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Atardecer
III
— Desahogo Personal —
…
Al momento de abrir los ojos, Nausica supo que iba a pasarla muy mal.
Y no fue sólo un presentimiento.
«Me voy a morir, me voy a morir» chilló con pánico adentro de su cabeza mientras parpadeaba confundida, en el interior de lo que parecía ser una habitación oscura.
Estaba acostada sobre una cama… y tenía las manos juntas, atadas con lo que parecían ser pedazos de tela; sus pies también estaban amarrados. ¡Ay, no! ¡Ay, no! ¡¿Por qué?!
Teniendo miedo de reacomodarse… por pensar que, en cualquier momento, ante el más minúsculo ruido que ella produjese, vendría un monstro a devorársela viva, o peor aún, un hombre buscando placer con su sufrimiento, Nausica fue haciendo un recuento de todos sus pecados antes de despertar acá. Ojalá los dioses la perdonasen. ¡No quería ir al hades y quedarse ahí!
Pero…
¿Qué diablos le había ocurrido?
Bueno…
Después de prácticamente huir del campamento más allá de la barrera que impedía que algún enemigo supiese su ubicación, Nausica quiso despejar su mente, alejándose de todo un poco. Hacer eso siempre le ayudaba a aclarar su mente y poner un orden en sus pensamientos.
Por un rato, ella caminó por entre los arbustos y árboles hasta que escuchó el sonido de un río, donde fue muy rápido; ahí se lavó las manos, la cara; mojó su cabello, y por suerte, no había avistamiento humano a la vista. Se quedó ahí un rato a meditar. ¿Qué diablos iba a hacer?
¿Por qué?
¿Por qué no podía ser de utilidad?
Había tenido una fuerte corazonada, tenía que volver a Rodorio. Jamás había una de sus corazonadas, tan intensa, y por eso ella regresó. Por eso Margot estaba acá, aprisionada junto a ella, en esta pesadilla. Nausica se sentía muy mal; no solo por ser tachada como una inútil en el edificio, y saber de sobra que lo era; sino porque había dejado que Margot la acompañase.
Seguro su amiga estaba maldiciendo su nombre, y tendría razón en hacerlo.
¿Por qué era tan idiota?
¿Qué función tenía aquí si no podía (¡ni siquiera!) ver la sangre sin temblar? Cuanto menos ayudar a quienes perdían grandes cantidades de sangre frente s sus ojos.
¡Maldita sea!
¡Maldita sea!
Frustrada, sin saber para donde moverse ahí en la tierra donde estaba, Nausica sujetó su cabeza y tiró de su cabello.
«¡Dioses, por favor! ¡Indíquenme el camino!» en ese momento, ella pidió de forma tan patética que "la señal" llegó en la forma del primer sonido que hizo su estómago al sentir hambre.
Nausica suspiró.
Qué patética era.
Luego de remojar sus pies, y sus manos una vez más en el río, fue notando que el sol iba bajando; además de que el hambre estaba volviéndose cada vez más insistente, por lo que se dijo que debía encontrar el modo de volver… pedir disculpas y ayudar al menos en hacer la limpieza. Podría hacer eso. Sólo cerraría los ojos al tener que lavar la sangre de las sábanas y paños.
Sólo… había un minúsculo problema.
¡No tenía ni la más puta idea de dónde estaba el edificio!
Resulta que, al ponerse a caminar como una idiota, no recordaba ese campo de energía, impedía que incluso ella misma, viese el edificio desde afuera de este, por lo que, ahora, Nausica no sabía hacia dónde ir para volver.
No era tan mala orientándose, pero por más que buscó y buscó, no logró llegar hasta el edificio.
Al principio Nausica usó toda herramienta que recordaba para ubicarse y andar; pero al cabo de un par de horas entró en pánico y tardó en controlarse.
Estaba perdida.
Cansada, Nausica retomó su camino de vuelta hacia el río y se dijo que, quizás, si se mantenía cerca de él, en algún momento vería a alguien del edificio en busca de más agua o pescados; ella tuvo que pescar uno para comer y no morir de hambre. Hacerlo no era muy complicado ya que, a veces, recurría a eso para llevar alimento a su casa. Tardó, especialmente por no tener sus herramientas, pero logró hallar una rama adecuada, larga y fuerte, tallarla con una roca del mismo río y comenzar su propia odisea, la cual culminó con ella haciendo una fogata pequeña cerca del río, dejar avivar las llamas mientras limpiaba el pescado y lo empalaba con otro palillo. Comió sin prisas, y sin dejar de culparse por su propia situación, pero la noche llegó muy rápido.
Tuvo que escalar un árbol para tomarse un tiempo y descansar. No creía muy seguro dormir en la tierra. Cabe mencionar que el vestido fue muy molesto.
Trató de dormir.
