar a la que hizo cuando Hange y Kiomy se escondieron en el baño como las cobardes que eran.
Se levantó violentamente de la silla mientras lo apuntaba con el índice. Cuando la madera rechinó en el suelo se percató de que no era el momento de dejarse llevar por sus emociones, justo lo que él buscaba, y no iba a darle el gusto.
—Levi —imitó su gesto y logró hacerlo dirimir de irse—, te lo voy a decir una sola vez. Sea lo que sea en que estés metido, debes tener cuidado. No te enviaron simplemente porque confíen en tus capacidades. Saben perfectamente qué esperar de ti y eso les otorga cierto control sobre tus acciones. Tampoco sé lo que estás buscando, aunque de hecho no es muy difícil intuirlo. Estoy seguro de que no lo encontrarás en Kiomy —declaró con genuina preocupación.
—Tú no estás en posición de amenazarme, y mucho menos por esa idiota que no significa nada para ti —replicó una vez que se reincorporó de nueva cuenta en el asiento.
—Te equivocas. —Desvió la mirada hacia un costado, se quedó observando un punto fijo en el horizonte—. Tú siempre das por hecho que entiendes los sentimientos de otros, pero no es así. Hange y yo tenemos nuestra historia —dijo en tono de confidencia, como si no quisiera que nadie más pudiese oírlo. El hecho de que mantuviera los puños cerrados sobre la mesa le daba mayor peso a aquella aseveración—. Y Kiomy deja de ser un dolor de muelas, como tú dices, una vez que la conoces mejor. Ella es incapaz de hacerle daño a alguien, por más que lo deseé. Deberías desistir antes de que llegues lo suficientemente lejos, o terminarás arrepintiéndote.
—¿Ahora también la defiendes o todo ese rollo de sentimentalismo es porque es amiga de Hange? —cuestionó.
—Ella no tiene nada qué ver con esto. —Se inclinó ligeramente hacia adelante, ofuscado por el desprecio que manifestaba al proferir su nombre—. Hablo en serio, detente ahora que estás a tiempo.
—Tú empezaste. —Él imitó la posición, guardando su distancia—. Ese par de… — Reconsideró el insultarlas simplemente para no hacer de aquella chispa un incendio—. Ese par no merecen tu consideración. Además, ¿ya se te olvidó quién me metió en esto en primera instancia?
Erwin bajó la cabeza, haciendo memoria. Estaba consciente muy en el fondo de que él era el responsable indirecto de que ahora Levi estuviera en la misma escuela que ellos, aunque no lograba entender qué era lo que pretendía.
Con la escasa información que logró conseguir, podía formularse una hipótesis que era equiparable a un rompecabezas al que le faltaban varias piezas, uno que no estaría completo hasta que pasara el tiempo, empero, aquello no evitaría que le diera vueltas constantemente al asunto dentro de su cabeza.
La lealtad de su amigo ya estaba definida. Por más que lo apreciara, él no iba a decir una sola palabra que pudiese ayudarle a unir las partes que andaban volando. Sus decisiones eran racionales, intentar que desistiera de su objetivo también sería una pérdida de tiempo. Levi era demasiado obstinado como para retractarse a estas alturas. Se preguntaba qué clase de recompensa le habrían ofrecido a cambio de montar aquel teatro.
Si tan solo no lo hubiese encontrado en medio de aquella violenta confrontación ahora no estarían enfrascados en esta plática fuera de lo común. No… De no haberlo rescatado quizá ahora estaría muerto, al igual que infinidad de sus compañeros de crimen.
Nunca se arrepentiría de haberle dado una segunda oportunidad para redimirse. El problema era que quienes contaban con el poder de darle órdenes no pensaban lo mismo ni de cerca. Sus habilidades lo volvían altamente calificado. Estaba claro que ellos lo aprovecharían e iban a exprimirlo hasta que dejara de serles de utilidad, lo cual por supuesto tenía pocas probabilidades de ocurrir.
