"Inesperado"

Lady Supernova


Capítulo 3

(Primera parte)


Chicago, Illinois.

Albert odiaba tener que estar ocupado.

La mayor parte su tiempo, lo pasaba encerrado en la oficina o a bordo de un tren, viajando única y exclusivamente por compromiso y no por placer, como siempre lo había hecho.

Estaba realmente cansado de eso. El trabajo lo estaba asfixiando y su agenda indicaba que no tendría descanso largo en un buen tiempo.

Inconforme, el atractivo joven se removió sobre su asiento y enseguida se aflojó un poco la fina corbata negra que usaba. Él sabía que tenía que tranquilizarse, pues, si no lo hacía, terminaría por explotar.

Era consciente de que no existía nada que pudiera hacer para cambiar su vida, ya que, atender los negocios de la familia era su completa obligación. Ausente y ocupado permanecería cada minuto que se le requiriera. La resignación era el único camino que le quedaba por seguir.

El año de arrancó de forma complicada y las cosas parecían empeorar cada vez más. La inevitable crisis que les había traído la llamada: Gran Guerra, ya se estaba manifestando. Demasiados préstamos habían sido requeridos y los pagos de algunos deudores se estaban atrasando. El futuro no era muy alentador. La economía de los Estados Unidos, estaba presentando algunos problemas y él no sabía qué tan perjudicados se verían.

—Esto es para ti —le anunció George Johnson, sacándolo abruptamente de sus pensamientos—. Tal parece ser que Archie se ha comunicado.

Albert dejó el papeleo a un lado y de inmediato tomó el telegrama que George le ofrecía.

Los ojos azules del muchacho, leyeron con atención y al concluir con la lectura, se abrieron sorprendidos. El mensaje era breve y muy claro, con todo y eso, él simplemente no logró asimilarlo.

Tío Albert, estoy en Nueva York. Pasaré algunos días aquí. Regresaré en cuanto me sea posible, para seguir con mi trabajo.

Albert esbozó un gesto de incredulidad. No le parecía nada lógico lo que su sobrino hacía.

—Cada vez lo entiendo menos... —Fue lo único que mencionó, después de dejar el telegrama sobre su escritorio.

—¿Qué pasó? ¿Por qué este telegrama fue enviado desde Nueva York? —cuestionó George con preocupación.

—Exactamente no sé qué ha pasado. Archie solo me comunica que ha viajado a Nueva York y que se quedará algunos días por allá —El rubio respiró hondo y añadió—. Nunca antes había querido ir a esa ciudad. No comprendo qué hace allí.

—Supongo que las noticias sobre la señorita Britter, le siguen afectando... —supuso George.

—No lo creo. Cuando hablé con él, me quedó muy claro que no estaba preocupado por Annie y su reciente matrimonio. La gran realidad es que nunca amó a esa muchacha y estoy seguro de que no le afectó el que ella lo haya dejado —El joven magnate, miró a su asistente y confesó—. Pienso que este viaje tiene que ver con otra cosa. Antes de partir, lo vi tan raro, que incluso te iba a pedir que lo vigilaras.

—¿Piensas que puede estar metido en problemas?

—Sinceramente, ya no sé qué creer...

Un par de golpes se escucharon en la puerta del estudio, tanto Albert como George, sabían quién era, el toque era inconfundible. Por lo tanto, George tomó asiento en su lugar y Albert, dio permiso para que la visitante pasara.

—¿En dónde está Archie? —preguntó la tía abuela Elroy, en cuanto cruzó el umbral de la puerta—. Escuché que llegó un telegrama, así que, quiero que me digas la verdad, ¿dónde está ese muchacho?

Albert se armó de paciencia y entonces, le respondió a su altanera tía.

—Él está de viaje, tía Elroy... ya lo hemos platicado, ¿no lo recuerda?

La vieja Elroy no se tragó aquél cuento y de nuevo insistió:

—Lo hemos hablado, claro que sí, no obstante, aún no me aclaras el motivo de ese viaje, William.

Albert frunció el ceño, ¿acaso él era la niñera oficial de Archie? ¿Por qué tenía que estar enterado de cada paso que el joven daba?

—Archie ha dejado de ser un niño —advirtió el rubio con cierto enfado—. Tía, yo no puedo mantenerlo a nuestro lado en contra de su voluntad. Si él decide viajar, lo puede hacer, es un adulto y es perfectamente capaz de tomar sus propias decisiones.

