"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo 2


Manhattan, Nueva York.

—¡Ese muchachito es un idiota! —exclamó furiosa Louise Marlowe, mientras dejaba de lado el trabajo de la cocina y se acercaba hasta la mesa, para poder consolar a su hija.

Susana se encontraba tremendamente decepcionada, ya que su plan no había funcionado. Todo cuanto hizo le había salido mal. La pena la tenía presa y no le dejaba estar en paz... se sentía muy humillada.

—¿Puedes creerlo mamá? —cuestionó la chica, sollozando sin control—. Al cabo de una hora, llamó a la señora Gilbert y entonces, nos trajo a casa a las dos. Pasé el resto de la tarde con esa odiosa mujer, ¡y no con él!

El hecho de recordar a Terry y su manía de estar a solas para no ser molestado, lograba que el coraje le removiera las entrañas, ¿por qué razón tenía que ser así? ¿No podía darse cuenta, de cuánto la hería con esa actitud? Susana no lo comprendía.

—Sussie, hija, creo que ya agotamos todos los recursos... —admitió su madre, sin muchas ganas—. Sinceramente, ya no sé qué más se puede hacer.

Susana se irguió con sutiles y frunciendo el ceño en dirección a su madre, preguntó:

—¿Insinúas que debo dejarlo y rendirme?

—Querida, yo no le llamaría así. Yo más bien, diría: «Dejarlo y tener dignidad» —puntualizó Louise, a sabiendas que su hija jamás querría aceptar la realidad.

—¿Dignidad? —inquirió Susana con auténtico escepticismo, pues, consideraba que esa era una palabra que Louise Marlowe ni siquiera conocía, ¿cómo se atrevía a enseñarle tal cosa? Se cuestionó la incrédula muchacha—. Madre, por Dios, tú no sabes lo que esa palabra significa —respondió con altivez—. ¿Por qué no la mencionaste cuando todo comenzó? Según recuerdo amarrar a Terry era primordial para ti. Que yo me casara con él, ¡era tu principal objetivo!

Louise respiró hondo. Sabía que su comportamiento anterior no tenía justificación, había creado a un monstruo y las facturas por aquél descuido le iban a salir muy caras. Por más que ella lo deseara, no podía decir nada en su defensa.

—Susana, Terry te ha ofrecido su ayuda incondicional: pagará la terapia y tu prótesis. Además, ya podemos solventar nuestros gastos —expresó la mujer con cansancio—. Eso es más que suficiente para mí y también debería serlo para ti.

—¡Pues no lo es! —gritó con coraje, la caprichosa chica—. ¡La caridad de Terry no es suficiente para mí! No me importa el dinero.

—Eres mi hija, te amo y por eso quiero que sigas este consejo: afronta la realidad y ten el valor de cortar de tajo con esto. Susana, el juego con Terry ya está perdido, tú misma le diste su libertad, ¿por qué quieres tenerlo de nuevo? ¿Por qué aceptaste dejarlo, si en realidad no querías hacerlo?

Susana negó enérgicamente.

¡Ella no iba a rendirse!

No pensaba hacerlo. Ni porque la dignidad se le fuera en ello.

Rompió con Terry porque creyó que, podría volver a manipularlo. Pensó que solo de esa forma lo haría reaccionar y hacer que se casara con ella de una buena vez.

—Entonces, ¿debo entender que no cuento más con tu ayuda? —preguntó la muchacha, pero Louise no emitió respuesta—. Bien. Ya que no estás más conmigo, seguiré yo sola.

Louise continuó sin responder. La verdad era que ya no pensaba seguir haciendo lo que su hija quisiera. La tendría bajo vigilancia, mas, no se lo haría notar. Por las buenas o por las malas, Susana tendría que entender que Terry no la amaría jamás. La señora Marlowe sabía que tarde o temprano la decepcionante realidad, dejaría un hueco en el corazón de su hija, no obstante, ¿qué más podía hacer para evitar que eso sucediera? Ya se le habían acabado las ideas. Lo había intentado todo y la muchacha no entendía.

