¡Hola, mis queridos y pacientes lectores!
Sé que la espera ha sido larga, pero he estado trabajando a tope en este capítulo que es crucial para la historia. ¡Es un momento súper importante y no podía apresurarlo! Espero que lo disfruten tanto como yo disfruté peleándome con mis personajes. ¡Gracias por su paciencia y nos leemos muy pronto!
Espero con ansias leer sus opiniones y comentarios.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Twilight, una saga creada por Stephenie Meyer, y esta historia está inspirada en El Conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. Esta es una obra de ficción sin fines de lucro creada por una fan para otros fans.
Bella POV
Sus manos acariciando mi espalda en un suave ir y venir, mi mejilla apoyada en su torso hizo que el latido de su corazón me arrullara, el momento que acabábamos de compartir me había dejado completamente relajada. Me quedé dormida.
…
Me despertaron sus manos cuando se apoyaron en mis caderas y comenzó a mecerlas contra él, podía sentir como crecía dentro de mí, despertando mis sentidos, mi respiración se empezó a sincronizar con el latido de su corazón y su respiración acelerada.
Desperté.
—¿Cuánto tiempo me quedé dormida? —me levanté de su torso, el movimiento hizo que ambos gimiéramos de la sensación, ya estaba completamente duro en mi interior, llenándome toda.
—Como 20 minutos—gruñó, pero yo ya estaba excitada, sentía sus manos por todas partes, me levanté un poco y volví bajar sobre su eje, gruño y las cosas se aceleraron de repente.
Él también se levantó de modo que quedó sentado, su boca fue directamente a mis pechos, sus manos en mi espalda, empujando mis omoplatos hacia él, beso mis pechos con la boca abierta, succionando, gemí. Llevé mis manos a su cabeza, con el pelo tan corto, lo acerqué más a mí y al mismo tiempo intentaba subir y bajar, pero su abrazo férreo me lo impedía, sólo podía conseguir un torpe vaivén, pero lo sentía delicioso, su abdomen duro quedaba en el lugar perfecto para que mi clítoris de frotara con él, y estaba enloquecida, podía sentir como esa parte se tensaba más y más, coloque mis manos sobre sus hombros para darme más impulso, Edward soltó mi pecho y con su mano izquierda me tomó del cuello para acercarme a su cara y besarme y con su mano libre apretó mi cadera para fijar el ritmo. Pero yo no podía hacerle caso a esa mano, me rebelaba contra ella, mi cuerpo me exigía que fuera más rápido.
—No tan rápido—jadeó, mientras su mano me inmovilizaba, negué con la cabeza y seguí, un gruñido salió de su pecho y en un movimiento volteó nuestras posiciones, me tomó de las muñecas y las puso sobre mi cabeza y salió de mí.
—Edward—medio grité frustrada, pero sentí la punta de su miembro acariciado mi clítoris, me revolví bajo su cuerpo desesperada.
—Por favor—rogué, Edward me soltó de las manos y sus labios besaron mi estómago, inspiré profundamente, sus manos inmovilizaron mis caderas que buscaban desesperadas un estímulo. Lo encontraron, sentí su boca en mi pelvis, su lengua en mi clítoris y con un par de movimientos estalle de placer, la tensión de mi cuerpo llegó al punto de quiebre y grité mientras los músculos se me engarruñaban del placer y todo mi cuerpo se relajó con las olas del orgasmo recorriéndome el cuerpo, pero aún estaba disfrutando del orgasmo cuando Edward entró rápido y profundo en mí.
Y mi cuerpo volvió a convulsionar por la sensación de sentirme llena alargando las olas de placer que poco a poco desaparecían de mi organismo.
Edward me mordió el hombro, poniéndome alerta de nuevo al placer, sus embestidas eran fuertes y profundas, lo sentía en el vientre, me abrí más a él, lo quería todo, su rostro era una obra de arte, con la boca entreabierta exhalando su aliento en mi rostro, sus ojos de un verde oscuro devorándome, el ceño fruncido y esos labios carnosos, no podía creerme que otra vez lo tenía así, de nuevo conmigo y dentro de mí, era un milagro.
Pero después olvidé la palabra milagro y cualquier otra cosa cuando levanto mis piernas sobre sus hombros y fue aún más profundo tocando un punto dentro de mí que envió una descarga de electricidad por todo mi cuerpo haciendo estallar.
Edward perdió el control, mi orgasmo hacía que mi centro se contrajera alrededor de él, gruño con ese sonido grave mientras sus empujes se hacían arrítmicamente, sus manos bajaron mis piernas de sus hombros, tiro su cabeza hacia delante me tomo por debajo del hombro para anclarme a él, mientras seguía empujando enloquecido, sentía su respiración en mi cuello, su otra mano sostenía su cuerpo sobre mí, la posición me arrebato otro jadeo cuando sin control rozaba mi clítoris sobrestimado con su pelvis, aun no me recuperaba del último orgasmo cuando sentía que mi cuerpo volvía a contraerse de placer.
—Por Dios! —gruño cuando mi cuerpo lo apretaba y lo soltaba con las contracciones. Dio una estocada final dejándose llevar, podía sentir como explotaba dentro de mí, dejó que su cuerpo cayera sobre mi y yo lo abrace mas a mí, sintiendo nuestras respiraciones aceleradas, mientras su miembro se sacudía dentro de mí, descargando todo su placer, mi cuerpo no paraba de ceñirlo, tomando todo de él.
Edward salió de mi para acostarse a mi lado, los dos demasiados abrumados para decir algo, me llevó a su torso para que acomodara su cabeza sobre su él. La almohada perfecta, suspire complacida mientras el ritmo de su respiración me aletargaba y mis ojos no pudieron no cerrarse.
...
Esta vez fui yo quien lo despertó, seguía oscuro así que no pudo haber pasado más de una hora desde la última vez, había movido mi pierna de tal manera que mis labios inferiores quedaron abiertos y chocaron con su pierna, el deseo me golpeo despertándome, me empecé a mecer contra él, buscado más esa agradable sensación. Cuando ya estaba demasiado excitada y él no había despertado aun, me levante quité las sábanas y mi boca fue directamente a su miembro.
