En cuanto atisbé en la orden de avanzar, desplegué los brazos hacia adelante y me dejé llevar por el disparo de energía que se había acumulado en mis articulaciones.
Tenía la vista fija en la meta, que se encontraba a cuatrocientos metros delante de mí. Nada iba a distraerme de mi propósito, a saber, completar el recorrido en menos tiempo que Levi, para así restregarle en la cara que ya podíamos ser amigos.
Dudar no era una opción viable en las competencias. Un par de segundos de hesitación bastan para retrasarte y equivalen a la mínima diferencia que separa a la medalla de oro de la de plata, y a esta de la de bronce.
Con cada paso, me esforzaba por inhalar el oxígeno de la manera correcta, pues no quería que una bocanada mal inducida me dejase fuera de combate. La presión en el pecho y en la cabeza no tardó en aparecer. Me encantaba esa sensación envolvente de adrenalina corriendo por el torrente sanguíneo y llegando a todos los rincones de mi cuerpo.
Me preguntaba qué pensaría él de todo esto. La idea se me vino a la mente en medio de un torbellino de emociones mayormente negativas, así que ni siquiera me di el tiempo de averiguar si estaba conforme. No sabía si su orgullo le permitiría perder contra una chica tan insignificante como yo. ¿Será de los que aplican la estrategia de fingirse un oponente indefenso, para de este modo proyectarme una falsa imagen de confianza y estaba esperando a sorprenderme con unas habilidades que superaban a las mías?
Levi era tan inteligente que no me extrañaría que estuviese maquinando un plan parecido. Me sentía como Katniss cuando meditaba en la posibilidad de acercarse a la Cornucopia en pleno Baño de Sangre por primera vez, solo que yo no iba en búsqueda de una mochila con provisiones y armas para defenderme.
Justo a la mitad de la pista, en la parte donde se va volviendo curveada, cometí un error que me habría costado un elevado precio en el ámbito profesional, tanto por romper el reglamento como porque se trataba de una distracción desconcertante.
Me sentí estúpida de haber cedido ante un deseo malsano que cobró ímpetu durante los días anteriores: estaba ansiosa de verlo con el fin de grabarme aquella imagen en la memoria. Cuando lo hice, me sentí profundamente contrariada al darme cuenta de que él no había avanzado ni un centímetro desde el anuncio de Hange.
Oh, no. No toleraría que me dejara ganar así como así. Me estaba dejando en ridículo, a pesar de que no había rastro de espectadores, y no se lo perdonaré. ¿Dónde quedó su espíritu de competencia? ¿Por qué de repente decidió quedarse en su lugar? ¿Qué pretende? ¿Se quedó paralizado por el miedo? ¿O no será que…?
No. No era cierto. Es lo último que esperaría de él.
Aceleré el paso, impulsada por un ferviente deseo de volver a confrontarlo. No podía dar marcha atrás. El reloj seguía corriendo y aunque ninguna cláusula en nuestro trato prohibía la permanencia en la línea de salida, bajo la misma lógica tampoco existía otra que regulara la duración del recorrido.
La posibilidad que se estaba gestando carecía de sentido, ya que en caso de que solo uno de los dos corriera, Hange tendría que marcar el mismo lapso para ambos, lo que daría lugar a un empate subjetivo y claramente injusto. No acordamos la manera de proceder en caso de que se diera uno de estos, me arrepentía de no tener a la mano un plan de contingencia.
Hange estaba de pie con los brazos cruzados a una distancia considerable del pelinegro, observándolo mientras negaba en repetidas veces. Tal vez ella trató de persuadirlo para que demostrara de qué estaba hecho en la pista, pero en su terquedad, se negó como de costumbre. Y no existía poder humano que lo convenciera de desistir una vez que una opinión se instalaba en su cerebro y se fundía en su espíritu. Si él rompía las reglas, estaba despreciando la única garantía que me obligaba a seguirlas.
Sin pensarlo dos veces, cambié de carril unos metros antes de terminar la vuelta. Decidí que ya había tenido suficiente de tonterías y que, si bien no le pondría un alto definitivo porque aún deseaba mantenerlo cerca, sí estaba ansiosa de hacerle saber lo que pensaba acerca de su actitud infantil.
