16/07/2024
Mil gracias por sus comentarios:
Annie Perez, Valentinehigurashi, arual17, Karii Taisho, Rosa.Taisho, MegoKa, Cindy Osorio, Kayla Lynnet y Rocio K. Echeverria.
Hola mis bellas lectoras =D después de mucho tiempo me pasó por aquí, mil perdones. Pero pues, bien dicen, más vale tarde que nunca xD ahora sí, volvemos con las actualizaciones.
Tengo mucho que contarles, entre ello que salí de viaje unos días C: (sí, de luna de miel jiji). Además tuve problemitas con mi salud, también mi teléfono Dx pero bueno, creo que no he tenido buena suerte jeje aunque dicen que recién casados tienes un año de mala suerte. Personalmente no creo en eso, ¿ustedes si lo creen?
En fin, no me alargo más, y les dejo el capítulo de hoy n.n
CONVIVIENDO CON MI EX.
Capítulo 12: Arriesgarse.
–Huyendo de mi nieto, ¿cierto?
Se atragantó con el café y comenzó a toser. Había ido a visitar a Totosai para desayunar, todo con el fin de huir de Inuyasha… Y él lo había deducido en menos de media hora, ¿tan obvia era?
El día anterior, justo después de que Sesshomaru y Rin regresaran, había evitado a Inuyasha todo lo que restó del día. Prefirió pasar tiempo con Rin y las gemelas; se adelantó a la habitación y fingió estar dormida cuando Inuyasha había regresado.
–¿Huyendo? No sé de qué habla –se limpió con una servilleta y continuó desayunando. Totosai le sonrió antes de continuar su desayuno.
–No puedes engañar a este viejo –ella suspiró, él tenía razón–. Todo va tal cual pensé…
–¿A qué se refiere?
–Pues… –Se encogió de hombros–. Tu sabes a qué me refiero… Es inevitable que no surja nada de unas personas que comparten el día y duermen bajo el mismo techo.
Aquel comentario la dejó pensando el resto del desayuno. Totosai tenía razón, Inuyasha había vuelto a hacer estragos en ella, en ella y su tonto corazón… Esto la tenía entre la espada y la pared. Continuó platicando con Totosai un tiempo más, evadiendo ese tema, hasta que llegó la hora de irse.
–Gracias por tu visita, niña –le sonrió con ternura y ella le regresó el gesto.
–A usted, por soportarme este par de horas…
–¡No eres molestia! –negó con la cabeza–. Vuelve de nuevo, quiero que me sigas contando sobre mi adorable bisnieta.
–Así lo haré –le depositó un beso en la mejilla y se alejó.
–Y, Kagome… –se detuvo al instante y giró a verlo–. Deja de huir de lo que sientes.
Tragó saliva, era fácil decirlo, pero no podía… No debía.
Se abrazó a sí misma justo después de salir del cuarto. El día anterior se la pasó huyendo por completo de Inuyasha, de lo que había conocido de él. Pero de lo que más había intentado huir, fue de lo que sentía cuando estaba con él. Cada vez le resultaba más difícil ocultar sus sentimientos. Todos los días de aquellos largos años se repitió las razones por las que él no debía formar parte de su vida, por las que debía odiarlo y dejar de sentir aquellos sentimientos. Pero ahora sabía, que nada había funcionado. Seguía siendo la misma chiquilla tonta, y eso estaba dificultando más las cosas en ese instante... Porque le resultaría doloroso cuando la semana llegara a su fin. Recibiría el dinero, renunciaría, y nunca más tendría que cruzar palabra con él. Estaría a salvo de Inuyasha... Y se libraría de muchos problemas. Ahora le resultaba triste aquello, no tenía opción.
–¡Ahí estás! –La voz provenía al final del pasillo, y sonaba a un furioso Inuyasha.
Sintió la necesidad de huir, puesto que Inuyasha parecía molesto. ¿Y cómo no estarlo? La noche anterior –después de evitarlo el resto del día con éxito– fingió estar cansada y fingió quedarse dormida cuando entró a la habitación. Y antes de que él despertara, se escabulló y se arregló en una habitación diferente, para no despertarlo y tener que enfrentarlo. Sabía que él quería una explicación de estarlo evitando, pero ella no podía dársela. Aún no se le ocurría una mentira creíble... ¡Demonios! En menos de una semana había dicho más mentiras que nunca. Le estaba resultando más difícil recordar cada una de ellas, incluso había empezado a dejar notas en una app de su móvil. Estaba en una enorme telaraña que tarde o temprano la tormenta se llevaría,... Esperaba que eso no pasara mientras estuviera en esa casa.
–Te he estado buscando por todos lados –le recriminó, frunciendo el ceño y cruzando sus brazos.
–¡Oh! ¿En serio? –se acomodó el fleco y fingió inocencia–. Es que el abuelo quería que pasara tiempo con él y...
–¿Desde la madrugada? –Inuyasha alzó una ceja y ella pasó saliva acumulada–. Desperté antes de lo habitual y no estabas.
–Salí a caminar, No podía dormir... –se excusó y evitó sus ojos–. Pero ya me he desocupado, ¿qué es lo que se te ofrece? –lamentó decir aquello.
