Cuando Elsa sale para ir a su trabajo, Hiccup recién llega. Llega cansado, con grandes ojeras y sencillamente destrozado, le duele el cuello junto con toda la espalda y la cabeza le palpita como si al corazón le hubiera parecido una idea cojonuda hacer las maletas e irse a vivir allí mismo. No ha dormido absolutamente nada, tiene los nudillos destrozados y abrir la mano supone un suplicio.

Pero bueno, el otro quedó mil veces peor.

No tiene idea si le dio una paliza de muerte, ese es problema de Frost, que se encarga de ocultar las evidencias de todos y cada uno de sus arranques de ira que no logra controlar. Solo sabe que le ha dejado más que claro que no puede ir a joder al Valhalla… si es que tan siquiera puede ir a algún lugar desde ahora.

Tiene los ojos cerrados con fuerza mientras reposa la cabeza contra el frío espejo del ascensor, está hecho un desastre, lo sabe perfectamente. Un desastre agotado que estaría descansado a este punto si no hubiera llevado a cabo la tontería de mudarse.

No, no era una tontería.

Lo había hecho por su angelito, lo había hecho por ella, no era una tontería.

Lo había hecho para poder…

—Oh dios mío, Hiccup, ¿estás bien?

Abre los ojos bruscamente, tan bruscamente que incluso se marea un poco, no tiene ni idea en qué momento llegó a su piso, no sabe cuánto tiempo lleva parado delante de Elsa —que se ve tan jodidamente sensual en esa ropa tan elegante que él supone que es propia de su trabajo de oficina—, sólo es consciente de que seguramente sus nudillos sangrientos y su camisa arrugada y abierta llamarán la atención y darán una muy mala imagen de él.

Todas las cicatrices y tatuajes seguramente tampoco contribuyen en mantener la pantomima de ser un vecino común y corriente.

Tiene miedo de que Elsa una los cables de inmediato —porque ella sencillamente es brillante—, pero realmente habría que estar loco para asumir que tu vecino aparentemente normal es jefe de la mafia solo por verlo con las manos magulladas y la ropa mal acomodada.

Ella se acerca apresuradamente a él sin pensarlo en lo absoluto, sin cuestionarse tan siquiera si debería de respetar su espacio personal.

—¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? ¿Necesitas que te lleve a urgencias? ¿Necesitas que llame a alguien por ti?

Ella le sostiene por un momento los brazos para luego sujetar su rostro en busca de más heridas que pudieran estar ocultas por su desorganizada melena castaña, al no encontrar nada sigue revisando con la mirada el resto de su cuerpo, manteniendo sus manos en las mejillas de Hiccup, cortándole la respiración y consiguiendo que se derrita bajo su toque.

Loco, esa mujer lo volvía completamente loco.

Se aleja como puede de la pared del ascensor mientras suelta una cansada y débil risilla.

—Estoy bien, estoy bien, no tienes que preocuparte por mí, Elsa —le asegura sonriente, moviéndose como puede en otra dirección esquivándola no solo porque está agotado y realmente quiere llegar lo antes posible a su cama para descansar por mil años, sino porque ella se ve tan adorable y encantadora en esos momentos que está angustiada por él, que Hiccup teme enormemente ser capaz de cometer algún tipo de locura por la falta de control que el cansancio de su cuerpo podría llegar a causar.

—Pero si no puedes ni caminar —insiste ella, agarrándolo del brazo derecho y colocándolo sobre sus hombros para que se apoyara levemente en ella al caminar. Hiccup cierra con fuerza los párpados, para relajar su cansada mirada y para evitar seguir mirándola tan fijamente, no quiere incomodarla.

La puerta de su apartamento no está tan lejos del ascensor, a tan solo unos pocos pasos, hubiera llegado sin problema con o sin la ayuda de su precioso angelito, pero, ahora que podía sentir su cuerpo levemente apretujado contra su torso, realmente no encontraba ninguna razón lógica para quejarse de recibir su ayuda.

—Eres un encanto, ¿te lo he comentado ya?

—¿Te parece este un buen momento para coquetear conmigo?

Hiccup rueda los ojos. —Más que coquetear contigo, te estoy halagando, y sí, todo momento es un buen momento para halagarte.

