La pesadilla aún resonaba en su memoria, como un eco que nunca dejaba de repetirse.
Estaba en el salón de la Mansión Malfoy, la misma sala donde tantos bailes y fiestas se habían celebrado. El mismo sitio donde año tras año Narcissa adornaba el gigantesco árbol de navidad. El mismo lugar donde Draco había aprendido a volar con su escoba de juguete.
Pero ahora, en la mente de Draco, el salón se había convertido en el lugar donde su tía Bellatrix había torturado a Hermione Granger. Y él había estado presente. Y no había hecho nada.
Nada, absolutamente nada.
Draco sumergió la cara de nuevo en el agua helada, intentando olvidar, tratando de borrar la vergüenza y el asco.
Había mirado para otro lado. Se había quedado inmóvil, deseando que aquello no estuviera pasando. Que aquello no fuera con él. Intentando bloquear los gritos que taladraban sus oídos. Esperando a que parase. Pero sin hacer nada.
No hice nada.
Y eso, de alguna manera, había sido peor que participar.
La última vez que había visto a Granger había sido durante el juicio, en la misma sesión en la que Harry Potter había hablado a favor de Draco. Pero Granger no estaba allí para defenderle, sino para apoyar a su amigo y confirmar su versión de los hechos.
Ron Weasley no había sido tan generoso. Él había observado todo con los brazos cruzados y una expresión de desaprobación en la cara. Draco no se lo reprochaba; él tampoco estaba seguro de ser capaz de hablar a favor de un antiguo enemigo.
Pero había quedado libre. Y ahora, la vergüenza y el asco eran sus compañeros constantes.
OOO
Draco volvió a acompañar a su madre al Callejón Diagón. Esta vez no tenían ningún recado en particular que cumplir, simplemente les gustaba pasar tiempo juntos fuera de la Mansión.
De forma distraída, observaban los escaparates y comentaban las novedades, aparentando normalidad. Ambos eran muy conscientes de las miradas de desaprobación que les seguían, pero trataban de ignorarlas todo lo posible.
Y entonces Draco se fijó en un libro nuevo que se exponía en el escaparate de Flourish y Botts.
-Plantas mágicas y dónde cultivarlas: la nueva guía de jardín -leyó en voz alta-. Creo que esto le gustaría a padre.
Narcissa se rio en voz baja, pero asintió.
-Quizá podamos hacerle un regalo -sugirió, entrando en la tienda. Draco la siguió, dejándose llevar por la excitación de poder hacer algo espontáneo y sorprender a su padre.
-Creo que hemos encontrado una mina de futuros regalos -comentó, mirando a su alrededor. Y en efecto, montañas de libros relacionados con la botánica y la jardinería se amontonaban por los suelos y las paredes de aquella sección de la tienda.
-Sólo hemos venido a por uno, Draco -le reprendió Narcissa, pero Draco sabía que ella también estaba tomando nota de los títulos más interesantes. En el pasado, había sido Lucius quien la había cubierto de regalos, y ahora era su turno de devolverle el gesto.
Madre e hijo fueron a pagar, pero su buen humor se enfrió al encontrarse de frente con la última persona a la que deseaban ver.
Andrómeda Tonks iba en dirección contraria, con un niño de la mano, seguramente el nieto huérfano que ahora estaba a su cargo.
Narcissa se detuvo en seco, como si alguien la hubiese hechizado con un encantamiento congelador, y miró a su hermana con pánico en los ojos.
Andrómeda también la vio, y por un instante vaciló, pero se recompuso rápidamente, apretando los labios e irguiendo la cabeza. Su mirada expresaba rabia y desdén.
No dijo nada, y siguió por su camino sin mirar atrás, no deseando sacrificar un segundo más de su tiempo en aquellos que tanto daño habían causado a su familia.
Narcissa tardó en reaccionar, recomponiéndose. Draco sabía que estaba utilizando la Oclumancia para enterrar sus sentimientos en la parte más recóndita de su mente, pero podía ver cómo abrazaba el libro contra su pecho con manos temblorosas.
Algunas heridas jamás se cerrarían, y ya era demasiado tarde como para intentar que eso cambiara.
OOO
El día no hizo más que empeorar.