Lo único que podía hacer, era estar ahí, para cuando ella despertara de su fantasía y la necesitara a su lado. Era plenamente consciente de que sería el único apoyo, cuando alguien tuviera que reconstruir el corazón herido, de la caprichosa señorita Marlowe.


Hotel Waldorf Astoria, Nueva York.

El panorama seguía viéndose algo desolador.

Era lógico, porque las cosas no podían cambiar de la noche a la mañana. Pero a pesar del trago amargo, Stear ya era capaz de notar algunos destellos luminosos al final del oscuro camino. Él no sabía cuánto tiempo se sentiría de esa forma, pese a ello, pensaba aprovechar cada momento de la luminosidad que se le otorgaba. Podría decirse que la esperanza, por fin estaba apoderándose de él.

Esa mañana, por ejemplo, tuvo que aceptar que era diferente a cualquier otra que hubiese vivido en los últimos años. El amanecer era tan distinto que, por momentos, se sintió dentro de un sueño.

La elegante suite que ocupaban en el enigmático hotel Waldorf Astoria, era la misma en la que se hospedaron años atrás. Estar en ella, era como viajar al pasado y recordar los momentos, en los que el lujo y la presunción reinaban en su vida. Aquél tiempo en el que la tía abuela Elroy los malcriaba por completo.

La ventana de la estancia le regalaba una vista privilegiada, de los edificios que adornaban la hermosa ciudad. El paisaje, sin duda, era algo digno de admirarse, Nueva York era imponente e increíblemente maravilloso.

Stear suspiró y aceptó para sí, que no importaba que tan genial fuera Manhattan, pues, Chicago, seguía siendo su ciudad favorita. Deseaba con todas sus fuerzas estar pronto allá.

—¿Qué tal tu desayuno? —preguntó Archie, intentando entablar una conversación y sacarlo de su mutismo.

—No puedo quejarme... —Stear le sonrió—. Hace mucho que no tenía un desayuno a mi gusto.

—Tendrás que acostumbrarte de nuevo —El muchacho lo miró con curiosidad y luego, quiso saber—. Aún no me aclaras cómo fue que te encontraste con Terrence. Sinceramente, me siento muy curioso al respecto.

—Lo encontré en un bar muy cerca de aquí... —El inventor hizo a un lado su plato vacío y continuó hablando—. Samuel Kessler pasó por un momento de depresión. Después de que llegamos a los Estados Unidos, él acudía muy seguido a los bares y centros nocturnos. Un día me invitó un trago y yo acepté... —Stear rememoró aquel momento y luego suspiró—. Samuel estaba tan ebrio que montó un espectáculo en el bar, Terry apareció de no sé dónde y lo ayudó. A
Imagínate, al final, fue inevitable que me encontrara de frente con él. El destino lo puso en mi camino.

Archie le mostró una sonrisa, mientras tomaba un vaso con jugo de naranja, y bebía de el. Interiormente dio gracias a los inesperados caminos por los que el destino los había conducido. Adoraba la idea de estar ahí, platicando con su hermano, justo como años atrás lo soñó. Stear estaba a su lado, comiendo y disfrutando de su día, todo parecía estar adecuándose a la normalidad, podía decirse que todo era perfecto, bueno... casi todo...

De pronto, Archie recordó que la perfección, estaba bastante lejos de sus vidas y que aún, tenían un largo camino por recorrer.

—¿Estás seguro de que Grandchester estará ahí? —preguntó con cierto recelo.

—Sí, él asiste al teatro casi todos los días. Ayer, fue su día libre.

—Vaya... Y yo que pensé que eso de ser amigos, era puro cuento. —expresó Archie, en tono de burla—. Se tienen mucha confianza, ¿no? —preguntó con cierta diversión.

Stear le regaló una sonrisa igual de burlona y respondió:

—No debes sentir celos hermano, tú también podrías ser amigo de Terry.

Archie lo miró perplejo, y sin dudarlo, replicó:

—No estoy interesado en la amistad de una persona como él. Así que, no te envidio para nada.

—Has perdido el sentido del humor, querido Archie... —expresó Stear con una sonrisa—. Seguro que hasta de eso, yo soy el culpable.