Nunca se esperó que, de pronto, abriría los ojos en medio de la noche. Oyó algo en el río, algo más que la simple corriente. Su estado de alerta le dijo que era imposible que estuviese sola. Tuvo que ver, qué se supone que estaba acompañándola; podría ser un depredador o una persona peligrosa.
Respirando con pesadez, se dijo que tenía que ser valiente.
Por primera vez desde que volvió a Rodorio, tenía que no ser tan miedosa.
El árbol sobre el que ella se encontraba recargada estaba dándole la espalda al río, por lo que Nausica tuvo que ponerse de pie (oyendo su propio corazón palpitar apresurado) y maniobrar lo más silenciosa que pudo; trató de rodear el tronco para mirar; pudo haberse quedado donde estaba y esperar hasta que el causante del ruido se fuese; pero supo que, si no veía lo que lo provocaba aquel ruido, iba a alterarse muchísimo más de lo que ya estaba. Temblando, yendo con el máximo cuidado, apoyó una de sus manos sobre una rama cercana, inclinándose; temerosa, esperando ser lo suficientemente sigilosa para no captar la atención del extraño ser en el río.
Agitada por el esfuerzo, Nausica logró asomar un poco su cara hacia el río. Entonces alcanzó ver una figura.
Sí, era un ser humano…
¿Un hombre?
Gracias a la oscuridad de la noche, bastante tarde supo que estaba espiando a un hombre lavando su cabello. Y no sólo era eso.
«¡Ay no!» pensó avergonzadísima.
No sabía quién era él, no alcanzaba a ver su rostro, pero estaba desnudo adentro del agua. O al menos eso pensó Nausica ya que se veía sin problemas su torso perfectamente marcado con un par de musculosos brazos, imposibles de ignorar.
Paralizada, por no saber qué hacer, Nausica apretó sus labios y desvió su mirada.
Ella no era una pervertida, pero carajo. A veces no podía evitar regresar sus ojos hacia él y mirar un poco más, luego la volvía a apartar; sabía que su cara se había puesto muy caliente.
Ella había visto a hombres desnudos del torso antes, sin playeras; en la taberna ocurría mucho, pero ninguno se asemejaba a este. La mayoría de los que ella recordaba eran gordos o muy flacos; nada que ver con lo que estaba mirando en estos momentos. Lo peor es que ella lo hacía sin que él lo aprobase, o siquiera lo supiese. ¡Estaba espiándolo! ¡Esto estaba mal!
Tembló un poco; sobre todo porque su pobre mano estaba soportando todo su peso.
Entonces, la verdadera mala suerte vino a su cara en un segundo. Sí, en un segundo.
La tierra tembló; ella logró contener el grito de sorpresa, pero no pudo mantener su cuerpo sobre las ramas.
La mano que la soportaba resbaló de la rama y ella cayó hacia el suelo frío con el fugaz pensamiento de que se iba a morir por la forma más ridícula imaginable: estar espiando a un hombre.
La sorpresa actual era que no estaba muerta; no sentía dolor por su caída y estaba viva.
«¿No debería tener el cuello roto?» pensó moviendo un poco esa extremidad, sin sentir ningún problema ahí. «¿O la nariz?» respiró hondo; no hubo molestia alguna.
Juraría que cayó de cara contra el piso.
Alzó sus brazos y miró el trozo desgastado de tela azul que las tenía juntas. Intentó separar sus piernas, pero confirmó otra vez que estas también estaban amarradas. Contrajo sus rodillas. Suspiró resignada; con mucho miedo, eso sí. Desvió su mirada hacia la puerta, y ahí esperó. Esperó y esperó hasta que casi volvió a quedarse dormida; además de que tenía hambre otra vez.
Sus dedos se contrajeron y su rostro hizo un gesto preocupado. La puerta se abrió y lo primero que vio fue una cabellera blanca abundante.
«Grandioso» maldijo en su cabeza.
El hombre del río.
Él vestía uno de esos trajes de entrenamiento del Santuario. Playera gris, pantalón negro y… andaba descalzo. Eso no era tan extraño, pero los que usualmente vestían así, no dejaban de usar sus zapatos de cuero… a menos que este sitio fuese su casa…
¿Dónde diablos estaba?
¿Y por qué tenía atadas sus manos y piernas?
¡¿Qué iba a hacer él con ella?!
—Ya estás despierta —dijo él viéndola, observándolo de vuelta.
Se acercó hacia la cama donde ella estaba acostada, su estatura era obviamente muy alta, y eso, sea como sea, intimidaba muchísimo. Queriendo hacerse hacia atrás hasta que el colchón se la tragase, Nausica no supo qué decir; no quería pasarla peor de lo que podría hacerlo si sólo mantenía la boca cerrada.
—¿Quién eres? —preguntó él; su voz, era demandante y seria.
—Na… —en cambio, la voz de Nausica sonó como el chillido de un ratón.
