Cuando se despertó extremadamente temprano para un fin de semana, se acordó que tenía que tirar cuanto antes aquella bolsa de basura. No pretendía salir en lo absoluto a ningún lado aquel día, por lo que, sin importarle que estaba sin sujetador y que lo primero que había pillado había sido un short bastante corto, se puso una ancha sudadera encima y se colocó unas zapatillas para aquella rápida salida, agradeciendo que sus amigos le hubiera ayudado a recoger las cosas y a limpiar un poco antes de irse la noche anterior.

Seguía pasándose las manos por la cara mientras entraba en el ascensor, cielos, estaba muerta de sueño, no tenía sentido, tampoco se había ido a dormir tan tarde, y el dolor de la cabeza no podía explicarse por una resaca porque Hans le había demostrado que los cócteles que había hecho para ella realmente no llevaban nada de alcohol. No revisó la hora, solo sabía que era bastante temprano, incluso antes de que sonara su alarma, así que tal vez debería de volver a la cama luego de tirar la basura y descansar hasta que el mundo se acabara.

Justo antes de que pudiera darle al botón del primer piso, alguien más entra en el ascensor. Es un sujeto alto y algo musculoso, o al menos de brazos fuertes, la saluda sin darle mucha importancia y se le va el aire a Elsa cuando levanta la cara para devolverle el saludo y se da cuenta de quién tiene a su lado.

El chico de la aplicación, Hiccup Haddock —o Don gato, como su hermana había estado insistiendo toda la noche en empezar a llamarlo porque en las mayorías de sus fotos su mascota estaba por algún lado— estaba justo ahí, recargando la espalda contra la pared del ascensor, chocando una de sus uñas contra el frío pasamanos que estaba a la altura de sus cintura, mirando desinteresadamente el móvil, seguramente sin tener la más mínima idea de que la chica que tenía al lado se había pasado gran parte de la noche anterior mirando fotos suyas y sonriendo como tonta por la descripción que había dejado en su perfil.

Elsa se quería morir.

Su cabello y su rostro no se veían tan mal, siempre se echaba agua a la cara y se cepillaba sin importar si solo salía para tirar la basura —justo como estaba haciendo en esos momentos—, pero su ropa era un verdadero desastre. Iba sin sujetador, con una sudadera que estaba que se le había deslizado por el hombro izquierdo y que hacía parecer que debajo no llevaba nada más que una camisa de tirantes blancas que realmente no dejaba mucho a la imaginación.

El corazón le latía locamente contra el pecho por la vergüenza, y sabía perfectamente que se estaba poniendo roja no solo por su propia situación, sino que no podía evitar de vez en cuando mirarlo de reojo y confirmar que él se veía tan bien como aparecía en las fotos.

Todo lo que podía hacer era rogar para que no se diera cuenta de quién era.

Pero Hiccup simplemente está esperando por el momento adecuado para finalmente dar el primer paso. Tiembla emocionado mientras abre la aplicación de citas y encuentra el perfil de ella fácilmente en aquel apartado que ofrecía la app para ver a quién le ibas gustando. Finge estar confundido por unos segundos, finge mirarla disimuladamente a pesar de que llevaba todo el recorrido gozando de las vistas que los espejos que rodeaban el ascensor le brindaban.

Estaba empezando a creer que Elsa no era un angelito, o si lo era, entonces era uno innegablemente travieso e incluso algo cruel. Tenía que ser cruel, cruel con él por lo menos. Porque, ¿cómo sencillamente va a aparecer así? Con la respiración algo agitada, removiéndose levemente y dándole pequeñas miradas de vez en cuando mientras su holgada sudadera gris se deslizaba y exponía cada vez más y más.

Se inclina levemente hacia ella y la ve temblar y perder la respiración por unos segundos.

—De acuerdo, sería raro aceptarte en estos momentos, pero creo que rechazarte sería insultante —comenta con sencillez, con una sonrisilla juguetona en el rostro, mostrando la pantalla de su teléfono para que comprendiera que estaba hablando de la plataforma que ambos usaban—. Así que… ¿qué hago?

