Capítulo 13. Me habría gustado tener la razón

Jamás creí que perteneciera al grupo selecto de personas que disfrutaban de ver arder el mundo, especialmente ahora que se había convertido en el catalizador.

El resultado de aquella insolencia podría compararse al encuentro del fuego con la gasolina. En breve, ambos encararíamos un problema para respirar con fluidez, por no decir que terminaríamos quemándonos vivos. Encontré ideal aquella metáfora para describir una relación apasionada, mas no para ilustrar una enemistad implacable.

—Ese enano —apreté ambos puños mientras el enfado se abría paso en cada una de mis arterias—, me va a…

—¿Te va a qué? —El susodicho apareció de la nada por detrás del estante en el que Hange se había recargado, asustándonos a ambas. Mi furia bastó para opacar el sobresalto.

Pensé que ya había salido del rango de alcance de mi delicado tono de voz. Al percatarme de mi desatino, me sentí avergonzada.

—A escuchar —dije con voz trémula ante el miedo que me causaba enfrentarlo. No sabía de dónde obtuve el valor de dar un paso al frente. Mi instinto de supervivencia estaba dañado—. ¿Quién te crees, Levi? No sabía que en el acuerdo de amistad que implícitamente hemos creado se especificaba que no pudiéramos tener otros amigos.

—No sé de qué me estás hablando. Además, tú y yo no somos amigos —respondió con una seguridad intimidante que revolvió mis sentimientos y los condujo a un sitio remoto, que me sumió en un estado repleto de desesperación y dolor.

Me costaba creer que luego de aquellas dos semanas que había pasado cuidando de él, soportando su mal humor y atendiendo a sus innumerables caprichos respecto a la limpieza, aún no pudiera considerarme en su lista de allegados. Supongo que la culpa de haberlo dado por hecho recaía enteramente sobre mí.

—Levi, Kiomy —comenzó Hange, quien se interpuso en medio y extendió los brazos. Estaba nerviosa, sin duda. Ella haría lo que fuera necesario para evitar una confrontación inútil—. Por favor, cálmense. Pueden discutirlo una vez que regresemos a la residencia. Este no es un sitio para iniciar una pelea.

Reparé en que la última frase la había tomado prestada de Erwin. ¿Por qué no me sorprendía ni un poco su falta de originalidad?

—Créeme cuando te digo, cuatro ojos, que la menor de mis preocupaciones es el sitio en el que estamos. —Se dirigió hacia ella y luego detuvo sus ojos mordaces en mi temblorina figura, que hacía su mayor esfuerzo por aparentar aplomo—. ¿Así que te crees muy ruda, mocosa? Anda, ¿qué es lo que debo escuchar? —me retó.

Atisbé en sus manos, que estaban cerradas del mismo modo que las mías. Me costaba creer que hubiese considerado la posibilidad de lanzarme un golpe. El acto de contenerse habría sido noble bajo otras circunstancias.

—Es de mala educación interrumpir de forma premeditada las conversaciones ajenas —repliqué con una sonrisa sarcástica, en son de triunfo.

Me arrepentí al instante de pronunciar aquellas palabras. Yo misma había actuado de la manera pretenciosa que ahora pretendía condenar. Carecía de la autoridad para darle lecciones de buenos modales.

Los dos me miraron con evidente desconcierto, y de no ser por la furia que crecía en mi interior, me habría echado a reír con intensidad. Sin embargo, estaba consciente de que cuando ambas sensaciones se mezclaban, daban origen a un malestar que no me producía nada de gracia. Juntas eran un impedimento para disfrutar la corriente de energía que me invade tras un ataque de risa, y tampoco permitían concentrarme en el impetuoso afán de proyectar mi animadversión sobre todo aquel que se aproximase a mí.

—Es curioso escucharlo, sobre todo porque viene de la boca de la mocosa entrometida que creyó que era buena idea espiarme en el primer día de clases. —Y yo que pensé que ya me había perdonado. Por lo visto, era más rencoroso de lo que imaginaba—. De donde vengo, les decimos «soplones», y nadie los tolera. —Apartó a Hange con un leve empujón, pero manteniendo una distancia considerable, como si el hecho de que se acercara le diera ínfulas de superioridad—. Suelen arrancarles la lengua y los encuentran atados en una bolsa en medio del río.