Ella bufa mientras desvía la mirada lejos de él, pero Hiccup puede notar perfectamente como intenta contener una sonrisa enmarcada por mejillas enrojecidas. Se ve tan tierna, intentando fingir que sus palabras no le afectaban en lo absoluto a pesar de que podía sentir como temblaba levemente bajo su agarre. No puede evitar quedarse mirándola fijamente con una sonrisa boba en el rostro, incluso cuando ella lo mueve lentamente para dejarlo reposando contra la puerta de su apartamento, incluso cuando ella finalmente vuelve a encararlo.

Sus ojos se conectan solo por unos segundos, ella viaja su mirada al fino reloj de su muñeca. La ve frunciendo el ceño por la preocupación mientras sus ojos vacilaban constantemente entre la hora que mostraba el aparato en su muñeca y las heridas que seguían abiertas en los nudillos de Hiccup. Al darse cuenta de ello, sintiéndose conmovido pero culpable por la preocupación de ella, Hiccup intenta ponerse lo más recto posible —a pesar de que se muere de sueño— y le regala un tranquila sonrisa.

Se atreve a tomar cuidadosamente una de las manos de ella, incluso tira un poco de su cuerpo para acercarlo al suyo. —Hey, estoy bien, te lo prometo, tengo lo necesario para tratarme estas heridas, y parece que tú tienes que ir al trabajo.

Suspira de la manera más disimulada posible cuando se da cuenta que casi comenta lo de su trabajo de forma rara. Iba a decirle que seguramente sus padres no estarían a gusto si volvía a llegar tarde, eso hubiese sido una locura, eso hubiese indicado que sabía mucho más de lo que ella pensaba, se cortó justo a tiempo para decir algo con más sentido, algo que no la espantara, algo que no le dejara en claro lo mucho que había investigado de su vida privada.

Ella no se da cuenta del leve titubeo de su voz, solo lo mira a los ojos con una preocupación terrible, incluso apretuja —con cuidado de no hacerle daño— la unión de sus manos por unos segundos mientras presiona los labios hasta dejarlas casi blancos.

—¿Estás seguro que no quieres que llame a la ambulancia? —pregunta con delicadeza, sorprendiéndolo cuando ella misma da un paso hacia él—. Si te termina pasando algo y yo sencillamente me voy…

—Estoy bien —insiste, aguantándose la sonrisa que tira de sus labios para verse lo más serio posible.

Ella vuelve a mirar la hora en su reloj. —¿A qué hora sales a trabajar?

—Tengo turno nocturno —le responde, fingiendo confusión, como si no tuviera completamente claro cuáles eran las ideas que corrían por la cabeza de su precioso angelito.

—Yo vuelvo en nueve horas —dice apresurada, Hiccup ya lo sabe. Media hora de trayecto, ocho horas exactas de trabajo, lo sabía perfectamente—. Cuando vuelva puedo ayudarte en lo que necesites.

Entrecierra los ojos y finge estar desconfiado de ella. —¿Me estás proponiendo una cita en un momento como este? —bromea inclinándose hacia su rostro, se arrepiente de inmediato, porque ella le suelta la mano y da un paso atrás. En estos momentos ella aprieta los labios no para reprimir una sonrisa, sino porque realmente está incómoda.

Mierda.

—Intenta tratarte esos nudillos, ¿de acuerdo? De todas formas vendré a ver cómo estás.

Es todo lo que dice antes de dedicarle una última mirada fija a los ojos —una mirada que le dejó muy en claro a Hiccup que la pobre no tenía ni la más remota idea de cómo despedirse sin hacer la situación más incómoda— y retirarse a paso lento, volviendo al ascensor que felizmente se había quedado en su piso en lugar de haber sido llamado por cualquier otro vecino.

La ve adentrándose a esa condenada caja de metal que pronto desciende, pronto la aleja de él.

Le da un golpe seco a la pared mientras bufa frustrado. No se suponía que las cosas fueran así. No se suponía que él volviera destrozado del casino, obligado a preparar una mentira decente de por qué no quería ir a urgencias o cómo había acabado así, no se suponía que llegara a cometer la tontería de volver a proponerle una cita tan pronto luego de que ella le hubiera dejado tan en claro que no le gustaba lo apresurado que estaba haciendo las cosas. No se suponía que ella se apartara de él, pero lo había hecho maldita sea.