—Lo hice por tu bien. No espero que lo entiendas, y mucho menos que me lo agradezcas. Lo volvería a hacer si fuera necesario —declaró luego de pensar un buen rato en la forma más adecuada de contestar a su reproche.
—Entonces ahí tienes tu respuesta. No te metas en mis asuntos y yo no me inmiscuiré en los tuyos.
—¡Está bien! ¡Está bien! Lo admito —chilló Hange una vez que se sintió acorralada por la enorme cantidad de preguntas que le formulé al mismo tiempo—. Tuve algo que ver con esto. Pero no por las razones que crees. Pensé que sería una gran oportunidad para los cuatro.
Me observó con cautela, como si tratara de convencerme de mostrarle indulgencia. No me consideraba tan cruel como para negársela.
—Ya veo. Lo entiendo. —Fruncí los labios. Ella pareció animarse—. Solo me siento mal hasta cierto punto porque no lo conseguí por mis propios medios, como te había dicho.
No quería parecer molesta pues eso arruinaría el resto de la tarde, así que me limité a cruzarme de brazos e hice una mueca de disgusto.
—Kim, lo siento. Erwin me planteó la idea en privado y de inmediato pensé que sería una gran oportunidad para todos. Él podía convencer fácilmente a Levi mientras que yo me encargaría de ti. Por favor, no me odies. Solo trataba de ayudar. —Entrecerró los ojos, temiendo por mi respuesta.
No concebía molestarme con ella. La alegría que irradiaba era suficiente para contrarrestar mi mal humor. Aunado a esto, reconocía que su forma de actuar ocultaba un buen motivo.
Al final, pude decir con total certeza que este plan no resultó tan desastroso como me lo anticiparon mis miedos cuando estaba ensimismada en una pintura de un paisaje deforme.
—Lo sé, Hange, no te preocupes. Supongo que debo darte las gracias. Creo que yo no lo habría podido haber ejecutado mejor. —Le dediqué una sonrisa ladina que ella correspondió del mimo modo—. Por cierto, ¿crees que aún tengamos tiempo de pasar por el supermercado? Me encantaría comprar un par de cajas de las barras milagrosas de Levi. Necesito comprobar si en verdad le dan energía o es puro cuento suyo.
—Seguro que sí, restan un par de horas de luz de día. Tal vez no deberíamos hacer esperar más a esos dos. Deben estar muy aburridos.
Al volver a la mesa, la presión en el ambiente hizo que se nos borrara la sonrisa del rostro a ambas. Fue como si el aire hubiera sido absorbido de la atmósfera, y las miradas feroces que se dedicaban tanto Erwin como Levi no ayudaban a disimularlo. Parecían un par de bestias salvajes a punto de iniciar una guerra que seguramente nadie ganaría.
Los observamos con cautela para tantear sus reacciones, hasta que notaron nuestra presencia y relajaron los hombros, destensando la mandíbula. Menos mal contaba con la influencia positiva de una chica que podía contribuir a la firma de cualquier tratado de paz valiéndose de la diplomacia.
Ignoró por completo la agresividad de su trato y se limitó a comentar en voz alta que deseábamos ir al supermercado antes de que anocheciera, de una manera tan amable que ellos no tuvieron otras opción que ponerse de pie y seguirla. De los bolsillos de sus pantalones, sacaron un billete de la misma denominación y lo depositaron sobre la bandeja del cobro al mismo tiempo.
Una vez que pusimos un pie en la entrada de la tienda, nos dispersamos. Fue gracioso ver a Levi esperar unos segundos para identificar en qué dirección iría Erwin y entonces tomar la opuesta, ya que se notaba que ni siquiera tenía una idea clara de hacia dónde dirigirse. Apuesto a que pensaba que mientras más lejos estuviesen el uno del otro era mejor.
Por inercia, me dirigí al pasillo de los cereales y las galletas. Esperaba encontrar aquellas barras entre la estantería. En efecto, no tardé mucho localizando las pequeñas cajas de color verde con el logotipo de la marca, el único problema era que se ubicaban muy por encima de mi cabeza y me resultaba imposible alcanzarlas. Consideré darme una vuelta para buscar a Hange, pero para mi suerte, uno de los empleados que pasaba por ahí me tendió la mano sin necesidad de que le externara mi problema.
