"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo 1

(Segunda parte)


USMA, West Point, Nueva York.

Su razón todavía no lograba comprender la magnitud de aquél hallazgo.

Todo le parecía tan increíble que, quería que, alguien llegara, lo pellizcara fuertemente y le mostrara que todo eso era verdad. Deseaba con todas sus fuerzas que le gritaran que, lo vivido minutos antes, no era producto de su imaginación. Sinceramente anhelaba tener a todos sus seres queridos junto a él, ayudándolo a entender ese hermoso instante que la vida le estaba obsequiando.

«Esto es real, no es un sueño», le indicó su voz interior, como queriendo confortarlo y al mismo tiempo, obligarlo a reaccionar.

—Mi hermano está vivo... Dios bendito... ¡Stear está aquí!

Archie lloró conmovido. Y después, una lluvia de recuerdos se apoderaron de su mente. Pensamientos muy dolorosos cargados de la peor de las angustias vividas. Cosas que, por salud mental, se obligaría eliminar porque eran preocupaciones que ya no interesaban, ¡su hermano había vuelto! Y estaba a su lado.

El muchacho respiró profundo y sintiéndose tranquilo, se permitió sonreír. Horas antes había renegado de tener que viajar hasta Nueva York, todo para atender un llamado que para él no tenía la menor importancia. Estuvo a punto de negarse a ir pero algo en su interior, le obligó a no rechazar esa oportunidad. Compró un boleto y subió al tren sin poner más objeciones. No sabía por qué lo hacía, mas, ahora, ya podía comprender el por qué el destino lo había llevado hasta allá.

La felicidad no le cabía dentro del pecho, peto, a pesar de toda esa alegría, no dejaba de pensar en el motivo por el cual su hermano se había ocultado. Stear estaba seguro de que sería una carga, sin embargo, eso estaba muy lejos de ser verdad...

«¡Tonto! Una y un millón de veces...», reflexionó con tristeza, «¿Qué demonios te pasó por la cabeza?», le reclamó interiormente, reprobando por completo la actitud del ex militar.

El hecho de que Stear permaneciera escondido de la familia, le parecía una idea absurda y nefasta. Ese pensamiento no era razonable para él y estaba seguro de que no lo era para absolutamente nadie. Archie no dejaba de pensar que su hermano había sido egoísta e injusto al actuar de esa forma. Aunque, después de todo... ¿De qué servían los reclamos? ¿Las quejas recuperarían el tiempo perdido? ¿O sanarían los años de sufrimiento? La respuesta de ambas preguntas eran un rotundo: «no».

El menor de los hermanos Cornwell sabía que enaltecer los errores y vivir molesto con el pasado, en nada ayudaría. Fue por eso que se exigió controlarse y vivir el momento, porque esa era la única forma de sacar adelante a su hermano.

—Generalmente, logra tranquilizarse —mencionó la voz de Samuel Kessler, a espaldas de Archie—. Solo hay que tenerle paciencia.

Archie asintió.

—Lamento haberme comportado tan mal con usted —expresó el joven, con algo de timidez—. Discúlpeme, por favor.

—Yo lo entiendo, señor Cornwell. No se preocupe, cualquiera en su lugar hubiera actuado de la misma forma.

Archie le sonrió mostrándose más tranquilo y sintiendo la confianza que le daba el general Kessler, le confesó:

—Aún no comprendo el motivo por el cuál, Stear no quiso ponerse en contacto con nosotros, dígame, ¿desde cuándo lo conoce usted?

—Lo conozco desde el preciso momento en que llegó a Francia.

—¿Usted lo salvó?

—No... realmente, él me salvó a mí — La voz de Samuel se quebró, mas, aclarándose la garganta se dispuso a continuar—. Su hermano y yo fuimos capturados por el ejército enemigo, yo estuve a punto de ser asesinado, no obstante, Stear y su inteligencia me permitieron sobrevivir. Imagine, uno de los generales alemanes, estaba loco con sus inventos... —Samuel sonrió—. Cuando la guerra terminó y Stear tuvo la oportunidad de salir de aquella prisión, se aseguró de que yo también lo hiciera... y por eso estoy aquí, frente a usted.

