Capítulo 22| La víspera del Festival: ejercicio de confianza

Me criaron pensando que todos nacíamos con cierta inclinación artística que comenzaba a desarrollarse durante la niñez, aunque muchos la abandonaban al llegar a la vida adulta.

En cualquiera de sus variantes, ya fuera dibujo, pintura, escultura, música, danza, cine, o teatro, las artes habían existido para ayudarnos a expresar aquellos sentimientos que no podían evidenciarse con palabras. Dicha apreciación contribuía a mantener el equilibrio en una sociedad que limitaba la inteligencia el hecho de saber interpretar complejas operaciones matemáticas.

Estuvimos de acuerdo en acudir a todos los ensayos, que tendrían una duración de aproximadamente una hora, por tres veces a la semana, o incluso podíamos repetirlos por nuestra cuenta si lo estimábamos necesario.

La fecha de la presentación estaba a la vuelta de la esquina, y el entusiasmo reinaba en el ambiente. Al menos así fue durante las primeras semanas, porque conforme pasaba el tiempo, me enteré de que más de uno contempló la posibilidad de echarse para atrás, aunque nadie llegó a concretarlo.

Terminé enamorándome de la pieza musical que habían elegido, se posicionó entre los primeros lugares de mi lista de canciones favoritas. Al final, no me quedó más remedio que admitir que Petra tenía buen gusto en varios aspectos que no me molestaban si dejábamos a Levi fuera.

La mayoría había accedido a formar parte de la actividad, por lo que éramos un total de doce parejas. Quienes no encontraron acompañante entre los miembros de mi clase no tardaron en hacerlo con amigos de otras carreras. Nos convertimos en un pequeño grupo megadiverso, que pasaba gran parte de su tiempo libre encerrado en el aula de medios audiovisuales.

Con el fin de distribuir el espacio de manera equitativa, decidieron que nos acomodarían formando un círculo. Los más próximos a Levi y a mí eran Auruo y Petra, en el lado izquierdo, mientras que por el lado derecho se encontraban Marlowe y Hitch.

Luego de que Frieda realizara la demostración inicial de la coreografía, una bocanada de aire se instaló en mi pecho, formando una obstrucción que no me dejaba respirar adecuadamente.

Comencé a agitarme y, para colmo, mis músculos se quedaron rígidos. Bajo esas condiciones, pedirme que me moviera con soltura era un acto cruel. Mi único consuelo era el desinterés de Levi en medir como reaccionaba, así que pude sufrir en la comodidad del anonimato.

Señalaron que entraríamos a la pista mediante mismo carril para dirigirnos hacia nuestros respectivos lugares. Frieda hizo hincapié en que no debíamos perderlo de vista, ya que era el punto de referencia al que debíamos acudir en caso de que nos costara medir la distancia entre uno y otro.

Los primeros en la fila debían ser aquellos que se ubicarían en el extremo contrario, de este modo evitaríamos romper con el orden y andar chocando. Nos teníamos que colocar frente a frente, a una distancia considerable para dar margen a avanzar dos pasos y romper con la lejanía.

Al principio, dudé bastante en acercarme a él. En el fondo, lo deseaba, pero en seguida me di cuenta de que este era el tipo de anhelo cuyo cumplimiento me causaba un temor insano. Cualquiera sentiría pánico de hacer el ridículo frente a la persona que le gusta, yo no era la excepción.

Tras vacilar unos breves instantes en los que me dejó claro que no se iba a andar con niñerías, decidí acatar las instrucciones sin rechistar.

En lo que aparecía la tercera repetición de la nota del piano, dábamos un paso hacia adelante y nos inclinábamos en una reverencia solemne. Para la cuarta nota, ya debíamos estar en posición de «listos», la cual incluía colocar mi mano encima de su hombro y que él pusiera la suya en el mío, mientras uníamos las que quedaban libres.

Que me tomara de la mano era un acto sublime, uno que quizá tampoco se repetiría luego de la presentación, así que me propuse disfrutarlo a plenitud.