—Bella—respingó mientras mi boca le daba besos a su miembro y comenzaba a masajearlo, no tardo en ponerse completamente erecto, pero ya lo estaba disfrutando demasiado como para encargarme de montarlo, había pasado mucho tiempo desde que lo había probado y ahora quería hacerlo.
El gruñido que lanzó me motivo aún más, el saber que lo estaba disfrutando hizo que mi centro palpitara de excitación.
Su manó fue hacia mi cabeza anclándome a él, me sujetaba fuerte el pelo, lejos de molestarme me estaba excitando muchísimo, estaba disfrutándolo tanto, había extrañado sentirme así, tan sensible al tacto, tan excitada, tan deseosa de complacerlo.
Lo estaba haciendo bien, sentía que pronto llegaría a su orgasmo, lo sentía más grueso, más grande, sus gruñidos se hicieron más intensos y yo estaba deseosa de probarlo. Su mano soltó mi cabello, se medió sentó solo para tomar mi cadera y arrástrame hacia él, al principio no sabía muy bien que estaba haciendo, mi boca se negaba a soltarlo, hizo que mi pierna izquierda pasara al otro lado y mi intimidad quedó expuesta a su rostro y no me dio tiempo de darme cuenta de lo que pasaba cuando de repente sentí su lengua en mi clítoris, la sorpresa hizo que lo soltara un momento.
Succionó mi clítoris y yo grité de sorpresa y de placer, nunca habíamos hecho esta posición, era completamente nuevo para mí, una oleada de celos también me inundó, ¿Dónde había aprendido otras cosas? Pero mi menté relegó ese pensamiento para después y volví a meterme su miembro a la boca. Hubo una competencia, para saber quién podía hacer llegar al otro primero, a mí ya me temblaban las piernas, no podía sostener más el orgasmo que se avecinada, fuerte y esplendido.
Venirme mientras tenía su hombría en mi boca fue lo más sexy que haya experimentado, cuando al fin sentía que recuperaba la cordura decidí que sería su turno, lo chupe con más entusiasmo, pero el me apartó, con sus manos me retiro de su rostro y acto seguido hizo que levantara mi rostro de su miembro y me volteo.
—Quería probarte—la frustración se escuchó en mi voz mientras el quedaba por encima de mí, se dibujó una sonrisa en su hermosa cara.
—Y yo quiero venirme dentro de ti—susurró con tono sexy, al decir aquellas palabras a los dos se nos encendió la alarma en la cabeza, las maravillas de la adultez supongo, la incapacidad de ser irresponsables.
Edward no entró en mí, pero ya lo habíamos hecho dos veces, ya no tenía sentido preocuparse ahora, sin embargo, volvió su rostro hacia la silla donde se encontraba su chaqueta, pensando, supongo, si había algún condón ahí, su cara de preocupación me hizo saber que no, no tenía ningún preservativo.
Me miro seriamente
—Debo ir a la farmacia—me reí de él.
—Creo que es demasiado tarde para eso—mis manos fueron hacia sus hombros y subí mis caderas para que su miembro rozara mi centro, gemimos al mismo tiempo
—Bella—dijo mi nombre con tono de advertencia.
—Tomaré la pastilla del día después—mi cuerpo ya estaba desesperado por sentirlo y Edward no se lo pensó dos veces, entro fuerte y se sintió potente, celestial.
Y en ese instante, cualquier pensamiento sobre un bebé no planeado se desvaneció por completo. Todo lo que importaba era el aquí y el ahora, la intensidad que llenaba cada rincón de nuestros cuerpos. Edward no apartaba los ojos de los míos, como si estuviera sumido en una especie de trance, completamente concentrado en mí. Y yo, atrapada en el mismo estado, aún no podía creer que, después de tanto tiempo, él estuviera aquí, conmigo, vivo, dentro de mí, volviendo a ser uno.
Sus ojos eran como un ancla que me mantenía en el presente, observando cada detalle de mi rostro con devoción. Y yo, fascinada por él, me perdía en las facciones que tantas veces había soñado volver a ver: el verde intenso de sus ojos, profundo como un bosque misterioso; las líneas de expresión que se marcaban en la comisura de sus ojos, aquellas arrugas sutiles que el tiempo le había regalado, haciéndolo aún más hermoso, más real. Todo en él me resultaba irresistible y la nostalgia de haberlo perdido, de haberlo extrañado tanto, ahora solo intensificaba el momento.
El ritmo de sus embestidas, lentas pero profundas, hacía que todo se sintiera aún más íntimo, más intenso. Era como si el tiempo se ralentizara solo para nosotros, como si el universo nos estuviera concediendo este pequeño espacio para reconectarnos. Cada movimiento, cada roce, cada mirada era una promesa silenciosa de todo lo que habíamos dejado atrás y de todo lo que aún podíamos recuperar.
El orgasmo nos alcanzó a ambos al mismo tiempo, una explosión de sensaciones que recorrió nuestros cuerpos, pero incluso en ese clímax, sus ojos no se despegaron de los míos. Ni por un segundo, su boca busco la mía y nuestros jadeos se mezclaron en un beso lento, profundo, en el que nos entregamos por completo. No había espacio para nada más. Sólo nosotros, nuestras respiraciones entrelazadas y la certeza de que, después de tanto tiempo, por fin nos habíamos encontrado de nuevo.
Y así seguimos durante lo largo de la noche, entre dormitando y luego Edward me despertaba ansioso de más, encontrándonos una y otra vez.
…
Era de día, y el sol me bañaba con su luz cálida, haciéndome cerrar los ojos por un instante. Edward seguía profundamente dormido a mi lado, ajeno a la claridad que llenaba la habitación. Me quedé observándolo, una vez más maravillada por el hecho de que él estuviera aquí conmigo, tan real, tan tangible, después de todo lo que había pasado.