Elroy frunció el ceño y con voz molesta, quiso saber:

—Es que, ¿ni siquiera te ha dicho en dónde está?

—Está en Nueva York. El motivo, no lo sé, seguramente son algunos negocios de su padre... —Albert miró fijamente a su tía y agregó—. No tengo la costumbre de cuestionar los movimientos de Adam Cornwell, nuestro clan no es así.

—Claro que no... pero...

—Pero creo que debe tranquilizarse tía abuela, eso es lo único que puede hacer ahora.

Elroy rodó los ojos. La petición de su sobrino era clara. Su voz le indicaba que no le estaba haciendo una invitación, sino que aquello, más bien, era una orden. Ella era consiente de que debía dejar de insistir en hacer preguntas, pese a eso, no se rindió y lanzó un último reclamo:

—¿Cuándo volverá? —preguntó con recelo—. ¿Eso tampoco lo sabes?

—No. No lo sé.

Albert se sintió un poco mal. Estaba siendo algo duro con la tía. Pero sabía que no podía ser de otra forma, ya que darle armas a Elroy Andrew era como si él se suicidara lentamente. La mujer, era la manipulación en persona.

Por otro lado, él era el patriarca de la familia, ni más, ni menos. Así que debía hacer valer su autoridad.

—Lo tendremos de vuelta muy pronto, es un buen chico. Confiemos en él, ¿le parece? —propuso el rubio, sonriendo e infundiendo confianza a la mujer.

—Está bien —aceptó resignada.

—Ya que estamos de acuerdo, ¿le gustaría que desayunáramos?

La mujer asintió y tomando el brazo, que su sobrino le brindaba, se dejó llevar hasta el comedor.

Estaba realmente preocupada, pero, sabía que no podía seguir cuestionando las decisiones de su sobrino mayor. No tenía el derecho de reclamarle nada, porque él era el nuevo líder de su clan. Así que no le quedó más opción que obedecer y esperar pacientemente a que Archie regresara a casa.


Carolina del Norte.

Sus ojos azul zafiro se abrieron con pesadez, al tiempo que su adormilado cuerpo, se acostumbraba al movimiento del tren.

«¡Malditas sean las camas de los camarotes!», reclamó en su interior, sintiéndose tremendamente dolorido.

Odiaba los trenes, eso lo tenía más que claro. Siempre habían sido un dolor de cabeza para él. Las interminables giras a través del país, hicieron que detestara la simple idea de pensar en subirse a uno. Y no importaba si eran de primera clase. La comodidad para él sencillamente no existía.

Apenas pudo reincorporarse, el joven Grandchester miró su reloj de bolsillo y luego, sin pensarlo más, se dispuso a entrar al pequeño privado que tenía a solo unos pasos. Tenía que refrescarse, aunque fuera un poco. Quizá, de esa forma, despertaría por completo.

Se lavó la cara con energía y después de secarse, se sintió un poco mejor.

«¿Cómo terminé aquí?», se preguntó, divertido.

Estaba a bordo de un tren, viajando hasta Miami. Tomando unas inesperadas vacaciones, ¿todo para recuperar a la mujer de su vida?

Terry se miró fijamente en el espejo, dibujó una sonrisa en su rostro y enseguida rio con soltura.

¡Estaba loco! No había más explicación.

¡Estaba loco y enfermo de amor!

Amaba profundamente a Candice White y para recuperarla haría lo que fuera. Iría hasta la luna y de regreso, si eso fuese necesario.

Además, tenía que aceptarlo, había aprendido a estimar a Stear e incluso estaba aprendiendo a tratar a Archie. Se sentía bien estando al lado de ambos hermanos. Él nunca tuvo amigos y por primera vez en la vida pensaba que era parte de algo.

—Hey... ¡Grandchester! ¿Estás ahí? —preguntó la voz de Stear, desde el otro lado de la puerta.

Terry sonrió ligeramente y después, salió del privado para abrirles la puerta.

—Veníamos a ver si sobreviviste a la comodidad de una noche a bordo... —mencionó Stear con diversión, sabiendo lo que Terry pensaba acerca de los trenes.

—Hubiera dado lo mismo que durmiera en el suelo... —acotó Terry haciendo un gesto de dolor, y es que, al pobre actor le dolían todos los huesos de su cuerpo—. ¿En qué lugar estamos? —preguntó dejando libre un suave bostezo.

