Peace could be an option

Capítulo 77


Cuando Abby colgó el teléfono sintió el peso del silencio de la casa envolviéndola. La llamada a Montana fue corta y directa, explicando a sus padres que debían ir donde el abuelo temporalmente y que avisaran a sus hermanas para que hicieran lo mismo. No fue capaz de decirles qué había ocurrido con Nina, pero les pidió que intentaran comunicarse con Edie en el tiempo en que se demoraba en volar hasta Nueva York. Hubo un momento en que su madre trató de que le explicara más, fuera de que un grupo anti-mutante los había encontrado, pero no insistió más de una vez, notando la urgencia.

Los documentos necesarios para volar los tenía en una caja en el armario y rápidamente tomó todo el efectivo que tenían guardado en casa. Los álbumes de fotos en una estantería la distrajeron un momento, ¿qué pasaría si no podían regresar? Pero bloqueó el pensamiento en un instante, su prioridad era llegar a donde Edie.

―¡Erik! ―Abby lo llamó, bajando las escaleras de par en par, percatándose que llevaba un buen rato sin escuchar nada más que el viento recorriendo con fuerza la casa―. ¿Erik?

Notó la puerta de entrada abierta, pero también vio que se trataba de una de metal. Erik debía de haberla hecho para poder cerrar la casa cuando se fueran, para no dejar a Nina y el resto de su familia a merced de los elementos y de cualquier animal. El pensamiento hizo que callera al suelo de rodillas y se cubriera la boca para controlar la arcada. No quería dejar a su pequeña hija, pero la cruda realidad era que no podía hacer nada más por ella, no cuando sus hijos mayores podían estar en peligro.

Las lágrimas amenazaron con volver a escapar de sus ojos, pero las controló. Se puso de pie y avanzó hasta la puerta con la intención de cerrarla y encontrar a su esposo. Sin embargo, una pequeña caja de fósforos aplastada tronando bajo su pie llamó su atención. Nadie fumaba en casa y los pocos fósforos que a veces compraban para encender velas estaban en un cajón de la cocina.

Recogió el objeto foráneo con curiosidad y lo aplanó lo mejor que pudo, distinguiendo el logo con nombre de un bar. Ella no frecuentaba esos lugares, ni tampoco lo hacía Erik y dudaba que Ruthie o su padre lo hicieran.

―Jakob…

El nombre del primo de Erik brotó de sus labios en un susurro, recordando de dónde había escuchado la existencia del bar. Le tomó unos segundos convencerse de lo que había ocurrido y sintió como si alguien le hubiera sacado el aire de un golpe.

No había manera que Jakob fuera parte de un grupo anti-mutante, o al menos eso quería creer. Pero no podía obviar el hecho de que era el único que no estaba enterado sobre los dones que estaban presentes en la familia y su padre, Erich, siempre insistió que era mejor así.

―¡Erik! ―Abby gritó con fuerza, comenzando a recorrer la casa con desesperación.

Afuera la camioneta de su esposo seguía mal estacionada, pero eso no quería decir que Erik fuera incapaz de movilizarse a grandes distancias a pesar del clima. Sintió su cuerpo temblar, pero a la vez un sentimiento de rabia y miedo comenzó a emerger, convencida de que Erik había decidido ir a cobrar venganza, dejándola sola en lo que era el peor momento de sus vidas.

Sin pensarlo corrió hasta su camioneta y la encendió, pero golpeó el timón cuando se percató que sólo tenía una idea vaga de dónde era el bar que Jakob frecuentaba. Regresó a la casa en busca de la guía de teléfonos y comenzó a pasar las hojas con brusquedad, casi arrancándolas. Quería convencerse de que Erik no sería tan estúpido, pero sabía bien que lo era, sabía que para él era más fácil descargar todas sus emociones sobre otros que tener que sobrellevarlas y aceptarlas sin nadie a quien culpar de por medio.

. .

Erik sintió el toque de Apocalipsis sobre su rostro, pero no eran los dedos del mutante lo que recorría su piel, sino más bien unos hilos dorados. Pudo sentir con una claridad única sus emociones más profundas, la rabia, el odio, el dolor, la desesperación, la traición y algo que no pensó que tenía en él: resentimiento. Resentimiento y frustración hacia su esposa.

Había tratado tanto vivir en paz, desde el fondo de su alma lo hizo, dejando de lado cada susurro de su subconsciente diciéndole que no era el camino correcto, que debía pelear. Pero no se escuchó, dejó que la tentación tomara control sobre él y que las ilusiones de que un mundo mejor simplemente se materializaría si sólo esperaba, todo sin la necesidad de un gran precio de por medio.

Le tocó pagar con la vida de su hija, le tocó pagar en sangre, pero no por un mundo mejor sino por el costo de su ingenuidad. Su primo, su propia familia fue quien lo traicionó, un humano que sin importarle el lazo que compartían fue capaz de arrebatarle todo. Y no sólo él, su tío y prima tenían que haber sabido lo que Jakob pensaba de los mutantes, por eso insistieron en que era mejor que no lo supiera y aun así nunca dijeron nada para advertirle siquiera.

Las palabras de Apocalipsis resonaron con fuerza como una guía clara y con sentido: De las cenizas de su mundo construiremos uno mejor. Y eso fue lo que hizo. El primer paso fue abrir la puerta real de sus poderes y destruir el horrendo lugar donde perdió a sus padres, el lugar donde le arrebataron su propia humanidad. Ver en ruinas el campo de Auschwitz fue liberador y comprendió que era el sello en un contrato sencillo donde su labor era de una vez liberar a la tierra de la plaga que la aquejaba.

