—Algo me dice que has insistido a acompañarme solo para seguir regañándome como si fueras mi madre —bromea Elsa mientras sigue avanzando por las frías calles de la ciudad junto con Isabela, centrándose en verdad en lo contenta que estaba por pasar más tiempo con su amiga que ponerse a pensar cómo se regresaría Isabela sola a tan altas horas por la noche estando tan lejos de su propia casa.

La mayor de las hermanas Madrigal le regala a Elsa una sonrisa cómplice, esas que solían dedicarse la una a la otra cuando se les ocurría una forma de avergonzar o molestar a sus hermanas menores. Finalmente suspira con algo de pesadez mientras pasa algunos mechones de su oscuro cabello hacia atrás.

—Tienes que decidir de una buena vez qué diantres va a ocurrir entre vosotros —le dice directamente, cruzándose de brazos mientras la mira fijamente, haciendo que la sonrisa se le borre a Elsa del rostro repentinamente—. Haz el favor de no romper más corazones, vas a terminar metiéndote en problemas por eso.

—Isabela, cielo, te lo tengo que preguntar ¿por qué insistes tanto para que me termine liando con ese sujeto? Normalmente tú y Mérida sois las que más motivais a pasar de los tíos.

La ve rodando los ojos con algo de molestia. —Te digo que pases de los hombres porque mayormente tú buscas a alguien con quien pasar una noche y luego fingir que absolutamente nada ha pasado, y sobre todo porque hasta ahora te has encontrado más que nada con sujetos o idiotas o horriblemente intensos, cualquiera te recomendaría que te apartarás, no hace falta ser un genio.

Elsa frunce levemente el ceño cuando ve que la expresión de Isabela cambia levemente hasta demostrar emociones que no es capaz de identificar ni mucho menos comprender.

—Pero esta vez es diferente, ¿no es así?

—¿Ah sí? —pregunta irónicamente—. ¿Diferente en qué? No es que esta sea mi primera vez buscando algo serio, Isabela, lo sabes perfectamente.

—Es diferente porque tu querido nuevo vecino no es la clase de tío que te gusta, no es la clase de tío en el que te sueles fijar, pero aún así te gusta, y te gusta mucho.

—A ver, yo no lo pondría así. No sé si realmente me gusta tanto —intenta justificarse apresuradamente, desviando la mirada a cualquier otro lado que no fuera su amiga.

Escucha claramente como Isabela resopla con molestia.

—Elsa, no me tomes por tonta. Te gusta, le gustas, así que la pregunta en verdad es ¿a qué diantres estás esperando?

La reacción inmediata de la mayor de las hermanas Queens es rodar los ojos con fastidio. —Incluso si él realmente me gustara tanto como tú dices, lo conozco de hace un par de semanas —Isabela le hace una seña para que siga explicándose en cuanto se da cuenta que Elsa hace una pausa larga a propósito—. Isabela, ¿tú en verdad te crees que me voy a lanzar de cabeza a una relación con un sujeto que acabo de conocer? ¿No te has planteado que tal vez me quiero tomar las cosas con calma?

Ella le alza las cejas. —En tu vida te has tomado las cosas con calma, Queens, eres la reina de apresurar a lo loco cualquier tipo de situación romántica.

Viéndose incapaz de mentir sobre algo tan evidente de lo que Isabela seguramente tendría mil pruebas irrefutables, Elsa se limita a suspirar pesadamente a causa de la indignación infantil que iba consumiéndola poco a poco.

—Dime la verdad de por qué estás dando tantas vueltas —exige su amiga, dándole un leve empujón con la cadera para volver a llamar su atención—. Elsa, quiero saber qué está pasando.

—¿Por qué das por hecho que es algo malo? —pregunta mientras tira algunos mechones blancos hacia atrás.

—Porque te conozco —responde con obviedad, es solo porque Isabela se detiene de un momento a otro que Elsa se da cuenta de que ya han llegado a su edificio. Saca las llaves rápidamente y abre el primer portón. Ambas pasan en completo silencio, porque Isabela está esperando que Elsa diga lo que sea y porque Elsa da por hecho de que Isabela aún tenía cosas que decirle—. Oye, hablo en serio ¿hay algo en particular que te está deteniendo? —pregunta finalmente cuando las dos entran en el ascensor, Elsa por unos segundos no responde, solo presiona el botón de su piso.