—Pero, si quería salvarse, ¿por qué se ha ocultado en esos últimos meses?

—Ser prisionero de guerra es el infierno más grande, por el que un ser humano puede pasar. Si la vida de un preso común es difícil, ¡imagine lo que significa ser confinado por el enemigo! —Kessler respiró hondo y después de aquel breve momento, continuó—. Como sea, Stear estuvo animado, él tenía la esperanza de recuperar su vida, pero, al enfrentarse con la realidad, él declinó. El hecho de haber perdido una de sus piernas se convirtió en una obsesión. Y como no quería que ustedes sufrieran, entonces, decidió seguir fingiendo su muerte.

Archie suspiró pesadamente. ¿Qué había hecho él, para merecer tal desconfianza? Reflexionó herido, ¿por qué Stear pensó que sería mejor si él ya no existía?

—Señor Cornwell, hay que entender que los seres humanos siempre actuamos por instinto —Samuel le sonrió y a continuación añadió—. Al verse inválido y al sentir que no le servía a la sociedad estando de esa forma, Stear, simplemente decidió renunciar. Dejó todo atrás y aunque parezca incomprensible, eso es algo muy normal para alguien que no se encuentra bien emocionalmente. Él no desea ser una carga para ustedes.

—Jamás sería una carga para mí —repuso Archie de inmediato.

—Yo lo sé, pero, su hermano no lo entiende... o más bien, no desea entenderlo, porque, él sigue en la etapa de negación. Claro que eso cambiará en la medida que usted y él se reencuentren —El general Kessler miró por la ventana y observó a Stear, quien permanecía mirando hacía el río Hudson—. Usted y su hermano necesitan tomarse un tiempo juntos, ¿por qué no va allá afuera y comienza con esa misión?

—¿Usted cree que es un buen momento?

—Sinceramente no lo sé, su querido hermano, es impredecible —admitió Samuel—. Pero, este mundo es de quien se arriesga, ¿no lo cree?

Archie afirmó y levantándose de su asiento expresó:

—Tiene toda la razón, gracias por su ayuda —El joven extendió su mano y Kessler la estrechó.

—No hay nada qué agradecer, en realidad, al que debe de darle las gracias es a Terry, sin él, no hubiera sido posible que usted y su hermano se reencontraran.

—Sí... —Archie se sonrojó sin poder evitarlo—. Estoy en deuda con él.

—Desconozco el motivo de su distanciamiento, sin embargo, Terry es un gran muchacho y espero se den la oportunidad de platicar para que aclaren malos entendidos.

—Así lo haré. No se preocupe.

Afuera la fresca brisa proveniente del río, se estrellaba en las pálidas mejillas de Stear, al tiempo que un profundo dolor se apoderaba de su ser y lo sacudía con violencia.

Todo su esfuerzo se había venido abajo. Las decisiones tomadas le aplastaron con crueldad, sin darle oportunidad de nada. Todo lo que hizo por no ver sufrir a su familia, había sido en vano. Su plan de ocultarse resultó ser muy estúpido, tenía sólo tres meses en Nueva York... ¡Era increíble la forma en la que había fracasado!

A lo lejos escuchó unos pasos acercándose, así que, recomponiendo la postura: Stear se limpió las lágrimas, se reacomodó en su silla y siguió observando hacia el río. Sabía que se trataba de Archie, el ruido de sus finos zapatos italianos era inconfundible.

—Candy se va poner como loca cuando te vea... —le dijo Archie, en tanto que se sentaba en una banca y le miraba con alegría—. Todos se pondrán contentos. Estoy muy seguro de eso.

Stear carraspeó ligeramente y entonces, quiso saber:

—¿No vas a pedirme explicaciones? —cuestionó en un tono amargo, algo desconocido para Archie—. Porque si es así, me gustaría que el interrogatorio comenzara ya, así acabaríamos pronto con esta ridiculez.

—¿Te parece una ridiculez? —cuestionó Archie tratando de no abandonar su estado de paciencia—. ¿Qué te parece ridículo? ¿Reencontrarte con tu hermano después de que te hiciste pasar por muerto? ¿Eso te parece ridículo?