El único desacuerdo silencioso que Erik cargaba era el que hubieran regresado al bar donde lo encontraron. No había necesidad real, podían haber ido a cualquier otro lugar, pero ahí era donde estaba y donde acababa de recibir una nueva vestimenta, una acorde a quien realmente era.

―¡Erik!

La voz de Abby quebró el silencio halándolo con fuerza a la realidad que deseaba dejar atrás. La puerta principal se abrió de golpe, forzada por un bloque de hielo que se adentró en el local. La nieve se acumuló junto los brazos y piernas que sobresalían del suelo, una muestra clara del trato de Apocalipsis hacia los humanos.

Los ojos de la mujer se clavaron sobre Erik, notando de inmediato la ropa que llevaba y lo que significaba. Sin embargo, antes de poder decir algo, ella notó los extraños símbolos dorados sobre el rostro de Erik, eso era algo completamente nuevo, pero que a la vez sentía había visto en algún lado.

―Tu esposa ―habló Apocalipsis, dando un paso al frente del resto―, es como nosotros.

―No ―Erik intervino, percatándose de la expresión de ella, ni siquiera luego de perder a su pequeña podía ver las cosas como eran.

―¿Esto es lo que planeas hacer? ¿Juntarte con un grupo de mutantes? ― No reconocía a ninguno de los cuatro que lo acompañaban, pero era obvio lo que eran y lo que pensaban hacer, el estado de los comensales usuales del bar lo dejaba claro. Abby no podía creerlo, de todos los momentos para decidir regresar a ser Magneto ese era el peor. Necesitaban ir por Edie, y más aún necesitaban estar juntos.

―Es lo que debí hacer hace mucho. Nunca lo entendiste, al final eres tan ciega como Charles, pero tu ceguera nos costó una hija ―Las palabras brotaron de la boca de Erik sin control, sorprendiéndose así mismo, podía escuchar la voz de Apocalipsis susurrando en el fondo de su mente, animándolo a dejar fluir todo su odio contra los humanos.

Abby se quedó en silencio, dolida y desconcertada. Apretó los puños con fuerza, controlándose para no despotricar contra su esposo, no encontraba sentido a lo que decía.

―Únete a nosotros, venga a tu hija ―habló Apocalipsis, invitándola―. Puedo sentir tu dolor, tu rabia, no hay necesidad de que cierres tus emociones.

La voz del mutante parecía asfixiar todo en la mente de Abby, forzándose en su interior. Había perdido a su hija menor y sin dudas estaba llena de emociones negativas, pero al momento de permitir que fluyeran, su rabia no se dirigió a los hombres que bien sabía ya estaban muertos, menos a la humanidad como tal. Erik, o más bien Magneto, ese era el objetivo de toda su furia. Sino fuera por él todo estaría bien, nunca hubieran estado en la lista de caza de nadie y en esos momentos tendría a su esposo a su lado y no abandonándola para irse con sus nuevos amigos mutantes a eliminar a los humanos.

Apocalipsis afinó la mirada al notar que la mujer había dejado de contener sus emociones, pero a diferencia de Magneto los humanos no eran los que recibirían su furia.

Erik se elevó con prontitud al momento en que los ojos azules de su esposa se clavaron sobre él. Era una mirada que conocía, hostil, pero que jamás pensó vendría de parte de ella. Una espiral de hielo se levantó reventando el piso de madera del bar, quedando a unos pocos centímetros de sus pies.

El terreno era sumamente favorable para los poderes de Abby y Magneto lo sabía. El bar no serviría de refugio, así que decidió reventar el techo y salir, al menos así tendría más espacio para maniobrar.

―¿Planeas huir? ―gritó Abby, apresurándose al exterior, incapaz de controlar sus palabras―. ¡No seas un cobarde! ¿No querías esto desde el principio?

La nieve de los alrededores envolvió de inmediato las camionetas y motocicletas estacionadas en las cercanías, endureciéndose para apresar el metal.

Erik frunció las cejas, esperaba ser atacado, pero su esposa optó por primero dificultarle el acceso a los objetos de metal. Quizás en otro momento hubiera sonreído satisfecho, pero en ese instante lo único que llenaba su mente era cómo ni con la muerte de Nina ella era capaz de entrar en razón y ver la realidad.

Las estacas de hielo volando a toda velocidad en su dirección no tardaron en llegar momentos después, algunas incluso estallando en el aire para dejar una fina capa de hielo suspendido. Esto no pasó desapercibido para él, comprendía lo que Abby hacía, deseaba rodearlo de suficiente material para poder presionarlo a bajar.

Extendiendo sus manos, Erik sustrajo los metales de la tierra, imitando la misma estrategia de su esposa. Antes no había sido incapaz de acceder a tal nivel de control, pero eso estaba en el pasado, sus poderes habían dado un salto monumental.

Abby se sorprendió al sentir algo emergiendo a través de la nieve. No lo podía ver, pero podía sentirlo colándose a pesar de su diminuto tamaño, casi como si se tratara de polvo. Frunció el ceño, las manos de Erik solían delatarlo con facilidad, pero el movimiento era relajado, no parecía que estuviera peleando por el control del metal atrapado en el hielo.

En una rápida reacción logró que la nieve la rodeara y se endureciera lo suficiente como para detener el metal que se abalanzó sobre ella. Momentos antes habían sido simples trazas dispersas en la tierra, cantidades tan diminutas que sólo un científico analizando el suelo hubiera sido capaz de mencionarlo como parte ínfima de la composición.