Ella oculta el rostro entre sus manos de inmediato.

—Dios, cuánto lo siento, de verdad que no —ella empieza a balbucear, negándose a mirarlo, soltando la bolsa que traía con ella y moviendo las manos de un lugar a otro. Hiccup solo suelta una risilla por ello, se moría de ganas de sencillamente tomarla de las muñecas para quitarlas de su camino y dedicarse a besar su cuello e ir bajando hasta sus pechos para darle una probadita de lo que estaba dispuesto a hacerle todas las noches de su vida—. No tenía ni idea de que éramos vecinos, no pretendía…

—Tranquila, tranquila —le dice alzando las manos, aún riéndose levemente—. Acabo de mudarme, al apartamento "C", llevo apenas unas semanas aquí, literalmente ayer terminé la mudanza —mintió, había terminado hace unos cuatro días de colocar los últimos muebles, pero ella no necesitaba saber eso, no necesitaba saber que había planeado cada maldito movimiento para conocerla de la mejor manera posible, para asegurar que todo terminara con ella siendo solamente suya—. Elsa Queens, ¿verdad? —confirma el nombre que ya conoce, extendiendo una mano hacia ella.

Con una sonrisa nerviosa, ella acepta el gesto y realmente tiene que contenerse como para no hacer una locura cuando finalmente puede sentir su tacto. Dioses, que sonrisa más preciosa que tenía, que ojos tan inocentes y brillantes, que cuerpo más perfecto.

—¿Sería muy apresurado si te invito a cenar mañana? —pregunta juguetón, inclinándose un poco más hacia ella. Sabía perfectamente que la respuesta más probable iba a ser un no, le bastaba con ver aquella sonrisa que Elsa había dibujado en su rostro para disimular la leve incomodidad que se refleja en sus ojos. Sabía que le iban a rechazar por algo tan apresurado, pero estaba más que dispuesto a demostrarle desde un inicio lo terriblemente obsesionado que estaba por ella.

Ella sigue sonriéndole, eso hace que se derrita. —Creo que necesitaríamos una que otra conversación más para ello, porque, realmente, ¿por qué me quieres invitar a cenar?

—Porque eres la mujer más hermosa que he conocido en mi vida y necesito conocerte un poco más o me arrepentiré toda la vida.

Ella da un pequeño respingo mientras sus mejillas se ponen completamente rojas, desvía la mirada de inmediato y él se pregunta cuánto mal podría hacer que diera otro paso hacia ella.

La suerte le sonríe, en el quinto piso se suben dos personas y antes de que pudieran marcar ninguna distancia entre ellos, Hiccup se mueve en dirección de Elsa para darles espacio. Mientras las dos personas que acaban de subir empiezan una conversación en voz baja, él se asegura de dejarla bien acorralada contra la esquina. Sujeta la parte del pasamanos que está justo detrás de ella, mientras disfruta viéndola con la respiración mucho más intranquila que antes. Se siente un poco culpable cuando la ve acomodándose con rapidez la sudadera, pero se consuela a sí mismo repitiéndose que lo hace no por su repentina cercanía, sino porque no quería que esos desconocidos la vieran así.

Quería pensar que si la tela se hubiera seguido moviendo ella hubiera dejado que él viera. Que ella hubiera dejado que él la tocara hasta que ambos estuvieran saciados.

Elsa sentía su cuerpo entero ardiendo por culpa de la vergüenza, estaba más que dispuesta a aceptar que la tierra se la tragara allí mismo, estaba más que dispuesta a maldecir hasta la última de la generación de esos dos inconscientes que le habían dado a ese idiota de preciosa sonrisa la oportunidad perfecta para acercarse aún más a ella luego de haber soltado la frase más coqueta y romántica que le habían dicho en la vida.