–¡Ah! Pensé que tenías la tarea de evitarme como ayer –su voz no mentía, sonaba furioso–. Dime: ¿he hecho algo para que me evites ahora?
«Aceleraste mi corazón, pero no puedo decírtelo», pensó.
–¿Qué? –quiso sonar ofendida–. ¡Cómo pudiste creer eso! –se rió nerviosa y le dio palmadas en el hombro–. Ayudé a Rin con las gemelas, nada más. Y pues... quería dar unos paseos por allí.
Inuyasha le agarró el mentón con delicadeza y la obligó a verlo. Suplicó que aquel tic nervioso que tuvo no apareciera por tantas mentiras, lo miró directo a los ojos y no pensó para no ponerse nerviosa.
–¿No me estás mintiendo? –le dijo él sin parpadear.
Kagome inhaló aire lentamente.
– No son mentiras... –susurró–. Espera un minuto –se apartó de él y lo miró de arriba a abajo–. ¿Acaso te sentiste mal por mi rechazo?
La mirada de Inuyasha cambió y soltó un bufido.
–¡Tonta! –le dio la espalda–. Pueden sospechar que no somos pareja, y podría ser malo –susurró.
–¿Cómo podrían sospechar que...? ¡Aguarda un minuto! –lo hizo voltear jalandolo del hombro–. ¡¿A quién le dices tonta?!
Inuyasha puso los ojos en blanco y le dio la espalda.
–Olvídalo –respondió–. Venía a pedirte un favor.
–¿Un favor? ¡¿Un favor?! –se rió sarcástica–. Pues no se que favor podría hacer por ti una tonta como yo...
Una hora después se encontraba en el Jeep negro de Inuyasha, en el camino empedrado que habían tomado Sesshomaru y Rin antes. ¿Había algún pueblo o ciudad en esa isla? Se preguntaba mientras avanzaban.
–Este camino nos llevará a un muelle, donde tomaremos un Ferri hacía la isla siguiente.
Kagome volvió a verlo, ¿su curiosidad era tan obvia? Bueno al menos ya sabía su curso.
–Dijiste que íbamos por algo que tu madre te había pedido, nunca me dijiste que era.
–Ni yo lo sé –Inuyasha se acomodó en el asiento–. Quiere algo de la oficina de correos. Debe ser algo importante, normalmente la correspondencia la recoge el ama de llaves, pero quiso que yo fuera en persona...
–¿Y sólo por eso me trajiste? –ella frunció el ceño–, pensé que era algo más serio –bufó–. Algo de vida o muerte.
–¿Segura que no querías venir? –Inuyasha detuvo el Jeep y dió la vuelta de regreso–. Pensé que sería una gran idea darte un tour por la otra isla... Pero veo que prefieres la compañía de mi madre, Rin y la montaña de cosas que tenían para ti. Hmmm creo que era maquillaje...
Sintió pánico, pero también curiosidad por el tour que le daría. La curiosidad la hizo hablar.
–¡Para, para! –Inuyasha lo hizo–. Sería interesante conocer esa isla.
Noto la sonrisa triunfante de Inuyasha, pero prefería eso. Izayoi y Rin exageraron cuando le regalaron tanta ropa el otro día. Era la adecuada para usar en ese lugar, les agradecia porque eran prendas frescas; pero no quería causar molestias... Tenían buen gusto para la ropa, debía admitirlo, pero no se sentía cómoda. Eso no le correspondía a ella... Solo estaban fingiendo, esas atenciones le correspondían a la novia real de Inuyasha. Aquello le dolió, pero intentó dejar de pensar en eso y se concentró en lo que tal vez había en la isla vecina.
Un pueblo, ¿quién lo diría? Y ella creía estar en una zona desierta. Miró a Inuyasha, parecía feliz y entusiasmado. Además sonreía, como si disfrutara su compañía. Eso la conmovió, ella también disfrutaba su compañía... ¿Debía asustarse?
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La cara de Kagome palideció cuando subieron al Ferri. Optó por tomar asiento adentro, frente a los ventanales, ya que si iban en la cubierta, justo al lado del mar, probablemente tendría un ataque de ansiedad. Pero, a pesar de que estaban completamente a salvo, se la notaba muy nerviosa en su asiento. Se movía inquieta, y sus manos temblaban a causa del miedo. Sus manos estaban sobre la mesa, pero las entrelazaba una y otra vez, tal vez intentando distraerse.
Extendió su mano y la colocó sobre la de ella. Kagome dejó de mirar su regazo y alzó la vista hacia él. Sí, había miedo en esos ojos, tal y como había pasado en la lancha.
–Aún podemos regresar.
Ella negó e inhaló hondo. Al soltar el aire, la sintió relajarse un poco.
–No, quiero saber cómo es la isla vecina –su mirada se volvió decidida–. No debo dejar que el miedo me domine toda la vida... He decidido intentar superarlo, o me perderé de muchas cosas debido a ello. Debo arriesgarme; dicen que "el que no arriesga, no gana".
Él le sonrió y le dio un apretón.
