Ainz se teletransportó al noveno piso, cerca de su oficina. Desde allí, pudo ver la puerta de madera maciza, adornada con intrincados grabados, que estaba entreabierta, dejando ver el interior iluminado por candelabros que colgaban del techo.
Fuera de la oficina, una sirvienta esperada, vestida con un uniforme de seda negra adornado con encajes blancos. Al verlo acercarse, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto, manteniendo la postura hasta que su señor terminara de cruzar la puerta. Al entrar, fue recibido por otra sirvienta, igualmente vestida, quien lo saludó con una leve sonrisa mientras hacía una reverencia.
Ainz avanzó hacia su escritorio con la sirvienta siguiendo sus pasos con gracia. Al llegar, se sentó en su silla, y las sirvientas se quedaron en silencio cerca de la puerta, observando cada uno de sus movimientos.
Sin previo aviso, Ainz levantó la vista de los documentos y, con una voz tranquila, habló.
Ainz: Necesito unos momentos de privacidad... así que podrían esperarme afuera.
Las sirvientas se miraron sorprendidas. Sin embargo, rápidamente recuperaron la compostura y, con una ligera inclinación de cabeza, asintieron respetuosamente.
Cuando Momonga finalmente se quedó solo en su oficina, miró a su alrededor con cautela. Sus ojos recorrieron cada rincón de la habitación, evaluando si sería lo suficientemente seguro para soportar lo que estaba a punto de suceder. Sabía que había tomado todas las precauciones necesarias, pero, aún así, no podía dejar nada al azar.
Se había quitado casi todos los anillos que llevaba, quedando solo uno de los diez originales. De su dimensión de bolsillo, sacó una pequeña caja de madera ornamentada. Al abrirla, encontró nueve anillos listos para usar, idénticos entre sí y resplandecientes bajo la luz de los candelabros. Cada uno de ellos estaba diseñado para cumplir la misma función que el anillo que todavía llevaba puesto, aunque en menor escala: suprimir su energía mágica y su influencia sobre el entorno, ocultando el verdadero poder del portador y mostrando estadísticas falsas. Aunque no eran tan eficientes como el anillo de Momonga, al menos ayudarían a Ainz.
Con cuidado, Ainz se colocó los anillos en sus dedos, sintiendo cómo se activaban al contacto con sus dedos esqueléticos. El peso mágico se repartió uniformemente entre los diez anillos, cada uno ajustándose a su propósito de suprimir su energía y ocultar su verdadero poder.
Luego, Ainz comenzó a crear barreras mágicas a su alrededor. Convocó múltiples capas de escudos, cada una formando una protección adicional por si los diez anillos no eran suficientes para contener su poder.
Una vez que estuvo seguro de que todas las medidas de seguridad estaban en su lugar, Ainz tomó un momento para prepararse mentalmente.
Ainz comenzó a mirar su orbe rojo. Desde su llegada al Nuevo Mundo, el orbe había dejado de ser un simple artículo que portaba; se había convertido en algo mucho más especial. Con el paso del tiempo, el orbe no solo ganaba más poder, sino que Ainz sintió que la esencia de su ítem mundial se había fusionado con él, esa fusión era como si una corriente invisible de poder fluía entre ellos, incluso sentía como el orbe. . se había convertido en un aspecto fundamental del nuevo mundo.
Ainz deslizó su mano esquelética hasta tocar su orbe, sintiendo la superficie fría y pulida como si fuera un cristal. Al hacer contacto, una serie de imágenes se formaron en su mente: campos de batalla, una ciudad sumergida en la oscuridad y, un trono solitario en lo alto de una montaña de cadáveres. Era como si el orbe estuviera transmitiendo fragmentos de memorias antiguas, memorias que pertenecían a un tiempo y lugar diferentes.
Para activar el orbe, Ainz cerró los ojos y se concentró. Sentía el flujo de magia en su cuerpo sincronizándose con el del orbe, como dos ríos que convergen en uno solo. Visualizó una corriente de energía mágica envolviendo el orbe, como si estuviera despertándolo de un profundo letargo.
Un aura intensa de color rojo comenzó a emanar del cuerpo no muerto de Ainz. Inicialmente, la energía fluía en pulsos suaves, como ondas de calor que distorsionaban el aire que estaba contenido dentro de la barrera. Sin embargo, cada vez que estas ondas de aura escapaban de su forma esquelética, se congelaban en el aire por un breve instante antes de desvanecerse casi por completo.
Los diez anillos estaban cumpliendo su función, aunque uno de ellos había comenzado a resquebrajarse. Las pequeñas auras rojas que lograban escapar, incluso a través de las barreras, eran lo suficientemente poderosas como para hacer que los objetos más cercanos dentro de la barrera empezaran a temblar. El suelo de piedra bajo sus pies comenzó a mostrar finas grietas que se expandían lentamente
De repente, su aura comenzó a descontrolarse, girando violentamente a su alrededor. Los anillos empezaron a rajarse, emitiendo crujidos y las barreras habían comenzado a rajarse, y solo unos instantes después, las barreras fueron destruidas.