La albina juguetea un poco con sus llaveros antes de soltar un leve suspiro y voltearse para responder a su amiga.

—Tengo algo de miedo de arruinarlo todo por ir demasiado rápido —masculla insegura—. Y tengo miedo de estar ilusionándome demasiado por un sujeto que tal vez al final ni valga la pena. Tengo miedo de equivocarme, de volver a lastimar y que me vuelvan a lastimar... no lo sé, Isabela, no lo sé, es como si una parte de mi cabeza estuviera recordándome todo el tiempo que todo va a salir horrible pero no se molesta en decirme por qué las cosas van a salir mal, ¿me explico?

Una sonrisa burlona se aparece en el rostro de Isabela justo en el momento que el timbre del ascensor anuncia que han llegado a su destino.

—Vamos, que te estás haciendo una paranoia en la cabeza —dice entre risillas juguetonas mientras salía—. Otra vez —remarca esas dos últimas palabras de tal forma que Elsa no puede evitar sentir algo de vergüenza—. Elsa, para ser alguien que de una forma u otra termina encandilando a todo el mundo, dudas demasiado de ti misma.

Una vez más, Elsa rueda los ojos con algo de molestia. —Ya claro, "encandilar", no suelo interesar para algo más que un par de noches. Te recuerdo que la mayoría de mis relaciones serias han fallado estrepitosamente porque ninguna de ellas estaba realmente interesada en algo a largo plazo. Y realmente no creo que sea una completa locura creer que algo así podría pasar con él.

—Así que —comienza Isabela, alargando las sílabas, tomando de un momento a otro el teléfono de Elsa de su bolsillo y desbloqueando el aparato sin problema alguno—, tu perfecta solución a intentar ver si él quiere algo serio o no es... ¿coquetear con más gente? —pregunta con un tono serio pero con una sonrisa burlesca en el rostro mientras le muestra la pantalla de su propio móvil para que viera la conversación que había tenido hace unas horas con esa chica llamada Esmeralda.

La primera reacción de Elsa es sonrojarse hasta las orejas, le cuesta un poco poder volver a controlar sus acciones y abalanzarse para recuperar su teléfono. Le exige varias veces a Isabela que se lo devuelva, pero ella logra mantenerlo lejos de su alcance el suficiente tiempo para decir lo siguiente.

—¿Por qué sigues coqueteando con otra gente?

—¿Y yo qué sé? —responde bruscamente mientras sigue intentando llegar a su móvil—. Por si llego a conocer a alguien que me guste más, tal vez, no lo sé...

—Pero este chico ya te gusta —insiste Isabela, señalando con la cabeza la puerta del apartamento de Hiccup—. Y te gusta mucho.

—¿Puedes solo devolvérmelo? —pregunta desesperada—. ¿Por favor? —intenta poner su expresión y voz más tierna, pero Isabela no responde de ninguna manera a sus intentos—. ¿Por qué te importa tanto esto? Cualquiera diría que con el pasado que tenemos preferirías no saber nada de mi vida amorosa.

Finalmente la expresión de Isabela se volvió más seria, lo cual asustó a Elsa porque normalmente eso solía significar graves problemas.

La verdad es que no se sorprende demasiado cuando recibe un golpe en la cabeza, no se lo venía a venir del todo —porque los ataques de Isabela siempre tienen esta gracia de no saber de qué forma llegarán— pero la cosa es que sabía que tan solo tenía unos segundos antes de experimentar dolor de una forma u otra.

—Tal vez porque me preocupo por ti, ¿no crees? —le responde bruscamente—. Somos amigas, ¿no es así?

—¡Pues claro!

—¿Entonces por qué diantres sería raro que me preocupara de que no hagas tonterías que terminen lastimándote a ti o a alguien más?

Elsa suelta un suspiro pesado. —Bueno, de acuerdo, perdón, perdón... es solo que a veces no sé si realmente está todo bien entre nosotras...

