_。・~*~・。._.。・~*~・。Ya nada no es lo mismo .。・~*~・。._.。・~*~・。_
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~*~ julio 2002 ~*~
Nerima – Tokio
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El patriarca los reunió a la ultima hora de aquella tarde de verano en frente del jardín. Mantuvo el silencio por varios minutos hasta que, por respeto, ellos decidieron dejar de pelear para cederle la palabra. El color rosado del cielo crepuscular, salpicado de nubes, se reflejaba en la severidad de su rostro curtido no solo por los años sino también por el peso de la sabiduría. El tiempo también había estampado algunas canas en la que otrora fuese una melena negra y brillante como las plumas del cuervo. Sentado con piernas y brazos cruzados, con su aire de estar meditando, sin tan siquiera abrir los parpados, simplemente lo soltó:
—El tiempo extra se ha terminado.
Dicho esto, abrió los ojos y encaró a los jóvenes.
Ranma y Akane de pronto se vieron invadidos por un rubor frenético. Quizás fue por la reciente pelea o quizás por el significado oculto en las palabras que el patriarca acaba de soltar. Miraron al suelo en direcciones opuestas. Ambos sabían que aquel momento llegaría tarde o temprano y que la vida que habían conocido en los últimos dos años no podía durar eternamente.
—Akane, Ranma —prosiguió Soun—. Ya habéis cumplido dieciocho años. Es hora de tomar una decisión respecto al futuro que nos concierne.
Soun mantuvo otra pausa dramática. Agarró con templanza la pipa de fumar, colocó picadura de tabaco y la encendió con un encendedor metálico. El silencio y la expectación en la sala era tal que, cada vez que Soun daba una calada, el sonido del crepitar del tabaco se elevaba por encima del alboroto de las cigarras. El hombre expulsó el humo opaco por la nariz y la boca al mismo tiempo. Los jóvenes se mantuvieron callados y una brisa cálida hizo sonar la campanilla.
—La decisión que tomemos en este momento es crucial para vuestro futuro. Por eso debéis contestarme ahora mismo con el corazón, porque sea cual sea la respuesta, solo puedo deciros una cosa —dijo con firmeza —: nada en vuestras vidas volverá a ser como antes. ¿Se entiende?
Ambos muchachos asintieron cohibidos con el corazón en vilo debido a la solemnidad del momento. Las ganas de protestar, de pelear, se esfumaron; se desvanecieron en el vaho del olvido. Las peleas coronadas de insultos, sus peleas, se convertirían en pedazos de recuerdos y quedarían archivadas en su memoria.
—Bien —prosiguió Soun— porque ahora es el turno de contestar a mi pregunta, ¿estáis listos?, ¿estaréis listo para haceros cargo del dojo?
Y, aunque ya no eran unos niños, aunque había pasado el tiempo; presos del espanto ambos coincidieron en su trémula respuesta.
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~*~ diciembre 2002 ~*~
Chiyoda – Tokio
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El restaurante estaba atestado de gente y, aunque solía cenar ligera en la noche, la caminata por la ciudad le había despertado el apetito.
Se trataba de un restaurante modesto de comida china. Las dos muchachas se habían sentado en una mesa para dos algo alejada de la ventana. En la pared, un enorme gato de la fortuna movía su patita.
—Te siento muy distraía, ¿en qué piensas?
Antes de contestar Akane hizo un acopio de energía en un intento de ofrecer una sonrisa vestida de sinceridad. Se dispuso a mentir por evitar explicar lo que reincidía últimamente durante el divagar de sus pensamientos: que ya nada era lo que solía ser.
—Pues la verdad es que no pensaba en nada.
—¿Seguro? —su amiga Megumi insistió—. Últimamente estás extraña, muy callada, como demasiado pensativa.
—Son imaginaciones tuyas.
—Akane —la miró con severidad—, ¿no habrás vuelto a discutir con tu novio?
Por poco se atragantó con la comida al oír la pregunta. Tosió por unos segundos, colocándose la mano izquierda por delante de la boca. Dejó los palillos de madera sin barnizar a un lado para tomar un sorbo del vaso de té antes de contestar.
—Te equivocas, lo que me ocurre es que últimamente me siento muy cansada.
—Creo que te estás extralimitando, amiga.
Megumi, una de sus nuevas amistades de la universidad pública de Tokio, la observó extrañada por un corto instante y se dispuso a seguir con su plato de ternera china.
—Demasiadas actividades no son buenas para la salud —continuó —. No tenías suficiente con las clases, los exámenes, el equipo de Kempo, el torneo de voleibol y las competiciones de kyudo. ¡Ahora además quieres apuntarte a atletismo!
—Pues creo que es una actividad que me vendría muy bien —se ruborizó—. Me sienta bien el ejercicio, estar ocupada.