–Tal vez deba hacer lo mismo –susurró.
–¿Acaso hay un miedo que domine tu vida? –notó la curiosidad en ella.
Sí, había un miedo a su rechazo, a que si se sinceraba con ella, desaparecería de la noche a la mañana, tal como pasó hace años... Pero Kagome había dicho algo que lo hizo despertar: "el que no arriesga, no gana". Debía dejar de lado el miedo y arriesgarse con ella.
–Sí... –tomó una mano de Kagome y se la llevó a los labios. Ella se ruborizó, pero no se alejó. A continuación, le besó los nudillos, al instante ella tembló y abrió los ojos de par en par–. Mi miedo está relacionado contigo… ¿Quieres saber cuál es?
Sus ojos chocolate lo dejaron hipnotizado, combinaban a la perfección con sus mejillas rosadas. La vió pasar saliva e intentar articular palabra, pero no podía, la veía completamente nerviosa ante su tacto. No lo soltaba, no decía palabra alguna, ¿acaso sería una señal para que continuara?
El ambiente fué roto por el sonido del Ferri, anunciando su llegada a la isla vecina. Kagome parpadeó y miró hacia la ventana.
–¡Wow! –lo soltó y señaló la ventana antes de levantarse–. Sí que es bonito –su voz seguía soñando nerviosa, pero sabía que estaba intentando desviar el tema.
Cedió ante Ella, pero con una decisión en mente… Iba a arriesgarse con ella, sin importar si ganaba o perdía.
–Te daré un Tour por el pueblo.
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Lo siguió de cerca, ignorando la mano que le ofrecía e intentando apaciguar su corazón. ¿Qué había sido eso? Se llevó la mano al pecho, sentía un cosquilleo en sus nudillos. Inuyasha había alterado sus sentidos en menos de cinco minutos. Debía distraerse, o sino delataría sus sentimientos.
¿Pueblo? Aquel lugar era más que sólo un simple pueblo. ¡Era un centro turístico! Lo sabía porqué veía a gente de otros países pasearse por las calles del lugar. Había tiendas de regalos y restaurantes tradicionales por toda la zona. Y captó algo que sinceramente no esperaba. Varios negocios tenían el logo "T" que ella conocía. La "T" simbolizaba a la familia Taisho... ¿Acaso eran los dueños?
–Inuyasha... –susurró mientras pasaban por una tienda de recuerdos–. ¿Tu familia...?
–¿Es dueña de esos negocios? –se paró en seco–. Sí, pero de esto se encarga mi hermano –la miró pensativo–. Decidió que la vida en la ciudad es demasiado escandalosa, y estar en un lugar como este es relajante. Invirtió dinero para crear restaurantes, tiendas y también en publicidad para los turistas. Pronto la isla dejó de ser un pequeño pueblo con pocos turistas, y se convirtió en algo más grande. De hecho, no sólo vinieron de compras el otro día, también vinieron a trabajar y pagarle a sus empleados.
–Y Rin lo ayuda a administrar todo... –concluyó ella.
Bueno, al menos eso explicaba porque habían tardado tanto y no podían llevarse a las gemelas.
–Así es –asintió y siguió caminando sobre la acera–. Hay pocas escuelas en la isla, pero tienen muy buena calidad. Cuando crezcan las niñas, han planeado traerlas aquí.
Distraídamente ella lo miró por el rabillo del ojo, Inuyasha había soñado con eso. Con tener una vida tranquila lejos de la ciudad, y con administrar sus propios negocios, lejos de la sombra de su padre. Sesshomaru estaba haciendo lo que él había soñado… Rin y Sesshomaru estaban teniendo la vida que ellos soñaron alguna vez. Y por primera vez, un sentimiento de celos se situó en su corazón. Tragó saliva, e intentó despejar su mente.
–¿Me esperas aquí? –le dijo Inuyasha cuando llegaron a un restaurante.
–Claro –asintió distraída mientras veía al interior del restaurante. No era un restaurante lujoso, pero era realmente bello. Y sin mencionar la comida que venía servida en la primera mesa que vió, lucía y olía deliciosa.
Inuyasha la instó a entrar.
–Pide algo de comer, en seguida vuelvo... –le dió dos toquecitos en la cabeza.
–Inuyasha, no puedo... –al darse vuelta no lo encontró. Ni siquiera pudo negarse a él.
No pidió nada de comer, sólo un poco de jugo y se sentó a esperarlo. El lugar le había parecido realmente sencillo, pero al ver la carta de precios casi se despegó su mandíbula. El lugar era un sitio turístico, era normal que los precios fueran tan altos. Incluso el jugo le pareció caro, pero era lo único que podía pedir. No podía ordenar comida, sería un abuso por su parte. Inuyasha fácilmente podía pagarlo, pero no se iba a colgar de su dinero. No era ni un familiar, ni su novia...