La pobre y torpe curandera inhaló profundo, tratando de volver a encontrar su voz.
—¿Na?
—Nausica —musitó pegando sus manos atadas a su pecho—, me llamo Nausica.
Él entonces llegó hasta su posición, mirándola desde arriba.
—Bien, Nausica. ¿Quién eres? —sus afilados e intensos ojos verdes como el jade, parecieron querer pulverizar su alma—. ¿Una espía de Hades?
El hombre pegó con fuerza, sus manos, sobre el colchón, a un lado de Nausica; sin llegar a tocarla. Aun así, ella sintió que el alma estuvo a punto de salírsele por la boca.
—¡No! —gritó alterada, negando efusivamente con su cabeza—, soy curandera, e-es sólo que… salí y me alejé… y… y… ya no encontré el camino de vuelta.
—Ah, ¿en serio? —preguntó él alzando una ceja. Volviendo a incorporarse hacia arriba.
No dejaba de mirarla.
¡¿No estaba creyéndole?!
¡Pero claro! ¡¿Por qué habría él de creerle?!
—¡Es la verdad! —exclamó, casi viendo toda su historia pasar frente a sus ojos como si estuviese a punto de morir—. ¡Lo juro por mi vida!
—Bien —musitó, no convencido de su palabra—, veamos si es cierto.
Nausica sintió cómo su cuerpo comenzaba a temblar otra vez al verlo dirigir su atención a sus pies atados. En pánico, Nausica no dijo nada; se quedó de piedra al pensar que de pronto sus pies iban a ser amputados, como una amenaza, o tal vez, para hacerla "admitir" ser algo que no era.
Él… dirigió sus manos a sus pies… y desató la cuerda que los amarraba.
Sin brusquedad.
Una vez que terminó, volvió a mirarla a su cara.
—Levántate.
No queriendo averiguar lo que le pasaría si se atrevía a desobedecer o parecer una amenaza, pues Nausica temía estar enfrente de alguien extremadamente peligroso, se incorporó como pudo de la cama, pensando en cómo empezar a pedir clemencia por su vida. O por lo menos, para que su muerte fuese rápida y sin dolor.
Con el corazón latiéndole deprisa, Nausica salió de la cama como se le ordenó, poniéndose de pie, comprobando que el hombre en efecto, era bastante alto. Y muy musculoso.
No le costaría nada aplastarla con un pisotón o arrancarle la cabeza de un puñetazo.
—Por favor, no me haga daño —suplicó en voz baja—, por favor.
—¿No crees que si hubiese querido dañarte ya lo hubiese hecho? —respondió él empujándola con suavidad poniendo una mano sobre su hombro derecho, haciéndola avanzar—. Mi nombre es Avenir, y soy un santo de Athena.
Dejándose guiar, soltando aire con más calma, Nausica no pudo evitar mirar su alrededor al salir de aquel cuarto. Un pasillo hecho por completo de piedra, con algunas antorchas encendidas de lado a lado.
—Te hiciste mucho daño al caer del árbol, ¿sabías? —le dijo Avenir, de pronto.
Enrojeciendo de pies a cabeza, Nausica estuvo a punto de arrodillarse y pedir perdón mientras decía que no había sido su intención haberlo… importunado, en un momento tan íntimo. Bueno, ni tanto si él había decidido ir a un estúpido río a asearse. ¡Fue un accidente! ¡No fue su intención! ¡Ella no era una pervertida!
—E-e-es que, ya no pude volver al edificio… cuando salí… lo perdí de vista y… me quedé dormida en…
De cierto modo fue un alivio cuando él quitó su mano de su hombro; la verdad, no le hacía nada bien sentir encima de su frágil persona, una mano que sería capaz de aplastar una roca.
—Espera un minuto —él la interrumpió—. Ese edificio cuenta con un campo protector que impide verle desde su exterior. Creí que todas las curanderas sabían eso —masculló serio.
Nausica detuvo su andar y se quedó quieta en su sitio. Él no la empujó ni hizo nada salvo verla.
—¡Y… y-yo lo sabía! Pero lo olvidé… yo… estaba muy alterada… me gritaban, había demasiada sangre, muchas personas lastimadas —tartamudeaba bastante mientras explicaba ya que su memoria estaba reviviendo dichos acontecimientos—, ¡muchos niños! Y… y… no paraban de gritarme —repitió, muy ansiosa por creer que sería tomada como una mentirosa—, y, y, y no pude más, me… me… me… —chasqueó los dedos, temblando—, ¿cómo decirlo? ¿Me…?
—¿Te quebraste?
—¡Eso! —gritó más alto de lo que debió—. Me quebré, ¡además de que una de las superioras me largó, me dijo que no servía para nada y no me quería ver! —resopló casi humillada y sintiéndose terrible—. Se me hizo fácil tomarle la palabra y salí… caminé hasta que me perdí en el bosque y no supe cómo regresar.