Archie negó, y un tanto molesto respondió:

—Deja eso Stear... no volvamos a lo mismo, ¿quieres?

El insolente inventor se mostró molesto y tomando furiosamente el periódico añadió:

—Tú ya sabías que reencontrarnos no sería nada fácil.

—Claro que lo sabía, Stear... pero también sé que esto, ¡no tiene por qué ser un maldito drama!

Ambos se quedaron callados. Archie, siguió comiendo el resto de su desayuno y Stear, continuó leyendo el periódico.

Debían tranquilizarse si querían que aquello funcionara. Los hermanos Cornwell lo sabían, pero a pesar de ser conscientes de eso, era evidente que aún no superaban la fricción que había provocado el engaño entre ellos. Otro lapso de tiempo, tendría que pasar para que las heridas quedaran completamente cerradas.

Mientras, tenían que encontrar la forma de hacer que Terry aceptara la propuesta que tenían para él. Ambos sabían que no sería nada fácil, pues el actor se caracterizaba por ser extremadamente orgulloso.

—Y, ¿estás seguro de que Terrence ya no tiene nada que ver con la actriz? —preguntó Archie, después de calmarse.

—Muy seguro.

—¿Esa información ya es de dominio público?

Stear bajó el periódico para contestar:

—No. Ellos terminaron hace un mes, pero, Robert Hathaway, le sugirió a Terry que lo diera a conocer hasta que la temporada teatral termine. De esa forma, los periodistas no lo atacaran y lo dejaran vivir tranquilo.

—De acuerdo, así que, será mejor que nos vayamos preparando para salir.

Archie se levantó de la mesa, con la intención de dirigirse a su habitación. Stear dejó el periódico a un lado y sin pensarlo expresó:

—Lo lamento Archie.

Archie se detuvo y volteando, para mirarlo fijamente, le cuestionó:

—¿Qué es lo que lamentas?

Stear se sonrojó como pocas veces lo hacía y le hizo saber:

—Lamento portarme como idiota, de verdad lamento hacerte enojar...

Archie sonrió y con un fraternal golpecito sobre la espalda de Stear, le animó.

—Aunque te comportes como el gemelo malvado de Stear, yo te amo hermano. Y te acepto así. —El elegante muchacho, tomó una gorra y la puso sobre la cabeza del ex militar—. Tenemos mucho camino por delante, será mejor que dejemos de pelear. Al menos por un rato.

Stear asintió, aquella petición, era lo más sensato que había escuchado.

—Candy siempre nos ha unido, esta vez no tiene por qué ser diferente... —aceptó con una sonrisa y armándose de valor confesó—. Sé que Terry no es santo de tu devoción, pero, tienes que saber que es un buen tipo —dijo Stear con tranquilidad—. Hay una historia muy dramática, detrás de lo que tú ya conoces.

Archie no respondió, no sabía qué contestar a esas palabras, no conocía a Terry y con toda sinceridad no deseaba conocerlo, ni tenerlo cerca, pese a ello, una deuda tenía que pagar y como hombre que era, afrontaría con valentía aquella situación.

—Tendrás que armarte de paciencia y no explotar en cuanto lo veas —le recomendó el inventor—. Enterarse de las noticias que le tenemos, ya será suficiente para él, ¿prometes mantener la calma? —preguntó Stear.

A lo que Archie, no muy convencido respondió:

—Lo intentaré —mencionó, desviando la mirada y observando despreocupadamente, su costoso reloj de bolsillo—. Nos veremos en quince minutos... ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Ambos hermanos se despidieron momentáneamente y cada quien se dirigió a su habitación, al cabo de unos minutos salieron y se encontraron listos para ir hacia Broadway y emprender su aventura.


Broadway.

La lectura del libreto había sido un desastre; las miradas que le dirigían sus compañeros se lo demostraron y eso no le gustaba. Terrence Grandchester no era de los que cometían errores.

«¿Qué me está pasando?», se cuestionaba duramente, al momento que daba un fuerte golpe sobre la mesa. Tenía mucho tiempo de que no se sentía así. Se detestó por no dar el cien por ciento de sus capacidades; no importaba si aquello había sido una simple lectura.