Isabela alza una ceja. —¿Es esta su forma de preguntarme si aún siento algo por ti?

Una sonrisa nerviosa se dibuja en el rostro de Elsa. —¿Puede?

—¿Sí o no?

—Eres muy cruel conmigo a veces, no me tienes nada de piedad.

—Elsa Queens, te juro por...

Ella la interrumpe. —Sí, vale, sí que te quiero preguntar eso, llevo tiempo queriendo preguntártelo... y preguntárselo a Honeymaren también, pero creo que con ella ya sé la respuesta...

—Somos amigas, yo estoy cómoda con eso. Claro que esta comodidad depende de si puedes evitar hacer más tonterías cuando estás borracha.

Ante esa insinuación, Elsa está a punto de recordarle que se había propuesto no volver a beber por lo que eso ya no sería un problema, pero se detiene a sí misma porque sabe perfectamente entre todas sus amistades, Isabela es una de las que menos confianza tiene en la posibilidad de que ella en verdad pudiera cumplir a largo plazo esa meta que se había puesto. Por lo que decide únicamente dibujar una leve mueca en su rostro y preguntar lo siguiente con algo de incomodidad.

—¿Te refieres a algo en particular que haya hecho de lo que no me acuerdo? Porque te juro que no me acuerdo de ninguna de mis tonterías.

—Creo que es más divertido dejarte con la duda —antes de que Elsa pudiera quejarse, Isabela sigue hablando—. La cuestión es que somos solo amigas, y ambas estamos bien con eso, ¿no es así? —Elsa asiente con firmeza—. Bien, ahora abre la bendita puerta que voy a robarte algo de tomar que me muero de sed.

—Ya es algo tarde en verdad —comenta mientras finalmente abre la puerta—, ¿por qué no te quedas a dormir?

—Dios santo, ¿qué acabamos de decir de ser solo amigas? —pregunta entre risas, dándole un codazo juguetón mientras se adentra en el departamento, dejando a Elsa en la entrada con las mejillas rojas.

—¡No lo decía de esa manera! —responde de inmediato, completamente frustrada—. ¡Isabela Madrigal, sabes perfectamente que no lo decía de esa manera! —grita exasperada, cerrando la puerta detrás de ella, apresurándose a llegar donde estaba su amiga—. ¿Por qué insistes en ser tan cruel conmigo? —se queja mientras se tumba en el sofá al lado de ella.

—Es lo que una necesita hacer luego de tener que soportar tus locuras, es un tema de balancear la carga emocional de la relación —bromea con una sonrisa de oreja a oreja que intenta ser inocente pero solo logra ser extremadamente burlona. Es tan solo cuando Isabela vuelve a sacar el teléfono de Elsa que la rubia se acuerda que su amiga aún lo tenía. Intenta arrebatárselo de las manos, pero Isabela logra mantenerla alejada—. ¿Qué vas a hacer con esta chica Esmeralda? Te ha dicho que quiere salir contigo.

—¿Cuántas veces te tengo que repetir que no tengo ni la más remota idea de qué voy a hacer?

Isabela se queda mirando fijamente la pantalla del teléfono, ignorando abiertamente a Elsa, que se apoya con algo de brusquedad contra su hombro para también mirar el aparato.

—¿Qué tal si le digo que no y la bloqueo? —propone con una sonrisa.

—¡No seas cruel! —le exige nerviosa—. Tal sí que quiera conocerla, tal vez sea una mejor opción romántica que Hiccup, no lo sabes si-

Isabela la interrumpe entre risas. —Bueno, te está mandando nudes. No creo yo que se quiera casar contigo.

—Espera, ¿qué? ¿en serio? —Elsa toma el móvil bruscamente, en cierto punto esperando que Isabela solo estuviera jugando con ella. Pero no, tenía razón, aquella chica estaba enviándole varias fotos subidas de tono luego de haberle enviado un solo mensaje que ponía lo siguiente.

¿Por qué no mejor vamos al grano y nos divertimos?

La propuesta era tentadora, no lo iba a negar.

—Pues bastante guapa es —comenta entre risas Isabela, mirando fijamente las fotos por unos segundos hasta que Elsa finalmente recuperó su móvil y lo apartó de ella.