El roce con su piel me causaba escalofríos, casi siempre estaban heladas. Por alguna razón, se me vino a la mente el recuerdo la vez en la que pude admirar su figura sin el impedimento de la camiseta, a pesar de que no cedí a la tentación de tocarlo.

Hasta entonces, no me había dado cuenta de que sus hombros eran más firmes de lo que parecían, lo cual no era un punto a mi favor. Aplicaba demasiada fuerza al sujetarme, y eso me fastidiaba.

Si Hange me viera, no se habría aguantado las ganas de reír. Mis intentos por ocultar lo agobiada que me sentía al estar tan cerca de él fueron deplorables, mas no me di por vencida.

Él fue mi motivación desde mucho antes de que me propusiera hallar una forma de apagar el fuego sin causar daños colaterales. Todavía no podía creer que de verdad hubiese encontrado el remedio dentro del mismo inconveniente.

Sobre ellos recaía la responsabilidad de marcar el compás, lo que me quitó un enorme peso de encima. Mi torpeza me convertía en la menos adecuada para llevar la batuta. A él no pareció molestarle en lo absoluto.

Cuando él extendía la pierna derecha hacia adelante, yo tenía que flexionarla hacia atrás, y viceversa. Esto requería de una coordinación casi perfecta entre ambos. En mi caso en específico, implicaba que ejerciera el dominio total sobre mis dos pies izquierdos. Sabía que si fallaba, corría el riesgo de terminar en el suelo.

Resultó que teníamos que dibujar una especie de rombo en el suelo, con el fin de dar un giro de 360° y regresar a la misma posición en la que estábamos. Al menos así fue como Frieda logró que yo lo entendiera, porque cuando lo representó, el movimiento fue tan rápido que mis ojos no alcanzaron a procesarlo, ni en la segunda, mucho menos en la tercera ocasión.

El siguiente paso era aún más complicado de imitar. Se trataba de una especie de vuelta en la que yo quedaba enredada entre sus brazos, a su merced, literalmente.

No le agradaba del todo, lo veía en su expresión impasible y en el prolongado suspiro que emitió luego de comprenderlo. Aun así, me demostró que su determinación era mayor que cualquier ápice de vergüenza que pudiera desarrollar, y en seguida logró dominarla.

Entonces, tomados de las manos, teníamos que estirar los brazos, simulando el movimiento de empujar el agua al nadar. Los juntábamos un par de veces, e intercambiábamos lugares.

La parte catastrófica, que estuvo presente en mis pesadillas desde que nos lanzaron la convocatoria, terminó cumpliéndose. Se trataba de una secuencia que requería que él colocara su mano en mi cintura para guiarme en una vuelta similar a aquella en la que trazaba un rombo en el suelo, seguida de una inclinación lateral.

Ese fue el detonante para que mi mente colapsara. Mis mejillas no colaboraron, y su mirada esquiva tampoco. La única forma en la que conseguimos dominar aquella sensación fue mediante ignorarnos mutuamente.

Aquello me causaba un profundo dolor, aunque reconocía que las cosas no iban a surgir de manera espontánea hasta que confiáramos por completo el uno en el otro.

La última parte era similar al comienzo, en donde nos desplazábamos por toda la pista, formando un círculo. En cierta nota de la canción, los giros cesaban. Dábamos unos cuantos pasos firmes hacia los lados, y nosotras finalizábamos en un movimiento de extensión del torso hacia la parte de atrás, inducido por ellos.

En este último, su cuerpo se inclinaba sutilmente encima del mío, de tal forma que su cálido aliento se abría paso a través de mi cuello, terminando con la poca estabilidad mental que me quedaba.

Eso era todo. Perdí la cuenta de las veces que me había regañado a mí misma por haber considerado que sería fácil. ¿Qué podría salir mal si nos habíamos empeñado en destinarle todos nuestros esfuerzos?