Debido a la velocidad que había alcanzado para este punto, no me costó estamparme contra su delgada figura. Le di un empujón que lo desbalanceó hasta hacerlo perder el equilibrio, y a mí también, por añadidura. Rodamos una corta distancia a través del suelo, lo que me ocasionó picor en las rodillas, los codos y los brazos, además de la sensación desagradable de que había quedado cubierta de polvo.
Qué asquerosidad. Por lo menos no caí encima de él, aunque hubiera sido más agradable aterrizar sobre terreno blandito.
—Tch, ¿qué mierda crees que estás haciendo, maldita mocosa? —espetó Levi cuando logró enderezarse, pues había terminado con la cara en el suelo.
Estaba analizando los daños a su persona mientras se sacudía la suciedad al igual que yo. Por primera vez, me sentí altamente complacida de causarle daños colaterales.
—Te mereces eso y más —respondí al verificar la profundidad de mis heridas. Nada que no fuera a cerrar en unas cuantas horas luego de limpiarlas y desinfectarlas. Lo gracioso era que ni siquiera sentía un ápice de dolor—. ¡Me tienes harta! Recuerdas la teoría básica en la que te mencionaron que en una carrera debes salir cuando escuchas la señal, independientemente de que no sea con la bengala, ¿o no? ¿Qué esperabas? ¿Acaso estabas planeando dejar que me cansara y luego pretender que diera una segunda vuelta de a gratis? Estás mal de la cabeza.
Me vi tentada a empujarlo de nuevo, pero Hange se interpuso a mi siguiente maniobra antes de que pudiera llevarla a cabo.
—Kiomy, ¿por qué hiciste eso? —inquirió ella con voz temblorosa en cuanto logró sujetarme del brazo para ayudarme a levantarme. Me solté de su agarre con violencia y volví a acercarme a Levi. No había mucho qué decir al respecto. Estaba tratando de interceder por él, quién sabe qué energía percibió en mis ojos como para sentir el instinto de protegerlo de su destino—. Levi, ¿estás bien?
Ese fue el detonante. No entendía por qué de pronto se mostraba más preocupada por el estado de Levi que por el mío.
—Estoy bien, cuatro ojos —aseguró. Se levantó despacio y sacudió sus extremidades del mismo modo que la playera—. Deberías ponerle una correa a tu amiga. Podría lastimar a alguien.
—Jódete —repliqué haciendo un mohín de repulsión—. Gracias por hacerme perder mi valioso tiempo, y que conste que fue un empate.
—¡Kiomy! Por favor —pidió Hange, haciendo pucheros. Pero ni así iba a convencerme de quedarme un minuto más cerca del antipático de Levi.
Me di la vuelta, dejándolos atrás. Comencé a correr nuevamente para alejarme de aquel sitio. Estaba tan molesta que no tenía ganas de ver a nadie, y sabía que nada me haría entrar en razón mientras me mantuviera en estado provocado. Hange era la menos culpable de mi forma de actuar, me daba miedo ceder al impulso de desquitarme con ella.
En cuanto a Levi, me tenía sin cuidado lo que pensara. Me pareció inconcebible que fuera incapaz de mantener una promesa, un trato, un acuerdo de voluntades, o lo que sea en que esto se hubiese convertido. Ahora nunca sabré quien pudo haber ganado, y peor aún: gracias a su imprudencia no podría resolver el conflicto interno relacionado con las causas por las cuales no me consideraba como una amiga.
Era la falta de conocimiento la que me tenía hundida en un atorón existencial. De no resolverlo, terminaría pagándolo con creces en un futuro no muy lejano.
Cuando era niña, tenía la costumbre de abandonar de golpe aquellos lugares en los que no me sentía cómoda por cualquier motivo. Les brindaba a mis huidas un toque de dramatismo que excedía los límites adecuados para mi edad. Ejemplos de estos corresponden a personas que me excluían de la conversación al esforzarse por dominarla, reparar en que todos se ponían en mi contra gracias a una opinión débil, o que atacaran cualquier componente del mundo por el que yo sintiera un apego incondicional.
Dicho en otras palabras, no me defendía. Siempre había preferido huir del problema, sentarme en un lugar tranquilo en búsqueda de sosiego, respirar hondo varias veces para que el aire fluyera a través de mis pulmones, buscar una justificación razonable para perdonar a quienes me ofendían (por más que creyera que no eran merecedores) y, la mayoría de las veces, desbordarme en llanto.
