El poder del ahora
Regina se sentía tan bien que hasta el más antipático de sus trabajadores notaría la diferencia. No es que esa situación no hubiera provocado rumores por la tienda, pero ahora ver a la señora Mills caminando diariamente por los pasillos ha atraído mucha curiosidad. Bendito aquel accidente. Era ella, todos lo sabían, pero era otra mujer detrás de las órdenes que ahora daba sin pavonearse o en reuniones exhaustivas donde todos recibían, no apropiadas para oídos sensibles. Su estado de ánimo era tan bueno hasta el punto de no gritarle a nadie. ¿Para qué? Gritar nunca resolvió los problemas. Regina caminaba por medio de ellos, por medio de quienes había mandado contratar y entrenar. Si antes había sido una preocupación, hoy era una forma que ella tenía de estar más a la escucha y ser más justa con quien trabajaba para ella.
En los últimos días estaba bajando más, o ni siquiera subía cuando Leopold la dejaba en el hall de la tienda. Comenzaba por los pasillos de los productos importados, conversaba con alguna muchacha que organizaba todo por allí y con los muchachos que se encargaban de las grúas montacargas. Entonces ella se encaminaba desde la sección infantil hasta la de los electrodomésticos aclarando dudas y diciendo lo que tenía que hacerse, sin exigir mucho con esa voz potente que tenía. Coge el ascensor, camina por el pasillo de administración hablando con quien aún estaba llegando a trabajar. Secretarias, administrativos, ayudantes, los tipos del Marketing. ¿Todos la están mirando? Se siente como Elizabeth Taylor saludando al público en el programa de Oprah de 1992. Elegante incluso sin estar arreglada. Dispuesta a que pusieran su paciencia a prueba.
Robin llega una hora más tarde, cuando ella ya estaba firmando un contrato. Tamara reúne las hojas que ella le da y se las lleva cuando choca con él en la puerta. Los dos se asustan, pero sonríen por eso, como si supieran los secretos uno del otro. No se saludan, lo que hace que Regina deduzca que están más juntos que uña y carne como para fingir que no se habían divertido la noche pasada.
‒ Buenos días, Robin. Hoy estás atrasado‒ Regina comenta sin más pretensiones
‒ Buenos días. No me di cuenta de la hora, anoche me acosté tarde. Hoy me quedo una hora más para compensar‒ deja la carpeta sobre la mesa, al lado de ella ‒ Tenemos que marcar el balance para la próxima semana. ¿Te puedes creer que he soñado con eso?
‒ Me lo creo. Esta vez voy a tener una seria conversación con los contables. Hay el doble de pedidos que no incluimos en el último balance, es una alteración grande en los resultados comparando con el año pasado‒ dice ella, mirándolo
Robin escucha lo que dice y se sienta frente a ella.
‒ ¿Estás recordando?
‒ No, no. Solo he estudiado los balances de los otros años. Tengo que ponerme al día, entiendes, ¿no?
‒ Claro. ¿Y te has encontrado bien?