Tiempo después, cuando ya dominábamos la coreografía, Petra nos pidió que permaneciéramos en el aula unos minutos al final del ensayo, con la intención de afinar algunos pormenores.

—¿Cómo van con su vestuario? ¿Ya lo consiguieron? —preguntó ella.

—Yo sí —respondió Hitch.

—Yo igual —concordó una chica que supuse era la novia de Erd.

Los demás asintieron sin decir una palabra.

—Nosotros también —continuó Levi.

—Por supuesto que ya lo consiguieron. Es la segunda vez que van a usarlo, ¿no es verdad? —afirmó Hitch, valiéndose de una mirada sugerente.

Comprendía por qué había decidido pronunciarse, sin embargo, yo no estaba de ánimos para entrar en discusiones. Tal parecía que aquel asunto aún permanecía fresco en la mente de algunas personas.

—Cierto. Un vestido tan bonito no debería quedarse guardado en el armario. —Le guiñé el ojo. Ella me correspondió con una sonrisa maliciosa, no sin antes cerciorarse de que Petra nos hubiera escuchado.

Me enorgullecía haber dicho lo primero que se me ocurrió.

Algunas compañeras obstruyeron mi campo de visión, por lo que ya no pude observar la cara que puso Petra. Hitch era de esas personas a las que les gustaba ver arder el mundo, sin importar el efecto a largo plazo. Compartíamos más ardides ocultos de los que hubiese imaginado.

Más tarde, cuando terminamos de ensayar, Hitch me interceptó en los vestidores.

—Hey, tu cabello ya está bastante largo —señaló con un atisbo de sinceridad, que no era común de ella. Incluso comenzó a acariciarlo un poco más arriba de las puntas.

No tenía intenciones de detenerla, nos habíamos convertido en una especie de aliadas a raíz de que descubrió que Levi me gustaba y no se lo dijo a nadie. El enemigo de mi enemigo es mi amigo.

—Sí, es el resultado de no haberlo cortado durante varios años —respondí con un atisbo de orgullo.

—Eso es genial. Supongo que el mío tardará más que eso —cuchicheó mientras tomaba un mechón de su cabellera entre los dedos—. ¿Te estás divirtiendo?

—¿Por qué lo dices? —Fingí no estar interesada en el siguiente comentario.

—Te ves feliz.

¿Y cómo no iba a estarlo, si pasaba gran parte de mi tiempo en los brazos de aquel que tenía mi alma pendiendo de un hilo?

A esas alturas, ya nadie hablaba sobre el incidente de la foto. Se podría decir que habíamos pasado de moda.

De igual forma, Levi solía interceptar a quienes descubría mirándonos con insistencia. Les preguntaba con arrojo si tenían algún problema, para después tomarme de la muñeca y obligarme a ir a otro sitio.

—Ustedes hacen un gran trabajo en equipo. Digo, el idiota de Marlowe todavía no entiende cómo hacer el giro ese donde nos sujetan por ambos brazos —bufó con desgano. En cambio, Levi lo dominó en seguida.

—No es tan difícil. Quizá deberían analizar el video en cámara lenta —sugerí.

—Para ti es fácil decirlo porque Levi se mueve como un experto. ¿Acaso ya había tomado clases?

—Mmm… No lo creo.

Él tenía acertado éxito en cada una de las actividades que realizaba, no era la única que lo notaba. Aunque, pensándolo bien, ya le había descubierto una complicación notoria al momento de expresarse.

—¿Entonces cómo logran moverse con tanta naturalidad?

—¿Logramos?

—Sí. Si no fueran buenos, Frieda no se la pasaría poniéndolos como ejemplo.

Era verdad. A medida que se agregaba un paso nuevo, Levi y yo lográbamos sincronizarlo con los que ya habíamos aprendido.