Ainz sintió un dolor punzante que no debería ser capaz de sentir como no-muerto, Su mente comenzó a nublarse, dominada por la confusión y el sufrimiento. El aura se expandió bruscamente, estableciéndose como una fuerza destructiva que arrasó con todo a su alrededor. Las sillas fueron reducidas a astillas, y el escritorio fue cortado en varias partes. Con cada segundo que pasaba, el dolor se intensificaba, y Ainz gritaba, sintiendo cómo la razón lo abandonaba lentamente.
Justo en ese momento apareció Albedo cerca de la oficina de su señor para entregarle algunos informes que estaba en sus manos, se detuvo de repente al escuchar gritos desgarradores provenientes del interior de la oficina de su señor. Esos gritos pertenecían a una voz que ella jamás olvidaría: la voz de su Señor. Su corazón se detuvo un instante por el miedo, pero rápidamente, sin pensarlo dos veces, corrió hacia las puertas y las abrió con tanta fuerza que las manillas de la puerta se rompieron bajo sus manos, haciendo que las puertas se tambalearan y crujieran al abrirse. . .
Albedo buscó rápidamente a su señor con la mirada, sus ojos dorados llenos de venas rojas. Todo su cuerpo temblaba de desesperación, mientras su respiración se aceleraba. Detrás de ella, las sirvientas también estaban inquietas, observando con preocupación tras escuchar los gritos desgarradores.
Al entrar, Albedo vio a su señor Ainz, arrodillado en el suelo con ambas manos apoyadas sobre el piso. A su alrededor, auras de un rojo intenso giraban descontroladamente, destrozando todo a su paso.
Albedo: ¡No avancen... retrocedan!
Gritó Albedo. Las sirvientas se sintieron un poco asustadas, pero dieron un paso atrás inmediatamente, quedándose a las afueras de la habitación, listas para intervenir si se les necesitaba.
Albedo se acercó a su señor. Las auras rojas la golpeaban con fuerza, rasgando su piel a pesar de que ella era la que tenía la mayor defensa de todo Nazarick. Sentía cómo las ráfagas de energía cortaban su hermosa piel, dejando heridas que empezaban a sangrar. Su vestido, antes impecable, ahora estaba hecho jirones, y su rostro, marcado por finas líneas de sangre.
Albedo se acercó lo suficiente como para tomar las manos de su señor. Sus dedos temblaban mientras los cerraba alrededor de las manos de su señor, intentando aferrarse a él con fuerza. Sus ojos, normalmente llenos de devoción hacia el hombre que amaba, ahora estaban inyectados de un pánico que ella jamás pensó que sentiría.
Albedo: ¡Ainz-sama, Ainz-sama! ¡Responde, por favor! ¿Qué le está pasando... Responda!
Grito Albedo, su voz se sentía quebraba, pero incluso con ese miedo, no podía dejar de aferrarse a él. Las sirvientas detrás de ella, al ver la escena, también se acercaron a pesar de que las auras también las herían.
Los ojos de Ainz se encontraron con los de Albedo y las sirvientas, notando cómo su poder las hería. De inmediato, trató de controlar su poder, haciendo un esfuerzo sobrehumano para resistir. Sin embargo, el agotamiento fue demasiado, y cayó al suelo, arrastrando a Albedo encima de él.
Pasaron algunos segundos que parecieron eternos hasta que los gritos de Ainz finalmente se detuvieron. Pero lo que ocurrió a continuación dejó a todos atónitos.
Ante los ojos de Albedo y las sirvientas, el cuerpo de Ainz comenzó a transformarse de una manera sorprendente. Primero, una fina capa de carne comenzó a materializarse sobre sus huesos desnudos, extendiéndose como si creciera desde la nada. Los tejidos tomaron forma, cubriendo gradualmente cada hueso. Luego, los músculos emergieron, capa tras capa, creando un cuerpo.
Albedo se había quedado en shock, observa cada detalle de la transformación perfectamente en tan solo unos instantes. Aunque para ella una diferencia de las sirvientas, gracias a su agudo intelecto le permitió ver esos instantes como si fueron minutos eternos y así ver cada detalle de la transformación. Y fue también gracias a ese intelecto que pudo sentir como formaba algo debajo de ella.
Un bulto comenzó a formarse en la entrepierna de Ainz, creciendo rápidamente. Albedo lo sintió presionando contra su abdomen, el calor atravesando la tela de su vestido. A medida que el bulto se endurecía y crecía, rozaba su cuerpo, provocando un rubor intenso en sus mejillas durante unos instantes.
Las auras, antes salvajes y destructivas, comenzaron a desvanecerse lentamente, siendo absorbidas por el nuevo cuerpo de Ainz. Albedo observaba fascinada cómo la energía fluía hacia él, cómo cada centímetro de su piel y cada fibra de sus músculos se llenaban de un poder insondable. Cada detalle de su transformación era hipnótico, como si estuviera siendo esculpido por una fuerza divina.