—Era mejor así...

—¿Mejor? —Archie sonrió irónico—. Oh sí, creerte muerto fue algo que todos disfrutamos... ¡Todos saltábamos de la alegría! —Archie lo miró fijamente y perdiendo la paciencia agregó—. ¡No te portes como un pendejo, Stear!

Stear lo miró con sorpresa, jamás escuchó a Archie hablando así y por primera vez se permitió observar a su hermano menor.

¿Cuánto había sufrido? Realmente, no lo había pensado. Pero el verlo tan enojado fue algo que le ubicó por completo. Desde que llegó a Nueva York se recriminó el haber cometido la bajeza de seguir escondiéndose, engañar a su propia familia no resultaba tan fácil como parecía, no obstante, fue hasta que miró a Archie frente a él cuando estuvo consciente de la grave falta que había cometido.

Era imperdonable lo que había hecho.

Los ojos del ex militar se cerraron y sin poder hacer algo para contenerse, comenzó a llorar.

—Puedo comprender tus razones Stear. Realmente las entiendo, porque sé que en un cierto punto, todos llegamos a tener miedo, invariablemente, todos somos víctimas del temor al rechazo —Archie se acercó lentamente a su hermano—. Mas, cuando hay amor entre las personas, no existen los obstáculos. Stear, ¡eres mi hermano y te amo! ¿Crees que el hecho de que perdiste una pierna, puede lograr que yo deje de amarte?

—Pero no solo es eso... Archie, hay males que nunca se irán. La falta de mi pierna, es solo uno de ellos, además, también tengo horribles cicatrices por todo el cuerpo y lo peor, muchos problemas emocionales, ¿cómo poder soportar eso? —preguntó mirándolo a los ojos—. ¿Cómo tolerar ser un peso para ti? —El inventor sonrío con tristeza—. Aceptémoslo, jamás le importé a nuestros padres. La tía abuela Elroy es la única que nos ha cuidado y ella ya no está en edad de sufrir con cargas. Al final, tú eres él único que puede ayudarme y hacerse cargo de mí no será nada fácil.

—Nunca serías una carga para mí, Stear... ¡Dios Santo! ¡Eres mi hermano!

—Ahora, aunque no quieras tendrás que cargarme. Tu orgullo y tu integridad no te permitirán dejarme aquí.

—Te equivocas, no es por orgullo, ni por enaltecer mi integridad. Yo te llevaré de vuelta a casa y eso será por amor. Regresarás a Chicago, porque te amo... yo jamás voy a dejarte solo, ¿comprendes? —preguntó haciendo que Stear lo mirara sorprendido—. Y si no lo comprendes, ¡pues te haré comprenderlo a la fuerza! —concluyó logrando que su hermano, por fin, esbozara una de sus más sinceras sonrisas.

—Me he portado muy mal, ¿no? —cuestionó Stear con mucha pena.

—Un poco, nada más.

—Terry... —murmuró Stear, sintiendo que se le formaba un nudo en la garganta—. Lo he lastimado y le he dicho cosas horribles —admitió, al tiempo que Archie lo miraba con culpabilidad.

—Yo también, lo he tratado de una forma que...

Archie no terminó la frase, solo se limitó a mirar el paisaje que le regalaba el río. Ninguno de los dos hermanos dijo algo más. Ambos sabían que tendrían que buscar a Terry y pedirle perdón, aunque se murieran de la vergüenza.

—¿Cómo está Candy? —interrogó Stear, sin más preámbulos.

Archie se aclaró la garganta, haciéndose a él mismo, la pregunta que Stear había formulado:«¿Cómo está Candy?», sinceramente, ni siquiera él estaba seguro de la respuesta que daría. Candy se encontraba muy lejos de su alcance. Así que él solo contestó:

—Supongo que está bien.

—¿Supones? —cuestionó Stear con sorpresa.

—Escucha, Stear... las cosas han cambiado en los últimos años... —expresó Archie, mirando a su hermano—. Candy, bueno, ella está algo lejos de mí.

