¡Hola a todos mis queridos lectores!
Aquí les dejo el nuevo capítulo titulado "Colisión", ¡el encuentro que tanto hemos esperado finalmente ha llegado! He disfrutado muchísimo escribiendo esta parte de la historia y espero que ustedes lo disfruten tanto como yo. ¡No puedo esperar a leer sus comentarios y saber qué les ha parecido!
Disclaimer: Este es un fanfic de Twilight y, como ya saben, es una adaptación muy personal de El Conde de Montecristo. Si algunas escenas les suenan extrañamente familiares, probablemente es porque también me inspiré (y copie) algunas partes del libro Viajera de Diana Gabaldón, con esos momentos intensos entre Jamie y Claire... ya saben, por el drama.
¡Gracias por todo su apoyo y disfruten la lectura! Nos vemos el próximo domingo.
Capitulo: Colisión
Bella POV
Mis pies se movían como si tuvieran voluntad propia, pero cada paso hacia él se sentía interminable. El sonido de mi respiración era lo único que oía con claridad; todo lo demás, incluso el murmullo lejano del bar y el bullicio de la calle se desvaneció en el fondo.
El viento nocturno me envolvía, enfriándome la piel de mis brazos desnudos y obligándome a tomar aire profundamente. Mi corazón latía tan fuerte que dolía.
¿Es real? Pensé mientras lo observaba, quieto, apoyado contra el auto. Su silueta, aunque más robusta y mayor de lo que recordaba, seguía siendo inconfundible. Las luces de la calle proyectaban sombras sobre su rostro, acentuando los cambios que el tiempo había dejado en él. Cada arruga, cada línea me contaba una historia que no conocía.
Mis pasos se hacían cada vez más lentos a medida que la distancia entre nosotros disminuía. Me invadió el miedo: miedo a que no fuera él, a que fuera otra cruel ilusión creada por mis recuerdo y deseos más profundos. Pero, al mismo tiempo tenía terror de que sí lo fuera.
¿Qué le diría? ¿Por qué se había ido?
Después de tanto tiempo ¿Cómo podría enfrentarme a él?
El aire parecía volverse más denso, como si estuviera caminando a través de agua. Los segundos se estiraban hasta parecer minutos y todo mi cuerpo se sentía al borde del colapso. Podía oler el asfalto húmedo bajo mis pies, el leve aroma del cigarrillo de alguien a lo lejos, pero lo único que importaba era él y como cada paso me acercaba más a esa verdad inminente.
Cuando estuve a tan solo unos metros, pude ver los detalles más de cerca. Las pequeñas canas entrelazadas en su cabello cobrizo, las arrugas en las comisuras de sus ojos, esa barba que nunca había llevado antes.
Era él
Lo supe antes de que mi mente pudiera procesarlo del todo, porque mi corazón ya había dado su veredicto.
Un nudo se formó en mi garganta, haciéndome difícil respirar. Me obligué a seguir avanzando, aunque mi cuerpo parecía pesado, como si algo invisible me estuviera tirando hacia atrás, rogándome que no lo hiciera. Pero ya era tarde para detenerme. Estaba demasiado cerca.
Mis labios se entreabrieron, pero no pude pronunciar su nombre. Me quedé de pie, a unos pasos de él, observándolo, como si a mirarlo de cerca pudiera confirmar de una vez por todas lo que mi mente aun intentaba negar. El tiempo no había sido amable con él, pero había una belleza cruda en su rostro maduro, una dureza que sólo podía provenir de años de lucha.
Finalmente, con la voz temblorosa, lo llamé. Apenas un susurro, casi inaudible.
—¿Edward? — dije, mi voz rompiéndose a mitad de la palabra, todavía incrédula que fuera él.
Sus ojos me observaron con intensidad, no había sorpresa en ellos, sólo anhelo.
Nos quedamos en silencio durante lo que parecieron siglos. El mundo alrededor desapareció: no había música del bar, ni risas de fondo, ni siquiera el sonido del tráfico nocturno. Sólo nosotros dos, frente a frente, como si el tiempo hubiera hecho una pausa para permitirnos este encuentro.
No sabía que hacer. Quería abrazarlo, quería gritarle. Trece años de sufrimiento por su ausencia, de fantasmas. Quise preguntarle por qué, donde había estado, si me había extrañado tanto como yo a él, pero no podía moverme. Mis pies estaban clavados al suelo y mi voz se negaba a salir.
Finalmente, él habló. Su voz era grave, más áspera de lo que recordaba.
—Bella—dijo, con una media sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Me quedé helada.
Por que de repente el mundo colapsó a mi alrededor.
¡Estaba vivo!
No era un producto de mi imaginación, esta frente a mí, VIVO y hablándome.
No era consiente que ya había empezado a llorar hasta que sentí como terminó con la distancia entre nosotros y acercó su mano para limpiar las lágrimas de mis mejillas.
—No llores—dijo dulcemente.