Entra frustrado, Chimuelo apenas puede arrancarle una sonrisa cansada cuando se lo encuentra desparramado de forma graciosa en el sofá. Lo primero que hace, porque sabe que si lo deja para el final se le olvidará por completo, es curarse los nudillos. Limpia las heridas y las venda sin problema alguno, realmente solo lo hace para evitar cualquier tipo de infección, si no fuera por aquel detalle las dejaría como estaban en ese momento.

Se quita bruscamente la chaqueta y la camisa y las tira con cierta frustración contra el cesto de ropa sucia. Se desnuda por completo nada más entrar en el baño, seguramente apesta a alcohol, no puede estar seguro porque todo lo que nota es ese aroma metálico a sangre. Se estira lo mejor que puede en un desesperado intento de sentir el cuerpo más ligero y aliviado, pero pronto se da cuenta que seguramente lo único que podría lograr ese objetivo era una buena ducha y una larga siesta.

Deja que el agua se pasee a su gusto por cada centímetro de su cuerpo, cierra los ojos por unos segundos pero cuando no se cuenta de que no puede evitar imaginarse a su angelito a su lado, desnuda por completo, de rodillas y totalmente dispuesta a quitarle el estrés de cualquier manera posible, Hiccup decide que lo mejor sería mantener los ojos bien abiertos y dejar de pensar en Elsa porque por mucho que disfrutara todas esas sensuales imágenes mentales, estas llegaban también con crueles recordatorios de que estaba muy cerca de arruinarlo todo.

No quería esos pensamientos en su mente.

Tan solo se pone ropa interior nueva y un pantalón holgado antes de dejarse caer en la cama, dispuesto a olvidarse de absolutamente todo.

Hiccup está completamente seguro que apenas había cerrado los ojos por dos segundos antes de que el sonido de su timbre le obligara a volver a abrirlos, pero cuando, entre gruñidos, revisa la hora en su teléfono se da cuenta que en verdad han pasado 10 horas enteras.

—Joder —masculla, no solo por la sorpresa sino porque realmente no quiere levantarse, pero igualmente lo hace.

El timbre sigue sonando mientras él se restriega las manos contra el rostro en un infructífero intento de despertarse un poco. Vuelve a maldecir cuando al timbre se le suma los bufidos agudos de un Chimuelo que se acaba de despertar bruscamente también y que está ofendidísimo. No le importa en lo absoluto estar tambaleándose tontamente mientras se dirige a abrir la puerta, no se molesta en avisar que ya va a abrir, solo avanza hacia la puerta para acabar con el ruido de una buena vez por todas y regresar a dormir lo antes posible.

Lo primero que hace al abrir la puerta es apoyarse en el marco de esta, lo segundo que hace es darse cuenta que tiene a Elsa delante de él.

Mierda.

Siendo honesta con ella misma, aunque evidentemente jamás lo admitiría delante de nadie, en esos precisos momentos se lo estaba devorando con la mirada. No consideraba que nadie pudiera reprocharle nada —si es que alguien alguna vez se enteraba de esto—, cualquiera lo hubiera hecho si estuviera en su lugar.

No lo había sabido reconocer cuando se encontraron en el ascensor o cuando estuvo mirando sin parar sus fotos, pero ahora tenía más sentido. En los brazos, Hiccup tenía tatuados el cuerpo de dos serpientes que se enroscaban por sus músculos desde sus muñecas hasta su clavícula, en sus fuertes pectorales dos víboras abrían las fauces, mostrando sus venenosos colmillos y estirando sus bífidas lenguas. Sus costillas estaban completamente cubiertas por miles de dibujos rectos que, gracias a las series y películas de Hollywood, Elsa podía identificar como runas nórdicas. Eran todas diferentes y se extendían hasta el inicio de la pelvis, perdiéndose hasta cierto punto por debajo del pantalón holgado permitiendo que su imaginación viajara por ideas demasiado alocadas.

Traga saliva con dificultad y se apresura a mirarlo a los ojos, lo que en verdad tampoco es tan buena opción porque esos ojos verdes tan adictivos estaban clavados en ella, recorriéndola por completo, consiguiendo que sintiera temblorosas las rodillas, dejándole muy claro lo mucho que la deseaba.