Se aproximó a mí con una familiaridad perturbadora, como si me conociera desde hace tiempo, lo cual me pareció extraño. Me alejé para tomar mi distancia. Sin ningún esfuerzo, extendió el brazo y me entregó uno de los paquetes.
Cuando me giré para encontrar su rostro y darle las gracias, casi daba un salto de alegría. Su atrevimiento dejó de parecerme inoportuno cuando pestañeé un par de veces con el fin de comprobar que no estaba pasando por un trance.
—Estás igual de enana que la última vez que te vi —dijo para romper el hielo una vez que se aseguró de que sostenía la caja con firmeza entre mis manos.
Yo sabía que solo existe una persona en el mundo lo suficientemente audaz como para hacer un chiste relacionado con mi altura y salir ileso, pero no esperaba encontrarlo justamente aquí.
—¡Colt! —grité conmocionada al admirar su alegre rostro, que irradiaba la misma emoción que el mío. Sentí que me estaba viendo en un espejo y mi corazón latía con rapidez mientras el oxígeno en mi cerebro esclarecía el panorama. No podía creerlo.
Me quedé sin palabras.
Después de la graduación, la mayoría de mis compañeros tomaron caminos diferentes y les perdí la pista por completo. Los eliminé de mis contactos, los borré de mi lista de amigos en Facebook e incluso comencé a depurar mi galería de imágenes y envié a la papelera de reciclaje todas aquellas en las que aparecían.
No me interesaba saber qué había sido de sus vidas, ni mucho menos; hasta me alegra no haberme topado con ninguno desde entonces. Pero el asunto con Colt era diametralmente opuesto. Él era el único al que no repudiaba.
Solíamos ser amigos en la preparatoria, y a pesar de que en la actualidad ese título me quede grande, el cariño que siento por él no ha disminuido ni siquiera un poco.
Me sorprendí de lo alto que estaba, porque si antes lo tenía que ver hacia arriba, ahora me dolió el cuello al intentarlo. El aspecto infantil que lo hacía ver tierno había sido reemplazado en su totalidad por uno que incluso inspiraba temor. A decir verdad, lucía muy bien.
—No me digas que trabajas aquí —señalé lo obvio. Me crucé de brazos e intenté recargarme en el aparador.
—No creerás que me robé este chaleco y el verificador de precios, ¿o sí? —respondió y me mostró el aparato con su mano libre, apuntándose a sí mismo en miras de recalcar el punto.
—Para nada. Tú eres la persona más íntegra del mundo —musité con sarcasmo y él profirió una risa exagerada—. Supongo que te ha ido bien, después de todo.
—Sí, no me quejo. Por fin liberaron mi certificado y estoy trabajando porque pienso aplicar para la escuela militar en unos meses —explicó más animado.
—¿Tú de militar? Vaya, me encantaría ver eso —reí con desgano. Me era imposible hacerme una imagen mental de aquella descripción—. ¿Tan mal te ha ido con las mujeres y es la única salida que encontraste?
Colt era el tipo de chico cuyas emociones lo llevaban hasta el borde de tomar una decisión extrema como la de unirse al ejército. Recordé que llegó a mencionarlo en medio de una nuestras típicas conversaciones existencialistas, en son de broma.
Yo siempre lo ignoraba porque estaba al tanto de lo difícil que le resultaba dar seguimiento a sus planes. A menudo, estos se quedaban flotando en el aire como buenas intenciones que posteriormente yo utilizaba para motivarlo cuando sentía que ya no podía seguir adelante, fracasando en la mayoría de las ocasiones.
—Sí, y no. —Su rostro se ensombreció—. Lo veo como una oportunidad para darle algo de disciplina a mi vida. ¿Sabes? Creo que malgasté mi época dorada con gente que no me aportaban nada bueno, y considero que aún no es tarde para encontrar un propósito.
Su determinación me llenó de orgullo.
