El sonido de la espada cortando el viento, el dolor conocido de sus articulaciones llevadas al límite en su entrenamiento, el calor emanando de ella y el sudor colándose aquí y allá, a pesar de ser conocidos y hasta cierto punto reconfortantes, le resultaban tan insuficientes, como lo haría la escasa luz a su alrededor si tratara de bordar círculos mágicos en su capa.
Los gritos de agonía de sus enemigos seguían resonando en sus oídos igual que el sonido de los caballeros convertidos en piedras Fey cayendo por aquí y por allá sin más. Si bien pudo ignorar todo ello durante la última batalla en la frontera de Ehrenfest, así cómo el dolor de sus propias heridas durante la batalla, ahora los recuerdos parecían estarse vengando por su falta de atención.
Angélica, la cabeza hueca, la ingenua, la caballera del portal, la que tenía por costumbre centrarse en el entrenamiento y la defensa de su señora, no podía parar ahora de gritar cada vez que su espada cortaba el aire, de moverse para protegerse de los contrincantes invisibles que deberían haber muertos en algún lugar.
No entendía que le pasaba. Su pecho era un desorden idéntico al del campo de batalla, con el aire entrando y saliendo con fuerza y de forma extraña. Su órgano de maná agitándose cómo si intentara salir y sus tripas retorciéndose cómo si tuviera hambre a pesar de las náuseas. Lo peor era ese asqueroso hedor a sangre que no se desprendía de su ropa y de su piel a pesar de haberse dado un par de baños en cuanto fue liberada de su puesto, usando waschen una y otra vez en ella misma y su ropa hasta que sintió que sus ojos comenzarían a hervir por todas las lágrimas pugnando por salir y escurrir por sus mejillas sin que ella se los permitiera, formando una bola enorme y pesada en su garganta que no podía tragar o mover y que le daban a su voz un toque extraño.
Pronto sus movimientos se volvieron erráticos, llevándola a encontrarse con el suelo.
–¡Maestra, debe descansar! Tras una batalla cómo la que acaba de enfrentar necesita despejar su mente con flores y dormir.
Ella se sentó mirando su espada con un sabor amargo en la boca debido a la mordida que acababa de darse en el interior de la mejilla y su propio fastidio.
–¡Ya intenté lo de las flores, Stenluke! ¡Acompañé a mi señora a los jardines! Miré olí y toqué todas las flores que pude como sugirió Judithe. ¡Incluso mastiqué algunos pétalos, pero… yo…!
La rabia la embargó de inmediato ante su propia ignorancia. La frustración la llevó a aferrar su espada una vez más. Todo su cuerpo dolía pero no le importaba. Se puso en pie de inmediato, tomando una posición de ataque antes de comenzar de nuevo a dar golpes y estocadas al aire, perdida en medio del recuerdo y las sombras del cambio de hora, gritando más y más fuerte con cada estocada para acallar los gritos en su mente cuando lo sintió. La fuerza de su estoque entumeciendo su brazo al cruzarse con otra espada.
Fue cómo si todo hubiera desaparecido de pronto.
Los rostros deformes por el miedo, el dolor o el deber. Los gemidos de pánico e incredulidad. El sonido de miembros cercenados y piedras fey cayendo al suelo.
Angélica levantó la mirada en medio de aquel repentino silencio encontrando una mirada azul demasiado conocida al frente, detrás de la espada que acababa de detener su entrenamiento nocturno.
Los lacios cabellos verdes que enmarcaban apenas aquel par de ojos se movieron de forma sutil al tiempo que él asentía. Angélica le sonrió agradecida, comprendiendo aquella silenciosa invitación, sujetando a Stenluke con más fuerza todavía y dando un paso atrás antes de empezar de nuevo con sus ataques, sintiendo que la espada chocando contra Stenluke la mantenía anclada al suelo, al presente… y aún así, esa maldita desesperación, ese algo que la estaba asfixiando seguía aferrado a ella, a su pecho, calentando sus ojos sin que ella entendiera el porqué.
Pronto el baile entre espadas le pareció insuficiente. Angélica comenzó a brincar para patear, a cargar al frente para derribar a su rival. Sus golpes ya no eran un mero entrenamiento si no una batalla a muerte en toda regla. Eckhart también gritaba ahora con cada golpe, resoplando con cada bloqueo y reaccionando tan rápido que era imposible que cualquiera de los golpes de Angélica fueran letales.
No supo por cuánto tiempo combatieron, sólo hasta que Stenluke salió volando de sus manos y ella trató de patear a Eckhart sin éxito, derribandolo de pronto y quedando ella encima de su antiguo prometido, sosteniendo a Eckhart por el cuello y con la punta de la espada de maná del hombre en su cuello, fue que comprendió que su combate había terminado en empate.