―Vuelve a casa ―dijo Magneto, pero no era un pedido sino, más bien, una orden.

Abby dejó escapar un gruñido y dirigió su atención al grupo de mutantes que habían estado acompañando a Erik, abandonando el local para verlos pelear. No tenía idea qué pensaban hacer, pero podía intuir que no se trataría de algo menor, no necesitaba verlos en acción para comprender que ese grupo no estaba buscando sólo hacer una declaración contra la humanidad. El mutante de piel azul le provocaba una gran incomodidad especial, más aún porque sentía que estaba dentro de su cabeza, escudriñando en un lugar profundo.

―¿Por qué peleas contra los tuyos? ―habló Apocalipsis, ganándose una mirada de confusión y recelo de parte de Abby.

―Nunca se ha visto cómo parte de nosotros ―replicó Magneto, para ella mutantes y humanos estaban dentro de la misma categoría, y él lo sabía bien.

―Muéstrenle ―ordenó Apocalipsis, permitiendo que sus acompañantes se adelantaran.

Erik se tensó ante la implicancia. Estaba furioso con su esposa, con el mundo y con él mismo, aun así, a pesar de estar peleando contra ella, sus emociones no lo llegaban a cegar al punto de quererla muerta. Él quería que viera lo que él veía, que comprendiera su dolor y lo acompañara. Que escuchara las palabras de Apocalipsis y las promesas de un mundo mejor para ellos.

La joven de tez oscura elevó los brazos al cielo. Sus ojos se tornaron blancos y una ráfaga de viento conjuró al instante pesadas nubes de lluvia, descargando truenos ensordecedores al chocar entre ellas. El muchacho del grupo extendió sus alas metálicas y elevó vuelo, posicionándose hacia la espalda de Abby. La mujer restante cargó sus brazos en una luz rosácea, tomando forma de dagas de ancha hoja, lista para atacar.

El estallido de un rayo chocando con la tierra sirvió como señal para atacar.

La descarga no logró golpear a Abby, pero la cercanía del impacto provocó que se sobresaltara. Sin embargo, se encontraba tan abrumada por la situación que en contra de su mejor juicio decidió no tratar de escapar.

Para Erik fue un instante de claridad, un segundo en que su cerebro bloqueó toda emoción y lo obligó a reaccionar de forma instintiva. Vio que Abby decidió tomar la ofensiva en lugar de protegerse, algo que no la pensó capaz. De forma automática detuvo las navajas metálicas despedidas por las alas de su nuevo compañero y se interpuso en el camino de la mutante que pensaba arremeter contra su esposa. Era un problema que debía ser resuelto entre él y Abby, algo que resolverían luego de atender el nacimiento de un nuevo mundo sin humanos, el resto no debía de intervenir.

Las gotas de lluvia golpearon el rostro de Erik y sintió cada vello de su cuerpo erizarse. La nieve y hielo del ambiente ya le daban suficiente material a Abby para atacar, pero la pesada lluvia saturando el aire era casi como si estuvieran peleando bajo el mar contra un mutante que dominaba el agua. Quizás la joven que acababa de conocer pensó que el don de la mujer a la que se enfrentaba era restringido a nieve y hielo.

Pudo ver un brillo en los ojos de su esposa y cómo clavaba los ojos sobre Apocalipsis. Erik lo dudó, no había forma que ella se hubiera dejado expuesta sólo para atacarlo. No lo conocía, aunque era obvio que se trataba del líder del recién formado grupo de mutantes y eso podía ser suficiente peso para ganarse la enemistad de ella.

Las gotas de lluvia quedaron suspendidas en el aire un segundo y luego arremetieron a toda velocidad contra el imponente mutante azul. La joven mutante que llamó las nubes quedó sorprendida por unos instantes, su don le permitía controlar el clima, pero la manipulación sobre las moléculas de agua fue brutal y hostil.

Pequeñas astillas finas de agua avanzaron con velocidad impresionante hacia Apocalipsis y éste recibió el ataque sin perturbarse. Su piel fue cortada, pero dentro de su basto arsenal de habilidades se encontraba la regeneración.

Abby no se dejó impresionar por la escena en frente de ella. Podía sentir a ese mutante invadiendo su mente, o más bien incitándola a destruir cualquier barrera que controlaba sus poderes y emociones. Si tanto deseaba eso, podía ofrecérselo.

El siguiente ataque fue distinto, no hubo agua lanzada en alguna de sus formas contra Apocalipsis, el ambiente cargado de humedad bastaba. El cuerpo del mutante se vio envuelto en una fina capa de líquido condensándose sobre su piel, líquido que se solidificó como estacas tratando de penetrar su carne.

Apocalipsis se encorvó un poco ante la presión y al instante sus seguidores trataron de acercarse a él.

―¡Abby! ―Erik gritó su nombre, sin poder reconocer si lo hizo para advertirle que se alejara o reprimiéndola.

Sin embargo, un vapor helado llenó el área, provocando un intenso dolor sobre la piel y al momento de respirar. Una bruma helada comenzó a cristalizar todo lo que tocaba, como una cellisca nacida de improvisto. Las ramas de los árboles cercanos tronaron e incluso la construcción del bar cercano comenzó a rechinar.

El joven con alas fue el único capaz de reaccionar. Gracias a su posición elevada había quedado al límite de la neblina congelante. Pero no logró intervenir, antes de poder siquiera decidir qué hacer, un tentáculo de agua lo sujetó por la pierna y lo envolvió, sometiéndolo al mismo ataque que Apocalipsis recibió, sólo que él no poseía poderes regenerativos para sobrevivirlo.