Pero su contacto sólo logró lo contrarió por que una descarga de electricidad me recorrió el cuerpo haciendo este encuentro más real aun, las emociones se me desbordaban.
Me ahogué en su mirada. Esa mirada que me había perseguido durante años, en sueños y recuerdos, ahora me miraba con una intensidad tan cruda que era como si todos los años de distancia y ausencia se comprimieran en un solo segundo. Mis lágrimas, que intenté detener inútilmente comenzaron a fluir de manera más violenta, como si mi cuerpo finalmente estuviera liberando todo el dolor acumulado en su ausencia.
Quería gritarle y golpear su pecho por todo el tiempo perdido, por su ausencia que me había atormentado durante trece largos años, pero también me sentía aliviada, quería abrazarlo, besarlo y gritar al cielo una alabanza porque mis oraciones habían sido escuchadas, Edward estaba vivo y estaba de vuelta. Pero no podía moverme, no podía articular ni una palabra coherente. Estaba atrapada entre la rabia y el alivio, entre el odio y el amor.
Sus dedos, fríos y familiares, acariciaron mis mejillas mientras limpiaba mis lágrimas. Cada roce encendía una chispa en mi piel, trayéndome de vuelta al presente con una intensidad que casi me quemaba.
—No llores—repitió, su voz cargada de una ternura inesperada. Pero era demasiado tarde; las lágrimas ya no obedecían.
¿Cómo podía no llorar?
Estaba llena de felicidad y dolor al mismo tiempo.
Quise hablar, pero las palabras se negaban a salir. ¿Cómo se suponía que debía romper ese silencio cargado de tantas emociones? Mi pecho subía y bajaba descontrolado, mi mente buscaba respuestas, pero no había palabras que pudieran llenar el vacío que su partida había dejado.
Observe sus ojos tan verdes, que también comenzaban a humedecerse. Unos ojos que me recordaron tanto a Tony.
—Tenemos un hijo—le informé, mientras dejaba que la alegría de tenerlo por fin tan cerca me inundara. Edward sonrió, con esa sonrisa tan de él, tan devastadoramente hermosa que me dejaba sin respirar. Al escuchar mis palabras a él también se le iluminaron los ojos de alegría.
—lo sé—dijo.
Claro que lo sabía, había fingido ser su entrenador por tantos meses, había sido él a quien había visto fuera de la casa con mi hijo.
Entonces recordé como había corrido tras él porque pensé que era él y cómo él había huido para que no lo viera. Y la rabia me inundó.
—¿Dónde estuviste? —pregunté enojada, una pregunta que llevaba más de una década sin respuesta.
Él suspiró, y en ese gesto vi la sombra de un hombre que había vivido su propio infierno. Se pasó la mano por el cabello, como si necesitara tiempo para reunir las palabras adecuadas. Pero no había palabras suficientes, ¿verdad? ¿cómo explicar años de silencio?
—Es complicado, Bella—respondió al fin, su voz tan rota como la mía. Su media sonrisa ya se había desvanecido y en su lugar, había un peso palpable que parecía aplastarnos a los dos.
Mi respiración se aceleró. Complicado. Esa palabra era un insulto para todo lo que habíamos pasado. Complicado era no encontrar estacionamiento. Pero perder al amor de tu vida durante trece años, sin saber si estaba vivo o muerto…eso no era complicado. Eso era devastador.
—No…no puedes…simplemente aparecer y decir que es complicado… ¡pensé que habías muerto! —mi voz tembló mientras hablaba, mi rabia empezaba a ganar terreno, luchando contra el dolor, pero a pesar de la rabia no quería apartarme, nada haría que me apartara de él, había sufrido el dolor de su ausencia y sólo el fin del mundo conseguiría apartarme de él.
Nos miramos durante lo que se sintió como una eternidad, ambos sabiendo que este encuentro no tenía respuestas fáciles. Sentía el latido constante en mis oídos, un recordatorio de que, a pesar de todo, estaba viva, él estaba vivo, y nuestras almas aún colisionaban, como dos estrellas en un cielo oscuro, incapaces de evitarlo.
—¿Cómo …? — sobreviste al accidente. No pude terminar la pregunta por que mi voz estaba rota. Lo había creído muerto, una parte de mi siempre mantuvo la esperanza, siempre, había sido esa parte que no me había dejado continuar, que me había dejado estancada donde estaba esperando su regreso. Pero otra parte, una mínima, ya había perdido la esperanza, esa parte me decía que había muerto.
Y ahora agradecía a toda deidad que no estuviera muerto, que estuviera aquí.
La intensidad en su mirada se tornó aún más profunda, cómo si cada palabra no pronunciada pesara más que la anterior. La vulnerabilidad de su expresión hizo que el corazón se detuviera un instante. La rabia que había brotado en mí, aunque intensa, comenzó a desvanecerse bajo la calidez de su presencia.
—Bella—murmuró, con un tono que parecía resonar en el aire entre nosotros—He estado … en un lugar oscuro. Pero tú…es lo que me ha mantenido vivo. Jamás quise alejarme de ti.