—¿Y tus padres qué opinan? —inquirí con prudencia. Lo conocía lo suficiente para inducir que haría lo que fuera por ellos, es el hijo que cualquier padre estaría orgulloso de presumir ante todos.
—Digamos que mamá no se lo tomó tan mal como esperaba. —Sonrió mientras recordaba—. Y en cuanto a papá… Lo recuerdas, ¿verdad? Dijo que nada lo haría sentir más orgullosos que ver a su hijo mayor convertido en una especie de héroe nacional, lo hubieras visto. Ni siquiera pretendo destacar, solo quiero tener la satisfacción de conseguir algo por mis propios medios. En fin, sentirme útil y sin que ellos intervengan.
—Es genial contar con unos padres que te apoyen incondicionalmente —mencioné con un ápice de tristeza asomándose en mis palabras, pero logré controlarlo—. Espero que esta vez sí lo aproveches. —Me tomé la libertad de acariciarle el brazo, como solía hacer hace tiempo. Lo retiré de inmediato, tras notar que se apartó con una mirada que desprendía confusión—. Lo siento, no pretendía incomodarte.
—No, no, para nada Kiomy. Es que no creí que volveríamos a vernos…, pronto. Puede que no hayas crecido ni un centímetro, pero hay algo diferente en ti, solo que no logro comprender qué es exactamente. —Noté un leve sonrojo creciendo en sus mejillas. Su tez pálida no le ayudaba a disimularlo. Sin darme cuenta, el gesto se me contagió y agaché la cabeza durante unos segundos.
—¿Qué dices? Todo se remite a que me he dejado crecer el cabello, al igual que tú. —Me pasé un mechón por detrás de la oreja y fijé mi vista en el suelo otra vez, avergonzada debido a mi ridículo comentario.
—No me refiero a eso, es que… —Analizó mi rostro y pretendió seguir hablando, aunque se arrepintió—. No, nada. Te ves bien —concretó, rompiendo mis ilusiones.
—Pienso lo mismo. Es genial encontrar una cara conocida.
Nos miramos en silencio durante varios segundos que me parecieron eternos. Me costaba hilar las ideas y me rasqué la cabeza varias veces antes de abrir la boca nuevamente.
Cuando lo examiné con detenimiento, me di cuenta de las mangas de su camiseta se le ceñían al brazo y tuve que obligarme a mirar hacia otro lado, antes de formular ideas extrañas que me llevasen a divagar. Yo jamás lo vería de ese modo, tenía que dominar aquellos pensamientos impuros.
—¿Y… has venido sola? —preguntó astutamente, decidido a cambiar el rumbo de la plática.
No se lo dije, pero me había salvado de caer en la vergüenza y en el fondo estaba gradecida.
—Oh, no. —Negué con la cabeza—. Me acompañan tres amigos. Cada uno quería comprar cosas diferentes. En un momento los veré en las cajas y volveremos a la residencia.
—Hmmm, así que te aceptaron en la Universidad de Shiganshina. —Levantó una ceja mientras comenzaba a escanear algunos códigos de barras con el aparato—. No me extraña, se ve que sigues siendo toda una nerd. —Me revolvió el cabello.
—No pues, gracias por el cumplido —recalqué con una risa desganada—. Y para tu información, sí me aceptaron. La mejor parte es que logré que me permitieran quedarme en la residencia, así que ahora puedo decir que he aprendido a vivir por mi cuenta, más o menos. —Me estaba empeñando en mantener la calma—. Mi mejor amiga me hace la carga menos pesada la mayoría de las veces, ella es mucho más responsable de lo que yo podría aspirar a ser. Incluso me animé a inscribirme en el equipo de atletismo de la escuela. —Me observó incrédulo, pues estaba al tanto de la repugnancia que me producía la simple idea de hacer ejercicio al aire libre—. Oye, no me mires así —le di un golpecito en el hombro—, quería intentar algo nuevo. Cuando hablaba de darle un giro radical a mi vida al terminar la preparatoria, era en serio. Mi vida ha resultado mejor de lo que pude haber imaginado hace algunos años.