Erik vio el cuerpo del muchacho caer sobre la nieve, y a sus dos compañeras desplomarse de rodillas debido al intenso frío y lo expuesto de sus vestuarios. Apocalipsis se encontraba de pie, recuperado, y con una expresión de satisfacción distorsionada.

Al ver a su esposa tan enfocada, decidió actuar, debía sacarla de ahí, por su bien y por el futuro de los mutantes. Ella no comprendía el poder de Apocalipsis, ni era capaz de ver el mundo que él les entregaría.

Gracias a los nuevos horizontes de su poder, Erik retomó control del metal distribuido bajo el suelo donde Abby se encontraba de pie, creó una gran lámina debajo de ella y la elevó en un instante, moldeando una gran esfera en donde logró encerrarla junto con parte de la tierra y nieve. Él no cometía el mismo error dos veces y tratar de extraer el metal a través de la nieve la hubiera alertado.

Sin pensarlo dos veces, lanzó la esfera metálica con dirección al bosque detrás de su casa, cerca del horrible escenario que vio los últimos momentos con vida de su pequeña hija. No perdió el control sobre el metal y aunque lo aceleró, se permitió depositarlo con sutiliza suficiente como para no matar a su mujer en el proceso.

. .

La bruma helada terminó de disiparse con ayuda de Tormenta.

―Muerto ―aseguró Psylocke tras revisar el cuerpo de Ángel y regresar con el grupo.

Tormenta se estremeció, prefirió no acercarse a los restos, le bastaba con haberlo visto caer.

―Si la traes de regreso puedo convencerla ―habló Apocalipsis dirigiéndose a Magneto―. Sus dones servirían para reemplazar…

―No ―Magneto lo interrumpió, sin Abby presente se sentía más enfocado en lo que importaba―. Convencerla, asumiendo que puedas, tomaría demasiado tiempo.

―Sus poderes serían de gran utilidad.

―No es la única con habilidades interesantes en su familia. Puedo guiarte a un mutante que estoy seguro no necesitaría que lo convencieras, si es que puedes restaurar su mente.

Apocalipsis asintió con interés ante el ofrecimiento y Magneto le indicó a dónde debían ir.

A pesar de sentir que las distracciones habían desaparecido, Erik no pudo evitar que sus pensamientos más profundos estuvieran con su esposa. Habían peleado, habían perdido una hija y ella había matado a alguien. Todo eso lo tendría que afrontar sola, así como él lo haría en solitario también.

. .

La elegante casa en las afueras de Boston se vio invadida por un cuarteto de mutantes que aparecieron en medio del comedor.

Maxwell Stirling se quedó en silencio al ver a Erik en tan curiosa compañía, pero no emitió palabra alguna al notar la expresión que llevaba. Le costaba interpretarlo, pero comprendía que no era una visita amistosa. Su esposa dejó escapar un gemido de sorpresa, pero él simplemente la tomó de los brazos y la abrazó, haciéndose a un lado hasta quedar en una esquina de la habitación.

Psylocke avanzó en compañía de Apocalipsis a la sala, seguidos por Tormenta y al final Magneto. Los ojos de Erik posándose sólo un instante sobre los del tío de Abby.

En la sala otro grito se sintió, una enfermera salió corriendo al ver a los mutantes rodeando a su paciente; Steven. Apocalipsis tomó al joven por la cabeza y comenzó a escarbar en sus pensamientos, maravillado por el potencial y a la vez por el poder de la mente que puso las barreras, sellando toda la esencia del joven.

Los ojos de Tormenta se distrajeron con una foto que le resultó familiar. En ella vio a Darryl y para su sorpresa a la mujer que mató a Ángel, en compañía de Magneto, una adolescente y una pequeña niña. Parecían una familia genuinamente feliz, relajados a pesar de ser una foto de estudio. Al girar cruzó la mirada con Magneto, notando que él también había estado observando el retrato, una imagen de algo que parecía tan lejano.

―¿Quiénes son…? ―Steven habló, confundido por un instante, hasta que la furia lo inundó―. ¡Dónde está el paralítico desgraciado!

Las palabras cargadas de desprecio escaparon rápido de la boca del joven al momento de recordar lo que en buena medida fueron sus últimos momentos consciente. Llevaba años en un estado catatónico, atrapado dentro de su mente y sin percatarse del paso del tiempo, casi como si hubiera despertado de un profundo sueño.

Apocalipsis no demoró en envolver a Steven en su aura y deleitarse con sus poderosas emociones. Magneto no había mentido, el muchacho serviría y no requería mayor incentivo para unírseles, era al final un agente del caos.

―Permite que te ayude a alcanzar tu potencial ―habló Apocalipsis, extendiendo una mano hacía Steven.

De la punta de sus dedos unos finos hilos dorados avanzaron hacia el muchacho y comenzaron a formar símbolos sobre su piel, aferrándose con fuerza. A primera vista parecían ser tatuajes, pero una mejor analogía era la de una garrapata, sujetándose sin clemencia a la piel y adentrándose. Las marcas no sólo servían para identificar a sus seguidores más cercanos, sino también para otorgarles una puerta abierta a todo su potencial.

―¿A dónde vamos a ir ahora? ―preguntó Tormenta y Apocalipsis simplemente abrió un portal.

Magneto desvió la vista un momento antes de ser el último en abandonar la casa de Maxwell. Lanzó una última mirada al recuadro familia que el tío de Abby tenía de ellos. No había forma de regresar a esos momentos, no importaba cuánto lo quisiera, sin Nina nada sería igual.

. .