Finalmente, dos enormes alas negras se desplegaron desde su espalda, extendiéndose con majestuosidad, casi envolviéndola a ella también en su oscuro abrazo.
Después de unos segundos, Ainz finalmente abrió los ojos. Su mirada se cruzó con la de Albedo y las dos sirvientas, quienes lo observaban en completo silencio, como si ni siquiera respiraran.
Entonces, Ainz vio el cuerpo de Albedo. Su piel, normalmente perfecta y prístina, estaba ahora herida, con cortes y quemaduras visibles.
Ainz: ¡Albedo... Albedo!
Grito Ainz, pero ni siquiera eso logró llamar la atención de las sirvientas. Albedo, por su parte, tampoco reaccionó. Permanecía inmóvil con sus ojos fijos en su señor, cautivada por el rostro de carne y hueso que estaba frente a ella. Parecía incapaz de creer lo que veía, como si cada segundo que pasaba temiera que todo fuera un sueño del que podría despertar en cualquier momento.
Albedo: ¡Ainz-sama! Usted... su cuerpo...
Por un momento, Ainz no sabe cómo reaccionar. Entonces, recordé que hoy iba a intentar transformarse en su forma de dragonoid. Miró hacia abajo y se observará a sí mismo. Su cuerpo estaba perfectamente esculpido; los músculos definidos como si fueran de metal. Tocó sus abdominales desnudos, que eran duros y fríos al tacto, como si estuvieran hechos de algún material desconocido. Era una sensación extraña. Luego, llevó una mano a su rostro y lo toco con cuidado. La transformación había funcionado, pero el desbordamiento de poder había sido más intenso de lo que esperaba.
Ainz se puso de pie lentamente, sintiendo la fuerza fluir por todo su ser. Junto a él, Albedo también se levantó, aunque con dificultad. Ainz la cargó con facilidad, como si no pesara nada, y se dirigió hacia las sirvientas que estaban cerca. Con cuidado, la dejó en el suelo junto a las sirvientas. Las tres estaban heridas, pero Albedo parecía la más afectada.
Ainz se quedó allí, observándolas, sin saber qué decir. No encontré las palabras adecuadas. A pesar de todo, no se sintió tan preocupado como debería. Algo dentro de él intentaba calmarlo, aunque eso solo debería funcionar en su cuerpo no muerto.
Ainz: Disculpen... No sabía que la transformación sería tan descontrolada.
Las palabras de Ainz sonaban llenas de arrepentimiento, aunque su rostro permanecía escuchando a su señor, Albedo y las sirvientas se apresuraron a acercarse.
Albedo: Ainz-sama, no es necesario que se disculpe... No es nada... Solo son unas heridas, nada grave.
Es como dice Albedo-sama – añadieron las sirvientas, apoyando las palabras de Albedo.
Ainz mira los cuerpos de las tres mujeres. La más dañada era Albedo, con cortes que marcaban su piel.
Ainz: Ya veo... Gracias por su dedicación. Pero debo hacerme responsable de esto... Quiero que se tomen algunos días de descanso... Descansen hasta que se recuperen por completo."
Las palabras de Ainz provocaron un pequeño estello de miedo en los ojos de las tres mujeres. En Nazarick, uno de sus mayores temores era no ser útil para su señor. La idea de ser obligadas a descansar y no poder servir a Ainz les parece más aterradora que cualquier herida. Para ellas, no hacer nada que beneficiara a su señor era como ser condenadas a la irrelevancia, algo para lo que no habían sido creadas.
Albedo: Podemos seguir trabajando, Ainz-sama. Solo son pequeñas heridas, algunos cortes, nada más.
Cixous y Foire también asintieron a su lado, ansiosas porque su señor les permitiera hacer algo, cualquier cosa. Querían ser útiles.
Ainz dejó escapar un suspiro. Algo que había notado en Nazarick era que a todos les gustaba trabajar sin descanso, incluso si eso significaba poner en riesgo sus propias vidas. No importaba cuán agotados estuvieran, siempre estaban dispuestos a cumplir la labor que les habían encomendado los Supremos.
Ainz: Son muy tercas... Pero mi orden es absoluta. Quiero que descansen hasta que estén completamente curadas.
Las tres mujeres agacharon la cabeza. No podía desobedecer a su señor, ni siquiera si eso significaba apartarse de sus tareas.
Ainz: Y también, no dirán nada sobre este nuevo cuerpo. Por ahora, solo ustedes lo saben, y quiero que así se quede.
Seré una tumba, Ainz-sama - dijeron al unísono las tres mujeres.
Ainz: Bien... ahora tenemos que tratar sus heridas...
(-)
Había pasado un día desde que Ainz se transformó en su forma de dragonoid, y desde ese momento no había dejado de sentirse preocupado. Antes, sus emociones se calmaban al instante, pero ahora parecían tomar más tiempo en estabilizarse. Mientras caminaba por el noveno piso de la Gran Tumba de Nazarick, se encontró con las sirvientas ocupadas en su labor, dejando el lugar impecable. Sin embargo, no solo estaban limpiando; los rumores corrían rápidamente entre ellas, como si fueran chispas prendiendo fuego en un bosque seco.
