5. Deja de ignorarme
A la mañana siguiente, Ranma se despertó temprano, a la vez que su madre, y bajó a desayunar con ella y con Kasumi, quien también se unía al plan de visitar el mercadillo.
—¿Y Akane? ¿No va a venir? —preguntó Nodoka a su hijo mientras degustaba el delicioso té afrutado.
—Anoche me dijo que no, que prefería quedarse durmiendo —contestó Ranma devorando su tamagoyaki, una especie de tortilla de huevo japonesa. Con el nuevo día por delante, la escena de la noche anterior con su prometida se había difuminado en su memoria. «No se lo tendré en cuenta. Probablemente estaba cansada tras el viaje».
—Fue extraño que anoche se levantara tan rápido de la mesa, ¿no te parece, Kasumi? —comentó la señora Saotome dirigiéndose a la mayor de las hermanas Tendo.
—Así es, Tía, pero yo la vi bien, contenta de estar de vuelta. Imagino que querría descansar.
Con aquello, el tema de Akane se quedó zanjado, al menos por el momento. Salieron un poco antes de las diez de la mañana, caminando hasta la estación de tren de Nerima. Allí cogieron el cercanías con rumbo a la parada de Oikeibajo.
Pasado el mediodía, en un espectacular día de primavera, con el cielo despejado y una ligera brisa deslizándose entre los edificios de la ciudad, Ranma se encontraba observando prendas de segunda mano en un puestecillo de ropa china del estilo que usaba para practicar sus amadas artes marciales. Tanto su madre como Kasumi se habían desviado hacia una sección del mercadillo dedicada a accesorios femeninos, así que se había quedado a su aire. Ya daría con ellas más tarde.
—¿Cuánto cuesta ésta? —preguntó al encargado, enseñándole la camisa sin mangas y de cuello Mao en color verde esmeralda e hilo dorado que había descolgado de un largo perchero.
—8.500 yenes —contestó el señor, ya entrado en años—. Está prácticamente nueva, y la seda es de muy buena calidad. Si te la llevas no te arrepentirás.
«No está mal de precio, y se nota que es buena», pensó el joven, ojeando con deseo la camisa, imaginándose con ella puesta. Se la puso sobre el torso, para confirmar que era de su talla. «Me vendrá bien para este verano».
Ranma se acercó con la camisa en la mano a la zona del mostrador, donde se encontraba el vendedor, y señaló hacia una mesa llena de zapatos.
—¿Y esas zapatillas de kung-fu en cuánto me las dejarías?
—¿Estas de aquí? —inquirió el señor cogiendo un par. Vio al chico de la trenza asentir—. 2.500 yenes, son de gama media. —Las soltó y cogió otras en su lugar, que estaban más lejos en la mesa expositora—. Pero por 2.000 yenes más tienes este modelo que es mucho mejor, y está a un precio muy asequible. Toma, puedes probártelas si quieres.
—Gracias. —Ranma depositó sobre la mesa la camisa y tomó las zapatillas para probarlas—. Son cómodas —reconoció dando un par de pasos con ellas, mirándose los pies.
—Como te digo, en relación calidad-precio es de lo mejor que tengo —indicó el vendedor.
—Me las llevo también —zanjó Ranma descalzándose y entregando el par al señor.
—¡Estupendo! —exclamó el comerciante con una sonrisa, cogiendo los artículos para calcular el precio y meterlos en una bolsa.
Un par de minutos más tarde, tras haber pagado, Ranma caminaba contento con su compra por uno de los pasillos del mercadillo, lleno del bullicio propio de tal evento. A la vez que se distraía mirando los distintos puestos, empezó a otear el horizonte, para ver si distinguía a su madre o a Kasumi entre la multitud. Sin embargo, y para su gran sorpresa, reconoció a otro par de personas que le eran sumamente familiares.
«¿Qué hace ella aquí?», pensó deteniéndose, fijando su mirada en la chica, observando cómo apreciaba los abalorios que había en uno de los tenderetes. Intentó descifrar qué se había perdido en el intercambio de la noche anterior. «¿Acaso me está ignorando?», razonó molesto con aquella posibilidad. «Averigüémoslo», se propuso con la característica determinación de luchador que le definía.
Con un cariz mucho más serio en el rostro, se aproximó a las dos mujeres hasta quedar a su espalda.
—¿Has visto que anillo más bonito? —escuchó decir a la más joven, señalando un modelo dorado con una piedra verde azulada—. ¿Le importa si me lo pruebo? —consultó con el dependiente, quien le dio a entender que no había problema.
—Demasiado simplón para mí —respondió la acompañante, fijando su atención en unos collares exóticos que había expuestos en un lateral—. ¿Por qué no le dices a Ranma que te lo compre? —añadió con guasa—. Podríais ser los siguientes —señaló con diversión, refiriéndose a ser los siguientes en casarse, después de Kasumi y Tofu.
—No digas tonterías, Nabiki —riñó la hermana menor a la vez que se miraba la mano con el anillo puesto. Le caía como un guante—. El infierno se helará antes de que eso pase —agregó sin pensar, admirando lo bonita que le quedaba la sortija.
—En eso tienes toda la razón, Akane —intervino por fin Ranma a su espalda, sorprendiéndolas a las dos.