Su corazón iba a estallar, sencillamente iba a estallar ahí mismo. Sabía perfectamente que él se lo estaba pasando divinamente viendo lo que había debajo de la sudadera, sabía que era más que consciente de su respiración alterada, podía sentir la calidez de su cuerpo, podía sentir como la devoraba con la mirada.

Sabe de inmediato que es un error en cuanto lo hace, pero aún así sigue mirándolo a los ojos, dejándose intoxicar por ese verde esmeralda tan maravilloso. Dejando que el aliento poco a poco abandone todo su cuerpo. Puede sentir la calidez del cuerpo de aquel idiota, puede notar su acelerado latir, y sabe perfectamente que si se apretujara un poco más en contra de ella, si alguien los empujara a estar un poco más juntos, podría sentir a la perfección la emoción de su cuerpo.

Con cualquier otro lunático, Elsa seguramente le hubiera dicho bien alto y claro que era un asqueroso y que debería de tomar unos mínimos 25 pasos de distancia si no quería llevarse una buena hostia y una linda denuncia que jamás saldría del registro. Pero, demonios, mentiría si se atreviera a decir que no había algo en aquel sujeto que la atraía como si fuera un maldito imán. Tal vez era esa sonrisa llena de seguridad y coquetería, tal vez era físico innegablemente perfecto, tal vez fueran esos ojos verdes que brillaban como las esmeraldas más preciosas del mundo, no podía señalar con exactitud qué era aquello que hacía irresistible a ese sujeto, pero sencillamente estaba ahí, obligándola a temblar un poco por su mera presencia.

Hiccup vuelve a hablar una vez llegan al primer piso y todo el mundo empieza a salir. —¿Realmente es tan descabellado que te pida una cita tan pronto?

Elsa se apresura a tomar las asas de la bolsa que había llevado consigo al elevador —bolsa de la cual se había olvidado por completo a decir verdad— y se apresura para escaparse de él.

—Tal vez necesitemos un par de conversaciones en el ascensor antes de una cita de verdad —le dice apresuradamente, despidiéndose dándole unas palmaditas en el brazo izquierdo, dejándolo completamente solo lo más pronto posible. Elsa se apresura de caminar hasta los enormes contenedores de basura para deshacerse de una vez de la bolsa que cargaba consigo y, nuevamente olvidándose que desde fuera parecía que solo llevaba una sudadera, empieza a caminar por cualquier dirección. Porque necesita que se le vaya el calor, porque necesita pensar en qué acaba de ocurrir, porque como regrese tan pronto al edificio sabe perfectamente que se lo va a volver a encontrar y los cielos sabían que sus hormonas —esas que vuelven a comportarse como si hubieran regresado a la adolescencia— sencillamente no serían capaces de aguantarlo.

Como no se le ocurre nada mejor que hacer, mientras camina llama a su hermana porque ¿qué clase de persona sería si no le contara todos sus dramas y todas sus desgracias a su querida hermana menor?

En cuanto le contesta, Elsa responde así. —Anna, me voy a matar y es tu culpa.

Anna, que estaba intentando desperezarse pues la llamada la había despertado, le responde como puede. —Joder, buenos días a ti también ¿eh?

—¡Buenos días, Elsa! —se escucha de fondo del otro lado de la línea, la voz de Rapunzel suena entre risillas tontas, seguramente porque está disfrutando inmensamente la manera en la que ha decidido comenzar la conversación.

—Buenos días, Rapunzel —le responde con casi la misma emoción, solo porque se podía imaginar perfectamente a su hermana rodando los ojos—. A lo que iba, Anna, que me voy a morir y es todo culpa tuya, lo dejaré bien claro en mi carta de suicidio.

—Oye, si me comentaras que he hecho ahora, estaría genial, así tal vez te convenzo de no matarte… o de que lo hagas más rápido para que me dejes en paz de una vez.