Nausica tomó aire varias veces, rogando porque él le creyese.
Por favor. Qué le creyese. ¡Estaba diciendo la verdad!
—Se ve que no soportas la presión —masculló a sus espaldas, claramente criticando—. ¿Por qué estabas ahí entonces?
Esa pregunta estuvo rondando por su cabeza por muchas horas. Y la patética respuesta siempre era la misma.
Quiso llorar otra vez.
—¡Lo siento! Sólo quería ayudar —se alteró más, y por supuesto, estaba indignada consigo misma por ser un fracaso—. No soy doctora, soy una idiota, que antes fue camarera en una taberna, ¡dígame qué voy a saber yo de ver intestinos afuera y miembros cortados! ¡Hacía lo que podía!
Intentó tragarse el nudo que se había hecho en su garganta. Tenía que aguantar. Tenía que impedirse llorar otra vez.
—Ayuda qué, deduzco, no era mucha.
Se esforzó por no derrumbarse, Nausica se sintió mal al oír eso; pero no podía evitar darle la razón al susodicho santo de Athena.
Bajó la cabeza. Sus labios, fuertemente apretados, comenzaron a temblar, claro indicio de que no tardaría en volver a derramar lágrimas.
—No lo fue —masculló dolida.
Apretando fuerte sus puños contra su pecho, retuvo lo mejor que pudo las lágrimas, estas se asomaron en sus ojos, ¡no era momento para compadecerse a sí misma! Tenía que reponerse. Sí, había fracasado como curandera, ¡no servía para eso! Era un desastre andante en el interior de ese edificio, y lo peor es que había huido, dejado a Margot ahí sola.
Quizás, sí merecía estar amarrada de este modo. Y quizás encarcelada también ahora que abiertamente había admitido haber salido de su campo asignado, arriesgando la seguridad de todos al haberse podido encontrar con un espectro y no un santo. Un enemigo que no hubiese desperdiciado mucho tiempo en sacarle información.
—Cometí una falta grave al irme así… lamento eso. Y estoy lista para recibir mi castigo —dijo por lo bajo, temerosa, pero esperando que al menos la noticia de su próximo martirio fuese a parar a los oídos de Margot y confirmarle que había cometido un gran error al haberla acompañado hasta acá. «Perdóname, Margot. Perdóname, por favor».
Se asustó cuando sintió una mano sobre su cabeza, pero no vino ningún dolor con eso, es más, el santo acarició su coronilla y luego la soltó.
—Cálmese, señorita, cálmese —le dijo casi riendo.
¿Riendo?
—¿Sabe? —continuó él—. Dudo que en el edificio la vuelvan a aceptar, más que nada porque eso iría contra sus reglas; pero eso no significa que no pueda hacer algo útil, además, el Santuario no puede darse el lujo de estar encerrando gente ahora.
—¿Disculpe? —masculló llorosa; temiendo mirar hacia atrás y darse cuenta de que él sólo estaba jugando con ella y sí la mataría. Pero él no hizo nada de eso.
—Acompáñeme —le pidió, tomando la delantera en su andar.
Dudosa, pero un poco más tranquila al irse haciendo a la idea de que hoy no iba a morir ni a sufrir de alguna tortura física, Nausica se limpió las lágrimas como mejor pudo con las manos y siguió al hombre de abundante cabellera blanca hacia el final del pasillo. Afuera de este, se encontraba un espacio enorme. Muchos pilares que sostenían el techo. Si miraba hacia la izquierda podía ver una gran entrada que mostraba el cielo azul. Y si veía por la derecha, se encontraba con una salida más o menos parecida, pero más lejana.
—¿A dónde me llevara? —quiso Nausica saber.
—Ya me dejó en claro que ser curandera no es lo suyo —dijo él sin dejar de andar hacia la salida más cercada del enorme sitio—, ¿tiene algún talento que sí sea de utilidad? ¿Puede recolectar plantas medicinales? ¿Preparar alimentos? ¿Limpiar? ¿Vigilar? ¿Algo?
—Eh… eh…
—¿Y puede hacerme el favor de dejar de tartamudear? —agregó, sonando fastidiado—. Comienza a irritarme.
Sí, estaba fastidiado… bueno, irritado.
—¡Perdone! Estoy muy nerviosa y…
—¿Por qué? Ya le dije que no la encerraría en ninguna parte.
—Discúlpeme si no termino de creérmelo ya que mis manos están…
El santo se giró sobre sus pies descalzos y miró a Nausica y sus manos.
—¡Cierto! ¡Se me olvidó desatarle las manos! —dijo con sorpresa, apresurándose a desanudar el amarre—. Disculpe, yo tampoco estoy muy atento por estos días.