Robert Hathaway, por su parte, pudo darse cuenta del estado de ánimo en el que se encontraba su joven estrella. Desde el preciso momento en que el chico ingresó al recinto que ocupaban, para ensayar, le notó cabizbajo y extremadamente callado. Sin contar que, durante la lectura del libreto, se mostró desconcentrado y nervioso.

Terry no era una persona activamente social, la gran realidad era que el muchacho siempre había sido muy introvertido. Sin embargo el talento para interpretar lo llevaba en la sangre... era evidente que estaba pasando por un momento difícil. Robert era muy capaz de entenderlo, pese a eso, le preocupaba que ese estado de animo se extendiera.

—¿Sucede algo, Terrence? —le cuestionó el hombre, en cuanto tuvo el tiempo de reunirse nuevamente con él.

Terry encendió un cigarrillo y de inmediato negó:

—No, ¿por qué lo preguntas?

—Te noto algo distraído... —confesó Robert, al tiempo que se acercaba al joven actor—. Durante la lectura del libreto, no estuviste concentrado, titubeaste en tus líneas y tú nunca lo haces —Hathaway palmeó la espalda de su pupilo y de nuevo le cuestionó—. Oye... ¿Cuántas veces te he dicho que fumar, no es bueno para tu voz?

Terry se sonrojó ligeramente y aclarando la garganta, dijo:

—Me lo has dicho varias veces.

—Y tú no me haces caso, ¿verdad? ¡Sigues fumando! —El muchacho le dio la última bocanada a su preciado cigarro y luego, con todo el pesar del mundo, lo apagó—. ¿Sabes que puedes confiar en mí, no? —cuestionó el veterano actor—. ¿De verdad estás bien?

Terry se sintió incómodo, pero, sin ocultarlo más, declaró:

—He tenido algunos problemas personales, pero prometo poner más atención en los ensayos.

—No es que me urja que te aprendas el guion, porque, para comenzar con los ensayos, falta bastante... —aceptó el director—. Hemos trabajado sin descanso y quizá lo mejor para ti, es que te tomes unas vacaciones. Por Romeo no te preocupes, Franz puede tomar tu lugar el resto de la temporada, las chicas lo adoran.

—No creo que eso sea necesario... —respondió el castaño muchacho.

—¡Vamos Terry!, aún faltan algunos meses para el estreno de Hamlet —Robert sonrió e insistió—. Tómate unas vacaciones. Deja que descanse tu imagen y regresa cuando hayas arreglado eso que te tiene tan tenso.

Terry lo miró sin expresión... ¿Arreglarlo? ¿Cómo podía arreglar aquel desastre?

El actor negó en sus adentros, no había forma para arreglar la traición que le había hecho a Stear, ni tampoco el odio que Archie sentía por él, mucho menos podía arreglar lo que había sucedido con Candy.

—Tal vez ya es momento de que des a conocer que Susana y tú ya no están juntos —sugirió Robert—. Casi estoy seguro de que eso es lo que te tiene presionado.

Terry sonrió sin ganas. Su actual relación con Susana y lo que dijera la prensa, era lo que menos le interesaba.

—En realidad, hay otras cosas... —aceptó, dando a entender que no soltaría prenda y que no hablaría de su problema.

—Lo que sea, arréglalo por favor... —le pidió Robert por última vez, en tanto que se dirigía a atender el llamado en la puerta de acceso y le daba el paso a uno de los asistentes.

—Señor Grandchester... —lo llamó tímidamente, el joven. Terry volteó para mirarlo y haciendo una señal con la mano, lo animó a continuar—. Hay... hay alguien que lo busca.

Terry quiso tomar al chiquillo del cuello y pedirle que dejara de titubear, lo exasperaba la mayor parte del tiempo. Sin embargo, armándose de paciencia, cuestionó al muchachito:

—¿Te dijo su nombre o el motivo de su visita?

—Sí, es el señor Stear Cornwell. Dice que necesita hablar con usted... —Los ojos de Terry, se mostraron sorprendidos y aquello asustó al temeroso jovencito, Terry no se caracterizaba por tener amigos, su carácter desconcertaba a todo mundo, para los empleados del teatro, el actor era un joven amargado y con pésimo humor. No sabía si había hecho bien al molestarle en plena reunión—. ¿Lo... lo va a recibir?