Elsa se aguanta las risas mientras usa su mano libre para tirarse el cabello hacia atrás. —¿Te acuerdas del tío que todos estuvimos de acuerdo con que estaba muy bueno?

—¿El ex novio de Rapunzel? —propone la menor de las hermanas, mirando a su novia con una sonrisa burlona.

—¡Anna!

—No, no, el otro, el de los ojos verdes y…

—¡Ah! ¡Don Gato! —suelta con mucha más emoción que antes, Elsa vuelve a tener que aguantar las ganas de reírse—. ¿Qué pasa con él?

—Que es mi vecino —responde de inmediato bruscamente, para darle una idea de cómo se había sentido hace unos momentos.

—¿Qué?

—Y me lo acabo de encontrar en el ascensor cuando estaba tirando la basura —guarda silencio por unos segundos para ver si su hermana comentaba algo, cuando solamente le responde aún más silencio, Elsa se hace a la idea de que Anna no sabe ni qué decir—. Y él estaba con el móvil, imagino que se metió en la aplicación, me reconoció y empezó a coquetear conmigo ahí mismo… y me ha invitado a una cita.

Para su sorpresa, es Rapunzel quien contesta. —Madre mía, que rápido ligas, ¿le has dicho que sí?

—¡Pues claro que no! No lo conozco de nada.

Del otro lado puede escuchar claramente las risillas poco disimuladas de Rapunzel. En esta ocasión, lo que tiene que contener son las ganas de suspirar pesadamente.

—Pero ¿vas a darle una oportunidad o el encontronazo que habéis tenido te han quitado todas las ganas?

Elsa detiene su caminar en ese preciso momento. Esa era una excelente pregunta en verdad, una excelente pregunta que si no hubiera sido por su cuñada jamás se la habría planteado. Sería sencillamente rarísimo intentar conversar como si todo fuera normal, hablar con él mediante la aplicación le parecía algo extraño a Elsa. Pero si él empezaba a hablar con ella no podría solo ignorarlo, era su vecino después de todo, podría perfectamente presentarse delante de su puerta o volverse a topar con ella en el ascensor para forzar la conversación.

—No lo sé —confiesa finalmente, renegando por la suerte tan extraña que tenía—. Dios, ¿por qué todo lo que hago termina en situaciones innecesariamente complicadas?

—Elsa, eres millonaria, haces trampa en la vida, que te pase una que otra cosa mala es lo justo.

Frunce levemente el ceño ante las palabras de Rapunzel. —Eso te lo has sacado de Gravity Falls.

—Evidentemente, pero la cosa es que tampoco es que sea el fin del mundo ni nada por el estilo, ha sido una sorpresa y poco más.

De fondo, se escucha la voz de Anna asegurando que estaba completamente de acuerdo con su novia. Elsa se siente un poco frustrada por no ser completamente comprendida por ninguna de las dos, pero en cierto punto sí que se pregunta si en verdad solo se está dejando llevar por su nerviosismo y su habitual paranoia.

Anna vuelve a tomar el teléfono en algún momento para asegurarse de que su hermana se quedaba completamente segura de que podía estar tranquila, le insistió mil y un veces que no era como si algo realmente malo —a parte de incomodidad y nerviosismo— podría llegar a ocurrir.

—Vale, que es tu vecino, pero no por eso le debes explicaciones de ningún tipo. Si no funciona, pues no funciona, y ahí se acabó el tema. E incluso si llegara a ocurrir el rarísimo caso de que al final sale algo mal con todo esto, sabes que estamos aquí para ayudarte en lo que sea.

Elsa dibuja una sonrisa tierna en su rostro mientras se da media vuelta para finalmente volver a su departamento. —¿Qué haría yo sin vosotras? —pregunta cariñosamente, bastante más cómoda de lo que esperaba luego de haber incluido también en Rapunzel en aquella expresión que más que nada usaba con su hermana.

Anna es quien le responde. —Sabes que siempre puedes contar con nosotras, cuídate, ¿de acuerdo?