Era imposible no notar lo que había cambiado en él. Su piel, iluminada por la luz del día, parecía más clara de lo que recordaba, casi pálida en comparación con mi memoria. Y su aspecto era…desconocido, pero también extrañamente conocido y atractivo. Nunca lo había visto con el cabello tan corto, ni con la barba tan crecida, pero de alguna manera, este Edward me gustaba aún más que el anterior. Había algo más maduro, más rudo y sin duda, más sexy en él. El tiempo lo había cambiado de maneras inesperadas y no podía evitar encontrarme fascinada.
Su cuerpo también era distinto. Ahora tenía más vello en el pecho y sus músculos estaban mucho más marcados, como si el tiempo hubiera esculpido su figura con mayor precisión. Pero lo que más me atrapaban eran las cicatrices, recordatorios silenciosos de todo lo que él no me había contado. ¿Qué le había pasado? ¿Cómo había sobrevivido al accidente? ¿Dónde había estado todo este tiempo?
Lentamente, pasé mis dedos por el contorno de una de esas cicatrices en su pecho, esas marcas de quemaduras que no dejaban de inquietarme. Apenas lo toqué, di un pequeño brinco cuando su mano se cerró sobre mi muñeca, firme pero suave. Su mirada, profunda y seria, me atrapó por completo. Sonreí, tratando de aliviar la tensión y él me devolvió la sonrisa.
Sin soltar mi muñeca, me giró con delicadeza, poniéndome boca arriba, su cuerpo fuerte cubriendo el mío, presionándolo juntos desde el pecho hasta los pies. El calor de su piel contra la mía despertaba cada nervio, cada fibra, haciendo estremecer bajo su peso. Estaba lista para él, para lo que viniera después, como si nada en el mundo pudiera interrumpir ese momento.
Edward, con su mirada intensa y su sonrisa ladeada, me hizo olvidar por un instante las preguntas que quemaban en mi mente. Ahora, todo lo que importaba era él, aquí conmigo, como si nunca nos hubiéramos separado.
Edward me beso con una intensidad que me dejó sin aliento, como si quisiera borrar cualquier rastro de distancia que nos había separado por tanto tiempo. Mis manos se aferraron a su espalda, tratando de acercarlo más a mí, cuando de repente, un gruñido rompió la magia del momento.
Mi estómago.
Me congelé por la sorpresa y Edward se separó de mí solo lo suficiente para mirarme a los ojos con una sonrisa que iba creciendo poco a poco, hasta convertirse en una risa suave pero contagiosa.
—Tienes hambre —dijo, con esa mezcla de diversión y ternura que solo él podía transmitir.
Me sentí un poco avergonzada, pero no pude evitar sonreír también. Asentí, mordiéndome el labio mientras intentaba no reírme con él.
—Un poco —admití, todavía atrapada bajo su cuerpo, pero ahora notando la realidad de nuestras necesidades básicas tras la intensidad de la noche.
Edward rodó sobre su espalda, soltándome con cuidado, aunque su mano aún descansaba en la mía, como si no quisiera dejarme ir del todo. Aún recostado, se inclinó ligeramente para besarme de nuevo en la frente, un gesto que me hizo sentir increíblemente querida, antes de murmurar:
—Creo que es hora de alimentar a la mujer más hermosa del mundo.
Edward decidió meterse a bañar rápidamente antes de preparar algo para desayunar, aunque ya no era hora de desayuno, sino casi de comer. El sol había avanzado lo suficiente como para saber que era pasado el mediodía, y Tony ya debería estar con Alice. Me estiré en la cama, buscando mi celular entre las sábanas revueltas. Cuando finalmente lo encontré, vi que tenía varios mensajes: unos cuantos de Alice y uno de Jacob.
Abrí primero el de Jacob. Decía que había dejado a Tony con Alice y preguntaba dónde estaba yo. Su tono era breve, como siempre, pero no sentí la urgencia de responderle de inmediato. Así que me dirigí a los mensajes de Alice, que eran, como esperaba, mucho más insistentes. El primero era casual, preguntando cómo estaba. Luego, cada mensaje se volvía más preocupante que el anterior.
"¿Sigues viva?"
"Si no me respondes antes de la una, te reporto como desaparecida a la policía."
Solté una risa nerviosa, sabiendo que Alice lo decía en serio. Me apresuré a contestarle que estaba bien, pero, claro, no fue suficiente.
"Necesito pruebas. ¿Cómo puedo estar segura de que no es tu asesino respondiendo por ti?"
Suspiré con una mezcla de exasperación y cariño, y sin pensar demasiado, me tomé una selfie. Estaba desnuda bajo las sábanas, y aunque me aseguré de que solo se vieran mis hombros, mi cabello estaba hecho un desastre. Sin embargo, sonreía de oreja a oreja. Le envié la foto, con una ligera risa escapando de mis labios, preguntándome si aquello sería prueba suficiente para ella.
Unos minutos después, Alice me respondió:
"Tenía mucho tiempo sin verte sonreír tanto. Te ves divina. Se nota que la noche estuvo bien."
Sonreí más al leer su respuesta, sintiendo el calor en mis mejillas. La verdad es que después de tanto tiempo sin ver a Edward, haber pasado la noche juntos me dejaba con una sensación de alivio, como si por fin algo en mi vida hubiera vuelto a encajar.
…
Me habia bañado y vestido, habia notado que probablemente Edward no pasara mucho tiempo en esa casa, los insumos eran los basicos, no habia ninguna prueba de que esa casa fuera vivida, desmaciado inmaculado como para que alguien hubiera estado ahí por algun tiempo, Edward había preparado unos huevos revueltos y café, me dijo que no tenia muchas cosas para preparar otra cosa, otra prueba de que talvez no viviera ahí realemente, aunque la comida estaba ahí frente a nosotros, ambos sabíamos que pronto algo más pesado caería entre nosotros. Comíamos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, como si estuviéramos intentando prolongar lo inevitable. Finalmente, ya no pude más, y lo miré a los ojos.