–¿Te sientes mejor ahora, Angélica?
Podía notar la fatiga de aquel hombre a pesar de mostrarse sereno frente a ella, observando cómo deshacía la transformación de su espada en schtappe para luego hacerlo desaparecer sin dejar de mirarla en ningún momento.
–¡No! –gimió ella, perdiendo la batalla contra esa terrible sensación, llorando encima de su antiguo prometido y doblándose sobre sí misma hasta acurrucarse sobre él–. ¡No puedo entender! ¿Qué me está pasando, Eckhart? ¿Por qué no puedo controlarme?
Ahora, además de todo, se sentía débil y completamente indefensa. Y lo odiaba.
Quizás fuera el instinto. Tal vez la confianza construida luego de meses entrenando juntos. Lo cierto es que de pronto era cómo si jamás hubieran mandado a Eckhart a Ahrsenbach, así que podía permitirse ser débil, hacer preguntas estúpidas y dejarse guiar en medio de aquella repentina y temible oscuridad que parecía asfixiarla.
Puede que Eckhart notara algo de aquello porque sus brazos la rodearon de pronto, frotando y palmeando su espalda para consolarla aún si ni ella sabía la razón.
–Te has encontrado de frente con Dauerleben cortando su bendición de muchos. Has visto a Chaocipher rugiendo mientras Angriff pierde el control. Deberías haber pedido el apoyo de una flor, Angélica, eso suele acallar los gritos y la sangre nublando la mente.
–Lo intenté, Eckhart. Acompañé a milady al jardín y…
Un solo suspiro y guardó silencio. Eckhart no era muy expresivo a menos que estuviera hablando con orgullo sobre Lord Ferdinand y Angélica lo sabía, por eso se mordió la lengua a la espera de las perlas de sabiduría que saldrían ahora de la boca de Eckhart.
–... a veces olvido que tan inocente eres. Solicitar apoyo de flores no es algo… literal. No se refiere a las flores que usan para decorar jardines… o el cabello de tu señora.
Sus lágrimas casi habían dejado de salir. Se limpió el rostro con la tela de su uniforme y luego miró a Eckhart, esperanzada a que él le explicara.
El hombre le hizo un par de ademanes y ella al fin lo soltó, notando hasta ese momento con cuánta fuerza se aferró a él.
Una vez ambos estuvieron sentados en el suelo, con ella mirando de sus botas a las de su compañero de entrenamiento, Eckhart carraspeó.
La sorpresa de mirar a Eckhart mirando a otro lado con las orejas y la nuca del noble color de Geduldh la hicieron olvidarse de todo por un momento. Esto era algo que no había visto antes en él.
–Las flores a las que se refieren… suelen ser sacerdotisas del templo… que usan sus cuerpos para liberar las tensiones de los caballeros al invocar las bendiciones de Brëmwarmë y Beischmach.
No pudo evitar ladear la cabeza sin terminar de comprenderlo del todo.
Conocía a las sacerdotisas del Templo, le agradaba la forma tranquila en que vivían y hablaban. Le agradaba mucho la sacerdotisa que su señora compró como música personal porque incluso Angélica podía disfrutar con la música que producía. Le gustaba la comida que preparaban las sacerdotisas bajo las indicaciones de Lady Rozemyne y había algo hipnotizante y tranquilizador en los movimientos y trazos de la sacerdotisa que cuidaba niños y dibujaba para su señora.
Con todo eso en mente, Angélica en verdad se sentía confundida ahora.
–No, no creo que ellas puedan ayudarme ahora, Eckhart. No sé cómo explicarlo, pero, no, no creo que comer, escuchar música y mirar un dibujo sean tan placenteros cómo para hacerme sentir mejor ahora. ¿A tí te sirvió ser atendido por alguna de las sacerdotisas?
Fue el turno de Eckhart de ladear la cabeza y mirarla confundido, cruzándose de brazos y rascando detrás de su oreja, la cual seguía todavía colorada.
–Bueno, yo… no, no he vuelto a recibir el apoyo de ninguna flor desde que sepulté a mi familia…
–¿Pero también necesitas ayuda para dejar de escucharlos? ¿De sentirte… tan… raro? ¿Cómo si tu maná fuera a hacerte estallar de un momento a otro o…?
–Esta no ha sido mi primera vez atestiguando la muerte de otros, Angélica… tampoco es mi primera vez matando o cortando alguna parte corporal… puedo controlarlo un poco mejor que la primera vez.
–¿Cómo te fue en aquella ocasión?
Lo observó considerar su pregunta un par de latidos… o una docena de latidos rápidos cómo Steifebrise y luego mirando al suelo.