Después de salir de la librería se cruzaron con la viuda Goyle. Esta aún vestía de negro, en señal de luto por su marido y por su hijo, ambos muertos en la guerra. Narcissa hizo un débil intento de conversar con ella, más por mantener las apariencias que por otra cosa, pero la señora Goyle la miró de pies a cabeza, retrocediendo un paso.
-No sé cómo te atreves a mostrar tu cara por aquí -le espetó con desprecio.
-¿Vas a fingir que no nos conocemos? -replicó Narcissa, con voz firme.
-Tú y yo no somos iguales. No deseo que se me asocie con vuestra familia de hipócritas traidores -y sin dar tiempo a responder, se dio media vuelta y se alejó entre la multitud.
Draco cogió a su madre del brazo, tirando de ella en silencio para alejarla de las miradas curiosas. No dejaba de pensar en la frustrante y desconcertante situación en la que los Malfoy se encontraban.
Demasiado cercanos al bando oscuro como para ser tratados como ciudadanos normales. Demasiado arrepentidos como para ser considerados uno más entre los antiguos afines al régimen. Demasiado aislados como para poder apoyarse en alguien que no fueran ellos mismos.
Aquella cruel soledad había sido la más inesperada de las condenas, y podía ser que jamás se librasen de ella.
OOO
Por la tarde, Draco se preparó a regañadientes para asistir a una reunión que había estado postponiendo demasiado. No deseaba ir, pero no podía permitirse cancelarla. Al fin y al cabo, su antiguo compañero, Blaise Zabini, había sido de lo más insistente.
Compañero, no amigo.
Draco sabía que no contaba con nadie que le considerase un amigo. Pero debía conformarse con las migajas que la vida le ofrecía.
Blaise le recibió en su casa, un lujoso apartamento en el que no faltaba de nada. A Blaise le gustaba presumir y mostrar lo que tenía. Sus posesiones formaban parte de lo que él consideraba su estatus social.
El motivo de la reunión era encargar varios objetos para la decoración de su nuevo capricho, un yate que estaba siendo construido a medida para él. Draco no comprendía el por qué de aquel barco, pero no iba a decirlo en voz alta. Cada uno gastaba su fortuna en lo que le daba la gana.
-Va a ser increíble. No habrá nada igual -Blaise contemplaba sonriente los planos de una de las salas interiores del yate. Como no podía ser menos, la magia permitía que las habitaciones fuesen mucho más grandes de lo que el exterior sugería.
-¿Estás seguro de que quieres un piano de cola? ¿Dónde vas a ponerlo?
-¿Y eso qué más da? ¿Cómo voy a organizar una fiesta sin música en directo?
-Pero si tú no sabes tocar el piano.
-Te lo pregunto de nuevo, Draco ¿Qué más da? Alguien lo tocará por mí. No puedo ser el anfitrión si tengo que perder el tiempo aporreando las teclas -Blaise se recostó sobre el respaldo del sofá, con un vaso de licor en la mano. Draco había rechazado el trago, como era su costumbre.
-Es tu barco, no el mío -Draco se encogió de hombros y repasó la larga lista de objetos que Blaise le había encargado-. ¿Siete alfombras?
-No te olvides de la preciosidad de cachemira que me enseñaste. Esa irá en mi dormitorio -Blaise esbozó una sonrisa satisfecha-. Y por cierto, espero que prestes atención a la lista especial... es la parte más importante.
Draco sabía a lo que se refería. Blaise había desarrollado el gusto por las fiestas eróticas, y para su habitación personal había ordenado juguetes y objetos de todo tipo para poder usarlos con sus conquistas amorosas.
-Tendré que organizar una fiesta para inaugurarlo. Quizá puedas venir -Blaise lo dijo sin hablar realmente en serio, pues él ya no consideraba a Draco de su misma clase social-. Te sentaría mejor que acudir sólo a funerales. Por cierto, me sorprendió verte en la casa de los Greengrass el otro día -miró a Draco de reojo, pero este se encogió de hombros, ordenando los pergaminos.
-Mi madre era ahijada del viejo Greengrass. Insistió para que la acompañara.
-¿Y el paseo por los jardines?
-Necesitaba tomar el aire -Draco no sentía la necesidad de contarle a su antiguo compañero el motivo de sus ataques de pánico. Sosteniéndole la mirada, le tendió la lista con todos los objetos encargados. Blaise la firmó, sin mirar realmente lo que había en ella. No había nada que su dinero no pudiese comprar.