—Nos encontramos entrando a Carolina del Norte.. —respondió Archie, con timidez, pues el aún no se acostumbraba a tratar con familiaridad a Terry.

—No estamos ni a la mitad del camino —señaló Stear—. Como sea, hemos venido por ti. Seguro que al igual que yo, tienes hambre —expresó el glotón muchacho—. ¿Nos acompañas a tomar el desayuno?

Terry asintió y sin decirles nada, se dispuso acompañarlos hasta el área del comedor. Él no era de los que tomaran grandes desayunos, vivir solo, le había provocado adquirir malos hábitos. Normalmente se saltaba esa comida y cuando desayunaba, era algo muy ligero, pese a ello, en esos momentos no quiso hacer un desaire y no acompañar a los dos hermanos Cornwell, ¿qué clase de compañero de viaje sería si negara a ir con ellos?

Al llegar al comedor se situaron en una de las mesas que se encontraban en la entrada. No quisieron ir más allá, pues de pronto se sintieron intimidados. Los tres chicos, lucían tan apuestos, que era imposible que no llamaran la atención de las mujeres ahí presentes, casi todas los miraron, unas disimuladamente, otras no tanto. Coquetear con ellas no estaba en los planes de ninguno. Así que los tres ignoraron aquellas mujeres de inmediato y se centraron en el tema que tarde o temprano tendrían que tocar.

—Yo sé que tenemos mucho tiempo por delante, pero, mientras estamos aquí sin hacer nada, podríamos hablar de nuestro plan. —dijo Stear, segundos después de que un mesero, les tomó la orden.

—Estoy más que de acuerdo... —Terry miró fijamente al inventor e inmediatamente quiso saber —. ¿Cómo haré para saltar los muros del convento? —preguntó divertido

—¿Saltar? —Stear negó con desaprobación—. No creo que sea necesario. Tenemos un buen contacto ahí adentro, ¿verdad Archie?

Este corroboró las palabras de su hermano y con tranquilidad respondió:

—Así es. La hermana Margaret nos será de gran ayuda.

Terry abrió los ojos con sorpresa y de inmediato cuestionó:

—¿La hermana Margaret, del colegio San Pablo?

—La misma... —contestó Archie—. A la llegada de la guerra, se cerraron las puertas del colegio, la hermana salió de Inglaterra y fue trasladada a los Estados Unidos gracias a que su familia materna, es originaria de este país. Fue una suerte que la enviaran a Chicago y que Candy la encontrara ahí.

—Era una mujer adorable —dijo Stear, recordando a la religiosa—. Es obvio que el plan no puede fallar. Ella te conoce Terry, conoce a Candy, nos conoce a todos. Tengo la firme confianza en que podrá ayudarnos.

Los primeros platillos comenzaron a llegar y el silencio invadió a los tres muchachos, quienes se limitaron a ver cómo les servían la comida. Una vez que se quedaron solos, Stear no dudó en retomar la plática.

—Bueno... ya todos sabemos que Candy está en el convento, pero, ¿cómo está ella? —preguntó con suspicacia el joven inventor, mientras untaba mantequilla sobre un pan—. Cuéntanos Archie.

Los ojos de Terry se posaron sobre el hermano menor de los Cornwell y poniendo toda su atención, escuchó:

—Sigue siendo la Candy que conocieron... —Archie respiró hondo al recordarla, ella seguía siendo Candy, no importaba si estaba en un convento—. La última vez que le vi fue cuando pasó el primer período de prueba. Ella no había cambiado nada.

Stear dio un mordisco a su pan y al pasar bocado quiso saber:

—Y, entonces, supongo que sigue tan bonita como siempre —indagó sin pena alguna, mientras los inquisidores ojos de Terry, lo miraban—. Tranquilízate, Grandchester. La chica es tuya, ya lo sé, solo imagino que debe ser una novicia muy guapa, ¿no?

Archie se sintió tremendamente avergonzado... ¿Por qué Stear tenía que ser tan imprudente? ¿Cómo se le ocurriría hablar de lo bella que era Candy, con Terrence frente a ellos?

—Ya que Stear está tan interesado en saber, ¿qué dices Archie? —preguntó Terry con un tono tan celoso que apenas pudo disimular—. ¿Cómo luce la adorable Candy?

Archie pensó muy bien las palabras que iba usar.

¿Qué podía decirle a Terrence?