—Sí Ronald, por supuesto. Hazlo pasar a mi camerino, yo estaré ahí en unos minutos.

—Como usted diga, señor.

El chico salió del salón y Terry se dispuso a seguirlo, no sin antes, darle a Robert una respuesta:

—Debo irme, Robert, pero tomaré en cuenta tu proposición... —Terry le sonrió y luego tomó su libreto.

—Más te vale tomarla, porque después ya no habrá más oportunidad.

—Suena amenazante, señor Hathaway —le hizo saber Terry, fingiendo temor.

Robert rió con ganas y entonces le hizo saber:

—Una vez que el mundo conozca a mi Hamlet, no voy a dejar que te vayas, debes saberlo... —El experimentado actor palmeó la espalda del muchacho—. Ahora ve y atiende a tu amigo.

Terry se despidió del director y de inmediato se dirigió a su camerino. Robert lo observó alejarse, y rogó para que el muchacho, recuperara confianza y la visita del amigo, le animara.

El actor por su parte, se sintió algo aliviado al saber que Stear estaba ahí, pues eso significaba que su coraje había pasado, y que quizás, ya le había perdonado su indiscreción.

Caminó con rapidez hasta llegar a su camerino, sin siquiera imaginar que su vida daría un inesperado giro. El cambio que tanto había buscado, estaba a la vuelta de la esquina, esperándolo...

—Siempre te creí cuando decías que los camerinos eran pequeños —le dijo Stear—. Pero, me temo que te quedaste corto. Esto, más bien, parece una ratonera.

El actor rio divertido, sinceramente no podía fingir que estaba contento. Stear estaba de vuelta y eso le alegraba mucho, significaba un peso menos para él. Lo que no le gustaba tanto, era ver la cara de pocos amigos que le dedicaba Archibald Cornwell, quien se notaba que estaba ahí más a fuerza que de ganas.

—Pues bienvenidos a esta humilde ratonera... —le respondió el actor, al tiempo que hacía una seña al elegante Archie, invitándolo a tomar asiento, sobre un pequeño sofá—. ¿Gustan tomar algo?

—No —respondió inmediatamente Archie.

—Yo sí, me encantaría beber una limonada... —advirtió Stear con decisión —. Pero será mejor que la tomemos fuera de aquí, este maldito clima me está matando. Dime Terry, ¿tienes tiempo de salir?

—Sí, estoy libre.

Sin decir nada más, el joven Grandchester se dirigió hasta un pequeño escritorio, que tenía justo frente a él y escribió un corto mensaje para justificar su ausencia. Luego se preparó para salir.

—Vayámonos entonces...—dijo el inventor, movilizándose en su silla de ruedas, mostrando verdadera agilidad al desplazarse.

Archie le siguió y Terry detrás de él, ambos chicos, no se dirigieron la palabra para nada. Se limitaron a caminar detrás del muchacho de la silla de ruedas, esperando el momento en que él les pidiera su ayuda. Ni una mirada se dedicaron, los dos estaban más que resentidos.

Pero esas rencillas pronto tendrían que terminar, pues, las circunstancias lograrían acercarlos, aunque ellos desearan evitarlo.

—No puedo creer que yo sea el único que haya ordenado comida... —expresó Stear, mirando su plato con un enorme emparedado de morcilla y papas fritas, como sabroso complemento.

—Acabamos de comer hace dos horas, Stear —comentó Archie con sorpresa—. Es comprensible que no tenga nada de hambre en estos instantes.

Stear lo ignoró y enseguida se dirigió al actor:

—¿Y tú Terry? ¿Estás seguro de que no me quieres acompañar?

El castaño sonrío, pero, también se negó a tomar alimento.

—Lo siento. Tampoco tengo hambre.

Finalmente, Stear rodó los ojos y sin renunciar a su apetito respondió:

—Parecen un par de señoritas —advirtió con diversión—. ¿Acaso no desean perder la figura?