—Sí, igualmente, cuidaros.


Elsa Queens había pasado gran parte de su infancia recibiendo educación en su propio hogar, con tutores altamente calificados pero, sobre todo, extenuantemente investigados. Como primera nieta y futura heredera de la riqueza de Runeard Queens, el aclamado hombre de negocios noruego que había trasladado toda su fortuna y empresas a los Estados Unidos de América repentinamente luego del nacimiento de su único hijo, la pequeña Elsa Queens fue sobreprotegida a niveles inusuales. La riqueza de los Queens le permitió a sus padres mantener no solo el nacimiento de Elsa en completo secreto por largo años, sino que también lo mismo se pudo lograr con la segunda niña, Anna Queens. Las hermanas Queens habían sido la alegría de su abuelo desde el momento que nacieron, y por ello mismo, el paranoico y temeroso Runeard vio correcto mantenerlas fuera del ojo público por completo, hasta que, claro, las niñas no aguantaron mucho más y rogaron por salir al mundo exterior.

Aquellos que ya no trabajan para los Queens y que son libres de contratos de confidencialidad en su momento comentaron a diferentes medios de noticias que las niñas Queens vivían básicamente encerradas, atrapadas en los límites de la gran casa —casi mansión— de la poderosa familia, con un horario siempre ocupado y asfixiadas en las ganas de conocer algo más que los jardines de su hogar. Comentaron también lo unidas que eran las hermanas, lo mucho que la mayor —que se había pasado mucho tiempo sola— adoraba a su hermana menor, lo mucho que dependían la una de otra para mantenerse levemente cuerdas.

Cuando tomabas aquello en cuenta, tenía bastante sentido que tanto Elsa como Anna Queens se aseguraran de aprovechar cada segundo de sus adolescencias. Conocieron el sistema educativo normativo cuando Elsa tenía quince y Anna doce años, ambas se las tuvieron que ingeniar de mil maneras para experimentar todo lo que se les presentase por delante mientras que mantenían lo más altas posibles sus notas, después de todo ese había sido el trato. Si podían mantener su excelencia académica, podrían hacer todo lo que quisieran.

Hubo algún punto —de lo que ya casi no queda mucha evidencia— de algún punto en la adolescencia de ambas que todo Internet pudo ver cómo llevaban a cabo su día a día. No se tiene muy claro si todo ese contenido fue eliminado por precaución de los padres y el abuelo o como consecuencia de algún terrible desenlace de aquella nueva costumbre, pero la cuestión era que ambas hermanas en la actualidad eran muy selectivas con lo que dejaban o no dejaban ver.

Elsa Queens no dejaba que el mundo supiera de sus acciones porque había aprendido —o le habían forzado a aprender— que tenía que tener cuidado, pero sobre todo que tenía que tener miedo. Elsa Queens no dejaba que el mundo supiera de sus acciones porque en su corazón había temor, no porque no le gustara la atención positiva que de vez en cuando llegaba a recibir.

Luego de haber recaudado todos esos datos, Hiccup estaba bastante seguro. A Elsa, a su precioso angelito, le aterraba que algún lunático entrara a su vida, que alguien le hiciera daño o, peor aún, que alguien le hiciera daño a su familia. A Elsa, a su precioso angelito, en el fondo le gustaba —o incluso podría decir que ansiaba— recibir toda la atención posible. Después de todo ahí estaba la prueba, ese período ahora eliminado en el que había intentado que el mundo entero le diera la atención que exigía, que necesitaba, que merecía.

Lo tenía más que claro, sabía perfectamente qué era lo que tenía que hacer por su precioso angelito, sabía exactamente cómo debería de tratarla por el resto de su vida. Elsa Queens merecía que la apreciaran, que le recordaran constantemente lo maravillosa que era, que la colmaran de atención, cariño y absoluta devoción. Elsa Queens se había pasado la vida limitada por parejas y personas más que mediocres, rodeada de relaciones que jamás le otorgarían lo que ella realmente necesitaba, lo que realmente quería.