Ya ni siquiera sabía qué responder. El castigo que mencionó me pareció extremadamente gráfico e hizo que se me revolviera el estómago cuando comencé a elaborar una nítida imagen dentro de mis pensamientos. Pero no quería quedarme ahí sin decir nada.

Alguien a quien estimo me enseñó que era preferible decir cualquier frase, por más absurda que pareciera, en vez de darle la oportunidad al oponente de ejercer cierto control sobre mis acciones al permitir que el miedo me paralizara.

—Pues de donde yo vengo, llamamos «mentirosos» a quienes dicen cosas que no son ciertas, como que tu mejor amiga te mandó llamar cuando no es así. No requieren que nadie los ponga en evidencia porque, a la larga, son ellos quienes terminan ocasionándose su propia ruina.

El silencio intermitente que precedió mi declaración me llevó a concluir que me sometía a un cuidadoso análisis durante unos breves segundos, antes de emitir su veredicto.

No era posible que casi me atreviera a pelear con él por una tontería. ¿Realmente podría considerar este arrebato de aquella forma? Cualquiera compartiría mi sentir de encontrase en la misma posición en que yo estaba.

—No veo por qué haces tanto alboroto. De todas formas, ya tenemos que irnos. Se hace tarde —recalcó fastidiado.

Le arrebató a Hange ambas prendas, dándoles un vistazo y le devolvió el top de flores con rudeza luego de hacer un mohín de asco. Qué considerado de su parte ayudarle a tomar una decisión. Por cierto, yo habría elegido el mismo.

—¿Gracias? —musitó Hange con la entonación de pregunta, aunque no pudiera considerarse como una.

—¿Por qué de repente te llegó el sentido de la urgencia? —lo cuestioné valiéndome del coraje que todavía conservaba—. El campus ni siquiera se encuentra lejos de aquí, llegaremos en unos veinte minutos a lo mucho. Si tienes tanta prisa, tal vez deberías adelantarte, pero recuerda que yo tengo las llaves del auto.

—Preferiría irme caminando en vez de soportarte un segundo más, conductora amargada —espetó.

—Levi, Kim, no de nuevo… —intervino Hange.

—Espera —le pedí que no interfiriera al colocar la palma en el espacio que nos dividía. Que Levi pensara aquello sobre mí rayaba en un punto crítico de desfachatez y precisé oportuno enfatizar que se estaba equivocando—. ¿Amargada yo? ¿No te mordiste la lengua, enano gruñón? —No me había dirigido a él de ese modo hasta ahora, lo cual pareció extrañarle—. Mira, sé que tal vez ni siquiera te importa, y yo no tendría por qué darte explicaciones. Él fue la única persona que me apoyó a lo largo de una difícil etapa en la que me vi rodeada de inútiles cuyo único propósito se traducía en hacerme la vida miserable debido a un estúpido error y, a causa de esto, le tengo muchísimo cariño, sentimiento que dudo que seas capaz de comprender o que si quiera hayas experimentado alguna vez en tu vida.

Dentro de mí se removieron un par de sensaciones al contarle aquello. Memorias ingratas que estaban refundidas y evocan toda suerte de pensamientos negativos. No podía retractarme, por más que quisiera.

—Qué historia tan conmovedora. ¿Ya terminaste? —Puso los ojos en blanco, demeritando mis palabras.

Y así fue como terminó de abrir la herida que comenzó cuando me enteré de que me había mentido para separarme de Colt por un rato y posteriormente me hizo saber que no habíamos formado ningún lazo como yo imaginaba. El tacto no se contaba entre sus virtudes, cada vez me resulta más complicado encontrar una. Buscar diamantes debe ser igual de difícil.

—Eres tan… —Dejé la frase incompleta. En mi mente comenzó a girar un torbellino de insultos, aunque ninguno me pareció lo suficientemente apropiado para contraatacar.