Ya con un poco más de luz, Nausica miró bien el rostro de hombre. No parecía mucho mayor que ella; ojos eran verdes, tenía una exótica piel canela que hasta la fecha no había visto en nadie más; poseía una nariz respingada y unos labios gruesos. Su semblante se veía tranquilo, además de que olía muy bien.
Nausica no supo describirlo; sólo podía decir que estaba siendo… delicado con ella. Después de desatarla, el santo llamado Avenir lanzó la tela y tomó las muñecas de ella para verlas bien.
—Mmm, creo que la amarré muy fuerte. Disculpe.
—No se preocupe —susurró ella en respuesta, dejando que él inspeccionase las marcas rosas que la cuerda le había dejado.
Ella había estado tan absorta en verlo, en sus grandes manos ásperas sujetando sus muñecas con una delicadeza inusual en los hombres que ella había conocido en pesado, y en tratar de pensar si lo habría visto antes, que ni uno ni otro se percató cuando dejaron de estar solos.
Un carraspeo de garganta, los distrajo.
Cuando Nausica miró, quien les llamaba, casi se desmaya.
Una armadura dorada.
Ay no…
¡Ay no!
—Aeras —susurró Avenir luego de ver al santo dorado de sagitario, vistiendo su armadura, dirigiéndose a ellos.
—¿Qué diablos haces aquí solo con una curandera, Avenir? —preguntó en obvio desacuerdo, acercándose a ellos.
Nausica rogó porque Avenir no la soltase. Al santo de sagitario, ella sí lo ubicaba, más porque ya lo había visto de lejos antes, y no planeaba que eso fuese a cambiar, menos ahora.
El santo de sagitario nunca le ha hecho nada malo a Nausica; de hecho, ellos nunca han cruzado palabra ni mirada; Nausica sólo se sentía intimidada hacia él gratuitamente. Aunque ahora ya tenía motivos para sentirse así,
—Está prohibido que ellas salgan del edificio —siguió diciendo, serio.
«¡Por favor no me suelte! ¡No me suelte!» pedía Nausica a Avenir, en su mente; con el corazón palpitando apresurado, a medida que veía al santo dorado aproximarse a ellos.
Pero, a diferencia de ella, Avenir no parecía alterado, ni siquiera interesado en saber si su compañero estaba molesto. Pero sí la soltó para darle la espalda, manteniéndola atrás de ella.
«¡No! Ahora sí me voy a morir» se lamentó Nausica en su mente, queriendo correr lejos.
Avenir alzó los hombros hacia su… ¿superior?
—Ya lo sé —dijo el hombre de cabello blanco, encarando a Aeras. Parecía apacible. Completamente opuesto a Nausica, que estaba temblando.
—¿Entonces?
—Necesitaba atención médica especial —chasqueó la lengua—, y preferí tomar a una de sus curanderas menos preferidas. Es más, creo que hasta me agradecerán por quitársela de encima —se rio; por si sus crudas palabras fuesen poco, pareció haberlas soltado sin malicia.
Haya sido intencional o no, Nausica sintió como si algo muy pesado le hubiese caído desde el cielo, aterrizando sobre su cabeza con un golpe, y haciéndola súper pequeña. Cuando el señor Aeras la miró, levantando una ceja, ella quiso enterrar su cara en el piso.
¿Debería arrodillarse?
Qué… vergüenza.
—¿Atención médica especial? —él preguntó, mordaz, hacia Avenir—. ¿Qué diablos quieres decir con eso? ¿Cómo que especial?
—No es nada inmoral, te lo juro —respondió Avenir en su mismo tono de calma—. Sabes que aún me duelen los músculos por mis batallas anteriores; no podré luchar al cien si no recibo algo de tratamiento. Además, una vez que desocupe a esta curandera, se la mandaré a Sage para que lo ayude con Venus. Al menos a limpiar.
«¿"Al menos a limpiar"? Eso en cualquier contexto suena muy ofensivo» pensó Nausica sin saber cómo recuperar algo de su autoestima, la cual, oficialmente, estaba por los suelos.
¿Pero qué podía hacer? Gritarle a un santo, en presencia de otro, no iba a solucionar nada; al menos debería considerarse afortunada por no estar a punto de ser decapitada gracias a sus tonterías.
—¿Sage? Sabes que no querrá que nadie se acerque a nada que lleve la sangre de Venus —dijo Aeras, cruzando sus brazos—. Incluso para nosotros es peligroso.
—Sí, cómo no —resopló—. Pero no me refería a lavar paños ni sábanas, sino a mantener el cuarto donde está Venus, limpio. Puede barrer, ¿o no? —miró a Nausica. Ella, queriendo dejar de sentir todo lo que salía de la boca de ese santo como un ataque hacia su persona, asintió con la cabeza—. ¿Lo ves? Nada ni nadie se desaprovecha aquí.