Papá era quien me demostraba mayor empatía ante tales situaciones. Apenas notaba mi tristeza, subía sigilosamente hasta mi habitación, tocaba a mi puerta muy despacito para no importunarme y se acomodaba en el borde de mi cama. Mediante preguntas retóricas se encargaba de averiguar cómo me sentía. Me acompañaba por un buen rato en mi "duelo", hasta que mis sollozos se veían opacados con sus cálidas palabras y mi respiración agitada regresaba a sus niveles ordinarios.
Él siempre tenía las palabras correctas en la punta de la lengua y sabía qué decir para mejorar mi estado de ánimo. Admiraba su elocuencia, la facilidad con que hilaba las frases en su cerebro y cómo lograba sincronizarlas al momento de hablar. Deseaba parecerme a él en ese aspecto.
Pero cuando la vida decidió arrebatármelo, comprendí que tenía que aprender a hallar consuelo por mi cuenta. Me expuse a sobrevaluar lo que me sucedía antes de darle rienda suelta a la zozobra, la consideraba una pérdida de tiempo que drenaba mi energía, ya no estaba en posición de darme esos lujos. No. No iba a hacerlo.
Decidí concentrar la furia creciente en una tarea que encontraba relajante: limpiar mis alrededores. En caso de que no hubiese desorden, yo podía generarlo con tal de engañar a mi mente y entonces brindarle la sensación de que tenía todo bajo vigilancia.
Comencé por los platos que se nos habían acumulado de la mañana y el día anterior, para posteriormente dirigirme a las habitaciones.
Doblé la ropa que se había amontonado encima de las sillas de escritorio de ambas, clasificándola en dos grupos: la que necesitaba ser lavada con urgencia y la que podía volver a guardarse en los cajones de la cómoda. Barrí el suelo con tal minuciosidad que hasta la última mota de polvo escondida en los confines de los muebles desapareció de mi vista.
Fue entonces que me encontré con el pañuelo ya no tan blanco que Levi me había ofrecido. Sentí repulsión al notar los rastros de mis gérmenes y decidí bajar a la lavandería luego de colocarlo encima de la pila de ropa.
Hange y yo nos turnábamos para esta tarea que, por lo general, realizábamos durante el fin de semana. Hoy sería la excepción debido a un caso fortuito, cuyo nombre es tan corto como la persona que lo lleva.
Una vez en el sótano, vacié la bolsa dentro de una de las máquinas y programé el ciclo de lavado luego de colocar una buena cantidad de detergente. Quería que el olor a flores se quedara bien impregnado en la tela. Al cabo de un rato, ya me había tranquilizado un 80% y solo me restaba tomar un baño e irme a dormir.
—Vine a lavar la porción de la ropa que estaba regada, volveré en cuanto esté lista —dije en voz alta al percibir que la cesta había sido removida del lugar en el que yo la había colocado—. Espero que no vengas a regañarme, Hange.
Ante el silencio poco común de parte de mi amiga, decidí mirar por encima de mi hombro. Qué sorpresa me llevé al percatarme de que no se trataba de ella.
—Levi… Creí que eras Hange. —Continué con mis asuntos. Ni me inmuté de que siguió inerte.
—¿Dónde ves un par de ojos extra? —respondió como si buscara ser gracioso y aligerar lo tenso del ambiente.
¿Levi me estaba contando una especie de chiste? ¿Qué seguía? ¿Una disculpa desde el fondo de su corazón?
—¿Qué? —musité. Estaba reprimiendo una carcajada solo porque no le iba a facilitar su cometido—. Ah, ya veo. Esta vez sí te envió a buscarme, ¿eh? —Alcé una ceja y él pareció cohibirse ante mi comentario repleto de sarcasmo.
—No me mandó nadie, yo vine a buscarte por mi cuenta.
Sentí un calor acomodándose en mis mejillas y para evitar que lo notase, fijé la vista en el lado opuesto.
—Bien, ya me encontraste, ¿qué necesitas? —Continuaba en mi posición de fingido desinterés.
Por supuesto que deseaba escuchar lo que tenía qué decirme, el detalle era que no estaba acostumbrada a ceder con ligereza.
—Me ocasionaste múltiples raspones —comentó.
Señaló sus rodillas y comprobé que estaba en lo cierto. Me debatía entre decirle que no me importaban sus dolencias o pedirle disculpas de inmediato por la ternura que me infundió verlo así.
—Por Dios, Levi. No seas llorón —repliqué mientras me cruzaba de brazos—. Sigo pensando que te lo merecías.