Tenía una de sus fuertes manos sujetando el marco de la puerta mientras que la otra pasaba entre su rostro y su cuello, aliviando la tensión de su cuerpo, Elsa podía imaginárselo perfectamente haciendo esos mismos movimientos mientras estaba encima de ella, manteniéndola quieta al sujetar con fuerza sus caderas, bien colocado entre sus piernas…

Dioses, no, no era momento para pensar en esas cosas.

—¿Cómo te encuentras? —pregunta con delicadeza, agradeciendo a los cielos por haber sido capaz de no titubear ni de demostrar de ninguna manera la manera en la que su cuerpo entero estaba reaccionando a la apariencia de Hiccup—. Te he traído algunas cosas, ¿puedo pasar?

Hiccup parpadea confundido. Ella quería entrar en su departamento, ella seguía angustiada por él, ella seguía dispuesta a estar a su lado.

Dioses, era el hombre más jodidamente afortunado de toda la historia.

Asiente lentamente y se hace a un lado, la ve removiéndose levemente justo antes de adentrarse. No piensa mentirse a sí mismo fingiendo que tenía algún tipo de control sobre su cuerpo cuando se trataba de ella, la verdad es que se queda mirando fijamente su cuerpo mientras ella pasa. Incluso se relame disimuladamente los labios mientras cierra la puerta y comienza a seguirla.

—Llegué hace una hora —le comenta mientras saca cosas de una bolsa de plástico semi traslúcida que recién se da cuenta que lleva con ella—, pero supongo que seguías durmiendo porque estuve esperando a que abrieras por quince minutos.

Él pega un respingo y se apresura a ponerse a su lado. —En serio, dioses, lo siento muchísimo, debí haberme puesto una alarma o algo, realmente siento…

Ella lo calla alzando una mano. —Está bien, está bien —le asegura con una leve sonrisilla en el rostro—. Estabas agotado, era bastante evidente que necesitabas dormir todo lo necesario, aunque la verdad no tenía ni idea de si habías salido o te habías quedado dormido, por eso volví a probar suerte —una vez termina de sacarlo todo, se fija en las manos de Hiccup, sonriendo ante las vendas—. Me alegro que te las hayas vendado, te veía completamente capaz de irte a dormir con esas heridas al aire libre.

Él suelta una risa cansada.

—He estado bastante cerca, en verdad —confiesa, inclinándose levemente hacia ella, aliviándose como loco cuando ella solo se queda en su sitio, aún sonriéndole.

—He traído varias cosas, dijiste que te habías mudado hace poco y no sabía que tenías en casa —le explica, empezando a señalar una por una las cosas que había traído—. Pastillas para el dolor, vendas, una bebida energética, comida instantánea porque di por hecho que no tendrías ganas de cocinarte…

—¿Lees la mente o algo por el estilo? —le pregunta juguetonamente y ella le responde con un guiño y un gesto de silencio, como pidiéndole que le guardara el secreto. Hiccup suspira encantado ante eso.

Es que era sencillamente perfecta.

—Y como no sabía si eras más de café o té, te he traído un poco de ambos —concluye mostrándole los pequeños paquetes de café instantáneo y té de lavanda. Alza una ceja mientras toma de las manos de Elsa el paquete de té—. ¿Qué? —le pregunta con una sonrisa—. El té de lavanda es buenísimo para el dolor de cabeza, para aliviar el dolor en general… además que huele de maravilla.

—¿No se suele usar la lavanda para detergentes?

—Hiccup Haddock, tienes que entender que puedes convertir absolutamente todo en té —para insistir más en su broma, Elsa se acerca bastante al rostro de Hiccup, de manera que él puede sentir como sus respiraciones se combinan levemente—. Todo.

Asiente mientras contiene las risas. —Entendido.

—Perfecto, entonces, ¿qué prefieres?

—Definitivamente no el té de detergente.

Las risas que se le escapan bruscamente a Elsa son sencillamente la más maravillosa serenata de perfectas melodías que Hiccup pudo haber escuchado en toda su vida. Se ve preciosa mientras ríe su mano derecha levemente tapando sus labios, sus mejillas se llenan de un color rosado y la sonrisa que se extiende por su rostro es simplemente maravillosa. Hiccup podría pasarse la vida entera viéndola reír de esa hermosa manera, podría pasarse la vida entera sencillamente viéndola.

Y precisamente para asegurarse la oportunidad de seguir apreciándola por el resto de su vida, es que se inclina un poco hacia ella y roza levemente sus dedos.