‒ ¡Óptima! ‒ Regina le sonríe ‒ Algunas cosas aún duelen, pero es normal, el proceso de recuperación es largo. Ya acepto mucho de lo que sucedió, precisamente porque pasó‒ mira el reloj de muñeca
‒ ¿Tienes algún compromiso para hoy? Pareces preocupada con la hora‒ observa él
‒ Sí. Tengo que ir al ACH. Hoy tengo cita con el terapeuta
Sidney y Regina llevan conversando un buen rato en la sala prestada por el Dr. Whale. Como el terapeuta no tiene una regularidad en el hospital, su amigo psiquiatra tuvo la gentileza de ofrecerle un espacio para que él tratara a los pacientes. Es el lugar perfecto para atender, según el propio Sr. Glass, pues hay de todo: desde agua con gas en el frigobar hasta caramelos sabor Coca-Cola. Y como le encanta lo dulce, aprovechaba los intervalos entre paciente y paciente para disfrutar de las golosinas que promete reponer cada vez que viene al hospital. A pesar de aligerar la conversación con Regina con aquel hecho gracioso y ofrecerle mitad de los caramelos que había en un bote escondido del Dr. Whale, el terapeuta está atento a ella y a aquel rostro más sonrojado que la semana anterior. Regina está bien. Esquiva aún los asuntos penosos, pero aún así se las apaña bien con ellos. Es inevitable no prestar atención a su buen humor. El tema de los trabajadores, de cómo el equipo de su tienda está respondiendo bien se convierte en el foco. Es la primera cuestión que resolver, pero Sidney sabe que debe incentivar a Regina a investigar su yo del pasado o lo que la llevó a cambiar drásticamente. El accidente de coche. Tenía que ver con el alcohol que consumía, las peleas con Daniel y no se iría de ahí sin que hablaran un poco de eso.
‒ Estoy realmente feliz de ver una mejoría como la suya, Regina. Ha pasado por un trauma muy grande hace cuatro meses y demuestra estar mejor que muchos pacientes en situaciones semejantes‒ limpia las gafas antes de volver a hablar‒ Creo que su momento actual no es un mecanismo de defensa. Una opción. Una elección que ha hecho con naturalidad al darse cuenta de que no vale la pena sufrir por cosas que se hicieron con anterioridad. Recuerde cuando me dijo que bebía. No hay dudas de eso y me gustaría entender cómo se siente al hablar de eso hoy. ¿Aún sufre pensando en su marido y en la decepción que le causaba?
La cabeza de Regina se inclina en contradicción. No se asombra ante la pregunta, pero no quería hablar de eso. Pero era necesario. No va a poder mantener a un lado su miedo por más tiempo. Sabe exactamente cómo se siente cuando piensa en Daniel, aunque ya no tenga un peso tan grande en sus hombros cada vez que un recuerdo la asalta.
‒ Sufro, aunque entienda que desesperarme por mis elecciones no sea la solución al problema. Mis demonios quedaron adormecidos por el trauma del accidente, con la pérdida de mis hijos y de Dani. Un día, tal vez, entienda lo que sucedió aquella noche, aunque no será lo que vaya a desestructurarme. Me estoy reconstruyendo y ese proceso es gradual. Así fue como mi familia se enriqueció, primero compraron un depósito sabiendo aprovechar el dinero de una demanda laboral, después aumentaron el espacio, crearon una empresa y hoy Mills & Colter es lo que es. No fue de la noche a la mañana, así como no lo será mi continuación‒ ella sonríe de sí misma, se calla y piensa‒ Leí en un libro de autoayuda que encontré en mi despacho que debemos vivir el presente, porque todas las respuestas están en él. Siempre tenemos las respuestas a nuestras cuestiones, basta con que estemos completamente inmersos en el presente. Lo que soy ahora va a reflejarse en mi futuro, por eso debo ser la mejor posible ahora para mí y para quien amo.
‒ ¿Ese libro por casualidad se titula El poder del ahora, de Eckehart Tolle?
‒ Sí, es ese. Es gracioso que no recuerde haberlo leído antes y ni sé por qué lo compré, pues estaba empaquetado, aún no lo había sacado de la caja de regalo. Creo que alguien me lo regaló.
‒ Entonces podemos interpretar que haber encontrado el libro ha sido una respuesta que pidió al presente en aquel momento. Era lo que necesitaba leer y aprender. Muy bien, Regina. Quiero que observe más veces si está de acuerdo con sus actitudes en cuando a su vicio. A propósito, me dijo que estuvo en el cementerio más de una vez para visitar la tumba de sus hijos y marido. ¿Ha ido ya por casualidad al sitio del accidente?