—Stear... —le llamó Archie con molestia—. ¿Podrías dejar de jugar al payaso y comenzar a tratar el motivo de esta reunión?

Stear se encogió de hombros, y después de limpiarse las comisuras de los labios, contestó:

—¿Reunión? ¿Trato? Santo Cielo, Archie ¡Hablas como la tía abuela Elroy! —El chico negó—. Caray, esto más bien es un reencuentro entre amigos... —Stear sonrió con nerviosismo—. Terry, lamento haberme comportado como un idiota contigo —expresó tímidamente—. Mi reacción fue inmadura y bastante estúpida. Sé que no tengo perdón, pero, de verdad, quería que tú supieras cuánto lo siento.

La disculpa era auténtica y Terry, también quiso ser honesto:

—No te preocupes. Comprendí tu proceder y no me he ofendido por lo que dijiste. Te entiendo y espero me disculpes por no haber cumplido con mi parte.

—No tengo nada qué perdonarte. No has hecho nada malo y quiero que sepas que viviré eternamente agradecido contigo —concluyó el muchacho.

Después de algunos segundos de silencio, Archie continuó.

—Yo también quiero agradecerte, Terrence. Y espero que disculpes mi comportamiento anterior.

Terry apenas podía creerlo, ¿Archibald Cornwell se estaba disculpando? ¡Le parecía increíble! El presumido muchacho nunca antes hizo tal cosa. En los viejos tiempos, el rebelde se hubiera burlado de él y quizá no hubiera aceptado su disculpa, sin embargo, el pasado había quedado atrás y entonces, Terry se obligó a serenarse y a comportarse con la madurez debida.

—No tengo nada qué disculparte, tus razones tuviste para tratarme mal.

El actor no sabía qué más decir. Realmente no se sentía a gusto, estando ante Archie, porque podía percibir que el chico Cornwell, en realidad no perdonaba lo que había pasado entre Candy y él.

—De verdad lamento haberte dicho todas esas cosas... —repuso Archie, avergonzado.

Terry tomó la taza de té y jugueteó nervioso con la cuchara.

—No lo lamentes tanto... después de todo tienes razón —aceptó con valentía—. Yo fui un cobarde.

El chico Cornwell se negó aceptarlo, y siguiendo con su honesto comportamiento declaró:

—Stear me platicó lo que pasó con Susana Marlowe... —Archie le miró fijamente, demostrando que su arrepentimiento era genuino—. Candy, por su parte, jamás ha dicho algo malo sobre ti. La verdad es que yo te culpé por algo en lo que no tenías nada que ver. Por favor discúlpame.

Terry no se olvidaba de las palabras dichas, ¿cómo hacerlo? No, él no podía olvidarse de semejante información y sin dudarlo cuestionó:

—¿Candy llegó enferma a Chicago?

Archie asintió y sin demora le dio respuesta al preocupado Terrence.

—Sí. Pero no fue culpa tuya. Mientras viajaba, ella salió a tomar el aire y tristemente perdió el conocimiento. Al llegar a Chicago, nos llamaron y de inmediato fue atendida. Por fortuna se recuperó pronto.

Terry se llevó las manos a la cabeza. Eso definitivamente era su culpa. No había poder humano que lo sacara de ese pensamiento. Por más que Archie quisiera ser cortés, el actor sabía que él tenía mucho que ver con la decepción que Candy llevaba a cuestas. Si ella enfermó, si ella sufrió, estaba muy seguro que era por causa de él, pues, quedarse junto a Susana fue la peor decisión que pudo haber tomado. Lastimó a Candy y se lastimó a sí mismo. Jamás se lo perdonaría.

—Ella está bien Terry. No te agobies por algo que mi hermano dijo sin pensar. —Stear le reconfortó—. Se resfrió y sanó. Candy es una chica fuerte.

El silencio se apoderó de los tres muchachos, lo único que se podía escuchar era el bullicio de los comensales del pequeño restaurante, un par de minutos después, Terry decidió aclarar sus dudas.

—¿Cómo está ella, actualmente? —preguntó sin más rodeos...

—Está algo comprometida... —contestó de inmediato Stear, deseando provocar una reacción en Terry y como era de esperarse, lo logró.