—Lo que realmente necesitas son unas vacaciones largas —contestó Megumi, desenfadada, capturando otra pieza de carne con los palillos, sumergiéndola en la salsa de soja y llevándosela a la boca—. Umm. Esta ternera al estilo chino está realmente deliciosa. Como te decía, creo que necesitas alejarte de los estudios y las actividades deportivas por un tiempo. Podrías escaparte con ese novio tan guapo que tienes a unos balnearios, por ejemplo.
—Estás loca—contestó Akane visiblemente ruborizada.
—¿Por qué te parece tan descabellado?
—Porque simplemente eso no es posible.
—A ver, dime por qué, ¿qué tiene de raro?
Simplemente aquello no era posible. Ellos nunca solían hacer esas cosas, aunque aquello no se lo dijo. Además, él se encontraba a más de dos mil ochocientos kilómetros de distancia, bajo el cielo de un largo verano mientras ella se encontraba atrapada en un invierno que acababa de empezar.
Pero eso tampoco se lo dijo.
Akane dejó caer los hombros, cansada. Había conocido a Megumi al inicio del primer curso de la universidad, en septiembre. El tiempo parecía haber pasado muy aprisa desde entonces.
—Si no te importa no me gustaría hablar de eso en este momento, Megumi—contestó ligeramente incómoda.
—Pues no entiendo por qué, ¡parece como que nunca quisieras hablar de él!
Akane parpadeó con esfuerzo, como si el peso de la apatía se hubiese instalado en sus párpados, y trató de reconstruir las frases restándole cualquier atisbo de dramatismo.
—Ya te lo he dicho mil veces. No es mi novio. Estamos prometidos; pero fue una cosa de nuestros padres, nosotros no lo elegimos.
—¿Y qué más da? Si a ti te gusta, ¿no?
—Bueno, yo…
—Además, yo vi cómo te miraba aquel día que vino al campus y también vi como lo mirabas. Lo vimos todos. Así que poco importa que lo hayan decidido vuestros padres.
—Es bastante más complicado que eso.
— ¿Hace cuánto fue aquello?, ¿después del verano?
—Tres meses y dos semanas —mencionó demasiado aprisa, tras lo que inmediatamente se arrepintió—. Creo. Pero ya te dije que no quiero hablar de eso —suplicó—. No quiero hablar de Ranma, Megumi.
—Está bien, no te presionaré más. Pero que sepas que ¡en algún momento tendrás que contarme los detalles!
—De acuerdo, te doy mi palabra de que lo haré cuando encuentre el ánimo—contestó con una sincera sonrisa y después echó un vistazo a su alrededor—. Debo irme antes de que se haga más tarde y me congele de camino.
—¿Volverás esta noche a tu casa? ¿O irás a la residencia?
Akane se remangó el vestido negro de tela gruesa para comprobar la hora en su reloj Casio de correas plateadas.
—Creo que ya no llego al último tren para volver a Nerima —mintió por última vez—. Me iré a la residencia de estudiantes.
La verdad era que últimamente evitaba a toda costa volver su hogar en Nerima. Ahora que faltaba él, Akane no lograba tolerar clamor del silencio y el vacío se sentía demasiado repleto. Cuando volvía a su casa en Nerima, el peso de los recuerdos oprimía su pecho y sentía que no podía respirar.
Su ausencia, la ausencia de Ramna en el dojo Tendo, se sentía como una soga en la garganta que la hundía en picado. Como a un barco lastrado para yacer en el fondo del mar.
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La ciudad de Tokio en el diciembre crepuscular se recomponía en el fragor y el esplendor de la vida. Pasaban las ocho de la noche, pero con el bullicio de los automóviles, la iluminación de los paneles publicitarios y el rondar de la gente, daba la sensación de que aún era más temprano. En la metrópolis hervían la prosperidad, la abundancia y las penurias, y, sin embargo, Akane no sentía nada. Caminaba sin mirar a ningún punto fijo, con la mente en blanco, simplemente pensando en la cadencia de su respiración. Desde hacía un tiempo, desde que ambos se separaron para perseguir sus sueños, una especie de vacío se extendía desde su estómago, acopiando todas sus emociones, despojándolas de sus facetas.
Recorrió durante la siguiente hora sin ningún tipo de apuro la avenida principal que comunicaba el restaurante en Chiyoda con su residencia en el distrito de Ueno. Vestía arropada del frío por un grueso abrigo blanco de botones grandes abrochados hasta el cuello, gorro, bufanda y guantes de lana de color rojo.
Una vez en el barrio Taitō, cerca de las penumbras del parque Ueno, la algarabía de la ciudad quedó atenuada por el sonido del viento atravesando las ramas de los cipreses del parque, los únicos árboles que conservaban las hojas. Avanzó dirección sur durante unos minutos más sintiendo los pies helados de frio, hasta que llegó a su destino.