Cixous: ¿Escuchaste los últimos chismes? Dicen que Ainz-sama le dio un anillo de compromiso a Lady Albedo, ¡y no cualquier anillo! Es uno de esos que solo los Seres Supremos pueden usar.
Foire: Entonces, ¿es posible que Ainz-sama quiera casarse con Albedo-sama? Y si se casan, ¿no es probable que Albedo-sama tenga hijos?
En ese momento ambos recordaron, como su señor había conseguido un cuerpo de carne y hueso, uno después justo de entregarle un anillo a Albedo.
Cixous: ¿Dijiste hijos? ¡Es verdad! Si Lady Albedo se embaraza de Ainz-sama, tendríamos un príncipe. ¡Nazarick tendría un príncipe o una princesa!
Las criadas homúnculos seguían conversando, estaban tan perdidas en su conversación que no se dieron cuenta de que su señor, Ainz, las estaba escuchando desde hacía rato.
Ainz: Ujum…¿podrían repetir lo que estaban diciendo?
Las sirvientas se pusieron pálidas al instante, sorprendidas. No tenían idea de cuándo su señor había llegado tan cerca.
Cixous: ¡Lo sentimos mucho, Ainz-sama! No estábamos hablando de nada malo, solo comentábamos sobre cómo había tomado como esposa a Albedo-sama...
Ainz: "¿Cómo que tomé a Albedo como esposa? "¿De qué están hablando, Foire y Cixous?...¿Alguien me puede explicar eso? .¿Además por qué están limpiando, no les dije que descansaran hasta que se recuperaran ?
Ambas sirvientas se miraron y comenzaron a remangarse las mangas. En su piel clara, ya no quedaba rastro de cicatrices, ni siquiera una mancha. Afortunadamente, las heridas de Cixous y Foire habían sido mínimas, ya que Albedo no les permitió acercarse demasiado.
Cixous: Eh...ya estamos recuperadas Ainz-sama, nuestras heridas sanaron por completo...además, nosotras creímos que seríamos las más indicadas para limpiar, estamos guardando su secreto. y respecto a lo otro...escuchamos a otras sirvientas decir que Lady Albedo le comentó a Shalltear en la Sala del Trono que usted, Ainz-sama, le había dado un anillo que significaba su compromiso...
Ainz: "Es cierto que le di uno de mis anillos a Albedo, pero... ¿por qué tengo la sensación de que solo lo dijo para fastidiar a Shalltear?" —Ainz sugirió y luego añadió—. Por favor, no le digan nada de esto a los demás habitantes de Nazarick. Quiero que mantengan esto en secreto.
Cixous y Foire: ¡Claro, Ainz-sama!
Respondieron ambas sirvientas al mismo tiempo, inclinando la cabeza rápidamente.
Sin perder tiempo, Ainz se teletransportó a las afueras de la habitación de Albedo. Quería asegurarse de cómo estaba y, de paso, hablar con ella sobre los rumores que corrían entre las sirvientas. Tocó la puerta una vez, esperando escuchar algún movimiento al otro lado, pero no hubo respuesta. Volvió a tocar, esta vez un poco más fuerte, pero aún así nadie contestó.
Ainz: "Parece que no hay nadie adentro... Qué raro. Que yo sepa, Albedo ya terminó con sus responsabilidades por hoy. ¿Habrá pasado algo?"
En ese momento, Ainz empezó a preocuparse de nuevo. ¿Y si algo le había ocurrido a Albedo por su culpa? Las heridas que le había infligido el día anterior... ¿habrían empeorado? Sin pensarlo dos veces, abrió la puerta de golpe, pero que vio lo dejó en shock.
Albedo: ¡Ainz-sama, mi querido Momonga-sama... ahh... no se detenga! —
Gemía Albedo, completamente entregada al placer.
Casi sin pensarlo, cerró la puerta de golpe. Había visto algo que no debería haber visto. Por su parte, Albedo, al darse cuenta de que su señor la había descubierto, se apresuró a vestirse ya poner todo en orden antes de que él decidiera entrar de nuevo.
Ainz: "Esto... esto es más grave de lo que pensaba. Tengo que borrar esas imágenes de mi mente... espera, ¿era una bandera del gremio lo que estaba tirado en el suelo?".
Ainz respira hondo, tratando de calmarse. Sentía una mezcla de vergüenza, confusión y algo más que no podía identificar. Sabía que necesitaba hablar con Albedo, pero ahora todo se había complicado mucho más.
Albedo: Ainz-sama, ya puede entrar.
Dijo Albedo con una voz suave, casi seductora.
Ainz entró en la habitación intentando mantener la compostura. Aunque era un no-muerto, su mente aún conservaba algunos vestigios de su vida humana, y las imágenes de Albedo que acababa de ver provocaban en él sensaciones que hacía tiempo había olvidado.
Albedo: Lamento mucho que me haya visto en esas condiciones, Ainz-sama. Si me hubiera avisado que venía, me habría preparado adecuadamente para recibirlo, mi Señor.