Abby abrió los ojos y se percató que tenía el cuerpo entumecido. Tenues rayos de luz se colaban por unos agujeros pequeños, pero la sensación fría del metal que la envolvía le recordó qué había ocurrido. Tomó una bocana de aire, lista para usar la nieve que sentía cerca como si fuera un abrelatas a presión. No podía creer que Erik la encerrara en una esfera de metal.

Al liberarse, se dejó caer de rodillas por un momento. Se encontraba sucia, una mezcla de tierra y agua ya seca cubrían su ropa.

Los recuerdos de su pelea con Erik la asfixiaron. ¿Qué había hecho? Estaba desesperada, pero jamás hubiera atacado a su esposo, incluso aunque estuviera uniéndose a un grupo de mutantes. No comprendía cómo había perdido el control de esa manera, pero recordaba la voz del mutante azul como un eco lejano. Frunció las cejas ante la memoria, durante todo el combate la presencia de ese mutante fue grande y no por estar presente a unos metros de distancia, era como si estuviera exacerbando sus emociones al máximo.

Abby maldijo y cerró los ojos para controlar las lágrimas. Erik se había ido, abandonándola sin siquiera tratar de asegurarse que Edie estuviera a salvo.

―Nina…

El nombre de su pequeña hija escapó de sus labios y le tomó toda su voluntad no permitirse llorar. Quería quedarse donde estaba, que el mundo se detuviera por unos momentos y la dejara lamentar la pérdida. Pero del mismo lugar de dónde la atormentaba la pena, también la movía una voz instándola a poner a salvo a su otra hija y de alguna manera llegar también a su hijo.

Abby se puso de pie con dificultad y comenzó a caminar. Reconocía el lugar, era el bosque cercano a su casa.

―¿Tía Abby?

La voz la tomó por sorpresa, notando de inmediato a Phil. El muchacho llevaba un pesado abrigo de invierno, pero se podía ver una corbata asomándose por el cuello visible. Abby frunció en entrecejo, sin comprender qué hacía ahí, y más aún, llevaba años sin referirse a ella como tía, en cuanto llegó a la adolescencia comenzó a usar Sra. Eisenhardt, como todos los muchachos de su edad llamaban a los padres de sus amigos.

―Phil…

―Lo siento mucho ―dijo Phil bajando la mirada y dejando que sus brazos se relajaran―. En cuanto me enteré hice que me trajeran, pero…

―Phil, ¿de qué estás hablando? ―Abby se acercó al muchacho, a esa distancia pudo notar que tenía el rostro enrojecido alrededor de los ojos y dudaba que fuera por la temperatura.

―Eso es mejor que yo lo explique.

Un hombre alto y de piel oscura comenzó a acercarse, vestía de negro, con una larga gabardina. Se detuvo a una distancia prudencial, suficiente como para poder tener una conversación, pero a la vez no tan cerca como para invadir el espacio personal de nadie.

Abby tomó a Phil por el brazo para ponerlo detrás de ella, pero el muchacho la detuvo.

―Está aquí para ayudar ―aseguró Phil, bajo la mirada inquisitiva del hombre.

―Mi nombre es Nicholas Fury y vengo en representación de S.H.I.E.L.D. Sé que es un pésimo momento y hay mil preguntas por responder, pero creo que podemos ayudarnos mutuamente.

Ella lo observó en silencio, sin siquiera tratar de esconder su desconfianza.

―Puedo llevarla a Nueva York ―dijo él de forma casi casual―. Sin pasajes de avión, sin líneas en el aeropuerto y bastante más rápido que un vuelo comercial.

. .

Tras un rápido cambio de ropa, un corto viaje en helicóptero y un transbordo a una avioneta, Abby se encontraba en ruta a Nueva York. Podía ver a su acompañante, Nicholas Fury, sentado al frente de ella, observándola con curiosidad en los momentos en que dejaba de comunicarse por radio con otros agentes de su organización.

Para Abby la idea de que Phil fue reclutado por una organización secreta era difícil de digerir. No dudaba que fuera un muchacho inteligente, sereno y de pensamiento rápido, pero aparentemente lo contactaron durante su primer ciclo de universidad. Darryl le comentó en un momento que su mejor amigo había decidido cambiar su lugar de estudios a una academia gubernamental o algo similar, y a ella no le sonó particularmente extraño. En retrospectiva quizás debió indagar a qué se refería con una academia gubernamental.

―Phil está terminando los arreglos para el transporte de los cuerpos ―habló Fury―. Un equipo se quedará limpiando la casa.

Phil tomó la decisión de quedarse en persona a encargarse del traslado de los cuerpos a Montana. Pudo notar la dificultad de Abby de tener que abandonar el cuerpo de Nina en manos desconocidas y decidió intervenir. Abby lo agradeció de sobremanera, sobre todo porque el muchacho también le aseguró que hablaría con su familia para explicarles la situación. Ella debería de hacerlo, pero no era algo para contarse por teléfono y necesitaba ir con Edie.

―Gracias. ―Fue lo único que atino a decir ante las noticias de Fury. Confiaba en Phil y no iba a desperdiciar el ofrecimiento de ir a Nueva York, pero más allá de eso no se sentía cómoda con un agente secreto.

―Los grupos anti-mutante de Nueva York no se están movilizando, lo que ocurrió está contenido a los miembros de esta región.

―¿Sabían de ellos? ―preguntó Abby sintiendo un espasmo de furia.

―Sabemos de muchos de ellos ―afirmó Fury―. No podemos hacer nada cuando lo único que hacen es reunirse a hablar sobre lo que opinan de los mutantes. Llevan años perdiendo el tiempo en reuniones, pero sin actuar.