Se detuvo frente a la residencia de estudiantes y antes de entrar suspiró. El vapor de su aliento despojado de emoción se condensó en la oscuridad de la noche.
—Supongo que llego temprano —comentó para sí misma.
Las luces de los rascacielos que se alzaban alrededor de la residencia parpadeaban y su fulgor iluminaba a tientas las penumbras. La nieve comenzó a caer desde el cielo sin prisa, como si el tiempo se hubiese detenido. La tímida nieve enfriaba más su cuerpo, congelando su ya helado corazón.
Akane palpó algo en su bolsillo, había guardo algo redondo y duro. Era una galleta de la fortuna del restaurante chino, que había arrojado en el bolsillo del abrigo sin darse cuenta tras pagar la cuenta. La abrió, dejando que la cubierta crujiente se rompiera entre los dedos enfundados en guantes. Se llevó algunos pedazos a la boca. El sabor dulce de la galleta fue eclipsado por el amargor que surgió al leer el mensaje que llevaba en su interior. La frase que rezaba el papelito la golpeó fuerte, como una ráfaga de viento abriendo inexorablemente la puerta a ese mundo que llamamos realidad.
«La vida cambia constantemente, queramos o no, y ya nada será lo que solía ser»
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~*~ diciembre 2002 ~*~
Tsim Sha Tsui – Hong Kong
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El timbre del teléfono sonó cinco veces antes de que alguien pudiese descolgar el auricular. Sin camiseta, vestido únicamente con las muñequeras negras y pantalones holgados, recubierto por una pátina de sudor descolgó el teléfono. Contestó en cantonés, simplemente con un seco:
—Hola.
—¿Ranma?, ¿eres tú?
Hizo un amago como de mirarse los hombros y las rodillas, pero luego se dio cuenta que nadie lo veía, así que contestó sin perder su tono jocoso.
—Hasta ahora eso parece: Ranma Saotome.
La voz femenina, que había reconocido al instante, sonó aliviada al otro lado de la línea.
—Oh, gracias a dios. Intenté ponerme en contacto contigo más de veinte veces esta semana.
—Lo siento, solo hay un teléfono para todos aquí en el gimnasio y somos muchos los que lo usamos.
—Parece ser que ahora andas muy ocupado, ¿verdad?
—El sueldo no es lo que yo quisiera —contestó intentando no sonar hastiado—, pero no me puedo quejar.
—Me alegro de que te vaya bien —Ranma podía adivinar la complaciente sonrisa al otro lado del auricular—. Te llamaba porque voy a organizar una fiesta esta navidad y me gustaría reunir a toda la familia.
La entonación de aquella palabra no pasó desapercibida para Ranma. El abismo de la realidad ocupó demasiado espacio en sus pensamientos, confundiéndole, y su respuesta se hizo excesivamente tardía. De modo que no le quedó más remedio que recular.
—Gracias por la invitación, Kasumi, pero ando muy ocupado. El torneo internacional de artes marciales mixtas se celebra al inicio de la primavera y aún me queda mucho por entrenar —se excusó— me temo que este año quizá no podré ir.
—Oh Ranma, cuánto lo lamento —murmuró claramente decepcionada.
Acto seguido se alzó de nuevo la barrera de silencio, que fue creciendo lentamente, imponiendo una breve distancia hasta que ella volvió a hablar.
—Akane se pondrá muy triste—insistió—. Ella esperaba que pudiésemos celebrar las navidades todos juntos. Insistió en que estuvieses tú…
Aquella afirmación le arrancó el aliento. Las palabras se perdieron entre los recovecos de su discernimiento, paralizando el tiempo en su mente.
—Pero no te preocupes, Ranma—prosiguió—, espero que podamos verte en otra ocasión. ¿Cuándo piensas volver a Tokio?
—¿Por qué no llamó ella para pedírmelo personalmente? —ignoró deliberadamente su pregunta al formular la suya, repleta de reproche.
—Ranma, no seas injusto. Sabes que Akane está también muy ocupada con la universidad.
—Claro… —de nuevo las palabras se le quedaron atascadas, sin forma de salir.
—Nos hará mucha ilusión si puedes venir.
—Lo intentaré —prometió—. Ya veré lo que puedo hacer, Kasumi—añadió finalmente.
—Muchas gracias, Ranma,
Cuando colgó el auricular y miró a su alrededor se vio sorprendido por el vértigo que le producía el espanto de pensar en volver a Tokio y enfrentar a Akane. Había emprendido una huida sin retorno desde que habían tomado aquella decisión y, aun así, el tiempo para él se había congelado. Estaba atrapado permanentemente en una bola de nueve de cristal de juguete, como esas que vendían en las tiendas de souvenirs.