Dijo Albedo, aunque sus palabras estaban cargadas de una mezcla de vergüenza y un toque de deseo apenas contenido.
Ainz: No te preocupes, Albedo. No fue culpa tuya, la culpa es mía por entrar sin avisar.
Albedo: No hay necesidad de disculparse, mi señor. Usted es el amo de la Gran Tumba de Nazarick, todo aquí le pertenece... incluido yo.
Albedo bajó la mirada, pero una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios.
Albedo: Soy yo la que debería disculparse por no estar lista."
Ainz: Ya es suficiente, Albedo… Siéntete en uno de los sofás. He venido a ver cómo estabas."
Albedo: Claro que sí, Ainz-sama.
Ambos se sentaron, uno frente al otro. Ainz notó que la bandera del gremio ya no estaba en el suelo, había desaparecido, pero ahora pudo notar como su bandera estaba colgada cerca a la cama a la vista de cualquiera que entre a la habitación.
Albedo: ¿De qué quería hablar, mi señor?
Ainz: Albedo, es sobre tu configuración….antes de que Yggdrazil llegara a su fin. Yo... cambié un poco tu fondo. Te modificas para que estuvieras locamente enamorada de mí.
Por un instante, los ojos de Albedo se abrieron de par en par, sorprendida. El silencio llenó la sala mientras sus pensamientos se arremolinaban, tratando de asimilar las palabras de su señor, Sin embargo, después de ese breve momento de sorpresa, una suave sonrisa apareció en sus labios.
Albedo: Así que era eso, mi señor. Le agradezco que me haya dado un propósito. Y me hace tan feliz que ese propósito sea amarlo a usted.
Ainz: ¿No estás molestando conmigo? Cambié tu configuración... A tu creador no le habría gustado que hiciera eso, Albedo.
Albedo: No, mi señor. Incluso si no hubiera modificado mi configuración, estoy completamente seguro de que igual habría entregado mi corazón a usted. esos Recuerdo días en los que usted, mi amado Señor, era el único que permanecía con nosotros. Cada día llegaba a la Sala del Trono, a veces herido, y me contaba sus historias, sus batallas. Mis recuerdos están llenos de momentos en los que enfrentaba la muerte y se sacrificaba por Nazarick. No puedo dejar de agradecerle por nunca habernos abandonado, a diferencia de los otros Supremos. ¿Qué mujer podría resistirse a enamorarse de alguien como usted, mi señor?
Las palabras de Albedo acariciaron el inexistente corazón de Overlord. En cada
Albedo: Mi amado señor, no debe sentirse culpable. No lo culpo en lo más mínimo. En realidad, me sentiría la mujer más afortunada si me honrara aceptándome como su esposa. Y aunque ese momento no sea ahora, esperaré hasta el final de los tiempos. Trabajaré toda mi vida para llenarlo de orgullo, con la esperanza de que algún día me considere digna de ser su esposa.
Ainz se sintió conmovido por sus palabras, pero también a la vez se puso triste. Las palabras de Albedo, su promesa de esperarlo hasta el final de los tiempos, le provocaron un poco de preocupación. Sabía que si Albedo lo esperara solo significaría un sufrimiento eterno para la pobre súcubo, pero tampoco tenía el valor para poder aceptarla.
Ainz: Albedo ¿qué te parece si nos volvemos más íntimos con el tiempo? Quiero que seamos amigos.
(-)
Hoy era el día en que finalmente tendría que ver al dragón que había asesinado. A pesar de estar seguro de que no necesitaría ayuda, avisó a Albedo y Shalltear para que lo acompañaran. Se comunicó con ellas por mensaje, y, después de unos minutos, ambas aparecieron a las afueras de su oficina, ya reconstruida. Los tres se teletransportaron al octavo piso.
Al llegar al octavo piso, un lugar donde solo Ainz podía entrar, se encontró con un desierto que parecía no tener fin. A pesar de ser un desierto, tenía una belleza extraña, casi hipnótica. A lo lejos, a kilómetros de distancia, se alzaba un templo imponente rodeado de siete montañas. Cada una de esas montañas tenía una entrada que emanaba una sensación de seda de sangre tan intensa que, por un momento, Albedo y Shalltear quedaron paralizados, incapaces de mover un solo músculo. No entendían qué provocaba esa sensación tan abrumadora hasta que, de repente, de cada cueva empezaron a salir unas criaturas que les helaron la sangre.
De las cuevas emergieron siete dragones enormes, cada uno de aproximadamente 50 metros de longitud.
El primer dragón que salió de su cueva era de una belleza increíble. Sus escamas brillaban como un arco iris al amanecer, y la llamaban la guardiana de los cielos. Se decía que su sola presencia traería paz a la naturaleza. Su aliento podía cambiar los vientos y las estaciones, y su mirada era una bendición para la tierra. Este dragón era conocido como Ryuujim, el Dragón Celestial.