–La primera vez vomité. Me sentía de verdad enfermo y era… muy joven. No había recibido mi educación de caballero todavía y aún así, Justus me llevó al templo y contrató una flor que me hiciera una ofrenda. Fue un poco confuso, pero pude dejar de darle vueltas a todo.
–¿Pudiste olvidar…?
–No. Si arrebatas una vida, vives con ello.
No importa si el otro lo merecía o si estabas protegiendo a tu señor… No lo olvidas, solo aprendes a vivir con ello.
–¡Oh!
Eso la deprimió todavía más. No estaba segura de si podría vivir con esa opresión en el pecho, esa necesidad de correr… ¿Y si se volvía incapaz de proteger a Lady Rozemyne? ¿Y si la próxima vez cometía un error y…?
–Lo correcto sería que una mujer te hiciera la ofrenda, Angélica, pero… estás demasiado alterada.
–¡Eckhart, ¿qué voy a hacer si no puedo seguir haciendo mi trabajo?! ¿Cómo podré seguir adelante si ya no puedo ser una caballero?
Las lágrimas comenzaron a escapar de nuevo cómo si tuviera una de esas cosas que Lady Rozemyne introdujo para que los plebeyos pudieran sacar chorros de agua con facilidad.
Estaba tan angustiada por su futuro, por el pasado también. Se sentía tan patética e inservible que cuando las manos de Eckhart la aferraron de los brazos, cuando una enorme mano cálida y enguantada le levantó el mentón, moqueaba e hipaba sin control alguno.
Todavía con el mismo rostro serio, Eckhart la observaba, limpiando su rostro con un pañuelo antes de soltar un suspiro que, a todas luces, era de derrota.
–Yo te haré la ofrenda, solo… no lo comentes con nadie. Ya no estamos comprometidos, así que no sé cómo podrían tomarselo.
–¿Lo harías? ¿Aunque… no seas… una sacerdotisa?
Otro suspiro y la sensación del pañuelo limpiando su nariz y luego otro limpiando sus ojos y sus mejillas.
–No puedo dejarte así y… ya dijiste que las flores del templo no te servirían, así que… ¿Puedes crear tu bestia alta?
Eckhart se puso en pie sin dejar de sujetarla, ahora de las manos, ayudándola a levantarse.
Lo intentó. Lo intentó un par de veces sin éxito alguno.
La mano de Eckhart sobre la suya le hizo saber que era suficiente y cuando se dió cuenta, estaba sentada de lado sobre el lobo alado de Eckhart muy alto en el cielo, aferrada a él cómo una damisela en apuros.
Cuando al fin descendieron no sabía dónde estaba. El balcón de aquella casa le era desconocida por completo.
Ambos entraron. Eckhart la guío en medio de la oscuridad por una habitación vacía hasta una puerta con una piedra incrustada.
Una habitación oculta.
Entonces Eckhart habló y, a pesar de su incapacidad para verlo, en medio del silencio nocturno pudo deducir que el hombre estaba sonriendo.
–No puedo creer que de verdad la dejara aquí.
El peliverde colocó su mano sobre la piedra en la pared y la puerta se abrió. Fue ahí cuando Angélica se dió cuenta de que esa era la habitación oculta de Eckhart… en la casa que alguna vez compartió con su difunta esposa, la misma que ella habría habitado de haberse casado con él.
La puerta se cerró y Angélica dió un breve vistazo en derredor.
La habitación, aunque sencilla, era espaciosa en todos sentidos. Más que una habitación oculta parecía una sala para entrenar, amueblado solo con un pequeño estante que albergaba algunas pociones y material de curación; armas de madera y un colchón descansaban al otro extremo. Tuvo que mirar a Eckhart un poco incrédula de que eso fuera todo su mobiliario.
–Tenía libros que ahora son de tu señora, más estantes, un escritorio y material de escritura, por supuesto… antes de ser desterrado de Ehrenfest con Lord Ferdinand y Justus. Es una suerte que mi madre fuera tan terca e insistiera en dejarme esto por si alguna vez lograba "escaparme" y volver así fuera para "lamer mis heridas" cómo ella misma dijo.
–Entiendo.
No necesitó mucho para comenzar a moverse bajo la guía de Eckhart, quien solo tuvo que tomarla de la mano para llevarla al colchón donde ambos se sentaron.
Estuvieron en silencio por un rato, el suficiente para que los gritos, los aromas y las sensaciones volvieran a estrangularla. Lo peor de todo fue cuando sus manos comenzaron a temblar tanto, que tuvo que alcanzar el brazo de Eckhart para sostenerse en busca de algo de estabilidad.
–¿Eckhart?
El hombre la miró, abriendo mucho los ojos y entrando en una especie de pánico que escondió con presteza.