Su voz, cargado de un dolor palpable me atravesó. Aquí estaba, el hombre que había anhelado y llorado durante trece años, con cicatrices visibles de una batalla que no podía comprender del todo. Mis instintos me decían que debía defenderme, que debía exigir respuestas, pero en su mirada había algo más, algo que prometía una conexión profunda, una comprensión de lo que habíamos perdido y lo que aún podíamos recuperar.
—¿Por qué no volviste antes? —pregunté, la ira diluyéndose en el mar de confusión y deseo que me envolvía.
Edward bajó la mirada, un gesto que dejaba entrever su lucha interna. Las luces de la calle iluminaban su rostro de tal manera que parecía esculpido por la luna misma. Aquel brillo verde en sus ojos era una mezcla de angustia y anhelo, y me sentí atraída hacia él, como si cada fibra de mi ser clamara su cercanía.
—Porque había cosas que necesitaba resolver primero—respondió, sus palabras saliendo en un susurro que parecía un secreto compartido solo entre nosotros. Me acerqué un poco más, la distancia entre nosotros ahora casi inexistente.
—¿Resolviste esas cosas? —pregunté, aunque sabía que eso era solo una parte de lo que realmente quería saber. Su historia era más grande que cualquier respuesta que pudiera darme.
—No—admitió y una sombra de incertidumbre cruzó su rostro. —Pero estoy aquí ahora. Ya no podía mantenerme alejado de ti ni un segundo más.
La intensidad de esa última frase hizo que la respiración se me quedara atorada en la garganta.
Y de repente la electricidad se intensificó por su cercanía.
Después con una mirada intensa se alejó dando un paso hacia atrás.
La distancia que había creado al dar un paso atrás me dejó desorientada. La realidad regreso de golpe, como un balde de agua fría. La música del bar, las risas ajenas, los murmullos de las conversaciones se entrelazaban en un sonido ensordecedor que contrastaba con el susurro íntimo que habíamos compartido.
Edward miró a su alrededor, como si sintiera lo mismo que yo, atrapado en el bullicio del bar. Su expresión cambió y con un brillo renovado en sus ojos dijo:
—¿Te gustaría salir de aquí? Este lugar es demasiado…ruidoso.
No hubo tiempo en lo que escuche su propuesta y en mi respuesta, mi cabeza comenzó a asentir de inmediato.
Sin perder tiempo se dio la vuelta para abrirme la puerta del carro, entré de manera automática. Vi como rodeo el carro para entrar también.
Cuando Edward encendió el motor, el sonido bajo ronco vibró en el interior del auto, llenando el espacio con una energía palpable. Me acomodé en mi asiento, sintiendo cómo la suavidad del cuero se ajustaba a mi cuerpo. La proximidad de él era abrumadora, cada movimiento que hacía parecía cargar el aire de electricidad.
Observé su perfil mientras conducía, la forma en que su mandíbula se tensaba ligeramente con cada giro del volante. Había una seguridad en sus movimientos, como si cada decisión estuviera perfectamente calculada. Las luces de la ciudad reflejándose en sus ojos oscuros acentuaba el brillo verdoso que me había fascinado desde el primer momento.
La tensión creció a medida que avanzábamos y la calidez de su presencia era casi opresiva. Quería acercarme, romper la distancia que existía entre nosotros, pero la incertidumbre me mantenía en mi lugar. El ritmo de mi corazón aceleraba y era consiente de cada respiro que tomaba, como si el aire entre nosotros se volviera más denso con cada segundo.
De vez en cuando, él me lanzaba una mirada rápida, sus ojos explorándome, primero mi rostro, mi escote, mis piernas. Cada mirada enviaba oleadas de calor por mi cuerpo, como si la energía de su mirada pudiera envolverme por completo. Sentía que todo lo que habíamos compartido antes de su desaparición estaba latente entre nosotros, vibrando con una fuerza innegable.
Pasamos por calle iluminadas, los edificios altos proyectando sombras alargadas y el sonido de la ciudad se mezclaba con el murmullo del motor. Miré hacia la ventana, las luces parpadeando, pero era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la tensión que llenaba el auto. La cercanía de Edward era una mezcla de deseo y miedo, una promesa de lo que podría ser, pero también de lo que aún estaba por resolverse.
Mientras avanzábamos, me sentí perdida en un torbellino de emociones. Sabía que nada volvería a ser igual, pero el eco de su presencia hacia que deseara que este momento nunca terminara. La noche se desplegaba ante nosotros, y aunque no sabía a dónde nos dirigíamos, el camino que habíamos tomado era el único que realmente importaba.
La atmósfera se volvía cada vez más densa. La tensión se palpaba en el aire, y la certeza de que ambos luchábamos por no romper esa lejanía era abrumadora. Cada mirada que compartíamos, cada pequeño movimiento, parecía ser un desafío a lo que estaba en juego. Era una lucha silenciosa, cargada de anhelos reprimidos y emociones no expresadas.