Candy se veía absolutamente preciosa. Ni siquiera un hábito podía ocultar su belleza. Al verla, cubierta de los pies a la cabeza, no pudo pensar en otra cosa más que era un verdadero desperdicio que ella estuviera ahí, encerrada y condenada a ser una monja...

¿Debía de ser sincero con el joven actor?

¿Era adecuado que le dijera, que aun sabiendo que Candy era una novicia, sintió deseo por ella?

No... Definitivamente, no era una buena idea.

—Luce igual que siempre —dijo Archie con simpleza, bebiendo de la taza de café que tenía frente a él, rogando para que Terry olvidara el asunto, pues, no estaba de humor para iniciar una pelea.

—¿Igual de bonita? —le preguntó un malicioso y travieso Terry—. Porque aunque era casi una niña cuando la dejé de ver, recuerdo que era muy linda y que estaba creciendo con gracia, entonces, ¿Candy luce bien? —cuestionó nuevamente, llevándose un trozo de hot cake a la boca.

Archie se sonrojó sin poder evitarlo y aunque quiso, simplemente no pudo responder.

Terry por su parte, supo que estaba siendo odioso y por ello ya no le quedó más que reírse... ¿Qué más daba si a los hermanitos Cornwell les parecía bonita Candy? La rubia solo tenía ojos para él, ¿no? Era suya. Y eso era lo que debía importarle.

Al ver que Archie pintaba de rojo sus mejillas, Terry soltó una carcajada y después con diversión agregó:

—Tomaré eso como un sí...

Stear rio también y después ninguno de los tres dijo nada más. Se dedicaron a degustar su desayuno y a platicar sobre otros temas de interés, obviamente ninguno que tuviera que ver con Candy, su belleza y los sentimientos que cada uno de ellos, guardaba para la muchacha.


Convento de la Sagrada Familia, Chicago.

Un año y medio había pasado desde aquel invierno, en el que Candy, decidió que su vida debía cambiar de rumbo.

El convento de la Sagrada Familia de la ciudad de Chicago, fue la congregación que le dio la bienvenida y le dio ánimos para vivir la nueva experiencia. Seis meses, fueron parte de su periodo de prueba, y un año ya había transcurrido, desde que se convirtió oficialmente en novicia.

A pesar de su formación estricta y puramente religiosa, Candy no había abandonado las viejas prácticas... ella seguía siendo terriblemente inquieta. Ponía de cabeza a todo mundo dentro del convento. Y la prueba de ello, era Tessa James, la impaciente compañera con la que compartía varios de sus trabajos.

Los ojos grises de Tessa, miraron con especial cuidado, cada punto del prominente terreno. Pero a pesar de su exhaustivo trabajo, no tuvo éxito...

No había ni una sola señal, de Candy.

«¿Dónde se ha metido?», preguntó en sus adentros, intentando mantener la calma. Solo diez minutos las separaban del inicio del Santo Rosario... ¿Por qué se le ocurriría desaparecer?

—¡Candice! —gritó la joven, pero no obtuvo respuesta, segundos después volvió a gritar—. ¡Candice! —insistió mientras hacía un gesto de inconformidad.

Una cantarina risa se escuchó, justo por encima de su cabeza y entonces, lo supo. Su compañera estaba ahí. Tessa volteó con rapidez y dirigió su gélida mirada hacia las ramas del árbol.

—¡Estoy aquí! —anunció Candy sonriendo y mostrándose divertida—. ¿Qué sucede, Tessa? ¿Por qué me buscas con tanta urgencia?

—¿Acaso la altura afectó tu cerebro? —preguntó Tessa con enojo—. Van a dar las doce del día Candice, ¡el rezo va comenzar!

La rubia muchacha, miró a su molesta compañera y con una sonrisa respondió.

—Solo estaba reflexionando... —dijo a modo de disculpa—. No era mi intención faltar al rezo.

—Más te vale que no sigas reflexionando de esa forma, ¿no ves que puedes caerte de este árbol? —advirtió la muchacha, observando cómo Candy bajaba con habilidad—. Si la madre superiora llega a verte...

—Oh Tessa... Tranquilízate, por favor. Esto es solo un árbol, ¿qué tiene de malo treparlo?

La muchacha la miró con sorpresa y sin poder creer la despreocupada actitud de Candy, le dio respuesta:

—Puedes caer y romperte algo, eres tan descuidada Candice.