—¿Dónde estuviste? —pregunté, con voz tensa, rompiendo el silencio de una vez por todas.
Edward suspiró, como si llevara una carga que lo aplastaba desde hace años.
—Ahora no —dijo con una voz apagada.
Sentí una punzada de enojo encenderse en mi pecho. Había esperado tanto, solo para recibir respuestas evasivas ahora.
—No, Edward, tienes que responderme —insistí, con una dureza que no era común en mí.
Edward se levantó bruscamente, el sonido de la silla raspando el suelo hizo eco en la habitación. Pude ver el cansancio y la furia que bullían debajo de su superficie.
—¿Y me vas a creer? —preguntó con amargura, sus ojos ardiendo con una mezcla de dolor y rabia.
Lo miré confundida, sin comprender a qué se refería.
—¿Por qué no habría de creerte? —respondí, sintiendo una grieta en la estabilidad que creía tener.
Edward dio un paso hacia mí, y su rostro se contrajo, cargado de emociones que no podía identificar.
—Porque tiene que ver con… tu esposo— escupió la última palabra.
Su declaración cayó como un balde de agua fría sobre mí. Mi corazón dio un vuelco y mi mente intentó desesperadamente unir las piezas.
—¿Jacob? ¿Qué tiene que ver él en todo esto? —pregunté, con una mezcla de incredulidad y ansiedad trepando por mi garganta.
Edward me miró directamente a los ojos, como si dudara si debía continuar. Pero luego, como si no pudiera contenerlo más, explotó.
—Porque él fue la razón por la que estuve muchos años encerrado en una cárcel —soltó, cada palabra cayendo como una piedra pesada sobre mi pecho.
El aire pareció escapar de la habitación de golpe. Me quedé helada, tratando de procesar lo que acababa de decir.
—¿De qué estás hablando? —logré articular después de un rato, mi mente intentando desesperadamente negarlo.
Edward comenzó a caminar de un lado a otro, su frustración y enojo evidente.
—Jacob sabía dónde estaba. ¡Estábamos juntos cuando caímos del avión! —gritó, con una furia contenida que me hizo retroceder ligeramente—. Éramos Ben, Jacob y yo. A los tres nos encerraron, pero a él lo dejaron libre unos días después. Me prometió que nos sacaría, que te diría dónde estaba. ¡Aún lo creía mi mejor amigo! —su voz se quebró por un instante—. Pero después se volvió obvio que nos había abandonado a nuestra suerte.
Mi mente no podía procesar lo que oía. Me quedé paralizada, tratando de encontrar sentido en todo esto.
—No… —susurré, sacudiendo la cabeza—. Jacob no se atrevería… Él te quería… —intenté defenderlo, pero mis palabras sonaban huecas, sin convicción.
Edward soltó una amarga carcajada que me heló la sangre.
—¿Me quería? —escupió con sarcasmo—. Me quería muerto, Bella. Quería quedarse con mi vida, con mis amigos, contigo... y con mi hijo.
Sus palabras perforaron mi pecho, pero seguí negando con la cabeza, como si al hacerlo pudiera deshacer la verdad que estaba empezando a formarse.
—Pero ¿por qué haría algo así? —pregunté, desesperada por entender, por encontrar alguna excusa, algo que explicara todo de manera diferente.
Edward estalló, su enojo incontenible.
—¡¿Y por qué no lo haría?! —gritó, sus ojos ardiendo con una furia que me hizo sentir pequeña—. ¡Llevaba enamorado de ti desde hace quién sabe cuánto!
Las lágrimas quemaban detrás de mis ojos, pero me forcé a mantenerme firme, a seguir haciendo preguntas.
—¿Pero ¿dónde estabas? ¿De qué los acusaron? —pregunté con voz quebrada, queriendo comprender, pero sintiéndome ahogada por la confusión.
—De nada —respondió Edward, con una amargura profunda—. Simplemente por ser americanos. Accidentalmente caímos en Corea del Norte. Como sabrás, allá no somos precisamente bienvenidos.
Cada palabra era un golpe, pero no podía dejar de preguntar.
—¿Y Jacob? ¿Cómo pudo escapar? —mi voz era casi un susurro.
Edward bajó la mirada, su mandíbula tensa.
—Su padre fue por él —dijo, con un tono gélido.
Un escalofrío recorrió mi espalda.
—Entonces... su padre también sabía… —dije, casi sin aliento.
Edward asintió con gravedad, y en ese momento, la verdad me golpeó de lleno. Todo lo que creía saber se derrumbaba a mi alrededor, y sentí como si el suelo se abriera bajo mis pies.
Me desmayé.
Desperté lentamente, como si emergiera de un pozo profundo. Mi cabeza daba vueltas, y me sentía mareada. Lo primero que vi fueron sus ojos, tan llenos de tristeza y ansiedad.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó Edward con una voz que apenas era un susurro, como si temiera romperme con el sonido de sus palabras.
Intenté incorporarme, pero el peso de la revelación anterior aún me mantenía en el sillón, atrapada entre la incredulidad y el dolor.
—Edward... eso no puede ser, debe haber una explicación —dije, tratando de encontrar algo, cualquier cosa que deshiciera lo que él había dicho.
Pero Edward no mostró ninguna compasión. Sus ojos eran duros, fríos como el hielo.
—La única explicación es que Jacob me quitó todo —dijo con una firmeza que me asustó—. Y ahora es mi turno.
De repente, todo cobró sentido de la peor manera posible. Su sociedad con Jacob, su cercanía a Tony, el que se hiciera pasar por su entrenador... todo apuntaba a una sola cosa: venganza.
—¿Qué estás planeando, Edward? —pregunté, temerosa de la respuesta que sabía que iba a recibir.
Él me miró con una mezcla de determinación y amargura, su rostro endurecido por el rencor acumulado durante años.
—No puedes decirle a nadie que sigo vivo —dijo, su voz baja pero cargada de peligro—. Casi completo mi plan.