El último pensamiento la hizo negar con la cabeza. Ya estaba a poco de terminar la semana, ¿por qué pensaba en esas cosas? Los sentimientos que afloraron un día antes, volvieron a atormentarla, no pudo evitar llevarse una mano al corazón. No era buen momento de sentir aquello, no debía sentirlo. Era más que obvio que aún sentía atracción por él, física y sentimentalmente. Pero Inuyasha... ¿sentiría algo por ella? Recordó sus besos, la vez que casi hicieron el amor… Las miradas que le dedicaba.
Negó con la cabeza. No podía sentir nada emocional por ella, estaba más que claro que le atraía... Bueno, ambos se atraían. Pero aquello no estaba bien, no debía pasar algo más. Pero en su corazón quería que si, que pasará lo que tuviera que pasar, que se arriesgara. Pero ya no estaba para arriesgarse… Apretó el relicario de su cuello y suspiró. Moroha la esperaba, no podía echar a perder todo por un simple romance. Eso la entristeció y se mordió el pulgar.
–¿Has ordenado ya?
Despegó su vista del jugo que estaba tomando y miró a Inuyasha. Traía un paquete enorme, una caja color blanco con un moño azul. Supuso que era el paquete por el que habían ido a ese lugar.
–A decir verdad... No tengo hambre –quiso negarse, aunque se moría por comer. Sólo había desayunado poco, pero los precios le daban valor para aguantarse el hambre. No quería ser una molestia.
–¿Eso es verdad? –Inuyasha la miró con sospecha, se cruzó de brazos..
Y justo cuando la música de fondo terminaba para pasar a otra canción, el sonido de su estómago la delató. Tuvo un deja-vu, y se ruborizó antes de aclararse la garganta. Inuyasha la miró alzando una ceja, pero estaba sonriendo. Maldita fuera la hora que la canción terminó.
–Eso me trajo un recuerdo… ¿No crees?
Sí, la vez pasada, la vez que volvieron a compartir un almuerzo juntos, en su oficina. Pero ahora se sentía diferente, no había tensión en el aire; se sentía extrañamente cómodo.
La comida había estado deliciosa, y la platica con él había sido todo menos incómoda. No había vuelto a tocar el tema del Ferri, se lo agradeció internamente. Inuyasha le había dado un Tour por la zona y estaba realmente sorprendida. Apenas años atrás aquello era un lugar sin oportunidades, con problemas económicos... La publicidad y los nuevos negocios habían abierto puertas a nuevos empleos. La gente originaria del sitio se encargaba de varios negocios, sin mencionar a las nuevas personas que se habían mudado. Todo parecía ir mejorando en aquella isla.
–¿Qué tal está?
Kagome volvió a probar su helado, habían pasado a una nevería. Cerró los ojos y soltó un sonido de satisfacción.
–Delicioso –se sentó en una mesa del establecimiento e Inuyasha la imitó. Cuando apartó sus ojos del helado y lo miró al otro lado de la mesa, sintió que su corazón brincó. La veía atentamente, y aquello la puso nerviosa, ¿cómo no estarlo? Aquella pose despreocupada, esos ojos brillantes observando cada movimiento, y esos labios curvados... La hipnotizaron. Su corazón latió a prisa.
–He estado pensando...
Kagome pasó lentamente el helado por su garganta.
–¿En qué? – se aclaró la garganta y apartó sus ojos de él.
–No hemos dicho que pasó...
–¿Sobre qué?
–Tu sabes... Sobre qué nos pasó.
Sintió la garganta seca y carraspeó. Miró su helado y apretó los labios antes de continuar.
–¿Te refieres a lo que pasó en nuestra luna de miel y la boda? –su disgusto fue obvio, e Inuyasha debió notarlo, porque inmediatamente se enderezo y negó con la cabeza.
– No me refería a eso, sino a… Agh, demonios. –lo notó apenado.
–¿Entonces? –dijo ella antes de volver a verlo.
–Pues... –Inuyasha se rascó la nuca y se aclaró la garganta. Era notable su incomodidad, se ruborizó de arrepentimiento, no debió mencionar ese tema.
Kagome lo miró atentamente. Se sintió mal por la incomodidad que ahora sentía. La habían pasado bien esas horas, incluso había olvidado todos sus problemas, y lo había visto como el mejor amigo que fue antes... Y ella había vuelto a sacar el tema, con ese comentario suyo habían dado un paso atrás. No quería eso.
–Lo siento –ella se disculpó mientras comía su helado–. He arruinado este día...
–¡No! – se apresuró él–. Jamás podrías hacer tal cosa. Yo no supe explicarme bien... –le sonrió tratando de amenizar la conversación–. Quería saber si querías construir conmigo una respuesta a la pregunta que ayer me hicieron mis padres, y que probablemente nos harán en el cumpleaños del abuelo. Es algo realmente importante –la jalo de la mano y la guío fuera del estableciendo.
Ella lo miró un segundo antes de ser jalada afuera del establecimiento, lo había notado muy emocionado. Unos minutos después estaban en un pequeño parque en el centro de todo el pueblo. Veía a niños jugar en una zona de juegos. Había columpios, pequeños castillos, balancines, toboganes y otros juegos que no sabía cómo se llamaban.