―¿Y Erik? ¿Sabían de Erik también? ¿Por qué Wide Awake nunca vino si sabían de él?

―No somos Wide Awake ―aseguró Fury―. Sabíamos de Magneto, pero se tomó la decisión de no perseguirlo. Hubiera sido una masacre enfrentarnos a él y hasta ahora estuvo viviendo en paz.

―Dios…

Fury la observó en silencio y contestó una comunicación que llegó por la radio, informándole que la directora Carter había aceptado su propuesta de acción y que los vehículos para transporte estaban a su disposición. También le informaron sobre la prensa rondando el espacio que Auschwitz ocupó.

―¿Sabes del incidente en Auschwitz? ―La pregunta de Fury tomó por sorpresa a la mujer.

―No ―Abby tembló al escuchar el nombre de ese horrendo lugar, el lugar que dejó marcado de muchas formas a su esposo.

―Magneto estuvo ahí hace unas horas, junto con sus nuevos amigos. Alguno debe de poder teletransportarlos. El lugar quedó destruido por completo, el poder que Magneto utilizó sale de las mediciones normales que suponíamos estaban dentro de su capacidad, eso tiene a muchos líderes preocupados ―explicó Fury.

―¿Por eso quieren mi ayuda? ¡Quieren poder acercarse a Edie! ―Abby habló, acusando al hombre.

―No poseemos la capacidad para encarar algo de ese poder…

La frase quedó en el aire cuando una voz alarmada comenzó a hablar por la radio, explicando que las armas nucleares habían sido activadas, no sólo en los Estados Unidos, sino en todo el mundo.

Fury maldijo y se acercó a la cabina del piloto, indicándole que ignorara a la torre de control del espacio aéreo de la ciudad de Nueva York y simplemente los hiciera aterrizar de una buena vez.

. .

Abby subió a toda prisa las escaleras del edificio donde había alquilado un departamento sus hijos. Nunca los había visitado en persona, pero sabía la dirección, aunque no tuvo que darla Fury sabía exactamente dónde debían de ir. Dio un par de golpes fuertes en la puerta y fue recibida por un muchacho que desconocía, aunque por el par de ojos rojos rodeados de negro asumió casi de forma automática que era un mutante.

―¿Puedo ayu…? ―Remy cortó la frase al instante, reconocía a la mujer del frente gracias a las fotografías que decoraban el lugar.

―¿Mamá? ―Edie habló, corriendo desde el interior del departamento, había escuchado la voz de Abby―. ¿Qué haces aquí?

Remy se apartó de inmediato y Abby entró. Abrazó con fuerza a su hija, estaba a salvo, aunque muy confundida y preocupada.

―Los abuelos estuvieron llamándome y me dijeron que me escondiera, pero no porqué y todo está en caos en las noticias.

―Lo sé, lo sé. ―Abby sintió su mente quedar en blanco.

No sabía cómo decirle que su hermanita estaba muerta, ni que su papá había decidido largarse con bandera de venganza contra la humanidad. Incluso el tener que explicarle de Ruthie y Erich iba a ser doloroso, Edie había forjado una muy buena relación con su tía.

Y aun así sintió la calma invadirla, había logrado llegar junto a Edie.

El tiempo que tomó para tratar de darse valor para hablar fue interrumpido. Una voz irrumpió en sus pensamientos, una voz que tras unos instantes logró reconocer, se trataba de Charles.

Las palabras del telépata sonaban forzadas, en absoluto lo que ella imaginaba él diría al invadir su mente sin previo aviso. También podía notar por las expresiones del resto que ellos también estaban escuchando. El mensaje parecía una declaración de guerra contra la humanidad o al menos lo fue hasta el último fragmento.

"Aquellos que tienen el mayor poder… Protejan a los que no lo tienen. Ese es mi mensaje para el mundo."

Edie se acercó a Abby, tomándola de la mano. No comprendía qué estaba ocurriendo, pero sabía que no era nada bueno; la presencia inesperada de su madre, las noticias y el mensaje telepático eran más que suficientes indicios.

―Necesitamos movernos. ¡Ahora! ―indicó Fury, señalando a la puerta―. Tú también vienes ―agregó, con la mirada sobre Remy.

El joven pensaba soltar algún comentario mal atinado cargado de humor, pero el sonido de balas en la calle cortó el impulso. La gente que vivía en Nueva York requería poco para ser empujada al desorden y un mensaje mental del calibre del de Charles bastó para hacerlo.

―Vamos a ir al Campamento Lehigh en New Jersey ―dijo Fury, con un arma en la mano.

Habían llegado a la ciudad cuando se podía sentir la tensión en el aire, pero tras el mensaje todo había explotado y no sería tan sencillo manejar hasta New Jersey. Cruzar el río Hudson no era una complicación normalmente, pero en ese momento cualquier cosa podía ocurrir, el sonido de las balas era muestra de ello.

. .

Tuvieron suerte que el vehículo que Fury manejó hasta el departamento de Edie no fue robado o dañado en el tiempo que les tomó recogerla. El caos era notorio en las calles. Si bien ellos lograron pasar con relativa facilidad el puente para salir de Manhattan, el tráfico comenzó a formarse detrás de ellos. La gente comenzó a abandonar la ciudad en medio del pánico, nadie quería quedarse en un lugar tan poblado cuando parecía que una desgracia se avecinaba.