Un torrente de emociones se desató dentro de mí. Pensé en Alice, en Esme, en Carlisle… su familia, rota por su desaparición. Y él, él había estado vivo todo este tiempo. Los había dejado sufrir mientras él alimentaba su sed de venganza.
—¿Desde cuándo lograste escapar? —pregunté, con el corazón en un puño, temiendo la respuesta.
—Desde hace cuatro años —respondió, sin inmutarse.
Sentí que el aire se me escapaba del cuerpo. Cuatro años. Cuatro años en los que pudo haber estado con nosotros, con su familia, con su hijo. Cuatro años en los que dejó que creyéramos que estaba muerto.
Enloquecí de rabia, me incorporé de golpe, con lágrimas de furia quemándome los ojos.
—¿Estás diciendo que desde hace cuatro años pudiste volver, pudiste estar con nosotros, y lo enviaste todo al diablo por un plan de venganza? —grité, mi voz quebrándose al final.
Edward no se movió, su expresión se endureció aún más, y su voz se llenó de resentimiento.
—¡Él tiene que pagar! —gritó, furioso, como si todo el mundo a su alrededor fuera el culpable.
—¿Y los demás? —respondí, con la voz temblando—. ¿Qué pasa con tu familia? ¿Qué pasa con tu hijo? ¿Qué pasa conmigo?
Mi pregunta flotó en el aire entre nosotros, como una herida abierta, esperando que él la cerrara. Pero en lugar de compasión, vi algo mucho peor en su rostro: indiferencia.
—Bueno... —dijo él, con una sonrisa amarga en los labios—. Estuviste muy bien acompañada este tiempo, ¿no? —dijo con burla, refiriéndose a Jacob, como si todo se redujera a eso.
Mi corazón se rompió un poco más con sus palabras.
—No, Edward. No lo estuve —dije con voz temblorosa, sintiendo las lágrimas deslizarse por mis mejillas—. Te añoraba cada maldito segundo de cada maldito día.
Mi voz se quebró, ya no podía sostener las palabras ni el dolor.
—No puedo creer que por voluntad propia decidieras estar alejado de nosotros cuatro años. —Mis palabras eran un susurro, llenas de la desesperación y el vacío que había sentido todos esos años.
Pero él no dijo nada, solo me miró, con esa fría determinación que me hacía dudar de quién era realmente.
Edward se levantó de golpe, enfurecido, y su energía llenó la habitación como una tormenta a punto de desatarse.
—¿Es lo único que te importa? —me gritó, su voz llena de amargura—. ¿Que haya hecho un plan para vengarme? ¿Y qué pasa con los otros años que estuve encerrado, ¿eh? ¡Ocho años pudriéndome en una celda! ¿No deberíamos hablar de eso?
Me quedé paralizada, intentando procesar la rabia en sus palabras. Pero antes de que pudiera responder, él continuó, implacable.
—¿No deberías estar indignada por haberte acostado con el tipo que me encerró? —su voz era cruel, y sus ojos me miraban con una mezcla de dolor y resentimiento—. ¿Sería para ti mejor que siguiera ahí, pudriéndome, mientras tú hacías tu vida feliz con él?
—¡No! Claro que no —dije apresuradamente, mi voz temblando—. Edward, yo… debe haber una explicación.
Él rió amargamente, una risa que no contenía alegría, solo ira.
—¿Qué explicación? —dijo, acercándose peligrosamente—. ¿Qué debería explicarse? ¿Qué Jacob, sabiendo dónde estaba, no dijera nada? ¡Dime, Bella! ¿Qué explicación podría justificar que él me dejara ahí, abandonado?
Sentí mi corazón romperse nuevamente bajo el peso de sus palabras. Sabía que no había una explicación que pudiera hacer desaparecer el sufrimiento que Edward había pasado. Pero también me negaba a aceptar que Jacob, el hombre con el que había compartido tantos años, fuera capaz de algo tan cruel. Mi mente se aferraba a la esperanza de que debía haber algún malentendido, algún hueco en la historia que lo explicara todo.
—No lo sé, Edward —susurré, con los ojos llenos de lágrimas—. No lo sé.
Pero él no mostró piedad. Estaba cegado por su dolor, y sus palabras eran como cuchillos.
—Él me robó la vida, Bella. Me quitó todo. Y tú... tú sigues defendiendo a ese monstruo.
La tensión en la habitación creció hasta volverse insoportable. Edward caminaba de un lado a otro, sus manos se cerraban en puños mientras yo intentaba calmarme, pero su rabia seguía aumentando, una tormenta que no podía controlar.
—¡No puedo creer que después de todo lo que te he dicho, sigas dudando de mí!
—No estoy dudando de ti, Edward —le respondí con desesperación, sintiendo cómo todo se desmoronaba a nuestro alrededor—. Pero esto es… es demasiado. Necesito tiempo para procesar lo que me estás diciendo. ¡Han pasado años!
—¡Años! —repitió sarcásticamente, y sus ojos verdes ardían con furia—. ¡Exactamente! Han pasado años para mí también, Bella. ¡Años en los que estuve solo, sufriendo, mientras tú estabas aquí, viviendo con él!
—¡No lo sabía! —exclamé, levantando la voz también, las lágrimas ya cayendo por mi rostro—. ¡Edward, no sabía que estabas vivo! Si lo hubiera sabido, si hubiera tenido una sola señal, habría hecho todo lo posible por encontrarte.
—¿De verdad? —preguntó, deteniéndose frente a mí, su mirada afilada—. ¿Lo habrías hecho? ¿O preferiste la comodidad de tu vida con él?
Eso fue demasiado. Algo dentro de mí se rompió. No era justo. Nada de esto lo era.
—¡No tienes idea de lo que fue vivir sin ti! —grité, con el pecho ardiendo por la rabia—¡No tienes idea del vacío que sentí! Cada día pensé en ti. ¡Creí que estabas muerto! Y ahora… ahora me arrojas esto como si fuera mi culpa.
Él me miró, sus ojos llenos de una mezcla de furia y dolor.