–¡Qué bonito es este lugar! –exclamó. Siempre le habían gustado esos pequeños juegos, aunque era adulta, no podía evitar sentirse emocionada cada que veía un lugar así. Había vivido momentos importantes con Moroha en el parque, desde sus primeros pasos hasta aprender a andar en bicicleta.
Se detuvo frente a una esfera giratoria y le dio vuelta. Recordaba como Moroha disfrutaba de ese juego con ella, ambas subían y competían por ver quién aguantaba más. Sonrió y suspiró.
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–Fue en un lugar parecido a este donde te vi de nuevo, lucías hermosa, tal como la última vez que nos vimos… Estabas con la mirada perdida en un libro y escuchando música con tus audífonos. Estabas tan distraída que no me viste sentarme a tu lado –susurró él.
Kagome lo miró por encima del hombro, sin comprender lo que quería decirle. Un día antes, su padre lo había vuelto a cuestionar, y esta vez, le había hecho una pregunta en la cual no había pensado.
«Convencerme, ¿cómo fué que se "reconciliaron"?»
Aquella pregunta cargada de sarcasmo quedó en el aire, por suerte su madre apareció y evitó que siguieran discutiendo; ya que su padre cambió el tema de repente. Su padre seguía sospechando, pero por alguna razón no se lo había comentado a nadie más, ni siquiera a su madre. Tal vez no estaba del todo seguro de sus pensamientos.
Había tenido suerte, pero tal vez volverían a preguntar lo mismo. Debían prepararse, y que sus versiones coincidieran a la perfección, o todo se iría al carajo.
– No entiendo.
–Nos van a preguntar cómo volvimos a vernos, y cómo fue que te conquisté otra vez. Y deben coincidir nuestras versiones –comentó y se acercó a ella, como esperaba, ella se alejó y entró a la esfera giratoria
–¿Crees que sea muy importante? –ella se alisó la falda antes de sentarse, evitaba verlo. En su interior se alegraba, le gustaba ponerla nerviosa.
–Sí –respondió, decidido y sentándose a su lado–. Tengo una idea sobre que decir, ¿quieres seguir escuchando?
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Ella asintió, Inuyasha tenía razón. Ambas versiones deben coincidir. Lo sintió cerca, y su corazón comenzó a correr con frenesí. Podía oler su fragancia…
–Te escucho –distraídamente jugó con la pulsera de su muñeca.
–Obviamente te toqué el hombro para que me vieras –no pudo evitar sonreír, estaba imaginando la escena–. Tú, al verme, te pusiste histérica, me gritaste que me alejara de ti y corriste lejos. Incluso me gritaste un par de groserías para que dejara de seguirte, porque, obviamente, te habría seguido… –Ella suspiró al imaginarlo. Sí, No estaba equivocado, si se hubieran visto de esa manera, habría reaccionado así–. La segunda vez que te vi, fue en un restaurante. Y volviste a salir corriendo... Pero esta vez no te perdí de mi vista, te seguí y luego...
–Y déjame adivinar –lo miró alzando una ceja–, luego me acorralaste en un callejón sin salida –Inuyasha se encogió de hombros y asintió, había adivinado.
–Sí, eso hice –Inuyasha tomó su mano en un descuido, sus ojos fijos la hipnotizaron–. Y también, te abracé aunque no quisiste.
Oh por Dios, le estaba sonriendo demasiado, su mano estaba tibia... No... ya estaba calentándose, le quemaba... ¡Era demasiado! Su corazón brincaba sin cesar.
–Y entonces te di una patada en los bajos –agregó rompiendo el encanto y apartando sus manos discretamente, rió ante la mirada confusa que le dedicó Inuyasha–. No te lo iba a dejar tan fácil –sonrió malvada.
–Eso pensé. Pero hay veces que puedo llegar a ser muy... Muy persistente.
Puso los ojos en blanco.
–Eso lo sé, eres como un chicle en el zapato, en días de calor.
–Y por esa misma razón –agregó Inuyasha, alzando un dedo y dándole un toquecito en su nariz–, no me di por vencido. Y encontré tu nueva casa.
–¡Oh, claaaro que sí! –se cruzó de brazos–. Entonces empecé a recibir extraños regalos de las florerías, chocolaterías, boutiques,.., de Victoria's Secret –le guiño un ojo. Le pareció ver un leve sonrojo en sus mejillas. Eso la hizo soltar una pequeña carcajada e inconscientemente giró el volante para mover la esfera giratoria, como lo hacía con Moroha–. ¡Oh, lo siento! – se disculpó al darse cuenta de la actitud infantil que había tomado, se sonrojó de vergüenza. ¿Qué pensaría él de ella? Que era una inmadura, por supuesto.
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Traerla a ese sitio había sido una excelente decisión, ante sus ojos había regresado la Kagome de antes. Durante todo el día notó cómo se transformaba en la Kagome que recordaba: distraída, curiosa, modesta y un poco infantil. Cómo la había extrañado.
–¿Esa es toda tu fuerza? – se burló arqueando las cejas–. Esto se hace así – con sus manos comenzó a darle vueltas a la esfera y la cara de Kagome lo miró con sorpresa, luego su expresión cambió a una decidida. Tomó el volante del centro y lo ayudó a dar más vueltas. Se convirtió en una competencia de ver quien lograba darle vueltas al juego sin cansarse.