—Está un poco feo que veas fotos privadas que me enviaron a mí —dice apresuradamente, intentando que la sonrisa burlona no se marcara tanto en su rostro—. Muy irrespetuoso de tu parte, Isabela.

Ella solo se ríe con ganas, sobre todo porque es evidente que Elsa intenta mirar disimuladamente su pantalla.

—¿Entonces qué harás?

—Bueno, rechazarla luego de estos envíos tan caritativos y considerados sería de muy mala educación.

—Ósea que no quieres nada serio.

—Yo no he dicho eso... solo digo que no estaría mal un poquito de diversión, ¿sabes?

Isabela solo suspira pesadamente antes de levantarse.

—Si al final nuestro querido Don Gato te manda a tomar por viento por no querer aguantar tus tonterías, no vengas llorando —le dice mientras se dirige a su habitación, seguramente a pillar algo de ropa con la que dormir. Elsa se queda viendo por dónde Isabela se fue, completamente en silencio, ignorando las notificaciones que seguían llegando de la aplicación de citas hasta que finalmente se acuesta en el sofá y decide ver la pantalla.

Suspira pesadamente mientras ve como ahora también tiene mensajes de aquel sujeto llamado Merlín. Gruñe para luego pasarse una mano por el rostro.

¿Realmente sería tan cruel probar suerte con el resto de gente que había conocido por la aplicación? ¿Perdería por completo cualquier oportunidad que pudiera llegar a tener con Hiccup si no se centraba solo en él?

¿Por qué era todo tan complicado?


Anoche se había ido a acostar con la mente llena de mil preguntas y algo de culpabilidad removiendo su cabeza. Había dormido en su sofá, que para algo era grande y cómodo, le tomó una larga discusión con Isabela para que aceptara dormir sin problema en la cama, pero al final terminó lográndolo al negarse rotundamente a moverse del sofá. Y había dormido bien y sin problema, hasta que algo empezó a apretarle el cuello.

Gruñó molesta mientras, aún con los ojos cerrados, intentó quitarse el peso de encima dándole ligeros golpes al aire, pero no consiguió nada.

—¿Desde cuándo tienes un gato? —la pregunta repentina de Isabela la despertó bruscamente—. ¿Dónde estaba anoche?

Se da cuenta finalmente que la cosa que le oprime el cuello es el cuerpo negro y suavecito de Chimuelo, que ronronea gustosamente mientras se remueve contra su piel. Con mucha pena, Elsa lo toma delicadamente para moverlo un poco y ser capaz de sentarse.

Encantado, Chimuelo se remueve sobre su regazo, dejando su estómago al aire y usando con poco cuidado sus garras para tirar de una de las manos de ella para dejarla en su estómago. Confundida y aún medio dormida, Elsa empieza a acariciarlo.

—Evidentemente no tengo un gato, Isabela —le dice, alzando las cejas y tremendamente confundida.

Ella, con una sonrisa ladina, señala a Chimuelo. —¿Y eso qué es?

—El gato de Hiccup.

Y entonces se termina de despertar por completo. Toma al gato negro en sus brazos y se levanta de un golpe. Alza al felino hasta el nivel de sus ojos y lo zarandea levemente, sorprendentemente Chimuelo sigue ronroneando con gusto, incluso cerrando sus ojitos verdes como si estuviera completamente dispuesto a quedarse dormido así mismo.

—¿¡Pero tú qué haces aquí!? —le pregunta, como si el animal fuera capaz de responder—. Hiccup debe estar muerto de miedo, gato travieso.

Isabela hace una mueca. —Pues esperemos que esté en casa y no haya salido a buscarle por todo el barrio, no creo que esté de muy buen humor cuando se dé cuenta de que estuvo buscando por gusto.

—¿Cómo siquiera ha entrado aquí? —soltó la pregunta al aire, cargando a Chimuelo como si fuera un bebé, a lo que el gato tan solo se ve mucho más contento que antes, estirando sus patitas hacia el rostro de Elsa. Aunque Isabela lo nota, sencillamente no tiene el tiempo suficiente para mencionar increíblemente tierno que es aquel gato negro.