El corazón se le encogía tan solo de imaginar un posible reencuentro. Recordó la última vez que estuvieron juntos y el bumerán de desconsuelo, de sentirse ajeno, volvió una y otra vez hacia él.
Fue en una de esas fiestas de universitarios. Ella insistió en que él la acompañase, en que tenía que conocer a sus nuevos amigos. Y Ranma sintió que el nuevo mundo de Akane no estaba tejido para él. Se sintió un extraño, sin saber muy bien qué decir, fuera de lugar. Era como una pieza que no encajaba en el puzle. En el nuevo capítulo de la vida de Akane, Ranma ya no era el protagonista.
Él simplemente quería estar a solas con ella y si tan solo ella hubiese querido lo mismo…
Sin embargo, habían permitido que el tiempo y la distancia física creara esa ilusión de fractura que ahora parecía infranqueable.
Dejó que su mirada se perdiera por la amplia ventana del gimnasio. Al otro lado de la bahía, sobre un mar gris oscuro y turbulento, como sus propios ojos, se alzaba el promontorio de la cadena de montañas de isla de Hong Kong. Por delante de las verdes montañas, en primera línea de la costa se alzaban los rascacielos de la zona más lujosa de la isla. Múltiples barcos conectaban en aquel momento la distancia entre los lujos de la isla de Hong Kong y el sur de la península de Kowloon cerca del puerto Victoria, donde se encontraba el gimnasio en el que entrenaba Ranma.
El tiempo pasa, es inevitable. Y ya nada es lo que solía ser.
Lo hecho estaba hecho y por más que lo deseara no había marcha atrás. El tiempo solo corre hacia delante.
Ranma observó por un rato más los barcos llenos de tripulantes, en su mayoría turistas, transitando por las aguas negras de aquel estrecho en el Mar de China. La conexión entre los dos puertos ocurría cientos de veces durante un solo día. Antes de volver al entrenamiento, pensó que, en el fondo, ninguna distancia era insalvable.
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Ryu abrió de una violenta patada la puerta de una de las diez habitaciones de aquella pequeña pensión de mala muerte en el piso veintiochoavo del edificio masivo situado en la Nathan Road. La construcción Chungking Mansions se alzaba hacia las nubes cerca del centro neurálgico de Hong Kong y albergaba varias decenas de hostales, cientos de locales comerciales y viviendas que incluían alrededor de más de cuatro mil personas.
Empapado en sudor, Ryu encaró a Ranma con su cara de pocos amigos y le lanzó una toalla de mano tras secarse la cara con ella.
—Estoy harto de vivir en esta puta pocilga.
—Al menos tenemos un techo — relativizó Ranma. Después de acampar durante semanas en los bosques de Yunnan, para él era todo un placer poder dormir en una cama y ducharse con agua caliente.
—No me refiero solo a esta pensión de mierda. Me acabo de duchar y ya estoy hecho un asco, sudando como un pollo.
Ranma acababa de entrar, acalorado también, con el rostro colorado y brillante por el sudor. Los niveles de humedad eran insoportables y para colmo tuvo que subir los veintiocho pisos a pie. Los ascensores estaban todos ocupados y el aire acondicionado no era funcional en aquel edificio. Sin embargo, intentó relativizar.
—Es bastante mejor que dormir en el suelo por casi tres meses.
—Y también cien veces más caros —contestó Ryu colocando la cara frente al ventilador— además, estoy harto de dormir en un cubículo contigo.
—Oye —se quejó Ranma—, aquí la única víctima soy yo, que tengo que aguantar tus ronquidos de demonio.
Se había topado con Ryu Kumon en el torneo nacional que se había celebrado en el sur de China el año anterior. Después de que Ranma y Ryu ganaran oro y plata respectivamente, habían decidido viajar juntos a la ciudad de Xian y después a Shenyang, donde se celebrarían más torneos de artes marciales mixtas. Ahora llevaban algo más de un mes establecidos en Hong Kong, donde habían decidido trabajar como entrenadores en un gimnasio de reputación internacional, mientras participarían en otro par torneos locales de varios estilos y entrenaban para el torneo internacional de artes marciales mixtas de Asia, que se celebraría durante la primavera en Hong Kong.
—Es todo lo que nos podemos permitir con lo que nos pagan en ese maldito gimnasio.
Ranma le propinó un codazo a Ryu para ponerse el mismo a pocos centímetros del ventilador, por su frente resbalaban gruesas gotas de sudor.
—Solo unos meses más y se acabarán las penurias.
—Te pienso patear el trasero esta vez, Ranma. Me llevaré sin duda el premio gordo.