—Te casaste con él —repitió Edward, su voz llena de reproche, sus ojos como dos abismos oscuros que no me permitían escapar—. Me lo prometiste, Bella. ¡Me lo prometiste! Y aun así te casaste con Jacob.
—Edward, no sabía… —empecé a decir, pero él no me dejó terminar.
—¡No sabías! —gritó, con una furia que hizo eco en las paredes—. ¡Te escondes detrás de eso! ¡No sabías! ¡No sabías que yo seguía vivo, no sabías que Jacob era un traidor! ¡Pero eso no cambia el hecho de que lo elegiste!
Mi corazón se encogía más con cada palabra. Sentía cómo el peso de su dolor y su rabia caían sobre mí, haciéndome sentir como si fuera la culpable de todo, aunque en el fondo sabía que no lo era. Pero aún así, la culpa crecía dentro de mí, como una sombra que no podía ignorar.
—Edward, tenía un bebé, estaba sola… —dije en un tono más débil, con lágrimas brotando de mis ojos—. No sabía qué hacer. Jacob me lo propuso, me dijo que estaría para mí, para Tony. Estaba aterrada, Edward, no sabía si estabas vivo o muerto. ¡No sabía qué más hacer!
—¡Eso no importa! —gritó de nuevo, dando un paso hacia mí, con una mirada tan dura que me hizo retroceder—. ¡Me hiciste una promesa, Bella! Me dijiste que me esperarías. ¡Y en lugar de eso, te fuiste con él! ¡El hombre que me quitó todo!
Su furia me golpeaba como un torbellino. Yo temblaba, no sólo por su rabia, sino también por el miedo. No por mí, sino por lo que estaba diciendo, por lo que estaba insinuando. Sabía que había más detrás de su dolor, algo oscuro, algo que lo había consumido. Y yo estaba aterrada de descubrir qué era.
—Edward, por favor, escúchame… —intenté de nuevo, con la voz quebrada—. No lo elegí a él por encima de ti. ¡Pensé que te había perdido! Lo que pasó… todo… fue porque no sabía cómo seguir sin ti. Pero eso no cambia lo que siento, lo que siempre sentí.
Mis palabras parecieron rebotar en él, como si ya no fuera capaz de escucharme. Su mirada estaba fija en mí, pero parecía que ya no me veía.
—Todo este tiempo, Bella —dijo, su voz más baja pero igual de dura—. Todo este tiempo estuviste con él, criando a nuestro hijo, acostándote con él, mientras yo me pudría en una cárcel. ¿Y ahora qué? ¿Quieres que todo siga igual? ¿Que simplemente te perdone y finjamos que nada de esto pasó?
—¡Edward, por favor! —grité desesperada, sintiendo cómo las lágrimas corrían sin control—. No sigas con esto. Jacob… él te traicionó, lo sé, pero no lo hagas por venganza. No puedes destruir todo por esto.
—¿Qué es lo que piensas hacer? —pregunté con miedo, mi voz temblorosa, temiendo la respuesta—. Por favor, dime… ¿qué tienes planeado, Edward?
Su silencio me hizo sentir aún más pequeña. Edward no me miraba, su expresión se endureció aún más. Por un instante, vi al hombre que había conocido, pero se desvaneció rápidamente, dejando solo a alguien que estaba decidido a hacer lo que fuera necesario para cobrar su venganza.
—No puedes decirle a nadie que sigo vivo, Bella —dijo finalmente, su tono cortante y definitivo.
—Edward… —traté de acercarme, pero él dio un paso atrás, como si mi presencia le resultara insoportable.
—Toma tus cosas —ordenó con frialdad—. Te llevo a tu casa.
—Pero… ¿y qué pasa con todo lo que hemos vivido? —pregunté, mi voz llena de angustia—. ¿Con nuestra familia? ¿Con Tony? No puedes hacer esto… No puedes dejar que la venganza te consuma.
Él soltó una risa amarga, sin humor alguno.
—La venganza es lo único que me queda, Bella. Jacob me quitó todo. Y ahora es mi turno.
La culpa me invadió de nuevo, aunque sabía que no era justo cargar con ella.
Pero no pude evitarlo. Había una parte de mí que sentía que lo había traicionado, que había fallado en mantener nuestra promesa. Aunque no hubiera sabido que él seguía vivo.
—Edward, por favor… —susurré, mi voz quebrada—. No hagas esto.
Pero él ya no escuchaba.
Y, mientras recogía mis cosas lentamente, me invadió el miedo de que, tal vez, no sólo perdería a Jacob… sino que también terminaría perdiendo a Edward.
…
El silencio en el auto era abrumador, una tensión densa que llenaba cada rincón del pequeño espacio. El motor ronroneaba suavemente mientras Edward mantenía sus manos firmemente sobre el volante, su mandíbula apretada y sus ojos fijos en el camino, como si cualquier palabra que cruzara entre nosotros pudiera encender de nuevo la chispa de su furia.
Yo, sentada a su lado, apenas podía respirar. No sabía cómo manejar lo que estaba sucediendo. La rabia pasiva que emanaba de él me hacía sentir como si estuviera caminando sobre cristales rotos.
Mientras el auto avanzaba, mis pensamientos volaron inevitablemente a la noche anterior, cuando también estábamos en este mismo auto. La carretera había sido la misma, pero el ambiente era completamente distinto. Ayer, estábamos juntos. El aire había estado cargado de un tipo de electricidad diferente, de emociones que, aunque reprimidas, habían sido cálidas y llenas de una promesa incierta. Había habido esperanza, aunque fuera frágil, y una conexión que todavía parecía sobrevivir a pesar de todo.
Pero ahora... ahora el aire se sentía denso, asfixiante. La furia pasiva de Edward llenaba cada rincón del vehículo, alejándonos más de lo que nunca hubiera imaginado. La misma carretera que antes había sido un refugio para conversaciones íntimas y emociones compartidas, ahora era testigo de un abismo creciente entre nosotros. Las miradas que antes nos buscaban, ahora eran evitadas. Las palabras que antes habían encontrado consuelo en el silencio, ahora se perdían en la frustración, el dolor y la incomprensión.