Cuando el exterior se volvió borroso por la velocidad, ella comenzó a reírse y apretó los ojos. La conocía, se estaba mareando.
–¡No vale cerrar los ojos! – Se acercó a ella y comenzó a hacerle cosquillas mientras soltaba el volante–. ¡Abrelos! –ella soltó el volante al instante y trato de apartarlo inútilmente.
–¡No! ¡No! –le tomó las muñecas con una mano y eso le dió más acceso a sus costillas.
La esfera empezó a detenerse poco a poco, Y cuando se detuvo por completo dejó de hacerle cosquillas. Kagome abrió los ojos, sus orbes chocolate iban de un lado a otro, intentaba enfocar la vista, y no la culpaba. Él estaba igual o peor de mareado. Cuando se bajó, le costó mantenerse en pie, y le ofreció una mano a Kagome para poder bajar. Ella la tomó aún riendo, seguramente por la actitud infantil que acababan de tener. Cuando Kagome tocó el suelo no pudo mantenerse en pie y casi cae, pero él la detuvo de los codos y la pegó a su cuerpo antes de que sucediera, pero pido una piedra y perdió el equilibrio; no pudo evitar caer de espaldas, con Kagome encima de él.
–Auch –murmuró él antes de reír por las cosquillas que ahora le hacía Kagome.
–¿Ya viste que no es gracioso que te hagan cosquillas? –le dijo sin parar de mover sus dedos. Inuyasha no dejaba de moverse y de reír.
–¡Ya, ya, me rindo! –comenzó a gemir de frustración, pero ella no se detuvo.
–Mira, mamá. ¿Qué le está haciendo a ese señor?
Ambos se detuvieron al oír esa voz infantil, y voltearon a ver el pequeño niño que los señalaba con el dedo. Su rostro mostraba asombro y curiosidad hacia ellos. Una señora de pelo oscuro se acercó rápidamente al niño por detrás, le tapó los ojos y oídos y lo alejó de la zona.
–¡Pervertidos! –gritó antes de desaparecer.
¿Cuál había sido el problema? Se preguntó, pero cuando miró a Kagome y la posición en que se encontraban, soltó una carcajada. Kagome estaba a horcajadas sobre su cuerpo, su blusa se había corrido, dejando su hombro al descubierto. Seguramente esa señora pensaba que estaban haciendo cosas indebidas en público, porque no ayudaba en nada que la falda de Kagome se había corrido un poco, mostrando sus piernas y su coleta estaba despeinada.
Kagome lo miró con cara de pocos amigos y se levantó acomodándose la ropa.
–¡No es gracioso! –dijo con las mejillas rojas–. Casi traumas a ese niño...
Inuyasha se levantó y la miró unos segundos.
–Si a la que vió, fué a ti, intentando quitarme la virginidad –se llevó una mano al pecho, con fingida inocencia.
Kagome apretó los labios, pero al no poder aguantarse más la risa, explotó en sonoras carcajadas. Kagome le ofreció una mano y lo ayudó a levantarse.
–Entonces, una tarde me cansé de tus ruegos... Y acepté salir contigo –continuó ella, mientras caminaba rumbo al Ferri.
–Sí, aún lo recuerdo muy bien –añadió pensativo–. Te llevé a ver una obra de teatro. Lucías tan hermosa con el vestido que habías escogido esa noche, –susurró más para sí mismo, imaginandola–. Tu cabello suelto caía por tu espalda, tu maquillaje resaltaba tus ojos y tus labios pintados de rosa me tentaban a acercarme...
La miró de soslayo, quería esconder lo que sentía, pero sus mejillas la delataban.
–Si –dijo ella, suspirando con nostalgia–. Después cenamos en un restaurante que había por ahí y me llevaste a casa. Ahí terminó nuestra cita.
Inuyasha suspiró, la sintió un poco tensa. Admitía que estaba disfrutando imaginar esas situaciones, pero le dolía saber que no habían pasado nunca. ¿A Kagome también le pasaría lo mismo?
–¿Y sabes qué sucedió después? –le preguntó a ella.
Kagome se detuvo y lo miró sin entender.
–¿A qué te refieres?
–Pues... Ya sabes –movió las cejas de forma sugerente, y justo como esperaba, ella se ruborizó aún más.
–¡Shhh! –exclamó negando con la cabeza–. Oh, no. Yo no habría accedido a hacer «eso» contigo…
–Me refería a que me apartaste, yes de que pudiera besarte, pero te volví a pedir otra cita... –comentó, llevándose una mano al pecho, con fingida ofensa–. ¿Qué pensaba tu mente sucia? –pregunto "ofendido" y se llevó una mano al pecho.
Parecía que Kagome se había vuelto roja por completo, y eso lo hizo soltar una carcajada. Recibió unos golpes por parte de ella y siguieron su camino de regreso.