El segundo dragón que apareció era gigantesco, con escamas oscuras y ojos rojos que parecían brasas encendidas. Se decía que cada día intentaba tragarse el sol, desatando el caos y una oscuridad eterna sobre el mundo. Solo los dioses se atrevían a enfrentarlo, luchando sin descanso para frenar su influencia destructiva. Este era Nemesdor, el Dragón del Caos, la encarnación misma de la destrucción y el desorden, capaz de arrasar con todo a su paso.
El tercer dragón que emergió tenía escamas grises, tan oscuras y frías como una noche sin luna, y una mirada helada que te calaba hasta los huesos. Sus enormes alas estaban extendidas, como si quisiera cubrir el cielo entero. La gente decía que podía provocar terremotos y abrir grietas profundas en la tierra, dejando al descubierto los abismos infernales escondidos en las entrañas del mundo. Le llamaban el Dragón del Inframundo, un nombre que dejaba claro su vínculo con el reino de los muertos y su capacidad para desencadenar desastres terribles.
El cuarto dragón era una auténtica pesadilla, con escamas tan negras que se mezclaban con las sombras, volviéndose casi invisible en la oscuridad. Sus ojos brillaban con una luz maligna, como si disfrutara de sembrar el terror. Cuando desplegaba sus enormes alas, todo a su alrededor se sumía en una oscuridad tan densa que ni la luz más fuerte podía atravesarla. Este monstruo era Erbusdracon, el Dragón de la Perdición, llamado así por su capacidad de envolver todo en sombras y caos, dejando a su paso solo miedo y destrucción.
El quinto dragón que apareció era pura maldad hecha carne. Sus escamas parecían absorber toda la luz a su alrededor, dejándolo en un manto de oscuridad. Sus garras eran como espadas afiladas listas para despedazar todo a su paso, y una corona de cuernos retorcidos adornaba su cabeza, como si fuera el rey de los horrores. Dicen que cuando rugía, el mundo temblaba; las montañas se derrumbaban, los yeguas se desataba en tsunamis, y la tierra se abría como si quisiera tragarse todo. Este era Thanatosikos, el Dragón de la Muerte, un ser que traía destrucción y caos con cada paso que daba.
El sexto dragón era una maravilla para la vista, con escalas en tonos verdes y dorados que grababan a los bosques y praderas en su máximo esplendor. Su cuerpo estaba cubierto de patrones que parecían hojas y ramas, como si la misma naturaleza lo hubiera esculpido. Sus ojos, llenos de calma, reflejaban la serenidad de un día tranquilo en el bosque, pero no te dejabas engañar por su aspecto pacífico. Este era Chlorophyra, el Dragón de la Naturaleza, una fuerza majestuosa que combinaba la belleza y el poder de la tierra misma.
El último en aparecer era el jefe de los siete dragones. Su cuerpo estaba cubierto de escamas rojas como rubíes al rojo vivo, resplandeciendo con un brillo infernal que parecía quemar el aire a su alrededor. Sus enormes alas ardían en llamas que chisporroteaban con cada movimiento, y sus garras brillaban como brasas encendidas, listas para desgarrar a cualquiera que se atreviera a acercarse. Se llamaba Pyroclamas, el Dragón del Fuego Primigenio, el gran líder, capaz de reducir a cenizas a todo lo que tocara.
Los siete dragones llegaron a toda velocidad, cruzando kilómetros esos en un abrir y cerrar de ojos. Al aterrizar, lo hicieron con tanto cuidado que apenas levantaron una pizca de polvo. Sus cuerpos enormes se movían con una gracia que nadie se esperaría de bichos tan grandes, y cuando posaron sus patas en el suelo, sus garras casi no hicieron ruido.
Luego, como si lo hubieran ensayado, los dragones inclinaron sus enormes cabezas para saludar a su señor.
Ainz: Es bueno verlos... pueden levantar la cabeza.
Los dragones alzaron sus cabezas y miraron a su señor ya sus acompañantes. Por un momento, se sorprendieron al ver a Albedo y Shalltear, especialmente a Shalltear. Aunque era pequeña, su pecho era desproporcionadamente grande, alzándolo como si quisiera presumirlo.
Pyroclamas: Es un honor verlo, Ainz-sama... Supongo que ha venido por él.
Ainz: Sí.
Pyroclamas: Luego de ser revivido, nos aseguramos de que no sea una amenaza para usted... está demasiado debilitado.
Ainz: Excelente.
Ainz asintió, y durante algunos minutos habló sobre asuntos que nadie en Nazarick conocía, aunque no había problema en revelarlos. Tras la conversación, los siete dragones, después de saludar a su señor Ainz, giraron lentamente y se elevaron en el aire, regresando a sus hogares.
Ainz, a punto de teletransportarse, pidió a sus guardianas que se acercaran. Albedo y Shalltear, sin dudarlo, se adelantaron, sus cuerpos casi tocando el de su señor mientras sus dedos rozaban la capa de señor.