Y entonces el auto tomo una curva, una inesperada para mí, porque esta perdida en la manera que se movía su garganta al tragar saliva. El movimiento hizo que inconscientemente mi mano se apoyara en su pierna.
La electricidad retumbo en el carro, Edward volvió su rostro para observar su pierna donde mi mano se encontraba, inmediatamente la quite, pero fui muy consciente de la manera en que se acomodó en su asiento, mis ojos viajando en automático a su entrepierna, que se había abultado tanto que no pude contener el jadeo, no pude reprimir a mi mente viajando al pasado, de cómo se sentían sus labios, de como se sentía cuando me tomaba por la cintura y me pegaba a su cuerpo, en cómo se sentía estar completamente unida a él, su respiración agitada en mi cuello, sus manos explorando todo mi cuerpo desnudo. Edward me miró a los ojos y de repente sentí como si pudiera leerme el pensamiento, sus ojos destilaban un deseo salvaje, Edward contenía el aliento, como si estuviera a punto de acercarse y romper la distancia que nos separaba.
Justo cuando pensé que se pararía a la orilla de la carretera y rompería la tensión, mi teléfono sonó, resonando en el silencio del auto. El sonido me sacó de mis pensamientos, Edward regresó la mirada a la carretera, pero podía ver la tensión de sus dedos mientras sostenía el volante, su mandíbula estaba apretada y los músculos de su cuello tensos. Saqué el celular de mi bolsa, al ver el nombre de Alice en la pantalla se me formó un nudo en el estómago, no le había avisado que había salido del bar.
—Es Alice—le informé, pude sentir la frustración de Edward, la burbuja que se había formado entre nosotros se desinfló.
—No le digas que estas conmigo—sólo asentí. Contesté.
—¡Bella! — La voz de Alice resonó con preocupación y una nota de irritación— ¿Dónde estás? Dijiste que ibas al baño, pero no volviste, empezamos a buscarte por todas partes. ¡Nos preocupamos muchísimo!
Tome aire, sintiendo como mi corazón aún latía acelerado, intentando calmarme para no sonar tan agitada.
—Estoy bien, Alice, no te preocupes—dije, mirando de reojo a Edward, quien seguía concentrado en la carretera, pero podía sentir su atención en cada palabra que decía—Me encontré con alguien y estoy con él ahora.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea, como si Alice no pudiera procesar lo que acababa de decirle.
—¿Con quién? —preguntó, su tono ahora más desconfiado.
Mis dedos jugueteaban nerviosos con el borde de mi vestido. No podía decirle quien era todavía.
—No me preguntes quien es, porque no te lo voy a decir—contesté, con esfuerzo por mantener la calma— Pero te prometo que estoy bien, no te preocupes.
Alice soltó un suspiro, esta vez exasperado.
—¿Cómo quieres que no me preocupe? ¡No puedes irte así con alguien! ¿Sabes lo peligroso que es? Es un extraño ¡Podría ser un asesino en serie!
Rodé lo ojos, aunque sabía que Alice lo decía por preocupación. Aun así, no podía contarle la verdad.
—Alice, no es ningún extraño. Lo conozco—intenté calmarla, pero ella no parecía satisfecha con mi respuesta.
—¡Eso no importa! Tu comportamiento no es normal. Si no me dices dónde estás ahora mismo, llamo a la policía. ¡Bella, esto no es un juego!
Mi corazón dio un vuelco ante su amenaza, pero también me sentí indignada, me estaba tratando como una adolescente rebelde.
—Ya sé que no es un juego Alice—dije enojada—no llames a la policía, porque yo les diré que fuiste una exagerada, ¡por Dios! ¡Soy una adulta!...
Pero Edward me interrumpió, puso su mano en mi brazo para llamar mi atención, negó con la cabeza.
—Mándale tu ubicación, para que esté más tranquila—susurró.
Tenía razón, no podía seguir discutiendo con Alice y si compartir mi ubicación calmaba las cosas, era lo más sensato.
—Te mandaré mi ubicación en tiempo real para que te quedes mas tranquila—le dije, cediendo finalmente—pero, por favor, no me vayas a molestar mas con esto, estoy bien.
Puse el teléfono en alta voz, para seguir con la llamada y a la vez mandarle la ubicación por WhatsApp. A mi lado, Edward mantuvo una expresión imperturbable, aunque me lanzó una mirada de aprobación mientras lo hacía.
—Esta bien, gracias—respondió Alice, aunque seguía sonando desconfiada—Pero, Bella ¿vas a regresar esta noche?
Edward negó con la cabeza.
—No Alice—dije mientras un nudo se hacia en mi estómago, pensando en lo que esto implicaba, pasaría la noche con él.
—Entonces, ¿Cómo a qué hora llegarás? Para no preocuparme antes de tiempo
—Bueno…Tony llegará al medio día a la casa, yo creo que antes…—pero deje la frase sin terminar, Edward había carraspeado llamando mi atención, volvió a negar con la cabeza—no se a que hora llegaré mañana Alice, posiblemente ¿por la tarde? —pregunté mirando a Edward, el asintió.