El premio por entrar al podio sería una generosa cantidad de dinero gracias al que ambos podrían permitirse algún que otro lujo y continuar recorriendo el mundo en busca de torneos.
—Hablando de dinero —Ranma usó su sonrisa más cautivadora.
—No me irás a pedir, ¿cierto? No pienso abrir la caja de los ahorros, no hasta el torneo internacional.
—Pues, en realidad—Ranma se contempló las manos, dubitativo, pero entonces encaró a Ryu con una mirada llena de decisión—, voy a viajar a Tokio estas navidades.
—Pero, ¿y el trabajo? Ya sabes cual fue el trato con los dueños, no tenemos vacaciones.
—Pues—vaciló—… ¿crees que podrás cubrirme? Solo serán un par de días, tres a lo sumo, te lo prometo.
Ryu abrió la puerta de la pensión, que daba a un angosto pasillo por el que descendían las escaleras, y antes de salir se volteó.
—Te costará caro, Saotome.
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~~*~ 24 diciembre 2002 ~*~
Nerima – Tokio
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Las heladas temperaturas congelaban el viento de la noche y, sin embargo, ella esperaba pacientemente en el jardín.
En su estómago se retorcían las mariposas de la ansiedad y, cada vez que se escuchaba el timbre de la llamada, sentía un latigazo en su corazón.
Se había preparado con esmero para la ocasión. Vestía un vestido negro de lana por encima de las rodillas, con manga larga, pero de un escote sugerente en la espalda; medias tupidas de color rojo y zapatos de tacón ancho y charol negro. Sus vaporosos labios tenían un color rosado e incluso había usado unas gotas del perfume caro de Nabiki. Pero pasaban las seis de la noche y él aun no llegaba. El cielo abierto se había cubierto de un manto de estrellas titilantes y tanto el frío de la noche como la eterna espera entumecían sus deseos.
Cubierta con su bufanda roja decidió volver a dentro de la casa y ayudar a Kasumi. El resto de la familia ya se encontraba en el dojo donde habían dispuesto los enseres para la fiesta de Navidad. Kasumi había querido organizar una fiesta más sencilla que en años anteriores, solo para familiares, pero al final la lista de invitados se había descontrolado un poco por culpa de los deseos de Nabiki y habían acudido varios de sus amigos y vecinos de Nerima. Genma y Nodoka Saotome fueron los primeros en llegar. Los Saotome abandonaron la residencia Tendo durante el verano, poco después de que Ranma partiera a China, una vez que la casa de Nodoka fue reparada de los estragos de las travesuras de las otras prometidas.
Akane encontró a su hermana volcada sobre la encimera, ocupada preparando diversas fuentes. Había varias ollas al fuego y se percibía un olor delicioso. Se acercó y le dio un toquecito en la espalda.
—Kasumi, ¿necesitas ayuda?
Kasumi estaba preparando el relleno de las empanadillas, había cortado el cebollino y en aquel momento se encontraba diestra picando la col.
—Claro, Akane, ¿podrás pasarme jengibre y el ajo?
Akane obedeció a su hermana y, con cierta cautela, preguntó:
—¿Cuándo te dijo Ranma que iba a llegar?
—No te preocupes Akane, es un viaje muy largo, pero seguramente estará al llegar.
—Si no me preocupo, es solo que…
Akane quedó en silencio. Prudentemente se ahorró las palabras ocultando la naturaleza sus intenciones. Sin embargo, la ansiedad de la hermana pequeña no pasó desapercibida por la hermana mayor.
—Akane, ¿te importa echar un chorro pequeño de aceite de sésamo en la sartén? El relleno está listo —solicitó Kasumi y, cuando su hermana cumplió con su tarea, comentó desenfadada— Ranma volverá a casa esta noche, ya sabes que él siempre cumple con su palabra.
Akane sonrió complacida y asintió con la barbilla.
La noche sucedió sin percances en el sopor de la festividad navideña. Pero la voluntad de Akane volaba lejos de aquella celebración. El curso de la noche consumía el tiempo.
Sin embargo, él no apareció hasta mucho más tarde. Apareció cuando los estómagos de los invitados ya estaban repletos de sake, de copiosa comida y sus cerebros demandaron sueño y todos marcharon a dormir. Apareció cuando la farola de la que iluminaba la entrada residencia Tendo comenzó a titilar, perdiendo su luz y la carretera cerca del dojo quedó sumida apenas bajo el fulgor de la luna. Cuando incluso los gatos, animales nocturnos por definición, dormían enroscados en sus refugios en un profundo sueño. Ranma llegó al dojo cuando casi todo Nerima dormitaba sumido en la inconsciencia, esperando por los graznidos de los cuervos que traen cada mañana el amanecer.
Todos dormían salvo Akane. Ella no podía simplemente ir a su cuarto a dormir.