‒ ¿Por qué tendría que ir? ‒ a Regina le extraña la pregunta
‒ Porque en algunos casos, la memoria hace un click en el sitio origen de los traumas. Si quiere recuperar los recuerdos de lo que sucedió aquella noche, si es de suma importancia para usted, le sugiero que vuelva al sitio exacto donde chocó el coche. De esa forma, quizás, vamos a tener noción de si aún está vulnerable o no, y en qué medida.
Ella cerró los ojos, sopesando la cuestión. Sidney conoce la expresión en el rostro, de tanto que ha visto reaccionar igual a sus pacientes. Era obvio que Regina aún no estaba lista para ir a la calle donde el coche chocó o quizás, solo es que no quería admitir que sí lo estaba. Como si estuviera esforzándose en reunir valor, parpadeó varias veces, se pellizcó los labios antes de decir que lo iba a intentar y sonríe interiormente, sintiendo un frío enorme en la barriga. Piensa en Emma. Necesita a alguien para que vaya con ella y la abrace en caso de conmocionarse mucho. Así que en aquel momento toma una decisión.
Aún hay claridad cuando pasan la señal de distancia entre Amber City y los municipios. Regina acordó con Emma que volverían antes de oscurecer, pues no sabía cómo iba a reaccionar ante lo planeado. Fueron conversando durante todo el camino, era una forma que tenía Emma para tranquilizar su ansiedad, a fin de cuentas, se estaban encaminando al punto donde la historia de Regina había recomenzado. Emma estaba con ella en todo momento, agarrando su mano cuando era necesario, cuando sentía que se estaba alejando de la conversación y pidiéndole su sonrisa cada cinco minutos. Metió la dirección en el GPS del móvil y viajó con Regina sin preguntarle cómo se estaba sintiendo. Ella estaba tan nerviosa como la Sra. Mills, más por una posible reacción que por estar yendo al lugar de la desgracia. Odiaba ver los ojos de Regina brillando por motivos equivocados y estaba feliz, un poco, de que su novia tuviera amnesia, porque de lo contrario ya estaría desahogándose en lágrimas.
Regina acariciaba la mano en su regazo cuando el GPS avisó que estaban a pocos metros del lugar. Emma aminoró la marcha del coche, y lo detuvo por completo a la orilla de la carretera, para ir después caminando hasta el punto exacto, alrededor de unos árboles. Quiso saber si Regina estaba segura de lo que iban a hacer. Se quitó el cinto y miró a la mujer.
‒ Bien, estamos en el sitio donde sucedió una cosa muy seria, Re… ¿Quieres bajar? ¿Estás segura de que lo vas a conseguir?
‒ No lo estaría si no estuvieras aquí conmigo. Vamos, Emma‒ Regina se quita el cinto y sale del vehículo con la ayuda del bastón.
Caminan despacio por el bordillo y una onda de frío invade el cuerpo de la Sra. Mills de repente. Es como si estuviera congelándose en una nevada, y su corazón luchaba bravíamente para soportar la sangre trabajando en sus venas. Sobrevuela una sensación de peligro inminente, un miedo de que una lluvia caiga sobre sus cabezas, como la noche en que aquel coche estalló y se llevó a sus hijos y marido. Regina se detiene, mira hacia el suelo, al asfalto, se encuentra con marcas de neumáticos que huían hacia fuera de la carretera, cerca de cincuenta metros frente a ellas. Emma lo ve y queda boquiabierta, sin saber cómo reaccionar. Es hora de que Regina avance sola por la carretera, teniendo cuidado para ir por el borde porque, sencillamente, no puede caminar por medio de la carretera. El árbol, o lo que quedaba aún de él, aún existía, el coche había pasado y arrastrado al pobre desdichado que se había convertido en un montón de troncos retorcidos, pareciéndose mucho ahora a un de aquellos grotescos árboles de las pelis de terror. Regina encontró el sitio donde el coche se había incendiado. Las líneas que dividían la carretera estaban manchadas obviamente por lo sucedido aquella fatídica noche. Ella estaba parada con el bastón, mirando hacia el suelo, esforzándose por volver a rememorar la escena en que Daniel pronunciaba su nombre.