Candy no dijo más. La verdad era que odiaba sentirse limitada, mas, no iba ganar nada armando una nueva discusión con Tessa. No había modo alguno de que ella ganara y lo sabía. Luchar contra Tessa era una pérdida de tiempo.

—¿Qué tanto reflexionabas ahí arriba? —preguntó la compañera, mostrándose un poco más tranquila.

—Pensaba en mi hogar... —le respondió Candy, así nada más—. Hay que darnos prisa o si no llegaremos tarde.

La rubia muchacha apresuró sus pasos y a Tessa no le quedó más opción que seguirla. Le pareció muy extraña la forma en que Candy reaccionó a su pregunta, la chica Andrew, respondió con prisa y sus mejillas se ruborizaron al momento de emitir sus palabras. Tessa sintió mucha curiosidad ante eso, no obstante, ya no quiso preguntar nada más. Candy era muy entrometida, pero, jamás la cuestionaba, así que, ¿quién era ella para juzgarla?

Candy por su parte, pensaba que no tenía nada que esconder. Al menos nada malo. Cuando subió al árbol recordó el hogar de Pony, a sus madres y a los niños. También recordó la colina y el tiempo que pasaba en ella. Los pensamientos de la «segunda colina de Pony», Inglaterra y unos ojos azul zafiro mirándola, llegaron a ella sin siquiera proponérselo. Con toda honestidad, hasta ella se sorprendía de que su mente viajara tan lejos.

La rubia negó moviendo la cabeza, como para desechar aquel recuerdo y caminó más rápido. Ni siquiera se dio cuenta cuando comenzó a correr.

—¡Santo Dios Candy! —exclamó Tessa, con voz entrecortada—. ¿Es que no piensas parar? ¿Por qué estás corriendo?

—Vamos tarde ya. El Rosario va comenzar, tendremos problemas si no llegamos a tiempo.

—Faltan cinco minutos... y... ¡Por Dios! No se nos permite correr... ¡No puedo creer que sigas sin obedecer las órdenes!

La rubia caminó junto a Tessa. Rogándole a Dios para llenarse de paciencia y poder tolerar a su compañera. La muchacha era demasiado dura con ella. Candy sabía que Tessa, no lo hacía con mala intención, pero eso no era suficiente, ¡la exasperaba de todas formas!

Como fuera, esa era la vida que ella misma había elegido, y aunque se desesperara la mayor parte del tiempo, no podía declinar.

No.

Unas cuántas limitaciones no iban a detenerla.

Candy respiró profundo y después ingresó a la capilla con la mirada en alto, pronto situó su lugar y a continuación se preparó para comenzar con las oraciones. Ella no iba rendirse, le faltaba mucho tiempo para pasar a la siguiente etapa, mientras, lo daría todo para ser la gran religiosa que todos esperaban que fuera.


—¿Estás cómodo? —le preguntó Archie a su hermano mayor. Él estaba algo preocupado, ya que llevaban mucho tiempo viajando y aún les faltaba un buen tramo por recorrer.

—He estado en peores situaciones —respondió Stear, en un tono serio, pues, los malos recuerdos comenzaron a presentarse—. Viajé por Dios sabe dónde, en un tren repleto de prisioneros, había perdido mi pierna y lo que quedaba de ella, comenzaba a infectarse, créeme, esto es como estar en el cielo.

Archie no respondió a eso, ya que, no supo cómo hacerlo. En vez de emitir alguna palabra, miró por la ventanilla, y observó los campos verdes de Carolina del Sur.

«Florida ya no está tan lejos...», reflexionó al tiempo que se obligaba a relajarse.

—No lo dije con afán de molestar —aclaró el inventor de inmediato—. Solo estoy contándote algo de mi experiencia.

Archie le sonrió como queriendo decirle que todo estaba bien, pero, la verdad era que por dentro se encontraba muy intranquilo. Pensar en lo mucho que Stear había sufrido, le rompía el corazón. Sabía que Stear estaba siendo sincero y que sus comentarios no eran con mala intención, con todo y eso, era inevitable que él no se sintiera triste al imaginarse a su hermano en aquellas terribles situaciones.

—Apenas puedo creerlo —dijo Terry para aligerar el ambiente—. ¡Albert en verdad es millonario! Y, ¿es su tío abuelo? Créanme cuando se los digo, no tenía idea de eso.

Archie asintió, después, sintiéndose en confianza, se preparó para bromear con Terry y añadió:

—Y por si fuera poco, también será tu suegro.