Kagome estaba nerviosa, respiraba más rápido de lo normal. Había insistido en ir en la cubierta del Ferri, para combatir su miedo, asi que dejaron el paquete de su madre en el interior y salieron directo a la cubierta. Pero lo sorprendió ver cómo se rendía después de un par de minutos y se sentaba en el piso. Supuso que eso la hacía sentirse más segura, se puso a su altura y la abrazó por los brazos... Ojala pudiera ayudarla a superarlo, fue en ese momento cuando notó que su falda se había corrido un poco, se desabotonó la camisa. Ella ni siquiera lo notó, tenía la frente pegada en sus rodillas.
Le puso la camisa en sus rodillas y ella reaccionó. Al verlo se sonrojó. Él solo había quedado con una playera de tirantes. ¿Su sonrojo era por eso? Él dormía así en el sofá. ¿Su rostro se tornaba de ese color cada que dormían en el cuarto? Sonrió esperanzado en que así fuera.
–No tengo frío –dijo ella, devolviéndole la camisa. Él alzó una ceja y tomó la camisa.
–Alguien pervertido podría quedarse viendo tus piernas –sonrió divertido cuando ella lo miró asustada–, y también lo que hay debajo de esa falda... pero si no quieres cubrirte, no tengo nada en contra de eso.
Kagome le arrebató la prenda y se apresuró a acomodarla cubriendo sus piernas.
–Gracias –susurró ella.
–No hay de qué –sacó una cajetilla de cigarros de la bolsa de su pantalón.
–No sabía que fumabas.
Inuyasha sonrió con amargura antes de colocarse el cigarro. Él tampoco fumaba antes, pero la vida hizo que sintiera aquel hábito un poco relajante.
–Es algo nuevo que sucedió estos años –se colocó uno en los labios y con un encendedor plateado encendió el cigarrillo,
–¡Ni lo pienses! –Kagome le arrebató el cigarrillo y encendedor–. Fumar hace daño para la salud. Miro hacia el horizonte, soltando el humo por la boca lentamente. Ella se mostró enojada y seria. Incluso preocupada, ¿acaso..?
Sonrió triunfal.
–¿Qué es divertido? –guardó las cosas en su bolso. Volvió a verla, notando que su ceño se había fruncido, notoriamente.
–Te preocupas por mi.
Kagome quedó atónita en su sitio, no alzó la mirada y parecía buscar una excusa. Había dado en el blanco, y no pudo evitar sentir una esperanza sobre los sentimientos de Kagome hacia él…
–Lo haría por cualquier persona, odio el cigarro –se excusó ella.
Pero sabía que mentía, aún hacía esos movimientos con sus dedos cuando mentía. No pudo evitar emocionarse y curvar sus labios. Poco le duró el gusto, pues se movió un poco brusco el Ferri, y Kagome palideció y volvió a su antigua posición, quería hacer algo por ella.
–Ven, Kagome –se levantó y le extendió una mano, ella ni siquiera lo miró; negó con su cabeza, no sería tan fácil–. No pasa nada...–se inclinó y alzó lentamente de los codos.
Kagome puso un poco de resistencia, pero al final dejó de resistirse. Cuando comenzó a caminar rumbo a la orilla ella se tensó y puso firmes los pies. Le rogó con la mirada que se detuviera.
–¿Qué sucedió con enfrentar tus miedos? –le susurró, Kagome lo pensó unos segundos, y al final suspiro–. ¿Acaso no confías en mí?
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¿Confiaba en él? Lo miró a los ojos, y sintió que se derretía. Mostraban calidez, y sinceridad. Le transmitieron una seguridad que no había sentido en mucho tiempo. Aflojó su cuerpo y asintió.
–Sí, confío en ti.
La mirada de él no la abandonó en ningún momento sentía el movimiento del Ferri, pero sorprendentemente ya no sintió temor. Cuando sintió en su espalda el barandal, se abrazó a él al instante. Fue inercia, no lo dudó, se aferró a él como su salvación, y unos segundos después se puso roja al percatarse de lo que había hecho.
–Perdona –estuvo a punto de soltarlo, pero él la abrazó también. Su mejilla estaba pegada a su pecho, y oía los latidos de su corazón, al igual que el movimiento de su respiración. Se habían acelerado... Y los de ella también, por un momento tuvo miedo de que la oyera, pero después dejó de preocuparse.
–¿Pides perdón por tener miedo? –aquella pregunta la hizo suavizar su agarre–. Sufriste un trauma, y eso no es fácil de superar, con ayuda de la gente que te ama, podrás avanzar… Y en lo que yo pueda, te ayudaré –aquellas palabras dulces le llegaron al corazón.
–Debo ser fuerte y arriesgarme –Inuyasha hizo un sonido afirmativo.
–Tal como has dicho, debes enfrentar tu miedo. No te puedes seguir privando de muchas cosas por eso... Más bien, no podemos seguir viviendo sin arriesgarnos.