Lo que había quedado del coma era un amasijo de hierros y olor a gasolina. Jamás olvidaría el olor de gasolina propagándose. Cuando cerró los ojos, su mundo dio la vuelta por completo, y escuchó a Daniel. Ella lo oyó. Abrió los ojos y todo a su alrededor era fuego y Daniel. Fuego y Daniel herido. Ensangrentado. Él extendió la mano hacia ella, pero no la alcanzó. Regina sintió un dolor de cabeza que le robaba los recuerdos y la obligaba a volver a la realidad. Se ve en medio de la carretera, no hay ningún coche y Emma está allí en una esquina con las manos en los bolsillos. Ella suspira y no puede volver a ver nada de lo que necesitaba de vuelta en su memoria. El recuerdo no estaba ahí, no existía, como si alguien hubiera borrado con una goma cualquier señal de que cuatro personas habían muerto aquella noche. Cuatro, pues ella ya no era la que decían que era. Y como no encontraba ningún recuerdo, como el terapeuta le había dicho que iría a hacer, ya no se siente parte de aquella historia. Los periódicos decían lo contrario, que ella había sufrido un accidente, que había perdido a su marido e hijos, que ahora era una viuda solitaria y muy rica, pero nada, ni aquel momento de pie sobre las marcas en el asfalto la volvían de esa manera.
Emma finalmente se acercó, la tocó por detrás, agarrando su mano. Se miraron y se abrazaron. No existía palabra que Regina pudiera expresar. Apoyó la cabeza en el hombro de Emma y allí quedó durante infinitos segundos. Sus ojos vagaban por la nada, por la oscuridad de no saber lo que había sucedido y Emma era quien tenía ganas de llorar por ella. Swan estaba allí con ella, acariciando sus cabellos y besándolos dulcemente, como si tuviera a la persona más importante del mundo a la que cuidar. Pero Regina era la persona más importante ese día y la sensación que tenía era que no debía dejar que llorara por nada.
‒ Vámonos. Todo está bien. No hay nada malo en no recordar lo que sucedió aquí‒ susurra la rubia
‒ Lo sé. Vamos a casa…‒ Regina se suelta del abrazo y mira a Emma, para después alejarse las dos de ahí.
El placer alcanza a Emma de lleno como si una ola gigante arrastrara su cuerpo hacia la arena. Regina sabe usar aquellos dedos como ninguna otra persona y en algunos segundos hará que Emma goce en su mano antes de poder sacarse las ropas de forma correcta. Se estaban adorando en el inmenso sofá de la sala de Regina, cerca de medianoche, lo que significaba que alguien se despertaría tarde o dejaría pasar algunas horas de la mañana siguiente. Emma tenía guardia a las siete de la noche del otro día y no estaba para nada preocupada. Las palomitas encima de la mesa y los vasos con zumo quedaron olvidados después de que la película de la tele hubiera perdido el sentido. Fue Emma quien comenzó a provocar a Regina y a su pijama lo suficientemente largo para meter la mano dentro de los pantalones con tranquilidad. Se besaron por tanto tiempo que Emma quiso también tocarse, pero Regina percibió la desesperación, e hizo el trabajo por ella. Era doloridamente delicioso, como si todos sus músculos quisieran saludar y decirle que estaban trabajando para ayudarla en aquella postura de medio lado. A pesar de que el sofá era enorme, Emma no quiso dejar de besar a Regina. Se enroscan, cambian los brazos y se arañan los pechos una a la otra mientras ambas estallan por dentro de los pijamas. Emma usa una camiseta que ya le queda demasiado apretada para sus pechos y Regina lo encuentra tan sexy que decide tirarla hacia abajo con la boca mientras mete la mano por dentro de los pantalones de Emma sin pretexto alguno. Regina roza sus labios en el pecho izquierdo de Emma tan despacio y al mismo tiempo tan osada que Swan suplica con ahogados gemidos. Casi dice: ¡Date prisa o voy a estallar de ansiedad! Es tan bueno, sin nada de vergüenza por parte de la señora Mills, que Emma tiene que sonreír para aliviar la tensión en su cuerpo. Finalmente se entrega. Deja que Regina chupe su pecho, la deja entrar y salir de su vagina y masajear insistentemente el clítoris hasta que ya es insoportable aguantar. Emma es frágil a los labios y dedos de Regina al mismo tiempo, cuando su piel se eriza, ya solo piensa en disfrutar el momento.