–Lo lamento, Angélica. No debí dudar así. Ahm… la ofrenda, debo tocarte y besarte, ¿lo entiendes? Yo, yo, ¡te juro que me detendré si te sientes incómoda!
–¡Solo hazlo! –suplicó ella–. Esto es cada vez peor, Eckhart. A este paso, no seré capaz de…
Todo quedó de nuevo en silencio.
No más gritos.
No más hedor.
No más la viscosa sensación de la sangre caliente salpicandola.
No más sonidos desconcertantes ni rostros aterrorizados.
Lo único en lo que podía concentrarse ahora era en los labios de Eckhart posados sobre los suyos, tan suaves y cálidos a pesar de ser tan finos, relajándola cómo si hubiera usado ese hechizo de Dunkelferger para apaciguar a todos después de un ditter.
Cuando los labios de Eckhart se separaron de ella, estaba de espaldas sobre el colchón y, con Eckhart sentado todavía a su lado, sosteniéndose sobre las manos colocadas a ambos lados de ella.
–¿Funcionó?
Ella asintió antes de apretar los labios y llevar una mano a su pecho sintiendo que la angustia regresaba poco a poco.
–No fue, suficiente. Lo siento.
–No, solo, necesitaba verificar si funcionaba.
Otro suspiro y notó a Eckhart retirarse los guantes, llevando una mano a la mejilla de ella y liberando una sensación deliciosa y agradable a pesar de dejar un ligero aguijonazo incómodo luego de un rato.
–¿Te duele mi maná?
–No mucho… es, agradable… cómo las galletas del templo.
Eso pareció hacerle gracia a Eckhart, que solo le sonrió antes de tratar de alejar su mano sin éxito. Angélica la atrapó de inmediato, impidiendo que cortara el contacto entre la piel de ambos.
–¿Estás bien solo con eso? No es la ofrenda que prometí, pero… no sé qué tan adecuado sea desvestirte y…
–¿Desvestirme?
–Las flores suelen retirar las ropas del caballero al que atienden. A veces ellas también se desvisten… la primera vez es… incómodo.
A Angélica no le gustaba mucho pensar, al menos no con la cabeza, cómo decía su maestro Bonifatius. Por lo general ella dejaba que su cuerpo pensara por ella, pero en este momento no necesitaba de Stenluke para saber que no sería suficiente.
–¿Y si solo la abres o retiras lo que estorbe?... No, no me estarías desvistiendo… no del todo.
–¿Estás bien con eso? Podrías no casarte si yo…
–No creo que pueda casarme si no me alivio, Eckhart.
–... Supongo que no podrías… ya estás temblando de nuevo… yo… dime si te lastimo o si te incomodo. Dime si deseas que siga y dime cuando te sientas mejor y estés satisfecha.
–¿Satisfecha? ¿Voy a comer algo?
–No, tú no… yo voy a… te, te haré la ofrenda que me hicieron a mí, ¿de acuerdo? Si mi espada no entra en el cáliz, no debería de haber problemas.
–¿Qué tiene eso que ver con…? ¿Eck… Eckhart?
Era raro ver cómo el peliverde le abría con presteza la ropa, o lo rápido que comprendió la mirada de él que le indicaba que deshiciera la armadura ligera que llevaba bajo la ropa. Lo más raro fue sentir las manos cargadas de maná de Eckhart sobre sus senos al tiempo que él la besaba de nuevo una y otra vez acallando la batalla y transformando la sensación de asfixia en otra cosa.
La boca de Eckhart no tardó mucho en abandonar su boca y deslizarse por su cuello y por su pecho. Imaginó que la cosa húmeda que acababa de erectarle uno de sus pezones era la lengua de Eckhart porque, luego de que Angélica soltara un sonido extraño, Eckhart se pasó al otro lado, repitiendo la sensación.
–¿Eso está bien?
–¡Más! ¡Por favor, Eckhart!
El maná, las manos, la boca, la lengua, todo parecía prodigarle sensaciones maravillosas que estaban convirtiendo la loca carrera de su órgano de maná o lo pesado del aire en su pecho en algo placentero. Incluso el dolor en su estómago se convirtió en una especie de vacío ligero y la anticipación de algo causándole cosquillas en las entrañas la hizo jadear más, tomando la cabeza de Eckhart entre sus manos para obligarlo a seguir un poco más antes de atraerlo para besarlo de nuevo, tan hambrienta y necesitada que olvidó cerrar los labios, encontrando de pronto el adictivo sabor de Eckhart invadiendo su boca con tanta fuerza cómo la que emplearan en su pequeño combate de un rato atrás.
Eckhart se alejó de pronto, sus manos sosteniéndole todavía, ahora de la cintura, y sus ojos azules mirándola de un modo extraño que la hizo pensar que en realidad era un hombre atractivo.