Eso iba a cambiar.

Vaya que iba a cambiar.

Hiccup sabía perfectamente cuál era su deber, qué era lo que tenía que hacer para ser digno de ella. ¿Elsa Queens había querido atención toda su vida? Pues él se encargaría de darle todo lo que necesitaba y mucho más, se encargaría de que supiera en todo maldito segundo que ella era lo más preciado de su vida, que era la mujer más maravillosa de la historia, que el jodido mundo giraba a su alrededor y que se merecía mucho más de lo que el universo era capaz de otorgarle.

Dioses… si ella tan solo le diera la oportunidad, si tan solo le permitiera acercarse un poco, demostrarle que tan lejos estaba dispuesto de ir por ella, de demostrarlo todo lo que haría por ella. Sería capaz de quemar el mundo entero hasta sus cimientos para reconstruirlo a su gusto, sin nada que le haga torcer el gesto, sin nada que le cause indiferencia, sólo la perfección absoluta para ella, era exactamente lo que necesitaba, exactamente lo que merecía.

Gruñe cuando Heather le da un leve empujón. —Hoy andas distraído —señala lo obvio, alza entonces su copa y le da un corto sorbo—. Déjame adivinar, es sobre tu nueva vecina, ¿no es así?

—Me conoces demasiado bien como para saber que no contesto a obviedades.

Heather gira los ojos y suelta una risilla. Entonces se cuelga de los hombros de su primo y con su copa señala a la escena delante de ellos. —Tantas mujeres que se pondrían de rodillas para que les des la oportunidad de satisfacerte, pero tú vas a por una que viste por un segundo y que te ha rechazado una cita.

—Todas estas mujeres solo quieren mi dinero y mi puesto.

—Y la chiquilla esa directamente no te quiere.

Al lado derecho de Hiccup, Dagur suelta una buena carcajada mientras que los hermanos Grimborn son un poco más disimulados con respecto a la gracia que les hace toda la situación que tienen a su lado.

Mientras que las muchachas del casino Valhalla se siguen paseándose por las mesas, repartiendo copas a todo aquel que lo pida, contoneando sus caderas y asegurándose de siempre sonreír, oh, y, por supuesto, de regalarles un gesto lascivo a los dueños del lugar cada vez que tienen la oportunidad. Los miembros de la familia Slange junto a sus socios más allegados, los Grimborn, se encuentran en una zona apartada de todas las apuestas y los robos, una zona que los mantiene bien apartado de todos sus clientes, aquellas gentes que se dejan llevar por los pecados del Valhalla.

—No te rías tanto, Dagur, si ese idiota está así es culpa tuya —gruñe Heather, frunciendo el ceño cuando se da cuenta de que una chica de cabello rojo le dedica una seña específicamente a ella, si Astrid se enteraba volvería a hacer un numerito para demostrar que heredera de los Berserker ya estaba en una relación… aunque cuando Astrid hacía un numerito de ese estilo significaba que ella terminaba cubierta de besos y caricias, así que realmente no era tan malo.

Su hermano mayor se voltea molesto. —¿Mi culpa? ¿Cómo es mi culpa?

—Porque no tendría su teléfono ni la habría seguido si tú lo hubieras detenido, genio —respondió con obviedad Heather.

Pero Dagur niega con la cabeza.

—No, no, no, de eso nada —entonces, señala a los hermanos Grimborn—. Nada de esto hubiera pasado si estos inútiles hubieran llegado temprano, si hubiera sido así, Haddock ni siquiera hubiera llegado a ver a la tipa eso.

Ante el gruñido que Hiccup suelta furioso, Dagur alza una ceja.

—¿Qué? —suelta bruscamente, dejando con un fuerte golpe el vaso de whiskey en la mesa de cristal que tenían delante.

Viggo rueda los ojos casi al mismo tiempo que Heather. Los dos hermanos menores se dicen lo mismo en silencio.