—Oye, esta mañana me he comportado como un idiota, y realmente lo siento —finge estar avergonzado, desvía la mirada y aprieta levemente los labios, retirando lentamente la mano que antes rozaba los dedos de Elsa, pero no los mueve demasiado, solo para mantener la posibilidad de que sea ella quien decida acercarse a él—. No pretendía incomodarte en lo absoluto —asegura mirándola por unos segundos a los ojos, notando la manera tan fija en la que ella lo observaba—. No tengo excusa, tú estabas preocupada y yo solo estaba actuando como un idiota, presionándote para algo que ya me habías dicho que no, y si desde ahora quieres que me aparte y no te vuelve a molestar, te juro, Elsa, que lo-

Ella vuelve a levantar una mano para hacerlo callar.

Perfecto.

La ve sonriendo juguetonamente, pero por su lenguaje no verbal puede notar que está levemente incómoda, o al menos tiene muchas cosas pasándole por la cabeza. Lo importante es que está sonriéndole.

—Te he dicho que está todo bien, Hiccup —le repite alargando la mano para que, tal y como él había querido, sus dedos volvieran a rozarse—. ¿Sabes? Es eso precisamente lo que me pone un poco de los nervios contigo.

Alza una ceja. —¿El qué? —pregunta, por primera vez honestamente.

—Que vas demasiado rápido, demasiado a los extremos —dice ella, aún con ese tono juguetón, aún con esa sonrisa, como si quisiera asegurarse de que no lo estuviera ofendiendo en lo absoluto—. No quiero que dejes de hablarme por completo, solo quiero que vayas un poco más despacio, ¿no es mucho pedir, verdad que no?

Tenía que admitirlo, estaba sumamente asombrado por lo fácil que era para ella comunicar claramente todo lo que quería, todo lo que esperaba de él y qué era exactamente lo que no le gustaba. Cualquier otro idiota seguramente hubiese tomado todo aquello como un ataque injusto, se hubiera exaltado y hubiera cortado todo bruscamente, pero esto en verdad era perfecto para él.

Sabiendo que era exactamente lo que ella quería, podría adaptarse a la perfección para que no hubiera otro final posible que el de ellos estando juntos.

—Solo digo que realmente me gustaría que nos conocieramos un poco mejor antes de cualquier cosa. No sé absolutamente nada de ti —señala lo evidente, haciendo que Hiccup se pase una mano por el mentón.

Él ya lo sabía casi todo de ella, empezar a preguntar por cosas que ya sabía no le parecía lógico en lo absoluto, así que solo se hundió de hombros y dijo. —De acuerdo, pregunta lo que quieras.

—Bien, ¿de dónde viene ese nombre tan raro?

Quiere comentar que le sorprende que no pregunte primero por las heridas, pero decide no presionar su suerte más, que últimamente eso no salía nada bien. Se levanta mientras pilla la caja de café instantáneo y se acerca a la cocina para ir preparando un poco. —Mis padres vienen de un pequeño pueblo noruego muy metido en las costumbres antiguas —va explicando con normalidad, llenando de agua el hervidor negro de su cocina, mirando de reojo como ella lo había seguido para sentarse en uno de los altos taburetes que rodeaban la pequeña mesa de mármol de la cocina—, creen en los dioses nórdicos. Thor, Odín, Freyja, toda esa gente, incluso pasé una larga etapa de mi vida sin saber nada del cristianismo. La cuestión es que una de estas creencias es que los nombres feos y desagradables espantan a los espíritus violentos y de mala suerte. Como nací prematuro y pequeño, mis padres consideraron que el mejor nombre posible, uno que me representara y fuera feo, sería Hiccup.

Cuando finalmente coloca las dos tazas de café humeante y el contenedor de azúcar con una cuchara en la mesa, Elsa suelta una risilla.

—Hombre, tampoco es tan feo —le dice, aunque no puede parar de reírse.

—Oh, créeme, es horrible.

—No lo…

La interrumpe para decir su nombre entero. —Hiccup Haddock Horrendous —presenta su nombre falso, la parte de Slange se la puede saltar. Aguarda un segundo para oírla decir que realmente es muy malo, pone la guinda del pastel—. Tercero.

—¿Qué?

—Hiccup Haddock Horrendous III, ese es mi nombre completo.

—Oh Dios mío —suelta con la boca abierta—. ¿Me estás diciendo que literalmente podrían llamarte Triple H?