¿En verdad lo acababa de llamar «llorón»? Ya estaba lista para el siguiente impacto. Llegados a este punto, no me importaba nada.
—Y tú… Mereces una explicación de lo que sucedió hace rato. —La expresión que se formó en su rostro no se parecía en nada a la seriedad que había visto antes.
Le respondí sin abrir los labios, en una expresión cargada de escepticismo ante la inusual iniciativa que tuvo de enderezar los asuntos. Mi corazón latía a un ritmo vertiginoso debido a la furia combinada con renuencia. Ese acto bastó para erigir el puente que yo derrumbé en miras de cortar la comunicación. He perdido la cuenta de las ocasiones en que lo he juzgado mal y terminaba sorprendiéndome.
Aguardé con paciencia a que ordenara sus ideas y asentí para demostrarle que estaba dispuesta a escucharlo.
—La verdad es… que te estaba probando.
—¿Acaso tengo cara de conejillo de indias? —Me vi en la necesidad de contener las ganas de reír por mi comentario, ya que no era el momento de gastarle una broma—. No me contestes —interpuse la palma para hacerlo dimitir de intentarlo—, ¿se puede saber qué estabas buscando?
—S-Solo quería molestarte —confesó.
Y lo había conseguido, sin duda.
—¿Te parece divertido verme correr como loca sin razón aparente? Digo, tomando en cuenta que ocurrió dos veces seguidas.
—Lo suficiente.
—Y supongo que también te divertiste cuando te embestí y te dejé tirado en el suelo, ¿verdad? —planteé con ironía.
—Eso no estaba en mis planes. —Agachó la cabeza.
—Tampoco en los míos, y mira cómo cambian las cosas de un momento a otro.
Me puse de pie para cambiar las prendas a la secadora. No eran demasiadas, así que pude llevarlas en un solo viaje.
Sentí su mirada penetrante detrás de mi cuello y me estremecí. Consideré pedirle que dejara de hacerlo, mas no encontré las palabras adecuadas.
—No era necesario que compitiéramos para decidir si podemos ser amigos —explicó en un aura de tranquilidad opuesta a la sensación que me invadía.
—¿De qué estás hablando?
—Lo que escuchaste, mocosa. Ya había decidido que iba a permitírtelo.
Aunque estaba sentada en cuclillas, tal declaración fue suficiente para convencerme de levantarme y así nivelar nuestras alturas.
—¿Cuándo lo decidiste? ¿Hace cinco minutos tras exponerte a una terapiada por parte de Hange?
Yo no me iba a tragar la historia de que ella no había tenido absolutamente nada qué ver con su estado de arrepentimiento, si es que lo podía nombrar de este modo.
A nadie le gusta que lo sermoneen, mas soy la prueba viviente de la efectividad de las habilidades comunicativas que Hange poseía. Ha sabido meterse en mi cabeza, discernir entre una maraña de pensamientos y, finalmente, motivarme a actuar conforme a lo que concluía con su colaboración.
—El sábado, justo antes de que se te ocurriera mencionar lo de la carrera.
—¿Y por qué no me detuviste? Podías habérmelo dicho antes y ahorrarme ese numerito. —Sentí la sangre hervir a paso veloz tras llegar a mi cerebro.
—Te vi tan decidida que no quise interponerme.
—¿Y cómo sé qué estás siendo sincero y que no es otra especie de prueba tuya?
—Supongo que tendrás que resignarte a confiar en mí.
Qué tierno, empleó el término más adecuado para describir mi situación. Sonó a que no iba a concederme un amplio abanico de opciones.
—Dame una razón para confiar en ti —ordené, permitiéndome ser un poco grosera.
—Yo… —se aclaró la garganta—, justo ahora no se me ocurre ninguna.
—Qué convincente.
Hubo un silencio incómodo seguido del ruido de otras máquinas trabajando a toda potencia. Al parecer no era la única que creyó que era buena idea venir a lavar la ropa entre semana. De hecho, era un buen horario, la mayoría estaban disponibles y había ganchos y pinzas de sobra.
—Puedo preguntar… ¿Qué es lo que esperas tú de un amigo? —Rompió con la quietud. Sentí que me estaba transportando a una realidad alterna en la que Levi tomaba el papel del niño preguntón y yo el de la niña reacia a escucharlo.