—¿Cómo que lejos? —Stear manoteó en el aire con desesperación, y sumamente alterado pidió...—. Tienes que dejar de hablarme en clave, ¡dime todo tal cual! ¡No soporto las indirectas!

Archie asintió y sin más demora se dispuso a platicar, sobre todo aquello que Stear necesitaba saber. Varias noticias eran las que tenía que informarle. Solo esperaba que el ánimo del chico no decayera con dichas novedades.


Upper East Side, Manhattan.

Terry condujo sin rumbo por algunas horas, hasta que finalmente decidió regresar a su casa.

Odiaba la idea de no tener que trabajar ese día. Sabía que si tuviera algo que hacer, su mente dejaría de preocuparse y que al menos, un destello de tranquilidad iluminaría su alma, sin embargo, para su mala fortuna las cosas no eran así. En esa ocasión, el teatro, no le serviría de refugio.

La cabeza le daba vueltas y no dejaba de pensar en todo eso que era imposible. No podía dejar de pensar en ella, la mujer que, pese a todo, ocupaba su mente día y noche.

—Candy... —susurró con pesar, deseando que, con solo decir su nombre, la chica fuera capaz de escucharlo.

Resultaba inevitable no pensar en ella y en los reclamos que le hizo Archie. Su cerebro repasaba una y otra vez, las palabras que le dijo el joven Cornwell, pues, habían sido declaraciones muy complicadas de asimilar. Terry sabía que había herido a Candy, era perfectamente consciente de eso, pese a ello, nada se comparaba con lo mal que se escuchó lo que Archie expresó en aquel momento, donde las verdades salieron a flote.

Terry suspiró con pesadez y sin pensarlo más, salió del auto y se dirigió hacia su edificio, pensando que al llegar a su departamento encontraría la claridad necesaria, para poder seguir adelante. No obstante, a pesar del destello de optimismo que se vio obligado a sentir, se dio cuenta de que las cosas no le resultarían tan fáciles.

De hecho los problemas seguirían y prueba de ello, era la figura que podía ver asomándose desde su ventana.

«¿Qué demonios haces aquí?», se preguntó, detestando la idea de que Susana y su desagradable progenitora estuvieran dentro de su departamento. ¿Con permiso de quién entraban? Era obvio que con el suyo no, por eso, al pasar a la recepción quiso reclamarle al encargado, mas, para su mala suerte no encontró al hombre que, supuestamente, se dedicaba a vigilar el complejo habitacional.

Mientras subía en el elevador intentó serenarse, pues sabía que explotar y ser víctima del enojo, podía salirle muy caro. Las imágenes de Susana con los ojos llenos de lágrimas, llegaron a su mente y lo hicieron sentir escalofríos. No deseaba verla de aquella forma... le era completamente insoportable escuchar sus lloriqueos. Debía comportarse y no darle armas para seguirlo agobiando.

—¡Oh Terry! —exclamó Susana, con una enorme sonrisa, en cuanto el muchacho entró al departamento—. Al fin regresas.

Terry se aguantó las ganas de responderle como quería, odiaba que ella le midiera el tiempo, ¡por Dios! ¡Realmente odiaba que se sintiera su dueña! Él se limitó a saludar y enseguida pasó a sentarse sobre el sofá, esperando pacientemente, a que la ansiosa muchacha justificara su visita.

—Espero que no te moleste mi presencia —mencionó la rubia, dejando ver un brillo coqueto en sus ojos—. Perdón por entrar sin que estuvieras aquí, pero es que mi mamá ha tenido que salir de emergencia y no tuve más remedio que buscarte. Ella regresará muy tarde y no quería que yo estuviera sola.

—¿Qué tan tarde? —cuestionó Terry con disimulado enfado.

—Tenía un compromiso en Nueva Jersey, no sabía a qué hora volverá.

Terry abrió los ojos con espanto, pues, ¡Susana se refería a quedarse toda la tarde ahí! No, eso no podía ser.

—¿Dejarte aquí conmigo? —preguntó el castaño, pensando en lo que la prensa publicaría al día siguiente. Louise Marlowe se empeñaba en que el sensacionalismo reinara en sus vidas, casi podía jurar que ya había llamado algún reportero para sacar una nota en el diario—. No creo que sea correcto, Susana. Quién sabe lo que la gente pensaría —añadió con calma, para no alterar a la inestable chica.