Ainz, acompañado de Albedo y Shalltear, se materializaron en la entrada del Templo de los Cerezos. Desde el interior del templo, emergió una figura que nadie había visto pero que era muy conocida en Nazarick: una humana inmortal vestida con un elegante kimono oriental, y una venda que ocultaba sus ojos. Ella era Aureole Omega, la guardiana del Templo de los Cerezos, donde reposaba el cadáver del Señor Dragón.
Aureola: Saludos, Ainz-sama, Albedo-sama, Shalltear-sama. Es un honor recibirlos en mi templo. Albedo-sama ya me informó sobre su visita para buscar el cadáver del Señor Dragón. Por favor, síganme.
Ainz, Albedo y Shalltear siguieron a Aureole por los pasillos del gran Templo. Los pasos de los tres parecían tranquilos y controlados, pero en el fondo, dos de ellos estaban al borde de una crisis nerviosa. Albedo, por un lado, no podía dejar de pensar en los dragones que habían aparecido frente a su señor. Estaba preocupada, tan preocupada que sus labios estaban tensos, casi temblando. Shalltear, aunque no mostraba signos de nerviosismo por su condición de no-muerta, también se sentía nerviosa.
Albedo: Mí señor, ¿qué tan poderosos son esos dragones?
Ainz se detuvo por un momento para pensar que decirles. Podría mentirles, suavizar la realidad, pero sabía que no sería productivo ocultar información a sus guardianes.
Ainz: Son extremadamente poderosos, Albedo…Superan el nivel 100 con facilidad. Son Enemigos Mundiales.
Ambas guardianas se quedaron boquiabiertas. No podía creer lo que oían. ¿Criaturas que superaban el nivel 100? Ni siquiera los Seres Supremos habían alcanzado ese nivel. Y, además, ese título… "Enemigo Mundial". Ninguna de ellas sabía realmente lo que significaba, así que esta vez fue Shalltear la que se armó de valor y preguntó:
Shalltear: ¿Qué es un enemigo mundial, Ainz-sama?
Ainz: Son seres tan poderosos que solo pueden ser derrotados por equipos completos de jugadores. Son como aquellos que ostentan los títulos de Campeón Mundial o Desastre Mundial... en resumen…..verdaderos monstruos.
Ambas se quedaron sorprendidas por la información que les daba su señor pues solo existían dos Seres supremos que tenían ese título.
Ainz: Hemos llegado. Quiero que todos estén listos para una pelea. Suponemos que el dragón estará listo para pelear.
Albedo y Shalltear se pusieron en guardia al instante. Aunque confiaban en la fuerza de su señor para derrotar a cualquier enemigo, no querían que esa asquerosa lagartija se acercara ni siquiera a su amo.
Guiados por Aureole, los tres avanzaron hasta una sala que al principio parecía pequeña y común, pero al pasar las puertas, el espacio se expandió, mostrando una habitación gigantesca. En el centro, sobre el suelo, yacía el cuerpo inmenso de un dragón, estaba encadenado por gigantescas cadenas que lo debilitaban cada vez más. Era verdaderamente colosal, ya pesar de estar totalmente inconsciente, su presencia generaba un poco de miedo en las guardianas.
Ainz :Parece que el dragón no reacciona... Bien….Guardianes, manténganse alerta…Quiero que cada uno de ustedes me proteja mientras me adueño de su magia.
Las que dijo su señor dejo a Albedo y Shalltear atónitas. Si era lo que pensaban, su señor estaba a punto de hacer algo extraordinario una vez más.
¡Sí, Ainz-sama!- respondieron ambas guardianas.
Ainz: [Gula del Devorador de mundos]
De las manos de Ainz surgió una energía intensa, de un púrpura brillante que se expandió como un río a lo largo del cuerpo del dragón, envolviéndolo completamente. De repente, una magia de color verde estalló desde el interior del dragón, como si respondiera a la energía púrpura que lo rodeaba. Ambas energías, púrpura y verde, comenzaron a fusionarse y Ainz comenzó a absorber la magia salvaje.
Mientras la corriente de energía fluía por su cuerpo, sintió cómo alrededor de cincuenta millones de almas eran arrastradas hacia él. Las almas parecían gritar y luchar mientras eran absorbidas.
El poder de la magia salvaje comenzó a arremolinarse alrededor de su orbe, girando a su alrededor como una tormenta.
Poco a poco, la magia salvaje empezó a disiparse, siendo absorbida lentamente por su orbe. El brillo verde se desvaneció gradualmente hasta que no quedó rastro de su presencia.
De repente, el Señor Dragón comenzó a despertar. Al abrir los ojos, los primero que vio fueron 4 figuras, mientras más clara se hacia su visión pudo reconocer a uno de ellos, reconoció al ser que lo había asesinado. Aunque ahora tenía el cuerpo de un no-muerto, jamás olvidaría su olor.
Cure Lim: ¡Asqueroso jugador!
Esas fueron sus últimas palabras pues Albedo y Shalltear lo atacaron sin piedad. Shalltear hundió su lanza divina en el pecho del dragón debilitado. La lanza penetro desgarrando la carne y la piel del dragón en un chorro de espeso de sangre.