En otros tiempos, Draco hubiese sentido envidia. Blaise era y tenía todo lo que él debería haber sido y tenido. Debería ser él quien estuviese viviendo los mejores años de su vida, dilapidando el dinero de sus padres, sin pensar en las consecuencias.
Draco debía estar organizando fiestas y eventos, invitando a chicas guapas, bebiendo los licores más exclusivos y perdiendo la noción del tiempo.
Él debería haber tenido esa vida.
Y sin embargo, todo lo que tenía era un brazo amoratado, la agenda vacía, y un inmenso y solitario vacío que era imposible llenar. Y lo peor de todo era que una parte de él sabía que se lo merecía ¿Cómo podría vivir con normalidad después de lo que había hecho?
Tratando de ahogar sus emociones, Draco escuchó a Blaise describir la última fiesta a la que había acudido, las celebridades a las que había conocido y la preciosidad con la que se había acostado. Y por un momento, pareció que todo iba bien y que aquella era su vida también.
Hasta que llegó la hora de la cena y Blaise insinuó que tenía otro compromiso, y Draco fue llevado de forma amigable pero firme a la puerta de salida.
Pero no le importó, su cabeza comenzaba a dolerle y quería estar solo.
No deseaba volver a la Mansión Malfoy todavía; por alguna razón, la idea de tener que compartir otra silenciosa velada con sus padres le parecía otra parte más de la condena. A pesar de apreciarles y saber que podía contar con ellos, a veces Draco deseaba tener un momento a solas para él.
Y esa noche, siguiendo un impulso, se apareció cerca de uno de sus restaurantes favoritos y donde dejó llevar a su mesa habitual.
Estaba situada cerca de la pared, pero no escondida, y podía ver todo lo que pasaba a su alrededor. Y por alguna razón, el verse rodeado de gente sin que nadie le molestara le resultaba tranquilizador.
Aquello también formaba parte de su nueva rutina. Draco intentaba acostumbrarse a estar solo, a hacer cosas por sí mismo. Se decía que no necesitaba a nadie para hacer las cosas que le gustaban. Y cenar solo en un sitio público se había convertido en uno de sus nuevos placeres ocultos. Se sentía incluido, de vuelta en la sociedad mágica. Nadie le atacaba o le daba la espalda.
Por un lado, le apenaba no poder compartir la experiencia con nadie, pero por otro se sentía orgulloso de poder hacerlo.
El Draco Malfoy de hace tres años no hubiese sido capaz de estar allí sentado sin desear esconderse debajo de la mesa. Por lo menos ahora podía disfrutar de esa nueva normalidad.
Envalentonado, se decidió a hacer algo que hacía dos años que no hacía. Pidió una copa de champán.
Se prometió a sí mismo que no pediría otra. Esa era una prueba, para testarse a sí mismo y ver cómo de fuertes eran sus defensas. Le había prometido a su madre que no volvería a probar al alcohol, pero una parte de él deseaba saber si sería lo bastante fuerte como para tolerarlo.
Y para su sorpresa, la experiencia fue decepcionante.
El líquido dejó un sabor extraño en su boca, muy diferente a lo que él recordaba. No era culpa de la marca ni de la botella. No, lo que había cambiado era él.
Encogiéndose de hombros, Draco apartó la copa y se acercó el vaso de agua. Quizá fuera para mejor.
La comida llegó y Draco se sumió en sus pensamientos. Repasó la lista de los pedidos, las futuras entrevistas con los proveedores e hizo el recuento de los últimos objetos que había conseguido entregar. Y por un momento, se permitió sentir orgullo de su trabajo.
No era algo importante o prestigioso, como lo que había hecho su padre en el Ministerio, pero él se sentía útil, y una ola de adrenalina le embargaba cada vez que conseguía rastrear un objeto exclusivo o cuando conseguía sorprender a sus clientes con algo inesperado.
Jamás hubiese hecho algo así en su vida anterior. Le resultaba irónico pensar que, precisamente porque había sido expulsado de la sociedad mágica, hubiese encontrado su vocación y disfrutase viviendo de ello.
Y quizá en el futuro llegase a ser reconocido por ello.
Draco Malfoy, cazador de tesoros.
Sonriendo con satisfacción, Draco se permitió brindar por sí mismo, apenas mojándose los labios con el champán.
Y fue entonces cuando la vio.