Edward no apartaba los ojos de la carretera, pero su presencia lo llenaba todo. Lo sentía, como si me empujara suavemente a tomar decisiones que me atemorizaban y excitaban a partes iguales.
El silencio al otro lado del teléfono fue casi palpable, como si Alice no pudiera creer lo que acababa de oír.
—¿Mañana por la tarde? —repitió Alice, claramente sorprendida—. Bella, ¿qué está pasando?
No podía explicárselo, no ahora. Todavía no tenía todas las respuestas yo misma.
—Por favor, Alice —insistí, tratando de no sonar suplicante—. Sólo recibe a Tony y cuídalo hasta que llegue. Te lo agradecería mucho.
Alice suspiró, rendida ante mi petición, aunque sabía que sus preguntas no se habían terminado.
—Está bien, lo haré —respondió finalmente—. Pero cuando vuelvas, Bella, no te escaparás de un interrogatorio. Tienes que explicarme todo esto.
—Lo sé —le respondí, sintiendo el peso de sus palabras, pero también sabiendo que no podía darle más en ese momento—. Gracias, Alice. Hablamos mañana.
—Cuídate, por favor —dijo Alice, y pude percibir la preocupación genuina en su voz.
Colgué el teléfono, y el sonido del motor volvió a llenar el coche. La tensión entre Edward y yo estaba de nuevo en el aire, más pesada e intensa que antes.
Pero antes de que alguien pudiera decir algo más, el auto se detuvo. Habíamos llegado.
El coche se detuvo suavemente frente a una casa pequeña pero impecable, situada en lo que parecía ser un vecindario tranquilo y acomodado en las afueras de la ciudad. A través del parabrisas, pude ver que la casa era de estilo moderno, con grandes ventanales y detalles en piedra clara que le daban un aire elegante pero acogedor. Un jardín perfectamente cuidado rodeaba la entrada, iluminada por luces discretas que resaltaban el camino de adoquines hacia la puerta principal.
El barrio en sí parecía sacado de una postal. Las casas, todas separadas por amplios jardines, eran similares en estilo, pero cada una con un toque distintivo. Los árboles alineados a lo largo de las calles creaban un ambiente sereno, casi bucólico, como si el mundo exterior estuviera a kilómetros de distancia.
Observé la casa mientras apagaba el motor, sintiendo una extraña mezcla de curiosidad y nerviosismo.
—¿Es tuya? —pregunté, rompiendo el silencio mientras aún miraba la casa.
Edward se quedó unos segundos en silencio, sin apartar las manos del volante. Podía ver que su mandíbula se tensaba ligeramente, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Podría decirse—respondió con una leve sonrisa evasiva, sin mirarme directamente.
Su respuesta era vaga, pero esa parecía ser la norma con él. Siempre dejando más preguntas que respuestas. No insistí de inmediato, pero la curiosidad aún me quemaba por dentro.
Me volví hacia él, esperando algo más, alguna explicación. Pero en lugar de palabras, Edward abrió la puerta del coche y salió. El aire fresco de la noche entró en el auto, despejando un poco la tensión acumulada dentro. Sin decir nada más, lo seguí.
Caminé detrás de él, mis pasos resonando suavemente sobre los adoquines del camino que llevaba a la entrada de la casa. Mi cabeza estaba llena de preguntas, una maraña de pensamientos sin respuesta. Pero al mismo tiempo, me sentía muy agradecida. Él estaba ahí, caminando a mi lado, respirando el mismo aire. Estaba vivo, algo que aún me parecía completamente surreal.
Y aunque no sabía lo que esa noche me deparaba, en ese momento, su presencia era suficiente.
Al entrar, lo primero que me sorprendió fue lo pulcro y minimalista de todo el lugar. La casa era pequeña, pero cada detalle parecía pensado con precisión. Me detuve en el umbral, mirando la estancia que se extendía frente a mí. Había algo en la simplicidad del espacio que no coincidía del todo con la imagen de Edward que había construido en mi mente a lo largo de los años. Todo se sentía demasiado moderno, demasiado controlado, casi como si fuera un escenario en lugar de un hogar.
Las paredes grises y blancas, adornadas con espejos circulares que reflejaban la luz suave y cálida, me hacían sentir que el espacio, aunque pequeño, era amplio. Las líneas limpias y los colores fríos me transmitían una sensación de orden, pero me preguntaba si realmente reflejaban a Edward o si solo era un caparazón, una fachada cuidadosamente construida.
El sofá gris estaba perfectamente colocado, con cojines en tonos apagados y neutros que no desentonaban ni un milímetro. No había desorden, ni una señal de vida desbordante. Todo parecía milimétricamente calculado. No podía dejar de pensar que le faltaba algo de calidez, algo que lo hiciera sentir humano. Me preguntaba si acaso esta casa había sido realmente vivida.