–¿Quieres detenerte?
–No –respondió segura, todavía temblando un poco.
–¿Puedes ayudarme a retirarte las botas? Debo retirarte la ropa aquí abajo para continuar… si, si estás segura.
Angélica solo asintió, sentándose junto con Eckhart, retirándose las botas en tiempo récord, insegura de qué hacer ahora.
–Acuéstate, yo lo hago.
Ella solo obedeció, enfocándose en Eckhart para detener las imágenes que comenzaban a repetirse en su mente, el miedo irracional, la asfixia y los ecos.
–¡¿Ahhh?! ¿Eckhart?
Sus pantalones y su ropa desaparecieron sin que se diera cuenta. Sus piernas habían sido acariciadas por un momento, manteniendo a raya las memorias que intentaban robar toda su atención, perdiendo toda posibilidad cuando la sensación cálida del maná de Eckhart contra su jardín la ancló de nuevo.
El hombre la tocaba con delicadeza, permitiendo que su maná se filtrara sobre el jardín y un muslo de Angélica. Entonces, los ojos azules que no dejaban de observar su entrepierna con total atención parecieron cambiar de nuevo.
–La primera vez que recibí una ofrenda, bueno, la sacerdotisa gris me… Ella usó el aparato de Gramarature para pulir mi espada.
–¡Oh!
No estaba segura de qué decir. Cómo reaccionar. ¿Debía contestar algo?
Por fortuna, Eckhart siguió hablando luego de usar sus dedos para delinear aquello que se escondía en su jardín de vellos azules.
–Sé que no tienes una espada y en cierto modo es un alivio, pero… ¿Quieres que lo intente?
Lo pensó un momento.
El maná de Eckhart. Su boca. Sus dedos. Todo se estaba sintiendo tan bien, tan reconfortante de un modo extraño…
–Por favor, Eckhart. Confío en tí.
Él asintió apenas un poco antes de agacharse y besarla.
Lo que había sentido antes, eso que parecía crecer en su interior comenzó a aumentar más y más, cómo si burbujeara algo en su vientre, algo que amenazaba con sacudirla por completo.
Sin saber de dónde afianzarse, Angélica se aferró al colchón bajo ella, a la ropa que tenía puesta a medias conforme percibía el maná de Eckhart entrando en tropel por su jardín y colándose en su cáliz, llevándola a olvidarse por completo de las batallas recientes.
Quizás debido a todo el placer que estaba sintiendo, sus piernas comenzaron a moverse, su espalda a contorsionarse, y pronto los brazos de Eckhart estaban alrededor de sus piernas impidiéndole cerrar los muslos o seguir despegándose del colchón o de su boca.
–¡Ahhhhh! ¡Eckhart! ¡¿Qué… qué es… qué es esto?!
Tan pronto como el rostro de Eckhart asomó entre sus piernas, se arrepintió de preguntar. Necesitaba su boca en su jardín. ¡Necesitaba su lengua en su cáliz!
–Sólo relájate, la ofrenda casi acaba.
Ella asintió, él volvió a devorarla y no mucho después, sometida cómo estaba, Angélica alcanzó el cabello de Eckhart para evitar que se volviera a separar. La sensación de estar cayendo en picada para rescatar a Lady Charlotte o de enfrentar a un oponente formidable como Lord Bonifatius fue pronto superada por esto que sentía ahora, esta enorme ráfaga de placer que la hizo gemir con fuerza antes de robarle el aliento, haciéndola temblar por un motivo distinto al de un rato atrás.
Cuando la sensación terminó, Angélica solo podía escuchar su órgano de maná latiendo cada vez más y más despacio hasta regularse de nuevo. Eckhart seguía ahí, abrazado a sus piernas, mirándola en cuanto lo liberó de su agarre y Angélica no pudo más que sentirse agradecida. Esto de la ofrenda era más potente que la bendición de Verfuremeer.
.
La primera vez que Eckhart reclamó una vida, era solo un estudiante del curso de caballería a nada de comenzar su cuarto año.
Estaba en la zona de recolección con su señor y sus compañeros cuando fueron emboscados por algunas bestias Fey y, entre ellas, una compañera de curso un año mayor que él. Su nombre era Anette Tolle, una mednoble de la facción veronicana que por poco logra asestarle un golpe mortal a Lord Ferdinand, por suerte, Justus, algunas herramientas mágicas de Heidemarie y su señor estaban conteniendo a las bestias, así que Eckhart pudo lanzarse contra la atacante que, a todas luces, había orquestado aquella emboscada.
Para desgracia de Eckhart, el rostro cargado de odio, la mirada confundida y el gemido de dolor de Anette cuando él le clavó la espada de maná que usaba en su pecho, seguido del ruido de una piedra fey cayendo al suelo se aferraron a él y a su memoria con una insistencia solo comparable a los esfuerzos de Lady Verónica por deshacerse de Lord Ferdinand desde las sombras.