Intenté respirar profundamente, pero el nudo en mi pecho no cedía. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? Apenas horas antes, nos estábamos amándonos enloquecidos, envueltos en los sentimientos de amor, dicha y lujuria. Ahora, la distancia emocional entre nosotros era infinita, como si estuviéramos separados por un océano de resentimiento.
—Esto es tan diferente —pensé en voz alta, sin esperar realmente una respuesta de Edward.
Él no dijo nada, pero vi cómo sus manos se tensaban aún más en el volante. Me atreví a mirarlo, esperando algún signo, alguna fisura en esa máscara de enojo que se había vuelto tan impenetrable. Pero sus ojos seguían fijos en la carretera, negándose a reconocerme, a darnos la oportunidad de conectar de nuevo.
La noche anterior había sido el último vestigio de lo que alguna vez fuimos. Ahora, en este auto, éramos dos extraños, separados no solo por el tiempo, sino por decisiones que ya no podían deshacerse. Lo que nos había unido se desmoronaba, y el Edward que una vez conocí ahora era alguien más, alguien consumido por el deseo de hacer pagar a quienes lo habían traicionado.
—Edward, por favor —rompí el silencio con la voz temblorosa—. ¿Qué es lo que piensas hacer? ¿Cuál es tu plan?
Él no me miró. Sus ojos seguían fijos en la carretera, sus nudillos blancos de la fuerza con la que agarraba el volante.
—No tienes que saberlo —dijo en un tono cortante, casi desinteresado, como si estuviera hablando del clima.
—¿Cómo que no tengo que saberlo? —pregunté, mi frustración aumentando. Mi corazón latía con fuerza, y la desesperación comenzaba a hacerse presente—. Edward, esto no solo te afecta a ti. También me afecta a mí, a Tony, a todos.
Él dejó escapar un suspiro, cansado, como si la conversación lo estuviera agotando. Pero aún así no respondió, evadiendo la pregunta como lo había hecho antes. Seguía inmerso en su propio mundo, en su propio dolor.
—Edward, necesito saberlo —insistí, mi voz más firme ahora—. ¿Qué vas a hacer con Jacob?
Él apretó aún más el volante, pero no dijo nada. La furia seguía ahí, pero ahora era una furia controlada, contenida. Ya no había gritos ni acusaciones, solo un silencio cargado de resentimiento y dolor.
—¿Qué voy a decirle a Alice? —pregunté de repente, cambiando de táctica, tratando de encontrar una forma de llegar a él. Sabía que, si seguía preguntando directamente sobre su plan, no obtendría respuestas.
Edward soltó una risa corta y sarcástica, sin mirarme.
—Dile que estuviste con un desconocido —dijo con burla—. Eso debería funcionar.
Lo miré, incrédula. El sarcasmo en su tono era hiriente, como si ya no me reconociera, como si estuviera hablando con una extraña.
—¿De verdad crees que Alice se va a creer eso? —pregunté con enojo, mi paciencia agotándose—. Sabes cómo es. No soy así, Edward. No soy una persona que simplemente se va con un desconocido.
Edward giró la cabeza hacia mí por primera vez desde que había comenzado a conducir. Su mirada era fría, pero había una chispa de burla en sus ojos.
—¿No? —dijo con una sonrisa amarga—. No eres la mujer que creí que eras, Bella. Ya no sé qué esperar de ti.
Esa burla me golpeó más fuerte de lo que hubiera querido admitir. El dolor en su voz me hizo sentir como si estuviera en el lugar equivocado, como si todo lo que había hecho para sobrevivir estos años ahora fuera utilizado en mi contra. Pero no me quedé callada. No esta vez.
—¡No! —grité, mi propia furia finalmente saliendo a la superficie—. No soy la mujer que tú crees, Edward. No te atrevas a mirarme así. La razón por la que estuve contigo, por la que te amé y te sigo amando, es porque siempre creí en nosotros. ¡No fue por capricho, no fue por desesperación!
Mis palabras hicieron eco en el auto, y por un momento, él solo me miró, sorprendido por mi explosión. Pero no terminé.
—¿Y Alice? —continué, mi tono más suave pero firme—. Alice sabe quién soy. Ella sabe que no me iría con cualquiera. No se va a creer esa mentira, Edward. No lo va a dejar pasar. Va a insistir, va a hacer preguntas. Y tarde o temprano, descubrirá la verdad.
Edward me miró en silencio por un largo momento. Sus ojos, que antes estaban llenos de rabia, ahora mostraban algo más… algo que no podía descifrar del todo. Quizá una mezcla de cansancio y resignación. Finalmente, soltó un suspiro pesado y volvió a mirar al frente.
—Está bien —dijo en voz baja, casi como si las palabras le dolieran—. Dile a Alice que estoy vivo. Pero solo a ella. Nadie más puede saberlo, Bella. Ni siquiera Tony. No quiero arruinar todo ahora.
Sentí un peso enorme levantarse de mis hombros, pero también sabía que este no era un alivio completo. Estaba de acuerdo en contarle la verdad a Alice, pero todo lo demás seguía siendo un misterio. Edward aún estaba lleno de secretos, de venganza, y no sabía hasta dónde estaba dispuesto a llegar.
—Gracias… —susurré, mi voz débil, como si cualquier palabra pudiera romper ese frágil acuerdo.
Pero Edward no dijo nada más. Seguía conduciendo en silencio, su mirada fija en la carretera, mientras el miedo y la incertidumbre seguían girando en mi mente. Y en el fondo, sabía que, aunque le dijera la verdad a Alice, nada de esto estaba ni remotamente cerca de terminar.
Edward detuvo el auto a una distancia segura de la casa, su respiración era pesada, aunque intentaba controlarla. Nos quedamos en silencio, atrapados en ese momento incómodo e interminable, ninguno de los dos sabiendo cómo despedirse. El peso de todo lo que no se había dicho se colaba entre nosotros, pero ninguna palabra parecía ser suficiente para salvar lo que habíamos perdido. Mi corazón latía desbocado, tratando de asimilar la realidad de que, después de tanto, lo había recuperado.
