—Tenemos que hablar — dijo Agnarr. Iduna recién cerraba la puerta del cuarto de su hija mayor. —He descubierto algo que quizá pueda ayudarnos.
Iduna lo miró. Agnarr sostenía firmemente un rollo en su mano. Sus grandes ojos pidieron una explicación.
—Hablemos en el estudio.— sugirió Iduna.
Agnarr estuvo de acuerdo. La tomó de la mano y se deslizaron fuera del pasillo. La reina notó un ligero temblor en el agarre de su esposo. Quizá debido a la conmoción de su descubrimiento.
—¿Qué ocurre? — dijo ella, cerrando la puerta del estudio detrás de sí. La incertidumbre comenzaba a causarle una punzada de ansiedad.
Agnarr la condujo hacia un sillón de cuero, dejando el rollo sobre el escritorio de roble. Sus ojos brillaban esperanzados. Apenas podía ocultar el cansancio de las últimas semanas de trabajo.
— Está tarde, mientras recorría el puerto, escuché a dos hombres hablar sobre alguien que hacía aparecer hielo con sus manos…
Iduna jadeo. Su rostro tomó una coloración parecida al marfil sin pulir
—Elsa —susurró, levantándose de repente — ¿Creés que hayan…?
—No — se apresuró a decir el rey, acariciando los brazos de ella para tranquilizarla —Ellos no hablaban de nuestra hija. Lo sé porque se refirieron a esa persona como un "él"
Iduna exhaló. Las punzadas de ansiedad poco a poco iban abandonando su cuerpo. Por un momento sintió que la sangre se le iba a los pies. Tan temerosa estaba, que había olvidado por completo que Elsa ni siquiera abandonaba su habitación, por lo que era imposible que alguien la hubiese visto.
—Al parecer existe un hombre. Un hechicero que puede controlar el hielo. — Agnarr se volvió hacia el escritorio. Extendió el viejo rollo sobre la superficie de madera, revelando un mapa. Aseguró una de las esquinas con un pisapapeles y luego miró a Iduna. —Vive en el reino de Bluegrad. En la región norte de Siberia, existe un pueblo llamado Kohoutek. Ahí es donde lo han visto.
Iduna se acercó y observó el dedo índice de su esposo señalando la ubicación en el mapa. Bluegrad era una zona extremadamente fría y desprovista de medios de transporte convencionales. Lo más cercano que tenían era un puerto a once kilómetros de distancia.
La reina dio dos pasos hacia atrás. Ahora todo tenía sentido: la información, el mapa, la mirada de Agnar…
—Enviemos un emisario.
—En circunstancias diferentes eso sería lo más adecuado— explicó Agnarr. — pero el tiempo es poco y enviar a un emisario levantaría sospechas. Especialmente con los regentes de aquellas tierras
—¿Acaso piensas ir tú solo?
—No. Le pediré a Kai que me acompañe. En una semana es el Festival de la Pesca en el reino de Vestland. Aprovecharé para ir hacia Siberia. Enviaremos una misiva al rey Harald, pidiéndole disculpas por no poder asistir
Agnarr dejó el mapa y se acercó para abrazar a su esposa. La reina temblaba ligeramente bajo sus brazos y él no pudo más que acariciar su espalda.
—Todo estará bien.
Agnarr beso la frente de su esposa y recargó su mejilla en la cabeza de ella.
Iduna se acurrucó contra el pecho de su marido. De repente quiso detenerlo, decirle que encontrarían otra solución. Una menos arriesgada, más sólida. Se sentiría menos preocupada si Agnarr fuera escoltado por un séquito de guardias, pero sabía bien que eso era imposible.
—Prométeme que regresaras.
—Lo prometo.
Días después, el rey se encontraba en la cubierta del barco, mirando hacia el horizonte mientras el viento frío del norte azotaba su rostro. La memoria de su esposa y la promesa que le había hecho aún resonaban en su mente, pero sabía que debía centrarse en la misión de encontrar a alguien que ayudará a su hija Elsa. Kai, su leal sirviente, se acercó a él con una capa para abrigarlo
—Gracias, Kai — dijo, envolviéndose en la capa. —No me gustaría enfermar en este viaje.