—Se nota. Librarte de Ryan fue lo mejor que te pudo haber sucedido... E-es decir… —Las dudas lo azotaron tras dejar el nombre flotando en el aire. Yo lo observé con evidente sorpresa dibujada en el rostro, que se tornó caliente, y sentí una punzada de dolor en el cráneo—. No creas que me alegra lo que le ocurrió, fue terrible —hizo una mueca de desagrado, que alcancé a interpretar como fingida—, pero a ti te hizo bien, y eso es lo que importa.
Me quedé paralizada al escuchar aquel nombre cuyos recuerdos se remitían a lo más profundo del infierno. Ryan y todo lo que implica su nombre son en conjunto la materialización de la peor pesadilla que alguna vez he tenido.
Él era el principal responsable de un episodio de mi vida en el que me hundí en la oscuridad y ni siquiera valía la pena sacarlo a flote. Llevaba algunos años tratando de enterrar esos recuerdos y, de alguna manera, me he convencido a mí misma de que el tiempo que pasamos juntos nunca ocurrió; que solo fue obra de mi imaginación inaudita.
—Supongo que no puedes aferrarte a conservar la basura eternamente, por más que te guste —comenté con voz apagada, para no dar pie a que él se convirtiese en el tema central de la conversación—. ¿Y qué hay de ti? ¿No tienes a alguien?
—Con tanto trabajo ni siquiera me da tiempo de pensar en tener una relación. Pero, para ser sincero, no lo descarto del todo. Creo que le gusto a una de las cajeras —confesó mientras se apoyaba en la repisa más cercana a su mano libre—. Varias veces la he visto haciéndome ojitos y no sé, tal vez nos demos una oportunidad. Supongo que tú no tienes a nadie, ¿verdad?
—Cielos, eres como Hange —rechisté negando con la cabeza un par de veces—. No piensan en otra cosa más que en buscarme pareja.
—¿Hange?
—Sí, ella es mi mejor amiga y compañera de cuarto. Te la presentaré algún día, seguro se llevarán bien.
—Claro, me encantaría —aseguró. Centró su atención en la caja que estaba sosteniendo—. ¿Piensas llevarte solo una? Porque si no mal recuerdo, tenían oferta. —Tomó otra del estante y escaneó el código de barras. Me causó gracia ver que se tomaba a pecho su papel en el servicio al cliente, en verdad había cambiado—. Ah, sí. Es más barato si compras un par, en teoría —dijo eso último en un susurro.
—Si me haces el favor de pasarme otra, me llevaré ambas.
Ambos reímos.
—Oye. —Escuché una voz mandona imposible de confundir. Rodeé los ojos en un gesto de molestia. Miré por encima del hombro de Colt y al alcancé a divisarlo. En la esquina de la estantería metálica, se encontraba el enano gruñón de pie, con los brazos cruzados. Casi parecía enfadado de estar esperándome. ¿Acaso yo le pedí que lo hiciera?—. Hange quiere que vayas. —Señaló con el pulgar hacia atrás.
—¿Ah sí?
«¿Y por qué no viene ella?», me vi tentada a decirle. Incluso una llamada habría resultado mejor.
Colt miró en dirección contraria hacia mí para ver de quién se trataba. Su cara de burla no tardó en aparecer. Es terrible disimulando.
—No sabía que te gustaran como tú —musitó mientras elevaba las comisuras de los labios.
—¿Qué? —Me hice la desentendida.
—Enanos y gruñones.
—¿Estás demente? No digas tonterías. —Comenzaba a ponerme nerviosa, lo noté porque me pasaba las cajas de una mano a otra sin razón. Me consolaba saber que Colt era malísimo interpretando el lenguaje corporal, de otro modo, seguro hubiese llegado a la conclusión de que Levi me causaba cierto impacto difícil de explicar—. Él no me gusta.
Mentira. No entendí por qué me pareció buena idea ocultárselo.
—Si tú lo dices. —Levantó ambas manos en un gesto de rendición—. Mejor no lo hagas esperar, hasta aquí siento que quiere partirme a la mitad con esa mirada tan intensa que se carga.