Ella acostumbraba pedirle a los demás que se fijaran en cómo lo hacíamos, desde el movimiento de los pies hasta la manera de sujetarnos el uno del otro. Tantas miradas sobre mí resultaban intimidantes, pero esa incomodidad se contrarrestaba al visualizar mi objetivo. Nunca antes me había complacido de estar en boca de todos.

—Ay, lo dices como si fuera la gran cosa —rechisté.

—¡Porque lo es! Dime cuál es tu secreto. —Cuando me sujetó por los hombros noté el entusiasmo por aprender en su mirada decidida.

—Me halagas, pero no hay ningún secreto.

—Eso es… imposible. —Parecía decepcionada genuinamente.

—Solo es cuestión de práctica. Recuerda que esto es en parte un ejercicio de confianza mutua. Podrías empezar por dejar de llamar idiota a tu compañero cada cinco minutos, quizá funcione.

En ocasiones, le pedía a Levi que nos quedáramos en el gimnasio para seguir practicando aquellos pasos que aún se me complicaban. Si quería ponerme a tono con él, tenía que esforzarme al máximo.

Nuestros pasos resonaban en las paredes, y el hecho de que el salón estuviera vacío aumentaba el volumen del eco de forma considerable.

—Uno, dos, tres, cuatro, giro. Uno, dos, tres, cuatro, giro. Regresa… ¡Regresa! —protesté.

La naturaleza del ambiente ocasionó que el grito rebotase en mis tímpanos. Tuve miedo de que fuera a responderme de manera agresiva.

—Ya sé que debo regresar, mocosa, no tienes que recordármelo—. Su tono de voz evidenciaba que le molestó la observación, y la forma de contrarrestarlo fue dándome la vuelta con brusquedad.

—¿Entonces por qué no lo haces a tiempo? —Mi adolorido hombro no me permitió expresar toda la furia.

—Lo hago a tiempo, eres tú la que no me está siguiendo el ritmo —espetó.

—¡No es verdad! Me he aprendido los pasos de memoria. Créeme cuando te digo que sé exactamente dónde se realizan los cambios.

Traté de modular mi entonación, pues lo último que quería era que terminásemos en medio de una acalorada pelea. Todavía lo necesitaba, y de buen ánimo.

—Ese es tu mayor problema, lo sobrepiensas.

—No lo hago.

—Lo haces —insistió—. Te esmeras tanto en buscar la perfección que pasas un detalle por alto.

—¿Y ese es?

—Debes relajarte. No lo pienses demasiado, solo…

—«Tengo que dejarme llevar», ya lo sé —lo interrumpí mientras me llevaba la mano a las sienes—. No te entiendo —bufé con desgano—. Dijiste que teníamos que ser los mejores.

—Sí, eso dije.

—¿Y entonces? —Apoyé las manos en la cintura. Me impacientaba la falta de respuestas ante aquel dilema. —Es justo lo que trato de hacer. Deberías estar de mi lado.

—Lo sé. Pero te lo tomas muy en serio. Te preocupa tanto la aprobación de los demás que no logras moverte con soltura —declaró.

Tal vez estaba en lo correcto: buscaba la aprobación de todo el mundo, menos la mía. Aunque me costara admitirlo, él tenía un argumento válido que debía poner en consideración.

—¿Alguna brillante recomendación? Soy toda oídos.

—Piensa que nadie estará observándote, justo como ahora. Yo me encargo del resto. Podemos hacerlo.

No era consciente de la confianza que me inspiraba cuando se ofrecía a resolver mis problemas, siempre sabía qué decir.

—Claro que podemos —Asentí—. Una vez más.

Me di la media vuelta para regresar a la posición inicial, y mi rostro no volvió a mostrar preocupación durante el resto del día.

—No cabe duda que en esta escuela proliferan los chismes. Uno no puede pasar un rato con un amigo porque ya andan pensando de más —concluí mientras rodaba los ojos.

Hange me había puesto al tanto de los rumores que protagonizaba, cuando era lo que querría evitar. Resultaba irónico que ella se hubiese convertido en la portadora de uno de estos.