—Por supuesto, majestad—, respondió Kai. —¿Hay algo que pueda hacer por usted?
—Solo asegúrate de que nadie sepa a dónde vamos—, dijo en voz baja. —Este viaje es secreto, y solo tú y el capitán saben nuestra verdadera misión.
Kai asintió.
—Entendido, majestad. ¿Y qué hay de los demás hombres? ¿No sospechan nada?
—No. Les dije que íbamos en una misión diplomática a un país lejano. No tienen idea de que estamos buscando al mago de agua y hielo.
El capitán se acercó a ellos, mirando hacia el norte con una expresión de confianza.
—Majestad, estamos llegando a aguas abiertas. El viaje será largo, pero gracias a las condiciones favorables, podríamos llegar a Siberia en menos tiempo del esperado. El viento del norte nos es favorable y las corrientes están de nuestro lado. Con suerte, llegaremos en unas semanas.
El rey asintió, sintiendo un rayo de esperanza.
—Gracias, capitán. Haremos todo lo posible para llegar a tiempo.
Los días pasaron lentamente, pero sin contratiempos. El barco navegaba a través de aguas heladas, pero el clima se mantuvo estable y no hubo tormentas que los retrasaran. El rey y Kai pasaban la mayor parte del tiempo en la cubierta, mirando hacia el horizonte y hablando en voz baja. La nieve caía ocasionalmente, pero no era lo suficientemente intensa como para obstaculizar el viaje.
Una noche, mientras el viento soplaba suavemente y la nieve caía sobre el barco con una suavidad casi musical, Agnarr recordó nuevamente a Elsa. Su pequeña niña. Le partió el corazón ver la angustia reflejada en sus ojos cuando la visitó un día antes de emprender el viaje para decirle que se iría.
— Regresaré pronto — le había dicho. — No estarás sola, tú mamá vendrá a verte. Confío en ti, Elsa. Eres una buena chica
Ella asintió. Sus grandes ojos humedecidos lo miraban con intensidad.
Agnarr deseo con todo su ser poder estrecharla entre sus brazos, decirle que todo estaría bien y contarle que ese viaje era para encontrar a un maestro que la enseñará a dominar sus poderes, pero tal arrebato solo la desestabilizaría más.
—Te amo, Elsa.
Un copo de nieve se pegó al párpado de Agnarr, trayéndolo de regreso al presente.
—Majestad ¿Se encuentra bien? — pregunto Kai
El rey asintió y se volvió hacia su asistente
—Kai, ¿crees que encontraremos al mago de agua y hielo?
El hombre dudó antes de responder, pero su expresión era optimista.
—No lo sé, majestad. Pero si alguien puede ayudar a la princesa Elsa, es él.
El rey asintió, mirando hacia la oscuridad con una determinación renovada.
—Tienes razón. Debemos encontrarlo, no importa el costo.
Finalmente, después de semanas de viaje, el barco llegó a la costa de Siberia. El rey y su asistente, desembarcaron, mirando hacia la vasta extensión de hielo y nieve que se extendía ante ellos.
—Es hermoso—, dijo Kai, respirando el aire frío.
—Pero peligroso—, respondió el rey. —No debemos olvidar nuestra misión.
Agnarr se volvió hacia el capitán y le hizo un gesto discreto. El capitán asintió y se acercó al rey.
—Majestad, ¿qué órdenes tiene para los demás hombres?—, preguntó en voz baja.
—Quiero que se queden aquí, en el barco—, respondió. —Kai y yo iremos a buscar al hombre que necesitamos. El resto de la tripulación solo debe saber que iré una reunión diplomática en el pueblo de Kohoutek. No es necesario que los demás sepan nada más.
El capitán asintió y se dirigió a los demás hombres. —Muy bien, caballeros. Mientras el rey se dirige a una reunión diplomática en el pueblo. Nosotros nos quedaremos aquí, en el barco.
Los hombres asintieron, sin sospechar nada.
— Mucha suerte su majestad. Los estaremos esperando.
—Gracias por su ayuda capitán. Regresaremos lo más pronto que podamos.
Agnarr y Kai se adentraron en la nieve, con dirección al pueblo de Kohoutek, donde les habían dicho que se encontraba el mago de agua y hielo.