—Mmm, ¿y los encargados de ese edificio saben que una de sus curanderas está aquí? —siguió preguntando Aeras, como si algo no le hiciese sentido—. Recién vengo de ahí y no quisiera que hubiese problemas tan pronto.
Nausica dio un paso atrás con sorpresa. Por supuesto, eso captó la atención de ambos hombres, pero estaban muy concentrados en hablarse mutuamente como para que eso los interrumpiese.
—No le di tiempo de reportar su ausencia —respondió Avenir—, pero yo lo haré pronto. No te preocupes demasiado. ¿Y? ¿Cómo van tus tareas? ¿Algún avistamiento de los espectros?
—Algunos espectros de bajo rango andan por los alrededores… pero esos no me preocupan en lo más mínimo. ¿Has visto a Jephunne?
—¿Quién?
—Leo.
—Ah, no —respondió Avenir con simpleza—. La verdad, preferiría estar lo más alejado posible de ese sujeto; me da mala espina.
—Y tienes razón.
—¿En serio?
—Sí. Tengo que reportar lo que hizo la noche de ayer.
—¿Y qué fue?
Aeras dudó en decirlo, parecía muy incómodo.
—Lo encontré torturando a un espectro —dijo sombrío—; no lo hizo porque quisiera información ni nada más, salvo mantenerlo vivo mientras lo hacía sufrir.
Nausica sintió su propia sangre congelarse. Contrario a ella, Avenir no mostró alguna expresión de espanto o preocupación.
—Bueno, mientras ese comportamiento se limite a los espectros…
—¿Hablas en serio, Avenir?
—Entiendo que sea preocupante; suena a que es un maldito psicópata…
—¿Psicópata? —preguntó Aeras confundido.
A Nausica esa palabra tampoco le sonaba de nada. Avenir entonces sí mostró algo de preocupación, incluso se tensó, pero quizás eso no se debía precisamente al santo de leo.
—Olvídalo. El punto es que Jephunne no tiene un solo gramo de misericordia en su ser, pero mientras eso se limite a los espectros, no creo que debamos alarmarnos demasiado… sólo, mantenerlo vigilado —inhaló profundo, pensativo—. Después de todo, sabrán los dioses qué tipo de trastornos tenga ese hombre desde su infancia.
—¿Trastornos? ¿Qué es eso?
De nuevo, otra palabra que ni ella ni el santo Aeras conocían. Avenir soltó un resoplido.
—Vengo de otro lugar, dame tiempo de adaptar mi lenguaje, ¿quieres? —se alteró un poco.
Muy raro…
—Sí, tienes razón —masculló Aeras—. Por cierto, debemos saber cuál es exactamente el nivel de poder de los santos de bronce y plata; me preocupa que sean más débiles de lo que estimábamos.
—¿Necesitas que lo haga yo?
Aeras pareció haber sufrido un dolor en su cabeza por la mueca que hizo antes de hablar.
—Considerando que no te veo haciendo algo importante salvo secuestrar mujeres…
—Oye.
—Quisiera que nos colaboraras con eso lo más pronto que puedas —pidió—, yo… me centraré en Jephunne y en nuevos avistamientos de espectros. Además, quisiera saber qué pasó con los cuerpos de Aléxandros y Artorius. No estamos para hacer funerales, pero al menos desearía saber qué va a pasar con eso.
Nausica sólo podía ver la espalda de Avenir, pero presentía que él se había visto afectado por lo último dicho. Qué ella sepa, los santos Aléxandros y Artorius también habían ostentado los puestos de santos dorados; escorpio y capricornio respectivamente.
¿Habían muerto?
Incapaz de interrumpir, ella miró con cierta tristeza cómo ambos santos se quedaban callados por un rato.
Entonces, ¿no eran indiferentes entre ellos?
Pensó con brevedad en el santo de aries, Gateguard; cuando le dijo aquello de que se necesitaba de mucha fuerza para sobrevivir un infierno como este. Era tan obvio para ella ahora que también hablaba sobre la pérdida de los seres amados, los estimados, los que iban a ser extrañados; y la triste realidad sobre no tener tiempo para darles un funeral digno. La guerra recién estaba comenzando y ya se estaba cobrando muchísimas vidas.
—Si sabes algo de eso, avísame, ¿quieres? —pidió Avenir a Aeras, quien asintió con su cabeza y los dejó solos para seguir su camino hacia el Santuario.
¡Un momento!
¿Ella estaba en el Santuario? ¡¿En alguna de las casas del zodiaco?!
Antes de que ella pudiese rejuntar el valor de preguntar al respecto, Avenir se giró hacia ella y trató de sonreírle; ahora sí se veía algo incómodo.
—Bueno, creo que voy a tener que encargarte algo, ¿estás lista?
—¿Cómo dice?
—Ya oíste a Aeras; tengo mucho trabajo que hacer, y también tú.