Ya van a empezar.

—Cuida tu puta boca cuando hables de mi mujer, pedazo de imbécil.

Dagur vuelve a soltar una carcajada. —¿Tu mujer? ¡Pero si ni siquiera te la has follado aún! Cuando al menos sea tu putilla podrás habla-

Dagur Berserker tenía la increíble ventaja desde pequeño de que cuando le decían que era un cabeza dura no solo se referían a lo terco que era, sino a que realmente tenía un cráneo duro que aguantaba todo tipo de golpe y le permitía sobrevivir milagrosamente a todos esos accidentes en los que se metió desde muy pequeño por lo irresponsable y temerario que era. También se salvó de una visita al hospital en ese instante gracias a su cabeza dura, si Hiccup Haddock le hubiera reventado un vaso de whiskey con esa fuerza a cualquier otro seguramente lo hubiera mandado directamente a urgencias.

Pero como era Dagur, los otros tres solo siguieron bebiendo sus licores, con las cejas alzadas solo porque les sorprendía ver a Haddock tan alterado y furioso. Dagur estaba más enojado de los cristales que habían terminado en su bebida que por el hecho de que le habían estrellado un vaso en toda la cabeza.

La verdadera sorpresa fue cuando Hiccup tomó un trozo de cristal grande, aprisionó a Dagur contra el respaldar del sillón y apretó el filoso cristal contra su yugular.

—Como vuelvas a faltarle el respeto a mi mujer te pienso cortar la lengua y partirte cada puñetero hueso de tu patético y asqueroso cuerpo, ¿te ha quedado claro, capullo?

Ryker suelta un silbido juguetón. —Joder, Haddock, creo que en mi vida te había visto tan furioso.

—Cabrón, me has jodido la bebida —refunfuña Dagur, la respuesta es un poco más de presión del cristal contra su cuello.

Ignorando todo lo que se acababa de decir, Hiccup insiste. —¿Te ha quedado claro o no?

Dagur mira de reojo a su hermana y esta le contesta perfectamente sin decir ni una sola palabra.

Tú solito te lo has buscado, genio.

Frustrado, el mayor de los hermanos Berserker regresa la mirada a Hiccup lentamente. Frunciendo el ceño y apretando con fuerza los puños, asiente. —Sí, primo, me ha quedado clarísimo.

Hiccup finalmente deja caer bruscamente el trozo de cristal al suelo y se va aún hecho una furia, con la sangre en sus venas hirviendo por una asfixiante e inagotable rabia. Se va maldiciendo, dejando muy en claro con una sola mirada a todas las muchachas del casino que no quería que ni una sola de ella se le acercara a intentar sus tonterías con él.

Desgraciado el pobre borracho que frente a una nueva pérdida absoluta le arroja a una de las camareras su copa justo cuando Hiccup pasaba por ahí. El hombre grita mientras se tambalea y la muchacha se mueve apresurada para que no le haga nada. La cerveza mancha toda la alfombra de terciopelo, los cristales están esparcidos por todas partes, el espacio entero se ahoga en los gritos del borracho y los temblores y el pánico consumen a la pobre muchacha. Hiccup se truena los dedos con ansias.

Quería golpear a alguien después de todo.

—¿Qué pasa aquí? —pregunta bruscamente, espantando a la camarera, quien pega un respingo.

—Se…señor, no, yo no quería… limpiaré esto de inmediato, yo… —se queda muda en cuanto Hiccup alza una mano para callarla.

Señala al borracho que se ha quedado también mudo en cuanto lo vio llegar. —¿Te ha hecho daño este imbécil? —la camarera agacha la mirada, asiente levemente, es entonces que se fija en los pequeños raspones de sus desnudas piernas—. Ve al vestuario a que te revisen las heridas, manda alguien más a que limpie esto —su mirada verde, llena de rabia y frustración acumuladas, se alza hasta el borracho—. Yo voy a sacar la basura.