Miré hacia la cocina, donde la luz colgante sobre la barra proyectaba sombras suaves, acentuando los electrodomésticos de acero inoxidable y las superficies impecables. Las líneas rectas y el diseño moderno parecían gritar eficiencia y funcionalidad, pero también distancia. No había ninguna pista personal, ninguna foto o detalle que me contara algo más sobre él. Era como si este lugar fuera parte de una vida que nunca me había permitido conocer, un refugio del que él podía desaparecer cuando quisiera.
El piso de madera gris continuaba ese tema de frialdad sofisticada, y aunque los tonos eran agradables, sentía que había una barrera invisible entre el espacio y yo. Sin embargo, el hecho de que me hubiera traído aquí, a este lugar que era tan claramente suyo, me hacía pensar que quizás estaba comenzando a derribar esa barrera.
Miré a Edward de reojo mientras se movía por el espacio, notando cómo parecía pertenecer perfectamente en este entorno controlado, como si ambos, la casa y él, compartieran ese mismo aire de misterio y perfección calculada.
Edward se acercó a mí de manera cautelosa, como si temiera romper el delicado equilibrio que nos mantenía en esa extraña burbuja de tensión contenida. Mi corazón latía con fuerza, cada segundo que pasaba incrementaba la sensación de que el aire se volvía más denso, más pesado.
Edward tomó mi mano con una firmeza decidida. Sin decir una palabra, me guio a través del salón, caminando en dirección a lo que supuse era la recámara. La tensión entre nosotros no había hecho más que aumentar con cada segundo que pasaba en su presencia, y sentía mi corazón latiendo cada vez más rápido, casi al borde de la desesperación.
Al cruzar un pequeño pasillo, llegamos a una puerta de madera oscura. Edward la abrió con suavidad y me hizo pasar primero. La habitación era más íntima de lo que había esperado, pero al mismo tiempo, sencilla y acogedora, en su estilo minimalista. Las paredes estaban pintadas en tonos suaves, y apenas había una cama grande en el centro, cubierta por sábanas blancas y un par de almohadas.
Unas ventanas altas dejaban entrar la luz tenue de la luna, que iluminaba lo justo para que todo se sintiera envuelto en un ambiente íntimo y sereno. No había demasiados adornos, solo un pequeño escritorio en una esquina y una lámpara de pie que emitía una cálida luz dorada.
Edward no soltó mi mano en ningún momento. Su cercanía me hacía sentir expuesta, vulnerable, pero de una manera que también me traía consuelo. A pesar de los años, de todo lo que habíamos perdido, el simple hecho de estar aquí con él me hacía sentir más segura de lo que había estado en mucho tiempo.
Me giré para mirarlo y fue entonces cuando nuestras miradas se encontraron de nuevo. Había algo en sus ojos, algo profundo y doloroso, pero también lleno de deseo. Mi respiración se volvió más rápida cuando sentí el peso de la situación. Aquí estábamos, después de todo este tiempo
Él tomó mi otra mano con una suavidad que parecía contrastar con la energía que siempre había irradiado. Sus dedos rozaron el dorso de mi mano, apenas un toque, pero suficiente para que mi piel se erizara. Sus ojos me buscaban, intensos, pero llenos de una mezcla de duda y deseo.
—Quiero... —dijo con voz ronca, tragando saliva como si le costara continuar—. Tengo muchas ganas de besarte —admitió, en un tono tan bajo que apenas lo escuché, pero su significado resonó como un eco en mi interior—. ¿Puedo?
Un nudo se formó en mi garganta. La fuerza de todas las emociones acumuladas, la angustia, el anhelo, la incertidumbre, todo se condensó en ese momento. Sentí cómo las lágrimas, tan familiares en mi rostro cuando pensaba en él, comenzaron a surgir de nuevo, calientes y pesadas, deslizándose por mis mejillas.
—Sí —susurré, mi voz casi quebrada por la anticipación.
Él me atrajo con delicadeza, nuestras manos aún unidas y presionadas contra su pecho. Pude sentir el latido de su corazón bajo mi palma, fuerte y constante, en un extraño contraste con el temblor sutil de sus dedos.
—Hace mucho tiempo que no hago esto —confesó en un susurro, su voz cargada de una vulnerabilidad que rara vez le había visto. El brillo en sus ojos oscuros se ensombreció momentáneamente, teñido por el miedo.
Sus manos se deslizaron lentamente por mi rostro, sus dedos cálidos y seguros, pero gentiles, como si temiera romper algo frágil. Mi corazón parecía a punto de estallar en mi pecho mientras él me observaba un segundo más, sus ojos vagando sobre mi rostro como si quisiera memorizar cada detalle.
Luego, sin prisa, su boca encontró la mía.
No supe qué esperaba. Había revivido este momento tantas veces en mi mente, tantas noches llenas de deseo. ¿Esperaba la pasión desenfrenada que siempre habíamos compartido antes? Lo había ansiado por tanto tiempo, imaginando cómo sería, cómo se sentiría estar otra vez tan cerca de él.