Sale de su departamento a pasos apresurados, siendo seguida de cerca por Isabela, que parece completamente entretenida por toda la situación, aguantándose risillas tontas y tapando sus labios con una mano para que no se notara tanto la sonrisa que seguía dibujada perfectamente en su rostro. La mayor de las hermanas Madrigal hace varias bromas sobre lo encariñado que ya está el gato con Elsa, de que eso es una gran señal para su posible relación con el dueño de aquel gato escurridizo y cariñoso, pero ella la ignora mientras toca a la puerta de Hiccup.

—Oye, ¿no debiste de haberte puesto algo de ropa normal antes de llamar a su puerta? —le cuestiona Isabela con sorna, apoyada en el marco de la entrada del departamento de Elsa, justo en el momento que Hiccup abría su propia puerta.

Isabela ve en primera fila como la expresión seria y un poco preocupada de Elsa pasa a la vergüenza más absoluta y extrema, con un brazo Elsa alza un poco más al gato para cubrir la falta de sujetador que existía tras su holgada camiseta blanca, mientras que con otra mano intenta arreglar el desastre que tenía por cabello. Por otro lado, también puede ver en primera fila las expresiones que se pasan por el rostro del nuevo vecino de su amiga, el sujeto por Anna apodado como Don Gato, Hiccup Haddock.

Lo ve primeramente estresado, definitivamente no de gran humor, seguramente por el susto que está sintiendo de que su gato no estaba en casa. Pero de inmediato el gesto se le cambia, Isabela no sabría decir si es que su mirada se suaviza por ver a Elsa o ver a su mascota en los brazos de ella, pero la cosa es que puede ver como destensa los hombros y una sonrisilla tonta se le dibuja en el rostro. No puede negar que le parece absolutamente tierno ver cómo cosillas tan simples eran capaces de tranquilizar a un sujeto que parecía dispuesto a destrozar el edificio entero si eso suponía encontrar a su mascota.

Isabela no puede evitar soltar una risilla cuando se da cuenta de que, una vez esos dos se pusieron a conversar y el gato negro ahora estaba en los brazos de su dueño, él no podía quitarle los ojos encima de ella en lo absoluto. Hubo un punto en el que incluso Isabela se planteó volver a entrar en el departamento porque incluso si esos dos solo estaban teniendo una charla normal que consistía en él dándole las gracias y ella intentando adivinar cómo diantres el gato se había metido en su departamento, las miradas que se dedicaban y esas sonrisas que no abandonaban sus rostros lo hacían todo... extrañamente íntimo y cargado de tensión.

La mayor de las hermanas Madrigal ya no puede contener las risas al recordar la manera en la que su amiga insistía que su vecino no le gustaba, o por lo menos no le gustaba tanto como ella insistía. Pero la verdad es que solo le bastaba a Isabela verlos en ese momento para estar completamente segura de que Elsa solo estaba negando sus sentimientos sin motivo alguno.

Pero de pronto la mirada de él viaja hasta Isabela, seguramente porque sus risillas captaron su atención, y absolutamente todo cambia.

Ve una horrible ira consumiendo toda su expresión por unos segundos, una ira que él mismo intenta camuflar por unos segundos por sorpresa e incomodidad, como si el primer sentimiento, como si esa rabia que lo había consumido, hubiera sido un traspiés, un accidente, algo que no se podía permitir que ocurriera otra vez.

Isabela se remueve incómoda ante eso, pero, de la misma forma que hace Hiccup al saludar y preguntar quién era, ella decide fingir que no había pasado nada.

—Ah, veo que tienes compañía —es todo lo que dice él, bromeando, dejando muy claro lo incómodo que estaba con la idea de Elsa pasando la noche con alguien más. La mayor de las hermanas Madrigal vuelve a removerse incómoda, había algo en el tono que estaba usando en ese momento que sencillamente le daba mala espina.

—¿Qué? —Elsa frunce el ceño ante las palabras de Hiccup, se voltea y se acuerda de inmediato que, teniendo en cuenta que Isabela se volvió a colocar la ropa de anoche seguramente para irse ya y que ella misma seguía en pijamas, las cosas sencillamente eran imposibles de no malinterpretar—. Oh, no, no, ella es Isabela, una buena amiga, anoche me acompañó de regreso a casa y para cuando llegamos era muy tarde como para que se fuera sola, solo eso.