En aquel entonces el rendimiento de Eckhart bajó lo suficiente para que Justus tomara cartas en el asunto, hablara con él para enterarse de los terrores nocturnos que ahora lo acechaban incluso durante el día y luego, sin darle mayor explicación, Justus lo llevó al templo soberano.
"¿Qué hacemos aquí, Justus?" preguntó un Eckhart que todavía no desarrollaba su detección de maná.
"Acabando de una vez por todas con tu problema de concentración. Estuve investigando y todos los caballeros adultos que conozco coinciden en que este es el mejor remedio ante la impresión de la primera muerte que tus manos traen a otra persona. Recibirás una ofrenda de flores."
Por poco se ríe pensando que un puñado de flores no iban a borrar la siniestra imagen de su mente o a erradicar la voz de Anette de sus sueños… por supuesto, no era un bouquet lo que le esperaba al otro lado de la puerta, sino una sacerdotisa gris preciosa que debía ser más o menos de su edad.
Ella no le preguntó nada, solo se desvistió frente a él, luego le instruyó a que se sentara en la cama ubicada en un rincón y, aprovechando que él estaba en camisón y ropa interior, ella solo se arrodilló para tomar su espada, besarle los labios, el cuello y parte de su pecho antes de comenzar con la ofrenda.
Por mucho tiempo, cada vez que el recuerdo de Anette intentaba atacarlo, la sensación y la memoria de la joven desnuda haciéndole la ofrenda parecía rescatarlo de la desesperación. Por supuesto, esa no fue la única persona que murió en sus manos, sufriendo y sangrando frente a sus ojos… y tampoco la única ofrenda que recibió.
Antes de atar sus estrellas a Heidemarie, Eckhart se habituó a buscar el consuelo de las flores cada vez que debía matar a alguien. Cuando sus estrellas fueron atadas, Heidemarie tomó el rol de Verfuremeer para él, su preciosa Efflorelume no solo usaba el aparato de Gramarature para pulir su espada cómo esa lejana primera vez. Heidemarie lo dejaba tocarla y sentirla tanto cómo lo necesitara, incluso luego de hacerse con la carga de Geduldh… y después de que ella murió, él no volvió a buscar consuelo alguno. La muerte ya era una vieja conocida y él había optado por aplacar las garras de la culpa de la mano de Angriff, entrenando, golpeando, rompiendo cosas, volando tan lejos y tan rápido cómo pudiera antes de soltar la angustia en la forma de un grito tan fuerte que se asemejaba más a un rugido.
Si era sincero, Eckhart no solía preocuparse por las dificultades de los otros caballeros, enfocado como estaba en apoyar a su señor… hasta la noche posterior a la defensa de Ehrenfest.
Estaba furioso por todo lo que Lady Georgine había provocado en Ehrenfest, por la impotencia que sintió el año entero en aquella tierra desconocida a la que fue enviado junto a Justus y Lord Ferdinand, sediento de sangre luego de destajar y matar a tantos invasores cómo pudo… sin embargo, el campo de entrenamiento ya estaba ocupado y el sonido de aquellos gritos agónicos los conocía bien. No pudo resistirse a acompañarla, ayudarla a liberarse del dolor, la angustia y las constantes sensaciones. Porque más que ser su ex prometida, era una compañera con la que podía identificarse, alguien a quien admiraba por sus constantes esfuerzos por mejorar y su lealtad incuestionable a la persona que había hecho más que nadie por Lord Ferdinand… por eso se ofreció a hacerle la ofrenda cuando notó que tan afectada estaba, el peligro de perder a una caballero tan eficiente y veloz cómo ella.
Por extraño que pareciera, la ofrenda no solo pareció calmarla a ella. Su sabor, su piel, los músculos ocultos y bien trabajados en toda ella, en especial en sus piernas, no solo lograron que su espada se levantara sola por primera vez en mucho tiempo estando despierto, incluso sintió cómo la nieve salía de él junto a su propia ansiedad mientras observaba a Angélica quemarse en las flamas del dios de la pasión.
Por supuesto, cuando Angélica ofreció devolverle el favor, se negó, deseándole una noche de descanso para contar con ella en la siguiente batalla, la cual no tardó nada en llegar.
La Soberanía sería el siguiente escenario donde poner sus habilidades a buen recaudo. Caballeros soberanos, guerreros lanzenavianos, en realidad no importaba, sus órdenes eran claras y la velocidad con la que Dregarnuhr parecía hilar no les estaban dando mucho tiempo para reflexionar sobre sus acciones. Quizás esa fuera la razón de que apenas les permitieran descansar un poco, Angélica lo buscara sin falta, ayudada por la oscuridad de la noche y sus pasos ligeros.