Luego Albedo se arremetió lanzando un golpe que destrozó la mandíbula del dragón. La mandíbula se rompió, los fragmentos de hueso y sangre salpicando por doquier.
Albedo: ¡Asqueroso dragón! Mi señor, en su eterna gratitud, te revive y lo primero que haces es insultarlo. ¡Morirás mil veces por lo que has hecho!
Ainz: Alto, Albedo y Shalltear. No es su culpa. No sabe la situación en la que está.
Albedo y Shalltear: ¡Sí, señor!
Ainz extendió una mano y sacó de su dimensión una poción de nivel medio. Luego vertió el líquido sobre la mandíbula destrozada del dragón. En cuestión de segundos, la poción comenzó a surtir efecto. La carne y los huesos se regeneraron rápidamente, reconstruyéndose hasta alcanzar un estado aceptable que le permitiría hablar de nuevo.
Ainz: Déjame explicarte tu situación, dragón….Primero: yo fui quien te mató. …..Segundo: te reviví solo para hacer unos experimentos. Además, te quité toda tu magia salvaje. Ahora mismo, no tienes ninguna oportunidad contra mí. Así que elige bien tus palabras. Un insulto más y te haré sufrir por toda la eternidad.
Cure Lim escucha atentamente a Ainz. Era cierto, no podía sentir su Magia Salvaje dentro de su cuerpo. No percibía ninguna de las almas que había acumulado durante su vida. Estaba aterrorizado, rodeado por tres seres que podían eliminarlo con facilidad, y ni siquiera sabía dónde se encontraba.
Cure Lim: Te escucho, jugador.
Ainz: Vas a servir de experimento. Además, tu piel, tus garras y tus escalas serán útiles para fortalecer a Nazarick. Pero, más que nada, sé que los dragones como tú son criaturas longevas, capaces de vivir cientos de años. Eres una fuente valiosa de información, y pienso exprimirte hasta la última gota.
Esas palabras hicieron arder de rabia a Cure Lim. Todo el odio que había estado conteniendo se desbordó en su interior. Ya no le importaba nada. ¿Ser un conejillo de indias para este jugador repulsivo? ¡Jamás! Prefería morir mil veces antes que vivir humillado como una simple bestia.
Cure Lim: ¡Maldito jugador asqueroso! ¡Jamás me someteré a ti! ¡Voy a acabar con todos los de tu especie y destruir todo lo que amas!
Apenas termino de decir eso y las llamas de las cuencas vacías de Ainz se volvieron más intensas.
Ainz: Que malas palabras escogiste. … ….[Lamento de Medusa]
De repente, el cuerpo del dragón quedó completamente inmóvil. No podía mover un solo músculo, ni siquiera un dedo de sus garras. Su lengua se pegó al paladar, incapaz de articular palabra alguna. Estaba totalmente paralizado, atrapado en su propio cuerpo. Por primera vez en su larga vida, sintió un miedo profundo que se le clavaba en el alma. Nunca antes había sentido algo así, ni siquiera con los jugadores anteriores. Ellos eran poderosos, pero este... este era diferente. Este jugador nunca debió haber llegado a este mundo. Era como si la mismísima muerte hubiera descendido en este mundo.
Ainz: Ahora voy a ver tus recuerdos.
El hechizo se activo y de repente una pantalla brillante apareció frente al rostro del dragón. En ella, los recuerdos de Cure Lim comenzaron a proyectarse como una película horripilante que él no podía detener. Ainz observaba atentamente, pero lo más aterrador para el dragón era saber que no solo estaba viendo. Ainz también estaba absorbiendo cada memoria directamente en su mente, como un torrente imparable de información que se vertía en su cerebro.
El dragón estaba aterrorizado. Era como si le arrancaran sus secretos más profundos, sus pensamientos más ocultos. Nunca se había sentido tan desnudo, tan vulnerable. Podía sentir cómo cada fragmento de su vida era revisado, explorado sin piedad por aquel ser oscuro y frío. El miedo lo paralizaba aún más que el propio hechizo.
Ainz: Así que hay más como tú... y algunos incluso más poderosos. No sabes cuánto me alegra escuchar eso. Serán un excelente añadido a las fuerzas de Nazarick.
Las palabras de Ainz resonaron con una frialdad que hizo temblar al dragón. Sabía lo que eso significaba: no solo sería utilizado, sino que también sus hermanos, su propia especie, serían cazados y esclavizados. Un pánico absoluto lo consumió. Su mente estaba atrapada en una espiral de horror y desesperación. No había escapatoria. No había esperanza.
Ainz: Albedo, lleva a este dragón con Demiurge. Quiero que le extraiga toda la información posible y me lo presente en un informe detallado.
Albedo: Como usted ordene, Ainz-sama.
El dragón miró a Ainz con un terror puro, un terror que venía del conocimiento de que su destino estaba sellado. No podía hacer nada. Ni siquiera podía luchar o escapar. Estaba completamente merced de este monstruo.
Ainz: Este mundo es más interesante y peligroso de lo que imaginaba.