Intentando quitarse esa mala impresión de la cabeza, Isabela se permite volver a reírse levemente ante las explicaciones nerviosas y apresuradas de su amiga. Cuando Elsa se vuelve a voltear para regañarla con la mirada, Isabela solo levanta la mano y saluda con inocencia.

—Un placer, soy Isabela Madrigal —se presenta con una sonrisa ladina—, y tú debes de ser Hiccup, el nuevo vecino del que Elsa no para de hablar.

—Yo te mato.

—¿Ella habla de mí?

Es demasiado divertido ver a Elsa ocultando su rostro entre sus manos, sonrojándose hasta las mejillas mientras que él la mira con una sonrisa de tonto enamorado. La duda sobre el comportamiento de Hiccup se le va casi por completo, por lo que se permite seguir riéndose de su amiga.

—Aw, hacéis una pareja preciosa —comenta justo antes de volver a entrar en el departamento, dejando entrecerrada la puerta, sabiendo perfectamente que si no se movía rápido seguramente Elsa sí que intentaría matarla.

Hiccup se inclina sobre el marco de su puerta, acortando la distancia entre su cuerpo y el de Elsa, permitiéndose mirar fijamente toda la figura de Elsa. Sus delgados brazos pálidos intentando disimular el hecho de que, nuevamente, se la estaba encontrando sin sujetador, sus largas piernas que apenas eran cubiertas por ese corto short que incluso era tapado levemente por su camiseta blanca. Era por magníficos momentos como aquel por los cuales Hiccup se convencía cada día que haberse mudado hasta este apartamento había sido la mejor decisión de su vida, ¿qué otra forma podría tener jamás de poder toparse con su angelito cuando tenía tan poca ropa cubriéndola?

—Entonces... —dice finalmente, regresando de una vez su mirada al rostro de Elsa—, ¿también crees que haríamos una buena pareja?

Ella le da un empujón en el brazo, leve para no molestar mucho a Chimuelo, pero el gato de todas formas se despereza y salta de los brazos de su dueño al interior del apartamento.

—Eres idiota —es todo lo que le dice mientras desvía la mirada, pero él decide que no estaría nada presionar tan solo un poco.

Estira uno de sus brazos para sujetarle la cintura y tirar un poco de ella hacia él, no tenía intención de pegar sus cuerpos, pero no se queja en lo absoluto cuando Elsa termina de dar los pasos necesarios para estar pegada a él.

—Tú sabes que seríamos una buena pareja —le susurra contra los labios, gozando de la manera en la que ella tiembla de pieza a cabeza. Se inclina un poco más hacia ella, rozando su pálido cuello con sus labios, tomando su cintura con ambas manos y buscando la forma de meterse aunque sea un poco debajo de su camiseta—. ¿O me equivoco? —pregunta delicadamente contra su oído, llegando a sentir como ella tiembla y rasguña levemente sus brazos.

Elsa se aparta bruscamente, con la cara completamente roja y la mirada centrada lejos de Hiccup, llega a balbucear algo con que ya debería de irse y que tenía miles de cosas por hacer, pero él, aún un poco receloso con respecto a la chica que estaba en el departamento de Elsa y rabioso por los idiotas que seguían enviándole mensajes, vuelve a tomarla de la cintura para dejar un casto beso en su cuello, consiguiendo así que ella soltara un corto y agudo gemido.

—Te veo luego entonces —es todo lo que le dice antes de soltarla. Y aunque había pensando en entrar en su apartamento y dejarla sin poder decirle nada, decide al final quedarse parado justo ahí, mirándola fijamente, como si la estuviera retando a que le respondiera de alguna forma negativa a lo que acababa de hacer. Pero Elsa se queda completamente quieta, mirándolo incrédula, con el corazón acelerado y la respiración intranquila.

Finalmente, hecha todo un caos, Elsa le da otro empujón en el hombro. —Eres idiota —le repite, mucho más intranquila que antes, saliendo rápidamente de aquella situación al entrar en su departamento.