–¿Angélica? ¿Quieres entrenar un poco?
La joven negó de inmediato, mirándolo solo a él, importándole poco que hubiera otro caballero ahí.
–La ofrenda de la otra noche, vengo a devolverte el favor.
Dejó de respirar y por poco se atraganta, bastante seguro de que iba a ser juzgado sin importar lo que dijera, de modo que se levantó de inmediato, tomó a esa idiota de la mano y la sacó de ahí tan rápido cómo Steifebrise.
–¡¿Mestionora en serio te ha negado su bendición o solo es Chaocipher quien habla a través de tí?!
Estaba furioso. Poco importaba que el otro caballero fuera de otro ducado, si era de esos dados a dejar volar ordonanz sin reserva alguna pondría en peligro a la idiota de Angélica.
Quizás por eso la acorraló contra una pared en un corredor oscuro y vacío, mirándola desde arriba, aprovechando la diferencia de estatura.
–Lord Eckhart me ayudó a seguir sirviendo a Lady Rozemyne, pensé que lo más apropiado sería ayudar a Lord Eckhart a seguir sirviendo a Lord Ferdinand –respondió la joven demasiado segura de si misma.
–¿No podías al menos asegurarte de que estuviera solo cuando me buscaste para hacerme semejante propuesta? ¿Qué crees que va a pasar si los otros se enteran de que…?
–¿Tiene algo de malo recibir ofrendas florales de otro caballero? –preguntó ella de pronto con toda seriedad.
–Otros caballeros estuvieron solicitando ofrendas florales hace un rato –explicó la espada parlante con la voz de Lord Ferdinand, tomándolo desprevenido como era usual–. Mi maestra pensó que sería adecuado entonces ofrecer una a quien la ayudó con una ofrenda.
–¿Me hiciste algo malo, Lord Eckhart? ¿Debí recibir la ofrenda de alguien del templo?
'¡Si! ¡Soy un idiota! ¡Debí llevarla con las flores en lugar de jugar a ser una! ¿Cómo pude ser tan imbécil?'
–¿Lord Eckhart? –lo llamó Angélica con la voz un poco trémula ahora–, yo… pensé que si te daba una ofrenda… también me ayudaría a mí. Recuerdo que Lord Eckhart parecía bastante feliz y satisfecho luego de ayudarme.
Suspiró sin más. La caballero frente a él tenía fama de despistada y tonta, sin embargo, solía ser de lo más observadora con las cosas más inesperadas.
–Angélica, te, te agradezco el ofrecimiento, pero estoy bien. Deberíamos pensar en una excusa para dar si los otros preguntan o es posible que otros empiecen a pedirte ofrendas cómo si fueras una sacerdotisa.
–¿Eso sería tan malo?
La miró incrédulo.
Si la voz se corría y los otros caballeros comenzaban a buscarla con la excusa de necesitar ayuda… de pronto Eckhart comenzó a imaginar a Angélica arrodillada y semidesnuda, cubierta de nieve, puliendo espadas con su boca y rodeada de caballeros inescrupulosos aprovechándose de la amabilidad de la chica. La visión le hizo hervir la sangre con los fuegos de Angriff justo antes de que imaginara a su abuelo enterándose (porque el viejo terco se iba a enterar) y montando un verdadero escándalo antes de buscarlo, culparlo y matarlo sin reparo alguno por manchar la honra de su discípula favorita.
Sus manos no tardaron en tomar a Angélica de los hombros con algo de desesperación. No podía hacerle eso. No podía dejar que la vida de Angélica se arruinara por un malentendido… o la mala intención de otros… entonces recordó que Lord Ferdinand estaba haciendo lo posible para que el decreto real que lo obligaba a casarse con Lady Dietlinde fuera transferido ahora a Lady Rozemyne y dado que su pequeña hermana adoptada no se opondría a casarse con Lord Ferdinand…
–¿Te parece bien si retomamos nuestro compromiso?
Las palabras solo salieron de su boca sin que tuviera que pensarlas demasiado.
Lord Ferdinand se casaría con Lady Rozemyne.
Angélica seguiría a su señora y él a su señor al ducado de la oscuridad sin dudarlo siquiera. Si retomaban el compromiso, su familia estaría feliz, Angélica estaría a salvo de todos esos perversos depredadores escondidos en la orden y… bueno… no tendría que sentirse culpable respecto a la ofrenda si ella volvía a ofrecerse… o a mostrarse en tan mal estado cómo para hacerlo perder todo rastro de cordura en su necesidad de apoyarla.
–¿Está seguro, Lord Eckhart?