El Campamento Lehigh era una antigua base militar, no lejos de Manhattan, que fue reacondicionada y reforzada para el uso de S.H.I.E.L.D. en caso de emergencias. Pero distaba de ser un lugar seguro bajo las circunstancias, mucho del refuerzo provenía de las gruesas capas de metal bajo tierra protegiendo la base.

―No tenemos idea qué vaya a ocurrir, pero tras el incidente de Auschwitz requerimos tomar medidas ―explicó Fury, estacionándose cerca a lo que parecía ser el edificio principal del Campamento Lehigh.

―¿Quieren que yo detenga a mi papá? ―cuestionó Edie desconcertada―. Yo no puedo hacer eso ―agregó.

Fury había explicado, sin entrar en detalles, la presencia de Apocalipsis y cómo Magneto se había unido a él, los misiles nucleares lanzados al espacio y la desaparición en segundos del campo de concentración en Polonia. Edie no comprendía qué estaba haciendo su papá con otro mutante, pero al ver que su mamá no desmentía la acusación, sólo le quedó creer.

―Somos conscientes de la diferencia de poder y experiencia ―dijo Fury, descendiendo del vehículo y dándole un empujón a Remy para que no se escabullera―. Tenemos un… colaborador. Él puede que sea la clave para al menos tener una oportunidad.

―¿Y por qué estamos arrastrando a Remy? ―preguntó Edie, incómoda de haber provocado que el muchacho sea movilizado en su contra, pese a que no se había quejado en absoluto.

Remy sólo sonrió de medio lado y se encogió de hombros, parecía estar relajado e incluso curioso de qué estaba ocurriendo. Quizás en su cabeza veía todo como si hubiera conseguido un asiento de primera fila para la catástrofe que se avecinaba. Además, cualquier lugar parecía mejor que estar en la mitad de Nueva York en estos momentos.

―¡Esto es una pésima broma! ¿Qué hace ella aquí?

Abby reconoció la voz en un instante. ¿Cómo olvidarlo? Pese a que habían pasado casi dos décadas el tono altanero y desagradable era reconocible: Fabián Cortez. Ella había conocido mucha gente desagradable en su vida, pero ese hombre tenía un lugar especial en su memoria.

Fabián llegó escoltado por dos agentes armados. A pesar de los años, y como ocurría con muchos mutantes, el tiempo había sido amable con él. Su cabello aún mantenía su color de la juventud, pero podía entreverse en el frente algunos mechones blancos comenzando a crecer.

―¿Algún problema con nuestro acuerdo? ―Fury habló, haciendo una seña a los agentes para que dejaran a Fabián a un costado y se retiraran.

―¿Acuerdo? ―cuestionó Abby, la expresión de desagrado era obvia en su rostro, aunque imitada por Fabián contra ella―. ¿Trabaja para el gobierno ahora?

―Por conveniencia ―replicó el aludido de inmediato, pese a que la pregunta no fue dirigida a él.

―El Sr. Cortez se vio envuelto en algunos incidentes poco después de separarse de Magneto. Su habilidad es bastante útil, pero carece del carisma para dirigir un grupo hacia una meta específica. Y sin mutantes cerca es como cualquier humano común y corriente ―explicó Fury, instando al grupo a moverse con un gesto de la mano, hasta llegar a un sector a campo abierto en la base con vistas al río Hudson―. Es una relación beneficiosa para ambas partes. Mucho mejor que acabar en una prisión por sedición o intento de magnicidio.

Fabián chasqueó la lengua, pero se quedó en silencio.

―S.H.I.E.L.D. ha contado con el apoyo de mutantes en algunas ocasiones y las habilidades del Sr. Cortez han sido útiles para suplir la falta de experiencia o poder de algunos de nuestros otros colaboradores. ―Ahondó Fury en su explicación―. Asumiré que la directora Carter ya te puso al tanto ―dijo, dirigiéndose a Fabián.

―No mencionó nada de ella ―respondió el hombre, señalando a Abby, pero luego dejó escapar una carcajada―. Supongo que tiene lógica. ¿Quién mejor que ella o su hija para tratar de desmoronar lo que Magneto intenta hacer?

Abby frunció las cejas, pero su mente le hizo hacer una pregunta que no esperaba tener que hacer. Nunca pensó en él luego del hotel, simplemente asumió que estaba muerto.

―¿Cómo sobreviviste?

―Habrá tiempo para conversar luego ―intervino Fury, notando cómo Fabián dio un paso hacía atrás en silencio―. Y creo que no es necesario explicar que tus posibilidades de sobrevivir en una costa Este devastada son mínimas. Además, por la información que poseemos, tu habilidad no es inédita contra el grupo que nos estamos enfrentando, dudo que te encuentren mucho valor ―agregó Fury mirando fijamente a Fabián.

―¿Edie? ―Intervino Remy, sus ojos rojos fijos en la joven.

Edie había dejado de sentir curiosidad por Fabián momentos antes, notando como el polvo en el suelo parecía elevarse y comenzar a avanzar en una dirección. Podía sentir una presión en el ambiente, una carga poderosa que se acercaba con cada segundo.

La radio de Fury sonó, advirtiéndole que estaban recibiendo datos de una onda electromagnética gigantesca expandiéndose por el mundo e incrementando potencia con cada segundo.

―¡Cortez! ―gritó Fury.

―¿Ahora? ¿Sin preparación? Esta niña no va a tener idea como controlarse ―se quejó Fabián, pero en instantes las estructuras cercanas comenzaron a crujir, dejando sus palabras perdidas en el aire.

―Tienes que detenerlo ―indicó Fury, acercándose a Edie, sabiendo que estaba pidiendo un milagro ―. Esta base tiene que quedar intacta.