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Cuando percibió el sonido de pasos en el dojo, Akane sintió que su cuerpo aterido por el frío de la noche se tensaba. Estaba sentada con la bufanda de lana roja rodeando su cuello, con un abrigo sobre sobre los hombros; con las rodillas flexionadas, juntas y la cabeza alzada, contemplando el altar. Ranma apareció en la entrada del dojo, y aunque Akane no podía verlo claramente, él sonrió de forma nerviosa.
Ranma había entrado sigilosamente abriendo desde fuera la ventana de su antiguo cuarto, dejando su mochila en el suelo sin hacer ruido, creyendo que todos dormían. Sin embargo, la luz encendida en el dojo lo había atraído y se había desplazado hasta allí descalzo, silenciosamente.
El lugar estaba desordenado, lleno de restos de la fiesta y envoltorios de regalos, con platos y vasos sucios apilados a un lado.
Ranma se acercó al altar y cuando estuvo a medio camino se detuvo.
—Hola, Akane —dijo con un tono demasiado casual.
Akane sintió que le temblaban las piernas, que su voz se quebraba y que le fallaba el aliento. Lo casual de su saludo parecía una contradicción al dolor, la espera y la brecha de la distancia que había sufrido durante aquellos meses. No era tan solo un saludo; era un recordatorio de que la vida no se basaba en momentos congelados y que el tiempo seguiría pasando.
—Ranma—se giró lentamente y, a pesar de su agotamiento emocional, le desafió—... llegas tarde.
—Imaginaba que dirías algo así —respondió él, con un tono de desgana que no disimulaba su propia fatiga.
—¡Te esperé toda la noche!
—¡No tienes idea de lo difícil que fue llegar hasta aquí!
Akane indagó sin éxito en la indescifrable profundidad de sus ojos azules. Él la miraba firmemente, irradiando esa seguridad que la asustaba, desprovisto del temblor que ella sentía en todo su cuerpo. Ella apartó su vista como percibiéndose desnudarla emocionalmente, sintiéndose más vulnerable que nunca.
—Maldita sea, Akane, unas palabras amables de vez en cuando no harían daño.
Ella sintió una oleada de lágrimas amenazar con desbordarse. Preferiría mil veces un insulto, algo que su furia pudiera manejar, pero las palabras de él le negaron ese alivio. La decepción en su voz era palpable.
—Supongo que hay cosas que nunca cambian —añadió Ranma, su tono cargado de resignación.
—Si al menos me hubieras llamado...
—¿Quieres que hablemos de llamadas? —contestó visiblemente molesto ante la naturaleza de su reproche— Han pasado casi cuatro meses, Akane.
—Ranma...
Akane distinguió su rostro cansado y la aspereza en su voz y se sintió abatida. Estuvo a punto de descargar el reproche que la instigaba, pues tampoco él había hecho algún esfuerzo por comunicarse, pero decidió por una vez tragarse el amargor de sus palabras. Se acercó a él, tratando de controlar su temblor, reduciendo la distancia entre ellos.
—Hubiese esperado otro reencuentro, para ser sincera —dijo, intentando encontrar consuelo en la cercanía— Pero, de todos modos, me alegra que estés aquí.
—Eso está mucho mejor.
Akane notó la media sonrisa en su rostro, una mezcla de triunfo y vanidad, y sintió un latigazo en el estómago. ¿Había cambiado tanto? ¿O era solo su percepción?
—Bienvenido, Ranma.
—Por fin llegué a casa, Akane.
Ella se debatía entre lo que debía decir y la creciente distancia emocional. ¿Cuánto pueden cambiar las personas en cuatro meses?
—Supongo que estarás cansado. Es tarde; deberíamos ir a dormir.
Ranma se pasó una mano por la nuca.
—Sí. Tienes razón.
—¿Dormirás en casa de tus padres? Ellos se marcharon hace un rato.
—Creo que esta noche dormiré aquí. Estoy agotado por el viaje.
Akane lo contempló disimuladamente. En verdad parecía cansado. Llevaba sus habituales ropas chinas, que parecían más desgastadas que de costumbre. La trenza, un poco más larga, descansaba sobre su hombro.
—¿Hasta cuándo te quedarás por Nerima?
—Creo que me marcharé en dos días.
—¿Solo dos días? —preguntó perpleja—, ¿no vas a quedarte para el fin de año?
—Sí. Tengo trabajo que hacer —contestó con severidad—. En realidad, no debería haber venido, pero…
Las palabras quedaron suspendidas, extinguiéndose en el aire.
—Vaya —pensó muy bien que decir antes de contestar—. Gracias por venir a casa, Ranma.