–Si retomamos el compromiso, nadie puede quejarse si decidimos hacer ofrendas entre nosotros y nadie te molestará exigiendo una… además, si nuestros señores se casan como pretende Lord Ferdinand, podrás seguir a Lady Rozemyne de inmediato.
En ese preciso momento tenía que admitir que Angélica era adorable. Su rostro de muñeca con ese tono de cabello tan cercano al de su señor le habrían encantado a Heidemarie. El fuego en sus ojos que se mostraban ahora soñadores y anhelante provocó bastante movimiento en su entrepierna al despertar su espada. Y luego estaba el recuerdo del cuerpo de Angélica, que siempre estaba entrenando con una motivación contagiosa.
Sabía que Bluanfah no bailaba entre ellos y quizás nunca lo hiciera, pero tener una compañera con la cual liberar todo lo malo que traía servir a Lord Ferdinand, una que entendiera su necesidad de ser más fuerte, que cuidara su espalda, de pronto le parecía de lo más tentador.
–Asi que solo debemos comprometernos de nuevo y tendré con quién aliviar el caos de la batalla y seguir a mi señora, ¿cierto?
Eckhart asintió y pronto sintió una mano ajena sobre su espada. Ese toque cuidadoso y dubitativo fue más de lo que pudo soportar.
–No me has respondido, Angélica.
–Acepto.
Y ya no la dejó decir nada más, la tomó de nuevo de la mano, la regresó a la habitación que se le prestara por esa noche, corrió a su compañero con un seco "¡Tengo cosas que hablar con mi prometida, así que largo de aquí!" Y luego, luego ni siquiera alcanzaron a llegar a la cama, a duras penas alcanzó a sacar una herramienta antiescuchas de rango específico que cayó al suelo ya activada en cuanto Angélica se abalanzó sobre él para besarlo y comenzar a desabrocharle la ropa, besándolo tal cómo había hecho él, arrodillándose para engullir por completo su espada sin sentir duda alguna.
No estaba seguro del porqué, solo atinó a levantarla antes de liberar su nieve, acorralarla de nuevo contra la pared para besarla con vehemencia mientras una de sus manos la mantenía en su sitio y la otra volaba a su jardín para estimularla del mismo modo que había echo con su boca, gimiendo con gratitud al sentir la mano de ella tomándolo, bombeando al mismo ritmo sin dejar de vertir maná como estaba haciendo él.
Su voz no tardó en mezclarse con la de Angélica en un improvisado canto dedicado a Beischmach y ambos se quedaron ahí, abrazados, sonriendo y con la ropa un poco deshecha bajo el asilo de aquella herramienta.
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–Pensé que no te gustaba estar comprometido con Angélica, Eckhart. ¿Te volvieron a ordenar que la tomaras cómo esposa?
Cornelius solo apretó los labios para no entrometerse en la charla casual entre su prometida y su hermano mayor, el cual, a pesar de parecer inexpresivo, se notaba un poco más animado de lo usual.
–Ella necesitaba un modo de seguir a nuestra hermana, además, no me molesta estar comprometido con ella. Estaremos bien.
Cornelius solo atinó a rechinar un poco los dientes y voltear los ojos ante la excusa de su hermano y el rostro sonriente e ingenuo de Leonore.
Por supuesto que no sería él quien le dijera sobre los rumores acerca de Angélica aceptando ofrendas florales por parte de Eckhart, no tenía mucho caso, en especial luego de que la confrontara, aterrado de que una simple flor perdida estuviera sirviendo a su preciosa e inocente hermana.
"Si, Eckhart me hizo una ofrenda para que pudiera calmar mis nervios hace varias noches, pero todo está bien. Dijo que ahora que estamos comprometidos podemos hacer ofrendas entre nosotros. Las ofrendas saben cómo a galletas con especias… Espero que no quieras una tú también, Cornelius. Eckhart dijo que mataría a cualquiera que me pida o me ofrezca una."
En serio no podía creer que alguien fuera tan ingenuo o inocente como Angélica… o que su idiota hermano mayor dejara que Bluanfah bailara para él por una cabeza hueca cómo esa, pero bueno, ¿quien era él para interferir? Solo tenía que llevarle algunas galletas a escondidas a esa cabeza hueca para que negara haber recibido ofrendas si se le preguntaba, en especial con las chicas, después de todo, aún si habían intercambiado maná, Cornelius no estaba muy deseoso de escuchar lo que Leonore tuviera que decir sobre su hermano siendo un pervertido o acusándolo a él. Es más, entre más pronto se mudaran a Alexandria y esos dos se casaran podría olvidarse de todo aquel asunto. Después de todo, pronto podría dejar de buscar flores en el Templo y dejar el papel de Verfuremeer a su amada Leonore, entonces todo estaría de nuevo en orden.