Astoria estaba sentada unas mesas más allá, también cenando sola, y parecía haber estado mirándole durante bastante tiempo, porque cuando Draco la reconoció ella alzó las cejas y le sonrió.
Desprevenido, Draco le devolvió el saludo, e intentó centrarse en su cena, pero ahora que sabía que ella estaba allí le resultó imposible ignorarla ¿Qué debía hacer?
¿Debería saludarla?
Aprovechando que estaba esperando la llegada del segundo plato, Draco se puso en pie y se acercó a la mesa de Astoria, intentando ser educado.
-Buenas noches -saludó, y ella le respondió con una sonrisa.
-No esperaba verte, podría haber reservado una mesa para dos.
-No te preocupes, suelo cenar solo. De hecho, me gusta bastante este restaurante porque es muy tranquilo.
-Me alegro de que te guste, ahora pertenece a mi hermana -la sonrisa de Astoria se torció con picardía al comprender que él no lo sabía-. Forma parte de la herencia de mi abuelo.
-¿Hay algún negocio que no pertenezca a los Greengrass?
-Dentro del mundo de la hostelería y los servicios, es difícil -bromeó ella-. Mi abuelo hizo bien su trabajo.
Draco vio por el rabillo del ojo que el camarero se acercaba a su mesa, e hizo el ademán de despedirse, pero Astoria señaló a la silla vacía que estaba frente a ella, invitándole a sentarse.
-Por favor, cena conmigo.
-¿Estás segura? -Draco estaba sorprendido por su oferta, pero al ver que ella insistía aceptó encantado, e hizo un gesto para que el camarero trajese sus cosas.
-No me importa tener compañía, hoy agradecería poder pensar en algo que no sea el trabajo -confesó ella.
-¿Ha sido un día duro?
-He tenido una discusión con uno de mis proveedores. Por alguna razón piensan que tienen que confirmar con mi padre y mi tío cada decisión que tomo. Es exasperante -Astoria exhaló un hondo suspiro, pero centró sus ojos claros en Draco-. Pero no quiero aburrirte con eso.
-No me aburres. Creo que tengo mi lista de clientes rabiosos que no paran de protestar por detalles insignificantes -bromeó él-. Podría aburrirte con ello si quieres.
Y para su sorpresa, ella se rio, como si le hubiese contado el chiste más gracioso del mundo. Y parecía una risa sincera, no algo preparado para impresionarle.
-De acuerdo, hablemos de otra cosa -ofreció ella. Draco pensó a toda prisa en cómo encauzar la conversación.
-¿Fuiste a la exposición? -recordó de repente.
-Oh si, fue increíble -ella abrió mucho los ojos, y su cara se iluminó-. Me alegro de que me la recomendases.
-¿Qué fue lo que más te gustó?
-Es difícil elegir sólo una cosa. La forma en la que Manawa usa el espacio, la luz, la ligereza de sus obras... Me parecía estar contemplando un espejismo.
-¿Viste el reloj?
-¡El reloj! Es la cosa más increíble que he visto jamás. Desearía poner uno así en el recibidor de mis hoteles.
-Quizá se pueda arreglar -musitó Draco, con la mirada perdida-. Si hablásemos con Manawa, quizá podamos llegar a un acuerdo para que prepare algo para ti.
-Dijiste que es muy difícil que acceda a hacer encargos.
-Porque la mayoría de sus clientes son unos idiotas que no valoran su trabajo por lo que es. Pero quizá si le explicamos lo mucho que admiramos su obra... Puede que acceda a hacer una exposición en el hotel.
-¿Transformar el hotel en una sala de exposiciones? -Astoria inclinó la cabeza, pensativa.
-¿No era lo que querías?
-Sí, pero... quizá sea demasiado arriesgado -Astoria bajó la mirada, y Draco la observó desconcertado. En su anterior reunión ella había hablado con energía de su sueño ¿Por qué ahora dudaba de ello?
-Pues yo creo que era una idea increíble. Podría funcionar con el punto de vista adecuado. Y creo... creo que tú puedes diseñarlo.
-¿Qué quieres decir?
-He visto tus dibujos. Son increíbles. Quizá pudieses colaborar con Manawa para diseñar la exposición.
-No creo que un artista de su calibre quiera colaborar con una principiante como yo -Astoria agitó con la cabeza, como si aquella idea fuese absurda.