—¿Qu-qué quiere que yo haga?
Si él mismo acababa de evidenciar lo obvio: ella era inútil en esta guerra.
¿Cómo pudo pensar que podría hacer algo de valor aquí?
—Necesito que me acompañes a la ubicación de los últimos sitios donde se hayan visto espectros merodeando —dijo confiadísimo en que nada podría "salir mal".
Pero a Nausica casi se le cayó el alma al suelo. ¡¿Y si se encontraban con espectros?!
—¿Y qué pasa si hay… ya sabe? ¡Yo no puedo pelear! ¡Moriré! — exclamó alterada.
—Tranquila; sólo iremos en busca de sobrevivientes o heridos. Y si hay espectros por ahí, los elimino y ya.
Nausica ladeó la cabeza. Qué fácil lo hacía ver.
—Espere… eso quiere decir que… ¿yo regresaré al edificio?
Avenir se rio bastante. Nausica se quedó paralizada, viéndolo.
No supo qué significaba eso, pero al menos no sonaba a algo que debiese preocuparle.
Por un segundo, quiso reírse con él ya que sus carcajadas eran contagiosas, pero lo soportó. No supo si hacer eso sería lo adecuado dada su situación.
—Claro que no —dijo tajante al parar rápido su risa—, dudo que quieran recibirte de nuevo. Menos si saben que te fuiste por tu voluntad. Hagamos esto, vayamos a hacer lo que te dije, pasemos por el edificio durante la tarde y luego te despides de él. Ya veré qué hacer contigo para que seas útil —masculló lo último, como si lo estuviese pensando.
—Creí… que había dicho necesitar asistencia médica especial… pero no lo veo herido.
No. Ni una sola gota de sangre o siquiera un rasguño.
—Eso es porque los daños que tengo son internos —dijo sonriendo, cerrando sus bonitos ojos; se vio simpático—. Incluso para mí son complicados de atender.
—¿Sabe de medicina? —quiso saber ella, sintiendo bastante curiosidad.
—No como para ser un doctor, pero tuve que aprender muchas cosas —comentó; pero su mirada de pronto se volvió algo brillante, como si hubiese descubierto algo—. A propósito… ¿sabes hacer masajes?
—Eh… no de profesión, recuerde que le dije que fui camarera.
—Mmm, entiendo —sonó decepcionado.
A Nausica se le estrujó el corazón.
¿De nuevo iba a ser una inútil?
—¡Pero…! Yo solía masajear los pies de mis abuelos… son ancianos y… suelen dolerle las plantas de sus pies por las noches. No sé… si eso le sirva.
Verlo sonreírle de nuevo la calmó.
—Sí, eso me sirve. Me ayudarás con eso también.
—¿Con sus pies? —Nausica ladeó la cabeza.
—No, esos están bien… creo —se rio otra vez—; eres graciosa. Me refiero a mis brazos. En una de mis batallas pasadas mis músculos se desgarraron… el reposo y el agua caliente me ha hecho bien, pero algo extra no me caería mal… mmm, ahora que lo recuerdo no he conseguido ningún ungüento.
—En casa de mi madre hay varios… —informó, no del todo convencida de que esto fuese a salir bien, pero lo intentaría. Ya había fracasado como curandera, quizás esta fuese su última oportunidad de ayudar—. Debido a que mi madre y mis abuelos sólo debían llevar lo esencial, no pudieron tomar todos los que tenían. Si usted me lleva ahí, podría tomarlos y usarlos para intentar sanar sus músculos.
—¡Buena idea! —chasqueó los dedos con una sonrisa—. ¡Vamos ya!
Ante la total y estupefacta mirada de Nausica, el santo Avenir fue cubierto por una luz amarilla brillante que la hizo cubrirse la cara con uno de sus brazos, y para cuando los abrió otra vez, con esfuerzos, ella no pudo creer que estuviese viendo a otro hombre usar la armadura de Aries.
La misma armadura que alguna vez perteneció a Gateguard, que ahora se encontraba en el mundo de los oniros.
¿Pero qué significaba esto?
¿Quién era este hombre?
—¿Aries? —susurró impactada—. Esa es… ¿la armadura de aries?
—Sí. La usaré temporalmente —dijo serio, sonando importante; y es que lo era—, digamos que le cuido el puesto a un amigo.
—Gateguard.
—¿Lo conociste? —dijo interesado. Nausica desvió su mirada.
—A-algo así.
La verdad, no estuvo segura de querer decir lo poco que sabía con respecto al santo Gateguard y Luciana, así que sólo se quedó ahí.
—¡Qué bien! Ya tenemos un tema de conversación.
—¿Eh?
—Andando, el día apenas empieza, pero hay mucho por hacer —vivaz, el santo volvió a poner una de sus manos sobre el hombro de Nausica, impulsándola a caminar con él—. Por cierto, ¿tienes hambre? Yo sí, ¿qué te apetece? A mí se me antojan unas brochetas de camarones.