La fisura que había impuesto la distancia, el tiempo y su ausencia era real y Akane podía palparla. Aunque esos dos mil ochocientos kilómetros se hubiesen reducido a un puñado de centímetros, lo seguía sintiendo igual de lejos. Tenía una vaga sensación de que por más que intentase salvar esa distancia tendiendo puentes invisibles, el esfuerzo resultaba en vano.
Ya no era lo mismo.
Ya no eran los que solían ser.
Akane temía que su afecto por ella, si es que lo hubo alguna vez, se fuese desvaneciendo, dañado por las muescas del paso del tiempo. Aquella ristra de desordenados pensamientos se sucedía cuando de repente él le dijo:
—Ven conmigo arriba. Tengo algo para ti.
・
Se deslizaron juntos con sigilo en el antiguo cuarto que Ranma compartía con Genma. La luz del cuarto estaba fundida, por lo que intentaron acomodar sus ojos al penumbroso fulgor de la luna que atravesaba la ventana.
Él sacó un paquete de su mochila de viaje de cuero desgastado y lo depositó en sus manos, provocando que el corazón de Akane diese un vuelco. Ambos se arrodillaron. Se trataba de un regalo cuadrado, envuelto en tela. Su voz se percibió suave, como un susurro lento.
—Muchas gracias, Ranma. No tenías que…
—Ya lo sé —la interrumpió.
Ella, sonriente, desenvolvió el regalo con presteza. Era una caja cuadrada y en su interior había un gato de la fortuna de cerámica pintada a mano. El corazón de Akane comenzó a palpitar con fuerza.
—Es para… para que te de suerte en los estudios —susurró ligeramente avergonzado—. Ya sabes que no soy bueno con los regalos, pero quise traerte algo de China.
—Muchas gracias, Ranma, de verdad. Yo... yo no me lo esperaba.
—¿Te gusta?
Akane asintió sosteniendo entre sus brazos el gato de la fortuna.
—Yo también tengo algo para ti.
Dudó un segundo, palpando el paquetito a tientas en el bolsillo de su chaqueta en la oscuridad de la noche. Sacó el regalo que estuvo haciendo a mano por las noches durante aquella última semana. Se lo ofreció con la mirada perdida en el piso. Ranma abrió el regalo y lo observó entre las penumbras?
—¿Qué es esto?, parece una especie de muñequera.
—¡No! Es un amuleto, lo he hecho yo. Pensé —intentó dominar su voz estremecida— que te daría suerte en los torneos.
Se trataba de una pulsera similar a las que vendían en el templo budista cosida a mano con hilo rojo, el cosido no era perfecto, pero tenía dos gemas de jade en los extremos cada una con sus iniciales en alfabeto romano. Ranma se la colocó en la muñeca.
—Parece que ambos nos preocupamos por la fortuna.
Akane le miró fijamente. La escasa luz de la luna se reflejaba en sus ojos. Sintió unas profundas ganas de besarle y ser besada. Intentó luchar con ello, pero esa necesidad imperante reprimía el funcionar correcto de su cerebro, le cortaba la respiración y desbocaba el ritmo cadente de su corazón. Necesitaba tocarlo, necesitaba que él la tocase, necesitaba sentir sus manos sobre su cuerpo con una urgencia irracional. Pero a su vez un espanto atroz la paralizaba, reprimía cualquier movimiento ¿Cuándo había empezado a sentirse de aquella manera?
Recordó las escasas veces que se habían tocado. Sus besos fugaces, apenas un roce de labios contados con los dedos de una mano, habían sido tan breves que se habían disuelto en la melaza de los recuerdos. Cada vez que ocurrió, al día siguiente Akane se había preguntado si el beso había ocurrido de verdad o si formaba parte de sus ensueños.
Y ahora ese impulso, esa necesidad que nacía en algún punto indefinido de su abdomen se extendía virulentamente a cada poro de su piel haciendo que los centímetros que los separaran fueran como agujas que laceraban su piel. Apartó la vista de él de un plumazo y de su boca se escapó un gemido involuntario de dolor.
—Akane…
Akane sintió la mano de Ranma en su mejilla y su leve toque la obligó a alzar la barbilla y mirarlo nuevamente. Esos dolorosos centímetros se redujeron a tal punto que su olor característico la noqueó, las mariposas revolotearon locas en su estómago y su vida quedó suspendida un instante.
—Ran... ma… —gimió en susurros esta vez no de dolor, sino de una sensación más instintiva, algo tan primitivo que no podía explicar.
Y entonces sucedió. Su boca codiciosa se encontró con la de él con una avidez impropia de la ingenuidad de su experiencia. Se vio a sí misma atrapando sus labios, capturando, mordiendo su labio inferior. También lo vio a él, ahogando un suspiro ante la intensidad del contacto, separarse un milímetro perplejo, deslizar la lengua sobre su propio labio y para luego acometer contra su boca con vehemencia, como no lo había hecho antes jamás.