—Pero Kim, ¡es verdad! Todos dicen que ustedes son los mejores. Y yo creo saber a qué se debe. —Me guiñó un ojo.

—¿Ah, sí? Pues no deberías prestar atención a todo lo que dicen. —Dado que le respondí con cierta incredulidad, su alegría se desvaneció, aunque no al grado de hacerla dimitir de seguir con su plétora.

—Es gracias a que lograron sincronizar —exclamó con una de esas terroríficas sonrisas que advertían la llegada de un disparate.

Yo ya había logrado «sincronizar» con una persona de mi pasado, y no resultó tan emocionante como ella se empeñaba en creer. Hange no lo habría entendido; yo tampoco tenía modo de explicárselo sin que sonara antinatural.

—Dime algo que no sepa, eso ya lo he escuchado miles de veces durante los ensayos.

—Oh, no. —Negó con la cabeza en repetidas ocasiones—. Tú hablas del hecho de que logran emparejar sus movimientos al ritmo de la música. Yo me refiero a una conexión diferente, una que va más allá del ritmo.

Quizá sí estábamos en la misma sintonía.

—Por Dios... Aquí vas de nuevo con tus locas teorías. ¿Es que nunca te cansas? —suspiré en señal de derrota, mirando hacia las nubes. Pensé en lo afortunadas que eran de estar lejos del alcance de Hange.

—No, a menos que tú pongas de tu parte.

—Ya habíamos hablado de eso. Tu brillante deducción se remonta a que se siente a gusto conmigo. Por fin logramos confiar el uno en el otro, por eso "conectamos" —simulé las comillas con mis dedos— como tú dices.

—Amiga, ¿hasta cuándo vas a seguir negándolo?

—¿Negar qué?

—Kim, ustedes tienen una conexión especial —declaró con voz dulce, generándome una extraña sensación de calidez en el pecho, que de inmediato fue reemplazada por escepticismo.

Nah.

—¡No te hagas! Sé que muy en el fondo lo reconoces. —Recargó los codos encima de la mesa de madera. Era su forma de indicar que la conversación iba para largo.

—Eso sería grandioso —reconocí con un toque de nostalgia, mientras acunaba la mejilla sobre una de mis manos.

—Querrás decir que es grandioso —alegó.

—No lo es, Hange. —Mi especialidad era romper con el encanto. Lo estrepitoso de la caída era proporcional a la altura que se elevaba mi nube—. ¿Sabes? Admito que he disfrutado que me relacionen con él en ese sentido, pero ya es hora de que todo el mundo, incluida tú, se detengan.

La forma en que se habían desarrollado nuestras interacciones hizo que me preguntara en qué momento habíamos llegado hasta aquí. Sin embargo, me abrumó pensar que no trascenderíamos, y que él era el único con la capacidad de decidirlo.

Me gustaría intervenir en la elección que me competía por obvias razones, aunque no sabía cómo. Ni siquiera tenía idea de si podría funcionar.

—Pero…

—No quiero hacerme falsas ilusiones, ¿de acuerdo? Creo que no hace falta recordarte que tengo un equipo bajo mi supervisión, una actividad en el festival, una importante carrera y la semana de exámenes dentro de poco. —Enumeré con los dedos—. Lo último que necesito ahora es hundirme en la tristeza de no ser correspondida por mi amor imposible.

—Kim, creo que te estás adelantando demasiado.

Admiraba su paciencia, solo que mi determinación a evitar el sufrimiento innecesario aún no llegaba a su fin.

—Hange, por todos los cielos. Yo ni siquiera sé si él me ve como yo a él. —El pesimismo ya se había adueñado de mis palabras. Ella pretendió rebatir, aunque yo me le anticipé—: Y ni creas que voy a ir a preguntárselo. ¿Por qué la repentina insistencia? —Se quedó callada, meditando—. Por cierto, ¿cómo vas tú con aquel asunto?