Terry lo miró fijamente y Stear pudo observar cómo se oscurecía el azul zafiro de sus ojos. Aquella noticia no le gustaba nada, el inventor notó como su joven amigo, apretaba la mandíbula, aguantándose el coraje. Quería reírse, pero se contuvo.

—Ya entiendo... —mencionó Terry, en voz baja y entrecortada.

«Algún día iba suceder...», pensó con lastima. ¿Podía culparla por buscar lo que él no pudo darle?

El castaño actor se aflojó la corbata y con molestia bebió el resto del té que yacía en su taza.

—No, Terry. No lo entiendes, ¿quieres que te cuente algo chistoso? —preguntó Stear, sin poder evitar reírse—. Lo que sucede, es que a nuestra querida Candy se le ocurrió que su vocación ya no es ser enfermera... —dijo sin más, provocando que la angustia de Terry aumentara.

—Ahora, Candy cree que su verdadera misión en la vida, es servirle a Dios... —agregó Archie.

Terry frunció el ceño, comprendiendo de golpe, lo que los hermanos le decían... ¡Candy era una religiosa!

—Lleva un año y medio como novicia... y amenaza con seguir así, hasta concluir con la carrera. El único que puede hacerla desistir de esa descabellada idea eres tú... —Archie le miró a los ojos y convencido añadió—. Ahora que sé que rompiste tu compromiso, no pienso descansar. Insistiré contigo, hasta hacerte volver con ella.

—Es increíble, ¿no? Mi hermano, ¿pidiéndote tal cosa? —cuestionó Stear mostrando un rostro alegre—. Pero por más increíble que parezca, me temo que es real. Y de una vez te digo, que yo también me uniré a su petición, tendré que insistir en llevarte a Chicago con nosotros.

Terry los miró perplejo y a continuación respondió:

—¿Qué puedo hacer al respecto? —interrogó sintiéndose algo derrotado—. Chicos, es obvio que Candice ya decidió.

—¡Ella sólo quiere ser monja, porque no pudo ser feliz contigo! —admitió Archie—. Santo cielo, Terrence, ¿de verdad crees que Candy tiene vocación para ser una religiosa?

Terry negó internamente. Con toda la honestidad del mundo, tenía que admitir que alguien como Candy no podía llevar una vida de enclaustramiento.

Cerró los ojos y en su mente, dibujó el recuerdo que tenía de la muchacha. Ella era un espíritu libre y rebelde. Era joven y sencillamente hermosa... «No», se dijo convencido, «Definitivamente, ella no puede ser una monja»

El recuerdo de sus labios, sobre la dulce boca de Candy llegó para convencerlo. El beso que él astutamente le robó, había sido correspondido. A pesar de su renuencia y del miedo del que fue presa, Candy le respondió como él esperaba.

No... ella no podía renunciar a su amor. No pudo haberlo olvidado, ¿o sí?

—He tenido el tiempo de trazar un buen plan, claro, eso en el caso de que decidas luchar. Te prometo que va funcionar... —le dijo Stear—. Mas, primero, debo viajar a Florida, ¿crees que puedas encontrarnos en Chicago?

El corazón de Terry latió desbocado... ¡Cielo Santo! ¿Cómo rayos le iba hacer para sacar a Candy de un convento? ¿Y si ella ya no lo amaba?

Su otro «yo» le dio un fuerte golpe interno, reaccionando a su pesimismo y gritándole le regañó:

«Eres el amor de su vida, imbécil... ella es tuya... tuya y de nadie más»

—Mira... No tienes por qué responder ahora —le dijo Archie, haciendo una seña para que Stear se controlará, pues al ver que Terry no respondía, el inventor se mostró terriblemente desilusionado—. Lo mejor será que regreses a casa y lo medites. Si estás dispuesto, entonces nos lo harás saber. Esta tarde partimos a Florida, y éste, es el hotel donde nos hospedaremos.

Terry tomó la tarjeta que Archie le ofrecía y preguntó:

—¿Qué hay en Florida?