Ambas hermanas giraron y abrieron los ojos como platos al verle, cazadas como animales en la noche por los faros de un vehículo en mitad de la carretera.
—Ranma… —musitó Akane, deseando estar en cualquier otra parte menos allí. «Mierda. ¿Por qué tengo tan mala suerte?».
—¡Ahivá, cuñado! —dijo Nabiki sobrellevando con facilidad el cambio de guión, como si fueran personajes en un escenario de teatro que pasaban a una nueva escena.
—No me llames así —le indicó cortante el artista marcial.
Nabiki hizo un gesto de indiferencia con la mano.
—Ya veo que vienes con malos humos. Buenos días a ti también… —Bajó la mirada a la bolsa que el chico portaba—. ¿Qué te has comprado?
Ranma la ignoró, cruzándose de brazos, y se dirigió a su prometida:
—Pensaba que querías quedarte durmiendo… —le increpó.
A pesar de la pillada y de la cara poco amistosa de Ranma, Akane no se durmió en los laureles y adoptó su papel. La noche anterior sus amigas le habían animado a seguir con el plan, y a no preocuparse tanto por lo que pudiera ocurrir.
—He cambiado de idea. ¿Algún problema? —contestó esquiva sin mirarle, dándole de nuevo la espalda para quitarse el anillo y devolverlo a su sitio. Aunque le había gustado mucho, la interrupción de Ranma y sus palabras provocaron que se le quitaran las ganas de comprarlo—. ¿O acaso ahora tengo que darte explicaciones?
A Ranma aquello le sentó como un bofetón. «Encima de que tuve el gesto de invitarla anoche… ¿Por qué se pone tan borde?». Herido por dentro, endureció la mirada.
—Cualquiera diría que quieres perderme de vista —dijo mordaz—, y si sigues así lo conseguirás —finalizó rotundo.
Akane se encogió por dentro, como si un cubo de piedras le hubiera caído sobre el estómago. «¿Es eso una amenaza velada de romper el compromiso?». Haciendo de tripas corazón, le miró altanera por encima del hombro.
—¿Qué insinúas? —forzó. «A ver si tiene las agallas de decirme lo que realmente piensa»—. Si tienes algo que decirme, sé directo. No te andes con rodeos.
Aquello ya no fue un bofetón para Saotome, sino una puñalada en toda regla, y por la espalda además, ya que no lo había esperado. Le costó disimular que aquellas dagas no le habían afectado; se quedó mudo.
Nabiki, impasible ante lo que estaba presenciando, resultado de haber presenciado mil y una discusiones entre ellos, decidió seguir explorando el mercadillo.
—Akane, yo voy a seguir. Te espero más adelante —le avisó.
—No, Nabiki, espera. Voy contigo —se apresuró a decir Akane, siguiendo la estela de su hermana.
Rápido como un águila cazando a su presa, Ranma dio un paso adelante y cogió a Akane, agarrando su antebrazo. La detuvo y aproximó su cuerpo al de ella, invadiendo su espacio personal. Inspiró lentamente, armándose de paciencia. Se miraron a los ojos por unos segundos en los que sus vidas parecieron detenerse. Todo parecía pender de un fino hilo rojo.
En un tono mucho más calmado y conciliador, Ranma tomó la palabra.
—¿Qué está pasando, Akane? —preguntó con un trasfondo de súplica. Empezaba a hacerle daño el comportamiento de su prometida. Necesitaba entender qué había detrás de sus reacciones—. Te noto rarísima desde anoche. Si he hecho algo mal, dímelo.
Akane parpadeó un par de veces, sin desviar su mirada de aquellos extraordinarios ojos azules. Pensó bien sus próximas palabras, pues sabía que era importante. Decidió ser honesta.
—Vamos fatal si tienes que preguntármelo, Ranma. Deberías de saberlo. —Se deshizo del agarre de su mano a la vez que presenció la cara de confusión de su prometido.
—Me lo estás poniendo muy difícil. No puedo adivinar lo que pasa por tu cabeza —se quejó el artista marcial, queriendo volver a atraparla entre sus garras al ver que se marchaba, pero conteniéndose. No sacaría nada en claro a la fuerza, de eso estaba seguro.
Queriendo echarle un cable, Akane se volvió mientras se alejaba, caminando despacio marcha atrás. Hizo un gesto con el índice de su mano derecha, haciendo pequeños círculos cerca de su sien.
—Inténtalo. Rebobina en el tiempo y seguro que das con ello.
Ranma la volvió a perder de vista al cabo de pocos segundos, quedándose solo en mitad del mercadillo, rodeado de centenares de extraños. Resopló con amargura. «Entonces sí que he hecho mal, eso queda confirmado», reflexionó. «Pero el qué, no tengo ni idea». Desorientado emocionalmente, se fue andando en la dirección contraria, a medias entre el cabreo y la desesperación. «Como esto siga así, acabaré hartándome».
Nota (24.06.2024): Mi idea es que este fanfic tenga un total de ocho capítulos, lo que significa (si no hay cambios) que ya hemos pasado el Ecuador de la historia. Gracias a quienes están siguiendo/comentando este mini proyecto que me está sirviendo para retomar la escritura después de mucho tiempo ausente. Pobre Ranma, ¿verdad? ¡Qué complicado es el amor entre estos dos!