Pero lo que encontré fue algo diferente, algo más profundo. Sus labios contra los míos eran suaves, cautelosos, como si en lugar de reclamarme, quisiera redescubrirme. Me dejé llevar, perdida en la sensación de su piel, de su calor, y de la certeza de que, aunque el mundo a nuestro alrededor hubiera cambiado, en ese instante, al menos, todo estaba bien.
Edward comenzó a acercarme más a él, con una lentitud deliberada, como si quisiera memorizar cada detalle. Sus manos, fuertes pero suaves, se movían por mi cuerpo sobre la tela de mi ropa, reconociendo de nuevo el contorno de mis huesos, el terreno que antes le había pertenecido. Sentía su tacto como si estuviera grabando mi forma en su mente, redescubriéndome.
Deslizó sus manos por mis brazos, tan despacio que el calor de sus dedos quedaba atrás en mi piel.
Separó sus labios de los míos, apenas unos milímetros, solo lo suficiente para que su aliento cálido chocara con mi piel. Luego, bajó sus labios por mis mejillas, rozándolas suavemente, y terminó besando mis párpados con la misma delicadeza con la que antes había tocado mis manos. El contacto era tan ligero que me hizo estremecer, pero no me moví. Quería absorber cada instante, cada gesto.
Instintivamente, mis manos subieron hasta su espalda, tocando con suavidad las líneas de su cuerpo que ya conocía tan bien. Pero al deslizar mis dedos por su piel, bajo la tela de la camisa, sentí algo más: cicatrices.
Me congelé por un instante, sorprendida, sin saber qué pensar. No podía dejar de preguntarme cómo había llegado a tener esas marcas en su piel. ¿Había sido maltratado? ¿Qué había pasado en todos esos años para que su cuerpo estuviera así?
Mi mente se llenó de preguntas. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta, y, antes de poder detenerme, las palabras comenzaron a salir de mi boca.
—¿Qué te pasó? —pregunté en voz baja, casi temerosa de la respuesta. El pensamiento de que hubiera sufrido de una manera tan física me revolvía el estómago.
Pero antes de que pudiera continuar, Edward me miró a los ojos. Había algo en su mirada, una mezcla de dolor y determinación que me hizo detenerme de inmediato.
—Ahora no, Bella —dijo suavemente, pero con firmeza—. No quiero hablar de eso... no esta noche.
Me acarició la mejilla con la misma ternura de antes, y sus palabras, aunque llenas de silencios, me dijeron todo lo que necesitaba saber en ese momento.
—Solo quiero estar contigo ahora. —Su voz era casi un susurro.
No insistí más. Las preguntas seguirían ahí, flotando en el aire entre nosotros, pero sabía que no era el momento. En vez de eso, me permití concentrarme en el presente, en el hecho de que estaba aquí, conmigo, vivo.
Edward volvió bajar su rostro a mi cuello, sus manos fueron a mi cintura y me atrajo a él, no quedaba espacio entre nosotros, sentí su erección presionándose contra mi vientre, instintivamente me apreté mas a él llevando mis manos a su cuello, gimiendo por lo delicioso de sentirlo nuevamente así.
Y de repente toda timidez se esfumó, nuestros cuerpos se reconocieron al instante, sabían que hacer, donde tocar.
Edward comenzó a empujarme para que caminara hacia atrás hasta que la parte posterior de mis rodillas chocaron con la cama, me hizo caer, pero no me solté de él, llevándolo conmigo.
Caímos a la cama, yo abriendo mis piernas recibiéndolo, gemimos al unisonoro al sentirnos tan íntimamente, su boca me devoró y yo lo quería mas cerca si se podía, presionaba su espalda para acercarlo más mientras su boca devoraba la mía.
Comenzó a mover su cadera, la fricción de su miembro duro contra mi centro era enloquecedor, sentía mis pechos grandes y pesados, mi piel estaba hipersensible y sentía la humedad de mi excitación.
Lo presione más hacia mí, no teniendo suficiente de él. Edward separó su boca de la mía, dejando salir una pequeña risa.
—Te voy a aplastar—dijo divertido.
—No me importa, te quiero más cerca—le dije suplicándole, había permanecido tanto tiempo alejada de él, que por nada del mundo quería que se alejara ni un solo milímetro de mí.
—¿Me quieres más cerca, o dentro de ti? —preguntó en un susurro y mordió mi cuello, gemí
—Las dos cosas—dije mientras mi mano bajaba a su trasero y lo presionaba más hacia mi centro. Gruño mientras sus caderas se movían en un vaivén.
—Lo siento—dijo suplicante mientras me miraba intensamente a los ojos—No creo que pueda ir lento, te necesito tanto
—No vayas lento—yo también le supliqué—yo también te necesito, hazme tuya.