—Patricia O'Brien. Eso es lo que me lleva a Florida —dijo Stear con cierto enojo ¿Qué más quería Terrence? ¿Por qué no decía que sí quería ir por Candy y ya?—. Ya debemos irnos. Llámanos cuando lo hayas pensando, ¿sí?

Archie supo que el vaso de paciencia de Stear, se había derramado y cuando el inventor lo miró a los ojos, se levantó de la mesa y se dispuso a marcharse junto a él.

—Yo pagaré la cuenta... —declaró Stear, antes de voltear bruscamente su silla de ruedas y alejarse de ahí.

—Nos veremos luego —agregó Archie, a manera de despedía—. Gracias por todo Terrence, de verdad, jamás olvidaré lo que hiciste por nosotros.

Archie le dio la mano y Terry la estrechó.

No hubo palabras de despedida por parte de Terry, él aún estaba asimilando lo que sucedió minutos antes, cuando la inesperada confesión de su amigo le puso el mundo de cabeza.

Miró a los dos hermanos alejarse, y salir de aquel restaurante. Él también salió del lugar, pero no pudo alcanzarlos. Simplemente los observó desaparecer entre la multitud.

¿Qué tenía que hacer?

¿Ir a Chicago y sacar a Candy del convento?

«Ella no se ha casado. Ella no tiene novio, ni siquiera un pretendiente», pensó respirando hondo, sintiendo que su pecho se llenaba arrogante y orgulloso... ¿Por qué no decirlo? Se encontraba tremendamente complacido, con el hecho de saber que nadie más había entrado en el corazón de la señorita White. ¡Por Dios! Que ella fuera una novicia, no tenía por qué ser el fin del mundo, pues a pesar de todo, era libre y la esperanza no estaba perdida.

La claridad, por fin llegó a su mente y mirando al cielo, internamente cuestionó:

«¿Acaso la estás guardando para mí?»

El joven actor, sonrío con esperanza. Y sintiendo un inexplicable alivio tomó la decisión más importante de su vida.

A las cuatro y media de la tarde. Se presentó en la estación central, justo minutos antes de que los hermanos Cornwell, llegaran. En cuanto ellos arribaron, Archie fue a registrar el equipaje y Stear no dudó en acercarse a Terry.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó con sorpresa.

—Decidí unirme a tu viaje —expresó Terry—. Es hora de tomar las vacaciones que Robert me ha dado, por lo que, viajaré con ustedes a Florida y permitiré que me platiques tu grandioso plan.

—¿Eso quiere decir que lucharás por Candy? —cuestionó el inventor con seriedad.

—Siempre he tenido que luchar por ella, ¿por qué esta vez no?

—¿Aunque ella esté en un convento y use un hábito? —preguntó Stear, con una sonrisa dibujada en su rostro.

El primer llamado para subir al tren se escuchó y los pasajeros comenzaron hacer una fila, Terry se posicionó detrás de Stear, para ayudarle a empujar la silla de ruedas y a continuación, sin tapujos, respondió a la cuestión que segundos antes se le había hecho.

—Que tu hermosa prima viva en un convento y que vista con un hábito, es una idea que comienza a gustarme... —dijo el actor con aquél gesto arrogante de antaño—. Mejor que esté ahí y no en cualquier parte, con el peligro de ser perseguida por un idiota, que quiera conquistarla.

Stear estalló en carcajadas. ¿Por qué pensó que a Terry Controlador Grandchester le molestaba la idea, de tener a Candy recluida?

Los hermosos ojos verdes de Candy, lo asaltaron de repente, y sintió que su corazón se llenaba de una enorme dicha. Ella se merecía ser feliz, Terry también. Y él haría todo para que así fuera.

Siempre se preguntó por qué el destino, le permitió sobrevivir y nunca tuvo una respuesta a esa cuestión, al menos no una que lo convenciera. No obstante, al ver su mano sosteniendo el pasaje a Florida, lo supo. Él también merecía ser feliz y más que nunca deseaba ver a Patty y estar cerca de ella, apenas podía esperar para llegar a Miami y comenzar con su nueva vida. Stear sabía que solo haciendo ese viaje, encontraría la tranquilidad que tanto buscaba.