Es ahora él quien se rompe en carcajadas, tan fuertes que incluso tiene que dejar la taza nuevamente en la mesa antes de tomar el primer sorbo para poder abrazarse el estómago.

Cuando finalmente puede parar de reírse, Elsa solo suelta una risilla antes de repetir lo que él había dicho antes.

—Tercero —dice, como saboreando la palabra, saboreando lo ridículo que sonaba—. ¿Cómo puedes ser el tercero de un nombre como ese?

—Tampoco es el peor nombre del pueblo, conocí a un amigo de mi padre que literalmente se llamaba Cubeta.

—Dime por favor que llevaba una cubeta por todas partes.

Hiccup se da unos toquecitos en la sien. —La llevaba en la cabeza.

Elsa lucha contra las risas. —No te creo.

—Jamás te mentiría —miente, con un tono juguetón que consigue sacarle esa preciosa sonrisa resplandeciente una vez más—. De acuerdo, tema del nombre solucionado, ¿qué más quieres saber?

De pronto, Elsa señala con un dedo su torso desnudo. —¿Tienen significado o solo es por la estética?

Es entonces que Hiccup se da cuenta que ha estado todo ese tiempo sin camiseta, y si Elsa le estaba preguntando por los tatuajes de sus costillas es que había aprovechado todo este tiempo para mirar su torso al descubierto. Quiere hacerle alguna broma sobre ello, quiere acercarse y proponerle que toquetee sus tatuajes. Maldita sea, quiere dejar esas malditas tazas a un lado para subirla a la mesa y arrancarle la ropa con los dientes si hacía falta.

Pero no, se contiene. Despacio, le había pedido ella, hacer las cosas despacio.

Él se aparta un poco de la mesa para que ella pudiera ver bien. —Las serpientes son solo por estética en verdad, pero las runas sí que tienen significado. Son de protección y para pedir fuerza más que nada, hay una que otra que simboliza lo mismo, las tengo desde hace varios años, siempre quise hacerme algo con respecto a las runas de las que siempre hablaban mis padres.

—Tengo entendido que en las costillas los tatuajes duelen como el infierno.

Presumido, le sonríe ladinamente. —Entonces el infierno solo es una caricia para mí.

Ella rueda los ojos. —Oh, por favor, que malote. ¿Esa frase te suele ayudar a ligar, Haddock?

Él se hunde en hombros. —Estoy tirando todo el arsenal a ver qué funciona y qué no —le responde con falso desinterés, guiñandole un ojo, logrando sacarle una sonrisa—. De acuerdo, ¿qué más?

—¿Sería muy brusco preguntarte qué diantres te pasó anoche? —finalmente lo suelta, la pregunta sobre sus heridas, la pregunta sobre su estado de aquella mañana que los había traído hasta esta interacción—. No te tenía por alguien que se mete en peleas, Haddock, aunque creo que eso solo demuestra que no nos conocemos en lo absoluto.

No tienes ni idea de todo lo que sé de ti. Piensa mientras toma un largo sorbo de su café.

—Hay veces en las que es necesario.

Se arrepiente de inmediato, la mueca en el rostro de Elsa le deja en claro que esa había sido una mala respuesta, por muy honesta que fuera.

—No soy violento —deja en claro lo más pronto posible, dejando la taza en la mesa, notando como la mirada de ella se centra en sus nudillos destrozados—. Solo me gusta acabar con los problemas de manera eficiente. Mis padres tienen un bar, la gente se emborracha demasiado en ellos, se piensa que pueden hacer lo que quiera, que pueden arruinar la experiencia y el trabajo de los demás, que pueden tratar a los demás como sirvientes. Cuando a alguien se le va la mano, suelo ser yo quien se encarga de que tomen aire y de alejarlos del lugar si hace falta.

Ella alza una ceja. —¿Entonces por qué no querías ir a la ambulancia?

—Harían demasiadas preguntas, podría meterme en problemas o meter en problemas a mis padres y todo por culpa de un imbécil. No valía la pena.

Hiccup puede notar que no sigue convencida del todo por su comportamiento, es evidente no solo por su expresión levemente incómoda, sino por la manera en la que ladeando la cabeza mientras sus ojos no dejan de analizarlo intensamente.

—¿Sueles meterte en peleas a menudo?