No tuve que decirle dos veces, porque inmediatamente se paró y comenzó a quitarse la ropa, yo también me quité rápidamente la ropa, el top y la falda, pero cuando llegue al brasier la timidez me invadió, lo observé, su cuerpo estaba tremendamente musculoso, de más joven había sido muy hermoso, con los músculos visibles, pero delgado, ahora aunque su cuerpo no había acumulado ninguna gota de grasa extra, sus músculos eran mas grandes e impresionantes, me quedé viendo cada ángulo, cada llano y curva de su cuerpo, se había dejado los boxers.
Sus ojos también exploraron mi cuerpo, de repente fui demasiado consciente de mi cuerpo, yo si había aumentado de peso, mis caderas eran mas prominentes y la lactancia había hecho que mis pechos no quedaran un poco más grandes y no tan firmes.
Me observó como pidiéndome que me quitara el resto, con nerviosismo me quité el brasier y la pantaleta sintiéndome vulnerable.
Edward no dijo nada por unos tortuosos segundos, observándome.
—Estas tan hermosa—dijo rompiendo el silencio, el alivió mi inundó, temía no gustarle ya.
—Creo que estas perdiendo la vista—aseguré. El comentario lo hizo reír, sin quitarme la vista de encima el también quitó la última prenda que le quedaba.
No me dejó suficiente tiempo para admirarlo como merecía, porque de inmediato rompió la distancia que nos separaba, se posicionó entre mis piernas me levantó los brazos por encima de la cabeza y los sostuvo ahí mientras mi cuerpo se arqueaba tenso e indefenso debajo de él.
Se inclinó a besarme, el beso fue intensó, su lengua buscando la mía en una lucha de dominación sobre el otro, yo no paraba de retorcerme bajo su cuerpo, estaba ansiosa de sentirlo, impulse mis caderas hacia arriba sintiendo su miembro rozar mi centro, dejo escapar un pequeño sonido grave, dejó mi boca para afirmar las manos en mis muñecas y me penetró con fuerza. Yo estaba tan estrecha como una virgen y grité arqueándome debajo de él. Luego me soltó las muñecas y cayó a medias sobre mí, me clavó a la cama con su peso y metió las manos por debajo de mi cuerpo para inmovilizarme las caderas, podía sentir un palpitar en las costilla, pero no sabía si era mi corazón o el suyo, comenzó e mecer su cuerpo, sin salir de mi sólo haciendo fricción entre nuestros cuerpos, el movimiento lo sentía justo en mi clítoris sobre estimulado, me provocó una convulsión de placer, indefensa bajo su cuerpo, sentí que mis espasmos lo acariciaban, lo ceñían y lo soltaban, instándolo a acompañarme.
Arqueó la espalda, levantándose sobre las manos con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y respirando con fuerza. Luego inclinó la cabeza hacia delante muy despacio y abrió los ojos para mirarme con lujuria.
—Oh Bella—susurró—Oh, Bella, por Dios.
Y se dejó llevar, muy dentro de mí, sin moverse, estremeciéndose de arriba abajo hasta el punto de que le temblaban los brazos. Por fin dejó caer la cabeza con un sollozo mientras se dejaba ir. Cada sacudida entre mis piernas despertaba un eco en mí.
Cuando todo hubo terminado, Edward se quedó encima de mí, inmóvil como una piedra, pero su pecho subía y bajaba con fuerza. El sonido de nuestras respiraciones entrelazadas era lo único que rompía el silencio en la habitación, llenándola de una intimidad tan abrumadora que apenas podía asimilar lo que acababa de suceder.
Lentamente, y con una suavidad que me conmovió, bajó hasta apoyar su cabeza sobre la mía. Sentí su respiración cálida en mi cabello mientras mi cuerpo aún temblaba por el éxtasis, atrapada entre el alivio y la incredulidad. No quería moverme. No quería separarme de él, no ahora que por fin lo tenía de nuevo, después de tanto tiempo.
Edward, sin salir de mí, se tumbó despacio en la cama, haciéndome girar con él, quedando yo encima de su cuerpo, aún unida a él en una conexión que iba más allá de lo físico. Cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación de estar envuelta en su piel, en su presencia, como si todo a nuestro alrededor hubiera desaparecido. No había pasado el tiempo para nosotros en esos instantes, solo estábamos él y yo.
Respiró hondo, y sentí cómo su pecho se expandía bajo el mío, haciendo que mi cuerpo subiera y bajara con él. Un gemido escapó de mis labios, suave, involuntario, pero cargado de todo lo que habíamos reprimido. Ese movimiento, esa sensación de estar completamente juntos, me hizo estremecer de nuevo.
—Aún no he terminado contigo —susurró con una promesa cargada de deseo, mientras sus manos se aferraban a mis caderas, manteniéndome pegada a él.
Ambos suspiramos al unísono, como si hubiéramos estado esperando este momento durante toda una vida. Había una paz en el aire, una calma que nos envolvía, como si finalmente hubiéramos encontrado el lugar al que siempre habíamos pertenecido.
Y en ese instante, sentí que todo encajaba. El peso de los años, del dolor, del silencio... todo se desvanecía, quedando solo la certeza de que, por fin, estábamos juntos.