Contuve mis palabras, que se quedaron atascadas en el fondo de mi garganta, ahogándome.

—¿Tan qué? —inquirió desafiante. Pero estaba resuelta a no caer en su juego.

—Nada —resoplé y encogí los hombros—. Iré a despedirme de Colt. Creo que ya no estoy de ánimo para reencontrarme con elementos del pasado. —Ejercí una leve presión sobre las sienes a modo de rendimiento, lo que único que me interesaba era mantener las condiciones de paz relativa.

No quería ser la siguiente en terminar mal con otro miembro del grupo. Aunque se mereciera mi odio, sabía que era mi deber controlarme cuando él ya había manifestado su ineptitud al respecto.

—Te dije que se está haciendo tarde —insistió de manera hostil, como para persuadirme de hacer lo que él quería. Decidí que no me iba a concentrar en la entonación sino en el contenido del mensaje.

—Y yo te dije que iré a despedirme de mi amigo —reafirmé.

Estaba cansada de compartir el mismo espacio encapsulado por un aura de displicencia. Detestaba que me hicieran perder el tiempo sin justificante. Ya se presentaría la oportunidad de hacer pagar a Levi por la interrupción con creces. Lamentablemente, no sería hoy.

Creí verlo de reojo acercándose a mí con el fin de detenerme. Se arrepintió al inferir que no lo lograría y optó por quedarse al lado de Hange, quien parecía recriminarle su forma de actuar. Dudo mucho que haya reflexionado en la amonestación.

Encontré a Colt a la mitad del mismo pasillo en el que lo había abandonado de súbito. Continuaba marcando las etiquetas de diversos productos y mantenía una concentración exagerada, que nunca antes había visto en él.

Yo solo pensaba en disculparme debido al mal comportamiento de Levi y por la imposibilidad impuesta de quedarme por más tiempo del que me hubiese gustado. Sí, vaya amigos que me consigo. Esto de elegir a quién le permito acercarse a mí en definitiva no se me daba para nada bien en ocasiones específicas.

—Colt, lo lamento. —Logré llamar su atención mucho antes de acercarme—. Todo fue un malentendido —torcí la boca al acordarme y respiré hondo antes de seguir—, pero de todas maneras ya tenemos que regresar.

—¿Por qué te disculpas? No hiciste nada que lo amerite, ¿o sí?

—Pues en teoría, no me refiero a mí misma, sino a lo tuviste que escuchar.

—¿Hablas de tu amigo el enojón? —profirió una risa de mala gana—. No hay ningún problema, ni que nunca me hubiese topado con una persona así de arrogante. —Admitía que lo era, mas no por eso dejaba de dolerme cuando alguien ajeno a mí realizaba tal observación—. Como sea, me dio gusto verte, espero que se repita.

—Claro, y puesto que ya me he enterado de que trabajas aquí, créeme que vendré más seguido a surtirme de provisiones. —Le guiñé el ojo, su sonrisa me demostró que estaba de acuerdo.

En el momento en que su cara se tornó meditabunda, me di cuenta de que estaba más nervioso que antes. Supe que planeaba hacerme un comentario que lo estaba carcomiendo por dentro y le costaba tejer sus ideas para finalmente sacarlas a relucir.

—No me lo tomes a mal, Kiomy —dijo con inquietud. No era más que otra vertiente de esa frasecita que funciona para anunciar una desgracia incómoda de oír—. No creo que debas permitirle a ese tipo que te hable de ese modo. Me recuerda demasiado a ciertas actitudes que tenía… él. Sabes a quién me refiero.

—Colt, gracias por la advertencia, pero yo puedo manejarlo sola —repliqué.

Me sentía contrariada de que me considerase incapaz de lidiar con él en vez de que mostrara preocupación por mi bienestar.

—Sí, lo mismo decías sobre Ryan —un toque de sarcasmo inquinando su crítica—, y mira hasta donde fue capaz de llegar porque no le pusiste un alto cuando tenías que hacerlo.

Aquello sonó totalmente como un reclamo, uno que estaba cargado de dolor escondido detrás de la impotencia de no poder hacer nada al respecto.