-¿Qué tienes que perder? Si dice que no, siempre puedes optar por la clásica solución de decorar tu hotel con simples obras de arte compradas en un anticuario -bromeó Draco, haciéndola sonreír de nuevo.
-Menos mal que cuento con la ayuda de un experto en arte -ella levantó su copa. De forma inconsciente, él la imitó y juntos brindaron, aunque Draco apenas se mojó los labios.
-Yo no diría que sea un experto -murmuró Draco, jugando con su copa-. Sólo intento encontrar lo que los clientes quieren.
-Pero sabes escuchar e intentas adaptarte a los gustos de cada uno. No todo el mundo tiene esa habilidad... o quiere hacerlo -Astoria le miró fijamente, considerando sus próximas palabras-. Eres la primera persona que no intenta cuestionar mis ideas.
-Nunca me atrevería a hacerlo -bromeó él-. El cliente siempre tiene la razón.
Astoria sonrió, pero le observó pensativa.
-Has cambiado mucho desde la época de Hogwarts -comentó con suavidad, pero Draco sintió cómo el frío invadía su pecho. Por supuesto, Astoria había sido testigo de sus peores momentos en Slytherin.
Draco bajó la mirada, sin saber qué decir. Todos sus instintos le gritaban que saliese corriendo, pero no podía hacerlo. Debía enfrentarse a los fantasmas de su pasado una vez más.
-Espero que haya sido para mejor -dijo al final. Astoria esbozó una tímida sonrisa.
-No lo sé, echo de menos tu antigua confianza.
-Yo... han pasado muchas cosas -inseguro, Draco fijó la vista en el mantel.
-Lo sé.
-¿Preferirías que volviese a ser la misma persona que era?
-¡Por Merlín, no! Eras un idiota redomado -ante esas palabras Draco la miró con la boca abierta-. Pero eso no significa que disfrute viendo cómo te escondes y tratas de hacerte pequeño. Creo que tienes derecho a mantener tu orgullo.
-¿Orgullo? ¿De qué?
-De seguir vivo. De no hundirte en la desesperación. De intentar reconstruir tu vida empezando desde cero. De intentar ser mejor persona de lo que eras -los ojos verdes de Astoria seguían clavados en él, haciendo que Draco sintiese que era el centro de su atención-. Te has esforzado mucho y has mejorado. Creo que deberías sentirte orgulloso de eso. Y del trabajo que haces también. Porque quieras creerlo o no, eres un maldito experto en arte.
Draco agachó la cabeza de nuevo, pero esta vez notó que le ardían las mejillas. Un inexplicable calor llenaba su pecho. Nunca le habían hablado así, y no sabía si debía sentirse halagado o no, pero agradecía que Astoria hablase con sinceridad.
-¿Te he incomodado? -preguntó ella con suavidad. De nuevo, Draco tuvo que obligarse a responder.
-No... sólo me avergüenza recordar cómo eran las cosas. Sé que no fui... la mejor persona del mundo. Hice daño a mucha gente -y de nuevo, el recuerdo de la última pesadilla volvió a su mente. Los gritos de dolor que nunca podría dejar de oír reverberaron en su memoria.
-Si te consuela de algo, ya no eres así.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque nunca hubiese accedido a cenar a solas con el antiguo Draco Malfoy -Astoria vaciló-. Me dabas un poco de miedo.
Esa confesión le dejó sin palabras. De nuevo, Draco sintió la vergüenza de sus pasadas acciones sobre sus hombros.
-¿Y ahora? -se atrevió a preguntar.
-Ahora eres diferente. Podemos tener una conversación civilizada y hablar de las cosas que nos gustan. Es agradable -confesó.
-Me alegro.
Ambos quedaron en silencio, sin atrever a mirarse. El ambiente se había enrarecido de repente entre los dos. Pero Astoria parecía decidida a seguir hablando con él.
-¿Dónde aprendiste todo lo que sabes sobre arte?
-De mi madre. Cuando era más joven, ella solía llevarme a museos y exposiciones. Podía pasarse horas describiendo un objeto... y tendrías que ver sus conocimientos de historia. Parece una enciclopedia.
-¿Y tu padre?
-Mi padre es más... pragmático. Él prefería centrarse en la política, y dejaba que mi madre se encargase de todo lo demás.
-¿Cómo se encuentra ahora? -aquella pregunta le pilló desprevenido. Astoria había sido la única persona en interesarse por Lucius desde que este había salido de la cárcel.