Inuyasha la apretó más contra su cuerpo, y ella escondió el rostro en su pecho. Sus palabras hicieron eco en los confines más remotos de su mente, al compás de los latidos del corazón de Inuyasha. Aquella combinación logró que no pudiera dejar de pensar en ello. Inuyasha tenía razón, pero ahora su miedo al agua estaba siendo lo de menos. Ahora no sólo tenía miedo al agua, sino a quererlo como antes… Inuyasha era como ese mar al que tenía miedo, solo que le tenía miedo a quererlo y perderse para siempre. Pero sabía que era demasiado tarde, estaba total y completamente enamorada… Pero jamás podría quedarse a su lado, en unos días volvería a casa, a la normalidad, y haría como si esos días no hubieran pasado. Serían como un recuerdo, un cierre a esa historia que tuvieron alguna vez. Pensándolo desde esa perspectiva, ¿no sería mejor disfrutar el momento mientras durara? Arriesgarse y convertir esos días en recuerdos dulces… Recuerdos que la acompañarían hasta la vejez.
–Fué en un crucero romántico dónde finalmente cediste ante mis encantos –aquel comentario la hizo volver al presente. Aquellas palabras habían sido dichas con su fanfarronería de antaño, no pudo evitar sonreír y alejarse para verlo mejor.
–Te costó mucho volverme a «seducir» –dijo ella como si hubiera pasado aquella historia que se habían inventado.
–Y valió la pena cada bendito segundo –susurró él.
Inuyasha le acarició el rostro. Su corazón se aceleró aún más, y su garganta se secó. Sentía que sus piernas temblaban, pero no de miedo, era un sentimiento que ya conocía. Que sintió años atrás, y que ahora volvía con más fuerza; como la recaída de una enfermedad, y esta vez la estaba consumiendo por completo. Santo cielo, había intentado olvidarlo, de veras que lo había intentado, pero... Aquello era más fuerte de lo que esperaba.
–¿Sabes algo?
Ella se aclaró la garganta.
–¿Qué? –susurró ella sin dejar de observarlo.
–Fue en ese crucero dónde nos besamos por primera vez en años...
Las pupilas de Inuyasha vieron sus labios durante un segundo y ella hizo lo mismo… Se mordió el labio inferior, deseando que aquella boca la besara, pero él no se acercaba. De seguro era por la distancia que habían acordado, por aquella distancia llamada "amistad", y por ese novio que se había inventado. Inuyasha había prometido no pasar los límites, pero ella estaba decidida, iba a disfrutar de esos días que le quedaban.
–¿Me podrías refrescar la memoria? –susurró ella, mordiendo su labio una vez más–. Para recordar cómo fué...
Le pareció que Inuyasha se sorprendía por un segundo; tal vez no creía en lo que oía.
–¿Perdón?
Se puso de puntillas y casi pegó la punta de su nariz con la de él.
–Hazlo –su voz temblaba.
–¿Estás segura? –Inuyasha parecía no creer lo que escuchaba y ella apretó los labios antes de volver a hablar.
–Bésame –sino firme y decidida. La mirada de Inuyasha se iluminó antes de tomarle el mentón.
–Será un placer –y en un movimiento lento su labios se unieron a los de ella.
Kagome suspiró y le acarició la espalda. La boca de Inuyasha se movía lenta contra la suya, pero aquella lentitud se transformó pronto en frenesí. Como si no se hubieran besado nunca, y tuviera miedo que desaparecieran en cualquier segundo. Le correspondió y aumentó la velocidad del beso. Su lengua tocaba la de él, se acariciaban, intentaban fundirse... Las manos de ella sintieron cada músculo de su amplia espalda, y las manos de él descendieron hasta sus caderas, al sentirse pegada a él por completo, notó cómo sus cuerpos encajaban a la perfección, tal y como dos piezas de rompecabezas. Cada vello de su cuerpo reaccionó ante su cercanía, y en su interior, sintió que las mariposas del estómago bajaban hasta sus partes íntimas.
Finalmente, el beso fue roto por ella al faltarle el aire, y ambos se encontraron jadeando para recuperar el aliento. Kagome se sostuvo de su espalda unos segundos. Incapaz de pararse por sí misma. Miles de sensaciones la dominaron, la reacción de su cuerpo demostraba lo mucho que deseaba continuar, e ir más allá que simples besos y abrazos… Alzó el rostro para encararlo, y se encontró con la sonrisa sensual de Inuyasha. ¿Acaso había leído sus pensamientos? Ella se ruborizó, consciente de las sensaciones de sus cuerpos.
–Ya hemos llegado –susurró Inuyasha tomándole la mano y caminando con ella a su lado.
Ella apenas notó que el Ferri se había detenido, no se había dado cuenta. Miró a Inuyasha y miró sus manos entrelazadas. No había duda...
–Ya estamos más que preparados para contar nuestra historia –le dijo él y le guiñó un ojo, ella asintió y se acercó más a él.
En su pecho, el corazón le brincaba a mil por hora, aún no se recuperaba de lo anterior. Mientras apretaba la mano de él, el pensamiento de su decisión no dejaba de rebotar en su mente. No cabía duda, seguía amándolo, así que… ¿porqué no disfrutar el momento?
Continuará...
Mi bella comunidad, mil perdones por la tardanza, pero espero que este capítulo haya valido la pena. Ya avanzamos un poco más, ya veremos que los espera en los próximos n.n
¡Nos leemos en otra ocasión!