Qué curioso que decidiera imitar mi línea de razonamiento. Eso hizo que me sonrojara nuevamente ya que, al parecer, sí había tomado en cuenta lo que le he dicho; no me ignoraba como yo a veces hacía con él.
—¿En serio quieres hablar de eso? Pues, es simple, de hecho. —Tal vez ya era momento de zanjar el asunto de una vez por todas. Me encogí de hombros antes de añadir—: Solo pido que sea honesto y que tenga la confianza de decirme cualquier cosa, apartándose del miedo a ser juzgado. Yo haría por él o ella.
—Entonces, ¿confiarías en mí si te aseguro que yo confiaré en ti? —Me clavó la mirada. ¿Cómo podía negarme?
—Es más fácil decirlo que hacerlo —le recordé—. Pero es un buen comienzo.
—Podríamos intentarlo, si tú quieres.
—¿Me estás pidiendo una tregua?
—Si prefieres verlo de esa manera.
—Bien. Ya tenemos empatía, respeto a la privacidad, confianza y honestidad en la lista de lo que nos debemos el uno al otro. Con el tiempo añadiremos más. Solo falta un detalle. Dame tu mano.
—¿Qué?
—Que me des la mano —insistí mientras la extendía hacia él—. Es un trato formal. Así es como se cierran los grandes negocios en algunas partes del globo terráqueo, ¿no lo recuerdas? ¿En dónde tienes la cabeza durante las clases de Economía?
Su expresión subsecuente no podría comprarse ni con todo el oro del mundo. Jamás podré olvidarla, tampoco creí que alguna vez se repitiera.
Seguro se estaba arrepintiendo por considerar que mi mano no estaba limpia. Restregué la palma un par de veces en mi playera para reforzar el punto y, tras una vacilación inicial, accedió a darme la suya.
Nos soltamos una milésima de segundo después, luego de darnos un leve apretón. Me estremecí al contacto con su piel y no pude evitar observar ensimismada aquella preciosa mano pálida que se aferraba a la mía por primera y quizá última vez. Estaba sudando, no le di importancia. Me preguntaba si había logrado meterlo en apuros.
—Y a todo esto, ¿quién crees que hubiera ganado? —pregunté curiosa.
—Yo, por supuesto.
Levi se había ofrecido a llevarse la canasta con la ropa limpia luego de ayudarme a doblarla. Agradecí mentalmente que solo hubiera elegido piezas del uniforme deportivo y playeras. Al pasar por el umbral de la puerta, no pude evitar sonrojarme debido a la expresión maliciosa que me dedicaba. Al menos estaba segura de que Levi no la notó.
—Me alegra que hayan arreglado sus diferencias, lucen más radiantes cuando no están peleando —comentó Hange en cuanto entramos a la habitación.
—Deben saber, par de amargados —nos agarró por el cuello. Yo la dejé continuar, pero Levi se resistía—, que si no se contentaban a la buena, iba a obligarlos a quedarse en una silla hasta que hicieran las pases y estuvieran felices, si es que alguna vez pueden llegar a estarlo. Lo digo especialmente por ti, enano.
—Tch, hueles asqueroso. Suéltame de una buena vez o voy a patearte y te dejaré en el suelo —la amenazó.
«No lo subestimes Hange, sabes que puede hacerlo», pensé.
—Ay, cuánta agresividad —se quejó una vez que él pudo liberarse.
—Te odio con cada centímetro de mi cuerpo. —La fulminó con la mirada.
—Esos no son muchos centímetros —vociferó Hange. Esta vez ya no pude contener la risa.
—Por cierto, Hange —retiré su brazo, que seguía sosteniéndome—, ¿cuánto tiempo hice?
—Unos gloriosos sesenta y tres segundos con siete décimas —exclamó.
—Genial, pude haberlo hecho mejor. —La señalé con el índice y ella pareció concordar—. Oye, ¿quién crees tú que hubiera ganado? —pregunté en afán de molestar a Levi. Surtió efecto al instante, pues me dirigió una mirada soez.
—Kim, espero que no vayas a asesinarme por lo que estoy a punto de decir, pero estoy convencida de que tú lo habrías alcanzado unos segundos después de que te dejara atrás, y… habrían terminado en un empate —especificó. La verdad es que no esperaba que me dijera aquello.
—Deberías ser comentarista de deportes, aparte de que no sabes cuándo cerrar la boca, pareces tener la capacidad de predecir el futuro —dijo Levi en son de burla.