—¿Unas…brochetas? —susurró ella sin saber qué era eso.
—Eh, sí, así las llamaban por dónde vengo —se rio algo apenado—, ¿sabes lo que son? Son camarones empalados; asados que van con…
¿Alguien le creería a Nausica que aquel misterioso hombre que ahora vestía la armadura de Gateguard, por alguna razón, había pasado gran parte del camino, hablando únicamente de comida?
Eso por supuesto, aumentó el apetito de Nausica.
Y, por supuesto, su esperanza de no estar a punto de ser asesinada por "desertar" del edificio de heridos y enfermos.
…— …
Hago una pequeña queja sobre la app de esta página, que no me deja ver el capítulo dos de este fanfic. No sé que pasa y eso me enoja un poco.
¡Volviendo al fanfic!
Espero me disculpen por las actualizaciones tan lentas. Estuve en un reto personal auto-impuesto, además de hacer muchas otras cosillas, que no pude darle toda mi atención a los spin-offs que ando haciendo aquí xD ¡y es que ando haciendo los dos al mismo tiempo! Aunque ahora estoy publicando únicamente este, estoy a todo lo que doy con el otro. El cual, empezaría a publicar ya, pero sería demasiada presión. Mejor lo subo, una vez que termine este.
Por otro lado... ¿nunca he hablado de los ojos de Avenir? :o
Dudé mucho sobre, qué color de ojos había narrado en Cerveza Rosada, que Avenir tenía. Me daba la impresión de que eran azules, pero estuve revisando, ¡y nunca lo dije! O se me pasó el detalle, no entiendo qué ocurrió ahí. Pero mientras revisaba este capítulo, decidí ponerle ojos verdes, ¡nadie iba a detenerme! Revisé en Google Imágenes sobre Avenir, y noté qué muchos lo coloreaban con ojos verdes y piel canela (me gusta cómo suena y así que queda, me vale XD) creo que combinan muy bien con su color de cabello y armadura. Es guapo el tipo, hay que decirlo.
Pobre Nausica, casi le dan cinco ataques al corazón en lo que iba de este capítulo. Creo que su personalidad contrarresta mucho con el de Luciana; ya que mientras nuestra Lucy era un poco más fría y calculadora a la hora de enfrentar situación de mucho estrés, Nausica cede muy rápido ante ella y puede llegar a ser más pesimista, hasta fatalista; ¡casi se imaginó en la tumba! Jajajaja. Aunque no negaré que me divierte escribirla. Creo que a Avenir también le agrada xD
Por favor, díganme qué les va pareciendo este fanfic hasta ahora. Sus comentarios me dan muchos ánimos.
Nos veremos en el siguiente capítulo.
Saludos y gracias por leer.
Gracias por sus reviews a:
Nyan-mx: ¡Holaaaaa! ¡Muchísimas gracias por todos tus comentarios! ¡Te mando muchos abrazos! ¡Mil gracias!
Bueno, no sé cómo decirlo, ¡pero adivinaste lo que pasaría! Sobre cómo Nausica llegó al árbol y que llegó a espiar a Avenir por accidente, aunque no es como si se haya resistido tampoco XD.
Mi salud no es la mejor, pero no ha empeorado; al menos, no me ha incapacitado ni me ha impedido escribir, lo cual, agradezco mucho también. Gracias por tus buenos deseos.
La idea de que Avenir extrañe su mundo (en especial el harem jaja) no sé exactamente cómo nació, pero fueron de esas cosas que hasta se me hacen lógicas y me parecen estupendas que se queden así. Jajaja, no sabes cuánto me he reído hasta ahorita con todo lo que llevo escribiendo de él xD muero por publicar todo, pero necesito revisarlo bien primero, y aún así no me salvo de cometer errores que me hagan editarlo todo de nuevo jajaja.
Me alegra escribir sobre esta ship; en sí, Avenir y Nausica son muy distintos a Luciana y Gateguard. Para empezar, Avenir, al conocer a Nausica, es mucho más educado y cálido de lo que fue Gateguard con Luciana; bien, no lo fue al principio en su interrogatorio, pero ya después XD míralo, hablando de comida el niño xDDD todo tierno, todo pachón, personalmente, adoro a los hombres que hablan de comida, porque yo no cocino ni unos huevos revueltos xD
De nuevo, muchísimas gracias por tus hermosísimos comentarios y tu apoyo; me ayudan mucho a seguir acá.
¡Saludos y abrazos!
Guest: Holisss. Yo también lamento mucho que Nausica no la ande pasando nada bien :( y al final, ¿quién estaría bien en su situación? Bueno, al menos pudo darse un "gustito" nocturno antes de dormir involuntariamente XD. ¡Gracias por comentar!
Reviews?
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