—Déjame ir a ver qué necesita. ¿Vas a seguir en esta área?
—Sí, un rato más. —Echó un vistazo a su reloj—. Todavía no se termina mi turno.
—Más vale que te des prisa, es para hoy, mocosa. —Levi alzó la voz y Colt me miró condescendiente. Sentí vergüenza de que este último se percatara de cómo nos llevábamos.
Quizás estaba pensando que tiendo a conseguirme amigos complicados de tratar y que no saben nada sobre calidez ni normas de convivencia pacífica. Me preocupaba que fuera cierto.
—Ya vuelvo. —Le acaricié el brazo un par de veces con el pulgar y me aseguré de que Levi nos viera.
Tenía que hacerle entender que no estaba contenta con su desagradable forma de entregar un mensaje, si es que se le podía llamar de ese modo.
Ni siquiera tuvo la amabilidad de esperarme. En cuanto me di la vuelta, emprendió la huida y no tuve más remedio que seguirlo.
—Oye, ¡Levi! —grité. Estaba tratando de seguirle el paso y me planté frente a él para evitar que siguiera ignorándome—. ¿Me puedes decir dónde está Hange, o también esperas que la busque por mi cuenta?
—Fuera de mi camino, estorbo —ordenó mientras me miraba con recelo.
—Así que aparte de interrumpir mi animada conversación con un viejo amigo de forma tan descortés, no piensas llevarme con ella. —Me crucé de brazos, dispuesta a encararlo.
—Me tiene sin cuidado lo que estabas haciendo —respondió enfadado—. La vi en la ropa de deportes. —Señaló con la cabeza hacia la derecha—. ¿Sabes cómo llegar o te consigo un mapa?
—Gracias, no es necesario.
Me di la media vuelta. No quería perder un segundo más de mi tiempo con él y la nefasta actitud negativa que estaba irradiando.
Pensé que Hange tal vez buscaba un top o una nueva camiseta de licra. No me costó encontrarla en medio de un aparador en donde había varias de estas prendas colgadas. Ella revisaba minuciosamente las etiquetas del precio, pasando de una por una con evidente exaltación instalada en el rostro, hasta que se percató de que tenía compañía.
—Hange, Levi me dijo que me necesitabas. ¿De qué se trata? —dije.
Se detuvo en cuánto me escuchó y me miró confundida.
—Kim, no te vayas a enfadar, pero… —comenzó con cautela, como si no supiera que ese tono sembraría dudas—. Yo nunca le pedí al enano que te buscara. —Noté que se arrepentía de ser sincera, sin embargo, no alcancé a discernir el motivo. ¿Acaso estaba confabulada con Levi?—. Pero ya que estás aquí, ¿cuál te parece más bonito? ¿Este o este?
Intercaló hábilmente entre un top de color salmón y otro con patrones de flores en tonos azulados. Era increíble la facilidad con que le resta importancia a algunos asuntos que hacían que me irritara con facilidad.
—Espera… ¿Qué dijiste? —inquirí con enfado, consciente de que ella no era la merecedora de mi ira.
Lo único en lo que pedía pensar era en que él había interferido con el fin de alejarme de Colt. Una decisión precipitada a mi parecer, por dos sencillas razones. La primera se remontaba a que yo no era un impedimento para que él se distrajera con lo que sea que le guste ver. La segunda, ¿qué le importa con quién hable? ¿Como se atrevió a llegar así y encima de todo, usar a mi amiga como escudo?
—¿Cuál te gusta más Kiomy? Pensaba llevarme los dos, pero no traje suficiente dinero, tal vez le pida un poco prestado a…
—Hange —interrumpí sosteniéndola por los hombros—, ¿me estás prestando atención? —Parpadeó en repetidas veces para espabilar—. Si tú no me mandaste llamar, eso significa que Levi frenó mi conversación por el puro gusto de molestarme.
Podía ser tan tolerante como me lo permitiese, pero hay caminos en los que no debería haberse inmiscuido. Este era uno de ellos.