Edward rompió el silencio con un chasquido seco cuando desactivó el seguro del carro. Sin decirme nada, salió del vehículo y caminó hacia mi lado, abriendo la puerta para mí. Era un gesto que en otros tiempos hubiera sentido lleno de amor, pero ahora solo era una formalidad fría, distante.
Me bajé del auto, y cuando nuestros ojos se cruzaron, la desesperación se apoderó de mí.
—¿A dónde puedo llamarte? —pregunté, mi voz apenas un susurro, aferrándome a la posibilidad de que no todo estaba perdido, de que aún podría llegar a él.
Edward ni siquiera me miró. Mantuvo su vista fija en el horizonte, su mandíbula apretada. —¿Para qué quieres llamarme? —preguntó, con una dureza que me partió en dos.
Sentí como si me hubiera dado un golpe en el estómago. ¿Cómo podía ser tan cruel después de todo lo que habíamos vivido?
—Edward, por favor —insistí, mi voz quebrándose—. Te acabo de recuperar.
Finalmente, me miró. Pero sus ojos, esos que alguna vez me habían hecho sentir en casa, ahora estaban llenos de un vacío que me aterraba. Su mirada no contenía ni amor, ni compasión, solo una frialdad que me dejó helada.
—No te equivoques —dijo, con la misma dureza que antes—. No me has recuperado.
Y sin más, dio media vuelta, entro a su vehículo y se alejó, desapareciendo en el horizonte. Me quedé ahí, incapaz de moverme, viendo cómo su auto se desvanecía como un sueño al amanecer.
Las lágrimas comenzaron a caer descontroladamente por mi rostro. Me sentía como si todo mi mundo se hubiera roto en mil pedazos. Estaba sola, de nuevo. Edward había estado ahí, pero ahora se había ido, otra vez.
…
Cerré la puerta tras de mí, intentando sacudirme la sensación de vacío que me invadía. Me tomé un segundo para recomponerme antes de enfrentar el caos emocional que sabía que me esperaba en casa. Apenas había dado un paso cuando vi a Tony en la sala, sentado frente al televisor, con un mando de videojuego en las manos. Me recibió con su energía habitual.
—¡Mamá! ¿Cómo te fue con tu amiga? —preguntó sin apartar la mirada de la pantalla.
Me congelé por un instante, desconcertada. No entendía a qué se refería. Afortunadamente, Alice apareció desde la cocina, justo a tiempo.
—Sí, Bella, ¿cómo te fue con Rose? —dijo con una sonrisa forzada, acompañada de una mirada significativa. Me di cuenta de que esa había sido la mentira que le había contado a Tony para justificar mi ausencia.
—Bien, cariño, nos la pasamos muy bien —respondí, intentando que mi voz sonara despreocupada, aunque me sentía vacía por dentro.
Pero Tony no se dejaba engañar fácilmente. Levantó la mirada y frunció el ceño.
—¿Entonces por qué pareces triste? —preguntó con inocente sinceridad.
Suspiré, sintiendo el peso de lo que había sucedido con Edward aún sobre mis hombros. No podía dejar que mi hijo lo notara. Sonreí, acercándome para despeinarle el cabello con ternura.
—No estoy triste, amor —mentí suavemente—. Solo que a los mayores nos pesan mucho las desveladas.
Tony aceptó mi respuesta con una sonrisa y volvió a su juego. Pero Alice me miraba fijamente, con una ceja levantada, claramente sin creer una sola palabra. Evité su mirada, sabiendo que la conversación sería inevitable. Por ahora, solo necesitaba un respiro.
—Voy a cambiarme —dije rápidamente, y subí las escaleras antes de que Alice pudiera decir algo más.
…
Mientras me quitaba el pantalón, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Alice entró sin avisar, y di un respingo.
—¡Podrías haber tocado! —me quejé, empezando a quitarme la camisa—. ¿Qué tal si estoy desnuda?
Alice lo ignoró por completo, encogiéndose de hombros.
—No sería la primera vez que te viera desnuda —replicó despreocupada, cerrando la puerta con seguro—. Ahora, suéltalo. ¿Qué pasó?
Evadí su mirada un segundo, pero la determinación en sus ojos me dejó claro que no podría escaparme esta vez. Aun así, intenté evitarlo. Pero cuando Alice añadió:
—Ahorita que Tony está absorto en su videojuego, ¿con quién estuviste realmente? —esa simple pregunta hizo que las lágrimas que había estado conteniendo se desbordaran.
La emoción me ahogó y apenas podía respirar. Alice, alarmada, corrió hacia mí y me tomó de las manos, su rostro lleno de preocupación.
—Sabía que no era buena idea que te fueras con un desconocido —dijo—. ¿Te hizo algo malo? ¿Estás bien?
Negué con la cabeza, intentando secar mis lágrimas, pero no podía detenerlas.
—No, Alice, no me fui con un desconocido —respondí con la voz rota—. Al principio… todo fue maravilloso, como si nada hubiera cambiado. Pero luego esta mañana… tuvimos que hablar.
Alice me miraba, confundida, esperando más. Sabía que no podría ocultarlo más. Las palabras comenzaron a salir entre sollozos.
—Era Edward… Alice. Él… está vivo.
El silencio que siguió fue absoluto. Vi cómo el rostro de Alice pasaba lentamente de la incredulidad al shock total.
Gracias por llegar hasta aquí, pásate a los review a darme tu opinión.
—¿Qué creen que trama Edward? ¿Plan maquiavélico o simplemente drama de telenovela?
—¿Quién sintió el golpe en el corazón cuando Edward dijo "No te equivoques, no me has recuperado"? ¿Yo sola o alguien más sufrió conmigo?
—¿Cuántas preguntas crees que Alice hará sobre Edward antes de que Bella pueda tomar un respiro?
Que tengan un excelente fin de semana, mantenganse felices!