Llegados a este punto, ya no buscaba quién me la hiciera, sino quien me la pagara.

—¿Podrías dejar de mencionarlo de una maldita vez, por favor? Él no tiene nada qué ver con esto —contesté en ímpetu de violencia.

—Sí, sí, de acuerdo. —Levantó las manos, cediendo—. Ya no diré su nombre, no tienes que ponerte agresiva conmigo. Después de todo, no es mi culpa que tengas esos gustos tan particulares. Toma la parte que te sirve de la verdad y tira lo demás, espero que esta vez no ignores las señales. Mereces algo mejor que eso, y lo sabes.

—Tienes razón… —recapacité, sintiéndome avergonzada por mi deplorable actitud equiparable a la de la persona que más odiaba en este preciso momento—. Lo lamento, no pretendía… Tú sabes que… Cielos, ¿acaso podría empeorarlo de algún modo?

Me agaché mientras colocaba mi mano sobre la frente, deseando enterrar mi cabeza en el suelo y no salir por un buen rato.

—Oye, Kiomy. Está bien —dijo con su tono de voz calmado. Me tomó por los hombros con cautela y el contacto con sus dedos me resultó familiar, al grado de que logré tranquilizarme sin necesidad de llegar al extremo de causar daños colaterales. Cuando me rodeó en un cálido abrazo, fue como si drenara todo el miedo en mí. Me permití reconfortarme ante aquella sensación que me producía cosquillas en el pecho y me erizaba la piel—. Te prometo que no volveré a sacar a relucir el tema si te hace sentir mejor. —La vibración del sonido que emitía su voz cerca de mi cuello me produjo escalofríos en ambos brazos—. Y por favor, por lo que más quieras, toma tus precauciones. No olvides que pase lo que pase sigues contando conmigo.

Hasta entonces fui capaz de recordar por completo por qué lo consideraba uno de los mejores amigos que alguna vez he tenido. Iba más allá de la información superficial que le había brindado a Levi para defender mi postura.

Colt y yo estábamos conectados de una forma exclusiva. Habíamos logrado trascender más allá de los sentimientos románticos, forjando una relación sólida y estable en la que reinaba la confianza, la escucha activa, el entendimiento empático del uno hacia el otro, y la capacidad de señalar nuestros errores con sinceridad, en pro de desarrollarnos en todos los ámbitos requeridos.

Además, consideraba que resulta beneficioso contar con la amistad de alguien del género contrario. Su visión del mundo era totalmente opuesta, la variación de opiniones podía prevenirme de caer en un precipicio, que era lo que estaba haciendo al advertirme sobre mi trato con Levi. Ahora me preocupaba que tanto él como Hange lo considerasen como un peligro, ya que ninguno se anduvo con contemplaciones al momento de hacérmelo saber.

—Gracias. Si hablas en serio, tal vez algún día podamos salir. —Le sacudí el brazo tomándolo de la muñeca. Esta vez no se apartó. Puede que quisiera romper con la barrera del contacto físico y ahora sabía que no tenía por qué preocuparse.

—Me encantaría. Podríamos comer aquí mismo o en la plaza, como tú prefieras.

—Sí, suena bien —concordé. No deseaba abandonar aquel sitio. Sin embargo, el sentido del deber le mandó a mis piernas la orden de ponerse en marcha. Tras comprobar que nuestros números no habían cambiado, llegó el momento de despedirse—. Nos vemos pronto, Colt. Fue un gusto verte de nuevo.

Sería el colmo que yo terminara peleándome con Hange o con Erwin para declarar esta cita doble como el peor fracaso de mi vida. Menos mal ellos dos emitían un aura serena que ayudaba a alejar las malas vibras en el ambiente ocasionadas por Levi y yo.

Mientras aguardábamos en la fila para pagar en la caja registradora, me acerqué con cautela a Hange y le pedí que se llevara el auto, a lo cual accedió sin hacer preguntas tras guardar las llaves. Estaba alterada, sabía que en ese estado no podía darme el lujo de ponernos a todos en peligro.