—Oh, vamos. ¿No me crees capaz de ganarle limpiamente? —intervine.
—Podríamos repetirlo en alguna otra ocasión —sugirió él.
Y por primera vez desde que nos conocemos, Levi aceptó de buena gana quedarse a cenar con nosotras; no hubo necesidad de amenazarlo.
—Él es como un diamante en bruto. Tiene el potencial para convertirse en un novio magnífico, solo necesita encontrar a alguien que esté dispuesta a pulirlo con paciencia y cariño.
Las palabras de Hange irrumpieron en el silencio de la habitación. Ya habíamos apagado las luces y avanzamos dando traspiés hasta llegar a nuestros respectivos cuartos.
—¿Qué quieres decir exactamente, Hange? —pregunté con voz trémula, en miras de darle luz verde para que prosiguiera con su explicación.
Ella se emocionaba con ese tipo de declaraciones, y ahora yo tenía un motivo de peso para unirme a su regocijo. Emitió una risa comprensiva que generó un ambiente anegado de confidencia.
—Kim, no te hagas la desentendida. Tal vez no pueda verte en medio de la oscuridad, pero algo me dice que justo ahora tienes una de esas muecas extrañas dibujada en tu rostro.
—¿Una sonrisa? —Concordaba en que había sido una deducción perfecta—. Vaya, él tiene razón, eres adivina. Dime una cosa, Hange. —Coloqué los brazos detrás de mi cabeza mientras hacía remembranza de los hechos—. No tuviste algo que ver con su decisión de ir a buscarme, ¿o sí?
—Y cómo iba a hacerlo, si en cuanto te diste la vuelta fue detrás de ti. No les vi ni el polvo a ninguno de los dos —notificó.
—¿Me siguió? ¿Pero cómo? Estoy segura de que demoré más o menos una hora encerrada antes de ir a la lavandería.
—Sí, lo encontré recargado en esa ventana donde sueles sentarte durante horas, probablemente pensó que no tardarías en llegar. Creo que se sorprendió cuando le mencioné que estabas limpiando con el fin de tranquilizarte y le pedí que no te interrumpiera.
—¿O sea que me estuvo esperando? —Eso explicaba por qué sabía justo en donde hallarme—. Entonces, ¿por qué dijo que había estado buscándome?
—Probablemente nunca lo sabremos, aunque dice mucho del tipo de persona que es, ¿o tú qué opinas? Admito que cada vez me cae mejor —anunció con su voz cantarina.
—Sí, igual a mí.
De: Levi Ackerman levi_ackerman
Fecha: 10.09.2020
Para: onlooker_01
Asunto: Reporte 002, Caso KT-PCA
Continúo con la investigación de cerca. A pesar del lento progreso debido a unos cuantos inconvenientes, puedo decir que el terreno ya ha sido removido; solo se requiere cierto empeño para trabajarlo.
Definitivamente, no se ubica ni de cerca a lo que yo había conjeturado. Demasiado distraída y descuidada. No encaja en el perfil descrito, mas no estoy en posición de juzgar la decisión de clasificarla del modo en que lo han hecho.
A medida que la voy conociendo, aumenta mi impresión inicial de que está ocultando algo, y no me refiero únicamente al motivo por el cual la sigo. La falta de congruencia entre su actitud y su forma de actuar le han añadido un toque de dificultad a mi labor, empero, nada que no pueda ser subsanado a la brevedad.
Su modus operandi es tan impulsivo que me lleva a concluir que debe haber dejado una pista que podría acercarme a la verdad. Planeo infiltrarme en sus aposentos y valerme de la insensatez que corre por las venas de las personas cercanas a ella con el fin de obtener una prueba tangible.
Anteriormente mencioné que lo que he aprendido son meras especulaciones relativas a mi percepción y que, por lo tanto, no debían tomarse como hechos hasta que no los compruebe por mí mismo. Dicha idea sigue siendo relevante en el contenido de este reporte.
El otro asunto del que necesitaba hablarles es referente a mi dotación. Desconozco lo que haya ocurrido, pero debo constatar que el que me enviaron no es como el que prometieron. Los efectos cesaron en breve, e incluso noté una reacción alérgica que ocasionó que se replicara el mal que pretendía curar.
Solicito una nueva evaluación médica, opino que podría tratarse de un padecimiento de recién aparición que me está impidiendo absorber los beneficios a plenitud.
Quedo al pendiente de sus comentarios.