Regina nota cómo sus dedos se humedecen cada vez más dentro de los pantalones de Emma y los retira cuando ella deja de sentir los espasmos del orgasmo. El rostro de Emma, al sentir el placer, es una de las cosas más bonitas que haya visto en la vida. Es tan hermoso como el amanecer. Natural, simple, único. Emma hunde la cabeza en su pecho y descansa. Sonríe extasiada, tan satisfecha que no sabe cómo va a compensarlo después, porque para gozar de aquella manera tendría que hacerle sentir el doble a Regina, y aunque parezca tarea sencilla, tiene miedo de no tener fuerzas. Pero ríen al llegar a la misma conclusión, la de que se amaban mucho y que nada ni nadie estorbarían en sus vidas.
‒ Eres una hermosa mujer, Emma‒ dice Regina, acariciando su cuerpo ‒ Creo que estoy muy enamorada para pensar lo contrario. Desde siempre supe lo especial que eras
‒ Tampoco puedo decir lo contrario. Me siento feliz por primera vez en mucho tiempo. Soy feliz y quiero continuar sintiendo esto que siento por ti‒ habla Emma fatigosamente
Enlazan sus manos, se miran y todo está bien. No hay paz mejor que aquella, en una noche de invierno.
‒ Gracias por haberme acompañado hoy. Si no hubieras estado allí conmigo, no lo habría conseguido
‒ Voy contigo hasta el mismo infierno si fuera necesario. ¿Puedo preguntarte una cosa?
‒ Claro que puedes…
‒ ¿Qué sentiste en aquel momento en que viste las marcas de neumático en el asfalto?
‒ Ciertamente no lo sé. Recordé lo que vi la última vez, a Daniel intentando alcanzarme, pero sobre eso no sentí absolutamente nada. Hay algo bloqueando mis recuerdos, como si no pudiera saber. Aún no.
‒ ¿Y si simplemente no recuerdas lo que sucedió? ¿Si no es nada de lo que estás pensando?
‒ Realmente, no logro pensar en nada. La respuesta a todas las preguntas relacionadas con aquella noche es nada
‒ ¿Crees que saberlo marcará alguna diferencia?
‒ No tengo miedo, solo quiere perder la sensación de que hay información importante que aún queda por saber. Sé que debo seguir, que estoy bien, que te tengo a ti conmigo, pero ¿y esa sensación de que aún no ha sido aclarado todo? Hay algo que solo yo sé y solo yo he olvidado.
Emma apretó su mano, se estiró y le dio un beso en la boca.
‒ Si realmente es importante, lo sabrás en el momento oportuno. Por favor, sigue bien. Quédate conmigo, lléname de alegría, róbame la atención. Pídeme lo que quieras‒ susurra Emma, mordiéndole los labios de forma pervertida.
‒ Como me des mucha cuerda, te lo pido de verdad, ¿hum? En este momento lo que quiero es que me dejes amarte de la manera que sé. A veces tonto, exagerado, pero aún así amor. Es aquí contigo donde descargo las energías, donde sé que estoy segura.
‒ Si hay algo que no necesitas pedirme es protección, te la doy gratis. Puede costar unos besos en realidad, pero es algo que hago de forma natural con quien amo.