-No sabría qué decirte. Cuando volvió a casa estaba muy enfermo, y aún no se ha recuperado del todo. Pero últimamente ha desarrollado el gusto por la jardinería -confesó, antes de darse cuenta. Nadie más sabía nada acerca de la reciente afición del señor Malfoy, pero Astoria tenía algo que le hacía bajar las defensas.
Ella abrió mucho los ojos, interesada.
-¿La jardinería? Eso no me lo esperaba.
-Bueno... tampoco puede hacer mucho más. Está confinado en casa, y no se le permite tener varita. Ahora pasa la mayor parte del tiempo en el jardín, peleándose con las plantas. Nunca me lo hubiese esperado, pero parece que le gusta -Draco aún no terminaba de acostumbrarse de ver a su padre, siempre tan pulcro y bien vestido, arrodillado en el suelo, con las manos enterradas en la tierra mientras plantaba el último ejemplar de su colección botánica.
Pero al igual que su madre, Draco prefería verle así antes que sentado con la mirada perdida, sin desear hablar o moverse. Lucius Malfoy siempre se había preocupado por construir el futuro de su familia, y ahora seguía haciéndolo, a su manera.
-¿Y qué hay de ti? ¿De dónde viene tu interés por el arte? -preguntó Draco, tratando de alejar la atención de su familia, pero a la vez curioso por Astoria. Apenas sabía nada de ella.
-Creo que es algo que siempre ha estado presente en mi familia. Hemos tenido ancestros artistas, escultores y pintores en todas las generaciones. También empresarios, por supuesto -sonrió-. Mi abuelo y mi padre estaban muy interesados en incluir el arte en los hoteles y los restaurantes. Decían que era una forma más de atraer la atención de los clientes.
-Entonces ¿Por qué tienes tantos problemas a la hora de implementar tus ideas? Tus clientes ya deberían estar acostumbrados a eso.
Astoria se puso roja y bajó la vista, repentinamente azorada.
-Digamos que... mis gustos son bastante diferentes con respecto a lo que nuestros socios están acostumbrados a ver. Mi padre y mi abuelo siempre han tenido una aproximación más conservadora a la compra de arte, y yo... -Astoria se llevó la copa a los labios, sonriendo con picardía-. A mí me gusta romper con las normas y probar cosas nuevas.
-Me alegro de que así sea, es muy divertido trabajar contigo -confesó Draco.
Ambos se miraron a los ojos y sonrieron.
-Espero que podamos colaborar durante mucho tiempo -Astoria inclinó su copa hacia él, y sin dejar de mirarla a los ojos, Draco brindó con ella.
-Nada me gustaría más.
Algo había cambiado de nuevo. El frío y la incomodidad se habían evaporado. Ahora sólo estaban los dos, sentados frente a frente, sonriendo como dos viejos amigos.
Amigos.
Draco nunca había imaginado que podría volver a considerar a alguien su amigo. Se sentía afortunado de que Astoria quisiera tratarle como tal.
La cena se alargó, y ambos siguieron hablando, totalmente ajenos a lo que pasaba a su alrededor. La conversación fue cambiando de un tema a otro, y cuanto más hablaban, más deseaban seguir conversando. Draco perdió la noción del tiempo y no se dio cuenta de cómo su postura se relajaba. Sonreía sin pretenderlo, y a veces incluso llegaba a reír.
El restaurante fue vaciándose poco a poco, sin que ellos fuesen conscientes. Draco no recordaba haber disfrutado tanto de una cena. Y por lo que parecía, Astoria tampoco tenía prisa por que acabase.
Cuando finalmente fueron conducidos a la salida por un amable pero insistente camarero, permanecieron mucho tiempo en la puerta del restaurante, sin dejar de hablar, iluminados por la luz de las farolas. Reían y bromeaban, y Draco volvía a sentirse como lo que era, un joven veinteañero que disfrutaba de la compañía de una amiga.
Y cuando al fin se despidieron, con la promesa de volverse a ver, Draco regresó a casa sonriendo, con pasos energéticos, y con la imagen de Astoria riendo grabada en su memoria.
OOO
Parece que por fin Draco ha encontrado a alguien con quien compartir sus intereses. El tiempo vuela cuando habla con Astoria, y parece que está deseando repetir la experiencia.
¿Será esto el inicio de algo más que una amistad?
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