Me fijé en el carrito de las compras y me sorprendió lo atiborrado que se encontraba. A simple vista, daba la impresión de que no eran demasiados productos, pero tras observar con detenimiento, encontré de todo. Ella se surtió hasta el tope, valiéndose de los descuentos que le permitían llevar raciones extra por la misma cantidad de dinero.

Una vez que arribamos al vehículo, Erwin se ubicó en el asiento del copiloto, quizá para evitar verle la cara a Levi, así que no tuve más remedio que irme atrás con éste último. No tenía caso protestar por un asiento vacío. Ambos resultamos ser expertos en eso de ignorarnos, pues ninguno hizo contacto visual con el otro durante el camino de vuelta.

El distanciamiento resultó incómodo y el trayecto se me estaba haciendo eterno, pero Erwin rompió con el silencio de ultratumba mediante entablar una amena conversación con Hange en la que comenzaron intercambiando sus preferencias en cuanto a alimentos y continuaron con otros temas. Nosotros los renegados en la parte trasera nos limitamos a cruzamos de brazos, observando el paisaje afuera de la ventana.

Yo estaba dispuesta a enderezar los asuntos, con la única e inalterable condición de que fuera él quien tomara la iniciativa. En esta ocasión sí albergaba una ínfima esperanza de que se disculpara, o que al menos fuera sincero y me dijera qué se le había pasado por la cabeza cuando decidió que era buena idea imitarme al puro estilo de un entrometido.

Seguí dándole vueltas en mi cabeza a aquel incidente por el resto del viaje. No alcanzaba a comprender qué lo había impulsado a interrumpirme a base de una mentira. La burda explicación de que se estaba haciendo tarde no tenía validez alguna, al menos no para mí.

Entre aquella maraña de posibles opciones, apareció una en la que me habría gustado tener la razón. Pensé en que quizá lo habían invadido los celos debido a la cercanía que demostré para con mi amigo. Empero, no me parecía del todo razonable. Además de que no tendría motivos, ni siquiera comprendería lo que Colt significa para mí y… Más me valía no hacerme ilusiones. Aquellos pensamientos ingenuos me relajaban hasta cierto punto, sin importar que jamás llegaran a cumplirse.

Tal y como le había dicho, estuvimos en la escuela en cuestión de unos veinte minutos. Hange se estacionó cerca del edificio de las residencias y me sentí conmovida cuando Erwin se adelantó para abrirle la puerta como el caballero que es. En cuanto a mí, simplemente boté el seguro y bajé de un salto, azotando la puerta con un ápice de furia tras no obtener lo que quería, a saber, una disculpa bien merecida de parte de Levi.

Erwin nos ayudó a transportar todas las bolsas que podía, Hange le retiró algunas porque de seguro pensó que era demasiado peso para él. Consideré llevar las que restaban por mi cuenta, no creí que el peso representaría mayor inconveniente. Antes de que pudiera enredar mis dedos en las asas, Levi me las arrebató bruscamente y se alejó caminando.

Una vez en nuestra habitación, ellos colocaron las bolsas encima de la barra junto al lavabo. Y luego, mostrando una evidente falta de respeto hacia las cosas que no eran suyas, Levi comenzó a hurgar dentro de las bolsas, buscando quién sabe qué. Fue sacando los paquetes de uno en uno y acomodándolos a través de la barra. Sin pedir permiso, comenzó a introducirlos dentro de la pequeña alacena.

Me quedé estupefacta, al igual que Hange. Nos dirigimos miradas cómplices que dejaban entrever lo sorprendidas que estábamos. Ninguna de las dos sintió la necesidad de negarle realizar aquella tarea que sabíamos que lo tranquilizaba. Era justo lo que debía hacer para que se le bajaran los humos.

Si Erwin sintió que con aquel acto Levi opacaba todas y cada una las atenciones que le había mostrado a Hange durante la tarde o no, el actuar de Levi fue suficiente para incitarlo a hacer lo mismo.