La sonrisa de Susana se borró de inmediato y sus ojos parpadearon varias veces, mientras intentaba comprender las palabras de Terry.

—¿Por qué no? Digo, todos piensan que tú y yo estamos comprometidos... —declaró con la intención de que Terry no se preocupara por el qué dirán.

—Pero, ya no lo estamos —contestó él—. Ambos estuvimos de acuerdo en romper nuestra relación.

La respuesta del actor, fue más que clara y esa claridad, lastimó el obsesionado corazón de Susana. Aunque se sintió desdichada no emitió ningún reclamo. Se quedó en silencio, porque sabía que esa era la cruel realidad.

—Te llevaré a tu casa y llamaremos a la señora Gilbert. Ella te cuidará, mientras tu madre no está.

—No necesito una enfermera —declaró la rubia, sintiéndose nuevamente ofendida.

—No puedes quedarte aquí y ya lo sabes. Susana, la prensa me vigila día y noche... —Terry la miró con seriedad y añadió—. Ellos buscan el momento perfecto para atacarnos y seguir con el circo que les permite vender periódicos.

—Aún piensan que seguimos siendo novios y que estamos comprometidos —insistió la muchacha, apretando los dientes.

—Eso no les interesa. Ellos sacarán una nota amarillista, de todas formas, ¿has pensado en lo que eso le haría a tu reputación? Ni siquiera estando comprometidos pasamos por algo así, jamás estuvimos solos. Tú madre siempre estuvo cuidándote y eso lo sabe todo Nueva York.

Susana sintió que su corazón se encogía, la forma en la que Terry la rechazaba era algo insostenible. El plan no estaba funcionando, el actor no la deseaba a su lado y siempre encontraba el momento idóneo para hacérselo notar. Ya sabía que no era sano vivir de esa forma, pero su amor por él era inmenso. Era tan grande que se sentía capaz de soportar sus rechazos.

La ex actriz negó internamente una y otra vez. Ella no se iba a rendir.

—Nadie me ha visto entrar al edificio... —aseguró convencida—. En cambio sí me ven salir contigo, comenzarán a especular. Será mejor que esperemos a mi madre, ¿no lo crees? —preguntó endulzando su voz, para que sonara más agradable.

—No lo creo... tengo cosas que hacer... —mencionó el actor, en su defensa.

—Puedo ayudarte a ensayar. Robert me ha dicho que, eres un gran candidato para obtener el papel principal en Hamlet.

Terry no respondió a eso.

Pudo haberle aclarado que el papel de Hamlet ya era suyo, pero sinceramente no tenía ganas de escuchar los halagos desmedidos de la odiosa señorita Marlowe.

—No ensayo acompañado y eso ya lo sabes —aclaró con el afán de que la caprichosa muchacha dejara de insistir, con todo y eso, a Susana poco le importó que Terry se mostrara arisco y poco amigable. Ignoró todo tipo de groserías y se empeñó en hacerlo convivir con ella.

Finalmente, no desperdiciaría la oportunidad que su progenitora le había ayudado a crear.

Todo dependía de ella. Debía recuperar a Terry y darle la seguridad de que no volvería actuar como una loca celosa. Tenía que hacerle ver que ella seguía necesitándolo y que no podría seguir adelante, si él no estaba a su lado. Tenía que borrar la estupidez que cometió al aceptar terminar su relación.

Terry por su parte, se armó de paciencia y rogó para que la señora Marlowe, regresara pronto... Susana lo fastidiaba y solo Dios sabía cómo iban a terminar sus nervios, después de tener que convivir con ella y sus patéticas actitudes de niña enamorada.


USMA, West Point.

Los ojos de Stear se mostraban melancólicos.

Platicar con su hermano le había hecho bien, pero, al mismo tiempo, le había dejado con una extraña sensación dentro de su corazón. Ignorar a sus seres queridos y vivir dentro de una burbuja no había servido de nada.