Stear, soltó una carcajada y Terry río también, aunque él lo hizo algo nervioso.

La verdad era que el joven Grandchester se sentía un tanto avergonzado...

Por fortuna, todo el tiempo fue discreto y jamás se expresó de forma inapropiada respecto a la atracción que sentía por Candy. Estaba muy seguro de que Albert no se podía quejar de eso, pues, sus intenciones con ella siempre fueron buenas. Por otro lado, no estaba muy orgulloso de lo que sucedió la última vez que lo vio... ese momento fue vergonzoso, porque, Terry no era el chico que Albert conoció en Inglaterra. Aquel episodio en Chicago fue el peor momento de su vida. Estaba sucio, borracho y completamente perdido. Era todo lo que Albert siempre le recomendó no ser.

—Candy y Albert siempre tuvieron un vínculo que yo no comprendía —aceptó Stear—. Sin embargo, ahora lo entiendo todo. Ahora sé por qué existía tanta empatía entre ellos.

El corazón de Terry se encogió y su estómago se sintió revuelto. Por primera vez en su vida era consciente, de las palabras que Stear emitía... Albert siempre estuvo para Candy. Por lo que recordaba, el rubio muchacho le guardaba demasiado cariño a la chica.

El monstruo de los celos comenzó hacer su trabajo: Albert era el padre adoptivo de Candy, no obstante, no era ningún viejo, al contrario, era tan joven como ellos. No podía dejar de pensar en eso, «¿Y si Albert, también se enamoró de ella?», reflexionó siendo víctima de la incertidumbre.

—¿Creen que lleguemos mañana? —cuestionó Stear sacando a Terry de aquel espantoso tormento.

—Llegaremos a medio día, o quizá, lleguemos antes —anunció Archie.

Un largo y pesado suspiro se le escapó al joven inventor. Mientras más cerca estaban de Miami, más desesperado se sentía.

—¿Acaso te estás acobardando? —le preguntó Terry, al observar el gesto que Stear había hecho.

—No...

—¿Entonces?

—Entonces nada. Aquí estoy, ¿no?

Terry sonrió y con voz burlona respondió.

—A pesar de tu valentía, se nota que tienes miedo... —El actor estiró sus brazos y luego dejó libre un bostezo—. No tendría nada de malo que tuvieras miedo.

—No tengo miedo —contestó Stear convencido—. Hace una semana sí lo tenía, pero después de dejar el escondite todo cambió. Te aseguro que soy otro.

Stear sonaba muy convencido al respecto, mas, a la mañana siguiente, cuando el tren por fin llegó a Miami, estuvo listo para admitir que el miedo comenzaba a manifestarse en su interior.

Durante el trayecto hacia el hotel, Archie y Terry parloteaban sobre lo hermoso que lucía el panorama, estaban realmente maravillados, pero Stear no pudo acompañarlos en aquella alegría. Lo único que pensaba era en la chica O'Brien. Todo el proceso de registrarse en el hotel y obtener una suite, pasó sin que él se diera cuenta. Al final los nervios hicieron de la suyas, se duchó, se cambió y arregló su cabello, como si fuera un autómata.

¿Qué le estaba pasando? ¿Era inseguridad o era terror lo que estaba sintiendo?

—Archie llamará a Patricia... — anunció Terry, al tiempo que lo ayudaba con la silla de ruedas, para entrar al elevador—. Concretará una cita con ella, la saludaremos y luego tú aparecerás... ¿Qué te parece?

—Suena sencillo —Fue lo único que Stear logró decir.

Terry advirtió el desconcierto de su amigo, pero sinceramente no sabía de qué forma ayudarlo. Él era el menos indicado para decirle que no debía tener miedo, y que no debía acobardarse, porque solo Dios sabía cómo le iría cuando tuviera que enfrentar a Candy. Moría del miedo y ni siquiera se había enfrentado a esa situación.

—Estudié todos los posibles escenarios que se darán con Patty... —le dijo Stear, una vez que llegaron al lobby—. Y las probabilidades de que mande por un tubo, son bastante altas.

Terry lo miró con curiosidad y luego quiso saber:

—¿Por qué habría de hacerlo, Stear? Ella te ama.

El guapo inventor retiró sus gafas y enseguida las limpió con cuidado, al tiempo que observaba a Terry y le daba una respuesta:

—Amigo Terrence... ¿En serio me estás preguntando eso? —cuestionó parpadeando y colocándose las gafas continuó charlando—. Patricia ha estado lejos de mí por mucho tiempo. Solo Dios sabe si todavía le intereso. Las mujeres son impredecibles.