La alegría que emanaba del rostro de Hange al observarlo ir de aquí para allá fue mágica e imposible de disimular debido a que ni siquiera habíamos tenido que pedirles su colaboración. Era un privilegio contar con amigos que se ofrecían a cooperar de buena gana. En realidad, justo ahora no sabía cómo llamarle a Levi, puesto que ya me había hecho saber que él no opinaba lo mismo respecto a la relación que llevamos.

—Oigan, no tienen por qué molestarse, nosotras lo haremos más tarde —anunció con amabilidad, mientras se acercaba a Erwin tratando de quitarle una caja.

—No es ninguna molestia, Hange. Es lo que cualquiera con un mínimo sentido del agradecimiento haría —dijo con cierto desprecio que intuí iba dirigido a Levi. Tal vez dicho reclamo se relacionaba con lo que habían conversado durante nuestra ausencia.

—Y dale con eso. —Levi arrugó un paquete de pasta entre sus manos. El plástico emitió un sonido inesperado de quiebre.

Las tiras de espagueti se convirtieron en las desafortunadas víctimas del pelinegro. Por lo menos no se trataba del jugo.

Lo que me faltaba: que decidieran utilizar mi habitación como campo de guerra. Hange lo temía por igual pues la observé aclararse la garganta antes de intervenir:

—No otra vez, por favor —suplicó ella, echando la cabeza hacia atrás—. Solo deben estrechar sus manos y así todos felices y todos contentos.

Los agarró a ambos del cuello de la camisa. El desnivel de Levi respecto a ellos me pareció divertido porque Hange tenía que encorvarse hacia un costado para alcanzarlo. Me llevé la mano encima de los labios para reprimir una carcajada que sirvió para aumentar su expresión de enojo. No me arrepentía en lo absoluto.

Erwin y Levi se miraban con recelo. Este último luchaba por liberarse del agarre de Hange, fallando en el intento.

—Vamos, dejen de comportarse como un par de niños —continuó más animada—. Desconozco qué los habrá hecho enfadarse tanto el uno con el otro, pero seguro se pude resolver.

Cuando Levi se tranquilizó y no dio señales de poner resistencia, ella los soltó despacio y los haló del brazo con el fin de obligarlos a que se saludaran. Yo seguía riendo impulsivamente desde la lejanía, aunque me esforcé por contenerme porque deseaba presenciar aquella tregua inducida por Hange.

Levi hizo una cara de berrinche que casi termina por quebrarme. La armadura que había creado se desprendió de mis pensamientos, aunque logré recuperarla.

Tras unos minutos de labor de convencimiento y amenazas referentes a que no los dejaría ir hasta que ella estuviera convencida de que no volverían a pelear, Levi se rindió. Accedió a la petición de Hange, en contra de su orgullo y posibles convicciones respecto a pedir disculpas. Ella aplaudió tras lograr su cometido, mas el semblante de ambos se veía cabizbajo. Una corazonada me advertía que, sin importar cuán molestos estuvieran, no se mantendrían en estado de provocación indefinidamente.

Se amontonaron en el pasillo de la entrada, dispuestos a regresar a sus respectivas habitaciones, pero Erwin le hizo a Hange una seña casi imperceptible con esa mirada vivaz y dijo en voz alta que tenían que conversar acerca de un trabajo que les habían encargado en una materia que cursaban juntos. ¿Quién en su sano juicio se decidía a planear proyectos un sábado por la noche? La excusa ideal para pasar más tiempo juntos, a solas. Ojalá tuviera ideas tan extraordinarias como las suyas.

Salieron por la puerta, sin cerrarla del todo. Esperaba que Levi optara por largarse de para no verme en la penosa necesidad de echarlo. Juzgó conveniente quedarse sentado en el banco, con los brazos cruzados.

Puesto que yo no pensaba dirigirle la palabra, avancé rumbo a mi habitación para quitarme los zapatos, que ya empezaban a lastimarme. Creí que al cerrar con llave él comprendería que no estaba de ánimos de compartirle mi preciado aire y que se marcharía. Apenas di un paso adentro y me aferré al pomo de la puerta, se dignó a hablarme después de haberme hecho pasar uno de los peores corajes de mi vida.