Edie observó al hombre con aprensión. ¿Qué se suponía que debía hacer? No era tan sencillo como un juego de jalar la cuerda y ver quien gana el control. Buscó con la mirada a su madre, ella lo comprendía gracias a que compartía el mismo don que Darryl y en su propia manera lo había experimentado al enseñarle a usar sus habilidades. Lo que le estaban pidiendo no era una pelea de poder, sino una batalla de estabilidad. Su padre estaba perturbando un delicado balance y para contrarrestarlo ella debía presionar de forma contraria y constante, midiendo cada segundo la carga que debía utilizar para mantener el balance.

Automóviles cercanos se elevaron por los aires y unas líneas de energía comenzaron a descargar chispas.

Fabian maldijo cuando sintió presión en la muñeca donde llevaba un reloj de pulsera. Fijó la mirada en Edie y soltó un gruñido.

Edie dio un pequeño salto, su cuerpo se sentía como si estuviera en un pico de adrenalina. Observó a los presentes y sintió la presión sobre ella. Unos gritos hicieron que se percatara de cómo un pequeño puente cercano comenzaba a retorcerse sobre sus columnas, a la vez que un viejo y oxidado barco emergía de las profundidades del Hudson.

La joven cerró los ojos con fuerza y usó sus poderes. Tenía que contrarrestar la energía que su padre estaba usando, si forzaba demasiado generaría el mismo caos. Sin embargo, el alcance de su don y el control que sentía en esos momentos sobrepasaba por mucho cualquier experiencia previa. A pesar de su inseguridad, en ese momento podía ir contra su padre, no en su totalidad, pero sí lo suficiente como para incluso llegar a apaciguar el caos en Manhattan.

Edie tensó su cuerpo a la vez que elevó los brazos para tratar de llegar más lejos. En su mente se preguntaba cómo su papá estaba lográndolo, podía sentir su influencia en todos lados, quizás a nivel global y ese pensamiento la aterraba.

―No sé cuánto tiempo vaya a poder mantenerlo ―dijo Fury momentos después, hablando a su radio, con la mirada sobre Edie―. ¿Hay forma de convencerte que apoyes? ―cuestionó luego mirando a Abby―. Mucho material proviene del agua, si puedes bloquearlo Edie puede concentrarse en lo que está sucediendo en la superficie.

Abby frunció las cejas y asintió. Pudo ver la media sonrisa burlona dibujarse en el rostro de Fabián, pero decidió ignorarla, no tenía sentido ponerse a discutir en un momento así. El pico de adrenalina fue algo que no le gustaba, lo habitual era usar sus poderes en un estado tranquilo. Excepciones existían claro, una de ellas no hace mucho en su pelea contra Erik, pero siempre sentía que en esas circunstancias confiaba demasiado en el instinto para manipular el agua, algo que no serviría en ese momento.

Con la mirada sobre la superficie del río usó su don para capturar cualquier objeto metálico tratando de escapar. No era algo sencillo, no deseaba atrapar a algún pobre bañista o animales que necesitaran salir a respirar.

―Está funcionando ―dijo Fury, de pie al costado de Abby―. Hay informes de otros mutantes tratando de apoyar. Un grupo de estudiantes de Xavier están llegando a tratar de detener a Magneto y su nuevo amigo.

―¿Dónde están? ―preguntó Abby.

―Cairo.

―¿Cairo? ―repitió con sorpresa, ahí es donde estaba su hijo mayor.


Notas de autora: Hay muchas escenas de la película que no estoy reescribiendo porque o no hay cambios o es tan poco que puedo acomodarlo de otra manera sin lanzarme con escenas que sólo ocupan espacio. Claro, ando asumiendo que más o menos recuerdan cómo iba la peli y puede que no sea así xD Como ya había dicho, hay varios trozos que no planeo tocar ni de lejos porque mis personajes no andan por ahí (Lo que pasa en la mansión de Charles y los mutantes jóvenes) en sí este capítulo ocupa más o menos desde los 60 min de la peli hasta 1:46 si es que les interesa.

Matar a Ángel fue complicarme la vida un poco más de lo que debería, pero es que si hay algo que realmente me desesperó de esa película fue ese personaje. La tragedia de Ángel es la transformación radical, no sólo física, que tiene al volverse Arcángel. En la película no noté el más mínimo cambio y poco me importó el pobre de Warren, asumiendo que haya sido él. Arcángel es sin dudas es mi jinete del Apocalipsis favorito, pero el de la peli no es mi jinete de la muerte, no importa cuánto me lo quieran vender.

Aquí hay bastante más presencia de cosas asociadas al MCU. Phil viene de varios capítulos y en lo de Kennedy solté al Soldado de Invierno, pero aquí con Fury y las menciones a Peggy, es bastante más notorio. No considero que esto sea un crossover, no pienso ahondar en cómo el MCU encajaría con esta historia, pero disfruto colocando a los personajes. Y el regreso de Fabián Cortez, que juro no me olvidé de él, pero debía llegar hasta esta parte para que regresara y pues me he tomado mi tiempo xD

Este es el segundo capítulo más largo que he escrito para el fic, pero había varias escenas que sentí debía incluir, aunque fueran menores, para mantener el ritmo. Y aun así no estoy super satisfecha con el capítulo… No sé si es por el ánimo de los personajes, no sé si quizás debería haberme expandido más en algunas partes… o quizás es el no sentirme cómoda escribiendo como foco la pérdida de Nina sobre sus familiares y el no tenerlo me deja cierto aire de que "algo" falta.