Al creerlo muerto, Patty había intentado quitarse la vida y aún se le veía muy triste, pues, no tuvo otra relación y prefería vivir aislada. Enterarse de eso lo hizo sentirse miserable. No tenía derecho a lastimarla de aquella forma. La relación con ella nunca fue apasionada, él pudo dejarla atrás sin problemas, pero Patty no hizo lo mismo... ella lo amaba... Stear se lamentó mucho al darse cuenta del daño provocado a esa noble muchacha. Aún sentía algo por ella, mas, no se sentía digno de su amor, la buscaría, por supuesto, pero lo haría sintiendo un inmenso temor a cuestas.

Por otro lado, estaba Annie Britter. La chica buscó nuevos aires, rompió con Archie y recién se había casado con un joven y prominente empresario. El orgullo de Archie se encontraba hecho añicos, Stear estaba seguro de que solo era eso, pues de sobra sabía que él nunca amó a la pobre a Annie. Al final, le daba gusto saber que la chica era feliz.

Y, ¿qué decir de Albert? Quizás eso era lo único que le alegraba. El rubio les pertenecía por completo, ¡él era su patriarca! ¡Vaya sorpresa tan grande se llevó al saberlo! Ellos dos siempre tuvieron un vínculo que Stear no lograba entender, Albert le era completamente familiar, era tan parecido a Anthony, que tanto él como Archie, se sentían tremendamente bien a su lado... ¿Cómo no iban a sentirse así? ¡Él era su tío abuelo William! Por fin lo comprendía todo. El buen Albert, siempre estuvo con ellos. Stear, agradeció a Dios por esa bella coincidencia, pues, Candy estaba cien por ciento protegida y eso lo hacía inmensamente feliz.

Al recordar a Candy, sus labios se curvaron en una sonrisa e irremediablemente dejó libre una divertida carcajada.

En un principio, fue inevitable no sentirse algo confundido ante la revelación que Archie le hizo. Pero, después lo entendió. Candy estaba sola y aquél camino era el que ella creyó que sería el más conveniente. Para Stear no lo era, en realidad, le parecía una locura lo que la rubia estaba haciendo, pese a ello, sabía que juzgarla no lo llevaría a nada. Lo único que podía hacer, era ayudarla e intentar hacerla reaccionar.

—Veo que has hecho tus maletas —indicó el general Kessler, sacándolo de sus pensamientos.

—No tengo más opción, de todas formas Archie me sacaría a la fuerza.

—Lamento perder un elemento tan importante... —aceptó Samuel, encogiéndose de hombros—. Sé que los chicos también lo lamentaran.

—No creo que extrañen a un compañero gruñón y loco, que inventa cosas que no sirven.

Kessler no estuvo de acuerdo.

—No seas modesto, que no te queda. Tus inventos nos han servido siempre —Samuel sonrió con melancolía—. Creo que aún no eres consciente de lo afortunado que has sido, Stear, muchos darían lo que fuera por tener esta oportunidad.

El general lo había perdido todo. Cuando anunció su regreso de la Gran Guerra, se le informó que su prometida le había abandonado. Él creía que llegando a Nueva York, Johanna estaría esperándolo con los brazos abiertos, no obstante, la vida lo golpeó con brutalidad porque ella no estaba más y él tuvo que aprender a seguir con eso. Vivir sin la posibilidad de forjar el futuro que tanto deseó, no le era nada fácil.

—Sí soy consciente, Samuel. Y por primera vez en tres años, me alegra saber que volveré a ver a mi familia —Stear respiró hondo y sin pensarlo admitió—. Mas, no dejo de pensar en lo que dirán al verme así, sin poder andar. Las quemaduras las cubro con mi ropa, pero, mi pierna... Eso no lo puedo esconder.

—Tu familia te ama, Stear. Mira, ya sé que es difícil entenderlo, pero, créeme cuando te digo que en cuanto te vean, lo que menos les va importar es si estás es una silla de ruedas.

Stear sonrió. Esperaba de todo corazón que lo que decía Kessler, fuera cierto.

—Antes de ir a Chicago, estaré unas semanas en Florida. Lo primero que deseo hacer, es ir con Patricia y platicar con ella —confesó el joven, mostrándose decidido.