Fue entonces cuando sus lenguas se encontraron, tímidas y torpes, y sus alientos se entremezclaron, se hicieron uno. Los brazos de Ranma apresaron su cintura con firmeza y sus propias manos se movieron solas hasta enterrarse su cuello.
Se separaron un momento para tomar aliento antes de continuar. Bastaron solo unos pocos minutos para deshacerse de la torpeza inicial de la inexperiencia, para entenderse en aquel beso y perfeccionar la técnica. Akane sentía descargas eléctricas cada vez que su lengua se encontraba con la de él. Sentía que su piel se erizaba bajo la tela de su vestido al sentir la textura rugosa de su lengua, la calidez de su saliva y la suavidad de sus labios. Las manos de él se deslizaron despacio de la cintura a la espalda, expuesta por el escote de su vestido. Y cuando sintió las manos grandes y cálidas, la aspereza de los dedos y la palma de sus manos sobre su piel desnuda, esa sensación primitiva, no localizada, se acrecentó, eliminando cada parche de frío en su cuerpo. El calor creció desde su vientre haciéndola sentir febril, húmeda, vulnerable.
Akane abrió los ojos, aterrada por sus propias sensaciones y contempló ese rostro hermoso que se sabía de memoria, con el que deliraba cada noche dormida y cada día despierta. Él abrió los párpados con pereza, molesto por la ruptura del contacto y la observó de vuelta. Akane sentía que su mirada azul la desnudaba emocionalmente, dejando expuestos los secretos de su alma. Sentía que debía rehuir de su contemplación. Pues aquella versión de Ranma era mucho mejor que la de sus sueños, mejor que la que recordaba. La miraba con ese atractivo perfecto, que rabiaba, tan seguro de sí mismo, tan engreído como siempre y percibió el significado de su mirada enturbiada, teñida de una desesperación silenciosa.
Akane fue a abrir la boca, pero Ranma no la dejó hablar, imprimió su fastidio en un firme agarre y la recostó con él, de lado, sobre el futón; fundiéndose de nuevo en su boca, besándola con urgencia, acariciando su espalda expuesta con una mano y apretando su cintura con la otra firmemente contra su cuerpo.
Entonces ella notó la rigidez de Ranma contra su cadera y su propio cuerpo se hizo lánguido. La respiración se desbocó en jadeos que morían en la boca que devoraba la suya propia. Entregándose en cuerpo y alma a aquel beso la luz de la realidad asomó a través de la ventana que había permanecido cerrada por tanto tiempo y enfrentó la verdad tras la voracidad del hombre con el que se encontraba. Los secretos de su propio corazón se revelaron sin necesidad decir nada.
Ya nada era lo que solía ser. Y ahora podía verlo claramente, desprendida de la tozudez que habitualmente nublaba su razón, como agua diáfana.
Ella quería a Ranma. Lo amaba desesperadamente.
Aquel sentimiento llenó por completo su alma de emoción, de tal forma que lágrimas afloraron en sus ojos. Se aferró fuerte a ese beso, a su cuello, a las suaves caricas y a aquel momento indestructible, que duró hasta que sintió los labios inflamados.
La noche se convirtió en día cuando menos se lo esperaba y los ruidos al otro lado de la habitación la sacaron de su trance. Alguien caminaba en el pasillo. La noción de ser descubiertas la turbó.
—Creo… que debo… ir a mi cuarto —susurró Akane, separándose.
Pero él no se lo permitió. La abrazó fuertemente, sepultó su cara en el recoveco de su cuello, donde respiró con pesadez. Y ella dudó hasta de sí misma.
—Ranma, esto no está bien, podrían entrar y vernos—agregó—. Tengo que irme.
Él contestó con un gruñido que rebosaba de contrariedad, cuando ella se separó de su lado. Y la distancia volvió a doler si acaso más de lo que le dolía antes del contacto. Se dio la vuelta para verlo y él no se había movido del sitio. Permaneció recostado de lado en el futón, con el rostro escondido entre las sombras.
Cuando llegó a su cuarto y se deshizo de su ropa para colocarse el pijama, su cuerpo se sospechó liviano. Se llevó una mano a su pecho, donde el corazón aun palpitaba enloquecido, a su vientre y, después, entre las piernas para descubrir que la humedad estaba realmente ahí y que no era más que la respuesta natural de su cuerpo a cuánto amaba y deseaba a Ranma, a su prometido. Se recostó memorizando los sucesos recientes, repasándolos una y otra vez y durmió con una sonrisa, arropada por las dulces ensoñaciones.
Sin embargo, a la mañana siguiente, cuando ella despertó no quedaba rastro del muchacho en la casa.
De nuevo, dudó si todo lo que había pasado no había sido más que un sueño.
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