Fuerza una sonrisa. —¿Por qué siento que estoy en una entrevista de trabajo? —intenta bromear, inclinando su cuerpo nuevamente hacia ella, levantando su taza para beber un poco más mientras mantenía firme el contacto visual—. ¿Estás intentando ver si soy violento en todo momento o algo por el estilo?

—No me gustan los tíos que van buscando peleas sin motivo alguno —responde, rompiendo el contacto, fijándose en el líquido que seguía en su taza—. ¿Cómo puedo saber yo que en verdad no reaccionas así ante la más mínima provocación?

—Me gusta pensar que solo recurro a la violencia cuando es completamente necesario —responde, hundiéndose en hombros—. Te lo he dicho, Elsa, no soy alguien realmente violento, solo hago lo que es necesario —ante la falta de una reacción más positiva, no encuentra más solución que profundizar más en la mentira—. Realmente no disfruto llevando las cosas hasta ese punto, intento hacerlo por otros métodos, pero no siempre las cosas salen como queremos, ¿no crees?

Con una mueca en el rostro, lo siguiente que hace es preguntarle lo siguiente. —¿Qué defines tú como "completamente necesario"? Presionando un poco, cualquier escenario entraría en esa categoría.

Realmente parecía que estaba en una entrevista de trabajo, parecía que se estaba presentando como primer candidato al puesto de "pareja de Elsa Queens", tendría algo de gracia y se lo tomaría bastante bien sino fuera porque era consciente que el motivo por el que ahora ella estaba siendo tan distante es porque sus últimas respuestas no le habían gustado en lo absoluto.

Aunque tal vez podría permitirse un poco de calma para sí mismo, después de todo, que Elsa siguiera preguntando y que todavía no hubiera buscado alguna rápida excusa para irse de su apartamento era un prueba de que todavía tenía oportunidad. Podía arreglar la situación.

Era completamente consciente de que, por mucho que estuviera en desacuerdo con sus respuestas y no estuviera cómoda con aquella parte de su personalidad, Elsa no podía evitar de vez en cuando llevar por unos segundos su mirada a su, todavía, descubierto torso. Era completamente consciente de que ella se estaba deleitando con la vista de sus músculos cubiertos por tatuajes. Era plenamente consciente de que, aunque se había burlado juguetonamente, en verdad el haber presumido de su resistencia al dolor había sido algo positivo.

Por lo que vuelve a dejar la taza en la mesa y avanza lentamente hacia ella. Ve como ella de inmediato responde con un respingo, pero felizmente se calma cuando él le sonríe.

—Básicamente cuando tengo que defenderme, o cuando tengo que defender a alguien —le explica con una voz un poco más ronca y gruesa que hace unos segundos, una voz que la hace temblar levemente. Avanza cuidadosamente hacia ella, hasta que la tiene a su alcance y ella misma, para encararlo, gira levemente su cuerpo de modo que pueda acorralar contra la mesa. Podría apoyarse en la mesa sin problema alguno, inclinarse levemente hacia ella, pero decide que sería mucho más divertido aprovechar el espacio que quedaba a los costados del asiento del taburete para sujetarse de allí. Presiona sus manos contra las piernas de ella de tal manera que puede sentir como intenta contener un nuevo respingo, sentir su suave piel contra su antebrazo lo lleva directamente al cielo, ver directamente cómo se retuerce en el asiento en un intento de alejarse de su cuerpo es sencillamente encantador y adictivo. Poder ver como traga saliva con dificultad y como tan solo se permite de mirarlo a los ojos por unos segundos es el mayor de los deleites. Pero la verdad es que lo disfrutaría mucho más si pudiera tener absolutamente toda su atención.

Toma con delicadeza su mentón para levantar su rostro y obligarla a mirarlo a los ojos. No puede evitar sonreír como idiota en el momento en que nota que ella jadea un poco.

—No soy una persona violenta, Elsa —le repite, porque sabe perfectamente que hace falta—, pero si hace falta, si la situación llega a tales puntos, sería capaz de muchas cosas para mantenerse segura, para mantenerte lejos de cualquier tipo de peligro.

Se atreve a pasar su pulgar por el labio inferior de ella, no porque realmente hubiera llegado a considerar que era buena idea, sino porque se moría de ganas de hacerse una idea de cómo se sentirían sus labios.