—Yo… Voy bien. —Se sorprendió de que lo mencionara.

En realidad, no debió extrañarle. Era el mismo interrogatorio al que me estaba sometiendo.

—¿«Bien» a secas?

Tenía entendido que yo no era la única con sentimientos sin resolver. Mis sospechas tenían fundamento, y uno sólido. Hange se debatía entre darle rienda suelta a las palabras o mantenerlas para sí. Su media sonrisa me lo confirmó.

—Vaya… No sé qué decir. —Me tapé la boca con ambas manos. No podía contener mi alegría—. ¡Eso es maravilloso!

—No esperaba que me invitara al baile, sinceramente. Me ha tomado desprevenida.

—Con mayor razón hay que vernos espectaculares. —Le guiñé un ojo, de lo cual me arrepentí cuando me devolvió una mirada traviesa, producto de su sexto sentido—. ¿Qué sucede?

—¿Acaso no piensas decírselo nunca?

—No en esta vida.

—Oye, yo creo que…

—Sin creencias, Hange.

Yo no actuaría a menos que viese una señal directa. Y aunque así fuera, no sería yo quien se le declarara.

—Bueno, en eso último si estamos de acuerdo. A medida que lo voy conociendo mejor, he logrado entender que ustedes no son tan distintos. Ambos necesitan un empujoncito… Pienso que Erwin podría ser de gran ayuda.

—Nada de empujones —le aclaré—. Si él va a ser para mí, el universo hallará la forma de emparejarnos. De otro modo, estoy dispuesta a aceptar la derrota inminente. Y no, esto no cuenta.

—En ese caso, hay algo que podrías hacer para liberarte de la presión sin que tengas que ser tan directa —insinuó, un poco más tranquila.

—Sí, es verdad. Puedo liberarme de esas cadenas sin exponerme a su rechazo. —Nuevas posibilidades iluminaron mis sombríos pensamientos—. ¿Por qué no empezaste por ahí?

Por fin, tras un montón de peripecias de diversa índole, llegó el tan ansiado día del festival.

Algunos maestros nos permitieron saltarnos la hora de su clase para continuar con los preparativos. Petra insistió en que no nos haría daño ensayar por última vez, la cual creí fue la mejor decisión que pudo haber tomado en su vida. Quizá la única.

La sugerencia que me había hecho mi amiga días atrás fue lo que me impulsó a tomar una pluma y un trozo de papel una vez que nos concedió la libertad de ir a prepararnos.

Comencé a escribir, sin darle tiempo a mi cerebro para ordenar las ideas. No quería darle tantas vueltas, porque a veces el exceso de planeación resultaba contraproducente.

Me arrepiento de la forma tan estúpida en que nos conocimos...

No. No era lo mejor que me pudo haber ocurrido.

Me arrepiento de ser tan...

Tampoco. Le hacía falta expresividad. «Vamos, piensa», me regañé.

Me arrepiento de gastar todas mis energías admirándote desde las sombras, ya que resulta obvio que no te fijarías en mí ni en un millón de años. A pesar de la cercanía que hemos experimentado recientemente, no puedo dejar de sentir que te encuentras fuera de mi alcance.

Me gustas, L. A. Me gustas desde el momento en que pusiste un pie dentro del salón en aquella mañana de verano, con ese rostro impasible, rodeado de un aura de misterio.

No podría explicar la magnitud de lo que me haces sentir, aunque sé que es real. Cuando tomas mi mano, es como si el mundo a mi alrededor se congelara, quedando solamente tú y yo, y empiezo a imaginar cómo sería mi vida si estuviéramos juntos.

Pero no te lo puedo decir de frente, perdóname por ser una cobarde. Ojalá que algún día te dieras cuenta de que lo que siempre has buscado tal vez se encuentra justo delante de ti.

Justo después comencé a vituperarme respecto a aceptar la influencia de Hange. Al menos él nunca sabría que fui yo. Qué bueno contar con el «anonimato» de la noche.