—Entonces, debo entender que... ¿Yo también corro con esa suerte? —cuestionó Terry.

Stear lo miró con suspicacia y le dijo:

—No. Tú no. Tu chica está en un convento —recordó con diversión—. Se pasa el día rezando y ayudando a la gente. No convive con otras personas que puedan quitártela, ¡tienes demasiada suerte!

Terry rio a carcajadas.

—No creas que la tengo tan fácil —admitió el actor—. No va ser nada sencillo competir contra Dios.

El inventor observó con detenimiento a Terry, al joven Grandchester le encantaba bromear, pero, a pesar de su comportamiento, se le veía algo asustado. Stear lo comprendía, nadie sabía que iba pasar cuando Candy y él se encontraran.

—De acuerdo. Patty ya viene para acá... —anunció Archie, uniéndose a ellos—. Te advierto que no tardará mucho, porque ella vive muy cerca de aquí.

Stear afirmó y mirando a Terry decidió:

—Será mejor que tú y Archie se queden aquí. Yo, estaré por ahí... Esperando a que hablen, ¿de acuerdo?

—¿No quieres que te acompañe? —preguntó Terry.

—No... —Stear sonrió sin ganas y añadió—. Gracias por ofrecerme tu compañía, pero, ahora quiero estar solo y reflexionar.

Terry únicamente lo ayudó a subir un par de escalones y luego lo dejó marcharse. Observándolo con atención y asegurándose de que el chico ya estuviera afuera, tomó asiento de nuevo.

—Más vale que se tranquilice y que no intente escapar —mencionó Archie.

—No te preocupes, no irá a ningún lado. Es solo un jardín—respondió Terry, mirando hacia dónde Stear dirigía su silla de ruedas.

Ambos muchachos permanecieron sentados, observando la entrada del hotel, esperando a que Patty llegara. Para su fortuna, no tardó mucho tiempo para que la joven mujer apareciera.

Cuando la muchacha entró al hotel, ubicó de inmediato a Archie y se apresuró para llegar hasta donde él estaba. Mientras, desde su lugar, Stear la estudiaba sin prisas, disfrutando de cada uno de sus femeninos y gráciles movimientos.

Patricia O'Brien, había dejado de ser una niña.

El inventor apenas pudo contener su emoción al verla, estaba mucho más hermosa de lo que la recordaba, era una auténtica maravilla. Todos sus sentidos despertaron al verla. Mientras la miraba, Stear logró darse cuenta de que Patty había sido enterada del asunto.

A través del cristal, que separaba el lobby del jardín, se podía observar cómo los alegres rasgos del rostro de la muchacha, se transformaban por completo. Un mar de lágrimas comenzó a invadirla y tanto Archie como Terry, tuvieron que ayudarla a tomar asiento en el sofá. Ella no dejaba de llorar. Miraba de un lado al otro, como tratando de encontrar a quién se le aseguró, estaba vivo. Se quitó las gafas y tomó el pañuelo que Archie le ofrecía, Terry por su parte, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse, indicándole el camino hacia el jardín.

—Patty, él está ahí afuera, esperándote —le dijo Archie con voz entrecortada, pues la emoción comenzó a embargarlo.

Ella no podía creerlo. Definitivamente no podía. Se llevó las manos al corazón y caminó lentamente hasta la puerta que daba al enorme jardín.

Tenía mucho miedo. Estaba absolutamente aterrada, pues aún creía que todo aquello era como un sueño, uno muy bello del que definitivamente no quería despertar.

Permaneció parada, justo en el centro del lindo y enorme jardín. Mirando a su alrededor. Buscando sin cesar, alguna señal que le indicará que estaba cerca de encontrar al hombre al que siempre amó.

Por eternos segundos se mantuvo quieta, sin encontrar nada. Pero al posar sus castaños ojos sobre la fuente, todo cambió...

La visión del joven Cornwell, iluminó su corazón, recordándole que aún podía latir.

«¡Dios Bendito! ¡Stear estaba vivo!»

Patricia O'Brien no lo dudó más. Apenas encontró las fuerzas necesarias, corrió a través del jardín para encontrarse con el amor de su vida.

—Hola Patty... ¿Cómo estás?

Fue todo lo que ella escuchó, antes de perder el conocimiento y caer desmayada sobre el césped.