Dioses, cada parte de ella era sencillamente perfecta.

Elsa aparta el rostro de la mano de Hiccup antes de que él pudiera seguir hablando. Se aferra como puede a la mesa, o lo que sea que estuviera sujetando en esos momentos, mientras intenta calmar un poco su corazón y disimular en la que ha empezado a jadear. Aún puede sentir una de las manos de Hiccup apretada contra sus muslos, su otra mano se ha deslizado para acunar tiernamente su rostro y en algún momento ella le ha dado espacio para colocarse entre sus piernas.

Dios bendito, ¿qué diantres tenía ese hombre que sencillamente alteraba cada maldita parte de su cuerpo?

En cierto punto estaba en espera de que toda la tensión sexual sencillamente estallara, que él la tomara con fuerza de la cintura para pegar bruscamente sus cuerpos y que su boca acabara llenando de besos húmedos y chupetones su cuello. Estaba esperando terminar sobre esa alta mesa, temblando, jadeando y gozando de todo lo que él estuviera dispuesto a hacer con ella.

Le acababa de pedir que hiciera el favor de tomarse las cosas con más calma, que le diera tiempo a lo que sea que pudiera pasar con ellos. No porque no hubiera pensado en acostarse con él desde el momento que se lo topó en el ascensor sino porque quería hacer caso a los consejos de su hermana e intentar tener una relación seria, una que no se basara en las ganas que tenía de follar con alguien, una que no terminara siendo un simple revolcón de una noche.

Realmente quería darle una oportunidad a una relación seria con él, realmente creía que podía salir algo bueno, y estaba aterrada que el hecho de ceder a las ganas que tenía de terminar en la cama con él lo arruinara todo por completo.

Y la cosa es que Hiccup se lo llegó a plantear. Se llegó a plantear la posibilidad de arrancarle toda la ropa, llenarle de besos todo el cuerpo, adueñarse de cada parte de ella por el resto del día y hacerla llegar al maldito cielo. Pero sabía que eso se saldría por completo de lo que ella había pedido de tomar las cosas con más calma. Su cuerpo parecía querer indicarle que continuara con cualquier locura que se le ocurriera, pero aún estaba presente la posibilidad de que ella llegara a rechazarlo por completo y eso es algo que sencillamente se negaba a aceptar.

Suelta una falsa risilla nerviosa mientras le da algo de espacio, logrando que volviera a mirarlo directamente a los ojos.

—Perdona —le dice, con una sonrisa ladina que intenta ser amable y apenada. Tenía que reconocerlo, todos esos años de preparación con sus padres y sus tíos sí que le habían funcionado para ser un perfecto mentiroso—, se suponía que iba a respetar lo de ir más despacio, no pretendía incomodarte…

Elsa sonríe, tan aliviada que ni siquiera llega a darle importancia a la decepción que llega a notar como una leve punzada. No sabe cómo alguien puede hacerlo, pero es impresionante la manera en la que Hiccup era capaz de hacerla temblar de pies a cabeza por lo jodidamente ardiente que era para segundos después hacer que se derrita por lo encantador que era.

—No te preocupes, todo está bien —le dice, intentando mantener la mirada en sus ojos antes de rendirse por completo porque sencillamente era incapaz de mantener la mirada.

Él finalmente se aparta del todo, fingiendo un nerviosismo que realmente no sentía, intentando simular lo mejor posible de que era tan solo un sujeto normal intentando llevar lo mejor posible la oportunidad de una sencilla relación.

—¿Te gustaría quedarte un poco más? —le pregunta mientras se cruza de brazos, con una sonrisa encantadora y falsamente tímida—. A ver una película o algo por el estilo, digo ya que estás aquí y te has estado preocupando tanto por mí y las consecuencias de mis tonterías.

Logra sacarle una risilla, una de esas juguetonas que ha podido apreciar tanto en la última hora. —De acuerdo, pero primero ponte una camiseta.

Hiccup decide fingir más vergüenza. —Se me había olvidado que estaba sin camiseta —miente entre risillas.

—¿En serio? —le pregunta incrédula.

—Te lo prometo, no soy un mentiroso, Elsa.

Y ella le regala una sonrisa llena de confianza y aprecio, una sonrisa llena de todos los sentimientos que definitivamente no debería de sentir por su propio bien.

—Bueno, te espero aquí entonces, para nuestra primera cita.