—Me alegro mucho, Stear... Y espero que no te olvides de invitarme a la boda, porque no te lo perdonaría.

—¿Quién dice que voy a casarme?

—Lo digo yo. Recuérdalo muy bien, te vas a casar con esa muchacha. Te lo aseguro.

Stear se sonrojó y luego fingió no prestarle más atención. No deseaba pensar en eso... no hasta que se asegurara que con Patty nada había cambiado.

—¿Y qué me dices de Terry? ¿No te despedirás? —cuestionó el General.

—Claro que sí, lo haré apenas salga de aquí.

—Tu hermano le hizo algunos reclamos y perdón que me meta en lo que no me importa, pero, creo que antes de juzgarlo, deberían platicar con él... —aconsejó Samuel—. La famosa Candy los trae de cabeza, eh —agregó el hombre con picardía—. Espero tener el honor de conocer a esa prima tuya.

El joven le miró con melancolía, pues los recuerdos del colegio San Pablo, se hicieron presentes.

—Archie y Terry siempre se pelearon por ella... —admitió Stear, rememorando aquellas tontas peleas.

—¿Y qué me dices de ti?—cuestionó el hombre.

—Jamás tuve el coraje para hacerlo. Candy era la ilusión de mi hermano... sí, quizás ella me atraía, e incluso llegué a desearla, sin embargo, mi amor por Archie siempre ha sido más grande. No hubiera podido rivalizar con él, no cuando hay otras chicas en el mundo, además, Candy se enamoró de Terry.

Stear recordó aquella mágica tarde de verano, después de volar por los cielos de Escocia. Mientras reían y platicaban sobre el vuelo, se dio cuenta de que Archie y él habían perdido nuevamente y que cualquier esperanza de que Candy fuera para alguno de ellos, se había terminado. Los ojos de Terry Grandchester, no dejaban de ver a Candy y los de ella no dejaban de verlo a él. Stear estaba seguro que se podían ver las chispas que esos dos generaban de solo estarse observando. Le parecía increíble la forma en la que «el aristócrata malcriado» se había rendido ante la dulce e inocente Candy. Terry estaba perdidamente enamorado y no le daba miedo que todos ahí lo percibieran.

El joven Cornwell regresó al presente y luego confesó:

—Grandchester también se enamoró de ella y con eso, no había nada que hacer. Demasiado amor era evidente —aceptó melancólico—. Archie y yo nos hicimos a un lado, pues sabíamos que Candy merecía ser feliz... y bueno... lo demás, ya es historia —Stear miró al general y le dijo—. Usted conoce parte de la trama, sabe que Terry tuvo que dejar a mi prima para quedarse con la chantajista esa.

—Pero Terry ya no está con esa muchacha. Lo sabes, perfectamente.

—Sí, ya lo sé... Mas, me temo que Terry no es el problema, al menos no en este momento.

—Entonces, ¿el problema es tu prima?

El joven inventor rio con soltura, pues, aún no podía superar aquella noticia que tenía que ver con Candy.

—Candy es como una enorme caja de sorpresas —admitió, sonriendo y evocando el recuerdo de la hermosa joven—. Pero esta vez se pasó de la raya.

—¿Qué tan malo puede ser lo que hizo?

—Vayamos al comedor y tomemos la merienda, le contaré todo y ya usted juzgará, general Kessler..

Samuel asintió y sin pensarlo, se levantó de su asiento y emprendió el camino al corredor.

—No es que sea chismoso —advirtió Kessler—. Pero, muero por enterarme del asunto —agregó sin poder evitar esbozar una gran sonrisa.

Mientras se trasladaban al área del comedor, Stear se dio cuenta de que realmente estaba disfrutando de los últimos momentos en aquel lugar, que había sido su casa en los últimos meses. Apenas podía creerlo. Realmente estaba feliz por despedirse de su fallida vida secreta.

Al día siguiente, él se marcharía y dejaría todo eso atrás... o bueno, casi todo, porque jamás dejaría la amistad que lo unía al general Kessler. Esa, pretendía conservarla hasta el último de sus días, ya que, fue lo más valioso que obtuvo en su aventura por Francia.